De 'rey del aborto' a hijo del Rey de Reyes
NO vaya a ver las fotos de esta serie que son muy impactantes
Y en estos videos el Rey del Aborto, Bernard Nathanson, se
confiesa
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("Estoy delante de ustedes como un asesino
en masa y soy responsable por la muerte de 75 000 inocentes").
Autor: Interrogantes.net
Bernard Nathanson: El rey del aborto
Para valorar adecuadamente la biografía, y su hito principal, la
conversión, del que fue llamado "el rey del aborto", Bernard
Nathanson, es necesario conocer algo de su ambiente familiar.
Su padre, el doctor Joey Nathanson, de religión judía, fue un
prestigioso médico especializado en ginecología a quien el
ambiente escéptico y liberal de la Universidad hizo abdicar de su
fe. Su matrimonio con Harriet Dover -la madre de Bernard-, también
judía, resultó un fracaso. Antes de su boda, Joey había querido
romper el compromiso pero su novia lo amenazó con suicidarse,
provocando así el escándalo que sin duda, echaría por tierra la
brillante carrera profesional de Joey. Se casaron. Al menos la
dote de Harriet resultaba un estímulo para ceder. Pero Joey sólo
consiguió que los Dover, con la intervención de un juez,
entregasen la mitad de lo prometido. El ambiente del hogar era
imposible, "había demasiada malicia, conflictos y revanchismo y
odio en la casa donde yo crecí", dirá Bernard.
Profesional y personalmente Bernard Nathanson siguió durante buena
parte de su vida los pasos de su padre. Estudió medicina en la
Universidad de McGill (Montreal), y en 1945 se enamoró de Ruth,
una joven y guapa judía. Vivieron juntos los fines de semana, y
hablaban de matrimonio... cuando Ruth quedó embarazada. Bernard
escribió a su padre para consultar con él la posibilidad de
contraer matrimonio. La respuesta fueron cinco billetes de 100
dólares junto con la recomendación de que eligiese entre abortar o
ir a los Estados Unidos para casarse. Así que Bernard puso su
carrera por delante y convenció a Ruth de que abortase.
"Lloramos los dos por el niño que íbamos a perder y por nuestro
amor que sabíamos iba a quedar irreparablemente dañado con lo que
íbamos a hacer". No la acompañó a la intervención. Ruth volvió
sola a casa, en un taxi, con una fuerte hemorragia y estuvo a
punto de morir. Le había practicado el aborto un incompetente. Se
recuperó, milagrosamente, pero no tardaron en romper. "Este fue el
primero de mis 75.000 encuentros con el aborto, me sirvió de
excursión iniciadora al satánico mundo del aborto", confiesa el
Dr. Nathanson.
Tras graduarse, Bernard inició su residencia en un hospital judío.
Después pasó al Hospital de Mujeres de Nueva York donde sufrió
personalmente la violencia del antisemitismo, y entró en contacto
con el mundo del aborto clandestino. Por entonces ya había
contraído matrimonio con una joven judía, tan superficial como él,
según confesaría. Su unión no duró más que cuatro años y medio y
acabó con un divorcio en México. Fue entonces cuando conoció a
Larry Lader. A aquel médico sólo le obsesionaba una idea:
¡conseguir que la ley permitiese el aborto libre y barato! Para
eso fundó la Liga de Acción Nacional por el Derecho al Aborto, en
1969, una asociación que intentaba culpabilizar a la Iglesia de
cada muerte que se producía en los abortos clandestinos.
