e la existencia de Dios
Páginas relacionadas
San Juan Crisóstomo: Homilías I-IX sobre Mateo
I Bueno sería que no necesitáramos (Introducción)
II Genealogía de Jesucristo
III Genealogía de Jesucristo
IV Generaciones desde Abraham hasta David
V Todo esto sucedió para que se cumpliese
VI Nacido, pues, Jesús en Belén
VII Y habiendo reunido a todos los príncipes
VIII Y habiendo entrado en la casa
IX Entonces Herodes, viéndose burlado
HOMILIA I Bueno sería que no necesitáramos (Introducción)
BUENO sería que no necesitáramos del auxilio de las letras humanas, sino que
de tal manera mostráramos la pureza de nuestra vida que la gracia del
Espíritu Santo supliera para muchas a más los libros; y que, así como éstos
mediante tinta quedan escritos, así en nuestros corazones se escribiera por
obra del Espíritu Santo. Mas, puesto que hemos hecho a un lado gracia
semejante ¡ea! ¡tomemos gustosos el segundo camino! Ciertamente Dios con sus
palabras y sus obras manifestó ser aquel primero más excelente. Así Noé y
Abraham y sus descendientes, lo mismo que a Job y a Moisés, no les hablaba
mediante escrituras, sino él personalmente, por haber encontrado que tenían
limpia su mente.
Pero una vez que el pueblo todo de los hebreos cayó en lo profundo del
pecado, finalmente se hizo necesaria la escritura y amonestación mediante
las letras y las tablas escritas. Esto lo puede cualquiera constatar no sólo
en el Antiguo Testamento, sino también en el Nuevo. Porque Dios no dio a los
apóstoles nada escrito; sino que, en lugar del escrito, les anunció que les
daría el Espíritu Santo. Porque él, les dijo, os recordará todas las cosas
2. Y para que entiendas que era esto lo mejor, escucha lo que dice el
profeta: Estableceré con vosotros un testamento nuevo, poniendo mis leyes en
su mente y las grabaré en sus corazones, y serán todos enseñados de Dios 3.
Y Pablo, demostrando esta excelencia, decía haber recibido esas leyes no en
tablas de piedra, sino en las tablas carnales del corazón 4.
Mas, al correr de los tiempos, se extraviaron unos en los dogmas y otros en
el modo de vivir y en las costumbres, y fue necesaria la exhortación por
medio de la escritura. Considera, pues, y advierte cuán grave mal es que
quienes deben vivir en tan gran pureza que ni aun necesiten de la letra
escrita, sino que presenten sus corazones al Espíritu Santo, en vez de usar
de escrituras, una vez que semejante honor han perdido, se vean constreñidos
a la dicha necesidad; y aun finalmente ni aun de este segundo remedio usen
como conviene. Si reproche es que estemos necesitados de la escritura y no
alcancemos por nosotros mismos la gracia del habla del Espíritu Santo,
debéis advertir cuán tremenda culpa sería no querer emplear ni este otro
auxilio, sino despreciar también las letras, como si en vano y a la ventura
se nos pusieran delante, y por tales procederes venir a merecer una pena
mayor.
Para que tal cosa no nos suceda, pongamos cuidadosa atención a las Sagradas
Escrituras y veamos en qué circunstancias fue dada la Ley Antigua y en
cuáles el Nuevo Testamento. ¿Cómo fue dada la Antigua Ley? ¿cuándo y dónde?
Tras de la destrucción de los egipcios, en el desierto, en el monte Sinaí,
mientras brotaban humo y fuego de la montaña, resonaba la trompeta y había
continuos truenos y relámpagos, y Moisés estaba en el interior de aquella
oscuridad. No fue así como se dio la Nueva Ley: no se dio en el desierto, ni
en el monte, ni entre humo, tinieblas espesas y tempestades, sino cuando
alboreaba el día, en casa, sentados todos; y todo se llevó a cabo con suma
tranquilidad.
La razón fue que para los de aquellos entonces, gente indómita y nada
razonable, eran necesarias circunstancias que hirieran la fantasía, como
eran la soledad, el monte, la humareda, el sonido de la trompeta y otras
cosas semejantes; mientras que para gente ya más desarrollada y más
dispuesta a la obediencia y que estaba muy por encima de los pensamientos
terrenos, no había necesidad de nada de aquello. Y aunque es verdad que
también acá hubo gran ruido, no fue por motivo de los apóstoles, sino de los
judíos que se hallaban presentes; y por lo mismo aparecieron las lenguas de
fuego. Pues si a pesar de todo lo que habían visto los judíos aseguraban
todavía que los apóstoles redundaban de mosto, mucho más lo habrían
aseverado si ninguna de las dichas señales hubiera advertido.
Y, por cierto, en el Testamento Antiguo, ascendió Moisés al montes y Dios
descendió a Moisés; acá en cambio, una vez que nuestra humana naturaleza fue
levantada hasta el cielo, o por mejor decir fue llevada el solio real, bajó
a los apóstoles el Espíritu Santo. Si el Espíritu Santo fuera menor que el
Padre y el Hijo, esto no habría sido ni más grande ni más maravilloso que
aquellas cosas antiguas. Pero a la verdad aun las tablas de esta venida son
con mucho más nobles y más espléndidas, lo mismo que los misterios a
obrados. No descendieron los apóstoles del monte portando en sus manos, al
modo de Moisés, las tablas de piedra, sino llevando por doquiera en su
pensamiento al Espíritu Santo, a la manera de un tesoro; y por todas partes
iban derramando la fuente de la verdad y de toda clase de dones y de bienes.
Así pasaban por los pueblos, hechos ellos, por la gracia del Espíritu,
libros vivos y leyes vivas. Así atrajeron y arrastraron a tres mil y a cinco
mil y a los pueblos todos de la tierra, pues Dios por medio de la lengua de
ellos hablaba a cuantos se les acercaban 5.
Lleno de ese Espíritu Santo, llevado de la mano por Dios, escribió su
Evangelio Mateo. Mateo, repito: Mateo, aquel publicano; pues no me
avergüenzo de designarlo por su oficio ni a él ni a otros, ya que esto mismo
ensalza sobremanera la gracia del Espíritu Santo y la propia virtud de
ellos. Y con toda razón tituló su obra Evangelio. Porque una vez apartado el
castigo, él se presentó anunciando a todos el perdón de los pecados, la
justicia, la santificación, la redención, la adopción de hijos de Dios, el
parentesco con el Hijo de Dios y la herencia del cielo: a todos digo,
enemigos, perversos, malvados, a cuantos estaban sentados en las tinieblas
de muerte.
¿Qué habrá que pueda equipararse a tan buena noticia? ¡Dios venido a la
tierra!, ¡el hombre elevado hasta el cielo! Entonces mezclados todos, los
ángeles danzaban junto con los hombres, y los hombres conversaban con los
ángeles y con la demás Potestades celestes. Y se veía terminada la guerra
perpetua y hechas las paces entre Dios y la naturaleza nuestra, y al diablo
avergonzado y a los demonios en fuga y a la muerte deshecha y el paraíso
abierto y levantada la maldición antigua y el pecado quitado de en medio y
rechazado el error y vuelta la verdad y la palabra santa predicada por
doquier y floreciente e instituido en la tierra un modo de vivir propio del
cielo y las Potestades celestes conversando familiarmente con nosotros y los
ángeles frecuentando la tierra y floreciendo en todas partes la bella
esperanza de los bienes futuros,
Por tal motivo Mateo llamó a su narración Evangelio, indicando así la
vaciedad de las demás cosas como la abundancia de riquezas, el mucho
poderío, el principado, la gloria, los honores, y todo lo demás que entre
los hombres se tiene como un bien. En cambio, lo que aquellos pescadores
prometieron, con toda verdad y propiedad se llama Buena. Nueva o Evangelio.
No sólo porque los bienes que anuncia son firmes e imperecederos y que
superan a lo que la dignidad nuestra puede exigir, sino además porque con
toda facilidad se nos han concedido. Los hemos recibido no por trabajos y
sudores nuestros ni por nuestros padecimientos, sino únicamente gracias a la
caridad de Dios.
Mas ¿por qué habiendo sido tan grande el número de los discípulos solamente
dos escribieron de entre los apóstoles y otros dos de entre sus seguidores?
Porque uno escribió su Evangelio como discípulo de Pablo; otro como
discípulo de Pedro; y además Juan y Mateo. Fue porque nada hacían por vana
ostentación sino todo para la común utilidad. Entonces ¿no basta con que un
solo Evangelista lo narrara todo? Sí, por cierto: bastaba. Pero, aunque
hayan sido cuatro los que escribieron y lo hayan hecho no al mismo tiempo ni
en el mismo sitio y sin reunirse para ello ni de mutuo acuerdo, sin embargo,
como todos refieren los hechos como si hablaran por una misma boca, nace de
aquí una máxima demostración de lo que afirman.
Alegarás que sucede en absoluto todo lo contrario; pues vemos que con
frecuencia disienten entre sí. Respondo que esto mismo es un gran argumento
en favor de que dicen verdad. Si todo lo que narran estuviera totalmente de
acuerdo en cuanto al tiempo, lugar y aun en las palabras mismas, ningún
adversario les daría fe, pues pensaría que todo lo habían escrito de mutuo
acuerdo humano; y que semejante concordancia no provenía de la buena fe,
sencillez y sinceridad. Aparte de esto, por lo que mira a las diferencias
que en cosas mínimas - en ellos al parecer se observan -, eso precisamente
aleja de ellos toda sospecha y claramente justifica la fiel rectitud de los
escritores. Si afirman algo diverso en lo tocante a sitios y tiempos, nada
obsta eso a la verdad de lo que narran, como con el auxilio divino nos
esforzaremos en demostrar con lo que sigue.
Por lo demás, aparte de lo ya dicho, os rogamos que observéis cómo en las
cosas substanciales que tocan al ordenamiento de nuestra vida y a la defensa
de la verdad predicada, no se encuentra que alguno de ellos disienta en nada
de los otros y más. ¿Cuáles son esas cosas? Que Dios se hizo hombre; que
obró milagros; que fue crucificado y muerto y sepultado; que resucitó al
tercer día; que subió a los cielos; que vendrá a juzgar; qué dio
mandamientos saludables; que impuso una ley no contraria a la antigua; que
él es el Hijo Unigénito, verdadero y consubstancial con el Padre; y otros
dogmas semejantes. Acerca de tales verdades no encontramos en ellos sino
plena concordancia.
Si no todos refieren todos los milagros y sus circunstancias, sino que unos
pusieron unos y otros otros, en nada te conturbe. Si uno lo hubiera narrado
todo, los demás serían superfluos; y si cada cual hubiera escrito cosas
nuevas y diferentes, no habría manera de constatar su concordancia. Tal es
la razón de que varios refieren juntamente varios de los hechos y de que
cada cual tome su propio argumento, para que no parezca que escriben algo
superfluo y a la ventura: nos dan de este modo una excelente prueba de la
verdad.
Por su parte, Lucas nos declara la razón que lo indujo a escribir. Para que
tengas, dice, la verdad acerca de las cosas en que te han instruido 6. Como
quien dice: para que una y otra vez exhortado, estés con certeza y bien
persuadido. Juan calló el motivo. Pero de acuerdo con lo que ya de antiguo
nuestros mayores y padres nos han transmitido, no sin razón se dedicó a
escribir; sino que, como los otros tres Evangelistas se propusieron tratar
ampliamente de la humana naturaleza de Cristo, y había el peligro de que la
divina quedara en la sombra, finalmente, por inspiración del mismo Cristo,
se puso a escribir su Evangelio. Consta además por la historia misma y por
el modo de comenzar su Evangelio. Pues no comenzó como los otros, por las
cosas inferiores, sino por las más altas, como convenía a su propósito, y
así publicó su libro. Ni sólo es más elevado que los otros en el comienzo,
sino en todo el decurso de su Evangelio.
De Mateo se refiere que por rogárselo los judíos que habían creído, les puso
por escrito lo que de palabra les había enseñado: por esto escribió su
Evangelio en hebreo. Se dice también que Marcos, en Egipto, a ruegos de sus
discípulos escribió a su vez. Mateo, como quien escribía para los judíos, no
puso su atención en otra cosa, sino en demostrar el origen de Jesús desde
Abraham y David. Lucas, como quien se dirigía a todos, llevó más arriba su
narración y llegó hasta Adán. Mateo comenzó poniendo delante las
generaciones, ya que nada podía tanto agradar a los judíos, como el saber
Cristo era descendiente de Abraham y de David. Lucas siguió otro camino:
narró primero muchas otras cosas y hasta después vino a la genealogía. Pero
que ambos concuerden lo demostraremos luego con el testimonio del orbe todo
que recibió su doctrina.
Más aún: lo testificarán sus mismos enemigos. Porque tras de los dichos
Evangelistas, brotaron las herejías en cantidad, afirmando cosas contrarias
a lo que el habían enseñado; y de ellas, unas aceptaron todo lo escrito
otras solamente una parte que, así mutilada, en adelante conservaron. Ahora
bien, si en lo escrito se demostrara alguna contradicción, ciertamente las
herejías que lo contradicen no han admitido el texto íntegro, sino
únicamente la parte que del texto las favoreciera. Y las que sólo admiten
una parte del escrito quedarían redargüidas por esa parte que admiten en
fragmentos, puesto que todos ellos están a voces gritando su concordancia
con todo el cuerpo del escrito.
Si del costado de un animal tomas un pedazo hallarás en él todo aquello de
que consta el animal íntegro, como son los nervios, las venas, los huesos,
las arterias, la sangre y por así decirlo, un corno testimonio y documento
de toda la masa. Lo mismo sucede con las Sagradas Escrituras: hay una
manifiesta afinidad entre cada sentencia y el todo. Ahora bien, si
disintieran, no habría la dicha concordancia y tiempo ha que habrían venido
por tierra todos los dogmas. Pues dice el Señor: Todo reino en sí dividido,
no permanecerá 7. Ahora en cambio por el hecho mismo de la concordancia
queda clara la fuerza del Espíritu Santo, persuadiendo a los hombres a que,
apegados a lo que es necesario y más nos urge, las otras minucias ningún
daño les causen 8.
Desde luego, no hay para qué largamente discuta acerca del sitio en que cada
Evangelista escribió. Pero que no se contradicen, a todo lo largo de nuestro
trabajo nos esforzaremos en demostrarlo. Pero tú, que objetas su
discrepancia, pareces querer que hubieran escrito exactamente todo con las
mismas palabras y modismos. No responderé que aun aquellos que sobre todo se
glorían de retóricos y filósofos y han escrito cantidad de libros sobre unas
mismas materias, no sólo han discrepado entre sí, sino que aún se han
contradicho. Pero una cosa es expresarse de distinto modo y otra decir cosas
contrarias. Mas, en fin, a nada de eso recurro: ¡lejos de mí el utilizar su
necedad para mí defensa! Yo no quiero apoyar la verdad confirmándola con la
mentira. Sólo quiero preguntarte: ¿Cómo cosas que hubieran sido
contradictorias habrían merecido fe? ¿cómo se habrían impuesto? Si los
Evangelistas se hubieran contradicho ¿cómo habrían causado tan grande
admiración? ¿cómo se les habría dado fe y habrían alcanzado tanta celebridad
en todo el orbe?
Por otra parte, hablan aún muchos testigos de lo que ellos decían y muchos
enemigos y opositores. Porque las cosas no fueron dichas a ocultas ni fueron
ocultadas en cuanto ellos escribieron; sino que fueron publicadas por todas
las tierras y por todos los mares y todos las oían. Se leían estando
presentes los adversarios, lo mismo que ahora se hace, y nadie tropezó en
eso: con toda justicia y razón, porque era la divina virtud la que todo, en
todos operaba. Si así no hubiera sido ¿cómo podían un publicano y un hombre
sin letras tales cosas discurrir y filosofar? Cosas que los no iniciados ni
por sueños se habrían imaginado, los Evangelistas las anunciaban y las
persuadían con grande autoridad; y esto sucedió no únicamente mientras ellos
vivían, sino también ya difuntos; y no a solos dos o a veinte hombres, sino
a cientos, a miles, a decenas de millar, a ciudades enteras, razas y
pueblos, por mar y por tierra, en Grecia y en las naciones bárbaras, en los
poblados y en los desiertos; y todo tratándose de escritos que superan con
mucho a nuestra humana naturaleza.
Pues bien, haciendo a un lado todo lo terreno, en todo trataban cosas
celestiales y nos mostraron otra vida y otro género y modo de vivir; otros
géneros de riquezas y de pobreza; de libertad y de servidumbre; otra vida y
otra muerte; otro mundo y otras formas de proceder: en una palabra, un
cambio en todas las cosas. No procedió así Platón, autor de una ridícula
República; ni Zenón ni otros que tal vez escribieron acerca de las
repúblicas y establecieron leyes. Más aún: por los hechos mismos quedó
manifiesto que fue un espíritu maligno, un demonio feroz, enemigo de nuestra
naturaleza y de la castidad, adversario de lo honesto y amigo de
trastornarlo todo, quien tales discursos les puso en el pensamiento.
Porque, poniendo como comunes a todas las mujeres y llevando a la palestra a
las vírgenes doncellas del todo desnudas para espectáculo de los varones y
preparando nupcias clandestinas y perturbándolo y mezclándolo todo y
traspasando las leyes naturales ¿qué otra cosa puede de ellos afirmarse? Y
que todas esas prácticas sean invenciones de los demonios y que repugnen a
la naturaleza racional, lo testifica la naturaleza misma que de tales
abominaciones se horroriza. Esto aparte de que ninguna de esas cosas fue
publicada entre persecuciones y peligros y combates, sino estando en plena
seguridad y libertad de parte de los que las recibían; mientras que la
predicación de aquellos pescadores, desterrados, azotados, envueltos en toda
clase de peligros, la recibieron y aceptaron los rudos y los sabios, los
siervos y los reyes, los soldados, los bárbaros, los helenos, con toda
benevolencia.
Ni vayas a objetar que semejante predicación, por ser de cosas pequeñas y
sencillas, fácilmente fue por todos recibida. Porque ésta de los apóstoles
es mucho más alta que la de aquellos filósofos gentiles. Por ejemplo: acerca
de la virginidad, aquéllos ni por sueños la conocieron, ni aun su nombre; ni
tampoco la pobreza, ni el ayuno, ni otra alguna de esas cosas sublimes. En
cambio, los que fueron nuestros maestros y doctores, no sólo rechazan la
concupiscencia, no sólo castigan lo malo en las obras, sino aun en las
miradas impúdicas y en las obras rijosas, y en la risa inmodesta, y en el
vestido y el modo de hablar y de andar; y conducen a una cuidadosa
disciplina aun en las minuciosidades: de manera que han llenado el orbe con
los gérmenes de la virginidad.
Y acerca de las cosas celestiales y de Dios, enseñan un modo de ciencia que
jamás pudo caber en el entendimiento de aquellos hombres. Ni ¿cómo podían
elevarse a tales pensamientos los que contaron entre sus dioses las imágenes
de las fieras, de las serpientes y de otros animales? Y, sin embargo, tan
excelsos dogmas fueron aceptados y creídos y cada día siguen floreciendo y
fructificando. En cambio, la religión y culto de aquellos pereció y se
desvaneció con mayor facilidad que si hubieran sido telas de araña. Y fue
eso razonable. Porque todo aquello era predicación de los demonios, de
manera que juntamente con la lascivia llevaban grande oscuridad y mayores
trabajos. ¿Qué puede haber más ridículo que una enseñanza en la que aparte
de lo ya dicho, un filósofo, declamando infinitos versos para demostrar lo
que es justo, va juntamente llenando, sus dichos con tan gran verbosidad y
oscuridad que, aun cuando algo bueno contengan sus sentencias, finalmente
resultan inútiles para arreglar la vida del hombre? Si el agricultor, el
herrero, el arquitecto, el piloto o cualquiera otro de los que en el diario
trabajo se preparan su alimento, quisiera abstenerse de ejercer su arte, y
justo trabajo y gastara largos años en llegar a saber qué sea lo justo, con
frecuencia, antes de lograrlo se moriría consumido de hambre por andar
examinándolo; y tras de adquirir ese conocimiento inútil, acabaría
finalmente de un modo violento.
No son así nuestras enseñanzas. Porque qué sea lo justo, lo honesto, lo útil
y todas las demás virtudes, con breves y clarísimas palabras nos lo enseñó
Cristo. Unas veces decía: En dos mandamientos se resumen la Ley y los
profetas 9, es a saber en la caridad para con Dios y para con el prójimo. Y
en otra ocasión: Lo que queréis que los hombres os hagan, hacedlo vosotros a
ellos. En esto se contienen la Ley y los profetas 10. Cosas son éstas de
fácil inteligencia para el agricultor, el siervo, la viuda y el niño, y aun
para quien fuera un pobre del todo sin discurso. Porque tal es la condición
de la verdad y lo testifica el éxito mismo de los sucesos. Todo el mundo
aprendió en seguida lo que debe hacerse; ni solamente lo aprendieron, sino
que procuraron ponerlo en práctica; y no sólo en medio de las ciudades sino
en las cumbres de las montañas. Porque aún en los montes puedes tú ver gran
sabiduría, coros de ángeles que viven y brillan en cuerpo humano, modos de
vivir excelentes que resplandecen como cosas celestiales.
Aquellos pescadores nos delinearon un modo de vida, no dando preceptos para
irnos enseñando desde la niñez, como lo hacían aquellos filósofos ni
determinando edades para los que anhelaban la virtud, sino ensenando a todas
las edades. Las enseñanzas de aquéllos son juegos de niños; las de éstos con
tienen la verdad de las cosas. A semejante modo de vivir le señalaron como
sitio el cielo, y presentaron a Dios como su autor y legislador, como en
absoluto lo es en efecto; y le pusieron como premio no coronas de laurel, no
ramos de olivo, no banquetes en el pritaneo, no estatuas de bronce: ninguna
de esas cosas vanas y frías sino a vida sin acabamiento y en el modo de
vivir de los hijos de Dios, y coros en unión de los ángeles en la presencia
del solio real y la eterna compañía de Cristo.
Y de semejante modo de vida maestros son los publicanos, los pescadores, los
fabricantes de tiendas de campaña; hombres que no habrán vivido por un breve
tiempo, sino que llevarán una vida sin término, de manera que aun después de
su muerte pueden ayudar a quienes 1o imitan. Y tal género de vida tiene
guerra declarada no contra los hombres, sino contra las Potestades
incorpóreas que los son los demonios. Por esto su capitán no es un hombre ni
un ángel sino el mismo Dios. Y el armamento de semejantes soldados dice bien
en absoluto con el género de guerra. Porque no se fabrica con pieles, ni con
hierro, sino con verdad y justicia, con fe y toda clase de virtudes.
Siendo, pues, así que acerca de semejante modo de vivir se ha escrito este
libro, del cual nos hemos propuesto hablar, oigamos con atención al
Evangelista Mateo, quien nos hablará de él con toda claridad; puesto que no
son suyas las sentencias, sino de Cristo, que fue quien tal modo de vida
instituyó. Apliquemos nuestro ánimo de un modo tal que merezcamos ser
inscritos en esa falange y brillar luego entre los que, habiéndolo abrazado
y practicado, han recibido ya en premio las in mortales coronas.
A muchos esto les parece cosa fácil, mientras que las voces de los profetas
contienen muchos pasajes difíciles. Pero quienes así juzgan, desconocen la
profundidad de las sentencias en el evangelio encerradas. Os ruego, por lo
mismo, que nos sigáis con grande empeño a fin de que, llevando como capitán
a Cristo, logremos adentramos en el piélago de semejantes escritos. Y para
que con mayor facilidad podáis aprender, os suplicamos y rogamos, lo mismo,
que os hemos suplicado y rogado para los otros libros de la Sagrada
Escritura que de antemano repaséis las sentencias que vamos a explicar, de
manera que a la explicación preceda la lectura; como sucedió con el eunuco
aquel de la reina Candace: eso procura grande facilidad para luego bien
comprender. Porque grandes y muchas cuestiones se nos van a presentar.
Desde el comienzo mismo del evangelio, advierte cuántas y cuán graves cosas
se ofrecen para la investigación. Desde luego, por qué se introduce la
genealogía dé José, que no era padre de Cristo. Lo segundo, como aparece
claramente que Cristo trae su origen de David, siendo así que se ignora
quiénes fueron los ancestros de María su Madre pues no se nos cuenta la
genealogía de María. En tercer lugar, por qué se habla de la genealogía de
José quien para nada intervino en la concepción de Cristo, y en cambio nada
en absoluto se dice de la propia de la Virgen, su Madre; ni de su padre, ni
de su abuelo, ni de quiénes ella nació. Además, conviene averiguar por qué,
recorriendo el evangelista la línea genealógica por el lado de los varones,
sin embargo, intercala el nombre de varias mujeres; y ya que les pareció
bien nombrarlas, por qué no las enumera a todas, sino que, dejando a un lado
las más honorables, como Sara, Rebeca y otras semejantes, sólo menciona a
las que se hicieron notables por algún defecto, por ejemplo, a la que fue
fornicaria o adúltera, a la extranjera o la de bárbaro origen.
Puso en el número a la mujer de Urías y a Tamar y a Rahab y a Rut, de las
cuales una fue extranjera, otra meretriz, otra violada por su suegro, y no
por alguna ley sobre el matrimonio, sino arrebatándole a ocultas el coito
bajo el disfraz de meretriz. Y por lo que hace a la mujer de Urías, nadie
ignora el hecho a causa de lo notable del pecado. Pues bien, el evangelista,
dejando a un lado a las otras, sólo de éstas hizo mención. Si convenía
recordar a las mujeres, bien estaba recordarlas a todas; y si no a todas,
era bueno preferir a las que florecieron en la virtud y no a las que
manifiestamente cayeron en pecado.
En consecuencia, ya veis cuán grande atención necesitamos desde el
principio, aun cuando semejante exordio les parezca suficientemente claro, y
a otros muchos quizá hasta superfluo, ya que se reduce a un cúmulo de
nombres.
Conviene en seguida averiguar por qué omitió a tres reyes. Si calló sus
nombres por haber sido ellos en exceso impíos, convenía que tampoco hubiera
nombrado a otros igualmente perversos. También se nos presenta otra
cuestión. Habiendo dicho el evangelista que eran catorce generaciones, en la
tercera división no se ajustó a ese número. Y también por qué Lucas puso
nombres distintos; y por qué no son todos iguales, sino que nombró a otros
muchos; mientras que Mateo puso otros distintos, aun cuando termine su lista
a su vez en José, lo mismo que terminó Lucas la suya.
Veis pues cuán despiertos debemos estar no sólo para encontrar las
soluciones, sino también para advertir qué cuestiones las necesitan. Porque
no es poco llegar a encontrar las cosas que pueden producir alguna duda. Por
ejemplo: una de las dudas es cómo Isabel, siendo de la tribu de Leví; puede
ser parienta de María. Mas, para no recargar vuestra memoria amontonando
muchas cosas a la vez, aquí terminaremos. Basta para excitar el deseo de
saber el solo hecho de que conozcáis las cuestiones que se ofrecen. Y si
anheláis conocer las soluciones, está en vuestra mano, aun antes de que
nosotros las expliquemos. Si os veo deseosos y que anheláis saber, procuraré
yo mismo proporcionaros las respuestas. Mas si os viere soñolientos y que no
atendéis, guardaré para mí tanto las cuestiones como las respuestas, en
cumplimiento de aquel precepto divino que dice: No queráis echar lo santo a
los canes, ni arrojar vuestras margaritas a los cerdos, no sea que con sus
patas las pisoteen 11.
¿Quién es el que las pisotea? El que no las juzga dignas de honor y
preciosas. Preguntarás: pero ¿es posible que haya alguno tan miserable que
tenga estas cosas como no dignas de honor, ni más preciosas que todo? ¡Sí!
Aquel que no pone en ellas tanto empeño como el que pone en las meretrices
de los teatros satánicos. Porque hay quienes en eso pasan íntegros sus días
y descuidan gran parte de sus obligaciones domésticas a causa de tan
inoportuna ocupación. Y luego retienen con toda diligencia en su corazón lo
que ahí oyen y lo conservan para ruina de sus almas.
En cambio, aquí en el templo, en donde habla Dios mismo, no quieren estar ni
por brevísimo tiempo. Y este es el motivo de que nada tengamos de común con
el cielo, y que nuestro modo de vivir cristiano se reduzca a simples
palabras. No nos ha amenazado Dios con la gehenna para arrojarnos a ella,
sino para persuadirnos de que huyamos de semejante dañina costumbre. Pero
nosotros procedemos de modo contrario. Oímos, y, sin embargo, día por día
tomamos el camino que a ella nos conduce; y habiendo ordenado Dios no
únicamente que oigamos la palabra, sino que la pongamos en práctica, ni
siquiera soportamos el oírla. ¿Cuándo por fin pondremos en práctica lo que
se nos ordena y nos entregaremos a las obras, siendo así que llevamos
pesadamente y agriamente los ratos que aquí por brevísimo tiempo gastamos?
Nosotros, cuando hablamos de cosas frívolas y advertimos que nuestros
oyentes no prestan atención, lo tomamos a injuria Y ¿pensarnos que no
ofendemos a Dios cuando al hablarnos El de cosas tan importantes lo
desatendemos y volvemos a otra parte los ojos de nuestra mente? Un anciano
ha recorrido gran parte de la tierra, y describe ligeramente la cantidad de
estadios, la situación de las ciudades y su forma y sus puertos y su foro.
Nosotros en cambio ni siquiera sabemos qué tan lejos estamos de aquella
celestial ciudad, pues de lo contrario, ya nos habríamos apresurado a
disminuir la distancia, si la conociéramos. Si somos negligentes, la dicha
ciudad distará de nosotros no sólo lo que el cielo dista de la tierra, sino
mucho más; mientras que, si somos diligentes, podremos llegar hasta sus
puertas en un punto de tiempo. Porque semejante distancia no se ha de medir
por la longitud de los espacios, sino por nuestros modos de proceder.
Conoces perfectamente las cosas de esta vida: las recientes, las pasadas,
las más antiguas y primitivas. Puedes contar los príncipes bajo cuyo mando
has militado en otro tiempo, y también decir cuál fue el presidente de los
certámenes y los que distribuyen las coronas y los jefes: cosas todas que
para nada pueden ayudarte ni te aprovecharán. Y en cambio, quién sea el jefe
de esta ciudad de que hablamos, quién sea ahí el primero, quién el segundo,
quién el tercero, por cuánto tiempo lo haya merecido, qué gloriosas hazañas
haya llevado a cabo, eso ni por sueños lo has considerado.
Y ni siquiera soportas que otros te hablen de las leyes que en la dicha
ciudad imperan. Pero entonces dime: ¿cómo poder esperar conseguir los bienes
prometidos ya que ni siquiera atiendes a las palabras que a ellos se
refieren?... Pues bien: si antes no lo hemos hecho, ahora procuremos
practicarlo. Porque, si el Señor nos lo concede tenemos que ir a una dorada
y aún más preciosa que el oro. Advirtamos, pues, sus fundamentos, sus
puertas de zafiro y margaritas fabricadas. Tenemos un excelente guía en
Mateo. Entramos ahora por él como por una puerta y necesitamos de grande
explicación.
Porque si él ve a alguno que no atiende, lo arrojará de la ciudad. Ciudad en
exceso regia e ilustre es aquella y no como nuestras ciudades. Tiene foro y
palacios, pero ahí todo es regio. Abramos pues las puertas de nuestra mente,
abramos nuestros oídos y una vez que hemos llegado a sus dinteles, con gran
temor adoremos a su Rey: ¡aun en su primer encuentro puede llenar de temor a
quien lo contempla! Ahora esas puertas nos están aún cerradas. Pero en
cuanto las veamos abiertas ¿pues a esto equivale la solución de las
cuestiones que se nos ofrecen?, entonces podremos contemplar su interior de
fulgor intenso. Este publicano conducido los ojos del Espíritu Santo, te
promete declararte y manifestarte todo lo que ahí hay: dónde se asienta el
Rey, quiénes de entre su ejército lo rodean; dónde están los ángeles, dónde
los arcángeles, qué sitio está señalado para los nuevos ciudadanos de esta
urbe, cuál es el camino que a ella conduce, qué suerte ha tocado a los que
primero en ella fueron admitidos como ciudadanos y cuál a los segundos y
cuál a los terceros, cuántos órdenes de ciudadanos hay en ella, cuántos
forman el Senado y en qué se diferencian por su dignidad.
No entramos, pues, tumultuosamente ni con estrépito, sino con un místico
silencio. Si en el teatro las cartas del emperador se leen en profundo
silencio, mucho más conviene que en esta ciudad todo esté quieto y que la
mente y los oídos anden atentos. Pues no van a leerse cartas de ningún rey
terreno, sino del Rey de los ángeles. Si queremos proceder en esta forma, la
gracia misma del Espíritu Santo nos irá conduciendo con suma diligencia y
nos acercaremos hasta el trono mismo y solio real; y conseguiremos toda
clase de bienes por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, a quien
sea la gloria y el poder, en unión con el Padre y el Espíritu Santo, ahora y
siempre y por los siglos de los siglos. Amén.
Notas
1. Homilías, Volumen II. Sobre el Evangelio de San Mateo. Traducción directa
del griego por Rafael Ramírez Torres, S. J., Editorial Tradición, México,
1978. 2 Jn 14, 26. 3 Jn 31, 31-33. 4 2Co 3, 3. 5 Hch 2, 41 y Hch 4, 4. 6 Lc
1, 4. 7 Lc 11, 17 8. Advierte Migne que el argumento que el santo propone
tiene muchas dificultades, como puede apreciarse desde luego. Quizá de vez
en cuando el ardor oratorio lo arrastra algo más allá de lo que pide el
general sentir. Por ejemplo, un poco más adelante, cuando se expresa tan
despectivamente de hombres como Platón, que ciertamente fueron ilustres y
han ayudado no poco al desenvolvimiento de las ciencias filosóficas y aun
teológicas. 9 Mt 22, 40. 10 Mt 7, 12. 11 Mt 7, 6
HOMILIA II
Genealogía de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham (Mt 1, 1)
¿Recordáis por ventura la exhortación que hace poco os hacía para que con
silencio profundo y místico recogimiento escucharais todo lo que se os iba a
decir? Pues bien: hoy tenemos que acercarnos a las sagradas puertas de
aquella ciudad; y por este motivo os he traído a la memoria aquella
exhortación. Si a los judíos que habían de acercarse al monte ardiente, al
fuego y a la nube tenebrosa; o mejor dicho que ni siquiera debían acercarse,
sino ver y oír de lejos, se les ordenó abstenerse del uso del matrimonio
desde tres días antes y que lavaran sus vestidos; y ellos permanecían
juntamente con Moisés en temor y temblor, mucho más nosotros que vamos a
escuchar tan solemnes palabras, no permaneciendo lejos del monte envuelto en
humo, sino penetrando en el cielo mismo, estamos obligados a mostrar mayor
sabiduría y prudencia, no limpiando nuestros vestidos, sino la vestidura del
alma, liberados ya de toda mezcla de las cosas mundanas.
