Onofre, Santo Ermitaño, Junio 12
Por: Archidiócesis de Madrid |
Ermitaño
Si no lo hubiera encontrado el abad san Pafnucio, ya moribundo, y no hubiera
escrito su vida es seguro que no conoceríamos a este personaje
originalísimo. Es un ermitaño, morador de una cueva del desierto egipcio de
la Tebaida.
Allí mismo donde la civilización faraónica había florecido siglos antes,
ahora, en las primeras centurias del cristianismo, los monjes pueblan el
despoblado y viven en solitario su intensa experiencia interior y
espiritual.
A nuestra sociedad lo profundo le sabe a raro y los compromisos definitivos
o las decisiones comprometedoras de por vida no están de moda. Onofre, sin
embargo, nos ofrece un testimonio admirable de profundidad interior capaz de
abarcar todo su paso por la tierra.
Se dedicó a la oración y, después de orar, a dar buen consejo a quien se lo
requería. ¿Nada más? Y... nada menos: dejar que el alma rebose amor de Dios
para que otros puedan descubrirlo y amarlo; dejarse afectar desde el centro
de la propia personalidad por la Gracia y contagiarla a otros como la gran
curación, la gran salud, la gran salvación.
Si en la Iglesia no existieran estos absolutos testimonios del Absoluto,
todo sería aún más relativo de lo que es.
¡Estaríamos buenos!
Gracias, san Onofre, por liberarnos de relativismos estériles con tu
testimonio.