Cómo promover hoy una Espritualidad Misionera en la Parroquia
FRANCISCO JOSÉ
GIRÓN ANGUIOZAR
INTRODUCCIÓN: LA MISIÓN, UN PROBLEMA DE FE.
Quisiera comenzar esta ponencia haciéndonos reflexionar sobre la misión
y la relación de esta con la Iglesia. Únicamente si vemos la relación de
la misión con la Iglesia podremos poner unas buenas bases para una
adecuada espiritualidad misionera.
Juan Pablo II llega a decir que «la actividad misionera exige una
espiritualidad específica»1, y afirma que esta «concierne
particularmente a quienes Dios ha llamado a ser misioneros»2.
Pero, ¿quiénes son los que están llamados a ser misioneros? ¿No son
acaso todos los bautizados? Intentaremos dar respuesta en la medida de
lo posible.
Si miramos cualquier tratado de misionología o incluso el propio
Catecismo vemos que siempre se pone en relación la misión con la
naturaleza de la Iglesia. La misión pertenece a la naturaleza íntima de
la vida cristiana3 y es prolongación de la misión del Hijo y
del Espíritu Santo4, y no solo esto, sino que además es
Sacramento de esta misión5. Cristo siempre puede actuar
verticalmente desde la Gloria, pero ha preferido hacerlo a través de las
estructuras visibles de la Iglesia. Cristo ausente en su cuerpo, se ha
suscitado un "cuerpo" por el que se hace presente y actúa que es la
Iglesia6. La Iglesia, por tanto, continúa y desarrolla en el
curso de la historia la misión propia de Cristo y «debe avanzar por el
mismo camino por el que avanzó Cristo; esto es, el camino de la pobreza,
la obediencia, el servicio y la inmolación de sí mismo hasta la muerte,
de la que surgió victorioso por su resurrección»7. Aquí se
nos dan claves para la espiritualidad de la misión: pobreza, obediencia,
servicio e inmolación, pero ya lo iremos desarrollando.
El origen de esta misión que constituye a la
Iglesia es Dios mismo, uno y trino. Dios que es Amor ha enviado8
a su Hijo para manifestarnos este Amor y hacernos partícipes de él9.
La misión se realiza, por lo tanto, en el dinamismo trinitario. Y esta
"fuerza" que actualiza a la Iglesia en su misión de hacer partícipes a
los hombres de este Amor es el Espíritu Santo10. Por
consiguiente, « toda la actividad de la Iglesia es una expresión de un
amor que busca el bien integral del ser humano: busca su evangelización
mediante la Palabra y los Sacramentos,
1
JUAN PABLO II,
Redemptoris missio, n. 87.
2
Ibídem
n. 87.
3 Cf.
ibídem, n. 71.
"Cf.
CEC nn. 257, 730.
5 CEC n. 738: «
Así, la misión de la Iglesia no se añade a la de Cristo y del Espíritu
Santo, sino que es su sacramento: con todo su ser y en todos sus
miembros ha sido enviada para anunciar y dar testimonio, para actualizar
y extender el Misterio de la Comunión de la Santísima Trinidad».
6
YVES CONGAR,
Un pueblo mesiánico: La
Iglesia sacramento de salvación, Ediciones Cristiandad, Madrid 1976, pp.
43-44.
Cf. CEC n. 852; cf. CONCILIO VATICANO II,
Decr.
Ad gentes,
n. 5.
8 Cf. Jn 4, 10.14;
9 BENEDICTO XVI,
Deus caritas est, n. 19: « ...el designio del Padre que, movido por
el amor (cf. Jn 3, 16), ha
enviado el Hijo unigénito al mundo para redimir al hombre. Al morir en
la cruz —como narra el evangelista—, Jesús « entregó el espíritu » (cf.
