LA PEDAGOGÍA DE LA FE EN LA DIDAJÉ: PARA LLEGAR A SER CRISTIANO
Introducción
El documento conclusivo de Aparecida “Discípulos y Misioneros de Jesucristo
para que nuestros pueblos en Él tengan vida “Yo soy el Camino, la Verdad y
la Vida” (Jn 16,4) detalla la situación de la Iglesia latinoamericana actual
de la siguiente manera y propone una respuesta:
286… Tenemos un alto porcentaje de católicos sin conciencia de su misión de
ser sal y fermento en el mundo, con una identidad cristiana débil y
vulnerable.
Esto constituye un gran desafío que cuestiona a fondo la manera como estamos
educando en la fe y como estamos alimentando la vivencia cristiana; un
desafío que debemos afrontar con decisión, con valentía y creatividad, ya
que, en muchas partes, la iniciación cristiana ha sido pobre o fragmentada.
O educamos en la fe, o no cumpliremos nuestra misión evangelizadora.
Se impone la tarea irrenunciable de ofrecer una modalidad operativa de
iniciación cristiana que, además de marcar el qué, dé también elementos para
el quién, el cómo y el dónde se realiza. Así, asumiremos el desafío de una
nueva evangelización, a la que hemos sido reiteradamente convocados.
288 La iniciación cristiana, propiamente hablando, se refiere a la primera
iniciación en los misterios de la fe, sea en la forma de catecumenado
bautismal para los no bautizados, sea en la forma de catecumenado post
bautismal para los bautizados no suficientemente catequizados.
Recordamos que el itinerario formativo del cristiano, en la tradición más
antigua de la Iglesia, “tuvo siempre un carácter de experiencia, en el cual
era determinante el encuentro vivo y persuasivo con Cristo, anunciado por
auténticos testigos” (Sacrosanctum Concilium 64).
El primer siglo ofrece un documento, la Didajé, que precisamente habla del
cómo educar en la fe, es decir proporciona métodos o, mejor dicho,
pedagogías de cómo disponer al candidato para recorra un itinerario de fe.
El documento proporciona de manera muy concreta un itinerario de la fe.
Ciertamente “tiene carácter de experiencia” y trae el anuncio “por
auténticos testigos”. El tema que tratamos es, pues, de candente actualidad.
.Para poder cotejar mejor las enseñanzas de la Didajé es preciso tener
presente las siguientes características:
La Didajé está dirigida los candidatos provenientes del paganismo. Su
universo poblado de dioses y demonios requiere el anuncio de un solo Dios
que ha creado todo.
Se puede presuponer con seguridad que el catecúmeno ha escuchado el kerigma
y conoce Jesucristo y sus enseñanzas ya que se le enseña a vivir las
bienaventuranzas en su propia vida.
La Didajé sólo transmite indirectamente enseñanzas y contenidos de fe. Su
cometido consiste en establecer concretamente las maneras de cómo introducir
a la fe.
Para el autor de la Didajé la misma pedagogía no es objeto de libre
elección. Al finalizar la parte dedicada a los catecúmenos dice
expresamente: “cuidado que nadie te desvíe de este camino de la doctrina, es
que te enseña fuera de Dios” (Didajé 6. 1). Y si tomamos en cuenta el título
del documento: “Enseñanzas del Señor a las naciones por medio de los 12
Apóstoles”, es patente que se le ha asignado una grande autoridad. Algunos
Padres de la Iglesia la citan como Sagrada Escritura. Tenemos aquí otro
indicio de que se procedía de una manera similar en otras comunidades.
Los cristianos de la Didajé sabían y vivían la conciencia de ser miembros de
la Iglesia universal. Uno de los muchos indicios de esta universalidad
doctrinal y pedagógica consiste en que los cristianos aprenden a discernir
la autenticidad de la fe no sólo del cristiano extranjero y desconocido sino
también de personajes importantes como los didáscalos y profetas. Es decir,
se trata de criterios comunes para las comunidades cristianas de aquel
entonces.
