Pablo de Tebas, Santo Ermitaño, 10 de enero
Por: . | Fuente: E W T N
Martirologio Romano: En la Tebaida (hoy Egipto), san Pablo, eremita, uno de
los primeros en abrazar la vida monástica (s. IV).
La vida de este santo fue escrita por el gran sabio San Jerónimo, en el año
400.
Nació hacia el año 228, en Tebaida, una región que queda junto al río Nilo
en Egipto y que tenía por capital a la ciudad de Tebas.
Fue bien educado por sus padres, aprendió griego y bastante cultura egipcia.
Pero a los 14 años quedó huérfano. Era bondadoso y muy piadoso. Y amaba
enormemente a su religión.
En el año 250 estalló la persecución de Decio, que trataba no tanto de que
los cristianos llegaran a ser mártires, sino de hacerlos renegar de su
religión. Pablo se vio ante estos dos peligros: o renegar de su fe y
conservar sus fincas y casas, o ser atormentado con tan diabólica astucia
que lo lograran acobardar y lo hicieran pasarse al paganismo con tal de no
perder sus bienes y no tener que sufrir más torturas. Como veía que muchos
cristianos renegaban por miedo, y él no se sentía con la suficiente fuerza
de voluntad para ser capaz de sufrir toda clase de tormentos sin renunciar a
sus creencias, dispuso más bien esconderse. Era prudente.
Pero un cuñado suyo que deseaba quedarse con sus bienes, fue y lo denunció
ante las autoridades. Entonces Pablo huyó al desierto. Allá encontró unas
cavernas donde varios siglos atrás los esclavos de la reina Cleopatra
fabricaban monedas. Escogió por vivienda una de esas cuevas, cerca de la
cual había una fuente de agua y una palmera. Las hojas de la palmera le
proporcionaban vestido. Sus dátiles le servían de alimento. Y la fuente de
agua le calmaba la sed.
Al principio el pensamiento de Pablo era quedarse por allí únicamente el
tiempo que durará la persecución, pero luego se dio cuenta de que en la
soledad del desierto podía hablar tranquilamente a Dios y escucharle tan
claramente los mensajes que Él le enviaba desde el cielo, que decidió
quedarse allí para siempre y no volver jamás a la ciudad donde tantos
peligros había de ofender a Nuestro Señor. Se propuso ayudar al mundo no con
negocios y palabras, sino con penitencias y oración por la conversión de los
pecadores.
Dice San Jerónimo que cuando la palmera no tenía dátiles, cada día venía un
cuervo y le traía medio pan, y con eso vivía nuestro santo ermitaño. (La
Iglesia llama ermitaño al que para su vida en una "ermita", o sea en una
habitación solitaria y retirada del mundo y de otras habitaciones).
Después de pasar allí en el desierto orando, ayunando, meditando, por más de
setenta años seguidos, ya creía que moriría sin volver a ver rostro humano
alguno, y sin ser conocido por nadie, cuando Dios dispuso cumplir aquella
palabra que dijo Cristo: "Todo el que se humilla será engrandecido" y
sucedió que en aquel desierto había otro ermitaño haciendo penitencia. Era
San Antonio Abad. Y una vez a este santo le vino la tentación de creer que
él era el ermitaño más antiguo que había en el mundo, y una noche oyó en
sueños que le decían: "Hay otro penitente más antiguo que tú. Emprende el
viaje y lo lograrás encontrar". Antonio madrugó a partir de viaje y después
de caminar horas y horas llegó a la puerta de la cueva donde vivía Pablo.
Este al oír ruido afuera creyó que era una fiera que se acercaba, y tapó la
entrada con una piedra. Antonio llamó por muy largo rato suplicándole que
moviera la piedra para poder saludarlo.
Al fin Pablo salió y los dos santos, sin haberse visto antes nunca, se
saludaron cada uno por su respectivo nombre. Luego se arrodillaron y dieron
gracias a Dios. Y en ese momento llegó el cuervo trayendo un pan entero.
Entonces Pablo exclamó: "Mira cómo es Dios de bueno. Cada día me manda medio
pan, pero como hoy has venido tú, el Señor me envía un pan entero."
Se pusieron a discutir quién debía partir el pan, porque este honor le
correspondía al más digno. Y cada uno se creía más indigno que el otro. Al
fin decidieron que lo partirían tirando cada uno de un extremo del pan.
Después bajaron a la fuente y bebieron agua cristalina. Era todo el alimento
que tomaban en 24 horas. Medio pan y un poco de agua. Y después de charlar
de cosas espirituales, pasaron toda la noche en oración.
A la mañana siguiente Pablo anunció a Antonio que sentía que se iba a morir
y le dijo: "Vete a tu monasterio y me traes el manto que San Atanasio, el
gran obispo, te regaló. Quiero que me amortajen con ese manto". San Antonio
se admiró de que Pablo supiera que San Atanasio le había regalado ese manto,
y se fue a traerlo. Pero temía que al volver lo pudiera encontrar ya muerto.
Cuando ya venía de vuelta, contempló en una visión que el alma de Pablo
subía al cielo rodeado de apóstoles y de ángeles. Y exclamó: "Pablo, Pablo,
¿por qué te fuiste sin decirme adiós?". (Después Antonio dirá a sus monjes:
"Yo soy un pobre pecador, pero en el desierto conocí a uno que era tan santo
como un Juan Bautista: era Pablo el ermitaño").
Cuando llegó a la cueva encontró el cadáver del santo, arrodillado, con los
ojos mirando al cielo y los brazos en cruz. Parecía que estuviera rezando,
pero al no oírle ni siquiera respirar, se acercó y vio que estaba muerto.
Murió en la ocupación a la cual había dedicado la mayor parte de las horas
de su vida: orar al Señor.
Antonio se preguntaba cómo haría para cavar una sepultura allí, si no tenía
herramientas. Pero de pronto oyó que se acercaban dos leones, como con
muestras de tristeza y respeto, y ellos, con sus garras cavaron una tumba
entre la arena y se fueron. Y allí depositó San Antonio el cadáver de su
amigo Pablo.
San Pablo murió el año 342 cuando tenía 113 años de edad y cuando llevaba 90
años orando y haciendo penitencia en el desierto por la salvación del mundo.
Se le llama el primer ermitaño, por haber sido el primero que se fue a un
desierto a vivir totalmente retirado del mundo, dedicado a la oración y a la
meditación.
San Antonio conservó siempre con enorme respeto la vestidura de San Pablo
hecha de hojas de palmera, y él mismo se revestía con ella en las grandes
festividades.
San Jerónimo decía: "Si el Señor me pusiera a escoger, yo preferiría la
pobre túnica de hojas de palmera con la cual se cubría Pablo el ermitaño,
porque él era un santo, y no el lujoso manto con el cual se visten los reyes
tan llenos de orgullo".
San Pablo el ermitaño con su vida de silencio, oración y meditación en medio
del desierto, ha movido a muchos a apartarse del mundo y dedicarse con más
seriedad en la soledad a buscar la satisfacción y la eterna salvación.
Oh Señor: Tu que moviste a San Pablo el primer ermitaño a dejar las
vanidades del mundo e irse a la soledad del desierto a orar y meditar,
concédenos también a nosotros, dedicar muchas horas en nuestra vida,
apartados del bullicio mundanal, a orar, meditar y a hacer penitencia por
nuestra salvación y por la conversión del mundo.
Amen.