Jn 19, 30), preludio del don del Espíritu Santo que otorgaría
después de su resurrección (cf. in 20, 22). Se cumpliría así la promesa
de los « torrentes de agua viva » que, por la efusión del Espíritu,
manarían de las entrañas de los creyentes (cf.
Jn 7, 38-39). En efecto, el
Espíritu es esa potencia interior que armoniza su corazón con el corazón
de Cristo y los mueve a amar a los hermanos como Él los ha amado, cuando
se ha puesto a lavar los pies de sus discípulos (cf.
Jn 13, 1-13) y, sobre todo,
cuando ha entregado su vida por todos (cf. Jn 13,1; 15, 13)».
19 Ibídem:
«El Espíritu es también la fuerza que transforma el
corazón de la Comunidad eclesial para que sea en el mundo testigo del
amor del Padre, que quiere hacer de la humanidad, en su Hijo, una sola
familia».
empresa tantas veces heroica en su realización histórica; y busca su
promoción en los diversos ámbitos de la actividad humana. Por tanto, el
amor es el servicio que presta la Iglesia para atender constantemente
los sufrimientos y las necesidades, incluso materiales, de los hombres»
I I .
La Iglesia es "misión", así decía el beato Juan Pablo II:
«El Concilio Vaticano II nos ha ayudado a comprender que "misión" es el
nombre verdadero y propio de la Iglesia... La Iglesia es ella misma
cuando lleva a cabo su misión»I2. No sé si nos damos cuenta
de la importancia de la misión. Reflexionemos un momento sobre estas
palabras con el Catecismo: « con todo su ser y en todos sus miembros ha
sido enviada para anunciar y dar testimonio, para actualizar y extender
el Misterio de la Comunión de la Santísima Trinidad »13.
Luego forma parte de su ser más íntimo el "ser enviada", pero no la
Iglesia como si fuese una entidad, sino la Iglesia "en todos sus
miembros", es decir, estamos enviados a anunciar con el testimonio y a
actualizar y extender esta "buena noticia" que es llevar a los hombres
al Amor trinitario y, además, a "actualizar" en nuestra manera de vivir
comunitaria este Amor. Como dice el papa Francisco, «es bueno salir de
uno mismo, a las periferias del mundo y de la existencia, para llevar a
Jesús»I4. No solo es bueno, sino que tendría que ser un
imperativo que surgiese naturalmente. Pero ¿por qué no surge
naturalmente en los bautizados este sentirse enviados a anunciar esta
"buena noticia? Un perro por naturaleza actúa como perro, no hace falta
que se le obligue o se le recuerde que debe actuar como perro, le sale
por naturaleza, ¿por qué no ocurre esto mismo con la misión? Hemos visto
que la Iglesia es Iglesia en tanto en cuanto evangeliza, es decir, en
tanto en cuanto "sale de sí misma" para anunciar, testimoniar,
actualizar y extender este Misterio de amor al que todo hombre está
llamado. Esto está inscrito en su "genética", porque Dios mismo es
"misión", ya que ha salido de sí mismo en su Hijo para manifestar este
mismo amor al hombre y llamarlo a la comunión con Él, Dios uno y trino.
En este sentido podemos repetir que la Iglesia es "misión" y que vive de
la "misión" que el Padre ha dado al Hijo y el Hijo ajos apóstoles15.
Pero ¿por qué los bautizados no tenemos esta "genética"? Y no digamos
que los impedimentos que enfrían el celo misionero es la sociedad que
nos rodea. El papa Juan Pablo II dice que las dificultades también son
internas16 y una de las más graves «es la mentalidad
indiferentista, ampliamente difundida, por desgracia, incluso entre los
cristianos, enraizada a menudo en concepciones teológicas no correctas
y marcada por un relativismo
religioso que termina por pensar que "una religión vale la otra"»
17. Planteémonos para qué sirve la misión. El beato Juan Pablo se
lo plantea también en la encíclica
Redemptoris Missio: « ¿Para qué la misión?, respondemos con la fe y
la esperanza de la Iglesia: abrirse al amor de Dios es la verdadera
liberación. En Él, solo en Él, somos liberados de toda forma de
alienación y extravío, de la esclavitud del poder del pecado y de la
muerte»18. El único problema es que los bautizados tengamos
claro esto, porque solo si hemos experimentado la esclavitud del poder
del pecado y de la muerte y la liberación que trae Jesucristo a través
de su Iglesia que sale "hacia fuera", se encenderá "naturalmente" un
celo por hacer partícipes a los demás de esta verdadera liberación.