Porque no vais a ver la tiniebla ni el humo ni la nube tempestuosa, sino al
Rey en persona, sentado en el trono de su gloria inefable y a los ángeles y
arcángeles que lo rodean, y junto con su corte incontable, a las multitudes
del pueblo cristiano. Porque tal es la ciudad de Dios que en si contiene la
reunión de los antepasados, las almas de los justos, la multitud de los
ángeles, la aspersión de la sangre que junta en uno todas las cosas: el
cielo recibe en sí los cuerpos terrenos y la tierra los dones celestiales, y
se da a los ángeles y a los santos la paz tan de antiguo deseada.
En esta ciudad está erigido aquel brillante y preclaro trofeo de la cruz,
están los despojos ganados por el Rey nuestro. Ahora bien, si cuidadosamente
atendemos, todo lo encontraremos en los evangelios con plena justeza
descrito. Si tú con el conveniente recogimiento vas siguiendo lo que se
diga, podremos guiarte por todos los sitios y mostrarte en dónde yace
traspasada la muerte con herida mortal, en dónde han suspendido el pecado ya
muerto también, en dónde están los exvotos de las victorias ganadas, muchas
y maravillosas, en esta lucha y batalla presente. Verás ahí vencido al
tirano y a la multitud de esclavos que lo siguen atados; verás la fortaleza
desde la que el demonio impuro en los tiempos pasados asaltaba a todo el
universo; contemplarás los escondrijos y cuevas de ese ladrón ahora ya
destruidos y desmantelados. Porque aún allá se presentó el Rey.
Ni te vayas a cansar, carísimo, ya que no te cansarías escuchando a quien te
narrara una guerra como si presente se hallara, con sus trofeos victorias;
más aún, no preferirías a semejante narración ni la comida, ni la bebida.
Pues si agradable te resulta semejante narración, más lo es esta otra.
Advierte qué cosa tan grande es escuchar cómo Dios allá en el cielo, se
levantó de su trono y se lanzó hasta la tierra y aun a los mismos infiernos
y se presentó a combatir; y cómo el demonio a su vez encaró contra Dios sus
reales; pero no contra Dios simplemente, sino contra Dios oculto en la
humana naturaleza Y lo admirable es que verás la muerte destruida por la
muerte y la maldición levantada mediante la maldición; y la tiranía del
demonio destruida por medio de las mismas cosas que antes constituían su
fortaleza.
!Ea, pues! ¡despertemos, echemos de nosotros la somnolencia! Ya contemplo
delante de nosotros las puertas patentes y de par en par abiertas. Entremos
con modesto temor y al punto dirijámonos al dintel ¿Cuál es en nuestro caso
el dintel? Genealogía de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham. ¿Qué
dices? ¿Anunciaste que ibas a tratar del Hijo Unigénito de Dios y nos sales
con David, varón nacido tras de infinitas generaciones y a éste lo llamas
padre y progenitor?... ¡Espera! No quieras saberlo todo al mismo tiempo,
sino despacio y con lentitud. Estas en el dintel apenas, en la entrada. ¿Por
qué te precipitas al interior? Todavía no has examinado bien el exterior
íntegro. Porque aún no te enumero la íntegra genealogía. Más aún, ni la que
luego se sigue, secretísima e inefable. Esto mismo te lo dijo, antes que yo,
el profeta Isaías. Pues prenunciando su pasión y su providencia en el orbe
de la tierra, y admirado de que siendo el que es, haya venido a ser lo que
es ya y haya descendido tan abajo, exclamó con clara y potente voz: ¿Quién
narrará su genealogía? 12.
Pero no tratamos aquí de aquella generación eterna, sino dé esta otra
inferior y terrena, de la cual hay tantos testigos. De ésta, según la gracia
que del Espíritu Santo hemos recibido, y según nuestras fuerzas y capacidad,
hablaremos. Aunque a verdad, tampoco ésta podremos con toda claridad
explicarla pues también ella es sobremanera estupenda. No pienses cuando
oyes hablar de ésta, que estás oyendo cosas sin valor. Levanta tu mente y
llénate de un santo escalofrío con sólo oír que Dios ha venido a la tierra.
Porque esto es admirable, tan inesperado, que los ángeles en coro reunidos
cantaron por todo orbe las alabanzas y la gloria de sede acontecimiento ya
de antiguo los profetas quedaron estupefactos de contemplar que se dejó ver
en la tierra y conversó con los hombres 13. En realidad, estupenda cosa es
oír que Dios inefable, inenarrable, incomprensible, igual al Padre, viniera
mediante una Virgen y se dignara nacer de mujer y tener por ancestros a
David y Abraham. Pero ¿qué digo a David y Abraham? Lo que es más que
escalofriante: a las meretrices que ya antes nombré.
Tú, al oír semejantes cosas, levanta tu ánimo y no vayan a sospechar vileza
alguna. Más bien admírate de que el Hijo de Dios, verdadero Hijo de Dios,
que existe sin haber tenido principio, haya aceptado que se le llamara hijo
de David, para hacerte a ti hijo de Dios. Toleró el tener por padre a un
esclavo para hacer que tú, esclavo, tuvieras a Dios por padre. ¿Adviertes lo
que es el Evangelio, ya desde sus principios? Y si dudas de esa tu
filiación, que te muevan a la fe a ella, las cosas que en él se refieren.
Porque es con mucho más difícil para el humano entendimiento que Dios se
haga hombre que lo otro de que el hombre llegue a ser hijo de Dios. De modo
que cuando oyes que el Hijo de Dios es hijo de David y de Abraham, ya no
dudes de que el hijo de Adán llegará a ser hijo de Dios. Pues a la verdad,
nunca en tal forma se habría vanamente humillado y para nada, si no hubiera
de exaltarnos a nosotros. Nació él según la carne para que tú nacieras según
el Espíritu; nació de mujer para que tú dejaras de ser hijo de la mujer. De
modo que hubo una doble generación: una, tal que fuera como la nuestra; y
otra que fuera superior a la nuestra. Nacer de mujer es lo propio nuestro.
Pero nacer no de sangre ni de voluntad de varón y de la carne, sino del
Espíritu Santo, significa otra, generación que será superior a la humana y
nos concederá por obra del Espíritu Santo.
Semejantes a estas fueron todas las demás cosas. Porque así fue también el
Bautismo que tuvo algo de antiguo y algo de nuevo. Que Cristo fuera
bautizado por un profeta, era lo antiguo; pero que el Espíritu Santo
descendiera, era lo nuevo. Procedió Cristo como si un hombre, puesto entre
dos que se hallan separados, extendiendo sus manos y tomando con ellas las
de los separados, a éstos los uniera. Así unió el Antiguo Testamento con el
Nuevo, la naturaleza divina con la humana, sus cosas con las nuestras.
¿Has contemplado el resplandor de la ciudad y cómo centellea ya desde su
entrada? ¿Ves cómo desde el dintel inmediatamente muestra al Rey disfrazado
en forma tuya? ¡Ahí está, como si estuviera rodeado de su ejército! Porque
ahí no siempre despliega el Rey su majestad; sino que, dejando a un lado la
púrpura y la diadema, con frecuencia se reviste de los arreos militares.
Sólo que allá lo hace de tal modo que no con darse a conocer atraiga a los
adversarios sobre sí; acá, en cambio, lo hace en tal forma que no por darse
a conocer, haga huir del encuentro al enemigo y embrolle a cuantos son de
los suyos: porque todo su empeño fue no castigar sino salvar. Y este fue el
motivo de que al punto y desde el comienzo fue llamado Jesús. Este nombre no
es heleno. Se le llamó así en lengua hebrea, que en griego significa Sotér,
o sea Salvador. Y se le llamó Salvador porque es él quien salva a su pueblo.
¿Adviertes cómo el evangelista levantó el ánimo del oyente, hablándole al
modo que nosotros acostumbramos; y cómo con lo que dice nos declara a todos
cosas que superan en absoluto nuestras esperanzas? Porque entre los judíos,
eran conocidísimos ambos nombres: Cristo y Jesús. Había precedido el
conocimiento de los nombres, porque habían de realizarse cosas sobre toda
expectación; y fue para que ya de antemano se quitara toda ocasión de
alboroto por las novedades que luego habían de venir. Jesús se llamó aquel
que después de Moisés introdujo al pueblo en la tierra de promisión. Viste
allá la figura: contempla ahora la realidad. Aquél introdujo en la tierra de
promisión; éste, en el cielo y en los bienes del cielo. Aquél, una vez
muerto Moisés; éste, una vez muerta y cesada la Ley. Aquél como caudillo del
pueblo; éste, como Rey. Y para que al oír el nombre de Jesús no te fueras a
engañar a causa del parecido de los nombres, añadió: Jesucristo hijo de
David. Aquel otro Jesús no era hijo de David, sino nacido de otra tribu.
Y ¿por qué titula su libro: de la genealogía de Jesucristo, siendo así que
no trata de la sola genealogía, sino que abarca toda la empresa de Jesús?
Porque éste el resumen de todas ellas y el principio y raíz de todos los
bienes. Así como Moisés a su libro lo llamó Libro del cielo y de la tierra,
aunque no trate únicamente del cielo y de la tierra, sino además de las
otras cosas en ellas contenidas, así aquí también Mateo titula u libro con
el nombre que resume los bienes de todos y toda la preclara empresa. Al fin
y al cabo, lo estupendo y qué su pera toda expectación es que, Dios se haga
hombre: puesto ese hecho, de ahí, por legítima consecuencia y lógicamente se
deriva todo lo demás.
Pero ¿por qué no dijo primero: hijo de Abraham y después hijo de David? No
fue porque quisiera, como algunos opinan, proceder de lo inferior a lo
superior, pues entonces habría pro cedido como lo hizo Lucas. Pero Mateo va
por camino contrario. ¿Por qué pues nombró a David? Porque David andaba en
boca de todos, así por el brillo de sus hazanas como por razón del tiempo,
pues había muerto muchos siglos menos antes que Abraham. Y aunque el Señor
habla hecho las promesas a ambos, pero acerca de Abraham por ser más antiguo
no se hablaba tanto. David en cambio como más reciente andaba en boca de
todos. Así decían los judíos: ¿Acaso el Cristo no ha de venir de la
descendencia de David y del pueblo de Belén de donde era David? 14
Nadie lo llamaba hijo de Abraham, sino hijo de David, porque, como ya dije,
David, a causa de ser de época más reciente y del mayor brillo de su reino,
era más recordado. Y lo mismo procedían respecto de los reyes posteriores, a
quienes ensalzaban: los referían a David. Ni s6lo los judíos, sino también
Dios. Así Ezequiel y otros profetas les anunciaban que vendría Da vid y
resucitaría; pero no se referían al profeta David, muerto ya, sino a los que
habrían de imitar su valor. Así dice a Ezequías: Protegeré a esta ciudad por
honor mío y de mi siervo David 15. Y a Salomón le dijo que por atención a
David no dividiría el reino viviendo aún Salomón. Porque grande era la
gloria de aquel varón ante Dios y ante los hombres. Toma pues el evangelista
en primer lugar al que era más conocido y luego pasa al progenitor más
antiguo; y por tratarse de los judíos, cree ser inútil llevar más arriba su
discurso. Al fin y al cabo, esos dos eran los más admirables: David como rey
y profeta; Abraham como profeta y patriarca.
Preguntarás ¿c6mo se demuestra que Cristo descendía de David? Habiendo
nacido Jesús no de varón, sino de una Virgen; y no dándosenos la genealogía
de la Virgen ¿cómo sabremos que él descendía de David? Porque hay aquí dos
cuestiones. Una es por qué no se pone la genealogía de María su madre; otra,
por qué trae a la memoria a José, quien para nada intervino en la generación
de Jesús. Parece que esto segundo está fuera de lugar; y que en cambio se
echa de menos lo primero. ¿Por dónde debemos comenzar? Por investigar cómo
la Virgen descendía de David. Y ¿cómo sabremos que descendía de David? Pues
oye a Dios que ordenando a Gabriel le dice que vaya a una Virgen, desposada
con un varón llamado José, de la casa y familia de David. ¿Qué mayor
claridad exiges, pues oyes que la Virgen fue de la casa y familia de David?
Pero de aquí se concluye que también José traía el mismo origen. Porque
existía una ley que prohibía tomar por esposa a quien no fuera de la misma
tribu. Y el patriarca Jacob había predicho que el Cristo nacería de la tribu
de Judá: No faltará príncipe de Judá ni jefe salido de sus entrañas, hasta
que venga aquel a quien el cetro está reservado; y él será expectación de
los pueblos 16. Semejante profecía asegura que Cristo nacerá de la tribu de
David, pero no dice que de la familia de David. ¿Acaso en la tribu de Judá
no había otra familia que la de David? Muchas otras había; y podía suceder
que fuera de la tribu de Judá, sin que fuera de la familia de David. Pues
para que no afirmaras esto, el evangelista suprime toda sospecha, añadiendo
que él fue de la familia y tribu de David.
Y si quieres conocer esto por otro camino no faltan pruebas. Porque según la
Ley no sólo no era lícito casarse con una mujer de otra tribu, pero ni
siquiera de otra familia, o sea de otro parentesco. Si pues aplicamos a la
Virgen las palabras: de la casa y familia queda todo probado. Y si las
referimos a José igualmente se comprueba. Pues si José era de la casa y
familia de David, ciertamente no tomó esposa de otra casa y familia sino de
su propia parentela. Urgirás, diciendo: ¡Bueno! Pero ¿qué si José quebrantó
la Ley? Precisamente para que no alegaras esto, se adelantó el evangelista y
dio testimonio de que José era varón justo, y así, conociendo su virtud y
santidad, supieras que no había quebrantado la Ley. Pues quien tan virtuoso
era y tan ajeno estaba a los torcidos afectos, que ni a urgiéndolo la
sospecha quiso intentar un castigo contra la Virgen, ¿cómo iba a traspasar
la Ley movido de simple afecto libidinoso? Quien ejercitaba la virtud en
grado tal que ni la Ley se lo exigía (puesto que abandonar a su esposa y
abandonarla a ocultas era más de lo que la Ley exigía) ¿cómo iba a cometer
una falta contra la Ley y por añadidura sin que nada a eso lo constrinera?
Queda, pues, manifiesto por lo que precede que la Virgen era descendiente de
David.
Pero ahora es necesario explicar por qué el evangelista no puso su
genealogía, sino la de José. ¿Cuál fue el motivo? No entraba en las
costumbres judías poner las genealogías de las mujeres. Por esto el
evangelista, para ajustarse a semejante costumbre, y no parecer que ya desde
el comienzo la quebrantaba, pero al mismo tiempo para declararnos el origen
de la Virgen, calló sus progenitores, pero en cambio puso los de José. Si la
hubiera puesto, no habría escapado a la nota de novelero; y si hubiera
callado la genealogía de José tampoco conoceríamos a los ancestros de la
Virgen. Así pues, para que conociéramos quién era María y de quiénes nacida,
y al mismo tiempo para no quebrantar las leyes, refirió la genealogía del
esposo de la Virgen y así demostró ser ésta descendiente de David. Pues una
vez demostrado lo primero, juntamente quedaba demostrado que la Virgen traía
su origen de la misma casa y familia; ya que, como dije, jamás hubiera
querido aquel varón justo tomar esposa de otra familia.
Hay además otra razón más profunda y misteriosa de que se hayan pasado en
silencio los progenitores de la Virgen; pero no es tan oportuno el
declararla aquí, porque ya bastante hemos dicho. Por lo mismo dando por
terminada, por hoy, la investiga retengamos en la memoria cuidadosamente lo
explicado. Es a saber: por qué ante todo y en primer lugar se hizo mención
de David: por qué el libro se tituló Libro de la genealogía; por qué se
anadió de Jesucristo; por qué su generación es común con la nuestra y sin
embargo es diferente; cómo se demuestra que Maria desciende de David; por
qué, pasando en silencio a sus antepasados, se pone en cambio la genealogía
de José. Si esto recordáis, haréis que nosotros con mayor prontitud entremos
a tratar de lo que sigue; pero si lo queréis olvidar y arrojar de vuestra
memoria, nos tornaremos más tardos para explicar lo que sigue.
Es obvio que no cultive el labrador con gusto un terreno que no recibe la
semilla. Os ruego, pues, que meditéis en lo dicho. Porque además, de la
meditación de tales materias nacen para el alma grandes y saludables bienes.
Agradaremos a Dios si en esto ponemos cuidado; y además nuestra boca se
purificará de insultos, obscenidades y discusiones, pues se ejercitará en
conversaciones espirituales. Podremos así tornarnos más temibles a los
demonios, fortificando nuestros labios con las armas de semejantes
conversaciones; aparte de que se nos acrecerá la perspicacia de los ojos
interiores. Dios puso en nosotros ojo y oídos, para que todos ellos se
ocupen en su servido; de manera que de sus cosas hablemos, en sus obras nos
ocupemos y continuamente con himnos lo celebremos, y en acciones de gracias
pasemos el día, y de este modo purifiquemos nuestras conciencias. Pues así
como el cuerpo que goza de aires puros se torna más vigoroso, así el alma,
nutrida con semejante ejercicio, más y más se adhiere a la virtud.
?No has notado cómo los ojos corporales derraman lágrimas cuando están entre
el humo; y en cambio se tornan más perspicaces y sanos cuando están en un
aire transparente y en un prado, junto a las fontanas, en los huertos? Lo
mismo sucede con los ojos del alma. Si ésta se pasea y a en el prado de las
Sagradas Escrituras, su ojo será limpio, claro, perspicaz; mientras que, si
se sumerge en las humaredas de los negocios seculares, su ojo se cubrirá de
llanto y lágrimas así al presente como en lo futuro. Porque los humanos
negocios son como el humo. Por lo cual alguien dijo: Mis días se han acabado
como el humo 17. David trata ahí únicamente de la brevedad de la vida y
velocidad con que huye nuestro tiempo fugaz. Pero yo creo que ha de
aplicarse no sólo a solo, sino también a la fragilidad, como de tela de
arana, de los negocios presentes. Pues no hay cosa que tanto afecte y
perturbe los ojos del alma como el tumulto de las cosas del siglo y la
multitud de las concupiscencias. Son éstas la lena de que brota aquel humo.
Y así como cuando el fuego se aplica a unos maderos húmedos, se produce una
gran humareda, del mismo modo la concupiscencia, ardiente como una llama,
cuando topa con una alma muelle y disoluta, produce mucho humo. Se necesita
el rocío del Espíritu Santo y de su viento suave que tales llamas extinga y
disipe la humareda y deje libre y ligera y alada nuestra mente.
Quien en semejantes males se encuentre enredado, no podrá ¡imposible! volar
hacia el cielo. Debemos pues anhelar el poder tomar el camino sin
impedimentos. Más aún: ni eso solo nos bastará, si no tomarnos las alas del
Espíritu Santo. Siéndonos necesaria una mente libre y además la gracia
espiritual para poder subir a tan gran altura, cuando en vez de eso nos
cargamos con todo lo contrario como con un peso satánico ¿cómo podremos
volar oprimidos de carga tan insoportable? Si alguno quisiera ponderar
nuestros pensamientos como poniéndolos en una justa balanza, al lado de mil
talentos de cuidados seculares, apenas podría poner cien de conversaciones
espirituales y aun quizá no llegara ni a diez óbolos. ¿No es acaso
reprobable y además ridículo que cuando tenernos un criado lo ocupemos de
ordinario en las cosas que nos son necesarias y en cambio no utilicemos como
siervo nuestra boca, miembro nuestro, sino al revés la traigamos ocupada
entre negocios inútiles? ¡Y ojalá fuera solamente en cosas inútiles! Pues,
por el contrario, la usamos para asuntos que nos dañan y de los que ninguna
utilidad nos proviene. Si lo que hablamos nos acarreara utilidad sin duda
que con ello agradaríamos a Dios.
Ahora, en cambio, preferimos cuanto el demonio nos sugiere, unas veces entre
risas y burlas, otras con urbanas palabras, ya lanzando maldiciones e
insultos, ya jurando, mintiendo, perjurando, o mostrando ira o narrando
futilezas más vanas que las fábulas de las viejecitas y que para nada nos
aprovechan. ¿Quién de vosotros, pregunto, si se le pide que recite un salmo
es capaz de hacerlo, u otra parte cualquiera de la Sagrada Escritura?
¡Ninguno a la verdad! Ni es esto lo peor; sino que sois para las cosas
espirituales perezosos, pero para las del diablo sois más rápidos que el
fuego. Si alguno quisiera preguntaros sobre las canciones diabólicas o las
meretrices y los versos lascivos, encontraría muchos que todo eso lo saben
perfectamente y aun lo declaman con grandísimo placer. Y ¿cuál es la defensa
que contra semejante acusación oponen? Responden: Yo no soy monje, sino que
tengo mujer e hijos y necesito cuidar de mis asuntos domésticos. Pues
precisamente por eso todo se echa a perder; que os persuadís de que sólo a
los monjes toca la lectura de las Escrituras Sagradas, siendo así que a
vosotros os es más necesaria que a ellos. Los que andan en escampado y
diariamente reciben heridas son los que más necesitan de medicinas. De modo
que es mucho mayor mal juzgar como inútil su lectura, que simplemente no
leerlas. Semejante defensa no es sino intervención del demonio.
?No escucháis a Pablo, que dice: Para corrección nuestra se han escrito
todas estas cosas? 18. Tú, en cambio, si fuera necesario tomar los
evangelios sin lavarse las, manos, lo huirías por respeto; y en cambio,
piensas que lo que en ellos se contiene no es cosa eminentemente necesaria.
Por eso andan las cosas como andan. Si quieres saber cuán alta ganancia se
obtiene de leer las Escrituras, examínate a ti mismo y observa en qué estado
de ánimo te encuentras cuando oyes el canto de los salmos y en cuál cuando
escuchas las canciones satánicas. En qué disposición de ánimo te encuentras
cuando estás sentado en la iglesia, y en cuál cuando estás sentado en el
teatro. Notarás así una gran diferencia en tu alma, aun siendo ella no más
que una. Por esto dice Pablo: Las malas conversaciones corrompen las buenas
costumbres 19.
Por tal motivo necesitamos a la continua de los cantos del Espíritu Santo.
En esto superamos a los brutos aun cuando en otras muchas cosas les seamos
inferiores. Esos cantares son el alimento del alma y su adorno y seguridad;
y no escucharlos es el hambre y corrupción. Yo les daré, dice, hambre y no
de pan; sed y no de agua; sino hambre de oír la palabra de Dios 20. Pues
¿qué desdicha puede haber mayor que lo que Dios amenaza como castigo, lo
atraigas tú sobre tu cabeza voluntaria mente, pues echas en tu alma
grandísima hambre, con lo que la debilitas mucho más que todo lo que hay
débil? Suele el alma mediante las palabras sanar o enfermar, porque con las
palabras se enfurece o se apacigua una vez enfurecida. Una palabra lasciva
enciende la concupiscencia y una palabra honesta vuelve al hombre casto.
Pues si tan grande poder tiene la simple palabra ¿por qué dime, desprecias
la Sagrada Escritura? Si las simples exhortaciones tanta fuerza tienen,
mucho mayor la tendrán cuando a ellas se junte el Espíritu Santo. Una
palabra tomada de las Escrituras santas ablanda mejor que fuego a un alma
endurecida y la deja preparada para toda obra buena. Este fue el modo como
Pablo, habiendo visto a los corintios hinchados y soberbios, los volvió más
modestos y los redujo a la humildad; Ellos se gloriaban precisamente de lo
que era motivo de vergüenza y de rubor. Pero, en cuanto recibieron la carta
de Pablo, oye cómo cambiaron, según lo testifica el mismo doctor de las
gentes con estas palabras: Ved cuánta solicitud os ha causado esa misma
tristeza según dios y qué excusas, qué enojos, qué temores, qué deseos, qué
celo y qué vindicaciones 21.
Pues del mismo modo ensenamos a nuestros criados, hijos, esposas y amigos; y
de enemigos procuremos hacerlos amigos. Por esos caminos aquellos excelentes
varones, amigos de Dios, se tornaron mejores. Así David, después de su
pecado, fue inducido, como fruto de las palabras de una exhortación, a una
excelente penitencia. También del mismo modo los apóstoles llegaron a ser
tales como los conocemos y así ganaron a todo el orbe. Pero me dirás. ¿Cuál
será el fruto si uno oye las sentencias, pero luego no las practica? Pues a
pesar de todo, de sólo oírlas se sigue una no pequeña ganancia. Porque quien
las oye se condenará a sí mismo y llorará, y finalmente llegará un día en
que será llevado a poner en práctica lo que ha oído. En cambio, el que ni
siquiera sabe que pecó ¿cuándo dejará de pecar? ¿cuándo aborrecerá sus
pecados?
En conclusión, no desperdiciemos la lectura de las Sagradas Escrituras.
Pensamiento satánico es despreciarlas, y tal que nos impide ver el gran
tesoro que tenemos para hacernos ricos. Nos inspira ser en vano escuchar las
Sagradas Letras, para no ver que por la lectura las ponemos por obra.
Sabiendo pues que tal perversidad y artimaña es del demonio, defendámonos
por todas partes para que, con tales armas prevenidos, permanezcamos
invencibles y le aplastemos la cabeza. Así, coronados con las insignias de
la victoria, conseguiremos los bienes futuros, por gracia y benignidad de
nuestro Señor Jesucristo, a quien sea la gloria y el poder, por los siglos
de los siglos. Amén.
Notas
12 Is 53, 8. 13 Ba 3, 38. 14 Jn 7, 42. 15 2R 19, 34. 16 Gn 49, 10. 17 Sal
102, 4. 18 1Co 10, 11. 19 1Co 15, 33 20 Am 8, 11. 21 2Co 2, 11.
HOMILIA III
Genealogía de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham.
ESTAMOS ya en la tercera disertación y aún no terminamos las cuestiones
suscitadas en el proemio, De manera que no en vano os decía que estas
sentencias son por su misma naturaleza profundas. ¡Ea, pues! Expliquemos
ahora lo restante. ¿Qué es lo que investigamos? La razón de que Mateo ponga
la genealogía de José, quien en absoluto nada tuvo que ver en la generación
de Cristo. Ya indicamos un motivo. Conviene ahora declarar otro más secreto
y misterioso. ¿Cuál es? No quería que los judíos, al mismo tiempo que
conocían el parto, supieran que nacía de una Virgen. No os conturbe esta
inesperada respuesta. No es sentencia mía sino de nuestros Padres y
doctores, varones admirables y esclarecidos.
Si allá al comienzo Cristo muchas veces les dijo cosas oscuras, llamándose
Hijo del Hombre, sin revelar con claridad en todas partes su igualdad con el
Padre ¿por qué tú te admiras de que también este misterio lo dejara en
sombras con una grande y admirable providencia? Preguntas ¿qué es aquí lo
admirable? El haber salvado el honor de la Virgen y haberla librado de
perversas sospechas. Si los judíos desde un principio hubieran oído este
misterio, lo habrían interpretado maliciosamente y habrían lapidado a la
Virgen y la habrían condenado como adúltera.
Si en otras cosas de las que en el Antiguo Testamento tenían ejemplos, con
tan gran impudencia procedían; si cuando Cristo arrojaba los demonios lo
llamaban endemoniado; si cuando curó en sábado lo tuvieron por enemigo de
Dios, aun a pesar de que anteriormente con frecuencia se había quebrantado
la ley del sábado ¿qué no habrían dicho si tal misterio hubieran escuchado?
Porque habrían tenido como aliado todo el tiempo pretérito en que nunca
jamás semejante cosa había sucedido. Si en presencia de muchos y grandes
milagros toda vía lo llamaban el hijo de José ¿cómo iban a creerlo nacido de
una Virgen antes de los dichos milagros? Por tal motivo se pone la
genealogía de José y se desposa a la Virgen. Si José, varón necesitó de
grande prueba para llegar a comprender lo sucedido, como fueron la visita
del ángel, la visión en sueños, el testimonio de los profetas ¿cómo aquellos
judíos perversos, corrompidos, enemigos de Cristo, habrían aceptado
semejante versión? Cosa tan nueva, tan inesperada, tenía que, perturbados
profundamente, puesto que en todo el tiempo de sus antepasados, jamás tal
cosa había sucedido.
Los que creyeron ser Cristo el Hijo de Dios, ya no pudieron dudar de
semejante misterio. En cambio, los que lo creían seductor y enemigo de Dios
¿cómo no iban a escandalizarse de semejante afirmación, en lugar de darle
asentimiento? Tal fue la razón de que allá al principio nada dijeron los
apóstoles, mientras que amplísimamente se referían a la resurrección, de la
que ya en los tiempos antiguos abundaban ejemplos, aunque ninguno tan
espléndido. En cambio, que fuera nacido de una Virgen no lo dicen con
frecuencia, ni tampoco la Virgen se atrevió a publicarlo. Mira, por ejemplo,
lo que ella le dice: Tu padre y yo te buscábamos 22. Más aún, si lo hubieran
sospechado, ni siquiera habrían creído ser él hijo de David, negado lo cual
se habrían seguido muchos males. Por esto ni los ángeles mismos lo revelan,
sino únicamente a José y a María. Cuando anunciaron a los pastores el fausto
acontecimiento, ninguna alusión hicieron al inefable misterio.
Y ¿por qué motivo, habiendo recordado a Abraham y añadiendo que engendró a
Isaac e Isaac engendró a Jacob, sin nombrar a su hermano Esaú, cuando llegó
a Jacob recordó a Judá y a sus hermanos? Dicen algunos que fue a causa de
las malas costumbres de Esaú y de aquellos primeros. Por mi parte no lo
afirmaría. Pues si ese fuera el motivo ¿cómo, poco después recuerda mujeres
de las mismas costumbres? Es que en el caso la gloria de Cristo resplandece
más por sus contrarios: es decir no de que tenga grandes progenitores, sino
al revés pequeños y aun viles. La gloria mayor de quien es excelentísimo es
poder parecer vil y humilde si es posible. ¿Cuál es pues la razón de que no
los conmemore? Porque nada tenían de común con los israelitas, pues eran
sarracenos, ismaelitas y árabes, y los demás que de éstos tomaron origen.
Por esto, dejándolos a un lado, se apresura a nombrar a los progenitores de
Cristo y del pueblo judío. Por eso dice: Jacob engendró a Judá y sus
hermanos. Aquí queda indicado el pueblo judío. Prosigue: Judá engendró a
Fares y a Zara, de Tamar.
¿Qué haces, oh evangelista? ¿Nos traes la historia de una unión criminal?
Responde: ¿qué me objetas? En verdad que, si narráramos la historia de un
simple hombre, con razón alguno habría callado esas cosas. Pero si se trata
de la historia de un Dios hecho hombre, eso no sólo no ha de callarse, sino
ponerse en clarísima luz, para que así se manifieste su providencia y su
poder. No vino para rehuir nuestras vergüenzas sino para suprimirlas. Así
como no admiramos tanto su muerte, como el que haya muerto crucificado, aun
cuando esto segundo sea un oprobio ¿pues cuanto mayor es el oprobio mejor
manifiesta el amor que Cristo nos tuvo?, así hemos de pensar acerca de su
genealogía. No sólo debemos admirarlo por haber tomado nuestra carne, sino
también por haber querido tomar semejantes progenitores, sin avergonzarse
nunca de tomar sobre si nuestras miserias.
E hizo público desde el comienzo de su genealogía, el no avergonzarse de
nada de lo nuestro, ensenándonos a que nunca nos avergoncemos por la maldad
de nuestros antepasados, sino que nos demos a conseguir únicamente la virtud
A quien la cultiva, aun cuando su progenitor sea un extranjero o haya tenido
una madre meretriz o por otros motivos despreciable, de esto ningún daño se
le seguirá. Si la vida anterior para nada mancha a quien acoge a un
adúltero, muchos menos el varón virtuoso, por haber nacido de una mujer
adúltera o meretriz, -queda deshonrado con la improbidad de sus
progenitores.
Y procedía así Jesús no únicamente para ensenarnos -sino además para
humillar la soberbia de los judíos Habían olvidado la virtud interior del
alma y siempre traía en la boca el nombre de Abraham, creyendo que la virtud
de sus ancestros les serviría de defensa. Por eso desde el principio les
manifestó que de eso no puede adquirirse gloria, sino solamente de las obras
buenas. Además, les pone de manifiesto que todos, aun los mismos ancestros,
estuvieron sujetos a la ley del pecado. Del patriarca que dio su nombre a
ese pueblo, se refiere que cayó en no leve pecado. Tamar lo acusa de
fornicación. David del adulterio con una mujer engendró a Salomón. Pues si
la Ley no fue guardada por aquellos excelentes varones, mucho menos lo sería
por los más pequeños. De manera que, no habiéndose cumplido la Ley por
ellos, todos pecaron y la venida de Cristo se hizo necesaria.
Por otra parte, el evangelista hizo mención de los doce patriarcas,
abatiendo también por este camino aquella jactancia judía por la nobleza de
los progenitores. Pues muchos de ellos nacieron de esclava; y sin embargo,
esa diferencia de padres no influyó en los hijos, pues todos igualmente
fueron patriarcas y jefes de tribu. Esto es para la Iglesia una
prerrogativa; ésta es para nosotros la razón de nuestra nobleza y dignidad,
de la que en lo antiguo existió la figura. De manera que ya seas siervo, ya
libre, por esto nada tienes ni de más ni de menos. Una sola cosa es la que
se indaga: la recta voluntad y las buenas costumbres.