La meticulosidad de la educación académica y los cánones para elaborar
textos asegura que ha de observarse también la secuencia, es decir, la
progresión de las pedagogías en el orden como se presentan. Se puede
observar unas etapas progresivas en la formación que se brinda al interesado
en convertirse en cristiano.
LAS PEDAGOGÍAS DE LA FE
Primera etapa:
Al candidato se le coloca ante una alternativa: tiene que elegir entre el
camino de la vida y el camino de la muerte. Es su decisión. “Existen dos
caminos, uno de la vida y uno de la muerte, entre los caminos existe una
gran diferencia.” (Didajé 1. 1). El candidato de aquel entonces sabía que,
al hacerse cristiano, era probable que sufriera las persecuciones
esporádicas de aquel entonces. Si se escoge el camino de la vida se está
escogiendo el camino de la vida eterna.
¿En qué consiste el camino de la vida eterna?
“El camino de la vida es este: ante todo amarás a Dios que te ha hecho y
luego a tu prójimo como a ti mismo. Todo lo que quieras que no te suceda
tampoco tú lo hagas a otro” (Didajé 1. 2).
Se le anima al catecúmeno a responder a ese amor de Dios manifestado en
Jesucristo. La dimensión de la respuesta concreta es la dimensión del amor
al prójimo. Por medio del amor al prójimo, el candidato aprende a acrisolar
su capacidad de amar a Dios.
A más violencia más amor.
El vuelco copernicano para el candidato que viene del paganismo, no sólo
consiste dejar el miedo y la superstición ante el capricho de las
divinidades paganas y en amar a un solo Dios Creador sobre todas las cosas.
San Pablo describe esta postura de fe y de ánimo ante Dios de la siguiente
manera: “… pues en él vivimos, nos movemos y existimos, como han dicho
algunos de vosotros: ‘Porque somos también de su linaje’” (Hch 17, 28).
Es lanzado a un descubrimiento de esta nueva dimensión de una manera nueva.
Amar es tender vida. Amar es estar en el camino de la vida. Aprenderá a amar
con una radicalidad siempre nueva y progresiva. Se le propone una dinámica
característica que forma parte inalienable de esta vivencia del amor a Dios,
dinámica que aparece prácticamente en todo el proceso catecumenal; dinámica
que también ha de regir potentemente su vida de cristiano; en este caso
concreto es la dinámica de responder a la creciente agresión con una
creciente caridad. La decisión de hacerse cristiano no podía pasar
desapercibida en el entorno y provocaría reacciones negativas. ¿Cómo ha de
responder el creyente? A la maldición el creyente responderá con una
bendición; al ambiente hostil responderá con un acto de caridad más
prolongado, la oración; y a la persecución violenta responderá con un acto
de amor más decidido aún: el ayuno. El leitmotiv que da el catequista es la
siguiente: “Vosotros, pues, amad a los que os odian y no tendréis enemigo” (Didajé
1. 3). No se trata sólo de salvaguardar en el propio corazón una actitud de
amor hacia el adversario. El creyente ama para que el enemigo se convierta
en amigo. El método: “A más violencia más amor”.
Enfocando las pasiones del hombre.
Ahora bien, la agresión y la violencia provocan en la víctima reacciones
encontradas. El didajista llama estas reacciones “pasiones carnales o
corporales”. Los instintos primordiales del ser humano se centran en la
protección de su integridad física, psicológica y emocional y en la
consecución de una seguridad de sustento por medio de los bienes. Serán las
dimensiones por medio de las cuales el candidato puede descubrir si ama a
Dios sobre todas las cosas. El didajista le enseña las bienaventuranzas
correspondientes. Y en la primera aplicación concreta del amor a Dios el
catecúmeno aprende a amar a su enemigo de manera progresiva:
Ofrecer la otra mejilla al que le abofetea, un acto momentáneo;
Cargar voluntariamente dos millas en lugar de la milla obligatoria; una
acción caritativa más prolongada;
Regalar la túnica al que le ha quitado el manto aún con el riesgo de
quedarse desnudo –los antiguos no llevaban calzoncillos-, se trata de un
despojo total por amor al agresor.