Además, el pontífice recuerda en esta misma encíclica que «el impulso
misionero ha sido siempre un signo de vitalidad»I9 de la
Iglesia, pero también «la misión es un problema de fe»20
¿Por qué es un problema de fe? Porque si no estamos impulsados por esta
vitalidad a anunciar el
"BENEDICTO XVI, Deus caritas est, nn. 19.
12 Homilía de
Epifanía, 1979, cf. JOSEPH RATZINGER,
La Chiesa, universale sacramento
di salvezza, Cittadella Editrice, Assisi 1988, p. 483.
13 CEC n. 738.
14 Homilía de la XXVIII Jornada mundial de la juventud, 24
de marzo de 2013.
15 .
JOSEPH RATZINGER,
La Chiesa, universale sacramento
di salve=a, p. 487.
16 Cf. JUAN PALO II, Redemptoris missio,
n. 36.
17 Ibídem.,
n. 36.
18 Ibídem.,
n. 11.
19 Ibídem.,
n. 1.
20 Ibídem., n.
11.
gozo de Jesucristo, es posiblemente porque no nos hemos encontrado con
el amor de Cristo que «llena nuestros corazones y nos impulsa a
evangelizar»sup>21. No olvidemos que «no se comienza a ser
cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro
con un acontecimiento, con una Persona, que da nuevo horizonte a la vida
y, con ello, una orientación decisiva»22. Si este no es el
motor que mueve la misión de la Iglesia, esta se "seculariza" y se
intenta ayudar al hombre desde una dimensión horizontal. ¡Se pierde la
novedad del cristianismo, que no consiste en un pensamiento o en una
filosofía, sino en que Dios mismo, personalmente se ha revelado! 23
Luego la espiritualidad misionera debe ser, ante todo, una
espiritualidad bautisma124 que refresque esta novedad
constantemente, nos inserte en la vida eclesial y nos impulse a
comunicar esta novedad. Necesitamos que se refresque nuestra fe en el
resucitado.
LA ESPIRITUALIDAD MISIONERA: UNA ESPIRITUALIDAD BAUTISMAL.
Por el bautismo se nos hace partícipes a todos los bautizados de la
triple función de Cristo: sacerdotes, profetas y reyes. Por lo tanto «la
misión es de todo el pueblo de Dios»25, porque todos hemos
sido constituidos "profetas". Dice el Catecismo a este respecto: «Los
laicos cumplen también su misión profética evangelizando, con "el
anuncio de Cristo comunicado con el testimonio de la vida y de la
palabra". En los laicos, esta evangelización "adquiere una nota
específica y una eficacia particular por el hecho de que se realiza en
las condiciones generales de nuestro mundo" (LG 35): Este apostolado no
'consiste sólo en el testimonio de vida; el verdadero apostolado busca
ocasiones para anunciar a Cristo con su palabra, tanto a los no
creyentes... como a los fieles (AA 6; Cf. AG 15)»26. Mientras
que « los obispos con los presbíteros, sus colaboradores, "tienen como
primer deber el anunciar a todos el Evangelio de Dios" (PO 4), según la
orden del Señor (Cf. Mc 16, 15). Son "los predicadores del Evangelio que
llevan nuevos discípulos a Cristo. Son también los maestros auténticos,
por estar dotados de la autoridad de Cristo" (LG 25)»27.