Aparte de lo anterior, otro motivo hubo para conmemorar a los dichos. Pues
no sin causa en seguida de Pares se puso a Zara. Porque parecía cosa
superflua y redundante, tras de la mención de Fares, de donde parte la
genealogía de Cristo, nombrar también a Zara. Entonces ¿por qué también a
este lo nombra? Cuando Tamar estaba a punto de darlos a luz, al momento de
parirlos, fue Zara quien primero sacó la mano fuera del vientre, viendo lo
cual la comadrona, para que fuese él el primogénito, le ató una cinta de
púrpura en la mano. Pero, apenas la había atado, el nino retiró la mano; de
manera que el primero que vio la luz fue Fares y hasta después Zara. Al
notar esto la comadrona exclamó: ¡Vaya rotura [la esperanza] que has hecho!
23.
¿Adviertes la oscuridad del misterio? Porque no sin motivo se nos
escribieron estas cosas. Ni era digno de la historia que se nos narrara lo
que dijo la comadrona, ni parece que había razón para referir eso de que
sacó la mano primero y luego nació después. Entonces ¿qué significa el
enigma? Contestamos, atendiendo desde luego al nombre mismo del nino. Porque
Fa res significa división o ruptura. En segundo lugar, por el hecho, pues no
parece natural que el nino que primero había sacado la mano, luego, atada
ya, la retrajera: no parece cosa natural. Que habiendo uno sacado la mano
primero, saliera luego el otro, parecería natural; pero que el primero
encogiera la mano para dar salida al segundo no es cosa que suceda en los
partos. Sin duda estaba presente el favor de Dios que manejaba a los niños,
y por este medio diseñaba una sombra e imagen del futuro.
¿Qué dicen algunos de los que han estudiado estas cosas? Que estos dos niños
eran figura de dos pueblos. Y para que en tiendas que las instituciones del
segundo pueblo brillaron con el nacimiento del primero, el niño extendió la
mano, pero no se dejó ver íntegramente; más aún, Ja retrajo luego; de manera
que hasta que salió a luz íntegro su hermano, hasta entonces él apareció:
que es exactamente lo que sucedió en los dos pueblos. En los días de Abraham
aparecieron las instituciones eclesiásticas que luego fueron suprimidas. Así
apareció el pueblo judaico con sus instituciones legales. Y finalmente vino
el pueblo nuevo con sus leyes. Por esto dijo la comadrona: ¿Por qué por tu
medio se ha roto el cerco? Porque la Ley al llegar cortó las instituciones
del tiempo de Abraham que se manejaban libres. Con frecuencia la Escritura
Sagrada llama cerco a la Ley, como lo dice David el profeta: Destruiste su
cerco y la vendimian cuantos pasan al lado del camino 24. Por su parte
Isaías: Y le puse en torno un cerco 25. Y también Pablo: Deshaciendo la
pared y cerco interpuesto 26.
Otros creen que lo de: ¿por qué por tu medio se ha roto el cerco? se dijo
por causa del pueblo nuevo. Porque éste al llegar abrogo la Ley. ¿Observas,
pues, cómo el evangelista no sin gran razón hizo recuerdo de la historia
íntegra de Judá? Pues por la misma razón mencionó a Rut y a Rahab, de las
que una fue extranjera y la otra meretriz: para que entendieras que había
venido para borrar todos nuestros pecados. Vino como médico y no como juez.
Del mismo modo que aquellos antiguos desposaron a mujeres meretrices, así
Dios unió consigo nuestra naturaleza adúltera, tal como ya antes los
profetas lo habían afirmado respecto de la sinagoga. Sólo que la sinagoga
fue desagradecida con su Esposo, mientras que la Iglesia, una vez liberada
de sus males heredados, permaneció en el abrazo del Esposo.
Observa cómo lo que se refiere a Rut concuerda con nuestra situación. Era
ella una extranjera reducida a la última pobreza. Pero cuando Booz la vio,
ni despreció su linaje bajo ni des preció su pobreza. Exactamente al modo
como Cristo admitió como consorte a la Iglesia que le era extranjera y no
poseía gran des bienes. Y así como aquélla si no hubiera renunciado antes a
sus padres y tenido en menos su casa, linaje, patria y parientes, nunca
habría sido digna de semejantes nupcias, así la Iglesia entonces apareció
amable a su Esposo cuando hubo renunciado a las costumbres patrias. Así lo
declaró el profeta al apostrofarla: ¡Olvídate de tu pueblo y de la casa de
tu padre y anhelará el Rey tu hermosura! 27. Eso fue lo que hizo Rut y así
fue madre de reyes, como la Iglesia, pues de ella nació David. Tales fueron
los motivos por los que el evangelista, avergonzando a los judíos con todas
estas cosas y persuadiéndolos a no ser soberbios, tejió la genealogía e hizo
mención de aquellas mujeres. Rut, en efecto, a través de sus descendientes,
engendró al gran David, y David nunca se avergonzó de semejante origen.
Porque no puede nadie, no puede ser ni virtuoso ni esclarecido ni sin
gloria, por la virtud o por la perversidad de sus progenitores. Más aún: si
hemos de decir una paradoja, más excelentemente brilla aquel que nacido de
perversos progenitores llega sin embargo a ser un hombre virtuoso. En
consecuencia, que nadie se ensoberbezca por sus ancestros; sino que,
considerando quiénes fueron los progenitores del Señor, rechace toda
hinchazón y no se gloríe sino de sus buenas obras. Y ni aun de éstas, pues
por esto aquel fariseo del evangelio quedó inferior al publicano. Si quieres
hacer algo excelente, no te ensoberbezcas, y con esto ya lo has hecho todo.
Si siendo pecadores, cuando lo pensamos y nos tenemos por lo que somos,
quedamos justificados, como aquel publicano ¿cuánto más lo estaremos si,
siendo justos, nos tenemos por pecadores? Si el pensar con humildad hace
justos a los pecadores, aun cuando no sea propiamente humildad sino
simplemente justa apreciación; si tanto vale esa justa apreciación en los
pecadores ¿qué no hará la verdadera humildad en los justos?
No eches, pues, a perder tus trabajos; no pierdas el mérito de tus sudores;
no recorras infinitos estadios corriendo inútilmente y perdiendo tu trabajo.
El Señor conoce muchísimo mejor que tú tus obras. Si das un vaso de agua
fresca, ni aun eso desprecia; y si un óbolo das de limosna, si un solo
gemido lanzas, todo lo recibe El con benevolencia suma, lo recuerda, le
señala su premio. ¿Para qué examinas lo tuyo y aun con frecuencia lo
publicas? ¿Ignoras que si tú te alabas Dios no te alabará y qué si tú te
confiesas miserable El nunca cesará en tus alabanzas delante de todos? No
quiere El que tus trabajos se tengan en me nos. ¡Qué digo se tengan en
menos! Ningún medio deja de poner para que aun por mínimos méritos allá
arriba recibas tu corona. Da vueltas buscando ocasiones para que puedas
librarte de la gehenna.
Por esto, aun cuando te entregues al trabajo a la hora undécima, te dará
íntegra tu recompensa. Dice: Aun cuando no tengáis ya ocasión de salvaros,
lo haré por mi nombre, para que no sea profanado su nombre 28. Si gimes, si
lloras, esto al punto lo toma como ocasión para salvarte. En fin, que no nos
ensoberbezcamos: confesémonos inútiles para que seamos útiles. Si te crees
digno de alabanza, te inutilizas, aun cuando de verdad seas digno de
alabanza. Si te llamas inútil, te vuelves útil aun en el caso de que seas
digno de reproche De manera que el olvido de nuestras buenas obras nos es
indispensable. Preguntarás que cómo podemos desconocer lo que de verdad
conocemos. Pero ¿qué estás diciendo? ¿Continuamente ofendes al Señor y
todavía te alegras y te ríes y ni siquiera te das cuenta de que has pecado y
todo lo echas al olvido; y en cambio no puedes prescindir del recuerdo de
tus obras buenas? ¡Y eso que el temor tiene más fuerza!
Pero procedamos al contrario. Cada día caemos en pecado y ni siquiera nos
acordamos de eso. En cambio, si damos a un pobre una pequeña limosnita, lo
publicamos por arriba y por abajo: cosa que es el extremo de la locura y
además suma pena para quien recibe la limosna y suma pérdida para quien anda
procurando atesorar buenas obras. No hay más seguro depósito de las buenas
obras que olvido de las buenas obras. Así como cuando exponemos en la plaza
nuestros vestidos de oro nos preparamos muchos que nos asechan; mientras
que, si los ocultamos en casa y los encerramos, entonces los tenemos
seguros, lo mismo sucede con las buenas obras: si frecuentemente las andamos
recordando movemos a ira al Señor, damos armas al enemigo y lo invitamos a
que nos robe. Pero si sólo las conoce Aquel que debe conocerlas estarán en
plena seguridad.
En consecuencia, no revuelvas en tu memoria con frecuencia tus buenas obras,
no sea que alguien te las arrebate, como le sucedió al fariseo que las
andaba publicando y así el demonio se las hurtó; y esto a pesar de que las
publicaba con acciones de gracias y refiriéndolas todas a Dios. Cosa que no
le aprovechó. Porque no es acción de gracias el vituperar a otros, el buscar
para sí la gloria de muchos, el ensoberbecerse contra el que peca. Si das
gracias a Dios, conténtate con eso y no hagas referencias a los otros
hombres, ni juzgues a tu prójimo, porque eso no es dar gracias. Si quieres
saber el modo de dar gracias, oye a los tres jóvenes del horno que dicen:
Hemos pecado; hemos obrado la injusticia; pero tú, Señor, eres justo en todo
lo que has hecho, pues con justo juicio en todo has procedido 29. Confesar
los propios pecados, eso es dar gracias a Dios. El que así los confiesa, se
declara reo de innumerables faltas y no rehúsa el castigo.
Cuidémonos de decir algo en alabanza propia: esto nos vuelve odiosos a los
hombres y execrables ante Dios. Cuantas más excelentes obras hagamos, más
bajamente hablemos de nosotros: entonces alcanzaremos mayor gloria ante Dios
y ante los hombres y no sólo gloria delante de Dios sino grandes
recompensas. No exijas premios y recibirás premios. Confiesa que alcanzas tu
salvación por simple gracia, para que Dios confiese- serte deudor, no
únicamente por tus buenas obras, sino también por ese agradecimiento tuyo.
Cuando obramos el bien tenemos a Dios como deudor sólo por las buenas obras;
pero cuando además pensamos que nada bueno hemos hecho, nos es deudor
también por ese sentimiento humilde, más aún que por las mismas obras
buenas: de manera que tal sentimiento se equipara a las obras buenas. Y si
éste falta, las obras no parecerán cosa grande. Porque también nosotros nos
agradamos más de nuestros siervos cuando, procediendo ellos con gran
benevolencia, piensan que aún no han hecho nada grande y que valga la pena.
Si quieres, pues, que tus buenas obras sean grandes, no juzgues grandes. Así
aquel centurión decía: Señor, yo no digno de que entres en mi casa 30, con
lo que se hizo digno y más de nuestros siervos cuando, procediendo ellos con
gran: No soy digno de ser llamado apóstol 31, y con esto llegó a ser el
primero de todos. Así exclamaba el Bautista: No soy digno de desatar la
correa de su calzado 32, y con esto se hizo digno amigo del Esposo, y a su
mano que él juzgaba indigna de tocar el calzado de Cristo, la puso éste
sobre su cabeza. Igualmente, Pedro decía: Apártate de mí que soy hombre
pecador 33, y con esto fue hecho fundamento de la Iglesia. Porque nada hay
más grato a Dios que el contarse uno como el último de los pecadores. Este
es el principio de toda virtud. Porque quien es humilde y vive contrito no
se dejará llevar de la vanagloria, no se irritará contra su prójimo ni lo
envidiará, no caerá en ningún otro vicio. Es un hecho que, por más esfuerzo
que pongamos, nunca levantaremos en alto una mano que está quebrada. Del
mismo modo, si el alma se llena de contrición, aunque infinitas pasiones del
corazón pretendan hincharla y ensoberbecerla, no podrá ella levantarse ni un
poquito. Si quien deplora los daños temporales, echa de sí todas las
debilidades del alma, con mayor razón quien deplora sus pecados alcanzará la
virtud.
Dirás: pero ¿quién es capaz de quebrantar hasta ese punto su corazón? Pues
oye a David, esclarecido sobre todo por su contrición, y obsérvalo. Tras de
infinitas preclaras hazanas, estando a punto de perder su patria, su
familia, la vida misma, al tiempo mismo de semejante desgracia, como viera a
un mísero y despreciable soldado que lo insultaba y se querellaba, no sólo
no se vengó, sino que a uno de sus jefes que anhelaba matar al injuriante,
se lo impidió y le dijo: ¡Déjalo! porque así Dios se lo ha ordenado 34. Y
también como los sacerdotes le preguntaran si podía llevar consigo el arca
de la alianza, no lo permitió; sino ¿qué dijo?: ¡Vuelva el arca a la ciudad
y quede en su sitio! Si encontrare gracia delante del Señor y me librare
Dios de los males que me amenazan, volveré a ver su decoro. Pero si me
dijere: No te quiero, por mi parte haré lo que le sea agradable 35.
¡Y lo que hizo con Saúl una y otra y muchas veces cuán grande virtud
manifiesta! Porque fue cosa que estaba por encima de la Ley Antigua y andaba
ya muy cerca del precepto evangélico. Cuantos preceptos dimanaban de Dios
los abrazaba y no se ponía a razones sobre los acontecimientos, sino que
ponía todo su empeño en cumplir en todas partes con la ley divina. Y tras de
tantas y tan preclaras hazanas, teniendo delante a un tirano, parricida,
fratricida, rijoso y furioso y que trataba de quitarle el reino, ni aún así
tropezó en algo, sino que dijo: Si agrada a Dios que yo sea destronado y
viva fugitivo y errante mientras él vive entre honores lo acepto, lo abrazo
y doy gracias por los males sin cuento que sufro. No procedió como muchos
petulantes y sin decoro que no habiendo llevado a cabo ni la mínima parte de
las hazanas que hizo David, cuan do advierten que otros andan en prosperidad
en tanto que ellos padecen cualquier molestia o aflicción, destrozan su
propia alma y la cargan con un sin fin de blasfemias.
No se pareció a ellos David, lleno de preclara modestia; y por esto dijo
Dios: Encontré a David, hijo de José, varón según mi corazón 36. Tengamos
nosotros ese mismo ánimo y llevemos con mansedumbre lo que hayamos de
sufrir; y antes del reino gocemos desde acá de los frutos de la humildad.
Porque dice el Señor: Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón y
encontraréis descanso para vuestras almas 37. Pues bien: para que aquí y en
la otra vida disfrutemos de paz, plantemos en nuestra alma la humildad
cuidadosamente, porque ella madre de todos los bienes. Podremos así vadear
sin tempestades el piélago de la vida presente y llegar al puerto tranquilo,
por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, quien sea la gloria y
el poder por los siglos de los siglos. Amén.
Notas
22 Lc 2, 48. 23 Gn 38, 25. 24 Sal 80, 13. 25 Is 5, 2 26 Ef 2, 14 27 Sal 45,
11-12. 28 Ez 36, 22 y 32 29 Dn 3, 29 y Dn 27, 31. 30 Mt 8, 8. 31 1Co 15, 9.
32 Mc 1, 7 y Mt 3, 11. 33 Lc 5, 8. 34 2S 16, 11. 35 2S 15, 25-26. Varían
mucho los manuscritos en este pasaje. La Biblia de Jerusalén lo traduce así:
Dijo el rey a Sadoq: Haz volver el arca de Dios a la ciudad. Si he hallado
gracia a los ojos de Yahvé, me hará volver y me permitirá ver el arca y su
morada. Y si dice: No me has agradado, que me haga lo que mejor le parezca.
36 Sal 89, 4 y 21.
HOMILIA IV
Así pues, todas las generaciones desde Abraham hasta David, catorce
generaciones. Y desde David hasta la vuelta de Babilonia, catorce
generaciones. Y desde la vuelta de Babilonia hasta Cristo, catorce
generaciones (Mt 1, 27).
DIVIDIÓ el evangelista en tres partes todas las generaciones, demostrando
con esto que, aun cuando muchas veces cambia ron los judíos las formas de
gobierno político, nunca se hicieron mejores. En los mismos males se
encontraron, ya obedeciendo a una aristocracia, ya a un rey, ya en una forma
republicana. No se vio en ellos una mayor virtud ni administrando la cosa
pública los jueces, ni los sacerdotes ni los reyes.
Mas ¿por qué hacia la mitad omitió a tres reyes? ¿por qué en la última
división, habiendo puesto solamente doce generaciones dice que son catorce?
La primera cuestión os la dejo para que vosotros la resolváis, pues no
parece necesario que todo se os dé resuelto, a fin de no causaros fastidio.
Explica remos, pues, la segunda. Me parece que aquí el tiempo de la
cautividad se cuenta como tina generación y que el mismo Cristo completa la
tercera, pues el evangelista siempre lo refiere a él todo. Razonablemente
enumera la cautividad para notar cómo ni aun en ese tiempo los judíos se
mejoraron, de manera que en absoluto era necesaria la venida de Cristo.
¿Por qué no hizo lo mismo Marcos, y ni siquiera puso la genealogía de
Cristo, sino que todo lo abrevia? Yo creo que fue Mateo quien el primero
puso mano a la obra; y por eso cuidadosamente escribe la genealogía e
insiste en las cosas que eran necesarias. Marcos escribió después, y por eso
cuida de abreviar, como quien refiere cosas ya sabidas y dichas. Pero
entonces ¿por qué Lucas vuelve sobre la genealogía y aun se alarga más en
ella? Quiso ensenarnos algo más, una vez que ya lo había precedido Mateo y
le había preparado el camino. Cada discípulo imitó a su maestro: Marcos, a
Pedro, que buscaba la brevedad. Lucas, a Pablo, que supera en su elocuencia
arrebatada a los torrentes.
Y ¿por qué Mateo no comenzó como el profeta diciendo: Visión que contemplé,
o bien: Palabra que me fue dicha? Porque escribía para hombres sobrios y que
llenos de atención escuchaban. En ese tiempo ya los milagros clamaban y los
recibían el evangelio eran de verdad fieles. En cambio, en tiempo de los
profetas, no se hacía tal cantidad de milagros que a ellos los autorizara,
aparte de que brotaban turbas seudoprofetas, y a éstos les hacían más caso
los judíos. De modo que entre ellos fue necesario aquel género de exordios.
Pues cuando se obraban prodigios era por causa de los bárbaros, fin de que
creciera el número de prosélitos. También se verificaban los prodigios para
demostrar el poder de Dios, cuando los adversarios derrotaban a los judíos y
pensaban haberlo vencido con el auxilio y poder de sus dioses: así sucedió,
por ejemplo, en Egipto, de donde salió aquella turba abigarrada y lo mismo
después en Babilonia, en lo referente al horno y los ensueños.
También hubo milagros mientras, ya libres, caminaban los judíos por el
desierto, como también los hay en nuestros tiempos. Pues cuando los
cristianos salíamos del error, hubo gran cantidad de milagros. Pero más
adelante, extendida ya la región católica por todas partes, han cesado los
milagros. Más aún, aunque ya salidas las tribus del desierto hubo milagros,
pero fueron menos y raros, como cuando el sol se paró y retrocedió. Y en los
tiempos actuales también se han podido ver prodigios. En nuestros días, bajo
el emperador Juliano, que superó a todos en la impiedad, se han verificado
muchos y muy admirables. Así, por ejemplo, cuando los judíos intentaban
reedificar el templo, salió fuego de los cimientos y puso terror a todos; y
cuando Juliano desató su cólera contra los vasos sagrados, el Quaestor el
tío del mismo Juliano y de su mismo nombre fueron castigados. El primero
murió comido de gusanos; y el otro reventó partido por en medio. Y como se
hubieran ahí ofrecido sacrificios, se secaron las fuentes; y el hambre misma
que se extendió por todas las ciudades, imperando Juliano, fue un estupendo
y gran milagro.
Suele en esas ocasiones Dios mismo obrar milagros. Cuando llegan los males a
su colmo, cuando sus fieles se hayan entre graves aflicciones, cuando ve que
sus enemigos se enloquecen con sus poderes tiránicos, entonces El manifiesta
su poder. Así lo hizo en Persia con los judíos. Así pues, por lo dicho queda
manifiesto por qué el evangelista dividió en tres partes, no sin motivo, a
los progenitores de Cristo. Pero tú advierte en dónde comienzan y en dónde
acaban. De Abraham a David, de Da vid a la cautividad de Babilonia y desde
ésta a Cristo. Porque en la primera serie incluyó a los dos, David y
Abraham; y luego al recomenzar la genealogía, de nuevo nombró a los dos. Fue
porque, como ya dije, a ellos se les habían hecho las promesas.
Mas ¿por qué no hizo mención de la bajada a Egipto, como la hizo de la
transmigración a Babilonia? Porque ya no temían a los egipcios, mientras que
sí temían a los babilonios: lo de los egipcios era ya cosa antigua; lo de
los babilonios era cosa reciente y sucedida como quien dice hace poco.
Aparte de que a Egipto no habían sido llevados por sus pecados; en cambio a
Babilonia sí habían sido transportados por sus transgresiones. Y si alguno
quisiera acometer la interpretación de los nombres, encontraría grande
materia de contemplación, que mucho le ayudaría para la inteligencia del
Nuevo Testamento. Por ejemplo, de los nombres de Abraham, Jacob, Salomón,
Zorobabel, pues no al caso se pusieron esos nombres. Pero para no causaros
molestias con largas digresiones, dejemos esto aquí y ven gamos a lo que es
más necesario.
Una vez que el evangelista enumeró todos los nombres y llegó a José, no se
detuvo en el nombre, sino que añadió: Esposo de María, manifestando de este
modo que por ella había tejido toda la genealogía. Y para que en oyendo
Esposo de María no pensaras que Cristo había nacido según la común ley de la
naturaleza, mira cómo añade lo que puede corregir semejante opinión. Como si
dijera: ¿Has oído el nombre del Esposo y el de la Madre y el que al Nino se
le puso? Pues oye, también el modo de su generación.
Y la generación de Cristo fue así. Por mi parte, pregunto: ¿A qué generación
te refieres? Porque ya me dijiste quiénes fueron sus padres. Responde: es
que voy a narrarte el modo como fue engendrado. ¿Observas cómo suscita la
atención del oyente? Promete explicar el modo de la generación, como quien
va a decir algo nuevo. Advierte la óptima disposición para la historia.
Porque no comienza al punto con la generación, sino que primero nos ensena
cuánto dista Cristo de Abraham, cuánto de David y de la transmigración de
Babilonia; y mediante el cómputo de los tiempos invita a quien con
diligencia lo escucha a examinar el asunto, demostrándole que en realidad
este es el Cristo predicho por los profetas. Y una vez hayas contado las
generaciones, y por el cómputo de los tiempos veas que éste es el Cristo,
fácilmente admitirás el milagro de su nacimiento.
Y como había de referir algo excelente y grande, es a saber que había nacido
de una Virgen, antes de decirnos en qué tiempo nació, algo oscuramente dice:
Esposo de María, contando el orden de la genealogía. Enumera los anos, para
advertir al oyente que éste mismo es el que anunció Jacob que vendría, una
vez que faltaran los príncipes de la casa de Judá y el que el profeta Daniel
predijo que vendría, una vez hubieran pasado aquellas muchas semanas de
anos. Y si alguno quisiera contar los anos señalados por el ángel a Daniel
en el número de sus semanas, desde la reedificación de la ciudad de
Jerusalén hasta llegar al nacimiento de Cristo, encontrará que perfectamente
coinciden.
Explícanos, pues, oh evangelista, cómo fue su generación. Estando desposada
su Madre María. No dijo virgen, sino simplemente madre, para que mejor se le
entendiera. De modo que, habiendo preparado al oyente de antemano para oír
algo de lo que de ordinario sucede, y habiéndole fijado en eso atención,
finalmente hace que se admire con indica un hecho milagroso, mediante estas
palabras: Antes de que convivieran se halló haber concebido María por obra
del Espíritu Santo. No dice: antes de que fuera llevada a la casa del
esposo, pues ya había sido llevada. Porque entre aquellos antiguos, era
costumbre tener cuanto antes en sus casas a la desposada, como aún puede
verse. Así los yernos de Lot habitaban con él. De modo que María habitaba en
casa de José.
Preguntarás: ¿por qué no concibió antes de los esponsales? Fue, como ya lo
dije, para que el negocio permaneciera secreto y escapara la Virgen de
cualquier sospecha de los perversos. Cuando aquel que más podía ser presa de
los celos no la denunciaba ni la infamaba, sino que 1a recibía en
convivencia y cuidaba en todo a la que estaba encinta, claro era que no lo
habría hecho así a no estar perfectamente persuadido de que ella había
concebido por obra del Espíritu Santo; de lo contrario ni siquiera la habría
retenido a su lado ni en cosa alguna la hubiera servido. Y oportunamente
añadió el evangelista: Se halló haber concebido. Expresión que se usa para
indicar algo sorpresivo y estupendo y que sucede fuera de toda expectación y
de lo que se pudiera esperar.
Detente, pues, y no investigues más allá de lo que se te dice, ni digas:
¿Cómo operó, esto el Espíritu Santo en la Virgen? Si nadie puede explicar
cómo se forma el niño cuando obra simplemente la naturaleza ¿cómo podremos
explicar el modo con que obraba maravillosamente el Espíritu Santo? Y para
que no molestaras al evangelista, ni lo urgieras con importunas cuestiones,
él mismo, con decir quién fue el autor del milagro, se libró de ellas. Como
si dijera: Yo otra cosa no sé, sino que esto lo hizo el Espíritu Santo.
Avergüéncense los que andan curiosamente investigando la eterna generación.
Si ésta, que consta por infinitos testigos y fue tantos siglos antes
predicha y que se hizo al tacto y a la vista, nadie la puede explicar ¿qué
abismo de locura no se lanzan los que con vana curiosidad andan escrutando y
examinando aquella otra en absoluto arcana? Ni Gabriel ni Mateo pudieron
decir otra cosa más, sino que es obra del Espíritu Santo y nacido de Él.
Cómo y de qué manera haya nacido del Espíritu Santo, ninguno lo explicó, ni
es cosa que puada hacerse.
Ni vayas a pensar, por haber oído: por obra del Espíritu Santo, que ya lo
sabes todo. Tras de conocer esto, aún ignoramos muchas cosas. Por ejemplo,
cómo sea posible que el inmenso quede encerrado en el seno de la Virgen;
como el que todo lo contiene; sea contenido en el seno de una mujer; cómo
sea que una Virgen dé a luz y permanezca virgen. Yo te pregunto: ¿cómo el
Espíritu Santo construyó ese templo? ¿cómo no tomó de la Virgen toda la
carne, sino sólo una parte que fue la que hizo crecer y la modeló? Que
Cristo procedió de la carne de la Virgen lo declaró el evangelista con estas
palabras: Porque lo en ella nacido... Y Pablo: Hecho de mujer 38. De mujer,
dice, cerrando así la boca de los que luego dirían que Cristo pasó a través
de María como por un canal. Mas para eso: ¿qué necesidad había de vientre?
Aparte de que según eso, nada tendría de común con nosotros, pues su carne
no pertenecería a la masa humana nuestra.
Pero si fuera así ¿cómo se cumpliría lo de nacer de la raíz de José? ¿cómo
sería su vara?, ¿cómo Hijo del hombre, cómo su flor, cómo María sería su
Madre? ¿Cómo descendería del linaje de David? ¿Cómo habría tomado en sí la
forma de siervo? ¿Cómo se habría hecho carne el Verbo? ¿Con qué razón dijo
Pablo a los romanos: De los cuales nació Cristo según la carne, ¿El que está
sobre todo y es Dios? 39. Queda, pues manifiesto, conforme a lo dicho, que
vino a luz, tomando nuestra carne y naciendo del seno de María; cosa
manifiesta también por otros muchos testimonios, que prueban no haber
sucedido lo contrario. No investigues pues curiosa y vanamente ese misterio,
sino recibe lo que da la revelación y no examines con vana curiosidad lo que
el evangelista calla.
Y José su Esposo, siendo justo y no queriendo denunciarla, pensó en
abandonarla secretamente. Después de afirmar que Cristo nació por obra del
Espíritu Santo y sin coito alguno, va a demostrar lo mismo por otra vía. A
fin de que nadie le diga: ¿de dónde consta eso? ¿Quién lo supo, quién jamás
oyó cosa semejante? A fin de que no sospecharas que él como discípulo había
inventado eso en favor del Maestro, trae como testigo a José, que da
testimonio por los mismos sufrimientos que so portó. Como si dijera el
evangelista: si no me crees a mí, si mi testimonio te resulta sospechoso, da
fe al testimonio de aquel varón. Porque dice: José, su Esposo; como era
varón justo. Justo aquí significa dotado de todas las virtudes; porque a ser
justo pertenece no ser avaro, y la justicia, en fin, es una palabra que
abarca todas las virtudes. La Sagrada Escritura en especial usa la palabra
justicia en ese sentido. Por ejemplo, cuando dice de Job que era hombre
justo y veraz 40; y lo mismo cuando dice de Joaquín y Ana que ambos eran
justos 41.
Siendo, pues, José justo, es decir benigno, moderado, quiso abandonarla
ocultamente. Narra el evangelista lo que sucedió antes de que José supiera
la verdad, para que no niegues tu fe a lo que -sucedió después de que
conoció la verdad. Por cierto, si María hubiera sido infiel no sólo era
digna de que se la denunciara, Sino que la Ley misma ordenaba que fuera
lapidada. Pero José cuidó no sólo de evitar eso que era tan grave, sino
además de lo que no era tanto, es decir del pudor de la Virgen. Porque no
sólo no quería castigarla, pero ni aun denunciarla. ¿Has advertido la virtud
de este hombre, desnudo en absoluto del tiránico afecto de los celos?
Vosotros conocéis qué enfermedad tan terrible es esa de los celos. Quien
bien la conocía, dijo de ella: Porque los celos del marido lo ponen furioso;
y no perdona en el día de la venganza 42. Y también se dijo: Los celos son
duros como el infierno 43.
Muchos hemos conocido que preferían morir a caer en sospechas y celos. Y en
el caso de José no se trataba de simples sospechas, pues el abultamiento del
vientre hacia todo manifiesto. Mas José hasta tal punto estaba libre de esa
enferme dad del alma, que no quería causar a la Virgen la menor molestia.
Pareciéndole, pues, que conforme a la Ley no podía retenerla consigo; y
viendo que denunciarla y llevarla al tribunal necesariamente era condenarla
a muerte, nada de eso hizo, sino que comenzó a manejarse como quien ha
superado la Ley. Pues convenía que acercándose ya el reino de la gracia se
presentaran también muchas senales de la nueva forma de vivir. A la manera
que el sol, aunque todavía no deje ver sus rayos, ilumina ya desde lejos
gran parte del orbe, así Cristo, al ir a nacer de aquel vientre de la
Virgen, ya antes de salir iluminaba a todo el universo.
Por la misma razón antes de aquel parto ya saltaban de gozo los profetas y
las mujeres predecían lo futuro y Juan estando aún en el seno de Isabel
saltaba de placer. Y en semejante paso José demuestra su virtud, pues no
acusó a María, no la reprendió, sólo pensó en abandonarla. Estando así de
difícil el negocio y situación, vino el ángel a quitarle toda su angustia.
Bien está examinar por qué no vino el ángel antes de que José cayera en
semejante pensamiento, sino que vino cuando ya estaba en él. Porque dice:
Mientras pensaba en esto José, vino el ángel. En cambio, a María sí fue el
aun antes de que ella concibiera; de donde nace otra cuestión. Pues aun
cuando el ángel nada había dicho al esposo, pero la Virgen ¿por qué motivo
calló lo que había oído del ángel y aunque advirtió la angustia de su
esposo, sin embargo, nada hizo para suprimirla? O ¿por qué el ángel no le
declaró todo al esposo antes de que éste cayera en la turbación?
Conviene desde luego resolver la cuestión primera. ¿Por qué el ángel no le
descubrió de antemano el secreto a José? Pues para que no fuera a incurrir
en infidencia y le pasara lo que a Zacarías le sucedió. Fácil era creer,
teniendo delante las cosas.; pero antes de que las advirtiera no era fácil
dar su asentimiento. Por esto nada le reveló el ángel con anterioridad, y
por el dicho motivo guardó el secreto María. No habría creído que su esposo
le diera crédito al comunicarle cosa tan increíble. Más aún: habría temido
que él se irritara como si ella le ocultara alguna falta. Si ella, que tan
enorme gracia iba a recibir, sufrió algo de humano, de manera que dijo:
¿cómo será esto, pues yo no conozco varón?, sin duda con mayor razón habría
dudado su esposo, sobre todo por saberlo de su misma esposa, por lo que ya
se le habría hecho sospechosa.
Así pues, la Virgen nada dijo y el ángel vino en el tiempo oportuno.
Preguntarás: ¿Por qué no hizo lo mismo con la Virgen dándole su mensaje
hasta después da la concepción? Para no lanzarla a una perturbación
terrible. Pues podía temerse que ella, no teniendo conocimiento claro de lo
que le sucedía, pensara en tomar una resolución amarga, y aun, no pudiendo
soportar la deshonra, echara mano de un lazo corredizo o de una espada.
Porque era Virgen admirable. Y Lucas declara su virtud diciendo cómo, una
vez que escuchó la salutación del ángel, no se entregó inconsideradamente al
gozo ni se abrasó con las palabras del ángel; sino que con turbación
preguntó qué significaba aquel saludo.
Estando, pues, ella en semejantes disposiciones, se habría con sumido de
tristeza al reflexionar sobre la infamia que se le ven dría encima, puesto
que no podía esperar que persuadirla a los que la oyeran, que no había caído
en adulterio. Y para que nada de todo eso sucediera, el ángel se le presentó
antes de la concepción. Convenla que ningún temor sacudiera aquel seno en
donde el Creador de todas las cosas iba a entrar; y que aquella alma que
había de intervenir en tan altos misterios, estuviera en absoluto libre de
toda perturbación. Por esas razones el Ángel habló a la Virgen antes de la
concepción y a José cuando la Virgen ya estaba encinta.