Es decir, las bienaventuranzas son otras tantas oportunidades muy concretas
para aprender a amar a Dios sobre todas las cosas.
En cuanto a la propensión de asegurar la vida con los bienes el candidato
aprende que amar a Dios sobre todas las cosas significa que no puede ni
reclamar los bienes que le han quitado. El didajista le dice
perentoriamente: “Cuando alguien toma de ti lo tuyo no se lo reclames para
que lo devuelva, porque no puedes” (Didajé 1. 4). La pregunta obvia: ¿por
qué?
Con todo, no es la violencia que acrecienta la respuesta amorosa. Basta que
alguien pida para que el catecúmeno vea en este pedido la voluntad de Dios
quien, justamente a través del catecúmeno, quiere dar de lo suyo. “Pues,
todo quiere el Padre que sea dado de los bienes propios de él” (Didajé 1.
5). Esto significa que el creyente no puede reclamar tampoco al que le ha
quitado los bienes a la fuerza o por engaño. La inferencia: hasta el robo es
indicación que Dios quiere dar de lo suyo. No basta con considerarse
administrador de los bienes cuyo propietario es Dios. Se necesita discernir
cómo Dios quiere que se les administre. Aprende a darse cuenta como Dios
manifiesta su voluntad dé cómo administrar los bienes suyos.
La pedagogía de esta primera etapa
Al comienzo el catecúmeno ha tomado una decisión radical, una decisión
vital. Después de asumir la opción por el camino de la vida o, lo que es lo
mismo, el amor a Dios sobre todas las cosas, el candidato es invitado a
asumir las consecuencias de esta decisión. Se le ayuda a poder comprobar
concretamente si ama a Dios. ¿Cómo aprende el catecúmeno amar a Dios? Vemos
como el candidato es llevado a tomar decisiones cada vez más pujantes: “A
más violencia más amor”. Esta primera etapa, por tanto, lo introduce en este
proceso, en esta dinámica que lleva a una radicalidad cada vez más
pronunciada. Es la dinámica del amor a Dios sobre todas las cosas que nunca
puede contentarse con lo alcanzado en un momento determinado. Siempre tiene
a más y a mejor. Esta dinámica rige también en todos los aspectos de su
existencia.
En cuanto a los bienes el catecúmeno se convierte en dispensador de lo que
le pertenece a Dios. En realidad, el creyente se convierte en expresi��n del
amor que Dios tiene al otro, también al enemigo. Esto es amar a Dios sobre
todas las cosas. Hasta el mismo acontecimiento de la agresión se convierte
en signo de que Dios quiere dar generosamente. Expresamente el catequista
enseña:
“Dales la bienvenida como a cosas buenas a los acontecimientos que te
sucedan, sabiendo que fuera de Dios nada sucede” (Didajé 3. 10).
De esta manera toda la historia se convierte en oportunidad de responder a
Dios con un amor sobre todas las cosas, amor que se verifica en actitudes y
acciones de cara a los demás. Esto significa que el amor a Dios todo lo
inspira. De esta manera la primera etapa de la pedagogía de la fe le enseña
al catecúmeno a responder con un amor cada vez radical.
La pedagogía de la segunda etapa: amar con todo el ser.
Hasta ahora se le ha introducido al candidato a la dinámica del amor cada
vez más radical. La pedagogía de la segunda etapa da un paso más. Enfoca las
diversas dimensiones humanas implicadas. Se le enseña al candidato a amar a
Dios con todo su ser, con todas sus capacidades. Toda la persona es
implicada en este aprendizaje. Al enumerar los pecados a superar para
continuar por el camino de la vida, el didajista le propone al catecúmeno
una lista de los pecados de acción, luego una lista de los pecados de la
boca y finalmente una lista de pecados interiores. Además cada una de estas
listas de los pecados de acción, de boca e interiores comienza con el pecado
grave, pasa de lo más grave a lo menos grave, recurso que asigna importancia
a los pecados que tienen cada vez menos peso. También se da una sucesión de
los pecados visibles hacia los pecados más escondidos en la intimidad del
ser. El apremio de evitar los pecados menos graves y más íntimos tienen para
el didajista la misma importancia que el apremio de evitar los pecados
graves y visibles.