Pero fue en 1971 cuando Nathanson se involucró más directamente en
la práctica de abortos. Las primeras clínicas abortistas de Nueva
York comenzaban a explotar el negocio de la muerte programada, y
en muchos casos su personal carecía de licencia del Estado o de
garantías mínimas de seguridad. Tal fue el caso de la dirigida por
el Dr. Harvey. Las autoridades estaban a punto de cerrar esta
clínica cuando alguien sugirió que Nathanson podría ocuparse de su
dirección y funcionamiento. Se daba la paradoja increíble de que,
mientras estuvo al frente de aquella clínica, en aquel lugar
existía también un servicio de ginecología y obstetricia: es
decir, se atendían partos normales al mismo tiempo que se
practicaban abortos. Por otra parte, Nathanson desarrollaba una
intensa actividad, dictando conferencias, celebrando encuentros
con políticos y gobernantes de todo el país, presionándoles para
lograr que fuese ampliada la ley del aborto.
"Yo estaba muy ocupado. Apenas veía a mi familia. Tenía un hijo de
pocos años y una mujer, pero casi nunca estaba en casa. Lamento
amargamente esos años, aunque sólo sea porque he fracasado en ver
a mi hijo crecer. También era un paria en la profesión médica. Se
me conocía como el rey del aborto". Nathanson realizó en este
periodo más de 60.000 abortos. A finales de 1972, agotado, dimitió
de su cargo en la clínica. "He abortado -dirá- a los hijos no
nacidos de amigos, colegas, conocidos e incluso profesores".
Llegó incluso a abortar a su propio hijo. "A mitad de los sesenta
dejé encinta a una mujer que me quería mucho". (...) Ella quería
seguir adelante con el embarazo pero él se negó. "Puesto que yo
era uno de los expertos en el tema, yo mismo realizaría el aborto,
le expliqué. Y así lo hice".
Pero, a partir de ahí, las cosas empezaron a cambiar. Dejó la
clínica abortista y pasó a ser jefe de obstetricia del Hospital de
St. Luke´s. La nueva tecnología, el ultrasonido, hacía su
aparición en el ámbito médico. El día en que Nathanson pudo
observar el corazón del feto en los monitores electrónicos,
comenzó a plantearse por vez primera "que es lo que estábamos
haciendo verdaderamente en la clínica".
Decidió reconocer su error. En la revista médica The New England
Journal of Medicine, escribió un artículo sobre su experiencia con
los ultrasonidos, reconociendo que en el feto existía vida humana.
Incluía declaraciones como la siguiente: "el aborto debe verse
como la interrupción de un proceso que de otro modo habría
producido un ciudadano del mundo. Negar esta realidad es el más
craso tipo de evasión moral". Aquel artículo provocó una fuerte
reacción. Nathanson y su familia recibieron incluso amenazas de
muerte. Pero la evidencia de que no podía continuar practicando
abortos se impuso. "Había llegado a la conclusión de que no había
nunca razón alguna para abortar: el aborto es un crimen".
Poco tiempo después, un nuevo experimento con los ultrasonidos
sirvió de material para un documental que llenó de admiración y
horror al mundo. Se titula "El grito silencioso". Sucedió en 1984:
"Le dije a un amigo que practicaba quince, o quizás veinte,
abortos al día: Oye, Jay, hazme un favor. El próximo sábado coloca
un aparato de ultrasonidos sobre la madre y grábame la
intervención. Lo hizo y, cuando vio las cintas conmigo, quedó tan
afectado que ya nunca más volvió a realizar un aborto. Las cintas
eran asombrosas, aunque no de muy buena calidad. Seleccioné la
mejor y empecé a proyectarla en mis encuentros provida por todo el
país".
Quedaba aún el camino de vuelta a Dios. Una primera ayuda le vino
de su admirado profesor universitario, el psiquiatra Karl Stern
-señala Nathanson-. "Transmitía una serenidad y una seguridad
indefinibles. Entonces yo no sabía que en 1943, tras largos años
de meditación, lectura y estudio, se había convertido al
catolicismo. Stern poseía un secreto que yo había buscado durante
toda mi vida: El secreto de la paz de Cristo".