Algunos no bien avisados pensaron que aquí había una contradicción. Porque
Lucas dice que el ángel habló a María y Mateo que habló a José. No
advirtieron que sucedieron ambas cosas. Y es necesario tener esto en cuenta
en toda la narración; porque del mismo modo resolveremos muchas que parecen
contradicciones o diferencias. Llegó, pues el ángel cuando ya José se
encontraba turbado. Difirió su visita tanto, por las razones que ya
expusimos; pero además para que brillara la virtud de José. Cuando fue el
momento oportuno, al fin se presentó: Mientras esto pensaba José, se le
apareció en sueños el ángel. ¿Adviertes la mansedumbre y dominio de si mismo
que tuvo José? No sólo, no castigó a su esposa, sino que guardó silencio y a
nadie dijo nada; ni siquiera a la Virgen misma, en quien recaía la sospecha
sino que en secreto pensaba el asunto y procuraba ocultar a la Virgen el
motivo de apartarse de ella. No dice el evangelista que José quisiera
arrojarla de sí, sino abandonarla. ¡Hasta tal punto llegaba su bondad y
dominio propio! Y mientras pensaba en eso, el ángel en sueños se le
apareció.
?Por qué no se dejó ver abiertamente y en vigilia como lo hizo con Zacarías
y con los pastores y también con la Virgen? Porque era José varón fidelísimo
y no necesitaba ese género de apariciones. La Virgen, a quien se le
comunicaba cosa tan grande, mucho más que la comunicada a Zacarías,
necesitaba de una visión angélica, aun antes de realizarse de realizarse el
misterio. Los pastores, como gente un tanto agreste, necesitaban también una
más amplia manifestación. José cambio, acometido después de la concepción
por una mala sospecha, pero preparado en su alma para aceptar la buena
esperanza, si alguien a ella lo conducía, recibe este otro género de
revelación Por esto, entrado ya en la sospecha, se le da la buena noticia, a
fin de que esto mismo le sirviera de segura demostración de lo que se le
decía. No habiendo él dicho nada a nadie, y solamente pensándolo en su
ánimo, cuando oyera al ángel hablarle de aquello mismo, sería para él señal
cierta que de parte de Dios había venido el ángel a consolarlo: ya que para
Dios patentes están los secretos del corazón humano.
Advierte cuántas cosas se logran con esto. Se declara la virtud de José; las
oportunas palabras del ángel lo confirman en su fe; y se quita de ellas toda
clase de sospecha. Y el ángel ¿en qué forma hace creíbles sus palabras?
Óyelo y admírate de la prudencia de sus dichos. Se le acercó y le dijo: José
hijo de David, no temas recibir a tu esposa. Desde luego le trae a la
memoria a David, de quien había de nacer el Cristo. Y no deja que se
perturbe, pues recordándole el nombre de sus antepasados le trae a la
memoria la promesa hecha a todo el género humano. Mas ¿por qué lo llama hijo
de David? Le dice no temas. En otra ocasión no procedió así Dios. Pues como
alguien pensara cosas no congruentes sobre la esposa de Abraham, echó mano
de amenazas y terrores en sus palabras, a pesar de que aquel rey procedía
por ignorancia también, puesto que al acercarse a Sara ignoraba quién fuera
ella y a pesar de todo Dios lo aterrorizó. Con José en cambio procede m
Grande era la importancia de los misterios de que se trataba y grande
también la diferencia entre ambos varones, por lo cual acá no se necesitaba
la increpación.
Al decirle el ángel no temas, hace manifiesto que José temía ofender a Dios
si aceptaba una esposa adúltera: si no hubiera sido así, por cierto que ni
siquiera habría pensado en abandonarla. Pues bien: por todos estos medios
manifiesta el ángel que su venida es de parte de Dios, pues expresó y
declaró todo lo que José llevaba en su pensamiento y lo que sufría. Y cuando
el ángel hubo pronunciado el nombre de María, no paró ahí sino que añadió:
tu esposa. No la hubiera llamado así, si, si ella hubiera sido violada. Y
llama aquí esposa a la desposada, al modo como suelo la Escritura llamar
yernos a los desposa de nupcias.
Pero ¿qué significa aquel recibir? Significa conservar en la casa, porque
José en su ánimo ya la había abandonado. Pues, oh José: a esa que ya has
abandonado en tu ánimo retenla contigo, porque fue Dios quien te la dio y no
sus padres. Y te la dio, no para que consumes el matrimonio, sino únicamente
para que habites con ella; y hoy te la entrega de nuevo mis palabras. Al
modo como más tarde Cristo la entregó a su discípulo, así ahora se la
entrega a José. Por otra parte, hablando así oscuramente, evita mencionar la
mala sospecha. Tras de exponer en la forma más congruente y delicada el modo
de aquella concepción, aparta la sospecha declarándole como por aquella
misma causa por la que temía y quería abanar a su esposa, debía precisamente
retenerla y recibirla. Con esto deshizo ampliamente su tristeza. Como si le
dijera: No sólo está pura de unión ilícita, sino que por acción sobrenatural
está en cinta. En consecuencia, no únicamente deja ese temor, sino entrégate
a la máxima alegría. Porque lo que en ha nacido es obra del Espíritu Santo.
Palabra estupenda, que trasciende todo humano entendimiento y sobrepasa
todas las leyes naturales. ¿Cómo podrá creerla quien no haya experimentado
hablas semejantes? Sólo puede ser esto porque ha precedido la revelación de
tales cosas. Así es que el ángel descubrió a José todo cuanto éste llevaba
en su pensamiento, todo lo que había sufrido, sus terrores y los planes que
tenía: para que viendo todo esto descubierto, también diera fe a lo demás
que se le decía. Más aún: no sólo por medio de las cosas pasadas, sino
también de las futuras lo induce a la fe.
Le dice: Dará a luz un hijo al que pondrás por nombre Jesús. No vayas a
pensar que por ser él el Hijo de Dios, quedas tú fuera de la cooperación con
sus planes. Aunque para nada intervengas en la generación, sino que tu
esposa permanezca Virgen intacta, sin embargo, lo propio del oficio de
padre, pero que en nada cause detrimento a la virginidad, eso te lo
confiero: como es, por ejemplo, el imponer el nombre al nino. Pues tú serás
quien le des ese nombre. Aunque no sea hijo tuyo, tendrás para con él los
cuidados de un padre. Y así comenzando por la imposición del nombre, te
coloco en lugar de padre. Y luego, a fin de que nadie sospechara que José
fuera su verdadero padre, oye cuan propísimamente le dice: Parirá un hijo.
No le dice: te dará a luz un hijo sino vagamente parirá un hijo. Porque ella
no lo dio a luz para José, sino para todo el orbe.
Un ángel trajo del cielo el nombre del nino, demostrando con esto ser
admirable aquel parto, ya que del cielo, mediante el ángel, mandó a José el
dicho nombre. Semejante nombre no le fue impuesto al nino por casualidad y a
la buena ventura; sino que encierra en sí el tesoro de bienes infinito. Por
lo cual el ángel mismo lo interpreta y descifra y nos ofrece así magnificas
esperanzas; y también por este camino excita la fe de José, ya que por
naturaleza somos más inclinados a las cosas prósperas y con mayor facilidad
las creemos. Y una vez que lo hubo preparado para dar crédito a sus palabras
por todos 1a medios ¿por lo pasado por lo futuro por lo presente y aun por
el honor que se seguiría- finalmente presenta al profeta cuyo testimonio
añade oportunamente a todo lo dicho.
Pero antes de introducirlo, declara los bienes que por aquél niño se
derivarán a todo el universo. ¿Cuáles son? Desde luego, la libertad del
pecado. Pues dice: Porque él salvará de sus pecados a su pueblo. Algo
estupendo se declara también aquí. El ángel anuncia que el pueblo de Dios
será liberado, no de las guerras materiales que los sentidos perciben, ni de
los bárbaros, sino de algo mucho más grave: de sus pecados, cos que nadie
antes pudo hacer. Preguntarás ¿por qué dijo: a su pueblo? Y no añadió a los
gentiles. Para no causar de pronto extrañeza a su oyente. Por los demás, un
oyente que comprenda, ve que aquí quedaban sobreentendidos los gentiles.
Porque pueblo suyo no son solamente los judíos, sino todos los que se
adhieren y reciben su doctrina.
Advierte, además, cómo se nos insinúa la alteza de Jesús, cuando dice: su
pueblo, llamando así al pueblo judaico. Esto significa que el que nazca será
Hijo de Dios, de manera que las palabras del ángel e refieren al Rey eterno;
ya que ningún otro poder puede perdonar los pecados, fuera del poder que
pertenece a la substancia divina. Y pues tan excelentísimo don hemos
recibido, hagamos todo lo posible para no deshonrar beneficio tan excelso.
Si nuestras acciones, antes de recibir semejante don, eran dignas de
castigo, mucho más lo serán después de un don tan inefable.
Y no me expreso así ahora sin motivo; sino porque veo que muchos, tras del
bautismo, son más perezosos y tardos que los que aún no han sido Iniciados
en los misterios ni tienen aún noticia alguna de nuestro modo de vivir.
Hasta el punto de que ni en la plaza ni en el templo se distingue un fiel de
quien no lo es, si no es que al tiempo de comenzar los misterios se presente
alguno y observe quiénes son apartados fuera y quiénes permanecen en la
iglesia. Pero es necesario que se distingan no por el sitio, sino por las
costumbres. Las dignidades seculares se distinguen por sus insignias y
ornamentos justamente. En cambio nuestra condición de cristianos es
necesario que se conozca por lo ornamentos del alma.
Es conveniente que el fiel sea reconocido únicamente por el don de ser
cristiano, sino por su nuevo género de vida. El fiel debe ser luz sal de la
tierra. Pero si ni para ti mismo eres luz ni sabe dominar tu podredumbre
¿cómo podremos distinguirte? ¿Por el solo hecho de haber bajado a las aguas
saludables del bautismo? Peto esto más bien te lleva al castigo. La alteza
del honor, para quienes no llevan una vida digna del honor, viene a ser un
acrecentamiento del suplicio. El fiel debe brillar no únicamente por los
dones que Dios le da, sino además por la forma en que él coopera. Debe en
todo mostrarse excelente: en el modo de caminar, en su comportamiento, en su
vestir, en su voz.
No digo esto con el fin de que tomemos posturas para hacer ostentación, sino
para utilidad de quienes nos ven. Pero sucede ahora que por cualquier punto
de vista que se te quiera distinguir, veo que más bien te señalas por todo
lo contrario. Si me fijo en el sitio para saber por él quién eres, veo que
pasas los días en el circo o en el teatro, en perversas ocupaciones, o en la
plaza en pláticas con grupos de malvados y en compañía de hombres
corrompidos. Si en la modestia de tu rostro, observo que te ocupas
continuamente en chistes propios de gente disoluta, sin diferenciarte de
cualquier meretriz que abre precozmente su boca y se muestra liviana. Si en
tus vestidos, veo que andas como cualquier histrión. Si en tus clientes,
llevas en torno parásitos y aduladores. Si en tus palabras, te escucho que
nada hablas en sexo, nada necesario, nada referente a nuestro modo de vivir
cristiano. Si en tu mesa, mayor materia de acusarte nace de ahí.
Pregunto, pues: ¿por dónde conoceré que eres de los fieles? Porque todas las
circunstancias enumeradas demuestran lo contrario. Pero ¡qué digo de los
fieles! Ni siquiera llego a la evidencia de que seas hombre. Cuando pateas
como un asno, acometes como un toro, relinchas tras las mujeres como un
garañón, comes vorazmente como un oso, cuidas de engordar como un mulo, no
perdonas las injurias como un camello, robas como un lobo, te irritas como
una serpiente, hieres como un escorpión, eres doble como una zorra, escondes
el veneno de la iniquidad como un áspid o una víbora, haces la guerra a tus
hermanos a la manera de un demonio cruel ¿cómo puedo contarte entre los
hombres, pues no advierto en ti las notas distintivas del hombre?
Buscaba yo la diferencia entre el catecúmeno y el fiel y me veo en peligro
de no poder diferenciar entre el hombre y la fiera. ¿Qué diré, pues, que
eres? ¿Fiera? Pero, las fieras no presentan sino sólo un vicio. Tú, en
cambio, que llevas doquiera el conjunto de todos los vicios, en verdad que
andas más privado de razón que las mismas fieras. ¿Te llamaré demonio? Pero
el demonio no está sujeto a la tiranía del vientre, ni ama las riquezas.
Teniendo, pues, tú más vicios que las fieras y que los demonios ¿cómo
habremos de llamaste hombre? Y si llamarte hombre no es licito ¿cómo
podremos llamarte fiel?
Y lo que es peor, que, colmados así de defectos, ni siquiera pensamos ni
caemos en la cuenta de la fealdad deforme de nuestras almas. Sentado tú allá
en la casa del peluquero, mientras el te arregla el pelo, tomas tu el
espejo, consideras tu cabellera, preguntas a los presentes y al peluquero
mismo si acaso ya está la frente elegante y galana. Y con frecuencia, a
pesar de que ya eres anciano, no te avergüenzas de mostrarte loco y con
impulsos juveniles. Y en cambio, no nos damos cuenta de que nuestra alma no
sólo está deforme, sino que se parece a la bestia feroz que llaman Escila o
Quimera, de que las fábulas tratan. Y eso que aquí tenemos un espiritual
espejo mucho mejor y más útil que el del peluquero. Porque éste no
únicamente nos muestra nuestra deformidad, sino que es capaz de
transformarla, si lo queremos, en una inmensa hermosura.
Este espejo no es otro que el recuerdo de los varones santos y la historia
de su vida bienaventurada; además, la lectura de las Letras Sagradas y los
mandamientos de Dios. Si quisieras a lo menos por una vez contemplar las
imágenes de los santos, verías ahí la deformidad de tu alma; y si la vez, no
necesitarás de otro remedio para librarte de semejantes horruras. Porque el
tal espejo para eso nos es útil y nos facilita el hacer ese cambio. ¡Ea,
pues! Que nadie permanezca en la forma de las fieras brutas. Si al siervo no
se le permite entrar en la habitación del amo en su casa ¿cómo podrás tú,
con la forma de fiera, presentarte en los eternos dinteles? Pero ¿qué digo
en la forma de bestia feroz? Porque semejante hombre es peor que una fiera.
Las fieras, aun siendo por su naturaleza feroces, muchas veces, mediante el
arte de los hombres, se domestican. Pero tú, que sabes cambiar en
mansedumbre la natural fiereza de los brutos, mansedumbre que les es
antinatural ¿qué excusa tendrás, puesto que la mansedumbre que naturaleza te
dio, la con viertes en ferocidad contra las leyes naturales; y así, mientras
de lo feroz sacas la mansedumbre, ¿te vuelves, contra tu natural, feroz?
¡Tú, que al león lo domesticas y vuelves manso te haces en tu ánimo más
feroz que el león! Y esto a pesar de un doble impedimento: porque esa fiera
carece de entendimiento y de todas las fieras es la ferocísima. Pero tú, con
la fuerza de la sabiduría que Dios ha puesto en ti, vences a la misma
naturaleza. Pues bien: tú que vences la naturaleza de las fletas ¿por qué
traicionas en ti el bello don de la voluntad y de tu ¿propia naturaleza? Si
yo te ordenara volver manso a otro hombre, no parecería que te mandaba hacer
algo imposible. Podrías sin embargo argüirme que no eres dueño de la
voluntad ajena y que nada de eso está en tu mano. Pero en nuestro caso, la
bestia está en tu mano y sujeta a tu arbitrio.
?Qué defensa te queda, pues, si no dominas tu natural? ¿Qué clase de excusas
podrás presentar cuando al león y sin embargo no te preocupas? Mientras que
al león le das lo que está por encima de su natural, no guardas para ti lo
que te dio la naturaleza; sino que, al mimo tiempo en que te esfuerzas por
elevar las fieras hasta nuestra dignidad humana, tú te derribas del solio de
tu reino y arrojas a la ferocidad de las fieras. Piensa, si te parece que la
ira es una fiera y pon contra ti mismo tanto cuidado como los otros ponen en
domar los leones y vuelve por este camino tu ánimo manso y sereno. Porque
este tiene también dientes crueles y garras, y si no lo domesticas, todo lo
arruinará. No pueden en tan gran manera despedazar las entranas ni la víbora
ni del león, como lo puede la ira que continuamente destroza con unas
aceradas.
Ni sólo dana al cuerpo, sino que además arruina la salud del alma,
disminuyéndole sus fuerzas, haciéndola pedazos, descuartizándola,
inutilizándola para todo. Si quien lleva gusanos en sus entrañas, no puede
ni aun respirar, por tener su interior totalmente corrompido, ¿cómo podremos
nosotros, llevando en nuestro interior semejante serpiente ¿la ira digo?,
¿qué roe las entrañas, llevar a cabo algo que requiera generosidad? Mas
¿cómo podremos librarnos de peste semejante? Si ingerimos tal bebida y
pócima que sea capaz de matar esos gusanos que en el seno llevamos y acabar
con esas serpientes.
Preguntarás ¿cuál es esa bebida que tan grande virtud posee? La Sangre
preciosa de Cristo, si con fe la recibimos. Ella puede curar todas las
enfermedades. Júntale además la atenta lectura de las Escrituras Sagradas.
Pon también la limosna, pues por tales medios todas las enfermedades que al
alma debilitan pueden extinguirse. Sólo así podremos vivir los que ahora no
estamos en mejores condiciones que los muertos: puesto que vivas aquellas
enfermedades, necesariamente nosotros pereceremos. Si no les damos muerte,
ellas nos la causarán. Más aún; se vengarán de nosotros aun antes de que
muramos. Porque cada una de esas enfermedades es un tirano cruel,
insaciable, ni se cansa de roernos diariamente: ¡dientes de león son sus
dientes y aun mucho más crueles! Porque el león en cuanto se sacia, abandona
el cadáver; mientras que las enfermedades del alma nunca se sacian, nunca
hasta convertir al hombre de quien se han apoderado en semejanza muy
parecida al demonio. Tan grande es su fuerza, que exigen de aquellos a
quienes cautivan una servidumbre como la que Pablo tuvo para con Cristo; de
manera que por él despreciaba aun la gehenna y el reino.
Ya sea que uno quede cautivo de su cuerpo o de las riquezas o del amor a la
gloria, se burlará del infierno, despreciará el reino, con tal de poseer el
objeto que ama. Creamos a Pablo cuando dice que tal era su amor a Cristo. Si
se encuentran en realidad hombres así sujetos a la servidumbre de sus
afecciones ¿por qué lo de Pablo nos ha de parecer increíble? Nuestro amor a
Cristo es débil, porque todas nuestras energías se consumen en el apego a
los vicios, y robamos y nos damos a la avaricia y somos esclavos de la
vanagloria, cosa tan vil que no hay otra más vil. Aun cuando seas en gran
manera esclarecido, en nada serás mejor que el más abatido: más aún, por eso
mismo le serás inferior. ¿Cómo no ha de ser claro que se vuelve contra ti tu
pasión cuando aquellos mismos que andan procurando darte gloria y brillo,
son los que se burlan más de ti al ver que andas anhelando la gloria? Hagan
lo que hagan en realidad son ellos tus acusadores.
Del mismo modo que quien alabara a otro o lo adulara porque es adúltero, más
bien sería su acusador que no encomiador, así al vanaglorioso, cuando todos
lo alabamos nos convertimos, más que en alabadores en acusadores. Entonces
¿por qué andas a caza de lo que te ha de producir efecto contrario? Si
anhelas la gloria, desprecia la gloria, y serás el más glorificado de todos.
¿Para qué quieres sufrir lo que a Nabucodonosor le aconteció? Levantó ¿sin
una estatua de madera 44 y de insensibles materiales, pensando con eso
adquirir fama; y anhelaba él, siendo un ser viviente, aparecer más ilustre
mediante una estatua muerta. ¿Observas la extraña y enorme locura? Pensando
alcanzar honores, más bien engendra para sí injurias. Al aparecer confiando
en aquel objeto muerto más que en sí mismo y en su alma que vive; y
elevando, con ese fin, a tan grandes honores aquel maderamen ¿cómo no va a
ser digno de risa, puesto que busca ser honrado no por sus costumbres, sino
por sus maderos? Es como si alguno quisiera ser honrado más bien por el
pavimento que tiene en su casa o por la belleza de las columnas, que por su
dignidad de hombre. Y sin embargo, en la actualidad muchos hay que lo
imitan. Así como Nabucodonosor quería ser admirado por la estatua, así éstos
por sus vestidos, por sus edificios, por sus tiros de mulas, por sus
carrozas o por las columnas que su casa sustentan. Habiendo perdido su
dignidad de hombres, andan buscando por todas partes cómo alcanzar una
gloria en extremo ridícula.
No la buscaron ahí las almas generosas ni los grandes siervos de Dios; sino
que brillaron por lo que convenía que brillaran. Por aquel otro camino
aparecieron los cautivos, los siervos, los jóvenes, los peregrinos y los
destituidos de todas las cosas mucho más esclarecidos que los que de todas
las cosas se hallaban rodeados. A Nabucodonosor ni la gigante estatua, ni
los sátrapas y capitanes, ni el incontable ejército, ni la abundancia de
oro, ni pompa alguna le parecieron suficientes, según era su ambición, para
aparecer grande; mientras que a aquellos a quienes todo faltaba, les fue
suficiente su sola voluntad; y ésta a los necesitados de todo, los volvía
más ilustres que aquel que estaba sentado en su trono y adornado con la
diadema real y vestido de púrpura y de tantos servidores circundado, cuanto
es más espléndido el sol que cualquier margarita. Porque ahí, ante el orbe
todo, fueron llevados los jóvenes cautivos y hechos esclavos; y ante ellos
chispeaban de fuego los ojos del rey, estando presentes los capitanes, los
toparcas, los príncipes y todo el diabólico conjunto, mientras subía al
cielo y resonaba en sus oídos el toque de las cornetas y el sonido de las
flautas y de todo género de instrumentos músicos. El horno se encendía, la
llama con su inmensa altura llegaba hasta las nubes y el miedo y el terror
todo lo llenaban.
Pero a los jóvenes aquellos nada de eso los aterrorizó, sino que se burlaron
de los presentes como se hace con los niños que juegan; y demostraron su
mansedumbre y virtud. Y lanzando una voz más penetrante que todas las
trompetas, decían: ¡Sábelo, oh rey! 45. Porque no intentaban deshonrar con
sus palabras al tirano, sino únicamente hacerle manifiesta la piedad de
ellos. Por eso no se alargaron en palabras, sino que breve mente le
declararon todo: Hay, le dijeron, un Dios en el cielo que puede salvarnos.
Como si dijeran: ¿con qué objeto nos presentas semejante multitud y ese
horno y esas agudas espadas y esos temibles soldados? Más grande y poderoso
que ellos es el Señor. Y luego considerando que podría suceder que su muerte
por el fuego fuera voluntad de Dios, para no parecer, si tal sucediera, que
habían proferido una mentira, añadieron: Pero si así no sucede, sábete, oh
rey, que nosotros no damos culto a tus dioses. Si hubieran dicho: si no nos
libra será por nuestros pecados, quizá en ese caso, aun cuando no los
hubiera librado, los circunstantes no les habrían creído. Por lo cual en
aquel momento callan esa confesión; pero la dicen ya en el horno, en donde
abundantemente hacen memoria de sus pecados.
En presencia del rey nada de eso dicen, sino solamente que, aun cuando hayan
de ser quemados en el horno, no traicionarán su religión. Ni lo hacían
buscando paga o retribución, sino movidos de pura caridad, a pesar de
encontrarse cautivos y en servidumbre y sin poder disfrutar de bien alguno.
Habían ya perdido su patria, su libertad y todos sus bienes. Ni me alegues
los honores recibidos en el palacio real; pues siendo ellos justos y santos,
en absoluto miles de veces habrían preferido pedir limosna en su patria y
disfrutar de los bienes del templo de Jerusalén. Porque dice el salmista:
Elegí estar humillado a las puertas de ¡a casa de mi Dios, a morar en las
tiendas de los pecadores 46. Y ahí mismo: Más que mil vale un día en tus
atrios. Muy mucho habrían preferido encontrarse humillados ante aquellas
puertas del templo, a reinar en Babilonia.
Y esto se manifiesta por lo que dicen ya en el horno; o sea que les molesta
habitar en Babilonia. Pues aun cuando acá disfrutaban de amplios honores,
las otras calamidades les causaban inmenso dolor cuando las veían: cosa muy
propia d santos es no anteponer a la salvación de los prójimos ni otra cosa
alguna. Observa cómo en el horno ruegan por todo el pueblo. Nosotros en
cambio, ni cuando vivimos tranquilos nos acordamos de nuestros hermanos. Lo
mismo cuando examinaban los sueños nunca tenían como objetivo sus
comodidades propias, sino las ajenas. Y de muchas maneras declararon luego
que no temían la muerte. Constantemente estaban prestos para agradar a Dios.
Y como no se creían suficientes para eso, se acogieron a los patriarcas, al
mismo tiempo que afirman que ellos lo único que aportan ea un corazón
contrito.
Imitemos, pues, a estos jóvenes. Porque aún ahora se yergue la estatua de
oro, es decir la tiranía de las riquezas. No demos oídos a tímpanos, ni a
las flautas, ni a las citaras, ni al demás fausto de las riquezas, sino que,
aun cuando fuera necesario ir al horno de fuego, es decir, a la pobreza, lo
prefiramos, pero no adoremos al ídolo. En mitad de ese horno encontraremos
un fresco rocío. En aquel caso, los que cayeron al horno resultaron más
esclarecidos, mientras que quienes adoraron la estatua perecieron. La
diferencia está e entonces todo aconteció al mismo tiempo. En nuestro caso,
en cambio, unas cosas suceden en este siglo, otras en el futuro y otras en
ambos. Los que por no adorar la estatua prefirieron la pobreza, brillarán
espléndidos allá arriba y también acá abajo. Los que acá injustamente se
enriquecieron a, allá sufrirán atroces suplicios. De este horno de la
pobreza, Lázaro salió no menos brillante que aquellos tres jóvenes. En
cambio, el rico, que fue como los que adoraban la estatua, resultó condenado
a la gehenna. Porque lo dicho era imagen del futuro.
Así como los que cayeron al horno nada padecieron, mientras que quienes
estaban por fuera acabaron con muerte violenta, así sucederá en el siglo
futuro. Los santos que ahora atraviesan por el horno de fuego, nada
sufrirán, sino que serán felices; pero los que hayan adorado la estatua,
verán los torrentes de fuego que sobre ellos se lanzan, más crueles que
cualquier bestia feroz, y verán como son arrastrados al fondo de la gehenna.
Si hay alguno que no crea en la gehenna, observando este horno, por las
cosas presentes crea en las futuras; y no tema el horno de la pobreza, sino
más bien el horno del pecado. Porque el pecado es llama y dolor, mientras
que la pobreza es rocío y suave descanso. En aquel horno habita el demonio;
en este otro, los ángeles que apagan la llama.
Oigan esto los ricos que andan encendiendo la llama de la riqueza: llama que
a los pobres no dañará, porque del cielo les vendrá el rocío.. Los ricos por
sus propias manos se entregan a las llamas que también con sus manos
encendieron. Y el ángel bajó a donde estaban los tres jóvenes. Pues bajemos
también nosotros con los que se encuentran en el horno de la pobreza y
mediante la limosna produzcamos ahí el rocío y apaguemos la llama, para que
así participemos de sus coronas; y también para que por este medio la voz de
Cristo aparte la llama eterna, pues dijo: Me visteis hambriento y me
alimentasteis 47. En aquel día esta voz de Cristo será para nosotros como
rocío que refresque y aun apague las llamas.
Bajemos, pues, al horno de la pobreza con el rocío de la limosna y
observemos a bis virtuosos varones que dentro de él caminan y van como sobre
carbones. Admiremos cosa tan nueva y estupenda como es ver a un hombre que
entre las llamas entona salmos, a un hombre que entre el fuego eleva sus
acciones de gracias, a un hombre que aherrojado por la pobreza y su
estrechura, sin embargo todo lo agradece a Cristo. Porque iguales a esos
jóvenes son los que llevan la pobreza dando gracias a Dios. La mendicidad es
más terrible que el fuego y suele quemar con mayor fuerza. Pero la llama no
quemó a aquellos jóvenes, sino que, por haber dado gracias a Dios, les
deshizo al punto las ataduras.
Pues lo mismo sucederá acá: si tú, caído en pobreza, das gracias a Dios,
caerían tus ataduras, se apagará la llama. Pero si no se extingue, se
verificará un milagro mayor aún: la llama se convertirá en fuente de frescas
aguas 48. Como sucedió entonces. Porque en mitad del horno aquellos jóvenes
gozaban de fresco rocío. El rocío no apagó la llama, pero impidió que se
quemaran los que en el horno habían sido arrojados. Y lo mismo puede verse
en los varones dotados de virtud. Puestos en la pobreza, han experimentado
necesidades graves más que tos ricos pues, no permanezcamos sentados junto
al horno, sin compadecernos para nada de los pobres, para que no nos su ceda
lo mismo que a quienes entonces estaban fuera del horno. Si bajas al horno
con los pobres, en nada te dañará el fuego; pero si sentado tú allá arriba
desprecias a los que andan entre las llamas de la pobreza, las llamas te
consumirán.
Baja, pues, al fuego para que el fuego no te queme; no te sientes fuera del
fuego, para que no te inflame su llama. Si ésta te ve entre los pobres, se
apartará de ti; pero si te ve apartado de ellos, al punto se echará sobre ti
y te quemará. No te apartes de los encerrados en el horno de la pobreza;
sino que, al tiempo en que el demonio imparta sus órdenes para que quienes
no adoran la estatua de oro sean arrojados al horno de la pobreza, no seas
tú de los que arrojan sino de los arrojados, y así seas también de los que
se salvan y no de los que se queman. Verdaderamente que es abundante rocío
el solo no estar enredado en la codicia de riquezas sino vivir con los
pobres. Opulentísimos son los que han conculcado, el apetito de riquezas.
Advierte que los que entonces despreciaron al rey, resultaron más
esclarecidos que el mismo rey. Si tú desprecias las cosas de este mundo,
serás más esclarecido que todo el mundo, como lo fueron aquellos santos de
los cuáles no era digno el mundo 49. Para hacerte digno de las cosas
celestiales desprecia las presentes. Serás así más preclaro en la tierra y
gozarás luego de los bienes futuros, por gracia y benignidad de nuestro
Señor Jesucristo, a quien sea la gloria y el poder por los siglos de los
siglos. Amén 50
Notas
37 Mt 11, 29. 38 Ga 4, 4. Los herejes a que se refiere el santo fueron los
valentinianos, que afirmaban no haber tomado Cristo carne de María, aunque
sí había pasado por su seno. 39 Rm 9, 5. 40 Jb 1, 1. 41 Lc 1, 6. 42 Pr 6,
34. 43 Ct 8, 6 44 Nótese este lapsus de memoria del santo, pues en todos los
MNS hebreos, griegos y latinos se afirma haber sido la estatua de oro y no
de madera. Y lo curioso es que hacia el fin de la Homilía el mismo santo la
llama de oro y sobre esto hace aplicaciones morales. 45 Dn 3, 18. 46 Sal 83,
11. 47 Mt 25, 35 48 Muchos manuscritos añaden aquí: Como puede comprobarse
entre los filósofos. Porque están en la pobreza más libres de temores que
los ricos; y en mitad del horno gozan de limpio rocío. Como aconteció
entonces. El rocío no apagó el fuego, pero impidió que se quemaran los que
ti fuego hablan sido arrojados. 49 Hb 11, 38. 50 Llama la atención la
digresión tan larga, que es casi la mitad dé la Homilía, sobre temas
morales, en especial todo lo que se dice de los jóvenes del horno babilonio;
y la forma de cerrar la Homilía sin alusión alguna a la materia del
evangelio que venía tratándose. Sospechamos haber sido un artificio del
santo para borrar de las imaginaciones antioquenas, tan pervertidas como
consta por la historia, las imágenes suscitadas por lo dicho acerca de la
concepción de Cristo y las dudas de San José. El libertinaje en Antioquía
superaba toda medida
HOMILIA V
Todo esto sucedió para que se cumpliese lo que el Señor había anunciado por
el profeta que dice: He aquí que la virgen concebirá y parirá un hijo y le
pondrán por nombre Emmanuel (Mt 1, 22 y ss.).
OIGO QUE muchos dicen: mientras estamos presentes al sermón y disfrutamos,
de la explicación de la palabra divina, nos sentimos mejores; pero una vez
que salimos de la iglesia, nos cambiamos en otros y se apaga el fuego del
fervor. ¿Qué hacer para que esto no suceda? Hay que examinar la raíz de
donde procede. ¿Cuál es causa de semejante cambio? El que frecuentemos
sitios que no conviene y nos mezclemos con hombres perversos. Lo conveniente
sería que al salir del sermón no nos mezcláramos en negocios ajenos a lo que
se ha predicado; sino que al punto nos dirigiéramos al hogar y tomáramos el
libro de los Evangelios y llamáramos a la mujer y a los hijos y hacerlos
participantes de la doctrina explicada, y hasta después atender a las
necesidades de la vida.
Si tu no quieres ir directamente desde el baño al foro para no perder con
los negocios del foro el descanso y satisfacción logrados con el baño, mucho
menos conviene que lo hagas en cuanto sales de la predicación. Procedemos de
modo contrario y con esto perdernos todo el fruto. El tumulto de las cosas
exteriores, echándose encima, arranca todo el fruto de la predicación, aún
no bien arraigado en nosotros. Para que esto no suceda, nada tengo por más
importante que, una vez salidos de la predicación, se haga el dicho repaso
Sena el colmo de la desidia gastar cinco o seis días íntegros en los
negocios seculares y en cambio no gastar ni siquiera un día, más aún, ni
siquiera una mínima parte del día en hacer el repaso. ¿No habéis visto a
vuestros niños cómo durante todo el día continuamente no hacen sino
reflexionar sobre las enseñanzas que se les han impartido? Pues procedamos
del mismo modo. Si no, nada nos quedará de estas reuniones, pues habremos
estado llenando un barril sin fondo; y no ponemos en conservar la doctrina
en la memoria ni siquiera tanta solicitud como para guardar el oro y la
plata.