2,1 El segundo precepto de la doctrina:
2.2. No matarás, no cometerás adulterio’ (cf. Ex. 20. 13-14 ; Dt. 5, 17-18 ;
cf. Mt 19, 18), no serás pederasta, no cometerás prostitución, ‘no robarás’
(cf. Ex 20, 15 ; Dt. 5, 19; cf. Mt. 19, 8), , no practicarás magia, no
aplicarás pociones mágicas, no matarás al niño (no nacido) procurando
aborto, tampoco matarás al (recién) nacido, ‘no apetecerás nada de lo que
sea de tu prójimo’ (cf. Ex 20, 7).
2.3 No jurarás en falso (Mt. 5, 33); no darás falso testimonio (Mt. 19, 18;
Ex 20, 16), no insultarás, no guardarás rencor;
2.4. No finjas, ni hables con doblez porque es ‘una trampa de muerte’ (cf.
Sal 21, 6) el hablar con engaño;
2.5 No sea tu manera de hablar mentirosa ni vacía, sino cumplida en la
práctica;
2.6 No seas codicioso, ni tramposo, ni hipócrita, ni malicioso, ni
arrogante, ni tengas mala intención contra tu prójimo (otra posible
aceptación: no aceptes malos consejos contra tu prójimo);
Esta etapa se resume con la siguiente exhortación: “No odies a nadie; sino a
los unos los corrijas y por estos ora, a los demás los amarás por encima de
tu vida” (Didajé 2, 7).
La pedagogía de la tercera etapa: la guarda del corazón
La tercera etapa del progresivo itinerario de la fe tiene una característica
muy especial. Cada exhortación y enseñanza comienza con la invocación: “hijo
mío – hija mía”. En aquel entonces la inmensa mayoría de los oyentes eran
analfabetos y la transmisión oral consistía también y ante todo para el
oyente en aprender de memoria lo que se le enseñaba. Esta parte se convierte
casi automáticamente en “escuela para padres de familia” porque lo que ellos
aprenden lo pueden transmitir tal cual a sus hijos.
Además, se da en esta etapa otra característica especial adicional: a este
nivel el catequista enseña a sus oyentes a purificar hasta los sentimientos
y pensamientos más íntimos del corazón:
“Deja de ser irascible, la ira lleva al asesinato, ni siquiera seas
partidario de grupos violentos, ni siquiera seas pleitista, ni siquiera
tengas mal genio; porque de todas estas cosas se generan los asesinatos” (Didajé
3. 2).
Lo mismo vale para la lujuria, la superstición, la mentira, etc. En cada
acápite el didajista invita al catecúmeno a lo que llaman los siglos
posteriores “la guarda del corazón”. Estamos ante un proceso de progresiva
interiorización.
Recuérdese que la razón de entrar en ese combate es la decisión y el deseo
de transitar por el camino de la vida, es decir, amar a Dios sobre todas las
cosas.
Téngase también presente que los catecúmenos de aquel entonces en su mayoría
no tenían formación escolar alguna; eran muy poco dados a la introspección y
a reflexionar sobre lo que pasa en el corazón. Pero aquí aprenden que el
amor a Dios colisiona con obstáculos ya en los movimientos más íntimos del
corazón. Para poder amar a Dios se evita el mal hasta en los detalles
mínimos. Basta que tenga semejanza aunque muy tenue y lejana con el pecado
grave.
El peligro que amenaza las etapas anteriores.