Luego a todo el Pueblo santo de Dios compete el anuncio del evangelio,
pero ¿por qué no se ve en nuestras parroquias este ardor si se nos ha
dado con nuestro bautismo? Debería estar inscrito en nuestra "genética
cristiana", pero lo que suele aparecer es una instalación burguesa.
Benedicto XVI en ocasión
del Congreso eclesial de la Diócesis de Roma, el 11 de junio de 2012,
hace una reflexión sobre el bautismo que creo que nos puede ayudar. Él
se pregunta si no es suficiente para ser discípulo con conocer
teóricamente la doctrina de Jesús, conocer los valores cristianos. «¿Por
qué es necesario bautizarse? Este es el tema de nuestra reflexión, —dice
el Pontífice- para entender la realidad, la profundidad del sacramento
del Bautismo.» El papa, tras hacer un comentario exegético del texto
griego, subraya que en el bautismo se opera «una inmersión en —hacia- el
nombre de la Trinidad, un ser insertos en el nombre de la Trinidad, una
interpenetración del ser de Dios y de nuestro ser, un ser inmerso en el
Dios Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo», es decir, «ser bautizados
quiere decir ser unidos28a
Dios. En una única, nueva existencia pertenecemos a Dios, somos
inmersos en Dios mismo.» Pero "ser inmersos en Dios" quiere decir vivir
nuestra realidad de bautizados en el dinamismo, en camino: «el
sacramento del bautismo no es un acto de un ahora, sino que es la
realidad de toda nuestra vida, es un camino de
21 Cf. BENEDICTO XVI, Porta fidei,
n.7.
22 BENEDICTO XVI, Ubicumque et semper.
23 BENEDICTO XVI, Verbum Domini, n.
92.
24 CEC n. 1236, el bautismo es el sacramento de la fe porque nos introduce en
la vida de la fe.
25 JUAN PABLO II,
Redemptoris missio, n.71
26 CEC n. 905.
27 CEC n. 888.
28 Prefiero esta traducción, del original
italiano: «essere battezzati vuol dire essere uniti...», que la de
"estar unidos" que sería las más inteligible en castellano, pero "estar"
tiene un matiz estático que el original italiano "essere" que según mi
opinión muestra mejor la pasividad y el dinamismo que el papa deja
entrever y que después subrayará.
toda nuestra vida.»29 Este dinamismo que nos confiere el
bautismo, solo se puede entender desde la Trinidad. El papa subraya que
este sacramento conlleva consigo ciertas consecuencias: la primera es la
centralidad de Dios en nuestras vidas; la segunda es que no soy yo el
que decido hacerme cristiano, sino que «es una acción de Dios conmigo:
no soy yo el que me hago cristiano, sino que soy asunto por Dios.»
Hacerse cristiano, por lo tanto, es en cierto sentido "pasivo", es Dios
el me hace hombre suyo. Hay, además, una tercera consecuencia, y es que
«naturalmente, siendo inmerso en Dios, soy unido a los hermanos y
hermanas, ya que todos los demás están en Dios y si yo soy sacado fuera
de mi aislamiento, si yo soy inmerso en Dios, soy también inmerso en la
comunión con los demás». Por lo tanto, el Bautismo me inserta en la
comunidad, rompe mi aislamiento, y me hace vivir en una dinámica de
conversión30
.
Este creo que es uno de los elementos fundamentales de la espiritualidad
misionera, la dimensión comunitaria. Esta es, según Ratzinger31,
la nueva concepción de la Iglesia que ha subrayado el Concilio Vaticano
II, la de ser el pueblo de Dios que vive en el tiempo. Esta Iglesia en
el tiempo es por naturaleza misionera, ya que desea llevar y realizar en
la historia de la humanidad la gran historia salvífica de Dios. La
misión no es, por lo tanto, considerada ya como una actividad que la
Iglesia institucional lleva a cabo en el mundo junto con otras
actividades, es más bien la primera función vital de la Iglesia que
muestra la propia vocación de salvar y de renovar a cada criatura. Por
lo tanto, solo en la medida en que se fomente entre los bautizados esta
dimensión de pertenencia al pueblo de Dios se irá dando este impulso
misionero.