El movimiento provida le había proporcionado el primer testimonio
vivo de la fe y el amor de Dios. En 1989 asistió a una acción de
Operación Rescate en los alrededores de una clínica. El ambiente
de los que allí se manifestaban pacíficamente en favor de la vida
de los aún no nacidos le había conmovido: estaban serenos,
contentos, cantaban, rezaban... Los mismos medios de comunicación
que cubrían el suceso y los policías que vigilaban, estaban
asombrados de la actitud de esas personas. Nathanson quedó
afectado "y, por primera vez en toda mi vida de adulto -dice-,
empecé a considerar seriamente la noción de Dios, un Dios que
había permitido que anduviera por todos los proverbiales circuitos
del infierno, para enseñarme el camino de la redención y la
misericordia a través de su gracia".
"Durante diez años, pasé por un periodo de transición". Sintió que
el peso de sus abortos se hacia más gravoso y persistente: "Me
despertaba cada día a las cuatro o cinco de la mañana, mirando a
la oscuridad y esperando (pero sin rezar todavía) que se
encendiera un mensaje declarándome inocente frente a un jurado
invisible". Acaba leyendo Las Confesiones -que califica de
"alimento de primera necesidad"-, era su libro más leído, porque
"San Agustín hablaba del modo más completo de mi tormento
existencial; pero yo no tenía una Santa Mónica que me enseñara el
camino y estaba acosado por una negra desesperación que no
remitía".
En esa situación no faltó la tentación del suicidio, pero, por
fortuna, decidió buscar una solución distinta. Los remedios
intentados fallaban. "Cuando escribo esto, ya he pasado por todo:
alcohol, tranquilizantes, libros de autoestima, consejeros.
Incluso me he permitido cuatro años de psicoanálisis".
El espíritu que animaba aquella manifestación provida enderezó su
búsqueda. Empezó a conversar periódicamente con un sacerdote
católico, Father John McCloskey. No le resultaba fácil creer, pero
lo contrario, permanecer en el agnosticismo, llevaba al abismo.
Progresivamente se descubría a sí mismo acompañado de Alguien a
quien importaban cada uno de los segundos de su existencia: "Ya no
estoy solo. Mi destino ha sido dar vueltas por el mundo a la
búsqueda de ese Uno sin el cual estoy condenado, pero al que ahora
me agarro desesperadamente, intentando no soltarme del borde de su
manto".
Por fin, el 9 de diciembre de 1996, a las 7.30 de un lunes,
solemnidad de la Inmaculada Concepción, en la cripta de la
Catedral de S. Patricio de Nueva York, el Dr. Nathanson se
convertía en hijo de Dios. Entraba a formar parte del Cuerpo
Místico de Cristo, su Iglesia. El Cardenal John O´Connor le
administró los sacramentos del Bautismo, Confirmación y
Eucaristía.
Un testigo expresa así ese momento: "Esta semana experimenté con
una evidencia poderosa y fresca que el Salvador que nació hace
2.000 años en un establo continúa transformando el mundo. El
pasado lunes fui invitado a un Bautismo. (...) Observé como
Nathanson caminaba hacia el altar. ¡Qué momento! Al igual que en
el primer siglo... un judío converso caminando en las catacumbas
para encontrar a Cristo. Y su madrina era Joan Andrews. Las
ironías abundan. Joan es una de las más sobresalientes y conocidas
defensoras del movimiento provida... La escena me quemaba por
dentro, porque justo encima del Cardenal O´Connor había una
Cruz... Miré hacia la Cruz y me di cuenta de nuevo que lo que el
Evangelio enseña es la verdad: la victoria está en Cristo".
Las palabras de Bernard Nathanson al final de la ceremonia, fueron
escuetas y directas. "No puedo decir lo agradecido que estoy ni la
deuda tan impagable que tengo con todos aquellos que han rezado
por mí durante todos los años en los que me proclamaba
públicamente ateo. Han rezado tozuda y amorosamente por mí. Estoy
totalmente convencido de que sus oraciones han sido escuchadas.
Lograron lágrimas para mis ojos".
Las citas son de "La mano de Dios", de Bernard Nathanson.