Ahora bien, todas estas etapas anteriores están expuestas a un serio peligro
que puede anular todo el proceso. El didajista previene contra este peligro
y ofrece el antídoto. ¿Cuál es este peligro? Es el pecado de la murmuración:
“no seas murmurador porque lleva a la blasfemia, ni siquiera seas arrogante,
ni siquiera seas mal pensado, ya que de todas estas cosas se generan
blasfemias” (Didajé 3, 6). El que murmura no ama a Dios porque no acepta los
acontecimientos que la divina providencia le depara. Siempre ha de tener
presente que amar a Dios es estar en el camino de la vida. El que murmura
blasfema, es decir, habla mal de Dios y de los demás.
¿Cuál es el remedio?
3.7 Sé manso porque los mansos heredarán la tierra” (cf. Mt 5, 5)..
3.8 Llega a ser paciente, misericordioso, sin malicia (cf. Rm 16, 18; Heb 7,
26), pacífico, bondadoso, temblando (cf. Lc 8, 47, Is 62, 2) a causa de
todas las palabras (doctrinas) escuchadas”.
3.9 “No exaltes a ti mismo (cf. Lc 1, 52) ni siquiera admitas a tu alma la
arrogancia ni unas tu alma a los arrogantes sino vive / estate asociado con
los justos y humildes”.
3.10 “dales la bienvenida como a cosas buenas (var.: bienes) a los
acontecimientos (cf. 1 Co 12, 6) que te sucedan, sabiendo que fuera de Dios
nada sucede”.
Esta mansedumbre requiere de una serie de atributos para ser verdadera
mansedumbre según el didajista: paciencia, misericordia, estar sin malicia,
ser pacífico, ser bondadoso, ser temeroso de Dios. La murmuración proviene
de la arrogancia. Superando el orgullo y creciendo en la mansedumbre el
creyente puede aceptar la historia sabiendo que “fuera de Dios no sucede
nada”.
El itinerario hasta ahora.
Como hemos visto, el catequista progresivamente inicia un proceso que anima
al candidato a responder con cada vez mayor radicalidad a la violencia con
actos de amor y de desprendimiento. Luego lo anima a enfocar todas las
dimensiones de la propia persona dando cada vez mayor importancia a los
pecados menos graves y menos visibles sea de acción sea de palabra sea de
pensamiento. Todo se dispone para que no haya obstáculo para el amor a Dios.
En un paso adicional el catecúmeno aprende a vigilar hasta los sentimientos
y pensamientos más íntimos e imperceptibles. El candidato aprende la “guarda
del corazón” y de paso aprende cómo enseñar a sus hijos el mismo cuidado
respecto al amor a Dios como ha aprendido de su catequista.
La pedagogía de la cuarta etapa: vivir en la comunidad
Pasemos a la cuarta etapa: después de haber desintoxicado al creyente de
todo lo que impida o dificulte el amar a Dios sobre todas las cosas, y
después de haber introducido al cuidado hasta de las cosas aparentemente
insignificantes, cuidado que será el combate del cristiano de toda la vida,
esta, la siguiente, la cuarta etapa prepara a la vida en la comunidad de los
creyentes. Cambia la perspectiva. Ahora aprende como amar a Dios en
comunidad. Para ello era necesario que primero se conozca a sí mismo. Al
comienzo dice:
“Hijo mío, haz memoria noche y día del que te habla la doctrina de Dios;
témelo como al Señor. Pues, donde se habla del señorío del Señor allí está
el Señor. Buscarás a diario el rostro de los santos para que encuentres
apoyo en sus palabras” (Didajé 4, 1-2).
La expresión «Señor» en sus 20 ocurrencias sólo una vez se refiere a los
amos de los esclavos (Didajé 4.11) y dos veces forma parte de una cita
veterotestamentaria (Didajé 14.3). Las expresiones «como lo ordenó el Señor
en su evangelio» (Didajé 8.2) y «día del Señor» (Didajé 14.1), etc. no deja
duda que aquí estamos ante una expresión corriente para designar a
Jesucristo. Quiere decir, que la insistencia en el amor al Dios único no
excluye la fe en y la acción de Jesucristo, ni mucho menos. Ahora bien, el
catecúmeno aprende aquí que Dios le viene al encuentro todos los días por
medio de la predicación. Este enunciado evidencia que todo el proceso
anterior no es fruto de un esfuerzo moral denodado para aprender a amar a
Dios sino es una respuesta creciente a la presencia de Dios en la vida del
creyente.