Una de las notas de la Iglesia es su apostolicidad, y en cuanto
"apostólica", es decir, en cuanto que permanece en comunión de fe y de
vida con su origen, a través de los sucesores de San Pedro y los
apóstoles, es también enviada al mundo entero32 a anunciar el
mensaje de la salvación. Luego la vocación cristiana es por naturaleza
misional, apostólica. Pero la misión es además una exigencia33
de la catolicidad de la Iglesia, y en tanto en cuanto la Iglesia
particular, y de manera concreta la parroquia, vive esta catolicidad, es
decir, el misterio de comunión con Roma34, se abre á la
misión35. Y ¿Cómo tenemos que vivir esta espiritualidad de la
"catolicidad misionera"? Lo dice el propio Catecismo: «solo avanzando
por el camino de la conversión y la renovación y por el estrecho sendero
de Dios, es como el Pueblo de Dios puede extender el Reino de Cristo»36.
Luego esta espiritualidad misionera debe anclarnos constantemente en el
bautismo que nos hace vivir la dimensión comunitaria y nos llama
constantemente a vivir en conversión'', en el constante retorno al
Padre. «No podemos predicar la conversión si no nos
29BENEDICTO XVI, Lectio divina
pronunciada en la Basílica de San Juan de Letrán, 11 de junio de 2012,
con ocasión del Congreso eclesial de la Diócesis de Roma.
30 JUAN PABLO II,
op. cit., n. 46:« La
conversión [...] determina un proceso dinámico y permanente que dura
toda la existencia, exigiendo un esfuerzo continuo por pasar de la vida
"según la carne" a la vida "según el espíritu".»
31
Cf. JOSEPH RATZINGER,
La Chiesa, universale sacramento
di salvezza, p. 499s.
32 Cf. CEC n. 863.
33 Cf CEC n. 849.
34 CEC n. 834:« Las
Iglesias particulares son plenamente católicas gracias a la comunión con
una de ellas: la Iglesia de Roma "que preside en la caridad" (San
Ignacio de Antioquía, Rom. 1, 1)».
35
CEC n. 831: « Es católica porque ha sido enviada por Cristo en misión a
la totalidad del género humano (Cf. Mt 28, 19): Todos los hombres están
invitados al Pueblo de Dios. Por eso este pueblo, uno y único, ha de
extenderse por todo el mundo a través de todos los siglos, para que así
se cumpla el designio de Dios, que en el principio creó una única
naturaleza humana y decidió reunir a sus hijos dispersos... Este
carácter de universalidad, que distingue al pueblo de Dios, es un don
del mismo Señor. Gracias a este carácter, la Iglesia Católica tiende
siempre y eficazmente a reunir a la humanidad entera con todos sus
valores bajo Cristo como Cabeza, en la unidad de su Espíritu (LG 13)».
36
CEC n. 853.
37
JUAN PABLO II, Redemptoris missio,
n. 47: «La conversión a Cristo está relacionada con el bautismo, no
solo por la praxis de la Iglesia, sino por voluntad del mismo Cristo...
el bautismo nos regenera a la vida de hijos de Dios, nos une a
Jesucristo y nos unge con el Espíritu Santo: no es un mero sello de la
conversión, como un signo exterior que la demuestra y la certifica, sino
que es un sacramento que significa y lleva a cabo este nuevo nacimiento
por el Espíritu».
convertimos
nosotros mismo cada día»38, esta es la invitación de Juan
Pablo II. Esta manera de vivir nos catapulta a la misión. Pero,
paradójicamente además «la misión renueva la Iglesia, refuerza la fe y
la identidad cristiana, da nuevo entusiasmo y nuevas motivaciones»39.