Si alguno recibe unos cuantos denarios, va y los encierra en la caja y los
asegura con el sello; mientras que nosotros, tras de recibir las divinas
palabras, que son de más valor que el oro y las piedras preciosas, los
tesoros del Espíritu Santo, no los guardamos en el alma con las debidas
defensas, sino que con negligencia dejamos que en absoluto desaparezcan de
nuestra mente ¿Quién se compadecerá de si nosotros mismos nos ponemos
asechanzas? ¿si voluntariamente nos arrojamos a tan tremenda pobreza? Para
que esto no suceda impongámonos una firmísima ley para nosotros y para
nuestras esposas e hijos. La de consagrar este día de la semana tanto para
escuchar como para luego repasar lo que se nos ha predicado. Así acudiremos
con mayor docilidad al sermón y nos será más leve el trabajo y la ganancia
será mayor; pues teniendo aún en la memoria lo que se os ha dicho, oiréis
mejor lo que luego se os dirá. Porque no poco ayuda para entender lo que se
va diciendo, el mantener cuidadosamente en la memoria la serie de las
explicaciones. No pudiendo nosotros explicarlo todo en solo un día si
vosotros retenéis en la memoria, como con una cadena, la serie de las cosas
que cada día se os dicen, procurad hacerlo de manera que aparezca claro el
cuerpo todo de doctrina de la Sagradas Escrituras De manera que, habiendo
traído vosotros al recuerdo lo que ayer se os dijo, vamos nosotros ahora a
entrar en lo que habemos de explicaros.
¿Y qué es lo que hoy habemos de proponeros? Todo esto sucedió para que se
cumpliese lo que se cumpliese lo que el Señor había anunciado por el profeta
que dice. Con voz digna de la alteza del milagro clamó el evangelista con
todas sus fuerzas y dijo: Todo esto sucedió. Porque vio el abismo inmenso y
piélago de la divina benignidad, y que aconteció lo que jamás pudo
esperarse; o sea que se relajaran las leyes de la naturaleza y se obrara la
reconciliación; y que todo lo que era altísimo descendiera a lo profundísimo
y que se deshiciera el muro intermedio; y se quitaran todos los
impedimentos; y se obraran muchas maravillas; ¡todo este tan estupendo
milagro lo declaró con esta sentencia: Todo esto sucedió pata que se
cumpliera lo que el Señor había dicho. Como si dijera no vayas a pensar que
se trata de un decreto reciente: todo había sido de antemano prefigurado.
Esto mismo procuró Pablo demostrar en sus escritos. El evangelista remite a
José a Isaías, a fin de que, aun después que hubiera despertado del sueño,
si olvidara sus palabras como dichas muy recientemente a lo menos se
acordara de las palabras de los profetas, que él continuamente revolvía en
su meditación y así mantuviera en su memoria lo que se le acababa de decir.
Nada dijo a la esposa el ángel, porque ella como jovencita no sabía aún de
esas cosas En cambio al esposo, como varón justo que era y que meditaba
continuamente en los profetas le declara todo lo dicho. Antes le había
dicho: a María tu esposa. Pero ahora que ha citado al profeta, finalmente le
revela esa palabra: virgen. Cierto que si José no hubiera de antemano oído
al profeta, ahora, oyendo las palabras y apelativo de virgen aplicado a su
esposa no habría quedado igualmente tranquilo En cambio, del profeta, al que
continuamente meditaba, no iba a escuchar nada extraño, sino algo que le era
muy familiar ya desde antes. Tal fue la, razón de que el ángel, para hacerle
creíble lo que le decía, le trajo el testimonio de Isaías. Y no se detuvo
ahí sino, que alzó la mente de José hasta Dios, que fue propiamente quien
tal cosa predijo. Porque no dijo el evangelista que aquellas fueran palabras
del profeta, sino palabras proferidas por el Señor común de todos. Y por eso
no dijo: Para que se cumpliera lo dicho por el profeta Isaías, sino: lo que
fue dicho por el Señor. La boca que hablaba era de Isaías, pero el oráculo
que pronuncio venía de los cielos.
¿Y qué decía el oráculo? He aquí que la Virgen concebirá y parirá un hijo y
le pondrán por nombre Emmanuel Preguntarás: entonces ¿por qué no se le llama
Emmanuel, sino Jesucristo? Pues porque el ángel no dijo lo llamarás, sino lo
llamarán. Es decir, los pueblos lo llamarán y los sucesos lo confirmarán.
Aquí es el resultado el que impone el nombre. Y es costumbre de la Escritura
poner el nombre según los resultados. Lo de: le pondrán por nombre Emmanuel
no significa otra cosa, sino que verán a Dios con los hombres. Siempre
estuvo con los hombres, pero nunca tan manifiestamente como ahora. Y si
acaso los judíos en su impudencia insisten en la dificultad, les
preguntaremos: ¿Cuándo fue un niño llamado pronto en saquear, rápido en
robar 51? Nada podrán responder. Entonces ¿por qué el profeta dice: Llámalo
pronto a saquear rápido a robar. Lo llama así porque apenas nacido el niño,
aconteció la toma y robo de Asiria. Por eso, lo que sucedió al nacer él se
le puso como nombre. También dice Isaías: Y la ciudad se llamará ciudad de
justicia, ciudad fiel 52. Ahora bien, en parte alguna encontramos que la
ciudad de Jerusalén fuera llamada Justicia, sino que perpetuamente mantuvo
su nombre de Jerusalén. Cambiada en sus procederes le aconteció vivir en
justicia y por esto el profeta dijo que así se llamaría. Donde acontece que
se lleve a cabo alguna esclarecida hazana, tal que indique, mejor que el
nombre propio, cuál fue el autor o quién sacó el provecho, la Escritura le
da a este como nombre la realidad de la cosa.
Y si los judíos, refutados en esto, ponen otra objeción, es a saber sobre la
virginidad, y nos oponen otros intérpretes que traducen no virgen, sino nina
o joven, les responderemos desde luego que los LXX merecen mayor fe que esos
otros. Porque los intérpretes posteriores interpretaron la Escritura después
de la venida de Cristo y sin embargo permanecieron judíos. Esto los hace
sospechosos pues quizá así interpretaron esa palabra por odio y enemistad
con los cristianos; de manera que de industria tradujeron la Escritura de un
modo oscuro. En cambio, los LXX que pusieron manos a la obra tantos en
número y cien más años antes de Cristo, están libres de semejante sospecha y
así por el tiempo en que vivieron, como por su número y concorde parecer,
son más de fiar.
Mas, aunque nos opongan los intérpretes posteriores, todavía la victoria es
nuestra. Porque con el nombre de niña o joven suele la Escritura designar a
las vírgenes doncellas. Y esto no únicamente refiriéndose a mujeres, sino
también a varones. Así dice: Los mancebos y las doncellas, los viejos y los
jóvenes 53. Y hablando de la joven cuya pureza fuera acometida, dice: Si la
joven levanta la voz 54, es decir la virgen. Lo que se confirma con lo ya
dicho; Porque no dijo Isaías simplemente: La virgen concebirá; sino que
habiendo dicho antes. El Señor os dará El mismo una señal, añadió: He aquí
que la Virgen concebirá Pero si no había de ser virgen la que iba a parir,
sino que eso había de suceder según la ley natural del matrimonio ¿qué clase
de senal sería ésa? Puesto que un portento es algo que tiene que superar el
orden común de las cosas y ser algo inesperado e insólito. De otro modo
¿cómo podría servir de señal?
Y José al despertar de su sueno hizo como el ángel del Señor le había
mandado. ¿Adviertes la disposición de su ánimo para obedecer? ¿Adviertes su
ánimo vigilante no impedido por alguna acepción de personas? Ni cuando
andaba en las tristes y penosas sospechas quiso retener consigo a la Virgen,
ni una vez que se removieron las sospechas quiso abandonarla. Aceptó el
quedar constituido ministro de todo el nuevo modo de proceder. Dice el
evangelista: Y recibió a María su esposa. ¿Observas con qué frecuencia
repite el nombre de esposa, al mismo tiempo que va alejando toda sospecha?
Es que no quiere revelar aún el misterio. Y una vez que la recibió: no la
conoció ha que dio a luz a su hijo primogénito. Puso el evangelista ese
hasta no para que sospeches que más tarde la conoció José, sino sólo para
que sepas que hasta el parto mismo fue virgen intacta.
Entonces ¿por qué dice: hasta que dio a luz? Con frecuencia se advierte en
la Escritura este modo de hablar, de manera que no usa esa palabra para
significar un tiempo definido. Y así, hablando del arca, dice: Ni regresó el
cuervo hasta que se secó la tierra 55. Y tratando de Dios, dice: De un siglo
hasta otro, tú eres 56, sin que por eso ponga término alguno. Y también
profetizando dice: En sus días florecerá la justicia y la abundancia de paz
hasta que se destruya la luna 57, pero no por esto pone término a la
existencia de ese astro. Pues del mismo modo en este lugar puso hasta, para
asegurar lo que al parto había precedido, dejando a tu consideración el
tiempo siguiente. Dijo lo que tenía que decirte o sea que la Virgen hasta el
parto permaneció intacta. En cambio, lo que de su afirmación se seguía como
consecuencia, y además era bien claro, lo dejó a tu buen entender. Por
cierto, que aquel varón justo jamás se habría atrevido a tocar a aquella
Virgen que tan maravillosamente haba sido hecha Madre y había merecido tan
nuevo y desacostumbrado embarazo.
Si la hubiera conocido y tomado y usado como mujer ¿cómo Jesús la hubiera
encomendado al discípulo, como si ella no tuviera esposo ordenándole que la
tornara como a su madre?
Dirás que entonces ¿cómo es que Santiago y otros son llama dos hermanos de
Jesús? ¿Cómo se explica que María fuera tenida como esposa de José? Fue
porque muchos velos se interpusieron para ocultar el modo de este parto. Por
eso Juan los llama así con estas palabras: Porque ni sus hermanos creían en
él 58. Y, sin embargo, los que primero no creían fueron después admirables y
preclaros creyentes. Así cuando Pablo, para esclarecer su doctrina subió a
Jerusalén buscó al punto a Santiago, tan admirable que fue el primer obispo
de aquella ciudad. Y cuentan de él que llevó tan áspero género de vida que
parecían muertos todos sus miembros; y que por la continuidad de su oración
y que frecuentemente se prosternaba en el pavimento, su frente se había
endurecido en tal grado que casi había contraído la rudeza de la piel en las
rodillas del camello: tanta era la frecuencia con que la aplicaba al
pavimento 59.
El mismo Santiago, hablando con Pablo, quien por segunda vez había subido a
Jerusalén, al darle la buena noticia, le dice: ¿Ves hermano cuantos miles se
han juntado? 60. Tan grande era su prudencia, tanto su celo; o mejor dicho,
tan grande era la virtud de Cristo. Pues mientras vivió así lo vituperaban;
tras de su muerte lo admiraron tanto que con gran presteza ofrecieron por él
su vida: cosas todas que demuestran más que nada la fuerza de la
resurrección, Y se reservaron para ese tiempo final las demostraciones más
claras, a fin de que sirvieran de prueba sobre la que ninguna duda pudiera
caber. Si tras de la muerte nos olvidamos de quienes en vida parecían
admirables ¿cómo pudo suceder que quienes de Cristo vivo se burlaban, lo
creyeran luego Dios si en realidad hubiera sido sólo hombre? ¿Cómo habrían
querido morir por él, si no hubieran recibido la demostración clara mediante
la resurrección?
Mas no lo decimos únicamente para que lo oigáis sino para que imitéis esos
ejemplos de fortaleza, de confianza, para dar testimonio y ese ejercicio de
todas las virtudes; y para que nadie desespere de si mismo aun cuando antes
haya sido tardo y perezoso, ni ponga su esperanza sino en la santidad de sus
costumbres, después de la misericordia de Dios. Si a los aludidos nada les
valió ser de la parentela, familia y patria de Cristo, hasta que brillaron
por su virtud ¿de qué perdón seremos dignos si sólo mostramos a nuestros
parientes y hermanos santos y no vivimos en grande justicia y virtud?
Dejando entender esto decía el profeta: No rescata el hermano, rescata el
hombre 61, aun cuando ese hermano sea Moisés o Samuel o Jeremías. Oye lo que
dice Dios a éste: No me ruegues por este pueblo, porque no te oiré 62. Y no
te admires si no te escucho, pues ni aun cuando estuvieran presentes Moisés
o Samuel no les admitiría sus ruegos.
También Ezequiel, cuando suplicaba, oyó lo siguiente: Aun cuando se
presentaran Noé, Job y Daniel, no librarán a sus hijos e hijas 63. Aun
cuando ruegue Abraham por aquellos que pecan y no se arrepienten, Dios se
apartará y los abandonará de manera que no escuchará los ruegos que por
ellos se le hagan Aun cuando Samuel en persona, dice el Señor, lo hiciera,
le responderé: No llores más e favor de Saúl 64 Y si alguno en esas
circunstancias suplicare por su propia hermana, oirá lo que a Moisés le fue
respondido: Si ella hubiera escupido el rostro de su padre 65. No anhelemos
esperanzados el ajeno patrocinio. Muchísimo pueden las oraciones de los
santos, con tal de que nosotros hagamos penitencia y nos arrepintamos.
Moisés, que había liberado de la ira inminente de Dios a seiscientos mil
hombres, no pudo librar a su hermana, y eso que el pecado de ésta no era tan
grave como el de aquéllos. Porque ésta había injuriado solamente a Moisés,
mientras. que aquéllos habían cometido un crimen de impiedad para con Dios.
Dejo a vuestra consideración esta última cuestión y voy a procurar resolver
otra más grave. ¿Para qué referimos a la hermana de Moisés cuando Moisés
mismo, jefe de tan gran pueblo, no pudo alcanzar lo que para sí mismo pedía;
sino que después de tantos y tan extremados sufrimientos y angustias, tras
de ir al frente del pueblo durante cuarenta anos, finalmente se le negó el
ingreso a la tierra prometida? ¿Por qué motivo? Porque semejante favor no
habría acarreado utilidad alguna al pueblo judío, sino por el contrario,
gravísimo daño y hubieran tropezado en eso muchos de los judíos. Si apenas
liberados de Egipto por Moisés, abandonaron a Dios y en todo y para todo
buscaban a Moisés y todo a él lo referían, cuando hubieran visto que él los
introducía a la tierra de promisión ¿a qué extremos de impiedad no se
habrían lanzado? Y fue esta una de las razones por las que su sepulcro quedó
desconocido y oculto.
Samuel no puede librar de la ira divina: él que con frecuencia salvó a los
israelitas. No pudo Jeremías salvar a los judíos, mientras que a otro
extraño lo salvó con su profecía. Daniel salvó a los bárbaros que eran
degollados, pero no pudo librar a los judíos de caer en la cautividad. Y en
los evangelios encontramos que sucede lo mismo no en favor de otros, sino de
los mismos que oran; y vemos que unas veces alguno logra para sí la salud y
que luego al revés la pierde. Así el que debía los diez mil talentos,
suplicando se libró del peligro; pero a renglón seguido ya no pudo lograrlo.
Otro al revés, habiéndose perdido a sí mismo, luego pudo ayudarse
grandemente. ¿Quién fue éste? El que había dilapidado los bienes paternos.
De manera que, en conclusión, si somos perezosos y desidiosos, no podremos
librarnos ni aun por las oraciones de: otros; y si nos mantenemos
vigilantes, podremos por nosotros mismos librar nos. Pero más por nuestras
obras que por las ajenas. Prefiere Dios concedernos su gracia a nosotros
personalmente que no por medio de otro que ruegue por nosotros; de manera
que procurando nosotros aplacar su ira, procedamos confiadamente y nos
enmendemos. Así fue como se compadeció de la cananea; así concedió el perdón
a la meretriz; así acogió al ladrón, sin que nadie hiciera de abogado o
intermediario,
Pero no voy diciendo esto para que no roguemos a los santos, sino para que
no seamos negligentes, ni entregados a la desidia y al sueno, dejemos
nuestra salvación a cargo de otros y de ellos solos. Porque Jesús, habiendo
dicho: Haceos amigos no se detuvo aquí, sino que anadió: con las riquezas
injustas 66, de manera que en realidad sea obra tuya. En este pasaje hablaba
de la limosna; y, cosa admirable, no pide más de nosotros, con tal de que
nos apartemos de la iniquidad. Es como si dijera: ¿Injustamente has
adquirido? Pues ahora gástalo en buenas obras. ¿Injustamente amontonaste?
Repártelo justamente. Pero ¿qué virtud es hacer limosna de bienes así
adquiridos? ¡Bien dices! Sin embargo, Dios, por ser benigno, hasta a eso se
abate; y si lo hacemos nos promete bienes abundantes. Pero nosotros hemos
llegado a tal punto de pereza que ni de los bienes injustamente adquiridos
hacemos limosna; sino que aumentándolos con infinitas rapinas, nos parece
que si damos aun cuando sólo sea una pequeñísima parte, todo lo hemos
perdido.
¿No has oído a Pablo, que dice: Quien poco siembra poco cosecha 67? Entonces
¿por qué siembras poco? ¿acaso es eso un gasto, es un despilfarro? Por el
contrario, es una ganancia, es todo un negocio. Porque de donde se hace la
siembra de ahí se levanta la cosecha. Donde se arroja la simiente ahí es en
donde ella se multiplica. Si poseyeras tú un campo grueso y fértil, capaz de
recibir abundante semilla, sin duda lo cultivarías y gastarías en él cuanto
tuvieras a la mano y aun pedirías prestado y juzgarías que en el caso la
parsimonia se convertiría en verdadero detrimento. Y en cambio, cuando se
trata del cultivo de ese otro campo que es el cielo, no sujeto a
inmutaciones de la atmósfera, sino que te devolverá la semilla con réditos
inmensos, te tornas perezoso, lo rehúyes y no piensas en que quien es parco
en las obras resulta perdidoso y quien es generoso en sembrar es quien sale
en gran manera ganancioso.
!Ea, pues! Reparte, para que no pierdas. No retengas para que así de verdad
retengas. Da para que así guardes. Gasta para que así lucres. Y si es
necesario guardar lo tuyo, no lo guardes tú, pues en absoluto lo perderás;
sino ponlo en las manos de Dios: ¡de ahí nadie lo arrebatará! No te pongas a
negociar tú, pues no sabes ganar; más bien pon a rédito la mayor parte de tu
fortuna con Aquel que sabrá pagarte con usura. Pon a rédito allá en donde no
hay envidia, acusación, asechanzas ni miedos. Pon a rédito con Aquel que de
nada necesita y sin embargo por ti se hace el necesitado; el que a todos
alimenta y él padece hambre para que nunca te acose el hambre; con el que se
hizo pobre para que tú fueras rico. Pon a rédito allá en donde no
encontrarás como ganancia la muerte, sino, en vez de la muerte, la vida.
Porque réditos hay que engendran el reino y réditos que engendran la gehenna.
Aquéllos llevan a la avaricia; éstos a la virtud. Aquéllos demuestran
crueldad; estos caridad. ¿Qué defensa tendremos si pudiendo ganar mucho con
seguridad y a tiempo oportuno, con gran libertad y lejos de oprobios,
temores y peligros, dejamos a un lado semejantes ganancias y vamos tras de
otras llenas de torpezas, falaces y vanas y pasajeras y que por último
acaben nos arrojen al fuego inmenso?
Porque en verdad nada hay más vergonzoso ¡nada! que la usura acá en el
tiempo: ¡nada más cruel! Quien así pone a rédito, anda negociando con la
desgracia ajena y se busca sus utilidades mediante la infelicidad de los
otros y exige que se le pague su benevolencia; y mientras teme aparecer
inmisericorde, bajo la apariencia de bondad y compasión, cava una más honda
hoya y más peligrosa. Al prestar auxilio, lo que hace es oprimir al pobre,
alargando la mano, hunde. Al parecer que acoge en el puerto, arroja al
naufragio, a los arrecifes, a los ocultos escollos. Pero dirás: ¿qué lo que
intentas? ¿que yo dé el dinero que para utilidad mía he apanado y que otro
lo disfrute y yo ningún provecho saque? De ninguna manera: ¡no digo eso! Más
aún: mi anhelo es que de tu dinero recibas una no pequeña ganancia, pero que
no sea escasa sino inmensamente mayor. Quiero que tu ganancia no sea oro,
sino cielo. ¿Por qué te revuelcas en la tierra y te vuelves pobre y exiges
en vez de riquezas inmensas una mínima ganancia? Eso es ignorar cuáles sean
las verdaderas riquezas.
Cuando Dios, a cambio de esos tus escasos dineros, te promete los bienes
celestiales, tú le respondes: no me des el cielo, sino en vez del cielo un
poco de oro perecedero. Pero advierte que esto es vivir en pobreza. Quien
anhela las verdaderas riquezas, elige las que son estables en vez de las que
son pasajeras, las muchas en vez de las pocas, las incorruptibles en vez de
las corruptibles; y entonces también le sobrevienen las terrenas. Quien
busca la tierra antes que el cielo, perderá también las riquezas de la
tierra. Pero quien prefiera el cielo a la tierra, gozará de ambos
abundantísimamente.
Para que esto obtengamos, despreciemos todo lo presente y escojamos los
bienes futuros. Así gozaremos de unos y de otros, por gracia y bendición de
nuestro Señor Jesucristo, a quien sea la gloria y el imperio, por los siglos
de los siglos. Amén.
Notas
51 Is 8, 3 52 Is 1, 26 53 Sal 148, 12 54 Dt 22, 20. 55 Gn 8, 7 56 Sal 85, 2
57 Sal 72, 7. 58 Jn 7, 5. 59 Nótese que fue Aniano quien puso en su versión
lo de que las rodillas de Santiago se habían encallecido como piel de
camello. Pero el griego no dice tal cosa. 60 Hch 21, 20 61 Sal 49, 7 62 Jr
11, 14. 63 Ez 14, 14 y 16 64 1S 16, 1 65 Jn 12, 14. 66 Lc 16, 9. 67 2Co 9,
8.
HOMILIA VI
Nacido, pues, Jesús en Belén de Judá en los días del rey Herodes, llegaron
del Oriente a Jerusalén unos magos diciendo: ¿Dónde está el rey de los
judíos que acaba de nacer? Porque hemos visto su estrella en el Oriente y
venimos a adorarlo (Mt 1, 1-2).
GRANDE vigilancia necesitamos y muchas oraciones para poder explanar e1
presente pasaje de la Sagrada Escritura y llegar a saber quiénes son estos
magos, de dónde, cómo y persuadiéndolos quién han venido y qué clase de
estrella fue la que los movió. Más aún, si os parece comencemos por lo que
afirman los enemigos de la verdad. Hasta tal punto el demonio los inspira,
que les ha puesto la tentación de sacar de este pasaje un argumento contra
la verdad. ¿Qué es lo que dicen? Que en naciendo Cristo apareció la
estrella, lo que demuestra que la astrología es verdadera ciencia.
Pero ¿cómo es que si nació bajo las leyes de la astrología echó abajo la
astrología, acabó con la ciencia del hado, cerró las bocas de los demonios,
disipó el error y apartó toda esa clase de manipulaciones? ¿Cómo se explica
que por esa estrella sepan los magos que Cristo es el rey de los judíos,
siendo así que Jesús dijo a Pilato que su reino no era mundano? Mi reino no
es de este mundo 68. Y a la verdad no demostró nada de los reinos de este
mundo: no se rodeé de alabarderos, ni de gente armada de escudos, ni de
caballería, ni de tiros de mulas, ni de otra cosa alguna de ésas; sino que
llevó una vida sencilla y pobre, acompañado de doce hombres, y éstos de los
más despreciados.
Mas, aunque supieran que es rey ¿por qué van a buscarlo? No es que la
astrología estudie el que por las estrellas sean conocidos los que nacen,
sino que, como algunos dicen, ella se ocupa en declarar de antemano lo que a
los niños acontecerá, según la hora y punto en que nacen. Pero los magos ni
estuvieron presentes cuando la Madre daba a luz al Nino, ni sabían cuándo
nacería, ni tomando pie de eso predijeron por el movimiento de las estrellas
su suerte futura; sino que, por el contrario, como hubieran visto ya tiempo
antes la estrella brillar en su región, fueron a ver al Nino. Y, otra cosa
que presenta aún mayores dificultades para los astrólogos que lo que
precede, ¿qué fue lo que movió a los magos? ¿En qué esperanza apoyados
llegan de tierras tan distantes para visitar al rey?
Aun cuando hubiera luego de reinar sobre ellos, ni aun así había una razón
suficiente. Si hubiera él nacido en un palacio, estando presente el rey su
padre, con razón diría alguno que ellos, para dar gusto al padre adoraron al
Nino, ganándose así la benevolencia regia, mediante ese acto de veneración.
Pero, sabiendo ellos que no sería su rey, sino de gente extraña y muy
apartada de sus tierras y que ni siquiera había llegado a la mayoría de edad
¿por qué emprenden tan larga peregrinación? ¿por qué le llevan dones? Y más
cuando todo eso tenían que hacerlo exponiéndose a grave peligro. Porque
apenas lo supo Herodes y se turbó y todo el pueblo se conturbó cuando lo
supo de boca de los magos.
Dirás que los magos no adivinaban lo que sucedería. Esto no parece
razonable. Porque aun cuando hubieran sido los más necios de los hombres, no
podían ignorar que llegándose a una ciudad sujeta a otro rey y con
semejantes nuevas; y tratando de un rey distinto de aquel que entonces
reinaba, evidentemente se expondrían a infinitos peligros. Además: ¿por qué
adoraron a un Nino envuelto en panales? Porque si a lo menos el Nino hubiera
llegado ya a la mayor edad, podría decirse que los magos con la esperanza de
que luego los auxiliara, se habían expuesto al manifiesto peligro; cosa qué
por otra parte no habría dejado de ser propia de una extrema locura; que un
persa, un bárbaro que nada de común tenía con la gente de los judíos,
quisiera salir de su país y abandonar su patria, sus parientes y su casa
para ir a sujetarse a otro reino.
Y si esto era locura, mayor locura fue lo que luego se siguió. ¿Qué fue lo
que siguió? Que tras de haber recorrido tan vastos caminos y haber hecho su
adoración, al punto se regresaron, tras de haber levantado tan grande
tumulto. Y ¿qué insignias regias vieron? Un tugurio, un pesebre un niño en
la cuna, una madre pobre. ¿A quién pues y por qué motivo llevaron sus dones?
¿Existía acaso alguna ley, había alguna costumbre de que a todo rey que
naciera se le llevaran presentes? ¿Rondaban acaso por todo el orbe de la
tierra para adorar antes de que subieran al trono a cuantos supieran que de
humildes y viles llegarían a reyes? Nadie se atrevería a decirlo. Entonces
¿por qué lo adoraron? Si fue por lo que ahí vieron ¿qué ventaja podían
esperar que recibirían de un niño y de una pobre madre? Si fue por esperanza
de lo futuro ¿cómo podían saber que un infante adorado en la cuna recordaría
después lo que hubieran hecho? Y si creían que más tarde se lo recordaría su
madre, por tal motivo, más que premio merecían castigo, pues ponían al niño
en manifiesto peligro.
En efecto: Herodes, turbado por los procederes de los magos, comenzó a
buscar al niño y a inquirir y a procurar darle muerte. Es un hecho universal
que en todas partes quien a un particular que es aún de tierna edad
abiertamente le predice que será rey, no hace otra cosa que entregarlo a la
muerte o a lo menos levantar contra él infinitas guerras. ¿Observas toda la
cantidad de absurdos que de aquí se deriva en este negocio, si se examina a
la luz de las leyes ordinarias de la vida humana? Ni sólo es esto, sino que
muchas más cosas podrían decirse de las que brotarían dificultades mayores
que las que acabamos de exponer.
Mas para no ir concatenándolas, dificultades sobre dificultades y arrojaros
así a cien oscuridades ¡ea! apresurémonos a dar solución a las ya
propuestas; y tomemos comienzo por la estrella. Si llegamos a conocer de qué
calidad era y si era una de tantas o distinta de las otras, y si realmente
era estrella o sólo una apariencia, entonces fácilmente resolveremos las
demás cuestiones. ¿Cómo lo sabremos? Por la misma Escritura. Paréceme que
puede comprobarse no haber sido una estrella como las otras; más aún, ni
siquiera estrella, sino un espíritu invisible que aparecía como estrella,
desde luego por el camino que sigue. Porque no hay, no existe estrella
alguna que siga semejante camino. El sol, la luna y los demás astros todos,
vemos que van de oriente a occidente, mientras que esta estrella camina de
norte a sur, pues al sur queda Palestina si la consideras desde Persia.
En segundo lugar, lo mismo puede demostrarse por el tiempo. Porque no
aparece de noche, sino en pleno día y en los esplendores del sol, fuerza que
no tiene otra estrella alguna, ni aun la luna misma. Puesto que ésta, aun
superando a los de más astros, en cuanto aparece el brillo del sol, al punto
se esfuma y no se ve su luz. En cambio, la otra estrella superaba con la
fuerza de su brillo aun los rayos solares y sus rayos vencían a éstos. En
tercer lugar, se demuestra porque ella a veces emitía su luz y a veces no.
Pues mientras caminaban los magos hacia Palestina brilló; pero después que
llegaron a Jerusalén, se les ocultó. Y luego, tras de abandonar a Herodes,
una vez que lo hubieron puesto al tanto del motivo de su viaje, se les
apareció de nuevo, al continuar ellos su camino. Cosa es ésta que no dice
con el movimiento de una estrella, sino que un espíritu dotado de ciencia.
No teniendo este camino prefijado, marchaba a donde quería, se detenía
cuando se había de detener y todo lo disponía según las oportunidades, a la
manera de aquella columna de nube que mostraba a los judíos cuándo habían de
caminar y levantar el campamento y cuán do habían de parar y poner el
campamento.
En cuarto lugar, se demuestra claramente lo mismo por el modo de lucir. Pues
no estaba enclavada en lo alto de los cielos, ya que de ese modo no hubiera
podido dirigir a los magos, sino que andaba en las regiones inferiores y así
los guiaba en su sendero. Ya sabéis que una estrella no puede señalar un
sitio tan pequeño y determinado como el que ocupa una cabana, más aún cuando
ésta apenas puede contener el cuerpecito de un niño. De manera que, desde
las enormes alturas, no podía un astro indicar al visitante un tan estrecho
lugar. Así podemos observarlo en la luz de la luna. A pesar de que tan
grande mente supera a todas las estrellas, sin embargo, parece tan vecina de
todos los habitantes del orbe, diseminados en tan amplias latitudes.
Pregunto, pues: ¿cómo habría señalado un sitio tan estrecho y pequeño como
el de una choza y de un pesebre, una estrella, si no fuera abatiéndose desde
las alturas hasta las regiones inferiores y deteniéndose sobre la cabeza
misma del infante? Que es lo que el evangelista indica cuando dice: He aquí
que la estrella los precedía hasta que llegada encima del lugar en donde
estaba el Niño, se detuvo. ¿Ves con cuán numerosos argumentos se demuestra
que semejante estrella no era una de tantas y que no mostró su luz al modo y
según las leyes de la errónea astrología?
Pero entonces ¿por qué motivo apareció? Para redargüir la necedad de los
judíos y quitarles, como a ingratos, toda ocasión de defensa. Pues venía
Jesús para abrogar todas aquellas antiguas instituciones y reducir al orden
al orbe entero y a un solo culto, y para ser adorado en todas partes, por
mar y tierra, ya desde sus principios abrió la puerta a los gentiles para
ensenar a los suyos mediante el ejemplo de los extraños. Como no prestaban
atención, a pesar de que oían hablar a los profetas de su venida, hizo que
unos bárbaros, llegados de tierras lejanas, les preguntaran por el rey
nacido entre ellos, y por vez primera supieran, por hombres de habla persa,
lo que no habían querido aprender de los profetas De manera que, si querían
rectamente proceder, tuvieran a la mano una magnifica ocasión para dar su
asentimiento; y si, por el contrario, lo recusaban, quedaran privados de
toda razonable excusa.
?Qué podrán alegar quienes no recibieron a Cristo, anunciado por tantos
profetas, cuando vean que los magos, por sólo haber contemplado una
estrella, lo recibieron y lo adoraron? Lo que hizo al enviar hacia los
ninivitas a Jonás; lo que hizo con la samaritana y con la cananea, eso mismo
lo obró por medio de los magos. Por eso decía: Se levantarán los ninivitas y
condenarán 69; y ahí mismo: Se levantará la reina del Mediodía y condenará a
esta generación. Porque los magos creyeron ante menores maravillas, y éstos
no creen ni ante otras mayores.
Preguntarás: ¿por qué condujo a los magos mediante la vista de la estrella?
Pues ¿de qué otro modo convenía? ¿les habría de enviar profetas? Los magos
no les habrían dado fe. ¿Les había de hablar desde las alturas? No habrían
hecho caso. ¿Les habría enviado un ángel? Quizá también lo habrían
despreciado. Deja, pues, a un lado todos esos otros medios Dios; y usando de
suma indulgencia, los llama por medios más ordinarios y les muestra una
estrella grande y distinta de las otras, con el objeto de excitar su
atención con la belleza y la magnitud del astro, y aun por la forma con que
se mueve.
Imitando este modo de proceder, Pablo tomó ocasión de un altar, para
dirigirse a los griegos y disputar con ellos, y les presentó el testimonio
de sus poetas; en cambio, a los judíos les hablaba recordándoles la
circuncisión; y a quienes vivían bajo la Ley los ensenaba tomando ocasión de
los sacrificios. Puesto que cada cual de mejor gana sigue sus modos
acostumbrados, así procede Dios, lo mismo que los varones por él enviados
para la salvación del mundo. No tengas, pues, por cosa indigna que Dios
llamara a los magos mediante una estrella. Si lo fuera, tú mismo rechazarás
las prescripciones judías, como son los sacrificios, las purificaciones, las
neomenias, el arca y aun el templo mismo: porque todas esas cosas trajeron
su origen de la rudeza de esas gentes. Dios, para salvación de los que
yerran permitió ser venerado con esas prácticas con que los gentiles
adoraban a los demonios, con sólo unos pequenos cambios. Todo con el objeto
de que luego, poco a poco, apartados de sus costumbres, fueran llevados a
más alta perfección.