Ahora bien, amar a Dios sobre todas las cosas y vivir en comunidad entraña
las siguientes tareas:
Tiene que intervenir activamente para erradicar los conflictos en la
comunidad aunque se trate de personas importantes.
En cuanto a los bienes el catecúmeno aprende que no solamente administra los
bienes propios de Dios, sino que dar limosna le sirve también para rescatar
sus pecados, sirve para descubrir que Dios es maravillosamente generoso con
aquel que da limosna. Y, esto es importante, adquiere la consciencia de que
es co-propietario de los bienes imperecederos e inmortales por eso con mayor
razón no podrá llamar propiedad suya a los bienes perecederos.
Educará a los hijos el temor de Dios, es decir, que les transmitirá todo lo
que se le ha enseñaba con anterioridad. Ni siquiera ordenará a sus esclavos
de mal humor porque amo y esclavo tienen la misma vocación.
El peligro que amenaza esta cuarta etapa de vivir en comunidad
También en esta etapa levanta la cabeza un peligro mortal. Ese peligro es
tan amenazador que el catequista dice que hay que odiarlo: “Odiarás toda
hipocresía y todo lo que no es agradable al Señor” (4, 12). Este yerro
aparece en la lista de los pecados del camino de la muerte. Pues, pretender
de amar a Dios y no hacerlo es mortal. También aquí el catequista presenta
los remedios: no abandonará lo que le han enseñado, guardará todo lo
recibido, es decir, no añade sus propias interpretaciones, no añade nada ni
quita nada. Confiesa sus pecados en la comunidad. No se acercará a la
comunidad con mala conciencia.
La pedagogía de la quinta etapa: conocer de cerca el camino de la muerte
Como colofón el catecúmeno es confrontado con el camino de la muerte, es
decir, con una lista concreta de los pecados que definitivamente llevan a la
muerte. Es garantía para la universalidad de la doctrina del didajista que
la lista de los pecados del camino de la muerte aparece en prácticamente
idéntica en los evangelios de San Mateo y de San Marcos y también en los
escritos los padres apostólicos. Quiere decir que también en este aspecto
había un acervo de enseñanza en común de las comunidades cristianas de aquel
entonces. Y también aquí la lista de estos pecados progresa de los pecados
más graves exteriores hasta los pecados más íntimos e invisibles y culmina
en que son “sin temor de Dios” (Didajé 5. 1). Por eso, no tienen
discernimiento. El catequista explica las motivaciones y realidades que
están desde detrás de estos pecados. El creyente necesita saber identificar
todo aquello que lleva al camino de la muerte.
Conclusión de las enseñanzas catecumenales
Concluye la parte dedicada a los catecúmenos de la siguiente manera:
“Cuidado que nadie te desvíe de este camino de la doctrina, es que te enseña
fuera de Dios. Si puedes llevar todo el yugo del señor, perfecto eres. Si no
puedes, lo que puedas eso haz” (6. 1-2). Quiere decir que el proceso se
adecua al ritmo del catecúmeno. Pero siempre se le anima a alcanzar la
perfección en este itinerario de la fe. Conviene subrayar otro aspecto más:
Al candidato le dan criterios firmes y claramente definidos y así aprende a
discernir si está amando a Dios sobre todas las cosas. Así aprende que todo
lo que hace, todo lo que dice y todo lo que piensa y siente debería ser una
respuesta al amor de Dios.
Los evangelizadores
Es importante tomar en cuenta también las características de los didáscalos
que son los conductores en este itinerario de fe. Los encargados de
evangelizar según el documento ostentan las siguientes características:
Aumenta en sus oyentes la justicia (la santidad) y el conocimiento del Señor
(cf. Didajé 11. 1). El conocimiento entraña un saber, una saber hacer y un
saber ser
La persona misma es predicación porque vive lo que enseña. “Todo profeta que
aunque enseñe la verdad, si la enseña y no la práctica, es un falso profeta”
(Didajé 11. 10).
Encarna en su persona la radicalidad cristiana ante los bienes (Didajé 11.
5-6. 9. 12).
El catequista es el icono que hace visible en su vida todo lo que enseña. Su
presencia, su predicación y su testimonio son el signo y garantía de que el
Señor y su reino están presentes.
La etapa de los bautizados.
Hemos querido concentrarnos especialmente en las pedagogías de la Didajé
para introducir al catecúmeno a la fe que vivirá como bautizado. El
catecumenado es un aprendizaje de vivir a lo cristiano. Lo aprendido en este
tiempo lo ha de acompañar toda la vida porque toda la vida cristiana se
resume en el amor a Dios sobre todas las cosas. Sin embargo, no se percibe
todo el alcance de la pedagogía catecumenal si no se toma en cuenta la meta
hacia la cual conduce el proceso catecumenal.
Todo el proceso de las pedagogías de la fe evidentemente conduce hacia el
bautismo. El documento, al pasar de la parte que guarda a los bautizados
dice: “Después de haber dicho todo lo anterior, bautizad así: en el nombre
del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo” (Didajé 7.1).
Para caracterizar el nuevo estado después del bautismo el documento habla de
una nueva y maravillosa realidad. Se celebra y se vive la inhabitación de
Dios en la asamblea santa y en el corazón de cada uno de los bautizados.
Esta presencia divina marca la conciencia del cristiano con tanta fuerza
que, cuando se da el caso de que se acerque un bautizado que está en litigio
con otro y no quiere reconciliarse, inexorablemente es excluido de la
asamblea. Nadie le habla. Nadie le escucha. Es como si no existiese. Es que
ha dejado de ser cristiano porque anula la presencia de Dios, anula la
inhabitación de Dios. Se da una conciencia profunda de la santidad de Dios
presente en la asamblea y en el corazón de los bautizados.
Ahora se entiende por qué el catequista ha aplicado desde el comienzo una
pedagogía de radicalidad y de interiorización. Ahora se entiende por qué
todas dimensiones de la persona son insertadas en esta dinámica de amar cada
vez más a Dios sobre todas las cosas hasta en los pensamientos y
sentimientos más recónditos. Todo el itinerario catecumenal de la fe quiere
capacitar al creyente para que pueda dar una respuesta congruente a la
inhabitación de Dios.
Se puede afirmar: Las pedagogías de la fe que hemos contemplado capacitan al
creyente para que, una vez bautizado, pueda acoger, proteger, incrementar y
-en caso de perderla-, recuperar la inhabitación, la santidad de Dios en su
corazón.
Conclusión.
Se plantea la pregunta: ¿Este itinerario de la fe de la Didajé es una
pedagogía válida de cara al reclamo de Aparecida: “Se impone la tarea
irrenunciable de ofrecer una modalidad operativa de iniciación cristiana
que, además de marcar el qué, dé también elementos para el quién, el cómo y
el dónde se realiza. Así, asumiremos el desafío de una nueva evangelización,
a la que hemos sido reiteradamente convocados”?
Finalmente:
«Te damos gracias, Padre santo, por tu santo Nombre,
que hiciste morar en nuestros corazones,
y por el conocimiento y la fe y la inmortalidad
que nos diste a conocer
por Jesús tu siervo/hijo.
A ti la gloria por los siglos. Amén (Didajé 10.2).
¡Venga la gracia y pase este mundo! Amen.
Hosanna al Dios de David.
El que sea santo, que se acerque.
El que no lo sea,
que se convierta.
Maranatha. Amén» (Didajé 10.6).
Gerardo Müller msc