Exactamente como procedió con los magos al llamarlos mediante el espectáculo
de una estrella, para luego conducirlos a más elevadas alturas. Una vez que
los hubo conducido como de la mano al pesebre, ya no les habló por la
estrella, sino por medio de un ángel con lo que los tomó mejores poco a
poco, lo mismo había hecho con los ascalonitas y con los de Gaza. Una vez
que aquellas cinco ciudades, con la llegada del arca, fueron heridas con una
plaga, como no encontraran medio alguno para los males que se les echaban
encima, llamaron a los magos; y reunidos todos, consultaron entre sí cómo
podrían apartar aquel azote, que de parte de Dios les había acontecido.
Los adivinos les dijeron ser necesario uncir al arca unas vacas que aún no
hubieran llevado el yugo y que fueran de primer parto y que se las dejara ir
por donde quisieran, sin que nadie las llevara; y que por aquí conocerían si
la enfermedad les había venido de Dios o era de casualidad. Porque decían:
si acaso por no acostumbradas quiebran el yugo o se devuelven por causa de
los mugidos de los becerrillos, o porque ignoran el camino, quedará claro
que el azote nos habrá venido por casualidad. Pero si van rectas su camino y
no se desvían ni por los mugidos de sus becerrillos ni por no saber el
camino, entonces fue la mano misma de Dios la que hirió a estas ciudades..
Y por haber los habitantes hecho caso de sus adivinos, Dios, usando de su
benignidad indulgente, se acomodó al parecer de aquellos adivinos y no tuvo
por ajeno de su majestad sacar verdadero el juicio de los adivinos y hacer
que los demás creyeran lo que ellos les decían. Pues parecía mayor milagro
el que los mismos enemigos testificaran el poder de Dios y sus maestros y
doctores le dieran el voto favorable. Vemos además que en otros muchos casos
Dios ha procedido lo mismo. Así en lo referente a las profecías de la
pitonisa, procedió en igual forma, como podéis vosotros mismos explicároslo
conforme a lo que ya tengo dicho. Porque nosotros hemos dicho lo que precede
acerca de la estrella, pero vosotros podéis añadir muchas otras
consideraciones, además. Pues dice el proverbio: Da ocasión al sabio y se
hará más sabio 70.
Debemos ahora volver al principio del pasaje leído. ¿Cómo empieza? Nacido,
pues, Jesús en Belén de Judá, en los días del rey Herodes, llegaron del
Oriente a Jerusalén unos magos. Los magos siguieron a la estrella como a su
guía, mientras que los judíos no dieron crédito a los profetas que
anunciaban al Mesías. Mas ¿por qué el evangelista nos indica el tiempo y el
lugar? Pues dice: En Belén y en los días del rey Herodes. ¿Por qué añadió
eso de la dignidad real? Lo añadió porque hubo otro Herodes, el que asesinó
a Juan Bautista. Pero éste era tetrarca; el otro era rey. Y pone el tiempo y
el sitio, para traernos a la memoria las antiguas profecías. Una de Miqueas
que dijo: Y tú, Belén, tierra de Judá, de ninguna manera eres la menor entre
los príncipes de Judá 71. Otra del patriarca Jacob; quien nos señaló el
tiempo y juntamente nos dio una gran señal de la venida de Cristo Porque
dice No faltará de Judá el cetro ni jefe salido de sus entrañas, hasta que
venga aquel cuyo es. A él darán obediencia todos los pueblos 72.
Pero también hay que investigar cuál fue el motivo de que los magos tuvieran
tales pensamientos y quién los movió a ponerlos por obra. Porque yo creo que
no puede ser todo esto atribuido a sola la estrella, sino a Dios, que excitó
sus ánimos. Lo mismo que hizo con Ciro cuando lo movió a dejar libres a los
judíos. Ni hizo esto en forma tal que los privara de su libre a1bedrío. Así
cuando de lo alto llamó a Pablo, puso de manifiesto tanto su gracia como la
obediencia del futuro apóstol.
Preguntarás: ¿por qué mejor no hizo lo mismo con todas las gentes y les
reveló el significado de la estrella? Porque no todos le darían crédito.
Aparte de que los magos estaban mejor preparados. Del mismo modo, cuando
gran cantidad de pueblos perecía, sólo a los ninivitas fue enviado Jonás. Y
dos ladrones estaban puestos en la cruz, pero sólo uno alcanzó la salvación.
Pondera, pues, la virtud de los magos, no porque acudieran al llamamiento,
sino por la confianza y sencillez con que procedieron. Pues para no parecer
que iban enviados con engano, declaran quién los ha guiado y lo largo del
camino y manifiestan al hablar una plena seguridad. Porque dicen: Venimos
para adorarlo. Y no temen ni los furores del pueblo ni el poder del rey. Por
esto creo yo que allá en su país eran doctores y maestros de los suyos.
Quienes acá no dudaron en declarar a qué venían, sin duda que en su patria
debieron hablar del asunto con la misma libertad una vez vueltos allá; tras
de haber escuchado el oráculo del ángel y haber oído el testimonio del
profeta, por los judíos invocado.
Y Herodes, al oír esto, se turbó y con él toda Jerusalén. Razonablemente
Herodes, por ser rey, temía por sí y por sus hijos. En cambio, Jerusalén
¿por qué se turbaba, pues ya de antemano los profetas le habían predicho que
el Nino sería su salvador, su bienhechor y libertador? ¿Por qué, pues, se
turbaban? Igualmente, que allá en el tiempo antiguo resistían a Dios y se
acordaban de las carnes de Egipto, siendo así que disfrutaban de
cumplidísima libertad. Observa la exactitud de los profetas. Porque eso
mismo ya de antiguo lo había predicho el vidente: Y han sido echados al
fuego y devorados por las llamas los zapatos jactanciosos del guerrero y el
manto manchado en sangre. Porque nos ha nacido un niño, nos ha sido dado un
hijo 73. Turbados como están, no cuidan de ver lo que ha sucedido; no van
tras de los magos; no los interrogan: tan querellosos eran y tan dados a la
desidia más que todos. Cuando hubiera convenido gloriarse de que semejante
rey hubiera nacido entre ellos y de que hubiera atraído a sí a las gentes
persas y pareciera que todo el mundo vendría a quedarle sujeto; cuando todo
iba tan bien y de bien en mejor, y el reinado del niño ya desde sus
comienzos se manifestaba espléndido, ellos por nada se mejoraron, a pesar de
que no hacía tanto tiempo de que habían sido liberados de la servidumbre
pérsica.
Convenía que aun ignorando los sublimes y arcanos misterios y aunque sólo
calcularan por las cosas presentes, sin embargo, discurrieran de este modo
Si a nuestro rey reden nacido en tal forma lo temen, mucho más lo temerán
cuando ya sea mayor de edad y se le sujetarán; de manera que nuestro futuro
será mucho más espléndido que el de los bárbaros. Pero ninguna consideración
de semejante jaez levant6 sus ánimos. Tan grande era su desidia, a la que se
sumaba la envidia. Conviene que ambos vicios los desterremos de nosotros con
diligencia; y que quien se pone a combate contra ellos tenga un fervor más
encendido que el fuego: He venido a traer fuego a la tierra y qué quiero,
sino que se encienda 74.
Por este motivo el Espíritu Santo apareció en figura de fuego Solo que
nosotros nos hemos vuelto mas fríos que la ceniza y más insensibles que los
muertos, a pesar de que contemplamos a Pablo elevándose sobre el cielo y
sobre el cielo de los cielos, y que todo lo vence mejor que la llama y todo
lo trasciende: lo alto y lo bajo, lo presente y lo futuro, lo que es y lo
que no es. Y si este ejemplo te resulta superior a tus fuerzas, esto mismo
es ya una manifestación de tu tibieza. ¿Qué tuvo Pablo más que tú para que
digas que no lo puedes imitar?
Pero en fin, para que no parezca que queremos querellar, dejemos a Pablo y
vengamos a los primeros cristianos. Ellos despreciaron el dinero, las
posesiones, los cuidados y ocupaciones del siglo y se consagraron
íntegramente a Dios y atendieron día y noche la enseñanza apostólica. Porque
tal es la naturaleza del fuego espiritual: no sólo consumir toda codicia de
las cosas seculares, sino cambiarla en otro amor. Por lo cual quien con
tales cosas se encariña, aun cuando le sea necesario perderlo todo, aunque
haya de despreciar los deleites y la gloria y aun simple mente aceptar la
muerte, todo eso lo lleva a cabo con suma facilidad. Porque una vez entrado
en el alma el ardor de ese fuego, quita toda tibieza y vuelve a aquel de
quien se ha apoderado más ligero que una pluma: de manera que viene a
despreciar todo lo visible.
Un alma así persevera en adelante en perfecta contrición, derrama con
frecuencia torrentes de lágrimas y de ello le vienen grandes delicias.
Porque nada hay que tantos una y acerque a Dios como un llanto semejante. Un
varón así, aun cuando habite en medio de las ciudades, procede como si
estuviera en mitad del desierto, en los montes, en las cavernas: para nada
se cuida de las cosas presentes y jamás se cansa de verter lágrimas, ya
considerándose a sí mismo, ya los pecados de los demás. Por eso Cristo a
éstos llamó bienaventurados, cuando dijo: Bienaventurados los que lloran 75.
Mas Pablo ¿por qué dice: Gozaos en el Señor siempre 76? Para declarar el
deleite de semejantes lágrimas. Así como los goces mundanos llevan consigo
tristeza, así aquellas lágrimas engendran el gozo según Dios, gozo perpetuo
y que nunca muere.
Así la meretriz famosa, en tal fuego encendida, llegó a ser más preclara que
las mismas vírgenes. Abrazada en el fervor de la penitencia, ardió luego en
el amor a Cristo y con sus cabellos sueltos enjugó los pies de Cristo, tras
de regarlos con sus lágrimas y de haber derramado en ellos el ungüento. Eran
exteriores aquellas acciones. Por lo que en su ánimo se obraba eran fervores
mucho más intensos, que solamente Dios con templaba. Oyendo esto, cada uno
de nosotros se congratula con ella y se alegra de sus rectos procederes y la
piensa libre de culpa. Pues si nosotros, malos como somos, tal juicio nos
formamos, considera cuán grande gracia recibiría de Dios y cuán grandes
bienes conseguiría de El por la penitencia, aun antes de obtener los otros
dones más altos.
Así como después de las grandes tempestades queda más puro el aire, así tras
del torrente de lágrimas síguese la serena tranquilidad y desaparecen las
tinieblas del pecado. Así como por el agua y el Espíritu Santo nos libramos
de la culpa, así por las lágrimas y la confesión también quedamos limpios,
con tal de que no lo hagamos por simple ostentación y para obtener
alabanzas. La mujer que por tal motivo lanzara lágrimas sería más culpable
que la que se embadurna con ungüentos y polvos y coloretes. Yo me refiero a
las lágrimas que brotan no de ostentación, sino de compunción; esas que
corren en lo oculto de tu aposento, sin testigos, en quietud y sin ruido, de
lo íntimo del corazón nacidas y de la tristeza y dolor, y tienen a Dios como
motivo. Tales eran las lágrimas de Ana, pues dice la Escritura: Sus labios
se movían, pero no se oía su voz 77; y, sin embargo, sus solas lágrimas
lanzaban una voz más penetrante que la de una trompeta Y por eso abrió Dios
su vientre y convirtió en fértil campo la pena endurecida de su esterilidad.
Si tales son tus lágrimas habrás imitado a tu Señor. Pues también él lloró
sobre Lázaro y sobre la ciudad y se conturbó por Judas Y en el evangelio con
frecuencia se le encuentra procediendo así; pero nunca riendo. Ninguno de
los evangelistas refiere nada de esto. Por eso Pablo cuenta de sí mismo, y
los otros lo cuentan de él, que lloraba y lo hizo por todo un trienio. En
cambio, ni él ni ninguno de los santos sus compañeros cuentan haberse reído;
más aún, ni otros santos a él semejantes. Sólo se refiere eso de Sara y fue
reprendida; y del hijo de Noé cuando de esclavo fue hecho liberto.
No digo esto como reprensión de la risa y para prohibirla, sino para
suprimir la liviandad. ¿Cómo, te pregunto, puedes así disiparte en risas
cuando tienes tantas cosas de qué dar cuenta y has de presentarte ante aquel
terrible tribunal para rendir exacta razón de todo cuanto en esta vida
hiciste? Porque tenemos que dar cuenta de cuanto voluntaria o
involuntariamente hicimos. Pues dice el Señor: A quien me negare delante de
los hombres, yo le negaré delante de mi Padre que está en los cielos 78 Y es
cierto que a veces semejante negación no es espontánea, y sin embargo, no
escapa al castigo y lo sufriremos por ella; y lo mismo de lo que conocemos y
de lo que no conocemos. Pues dice Pablo: Nada me arguye la conciencia, mas
no por eso me creo justificado 79. Daremos cuenta, ya pequemos a sabiendas o
sin saberlo. Y también: Declaró en favor suyo que tiene celo por Dios, pero
no según ciencia 80. Pero esto no les basta para excusa. Y escribiendo a los
de Corinto, decía: Pero temo que como la serpiente engañó a Eva con su
astucia, también corrompa vuestros pensamientos, apartándoos de la
sinceridad y de la santidad debidas a Cristo 81.
En fin, teniendo que dar cuenta de tantos y tan graves crímenes ¿todavía te
sientas a reír y proferir chistes mundanos y te entregas a la liviandad?
Dirás: pero si no lo hago, sino que me siento a llorar ¿qué utilidad me
viene? Grande, por cierto. Y tan grande que no te la puedo explicar. Porque
en los tribunales humanos, por más que llores no escapas de la pena, una vez
pronunciada la sentencia; en cambio en este otro tribunal basta con que
gimas para revocar la sentencia y obtener el perdón. Por esto Cristo con
frecuencia nos amonesta a que lloremos y a los que lloran los llama
bienaventurados, mientras que llama desdichados a los que ríen.
Este teatro no admite donaires. Ni nos reunirnos aquí para excitar
risotadas, sino para gemir y mediante nuestros gemidos obtener la herencia
del reino. Si tú te presentas delante del emperador, no te atreves ni a
sonreír con ligereza; y en cambio tienes en tu casa al Señor de los ángeles
¿y no tiemblas y no estás con la modestia conveniente y aun te atreves a
reírte mientras él está irritado? ¿No piensas en que más lo irritas con esto
que con tus pecados? Porque no se aparta Dios de los pecadores tanto cuanto
se aparta de quienes pecan y no se arrepienten ni se moderan. Pero hay
hombres tan locos, que aun habiendo oído estas palabras, todavía dicen:
¡Lejos de mí el derramar lágrimas! ¡Concédame Dios que esté siempre en risas
y juegos!
¿Puede haber cosa más infantil? No es Dios quien concede el juego, sino el
diablo. Oye lo que les sucedió a quienes se entregaban al juego: El pueblo
se sentó a comer y beber y se levantaron después para danzar 82. Y así eran
también los sodomitas y la gente que vivía al tiempo del diluvio. Porque de
ellos se dice: Tuvieron gran soberbia, hartura de pan y mucha ociosidad y
prosperidad y se colmaban de delicias 83. Y los que vivieron en tiempo de
Noé, aun viendo que durante tantos años se iba fabricando el arca, se
entregaban al placer sin cuidado alguno, y para nada prevenían lo futuro.
Por esto a todos los hundió el diluvio y naufragó todo el orbe.
No pidas, pues, a Dios regalos del diablo. De Dios es dar un corazón
contrito, un ánimo humilde, vigilante, temperado, continente, penitente y
compungido. Tales son sus dones, porque de eso es lo que estamos necesitados
sobre todo. Se ha echado encima una gran pelea y nuestra batalla es contra
las Potestades invisibles; nuestro combate es contra los espíritus de la
maldad, contra los Príncipes del mal. Ojalá que procediendo con diligencia,
vigilantes y despiertos, podamos sostenernos y hacer frente al feroz
escuadrón. Pero si nos entregamos a la risa, a la danza y a ser
perpetuamente perezosos, por nuestra desidia caeremos aun antes de combatir.
Así es que no nos conviene andar perpetuamente riendo y entregarnos a los
banquetes. Eso es propio de quienes danzan en el teatro, de las meretrices,
de los que para eso se hacen cortar el pelo, de los parásitos, de los
aduladores; pero no de quienes están destinados al cielo, de los que tienen
sus nombres escritos entre los ciudadaños de la eterna ciudad, de los que
están dotados de armas espirituales. Es propio de aquellos a quienes el
diablo ha iniciado en aquello otro. Porque es él, él mismo, quien con
artimañas de este jaez se esfuerza por este camino en debilitar a los
soldados de Cristo y volver muelles los nervios y las fuerzas del alma. Por
eso instituyó en las ciudades los teatros, en donde, agitando a los payasos,
lanza contra toda la ciudad esa peste, esa que Pablo ordenó que se rehuyera.
Se refiere a las conversaciones necias y a los chistes livianos; pero de
ambas cosas es suprema ocasión de carcajada.
Cuando los mimos, en medio de sus payasadas dijeren algo blasfemo o torpe,
entonces algunos de los más necios se ríen y se alegran, siendo así que a
semejantes mimos se les debería lapidar en vez de aplaudirlos por sus
chistes; pues por semejante placer atraen sobre sí el fuego del horno.
Quienes les alaban lo que dicen son quienes más a decirlo los impulsan. Y
por tal motivo con toda justicia quedan sujetos al tormento debido por
crimen semejante. Si no hubiera espectador tampoco habría comediantes. Pero
cuando ven que vosotros abandonáis los oficios, las ganancias, en una
palabra toda otra cosa, para correr a tales espectáculos, mayor cuidado
ponen y mayor empeño en prepararlos.
No digo esto para librarlos a ellos de pecado, sino para que caigáis en la
cuenta de que sois vosotros quienes suministráis el principio y raíz de
semejante maldad, pues gastáis todo el día en eso, traicionando la decencia
de vuestro estado de cónyuges y deshonrando el gran sacramento del
matrimonio. No peca tanto el comediante como tú que le ordenas proceder así.
Más aún: ni siquiera lo ordenas, sino que lo celebras con risas y aplaudes
semejantes espectáculos y de mil maneras ayudas a esa oficina del demonio.
¿Con qué ojos, te pregunto, verás luego en tu casa a tu esposa; a tu esposa,
a la que en el teatro contemplaste injuriada? ¿Cómo no te avergüenzas al
acordarte de tu esposa, cuando ves en el teatro deshonrado su sexo?
Ni me opongas que ahí en el teatro todo es asunto de comedia y fingimiento;
porque ese fingimiento ha convertido a muchos en adúlteros y ha destruido
muchas familias. Y esto es lo que más lamento: que ya ni siquiera os parezca
ser malo, sino que al contrario te entregues a los aplausos, los gritos, las
risotadas cuando los actores se atreven a presentar en público el adulterio.
¿Por qué llamas a semejante representación simple ficción? Infinitos
suplicios merecen los comediantes, pues procuran imitar lo que todas las
leyes ordenan evitar. Si mala es la cosa, mala es también su representación.
Y no digo aún que semejantes ficciones de adulterio convierten a los
espectadores en adúlteros y petulantes y desvergonzados; ya que nada hay más
lascivo, nada más petulante para la mirada capaz de soportar semejantes
espectáculos. Sin duda que tú no quisieras ver en el foro y mucho menos en
tu casa a una mujer desnuda, porque semejante cosa la consideras como una
injuria. Y en cambio vas al teatro a injuriar a ambos sexos manchando al
mismo tiempo tus miradas.
Tampoco alegues que aquella mujer desnuda en el teatro es una meretriz: uno
mismo es el cuerpo y el sexo de la meretriz y de la libre. Si en realidad
nada hay de obsceno en ese espectáculo ¿por qué cuando en el foro ves a la
mujer des nuda al punto te apartas y echas de ti a la desvergonzada? ¿Acaso
el espectáculo es obsceno cuando andamos separados en los negocios, y cuando
nos reunimos y nos sentamos en el teatro todos ya no es igualmente torpe?
Semejante excusa es ridícula y deshonrosa y lleva consigo al extremo de la
locura. Sería preferible tapiar los ojos con cieno y con lodo a contemplar
cosa tan fea y tan inicua. Porque no daña tanto al ojo el lodo, como el
espectáculo lascivo y la vista de una mujer desnuda dañan al alma.
Oye lo que la desnudez causó ya desde el principio de los tiempos y teme lo
que está detrás de tan grande torpeza. ¿Qué fue lo que dio origen a la
desnudez? La desobediencia y las asechanzas del demonio. De manera que ya
desde el principio en la desnudez puso el demonio su empeno principal. Pero
en fin, a lo menos nuestros primeros padres se avergonzaban, de estar
desnudos, mientras que vosotros lo tomáis a honra, como lo dijo el apóstol:
Gloriándose de la torpeza 84. ¿Con qué ojos te mirará tu esposa cuando
regreses de tan desvergonzado espectáculo? ¿cómo te recibirá? ¿con qué
palabras te hablará cuando en tal forma has deshonrado al sexo femenino y
vuelves hecho por el tal espectáculo esclavo y siervo de una meretriz?
Si oyendo esto os compungís, os felicito Porque dice Pablo ¿Quién va a ser
el que a mí me alegre, sino aquel que se contrista por mi causa? 85 No
ceséis de doleros y arrepentiros por esto. El dolor por semejante motivo
será el principio de vuestra conversión a una vida mejor... Me he dejado
llevar de la vehemencia algún tanto más en mis palabras con el objeto de
libraros de la podredumbre de los hombres ebrios, y volveros la salud del
alma, mediante un corte profundo. Ojalá que por medio de él disfrutemos
todos de los bienes eternos y alcancemos el premio preparado para las buenas
acciones, por gracia y misericordia de nuestro Señor Jesucristo, a quien sea
la gloria y el imperio por los siglos de los siglos. Amén.
Notas
68 Jn 18, 36 69 Mt 12, 41 70 Pr 9, 9 71 Mi 5, 2. 72 Gn 49, 10 73 Is 9, 5-6.
74 Lc 12, 49 75 Mt 5, 5 76 Flp 4, 4. 77 1S 1, 13 78 Mt 10, 35. 79 1Co 4, 4.
80 Rm 10, 2 81 1Co 11, 3. 82 Ex 32, 6 83 Ez 16, 49 84 Flp 3, 19 85 2Co 2, 2
HOMILIA VII
Y habiendo reunido a todos los príncipes de los sacerdotes y a los escribas
del pueblo, les preguntó en dónde había de nacer Cristo. Ellos le
contestaron: en Belén de Judá (Mt 2, 4-5)
¿HAS OBSERVADO cómo todo fue sucediendo para refutar a los judíos? Porque
mientras no lo tuvieron delante ni los arrastraba la envidia, testificaban
con sinceridad y verdad. Pero una vez que vieron la gloria nacida de sus
milagros, los arrastró la verdad. Sin embargo, la verdad sobresalía y la
predicaban más y más los mismos enemigos. Advierte aquí la admirable y
estupenda providencia de Dios. Mutuamente se dan y se comunican las noticias
bárbaros y judíos, de manera que cada cual sabe por los otros algo nuevo.
Los judíos supieron por los magos que la estrella había anunciado a Cristo
en Persia; los magos oyeron de los judíos que el mismo predicado por la
estrella había sido anunciado mucho tiempo antes por los profetas; y la
ocasión de preguntar sirvió a todos para una demostración, con mayor
precisión y claridad, de la doctrina verdadera. Los enemigos de la verdad se
ven obliga dos a leer aun contra su voluntad los testimonios de la verdad y
a interpretar la profecía, aunque no íntegra. Pues habiendo dicho en Belén y
que de ahí saldría el que había de regir a Israel, no añadieron lo que
sigue, con el objeto de adular al rey. ¿Qué es lo ¿qué sigue?: Cuyos
orígenes serán de antiguo, de días muy remotos y de muy remota antigüedad
86.
Preguntarás por qué motivo si había de nacer en Belén, luego residió en
Nazaret, con lo que oscureció la profecía. No la oscureció, sino que la tomó
más clara; ya que eso de que su Madre que habitaba en Nazaret viniera a
darlo a luz en Belén indica que el caso fue providencial. Por lo mismo, no
salió de Belén al punto, después de haber nacido, sino que permaneció ahí
durante cuarenta días, para dar tiempo a quienes quisieran más detenidamente
investigar, para examinar todo con cuidado. Muchas causas había para
suscitar la dicha investigación si ellos hubieran querido atender.
Desde luego, con la llegada de los magos se alborotó la ciudad toda y
juntamente con ella el rey; se consultó al profeta, se reunió grande
cantidad de jueces; y sucedieron otras muchas cosas que Lucas narró con
cuidado. Por ejemplo, lo tocante a Ana la profetisa, a Simeón, a Zacarías, a
los ángeles y a los pastores: cosas todas que podían dar ocasión a los que
quisieran fijarse un poco, para caer en la cuenta del gran suceso. Si los
magos, llegados desde Persia, no ignoraron el sitio del nacimiento, mucho
mejor podían los que ahí mismo moraban, saber dónde quedaba.
Cristo, ya desde un principio, se manifestó con abundantes milagros. Pero
como ellos cerraron sus ojos, El se ocultó por algún tiempo para luego
manifestarse con un milagro mucho mayor y más esplendente. Porque más
adelante, ya no fueron los magos y la estrella, sino el Padre que está en
los, cielos quien precedió a Cristo en las aguas corrientes del Jordán; y el
Espíritu Santo se puso sobre él y se lanzó aquella voz. Juan, por su parte,
con plena libertad clamaba por toda Judea y llenaba con su doctrina toda la
tierra habitada y todo el desierto. Y el testimonio de los milagros resonaba
por tierras y mares, y por toda criatura con una voz espléndida.
Al tiempo mismo del nacimiento se verificó tal cantidad de milagros que
bastaban para dar a conocer que el Mesías había venido. Para que no dijeran
los judíos: nosotros no sabemos en qué región o en qué sitio ha nacido,
proveyó la providencia divina todo lo referente a los magos y lo demás que
dijimos; de modo que no pudieran presentar ninguna excusa de no haber
inquirido acerca del suceso. Observa lo exacto de la profecía. Pues no dijo
permanecerá en Belén, sino saldrá de Belén. De manera que la profecía
solamente indicaba que ahí nacería.
Hay quienes impudentemente afirman que esto fue dicho de Zorobabel. Pero
¿cómo puede entenderse así la profecía? ¿Cómo puede convenirle a Zorobabel
aquello de: cuyos orígenes serán antiguos? ¿Ni lo otro que al principio se
dice: de ti saldrá? Porque Zorobabel no nació en Judea, sino en Babilonia, y
por esto se le puso por nombre Zorobabel, por haber nacido allá. Quienes no
ignoran la lengua siríaca, entienden lo que decimos. Además, lo sucedido en
el tiempo subsiguiente puede con firmarlo. Porque ¿qué es lo que dice? No
eres la menor entre los príncipes de Judá. Y añadió el motivo de su
celebridad con estas palabras: Porque de ti saldrá. De manera que sólo en
Jesús se cumplió clara y manifiestamente lo que aquí se dice.
Desde luego, apenas nacido, vienen a visitarlo los magos des de los confines
del orbe, en un pesebre, en una choza, como ya de antemano lo había predicho
el profeta cuando dijo: No eres la menor entre los príncipes de Judá; o sea
entre los príncipes de las tribus 87. En semejantes palabras incluye aun a
Jerusalén. Pero ni así se movieron a investigar, aunque la utilidad fuera
para ellos. Por esto los profetas hablaron al principio tanto de la dignidad
de Cristo, como de los beneficios que a los judíos se iban a derivar. Y así,
cuando estaba ya cercano el parto de la Virgen, dice el ángel: Le pondrás
por nombre Jesús; y anade: Porque El salvará a su pueblo de sus pecados. Y
los magos no decían: ¿en dónde está el hijo de Dios?, sino: el que ha nacido
Rey de los judíos. Y el profeta no dijo: De ti saldrá el Hijo de Dios, sino:
el Jefe que rija a mi pueblo Israel.
Convenía a los principios usar semejante lenguaje, más modesto, para no
escandalizar a los judíos, y más bien decir lo tocante a la salvación que
ellos esperaban, para más fácilmente atraerlos. Así todo lo que en primer
lugar se dice en referencia al tiempo de su nacimiento, no expresa nada
sublime ni grande ni parecido a lo que luego se refiere de sus milagros y
obras maravillosas. Estas de por sí más claramente nos hablan de su
dignidad. De manera que tras de infinitos milagros hasta los ninos lo
ensalzaron con himnos: oye cómo lo dice el profeta: De la boca de los
infantes y que aún maman, sacaste alabanza 88. Y también ahí mismo: Veré los
cielos tuyos, obra de tus manos, cosa que lo manifiesta como Creador de
todas las cosas. Y testimonio referente al tiempo siguiente a la Ascensión,
manifiesta la igualdad con su Padre: Dijo el Señor a mi Señor siéntate a mi
derecha 89. Isaías por su parte dice: Se alzará corno estandarte para los
pueblos y lo buscarán las gentes 90.
¿Por qué dice que Belén no es la menor entre los príncipes de Judá? Porque
ha venido a ser ciudad ilustre no sólo e Palestina sino en el orbe todo.
Pero como hablaba a los ju dios, dice: Gobernará a mi pueblo Israel. En
realidad, gobernó a toda la tierra. Mas, como ya dije, el evangelista no
quien servir de tropiezo y por tal motivo nada dice de los gentiles. Dirás:
entonces ¿cómo es que no reinó sobre el pueblo judío? Sí reinó. Al decir el
evangelista Israel significa a los judíos que creyeron en él. Pablo
interpretándolo dice así: No todos los nacidos de Israel son Israel, ni
todos los descendientes de Abraham son hijos de Abraham, sino los nacidos
por la fe y la mesa 91. Y si no reinó en todos, culpa fue de los llamados.
Pues debiendo adorarlo como lo hicieron los magos y dar gloria a Dios y
agradecerle que hubiera llegado ya el tiempo en que se perdonaran todos sus
pecados (pues nada habían oído acerca del tribunal y del castigo, sino sólo
del manso y humilde Pastor), por el contrario se perturban y perturban a
otros y luego ponen infinitas asechanzas.
Entonces Herodes, habiendo llamado a los magos, secretamente con cuidado
inquirió de ellos sobre el tiempo en que se les apareció la estrella. Lo
hizo porque quería dar muerte al niño, cosa que era el extremo no solamente
del furor, sino de la locura. Los hechos y lo que se decía eran suficientes
para apartarlo de intento semejante, puesto que lo sucedido nada tenía de
humano. Que la estrella llamara a los magos desde la altura; que ellos
emprendieran tan larga peregrinación para adorar al que yacía en la cuna en
un pesebre; que los profetas ya hubieran de antemano predicho todo esto; y
otras cosas además, todo en conjunto superaba a lo humano. Y sin embargo,
nada detuvo a Herodes.
Tal es por su naturaleza la perversidad: a si misma se hunde y se contradice
y acomete lo imposible. Observa la necedad del rey. Si creía en la profecía
y la juzgaba segura e inmutable, queda manifiesto que su intento era
imposible. Y si no creía ni juzgaba que aquellos decires llegaran a
realizarse, no tenía por qué temer. De manera que su dolo por ambas partes
resultaba superfluo. También era propio del extremo de la demencia pensar
que los magos le delatarían a aquel nino por el cual habían emprendido tan
larga peregrinación. Sí antes de verlo ardían en anhelos tan grandes, una
vez que lo vieron y por la profecía quedaron confirmados ¿cómo esperaba el
rey poder persuadirlos para que le entregaran por traición a aquel niño?
Sin embargo, aunque tantos y tan graves argumentos lo podían apartar de su
propósito, trató de realizarlo. Y así, habiendo llamado a ocultas a los
magos, les preguntaba. Creía sin género de duda que los judíos andarían
solícitos por la vida del niño; pues nunca pensó que hubieran llegado a tal
grado de locura que quisieran poner en manos de sus enemigos al Patrono y
Salvador que venía para dar libertad a su gente. Por esto los llama a
ocultas y los interroga no acerca del niño, sino del tiempo en que apareció
la estrella, siguiendo con diligencia grande el rastro de aquella pieza que
cazar quería. Paréceme que la estrella debió aparecer mucho antes. Como los
magos habían de emplear largo tiempo en su camino para poder adorar al
recién nacido en la cuna misma, a fin de que la cosa fuera más admirable, la
estrella se les mostró mucho antes. Si hubiera aparecido al tiempo mismo en
que en Palestina nació Cristo, los magos, tras de gastar mucho tiempo en el
camino, no lo habrían encontrado en la cuna. Y no nos extrañe que dé muerte
a los niños de dos años abajo: el furor y el temor, para mayor seguridad,
añadieron tiempo al tiempo, a fin de que el niño no pudiera escapar.
Id, pues, e informaos diligentemente acerca del niño; y cuando lo halléis,
comunicádmelo para que vaya también yo a adorarlo. ¿Has observado la
estulticia? Si hablas, oh rey, con verdad ¿por qué interrogas a ocultas? Y
si estás preparando un lazo ¿cómo no adviertes que los magos, al notar que
los interrogas a ocultas, sospecharán tu añagaza? Pero, como ya dije, aquel
de quien se apodera la perversidad, resulta más necio que todos. Y no dijo
Herodes: acerca del rey, sino: acerca del niño. Porque no se atrevió a
proferir el nombre de rey. En cambio los magos, que en su profunda piedad
ignoraban esos dolos (pues no creían que el rey se hubiera hundido tanto en
la maldad que intentara poner asechanzas a tan maravillosa providencia),
partieron sin la menor sospecha. Juzgaban a los demás por sus propios
afectos.
Y he aquí que la estrella que habían visto en el Oriente los precedía. Se
les había ocultado a fin de que ellos, ya sin guía, se vieran obligados a
preguntar a los judíos y así se hiciera público el negocio delante de todos.
Y una vez que preguntaron y tuvieron como maestros a los judíos, de nuevo la
estrella se les apareció. Quiero que consideres el orden magnífico. Después
de la estrella los recibe el pueblo judío y el rey mismo, y les muestran el
profeta que predijo lo sucedido. Después del profeta, el ángel que les
ensena todo. Entre tanto, desde Jerusalén, la estrella los conduce a Belén,
porque fue la estrella su guía desde aquella ciudad. De manera que también
por aquí puedes ver que no se trataba de una de tantas estrellas, puesto que
ninguna procede así. Ni sólo se movía, sino que los precedía y los iba
guiando y en pleno medio día los llevaba como de la mano.
Preguntarás ¿para qué necesitaban ya de la estrella, puesto que el pueblo
era muy conocido? Fue para que pudiera ser conocido el nino, pues no había
senal que lo distinguiese. Ni la casa era rica, ni la madre ostentaba alguna
forma brillante especial. Se necesitaba, por tanto, que la estrella los
condujera hasta el sitio. Por esto al salir ellos de Jerusalén se les
muestra, y ya no se detiene hasta que llega al pesebre y anade ese milagro a
los otros milagros. Porque ambas cosas fueron admira- bies: que los magos
adoraran y que la estrella se detuviera y los detuviera. Cosas fueron éstas
que podían conmover aun a un corazón de piedra.
Si los magos hubieran dicho que habían oído cómo predecían todo aquello los
profetas, o que los ángeles s lo habían comunicado a ellos en privado, no se
les habría creído; mientras que la estrella, brillando sobrehumana, aun a
los más impudentes les cerró la boca. Ella, una vez que estuvo encima de
donde es taba el ni ahí se detuvo; cosa que está muy fuera de lo que pueden
hacer las estrellas: es a saber el aparecerse y el desaparecerse y a veces
detenerse. Con esto los magos crecieron en su f e, y se alegraron, pues
habían encontrado lo que buscaban, se habían convertido en mensajeros de la
verdad y no sin causa habían acometido tan largos caminos: ¡ardían en
vehementes anhelos por Cristo! La estrella se acercó y fue a posarse sobre
la cabeza misma del niño, dando a conocer que éste era prole divina.
Parándose ahí, hizo que lo adoraran a quienes- no eran simplemente bárbaros,
sino los más sabios de entre los bárbaros. ¿Adviertes cómo con toda razón se
les apareció la estrella? Además de la profecía y de la interpretación que
de ella hicieron los sacerdotes y los escribas, los magos tuvieron a la
estrella como guía.
Avergüéncese Marción, avergüéncese Pablo de Samosata, pues no quieren ver lo
que vieron primeros progenitores de la Iglesia, pues no me apeno de
llamarlos así. Avergüéncese Marción viendo a Dios adorado en la carne.
Avergüéncese Pablo al ver que se le adora y no como a simple hombre. Que se
le adora en la carne lo demuestran los panales y el pesebre; y que lo adoran
no como a puro hombre, lo declaran al ofrecer a un niño aquellos dones que
son propios de Dios. Y avergüéncense los judíos al ver a los bárbaros y
magos que se les adelantan y no permiten quedarse atrás y en segundo lugar.
Por que lo que entonces sucedía era figura de lo futuro; y ya desde el
principio quedó claro y se significó que los gentiles se adelantarían al
pueblo judío.
Preguntarás ¿por qué, entonces, no desde los principios sino hasta más tarde
vino a decir: Id y ensenad a todas las gentes 92. Pues porque, como ya dije,
lo que entonces se hacía era figura y un como anticipo de lo futuro.
Razonable era que los judíos precedieran a los demás. Pero como rechazaron
espontánea mente el beneficio que se les hizo, se cambiaron los papeles.
Tampoco en este paso del evangelio era razonable que los magos se acercaran
antes que los judíos, ni que quienes habitaban tan lejos llegaran primero
que quienes vivían junto a la ciudad, ni que quienes nada habían oído de
Cristo antecedieran a los que habían sido criados en medio de numerosos
profetas. Mas como los judíos en absoluto ignoraban el conjunto de sus
propios bienes, bien estuvo que se adelantaran los que vivían en Persia a
los que vivían en Jerusalén. Lo mismo dice Pablo: A vosotros os habíamos de
hablar primero la palabra de Dios; puesto que la rechazáis y os juzgáis
indignos de la vida eterna, nos volveremos a los gentiles 93.
Imitemos, pues, a los magos. Pero también apartémonos con cuidado de las
costumbres de los bárbaros, para que podamos ver a Cristo. Porque aun los
bárbaros, si no se hubieran alejado mucho de su región, no habrían podido
ver a Cristo. Apartémonos de los negocios terrenos. Los magos, estando en
Persia veían la estrella; pero salidos de Persia contemplaron al Sol de
Justicia. Más aún: ni siquiera habían de continuar viendo estrella si no
salían con ánimo pronto de su país. ¡Ea, pues! También nosotros
levantémonos, aunque todos se conturben y corramos a la casa del Nino. Aun
cuando se esfuercen en impedirnos el camino los reyes, los pueblos, los
tiranos, no perdamos los anhelos. Así echaremos de nosotros todos los males
que nos amenazan. Cierto que aquellos reyes si no hubieran visto al Nino, no
habrían escapado del peligro del rey que tenían. Antes de que vieran al
Nino, por todas partes los acometían temores, peligros y turbaciones.
Después de que lo adoraron, tuvieron seguridad y tranquilidad; y ya no los
acompañó la estrella, sino un ángel, hechos sacerdotes, a partir de aquella
adoración porque ellos hicieron oblación de sus dones.
En consecuencia, tu, dejando a un lado al pueblo judío, a la ciudad
conturbada, al rey sanguinario y toda la pompa del siglo, corre a Belén,
casa del pan espiritual. Si vas allá, aun cuando no seas sino un simple
pastor, encontrarás a Cristo en el mesón. Aunque seas rey, si no vas, de
nada te servirá la púrpura Aunque seas un mago y un bárbaro, eso nada te
impedirá con tal de que te acerques para adorar y hacer honor al nino, y no
para despreciar al Hijo de Dios. Si con temor y juntamente con gozo lo
hicieres, digo; porque ambas cosas pueden muy bien juntarse.
No imites a Herodes ni digas: para ir a adorarlo; y una vez llegado a su
presencia intentes darle muerte. A un tal hombre son semejantes los que
indignamente participan de los misterios. Quien lo hace así, dice Pablo, es
reo del cuerpo y sangre del Señor 94. Quienes así proceden, llevan en su
interior un tirano que odia el reino de Cristo; es a saber, la riqueza, que
es peor que Herodes. Porque tales hombres intentan reinar y envían por
delante a sus servidores que simulan adorar, pero adorando asesinan. Temamos
no sea que revistamos la apariencia de adoradores y suplicantes, pero en las
obras mostremos todo lo contrario. Si vamos a adorar, echemos de nuestras
manos todo. Si tenemos oro, arrojémoslo en las manos del niño y no lo
ocultemos bajo tierra. Si aquellos magos bárbaros ofrecieron, como un honor,
sus dones ¿qué puedes ser tú si no das de tus bienes al necesitado? Si ellos
emprendieron tan largo camino para ver al recién nacido ¿qué excusa tendrás
tú que ni siquiera cruzas una calle para visitar a un enfermo o encarcelado?
Nos compadecemos de los enfermos, de los presos y aun de los enemigos. Pero
tú ¿no te compadeces, aun de tu bienhechor y Señor? Aquéllos ofrecieron oro:
¿tú apenas si das pan? Aquéllos vieron la estrella y se alegraron ¿y tú
viendo a Cristo extranjero y desnudo no te doblegas? ¿Quién de vosotros, los
que habéis recibido de Cristo infinitos beneficios, ha emprendido tan largos
caminos como aquellos bárbaros, o mejor dicho más sabios que todos los
filósofos? Pero ¿qué digo tan largos caminos? Muchas mujeres de entre
vosotros son tan muelles y delicadas, que no quieren ni atravesar una calle
para visitar a Cristo en su espiritual pesebre, a no ser que se las lleve en
coche tirado por un par de mulas. Otros que bien pueden caminar a pie,
anteponen a la reunión en la iglesia los negocios seculares y aun la
frecuencia en acudir al teatro. Y por cierto, aquellos bárbaros tan largo
camino emprendieron antes de haber contemplado a Cristo; pero tú, aun
después de haberlo con templado no los imitas. Porque tras de verlo, lo
abandonas y corres a contemplar a los comediantes. (Insistiré en lo mismo en
que hace poco insistía). Abandonas a Cristo que yace en el pesebre para ir a
ver en el teatro a las mujeres. ¿De qué rayos, de qué castigos no es digno
semejante comportamiento?
Si alguien te prometiera introducirte al palacio real y presentarte ante el
emperador sentado en su trono ¿antepondrías el teatro a semejante visita,
aun cuando de ella no te prometieras alguna utilidad? Aquí en cambio, brota
la fuente del fuego espiritual de esta sagrada mesa; y tú ¿la abandonas y
corres al teatro para contemplar a las mujeres en traje de bano?; y al sexo
femenino deshonrado, ¿y dejas a Cristo sentado junto a la fuente? Porque
también está sentado junto a la fuente, no hablando con la samaritana, sino
con toda la ciudad... ¡aunque quizá ahora, en efecto, habla con sola la
samaritana! Porque nadie más está presente, sino unos pocos, y éstos con
sólo el cuerpo. Otros ni con el cuerpo lo están. Y sin embargo, él no se
aparta, sino que sigue pidiéndonos de beber, no agua, sino virtud y
santidad: porque él da lo santo a los santos No da esta fuente viva agua,
sino sangre viviente, símbolo de su muerte, pero causa de nuestra vida. Pero
tú abandonas esa fuente de sangre, ese cáliz temible y corres a la fuente
del demonio para contemplar a las meretrices en traje de bailo y sufrir,
naufragio en tu alma. Aquella agua es piélago de impurezas, que no hunde los
cuerpos, sino que hace naufragar a las almas. La meretriz nada desnuda, pero
tú viéndola te sumerges en el abismo de las pasiones impuras.
Así es la red del demonio: ¡no a las que bajan al baño, sino a los que
permanecen arriba mirando es a quienes hunde mejor y mucho más que a quienes
andan dentro del agua; y los ahoga con mayor facilidad que al Faraón aquel
que con carro y jinetes fue sumergido! Si pudiéramos ver las almas, os
mostraría a muchas que entre tales aguas sobrenadan muertas como en aquel
entonces sobrenadaban los cadáveres de los egipcios. Y lo que es peor, a
semejante daño lo llaman placer y lo que es piélago de perdición lo estiman
un Euripo de deleites. Pero es más fácil cruzar con seguridad el mar Egeo o
el mar Tirreno, que no pasar incólume por uno de estos espectáculos.
Desde luego el demonio durante toda la noche excita los ánimos con la
expectación; y luego, una vez que ya descubre lo que se esperaba, al punto
cautiva los ánimos y los reduce a servidumbre. Y no pienses que porque no te
uniste a la meretriz estás inmune de pecado; pues a causa de tu anhelo,
concupiscente, ya es como si todo lo hubieras perpetrado. Si estás abrasado
por la concupiscencia, habrás encendido un fuego mayor. Pero si el
espectáculo ya no te conmueve, eres reo de mayor culpa, pues das ocasión a
otros de tropiezo; y porque sin sentir pasión, que te arrastre, manchas tus
ojos y con ellos tu alma.
Pero no nos contentemos con sólo la exhortación y reprensión. ¡Ea!
¡busquemos el modo de enmendarnos! ¿Cuál podrá ser? Prefiero entregaros
vuestras esposas para que sean ellas las que os instruyan. Según el mandato
de Pablo, vosotros debierais ser los maestros. Mas ya que el pecado ha
invertido el orden y ha colocado el cuerpo arriba y la cabeza abajo, vayamos
a lo menos por este camino. Y si te avergüenzas de que una mujer te ensene,
huye del pecado y pronto podrás volver al trono y reino que Dios te ha
concedido. Pero mientras andes pe cando, la Escritura te remite no sólo a la
mujer, sino aun a los más viles entre los brutos animales: no se avergüenza
ella de remitir al discípulo dotado de razón a la hormiga, para que le sirva
de maestra. Y no es esto culpa de la Escritura, sino de quienes han
traicionado su propia nobleza.
Pues nosotros haremos lo mismo, y por hoy te remitiremos a la mujer. Y si a
ésta la desprecias, te enviaremos al magisterio de las bestias y te
pondremos delante cuántas aves, cuántos peces, cuántos cuadrúpedos, cuántos
reptiles son más honestos y más recatados y continentes que tú. Y si te
avergüenzas de la comparación, vuelve a tu primera nobleza, huye del
piélago, de la gehenna, del torrente de fuego: digo de esas piscinas del
teatro. Esta piscina te lleva al piélago aquel eterno y enciende sus llamas.
Si el que mira a una mujer deseándola ya adulteró con ella en su corazón 95,
quien en absoluto no duda en verla sin vestido ¿cómo no quedará infinitas
veces cautivo? No perdió en tan gran manera el diluvio en tiempo de Noé al
género humano, como esas nadadoras arruinan con inmensa torpeza a los
espectadores todos. Aquella lluvia, aunque llevaba la muerte a los cuerpos,
quitaba la perversidad a las almas; pero esta otra, por el contrario, deja
intacto -el cuerpo, pero mata el alma. Cuando se trata de obtener una
ventaja, queréis preceder a todo el universo, por haber sido vuestra ciudad
la primera en emplear el nombre de cristiano; pero cuando se trata de la
castidad, no os da vergüenza ver que os superan aun las más bárbaras
ciudades.
Preguntarás: pero ¿qué es lo que nos ordenas? ¿que nos retiremos a las
alturas de las montañas y nos convirtamos en monjes? Pues precisamente de
esto me duelo de que penséis que la modestia y la castidad son cosas propias
de monjes, siendo así que Cristo en esta materia dejó un precepto común para
todos. Cuando dice: el que ve a una mujer deseándola no lo dice por los
monjes, sino por los cónyuges, de los cuales en -aquella ocasión estaba
repleta la montaña. Piensa pues en aquella reunión y apártate de este
teatro; y no -vayas a decir que es trabajoso el precepto. No prohíbo el
matrimonio ni cualquier clase de deleite; lo que en gran manera anhelo es
que todo se haga dentro de las leyes de la castidad y sin oprobio y sin
pecado y sin culpas innumerables.
No os mando yo que vayáis a los montes y a las soledades, sino que habitando
en plena ciudad, seáis benignos, modestos, castos. Todas las leyes
cristianas, excepto el matrimonio, nos son comunes con los monjes. Pero en
esto el mismo Pablo ordena a los casados que se asemejen a los monjes.
Porque dice: Pasa la apariencia de este mundo. Sólo queda que los que tienen
mujer vivan como si no la tuvieran 96. Como si dijera: No os ordeno subir y
retiraros a las cumbres de las montañas, aunque bien lo deseara, puesto que
en las ciudades se sigue el ejemplo de Sodoma; pero no os obligo. Permanece
en tu casa con tu mujer y tus hijos; pero no cargues de injurias a tu esposa
ni traiciones a tus hijos ni lleves a tu hogar la peste contraída en el
teatro. ¿No oyes a Pablo que dice: ¿El marido no es dueño de su propio
cuerpo, sino la mujer 97 y cómo igual ley pone para ambos?
Pero tú, si tu mujer frecuenta la iglesia, te conviertes en pesado acusador,
y no piensas que has de ser culpado tu cuando pasas los días íntegros en el
teatro? Andas solícito por la castidad de tu mujer y pones en eso un cuidado
excesivo y superfluo, inmoderado, hasta el punto de no permitirle aun las
necesarias salidas, Y en cambio ¿crees que sólo a ti es licito todo? No te
lo consiente Pablo, quien concede a la mujer la misma potestad: El varón
pague a la mujer su deuda. Pero ¿cuál es ese honor que le debes cuando vas y
entregas tu cuerpo a las meretrices, puesto que tu cuerpo es de tu mujer, y
lo mismo cuando metes en el hogar la discordia y lo conturbas? ¿Cuál honor
cuando te entregas en el foro a cosas que contadas luego por ti en el hogar
obligan a tu mujer a ruborizarse, hieres el pudor de tu hija que está
presente y tú mismo quedas deshonrado ante ellas? Porque o bien te callas o
quedas des honrado contando cosas por las que aun a los criados hay que
azotarlos.
Pues ¿qué excusa tendrás, pregunto, cuando lo que ni si quiera puede
contarse tú empeñosamente lo contemplas? Lo que ni siquiera debe andarse
recordando, lo haces tú un máximo negocio. ¡Terminaré aquí mi discurso para
no ser más pesado! Pero si persistís en semejante costumbre cortaré la llaga
desde más adentro y con más filosos instrumentos; y no desistiré hasta que,
desterrado ese teatro del demonio, logre tener aquí en la iglesia una
reunión casta. Así nos habremos librado de la vergüenza actual y
alcanzaremos la vida eterna, por gracia y misericordia de nuestro Señor
Jesucristo, a quien sea la gloria y el poder por los siglos de los siglos.
Amén.
Notas
86 Mi 5, 2. 87 Ya en otra parte hemos hecho notar las vacilaciones del santo
al expresarse sobre la visita de los magos a Jesús recién nacido, si lo
visitaron aún en la cueva, estando el Nino en el pesebre o en una casa
particular. Parece que el texto que comenta mantiene el de su uso particular
con la versión que hemos dado. Pero luego en la explicación a veces habla
del pesebre, a veces de una choza o tugurio, etc. Nosotros hemos seguido su
texto siempre que fue necesario para la explicación; cuando no, hemos
preferido con frecuencia la versión de la Biblia de Jerusalén 88 Sal 8, 3 89
Sal 110, 1. 90 Is 11, 10 91 Rm 9, 6 92 Mt 28, 19 93 Hch 13, 46 94 1Co 11, 27
95 Mt 5, 28 96 1Co 5, 29 y 31 97 1Co 7, 3
HOMILIA VIII
Y habiendo entrado en la casa
Y habiendo entrado en la casa, vieron al Nino con María, su madre, y de
hinojos lo adoraron; y habiendo abierto sus tesoros, le ofrecieron dones:
oro, incienso y mirra (Mt 2, 11).
¿POR QUÉ DICE Lucas que estaba el Nino en el pesebre? Porque María, en
cuanto dio a luz, lo reclinó ahí. No se podía hallar habitación a causa de
la afluencia de judíos a pagar el tributo. Cosa que significó el mismo Lucas
diciendo: Porque no había sitio, lo reclinó 98. Después lo tomó y lo puso
sobre sus rodillas. Pues apenas llegada a Belén dio a luz a su hijo. Todo
para que por aquí adviertas la providencia divina y sepas que todo se llevó
a cabo no al acaso y sin pensarlo de antemano, sino - por una divina
economía y siguiendo lo que se había profetizado. Y ¿qué fue lo que a los
magos indujo a que lo adoraran?
Porque ni la Virgen tenía resplandor especial, ni la casa era magnífico
palacio, ni había cosa alguna que pudiera excitarlos o invitarlos. Y, sin
embargo, no sólo lo adoran, sino que abren sus arcas y le ofrecen dones, y
dones no propios para hombres, sino para Dios. El incienso y la mirra de
modo especial simbolizan ser Dios aquel Nino. ¿Qué fue lo que los persuadió?
Lo mismo que los excitó para abandonar su casa y emprender el camino: es a
saber la estrella y la interior inspiración que Dios les comunicó. Esta los
llevó poco a poco hasta un más perfecto conocimiento.
Si no hubiera sido por eso, jamás le habrían rendido honor tan grande,
cuando todo lo que ahí había no tenía valor. Y nada de lo que los sentidos
perciben había ahí grande, sino establo, tugurio, una madre pobre: para que
adviertas la excelente virtud de los magos y veas claramente que ellos no
visitaron al Nino como a puro hombre, sino como a su Dios bienhechor. Por
esto no los- molestó ni escandalizó nada de lo que ahí en lo exterior veían;
sino que procedieron a la adoración y ofrecieron sus dones, dones muy
diferentes de los que la judaica torpeza ofrecía. No inmolaron ovejas ni
terneros, sino dones mucho más cercanos al culto de la Iglesia, porque
ofrecieron ciencia, obediencia y caridad.
Y habiéndoseles advertido en sueños que no volvieran a Herodes, se tornaron
a su tierra por otro camino. Considera la fe de estos hombres y cómo o se
escandalizan, sino que permanecen en paz y en obediencia. No se perturban ni
entre sí murmuran y dicen: Si tan grande es este niño y si algún poder tiene
¿a qué viene esta fuga y regreso a ocultas? ¿Por qué el ángel nos despacha
de la ciudad como fugitivos, habiéndonos nos otros presentado abiertamente
con tanto arrojo ante un pueblo tan numeroso y a un rey tan enfurecido? Nada
de eso dijeron ni pensaron. Porque es propio de la fe no inquirir razones,
sino obedecer con sencillez lo que se manda.
Cuando hubieron partido, el ángel del Señor se apareció en sueños a José y
le dijo: Levántate, toma al niño y a su madre y huye a Egipto. Aquí se viene
a la mente una duda acerca de los magos y del niño. Aunque ellos no se hayan
conturbado, sino que todo lo recibieron con plena fe, sin embargo a nos
otros nos toca preguntar por qué Dios no los salvó dejándolos ahí presentes.
Se les da la orden de huir ellos a Persia, y a José con el niño a Egipto.
Pero ¡vamos! ¿Convenía que el nino cayera en manos de Herodes y sin embargo
éste no lo matara? Se habría creído entonces que el niño no tenía verdadera
carne y no se habría dado fe a la excelsa economía de la Encarnación. Si
habiendo pasado las cosas como pasaron, y habiéndose llevado a cabo tantas
cosas meramente humanas, todavía no han faltado quienes afirmen que la
Encarnación es fábula ¿a qué abismos de impiedad no se habrían precipitado
si todo hubiera procedido al modo divino y conforme al divino poder?
Ahora en cambio Dios hace regresar aprisa a los magos y los envía como
maestros a Persia, al mismo tiempo que se adelanta a las iras de Herodes y
hace saber que anda emprendiendo empresas imposibles, con lo que procura
calmar su cólera y apartarlo de su vano trabajo. Propio es de su
omnipotencia no sólo el destruir públicamente a sus enemigos, sino también
fácilmente burlarlos. Así había ya burlado, a los egipcios favoreciendo a
los judíos; y habiendo podido traspasar pública mente sus riquezas a los
hebreos, ordenó que esto se llevara a cabo ocultamente y con astucia: cosa
que ante sus enemigos lo hacía no menos temibles que los milagros.
Los ascalonitas y los otros pueblos, una vez que capturaron el arca, fueron
castigados; y entonces mutuamente se exhortaban a no luchar ni enfrentarse
con Dios; y alegaban, además de otros milagros, uno cuando decían:?Para qué
endurecer vuestro corazón, como endurecieron el suyo Egipto y Faraón? ¿Acaso
no tuvieron que dejar a los hijos de Israel, después de que los hubo
burlado? 99. Decían esto porque creían que ese último milagro no demostraba
menos que los otros hechos, abiertamente, su grandeza y poder. Lo mismo
sucedió acá. Podía Dios haber aterrorizado al tirano. Porque has de
considerar cuán verosímil es que Herodes haya sufrido mucho y haya andado en
aprietos y angustias y miedos, una vez que vióse engañado y burlado por los
magos. Pues ¿por qué no se mejoró? No se ha de achacar esto a quien así
dispuso las cosas, sino a la magnitud de su rabia que no cedió ante los
procederes de Dios, enderezados a consolarlo y apartarlo de su enfermedad
perversa; sino que se acreció en ella para su mayor castigo.
Preguntarás ¿por qué el nino es enviado a Egipto? El evangelista fue el
primero en presentar el motivo, diciendo: Para que se cumpliera aquello de
Oseas: de Egipto llamé a mi hijo 100. Juntamente se le anunciaban ¿a todo el
orbe los premios debidos a la buena esperanza. Como Babilonia y Egipto
ardieran en las llamas de la impiedad, más que el resto del orbe, envió por
delante a los magos y luego él con su Madre se marchó, indicando así ya
desde los comienzos que él enmendaría a ambas regiones y las llenaría de
bienes; y al mismo tiempo, que todo el orbe de la tierra debía esperar mil
bienes.
Pero además se nos ensena algo que no poco incita a la práctica de la
virtud. ¿Qué cosa es? Que al principio debemos esperar tentaciones y
peligros. Porque ve cómo eso le aconteció a Él desde la cuna. Apenas nace y
el tirano se enfurece. Enseguida viene la fuga, la expatriación; y la Madre,
inocente y sin culpa, tiene que escapar a una región bárbara. Todo para que
tú, habiendo oído estas cosas, cuando te encarguen algún ministerio
espiritual y veas que sufres cosas duras y que te hallas en medio de
infinitos peligros no temas, ni digas: ¡Convenía que yo recibiera coronas y
alabanzas y ser ilustre y preclaro, pues estoy cumpliendo las órdenes de
Dios! Confortado con este ejemplo, llévalo todo con fortaleza, sabiendo ya
que tal es la suerte que ante todo espera a los varones espirituales: el que
en todas partes los acometan las tentaciones.
Y advierte cómo semejante suerte toca no sólo a la Madre y al nino, sino
también a los bárbaros aquellos. Porque también ellos tienen que escapar
como fugitivos. Y a la Virgen, que jamás había salido de su casa, se le
ordena ahora emprender un largo y trabajoso camino; y eso por haber dado a
luz al niño; y tras de aquel espiritual parto. Observa además otra cosa
estupenda. Mientras Palestina le pone asechanzas, Egipto lo recibe y lo
guarda al ser acometido. Porque no únicamente en los hijos del patriarca se
verificaban figuras, sino también en el Señor. Pues por las cosas que él
hizo, se predecían muchas de las que después sucedieron. Por ejemplo en lo
del asna y el borriquillo.
Y el ángel que se apareció no habló a María, sino a José. Y ¿qué le dijo?:
Levántate, toma al nino y a su Madre. Aquí ya no le dice: y a tu esposa;
sino: a su Madre. Una vez que se verificó el parto, ya la sospecha se ha
deshecho; al esposo se le ha certificado: el ángel puede ya expresarse
libremente y no decirle ni a tu hijo ni a tu esposa; sino: al nino y a su
Madre y huye a Egipto. Y añade la razón de la fuga: porque Herodes buscará
al niño para quitarle la vida. Cuando José hubo oído aquello, no se dio por
ofendido ni se escandalizó ni dijo: ¡Esto es un enigma! Porque hace poco me
decías que él salvará a su pueblo. Y ahora ni a sí mismo puede salvarse,
sino que tenemos que echar mano de la fuga y salir peregrinando y
expatriamos allá lejos. Cosa es ésta contraria a tu promesa. Pero nada de
eso dijo, pues era va fidelísimo. Ni siquiera preguntó el término del tiempo
para el regreso, a pesar de que el ángel se expresó en una forma indefinida.
Porque dice: Y está ahí hasta que te diga. Esto no lo hizo ni un poco
perezoso, sino que obedece y puso todo en ejecución y llevó con gozo todas
las pruebas.
Dios, que es benigno, mezcló dulzuras con aquellos trabajos, como suele
hacerlo con todos los santos. No nos presenta ni peligros ni paz sin
término, sino que ordena el camino de los santos, mezclando unos y otra. Así
lo hizo ahora y quiero que lo valorices. Ve José que la Virgen está encinta,
se con- turba y queda transido de tremendas congojas. Sospecha que la
doncella pudiera ser adúltera. Pero al punto se le presenta el ángel que
deshace la sospecha y aleja el temor. Cuando ve al nino nacido, se llena de
gozo; pero peligra su gozo no poco con la turbación de la ciudad, la furia
del rey que busca al nino para matarlo. Sin embargo, a semejantes temores se
sigue otro gozo: la aparición de la estrella y la adoración de los magos. Y
luego tras de ese gozo, de nuevo el temor y el peligro, pues le dice el
ángel: Herodes busca al nino para matarlo. Y así no hay sino emprender la
fuga y expatriarse al modo humano, pues aún no convenía obrar milagros.
Si ya desde su infancia hubiera hecho milagros, no se le creería verdadero
hombre. Por tal motivo, no se forma simplemente en el templo, sino que se
muestra hombre y se forma la hinchazón en el vientre y se sigue el espacio
de nueve meses y el parto y la lactancia y la vida oculta por mucho tiempo y
se espera a que llegue la edad viril, a fin de que con todos estos pasos se
hiciera creíble el misterio y economía de la Encarnación. Preguntarás: ¿por
qué entonces en los principios hubo aquellos milagros? Por su Madre, por
José, por Simeón cercano a la muerte, por los pastores, por los magos, por
los judíos. Si éstos hubieran querido ponderar los acontecimientos con
cuidado, habrían sacado no pequeño fruto para después.
Si los profetas nada dicen de los magos, que esto no te turbe, pues tampoco
predijeron todos los pormenores, así como tampoco los callaron todos. Así
como si antes nada se hubiera predicho, el ver luego los sucesos habría
causado estupor grande y grande turbación, así todo se hubiera predicho y lo
supieran los oyentes, ya no les quedaba sino dormitar; y además no habría
quedado materia para los evangelistas. Por lo de más, si los judíos ponen en
duda la profecía, alegando que De Egipto llamé a mi hijo fue dicho de ellos,
les responderemos que es costumbre también de las profecías decir muchas
.cosas de otros, que luego se cumplen en p distintas de aquéllos. Así, por
ejemplo: se dijo a Simeón y a Leví: Los dividiré en Jacob; los dispersaré en
Israel 101, cosa que no se verificó en ellos sino en sus descendientes. Y lo
que dijo Noé acerca de Canaán, vino a cumplirse en los gabaonitas,
descendientes de Canaán.
Y aun lo mismo se ve en lo que sucedió a Jacob. Porque aquellas bendiciones:
Sé el Señor de tus hermanos y que los hijos de tu padre te adoren 102, no se
cumplieron en él. Ni ¿cómo podían cumplirse cuando temía a su hermano y
cientos de veces se prosternó ante él? Sino que le fue dicho para su
descendencia. Pues lo mismo puede decirse de este pasaje. Porque ¿quién con
más verdad puede llamarse Hijo de Dios? ¿El que adoró al ídolo, se inició en
los misterios de Baal-Fegor, inmoló a sus hijos a los demonios, o el que por
naturaleza era Hijo de Dios y honró a su Padre? De modo que, si no se
hubiera presentado Jesús, la profecía no habría tenido conveniente
realización.
Advierte cómo el evangelista deja entender esto cuando dice: Para que se
cumpliera, manifestando de este modo que, de no haber venido Jesús, la
profecía no se habría cumplido. Esto mismo hace a la Virgen más ilustre y
esclarecida. Lo que todo el pueblo tenía como una alabanza, ella lo alcanzó.
El pueblo se jactaba y enorgullecía de su vuelta de Egipto, como lo deja en
tender el profeta diciendo: ¿No traje a los extranjeros de Capadocia y a los
asirios desde la cueva? 103. Pues eso mismo constituye una prerrogativa de
la Virgen. Más aún, el pueblo y el patriarca que bajan a Egipto y suben de
él, no eran sino la figura y tipo de esta ida a Egipto y su regreso.
Ellos bajaron para huir de la muerte inminente por hambre; éste para evitar
la muerte que con asechanzas se le preparaba. Aquéllos bajando a Egipto se
libraron de la muerte; éste en cambio bajando allá santificó con su llegada
toda la región. Quiero pues que consideres cómo, entre esos sucesos sin
importancia, se van revelando las cosas que tocan a la divinidad Cuando el
ángel dijo Huye a Egipto, no prometió que los acompañaría en el viaje ni al
bajar ni al regresar, con lo que ¿significaba que ya ellos tenían un gran
compañero en el tierno niño. Porque El apenas apareció, cambió todas las
cosas; y lo hizo para que los mismos enemigos sirvieran maravillosamente a
la nueva economía. Así los magos y bárbaros, abandonando su paterna
religión, vienen para adorarlo; Augusto procura el parto en Belén al ordenar
que se haga el censo; Egipto, recibiendo al perseguido y acometido con
asechanzas, le conserva la vida, con lo que tiene ocasión de alguna
familiaridad con El, para que más tarde cuando oyera que lo predicaban los
apóstoles, pudiera gloriarse de haber sido el primero en recibirlo.
Tal prerrogativa era privativa de Palestina, pero Egipto fue más fervoroso
que ella. Y ahora, si vas a Egipto, encontrarás un desierto más hermoso que
cualquier jardín, con infinitos coros de ángeles en forma humana, pueblos de
mártires, grupos de vírgenes, echada por tierra toda la tiranía del demonio
y brillante el reino de Cristo. Verás al Egipto que era madre de poetas,
filósofos y adivinos y que había inventado todo género de hechicerías y las
había ensenado a otros pueblos, lo verás, digo, gloriándose de aquellos
pescadores y despreciando todas aquellas, cosas anteriores, y que por todas
partes glorifica al que fue publicano y al que fue fabricante de tiendas de
campaña, y que lleva delante el signo de la cruz. Ni sólo sucede así en las
ciudades, sino en los desiertos más que en las ciudades. Porque en toda esa
región se puede contemplar al ejército de Cristo y los regios rebaños suyos
y una vida como la de las Virtudes del cielo; y esto no sólo entre los
varones, sino también en el sexo femenino.
Este, no menos que los hombres, se entrega a la virtud, no embrazando el
escudo, no matando, ni montando corceles, como lo ordenan los legisladores y
filósofos de Grecia, sino emprendiendo una guerra mucho más dura. Porque
común es su batalla con la de los varones: batalla contra el diablo y las
Potestades de las tinieblas. Y en semejante guerra para nada les sirve de
impedimento su sexo; porque estos encuentros se dirimen no por la naturaleza
del cuerpo, sino por el propósito del ánimo. Por tal motivo con frecuencia
as mujeres batallan con mayor fortaleza que los hombres y alcanzan preclaros
trofeos. No resplandece el cielo tanto con el variado coro de sus astros,
como el desierto de Egipto, que por todas partes se nos muestra lleno de
monjes.
Si alguno conoció aquel anterior Egipto, furioso enemigo de Dios, cultivador
y adorador de gatos y que temblaba y te mía ante las cebollas, se dará
cuenta de la virtud divina de Cristo. Pero ni siquiera necesitamos de
antiguas historias pues permanecen aún en pie monumentos de aquellas gentes
sin seso, testigos de sus anteriores locuras. Pues bien: esos que antigua
mente se precipitaron en masa a tan enormes insanias, ahora sólo tratan del
cielo y de las cosas de allá arriba; y se burlan de las costumbres de sus
antepasados y llaman míseros a sus abuelos, y para nada se cuidan de sus
antiguos filósofos. Por que por la fuerza misma de las cosas han venido a
conocer que aquellas fábulas que sus ancianos contaban, eran inventos de
gente ebria; y que sólo la verdadera sabiduría es digna del cielo; y que
ésta es solamente la que fue anunciada por aquellos pescadores.
De aquí nace que juntamente con el cuidadoso y exacto conocimiento de los
dogmas, demuestren extrema diligencia en el bien vivir. Desnudos de todas
las cosas del presente siglo, y crucificados al mundo, todavía van más allá,
y se aprovechan de sus trabajos manuales para acudir al sustento de los
necesita dos. Pues no porque ayunen y se entreguen a las vigilias, se dan al
ocio; sino que ocupan las noches en cantar himnos y recitar nocturnas
oraciones y los días en súplicas y en trabajos manuales, imitando las
ocupaciones del apóstol Pablo. Porque se dicen: si éste a quien todo el orbe
observaba, tuvo su oficina de trabajo para alimentar a los pobres, y se
ocupaba en su arte y pasaba insomne las noches enteras, con mayor razón
nosotros, que vivimos en el desierto y nada tenemos de común con el tumulto
de las ciudades, debemos ocupar la tranquilidad del descanso para
entregarnos a las obras del espíritu.
Avergoncémonos pues todos, ricos y pobres, al ver que ellos, no poseyendo
nada sino su cuerpo y sus manos, se esfuerzan y empeñan en obtener de aquí
alimento para los necesitados, mientras que nosotros, teniendo en la casa
repuestos de bienes, ni siquiera utilizamos para los pobres lo superfluo.
Pregunto, pues: ¿qué excusa podremos alegar?, ¿qué perdón podremos alcanzar?
Y quisiera yo que pienses lo mucho que estos mismos anteriormente amaron el
dinero y cómo se entregaron a la gula y a todos los demás vicios. Ahí
estaban aquellas ollas de carne que recordaban antiguamente los israelitas;
ahí reinaba en pleno la tiranía del vientre. Pero pusieron el esfuerzo de su
voluntad al servicio de la virtud y se transformaron. Y habiendo recibido en
sí el fuego de Cristo, de pronto se elevaron como con alas hasta el cielo.
Anteriormente eran vehementes más que los otros pueblos y más inclinados a
la ira y a los deleites del cuerpo; pero ahora, por su mansedumbre y el
ejercicio de las demás virtudes, imitan a las Potestades incorpóreas.
Cuantos han visitado esa región saben que digo verdad.
Pero si alguno nunca ha visitado aquellas celdas, piense al menos en aquel
varón que anda hasta ahora en boca de todos; aquel bienaventurado y grande
Antonio, quien después de los apóstoles, pasó por Egipto; y considere que
vivió en el mismo país en que vivieron los Faraones. Y sin embargo, en nada
lo dañó semejante circunstancia, sino que aun fue digno de divinas visiones
y llevó una vida tal como la exigen las leyes de Cristo. Todo lo sabrá quién
lea con atención el libro en donde su vida se contiene, en el cual hallará
incluso abundantes profecías. Porque predijo todo lo referente a la
contaminación arriana y los males que de ahí se seguirían, revelándoselos
Dios: de manera que puso ante los ojos todo lo que estaba por venir. Y lo
que, juntamente con otras cosas, es prueba de la verdad, es que ninguna
herejía se apoderó de tan excelso varón. Mas, para que no necesitéis de
continuar oyéndonos, si leéis el libro en donde todo eso está escrito,
podréis ahí saber con exactitud los pormenores y sacar una grande sabiduría.
Una cosa os ruego: que no nos contentemos con leer el libro, sino que
imitemos lo que ahí se escribe y no nos escudemos con nuestra patria,
educación y perversidad de nuestros antepasados. Si somos cuidadosos, nada
de eso nos estorbará. Padre impío tuvo Abraham, pero él rechazó la impiedad.
Ezequías fue hijo de Acaz y sin embargo se hizo amigo de Dios. José, en
pleno Egipto, se ciñó la corona de la castidad. Los tres jóvenes del horno
en mitad de Babilonia y en los palacios, estándoles preparada una opípara
mesa, demostraron su excelente virtud. Como Moisés en Egipto, así fue Pablo
en el orbe. Ninguno de ellos encontró impedimento para su vida virtuosa.
Considerando todo esto, quitemos de en medio esas vanas excusas y acometamos
los trabajos y sudores necesarios para seguir el camino de las virtudes. Así
inclinaremos a Dios a mayor benevolencia para con nosotros y lograremos que
nos ayude en las peleas; y al fin disfruta de las eternas coronas. Ojalá que
todos las alcancemos por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, a
quien sea la gloria y el imperio por los siglos de los siglos. Amén.
Notas
98. No menciona San Lucas la visita de los magos. Por otra parte, aquí el
santo, al conectar el texto de San Lucas con la dicha visita, parece dar a
entender que ésta se verificó inmediatamente después del nacimiento, ahí
mismo en la cueva de Belén y aun antes que la de los pastores, a los cuales
el Crisóstomo no dedicó ninguna Homilía. 99 1S 6, 6 100 Os 11, 1. 101 Gn 49,
7 102 Gn 27, 29 103 Am 9, 7
HOMILIA IX Entonces Herodes, viéndose burlado por los magos
Entonces Herodes, viéndose burlado por los magos, se irritó sobremanera y
mandó matar a todos los niños que había en Belén y en sus términos, de dos
años para abajo, según el tiempo que con diligencia había inquirido de los
magos (Mt 2, 16).
POR CIERTO, no convenía que él se irritara, sino más bien que temiera y se
retrajera, y que entendiera que andaba intentando una empresa que no podría
llevar a buen término. Pero no se detiene. Cuando el ánimo es malvado y no
admite que se le cure, de nada sirve la medicina que Dios le apronta.
Observa cómo insiste en sus propósitos y juntando muertes a muertes, mira
cómo se arroja a toda clase de precipicios. Como si un demonio lo hiriera
con esa envidia y furor, nada lo detiene, sino que se encoleriza contra la
misma naturaleza; y la ira que había concebido contra los magos porque lo
burlaron, la descarga sobre niños inocentes, empeñado allá en Palestina en
un crimen parecido al que en otro tiempo se cometió en Egipto. Porque dice:
Mandó matar a todos los niños que había en Belén y en sus términos, de dos
años abajo, según el tiempo que cuidadosamente había inquirido de los magos.
Poned ahora diligente atención. Muchos hacen bromas acerca de estos ninos,
al mismo tiempo que representan la injusticia de lo hecho. Otros proponen
sus dudas acerca de este punto con mayor modestia, otros con mayor audacia y
aun con ira. Pues bien, para librar a unos de su locura y a otros de sus
dudas, escuchadnos mientras discurrimos brevemente sobre el asunto. Si
alegan que en realidad se descuidó la matanza de los niños, también deben
acusar de negligencia a los soldados que custodiaban a Pedro. Pues del mismo
modo que en este pasaje, por un niño que se escapa son castigados otros
niños en vez del que se buscaba, así cuando Pedro fue librado de la cárcel y
de las cadenas por el ángel, otro tirano, semejante al de este pasaje por el
nombre y por las costumbres, lo buscó; y al no encontrarlo en su lugar dio
muerte a los guardias que lo custodiaban.
Dirás: ¿A qué viene esto? ¡no es solución! ¡Más bien agrava la cuestión!
Bien lo veo. Por eso expongo de una vez todo para dar luego una solución
única. ¿Cuál es? ¿Qué solución que tenga probabilidad podemos presenciar?
Que Cristo no fue la causa de la muerte de los inocentes, sino la crueldad
del rey; del mismo modo que en el otro caso, tampoco lo fue Pedro para la
muerte de los soldados, sino el furor loco de Herodes. Si éste hubiera visto
taladrados los muros y derribadas las puertas, tal vez con derecho habría
podido acusar de negligencia a los guardias que custodiaban al apóstol. Pero
todo estaba intacto; las puertas estaban cerradas; las cadenas atadas a las
manos de los guardias (pues había otros atados juntamente con Pedro). De
manera que por estos indicios bien se podía pensar, si rectamente juzgaba,
que había intervenido un poder no humano y de ningún modo un fraude; y que
lo sucedido provenía de un poder maravilloso y divino; y así adorar a quien
tal prodigio había hecho, en vez de dar muerte a los guardias. Dios de tal
manera se había manejado que de nada sirvieran los guardias; y que más bien
por medio de ellos llevara a Herodes al conocimiento de la verdad.
Si Herodes fue desagradecido y malvado ¿qué se puede achacar al sabido
médico de las almas que todo lo hacía para beneficio de aquel príncipe que
sufría la enfermedad de la des? obediencia? Pues lo mismo debe decirse en
nuestro caso. ¡Oh Herodes! ¿Por qué, burlado de los magos, te irritas?
¿Acaso no sabías que aquel nacimiento era divino? ¿No convocaste tú mismo a
los príncipes de los sacerdotes? ¿no congregaste a los escribas? ¿No
adujeron ellos, una vez llamados, ante tu tribunal al profeta que de antiguo
lo había predicho? ¿No caíste en la cuenta de cuán bien consonaba lo
antiguo, con lo nuevo? ¿No escuchaste que una estrella se hizo sierva de los
magos? ¿No te impresionó la diligencia de aquellos bárbaros? ¿No te
admiraste de su confianza y libertad de expresarse? ¿No sentiste escalofrío
al escuchar la profecía ¿No consideraste que lo presente no era sino una
consecuencia de lo antecedente? ¿Por qué no reflexionaste por todas estas
circunstancias en que todo aquello sucedía no por engaños de los magos, sino
por la divina virtud que todo lo provenía, como es conveniente que ella lo
prevenga? Pero, aun siendo burlado por los magos ¿qué tenía que ver eso con
los niños que para nada te habían dañado?
Bien está eso, dirás. Bien has demostrado ser Herodes sanguinario y que no
tiene defensa posible. Y, sin embargo, aún no has resuelto la objeción sobre
la injusticia del hecho. Pues si Herodes obraba injustamente ¿por qué lo
permitió Dios? ¿Qué responderé? Responderé lo mismo que no ceso de repetir
continuamente en la iglesia y en la plaza y en todas partes, y quiero que
con diligencia atendáis a ello, puesto que trato de una regla que debe
aplicarse a todas las cuestiones a ésta semejantes. ¿Cuál es esa regla y
medida?
Muchos hay que hieren, nadie que sea herido. Para que este enigma no os
conturbe, doy inmediatamente la solución. Las injurias que padecemos sin
motivo de parte de otros hombres, Dios nos las toma en cuenta o para
remisión de nuestros pecados o para premiarnos después. Para que lo dicho
quede más claro, pongamos algunos ejemplos. Supongamos un criado que debe a
su Señor grandes sumas y que sus enemigos lo acometen hasta el punto de
arrebatarle parte de sus bienes. Si el Señor, que no podía haber impedido al
ladrón, no le restituye al criado el dinero que a éste le robaron, pero en
cambio se lo pone a la cuenta de lo que el criado le debía ¿quedará el
siervo perjudicado? De ninguna manera. Pues ¿qué si el Señor incluso le da
una mayor cantidad de dinero? ¿Acaso en realidad el criado en vez de perder
no ha salido ganando? Es claro para todo el mundo. Pues juzguemos del mismo
modo cuando algo padezcamos.
Y que mediante nuestros sufrimientos o pagamos por nuestros pecados, o, si
no somos reos de muchos pecados, recibimos más brillantes coronas, oye cómo
lo dice Pablo, hablando de un fornicario: Entregad a ese tal a Satanás para
ruina de la carne, a fin de que el espíritu sea salvo 104. Dirás que esto no
viene al caso, pues se trata de los que padecen injurias y no de quienes son
corregidos por sus maestros. Tienes razón. No hay semejanza, pues tratábamos
de la proposición que dice: En los sufrimientos ningún daño padece el que
los sufre. Así pues, para hablar de otro caso que mucho más se acerca al
nuestro, acuérdate de David, quien viendo a Semeí que lo perseguía y le
lanzaba infinitos improperios, cuando los jefes del ejército querían
matarlo, se lo impidió con estas palabras: Dejadlo que me maldiga, para que
vea el Señor mi aflicción y me pagará con favores las maldiciones de hoy
105. Y en los salmos canta y dice: Mira cuán numerosos son mis enemigos. Me
odian con un odio feroz. Perdona todos mis pecados 106. También el pobre
Lázaro así alcanzó el descanso: por haber sufrido en esta vida males sin
cuento. En conclusión, que los que parecen recibir daño, en realidad no lo
reciben, con tal que sobrelleven todas las injurias con fortaleza. Más aún:
alcanzan mayores ganancias, ya sea que Dios los pruebe o que el demonio los
azote.
Dirás: pero ¿acaso los niños inocentes tenían algún pecado que pagar?
Cualquiera lo afirmaría correctamente de quienes ya adultos han cometido
muchas culpas. Pero ¿qué pecados pagaron con padecer semejante calamidad los
que fueron arrebatados por una muerte tan prematura? Pues bien: ¿no me
oísteis cuando dije que, aun cuando no haya pecado alguno, todavía les
espera a los tales que han soportado esas aflicciones, un pago inmenso? ¿Qué
daño recibieron esos niños muertos por tal motivo, puesto que al punto
llegaron al puerto sin olas? Instarás que tal vez habrían hecho muchos
bienes si hubieran vivido. Y sin embargo, no tendrían igual premio como
habiendo muerto por el motivo por el que murieron. Dios no habría permitido
que los niños murieran con muerte tan prematura si habían de llegar a ser
tan excelentes en la virtud. Si a los que irán a vivir en tan grande
perversidad con tanta paciencia los soporta, con mayor razón no permitiría
que los otros fueran así arrancados de la vida si previera que llevarían a
cabo, en caso de vivir, grandes hazanas en la virtud.
Esto es lo que queremos decir. Pero hay otras muchas razones y más oscuras,
que conoce bien Aquel que así ordena los acontecimientos. Dejando, pues, en
sus manos, esas profundas razones, por nuestra parte mantengámonos firmes en
lo que sigue; y aprendamos por las ajenas desgracias a llevar todos los
padecimientos con fortaleza. No fue pequeña la tragedia que entonces tuvo
lugar en Belén, cuando los niños eran arrebatados del seno de sus madres y
llevados a tan inicua muerte. Pero si todavía sientes pusilanimidad y no
alcanzas tan alto grado de virtud, anímate oyendo cuál fue el fin y
acabamiento del que tales crímenes cometió. Rápidamente le llegó el castigo
de su maldad y sufrió el debido suplicio por crimen tan insigne: cerró su
vida con una muerte más miserable que las que él había causado, aparte de
sufrir otras muchas desgracias. Podéis conocerlas leyendo la historia que
escribió Josefo. No hemos pensado oportuno el insertarla aquí, para no
alargar nuestro discurso, ni cortar la serie de los sucesos que vamos
explicando.
Entonces se cumplió la palabra del profeta Jeremías que dice: Una voz que se
oye en Ramá, lamentación y gemido grande: es Raquel que llora a sus hijos y
rehúsa ser consolada, porque no existen. Tras de haber cubierto de horror al
que lee con la narración de la violenta matanza, inicua y crudelísima,
enseguida lo consuela ensenándole que tales cosas sucedieron no porque Dios
no pudiera impedirlas o no las hubiera previsto; sino que las previó y aun
de antemano las predijo por boca del profeta. En consecuencia, no te turbes
demasiado ni te desanimes, con templando su inefable providencia, que puede
comprobarse así en lo que hace como en lo que permite. El mismo, en otro
pasaje lo dio a entender, hablando con los discípulos. Como les hubiera
anunciado los tribunales y que los condenarían a muerte y los combates del
mundo y as luchas a muerte, finalmente los anima y los consuela diciéndoles:
¿No se venden dos pajaritos por un as? Sin embargo, ni uno de ellos cae en
tierra sin la voluntad de vuestro Padre que está en los cielos 107.
Les decía esto para darles a entender que nada se hace ignorándolo Dios;
sino que todo lo sabe, aunque no todo lo hace. Les dice, pues: no os turbéis
ni os impresionéis. Pues quien conoce lo que padecéis y puede impedirlo, sin
duda que no lo impide precisamente porque tiene cuidado y providencia de vos
otros. Esto mismo es necesario que pensemos en las tentaciones y sacaremos
de ello grande consuelo. Pero ¿qué tiene de común Raquel con Belén?,
preguntará tal vez alguno. Pues dice: Raquel que llora a sus hijos. Y lo
mismo: ¿Qué tiene que ver Ramá con Raquel? Raquel fue madre de Benjamín y a
ella la sepultaron, tras de su muerte, en el hipódromo vecino a esa región.
Y por estar vecino el sepulcro y en región que pertenecía por suerte a su
hijo Benjamín, pues Ramá era de la tribu de Benjamín, con razón el profeta,
por el que fue cabeza de la tribu y por el sitio del sepulcro, llama a los
niños asesinados hijos de Raquel.
A continuación, demuestra que tan cruel herida no admitía remedio, cuando
dice: Y rehúsa ser consolada porque no existen. Con lo cual nos ensena lo
mismo que veníamos diciendo: que no conviene perturbarse porque los sucesos
parezcan contrarios a las promesas divinas. Así cuando Cristo viene a salvar
a su pueblo y aun a todo el mundo ¿cuáles son sus principios? La madre huye
de su patria y es afligida por intolerables calamidades, se comete una
acerbísima matanza y por todas partes se escuchan innumerables gemidos y
llantos. Pero no te turbes. Suele llevar Dios su providencia por medios que
parecen opuestos, dándonos por este camino la más grande prueba de su poder.
Y formó y educó a sus discípulos de manera que así lo llevaran todo a cabo:
procurando las cosas por sus contrarios, a fin de que todo fuera más
milagroso. Y así los discípulos azotados, echados de las ciudades,
padeciendo penalidades infinitas, superaron a quienes los azotaban y
expatriaban. Muerto ya Herodes, el ángel del Señor se apareció en sueños a
José y le dijo: Levántate y toma al niño y a su madre y vete a la tierra de
Israel. Ya no le dice: huye; sino vete. ¿Adviertes el descanso después de la
prueba? Porque José, vuelto después del destierro, regresó a su patria y
pudo ver al matador de los niños inocentes muerto ya. Mas, apenas vuelto a
la patria, -se encontró con las reliquias de los antiguos peligros. Porque
vivía y reinaba un hijo del tirano. Preguntarás: ¿cómo fue que Arquelao
reinara en Judea, siendo presidente Pilatos? Estaba reciente la muerte de
Herodes y su reino aún no se había dividido en varias porciones. Por muerte
de Herodes, quedó con el mando su hijo. Mas porque el hermano de Arquelao
también se llamaba Herodes, el evangelista distinguió y dijo: En lugar de su
padre Herodes.
Pero si José temía ir a Judea a causa de Arquelao, le era necesario en
Galilea temer a Herodes hijo. Sin embargo, una vez que José cambió de lugar,
el negocio se dio al olvido, pues el asalto había sido contra Belén y sus
términos. De manera que Arquelao, una vez concluida la matanza, pensó que
todo había terminado y que aquel a quien él buscaba habría perecido entre
los muchos que murieron. Por otra parte, habiendo visto cómo murió su padre,
él se tomó un tanto moderado y no quiso continuar la persecución ni
compartir en la perversidad. Así regresó José a Nazaret, tanto para huir del
peligro, como para vivir en su amada patria.
Y para que más confiadamente procediera, recibió acerca de ello el oráculo
de parte del ángel. Sin embargo, Lucas no dice que haya ido a Nazaret por
fuerza del oráculo; sino que terminado lo de la Purificación, bajaron a
Nazaret. ¿Qué decir a esto? Que Lucas lo dijo hablando del tiempo que
precedió a la huida a Egipto. Porque no dice que fueron allá antes de la
Purificación, a fin de que en nada se traspasara la Ley; sino que esperaron
hasta que se llevara a cabo la Purificación y regresaran a Nazaret, y
después fueran a Egipto. Ya vueltos de Egipto, dice que tornaron a Nazaret.
La primera vez ningún oráculo les avisó que regresaran, sino que por propia
voluntad fueron a su amada patria. No habiendo ido a Belén sino por motivo
del censo y no habiendo encontrado sitio en el mesón para detenerse, apenas
terminado el negocio se volvieron a Nazaret.
Ahora en cambio, el ángel los hace regresar a su casa, para que ahí se
establezcan. Y esto no sin motivo, sino porque así estaba profetizado. Para
que se cumpliera lo dicho por los profetas, que se llamaría Nazareno. ¿Cuál
de los profetas dijo esto? No lo preguntes, ni lo examines con varia
curiosidad. Muchos libros proféticos perecieron, como puede verse por los
Paralipómenos. Descuidados eran los judíos y con frecuencia caían en la
impiedad; y así unos libros se perdieron por su incuria, otros ellos mismos
los quemaron o rompieron. De lo primero, cuenta Jeremías; de lo segundo el
que escribió el Libro IV de los Reyes. Pues dice que después de mucho
tiempo, apenas pudo encontrarse el Deuteronomio enterrado, que antes se
había perdido. Y así desaparecieron muchos libros cuando los bárbaros no
estaban encima y mucho más una vez que éstos se echaron sobre el pueblo
judío. Por lo demás los apóstoles, apoyados en los profetas, con frecuencia
llaman a Jesús el Nazareno 108.
Preguntarás si fue esto lo que hizo oscura la profecía sobre Belén. De
ninguna manera. Al revés. Eso mismo excitaba y empujaba más a explorar lo
que de Cristo se había anunciado. Así se acercó Natanael para inquirir y
preguntó: ¿De Nazaret puede salir algo bueno? 109. Pues se trataba de un
pueblecito despreciable. Y aun toda Galilea era despreciada. Por eso decían
los fariseos: Investiga y verás que de Galilea no ha salido profeta alguno.
Pero Jesús no se avergüenza de ser llamado con el apelativo de su patria,
demostrando así que no necesita de cosa alguna humana; y escoge sus
discípulos en Galilea, quitando así todas las argucias y ocasiones a los que
todavía quisieran ser perezosos; y demostrándonos al mismo tiempo cómo
tampoco nos otros necesitamos de nada de las cosas exteriores, si nos damos
a ejercitar la virtud. Por tal motivo, ni siquiera tuvo habitación, sino que
dijo: El Hijo del hombre no tiene en dónde reclinar su cabeza 110. Y cuando
Herodes lo persiguió con asechanzas, huyó; fue puesto en un pesebre;
permanece en el mesón, elige una Madre pobre. Todo para ensenarnos que nada
de eso lo estimemos vergonzoso, ya que él desde el principio pisotea el
fausto humano; y nos ordena adherimos no a otra cosa sino a la virtud.
?Por qué, nos dice, te glorías de tu patria, cuando yo te ordeno que en toda
la tierra seas peregrino? cuando sucede que tú puedas ser tal que todo el
mundo no sea digno de ti? Tales cosas han de ser despreciadas en tal forma
que ni a los filósofos griegos les parecen tener valor alguno, sino que las
llaman extrañas y las tienen como ínfimas. Dirás que sin embargo Pablo se
abraza con ellas cuando dice: Según la elección son amados o causa de sus
padres 111. Sí. Pero dime a quiénes habla, cuándo y de quiénes. Porque trata
ahí con los que se habían convertido de entre los gentiles y andaban
soberbios e hinchados y se levantaban contra los judíos, y alegando ese
motivo los discriminaban. De manera que propiamente reprimiendo su hinchazón
los halaga y los excita a tener el mismo empeño que los judíos.
Tratando de aquellos grandes y fervorosos varones, oye cómo se expresa: Los
que tales cosas dicen dan bien a entender que buscan la patria. Que si se
acordaran de aquella de donde habían salido, tiempo tuvieron para volverse a
ella. Pero deseaban otra mejor, esto es, la celestial 112. Y también ahí
mismo: En la fe murieron todos sin recibir las promesas, pero viéndolas de
lejos y saludándolas. Y el Bautista a quienes se acercaban, les decía: No
queráis decir: tenemos por padre a Abraham. Y de nuevo Pablo: Es que no
todos los-nacidos de Israel son Israel; ni todos los hijos de la carne son
hijos de Dios 113. Y a la verdad a los hijos de Samuel que no heredaron las
virtudes de su padre ¿de qué les sirvió la nobleza de éste? ¿Qué ganancia
obtuvieron los hijos de Moisés, pues no imitaron su presteza en la virtud?
No obtuvieron el mando después de él; sino que mientras ellos se gloriaban
de su padre, la jefatura del pueblo pasó a otro varón, hijo de Moisés por la
virtud.
¿En qué le estorbó a Timoteo el haber nacido de padre gentil y en cambio qué
logró el hijo de Noé por la virtud de su padre? ¡De libre quedó convertido
en esclavo! ¿Ves cómo la alteza del padre no es suficientemente idóneo
patrocinio para el hijo? La perversidad de su propósito venció las leyes de
la naturaleza, de manera que lo derrocó no sólo de la nobleza paterna, sino
que además lo hizo esclavo. ¿Acaso Esaú no era hijo de Isaac y éste lo
patrocinaba? Porque su padre cuidaba y procuraba que alcanzase las
bendiciones y con el mismo objeto ejecutaba todo lo que su padre le
ordenaba. Pero por ser malvado, ninguna utilidad reportó. Aun siendo el
primogénito; aun favoreciéndolo en todo su padre, todo lo perdió porque Dios
no le ayudaba. Mas ¿para qué traigo a la memoria a los hombres? Hijos de
Dios fueron los judíos, pero de semejante nobleza ningún provecho sacaron.
De manera que aun cuando alguno sea hijo de Dios, si no demuestra una virtud
correspondiente a tan alta nobleza, será más gravemente castigado. ¿Para qué
vienes aquí a publicar la nobleza de tus antepasados? Y esto no sucede
únicamente en el Antiguo Testamento, sino también en el Nuevo verás que
sucede lo mismo. Porque dice: Mas a cuantos lo recibieron les dio poder de
venir a ser hijos de Dios 114. Y sin embargo, afirma Pablo que a muchos de
esos hijos de nada les aprovechó semejante Padre: Si os circuncidáis, Cristo
de nada os aprovechará 115. Pues si Cristo en nada aprovecha a quienes no
quieren seguirlo ¿cómo les aprovechará el hombre?
En consecuencia, no nos vanagloriemos de la nobleza ni de las riquezas. Más
aún: no tengamos aprecio alguno de los que se vanaglorian. Tampoco perdamos
ánimo por causa de la pobreza, sino busquemos las riquezas que consisten en
las buenas obras. Huyamos de la pobreza que nos arroje a la perversidad: esa
con que aquel rico era pobre, ya que no logró ni si quiera una gota de agua,
ni con grandes súplicas. Y eso que de entre nosotros ¿quién hay tan pobre
que no tenga siquiera una gota de agua? ¡Nadie, en verdad! Aun los que
desfallecen por una hambre extrema, pueden gozar de algunas gotas de agua;
ni sólo de algunas gotas de agua, sino también de un refrigerio mejor. No
así aquel rico, pues llegó a tal grado de pobreza que no logró encontrar el
menor refrigerio posible.
Entonces ¿por qué anhelamos andar tras de las riquezas? ¡No pueden
conducimos al cielo! Dime: si un rey terreno proclamara que ningún rico
podía brillar en su palacio ni disfrutar de ningún favor ¿acaso no todos al
punto despreciaríais las riquezas y las arrojaríais allá lejos? Pues si las
riquezas así nos apartaran de los honores en los palacios de la tierra,
serían des preciadas. En cambio, clamando y diciendo día por día el Rey de
los cielos que es difícil entrar a los sagrados atrios celestes cargados de
riquezas ¿no renunciaremos a ellas para poder con libertad entrar suavemente
en aquellos palacios? ¿De qué perdón seremos dignos si anhelosos nos
abrazamos con- las cosas que nos cierran la entrada aquella y las andamos
atesorando en torres fortificadas y aun- escondiéndolas bajo tierra, siendo
así que podemos colocarlas para que- nos las guarden en el cielo? Haces en
eso lo mismo que harían los agricultores que- habiendo recibido la simiente
para sembrarla en un fértil campo, fueran y la arrojaran toda en un hoyo, de
modo que ni ellos la disfrutaran y ella acabara podrida y pereciera.
Pero ¿qué excusa presentan cuando por esto los acusamos? Dicen: no pequeno
consuelo nos acarrea el saber que nuestra riqueza está oculta en un lugar
seguro. Pues por el contrario lo que debía consolarte sería saber que no
está oculta. Porque aun cuando no sufras de hambre, pero hay que tener en
cuenta muchos otros peligros y más graves: la muerte, las asechanzas, la
guerra. Si viene el hambre, el pueblo, empujado por la necesidad de su
estómago, a mano armada asaltará tu casa. Más aún: al proceder así, tú mismo
produces el hambre en las ciudades y metes en tu casa el peligro, más grave
que el hambre.
La desgracia del hambre no sé yo que haya consumido a nadie repentinamente;
porque muchos medios pueden pensarse para aliviar tan temible miseria. En
cambio, podría yo señalar a muchos que han muerto ya pública ya privadamente
a causa de la riqueza y sus equivalentes. De semejantes casos están llenos
los caminos y los tribunales y las plazas. Pero ¿qué digo caminos,
tribunales y piaras? El mar mismo lo he visto lleno de sangre. Porque la
tiranía de las riquezas no sólo ha llenado la tierra, sino que se ha
desatado furiosísima en el mar. Uno navega en busca del oro; otro a causa
del oro sucumbe degollado: ¡una misma tiranía produce al mercader y al
homicida! ¿Qué cosa hay en la que menos pueda confiarse que la riqueza, pues
por su causa muchos andan peregrinando, caen en peligros, encuentran la
muerte? Pero dice la Escritura: ¿Quién se compadecerá del encantador a quien
muerde la serpiente? 116 Conociendo pues lo terrible de semejante tiranía,
conviene huirla y reprimir el anhelo de lo que es tan dañoso.
Preguntarás ¿cómo puede eso lograrse? Sustituyendo ese amor con otro amor:
es a saber, con el amor del cielo. Quien anhela el reino celestial desprecia
las riquezas. Quien haya sido hecho siervo de Cristo, nunca será esclavo de
las riquezas, sino que al revés a ellas las esclavizará. Porque acostumbra
la riqueza perseguir al que la huye y huir del que la persigue: ¡a nadie
honra tanto como a quien la desprecia! De nadie se burla tanto corno de
quien la anhela; ni sólo se burla, sino que con infinitas cadenas lo ata.
Rompamos, pues, aunque tarde, esas dañosas cadenas. ¿Por qué obligas al alma
racional a servir a la materia irracional, madre de infinitos males? Pero...
¡vaya un asunto digno de risa! Con las palabras la combatimos, pero ella con
realidades nos combate y nos trae y nos lleva, como si nos hubiera comprado
para azotarnos. ¿Qué cosa habrá más de vergüenza y de indignidad?
Por otra parte, si no superamos las cosas materiales ¿cómo venceremos a las
Potestades incorpóreas? Si no despreciamos las viles piedras y mísera tierra
¿cómo sujetaremos a los Principados y Potestades del infierno? ¿Cómo
ejercitaremos la temperancia? Si nos apasiona el brillo del oro ¿cómo
podremos abstenernos del brillo de un rostro hermoso? Porque hay hombres que
hasta tal punto se hallan sujetos a semejante tiranía, que aun el solo
brillo del oro los apasiona y entre risas y donaires ex claman: ¡una moneda
de oro con sólo verla deleita! ¡No juegues así, oh hombre! Pues nada hay que
así dañe los ojos del cuerpo y del alma como el anhelo de esas monedas. Este
fue el mal amor que extinguió las lámparas de las vírgenes necias y las
excluyó del tálamo del Esposo. Esa mirada que dices que alegra tus ojos, fue
la que impidió escuchar al mísero Judas la voz del Señor y lo llevó al lazo
corredizo: esa lo hizo reventar por el medio y finalmente lo arrojó a la
gehenna.
¿Qué hay pues más inicuo, qué hay más horrible que semejante peste? Yo no
reprendo los dineros ni las cosas materiales, sino el furioso y loco anhelo
de ellas. Ese anhelo destila sangre humana, tiene aspecto sangriento, es más
cruel que cualquier bestia feroz y destroza cuanto encuentra a la mano. Y lo
que es mucho peor, ni siquiera permite que lo sienta el que es des trozado.
Cuando convenía que quienes así se encuentran, ex tendieran su mano pidiendo
auxilio a los transeúntes, al revés, agradecen semejantes heridas. ¿Qué
puede haber más miserable? Reflexionando sobre esto, huyamos de esa
enfermedad in curable y apartémonos lejos de semejante peste y curémonos de
las heridas que ya nos haya causado. Así llevaremos acá una vida segura y
sin perturbaciones y alcanzaremos los eternos tesoros. Ojalá todos nosotros
los consigamos, por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, a quien
con el Padre y el Espíritu Santo, sea la gloria, el imperio y el honor,
ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.
Notas
104 1Co 5, 5 105 2S 16, 11-12 106 Sal 25, 18-19 107 Mt
10, 29 108. Habla el santo del Libro IV de los Reyes. Actualmente, desde no
hace mucho, se ha dividido esa obra histórica en dos libros de Samuel y dos
de los Reyes. Así el libro IV viene siendo el II de los Reyes. En cuanto a
la designación de Cristo como Nazareno, el santo dice haberse perdido los
libros de profecías en donde constaba el Nazaraeus vocabitur. Otros dicen
que en realidad las palabras mismas de esa ex presión no constan en las
profecías, pero que el sentido sí. 109 Jn 1, 46 110 Lc 9, 58 111 Rm 11, 28
112 Hb 11, 14-16 113 Rm 9, 6 114 Jn 1, 12 115 Ga 5, 2 116 Qo 12, 13