Luego en la medida en la que la fe se da se fortalece y fortalece la
vida comunitaria.
No sé si nos damos cuenta de la importancia de estas afirmaciones. A lo
mejor deberíamos entonar un mea
culpa, porque la realidad de muchas de nuestras parroquias es que
esto no se vive. Vivimos un cristianismo muy aburguesado que nos
encierra en la parroquia y en nuestras estructuras pastorales. La
espiritualidad misionera debería más bien ayudarnos a romper con estos
esquemas anquilosados y estáticos, y lanzarnos "hacia fuera". Dice papa
Francisco40 en una homilía algo que nos ayudará a iluminar
este aspecto. Comenta que la Iglesia no debe ser como «una niñera que
cuida al niño para que duerma41», si fuese así sería «una
Iglesia adormecida», sino que « quien ha conocido a Jesús tiene la
fuerza y la valentía de anunciarlo. Del mismo modo, quien ha recibido el
bautismo tiene la fuerza para caminar, para ir hacia adelante, para
evangelizar. Cuando hacemos esto, la Iglesia se convierte en una madre
que genera hijos, capaces de llevar a Cristo al mundo.» Curiosamente el
papa relaciona la misión a la fuerza del bautismo y esta maternidad a la
misión, es como una correlación que debería darse naturalmente, pero lo
cierto es que no se da.
Prosigue el Pontífice comentando cómo después de la primera persecución
de la Iglesia de Jerusalén los que huyeron fueron anunciando la palabra42,
y afirma: «Pienso en nosotros, los bautizados, si tenemos esta fuerza. Y
pienso: "¿nosotros creemos esto? ¿Qué el bautismo sea suficiente para
evangelizar? O estamos esperando a que el presbítero diga, que el obispo
diga... ¿Y nosotros?" Muchas veces la gracia del bautismo se deja aparte
y nos encerramos en nuestros pensamientos, en nuestras cosas. A veces
pensamos: "No, somos cristianos: hemos recibido el bautismo, hemos hecho
la confirmación, la primera comunión,.., y así el carnet de identidad
está completo. Y ahora podemos dormir tranquilos: somos cristianos".
Pero, ¿dónde está esta fuerza del Espíritu Santo que nos impulsa?» El
Pontífice subraya que la fuerza de la misión está en el bautismo y que
cuando no evangelizamos la Iglesia deja de ser madre para convertirse en
babysitter e invita a pensar en la responsabilidad de nuestro
bautismo. Por eso creo que el primer aspecto de cualquier espiritualidad
misionera debe ser el bautismo.
Resumiendo, la Iglesia cumple su misión en tanto en cuanto genera hijos
por el anuncio del evangelio, y este se da en la medida en que se vive
en sintonía con el bautismo, es decir, con la maternidad de la Iglesia
que nos llama a la conversión y nos introduce en una comunidad, en un
pueblo. En la medida en que la Iglesia se encierra en sí misma se
enferma. ¡Salgamos a anunciar a Cristo, como comunidad de creyentes! Y
en la medida en que demos testimonio, esta fe que damos se irá
fortaleciendo. ¡No tengamos miedo a ser rechazados, a entrar en el
desierto de nuestra sociedad!
El mandato que Jesús da a sus Apóstoles
después de la resurrección es precisamente este: «Id, pues, y haced
discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del
Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he
mandado»43.
38 JUAN PABLO II,
Redemptoris missio, n. 47.
39 Ibidem,
n. 2.
40 Homilía pronunciada en la casa Santa Marta el miércoles
17 de abril de 2013.
41 Todos los
fragmentos de la homilía han sido tomados del
Osservatore romano, Anno CLIII
n. 90 (46.334), edición cotidiana en lengua italiana del 18 de abril de
2013, p. 7.
42 Cf. Hch 8, 1-8.
43 Mt 28, 19s.
LA ESPIRITUALIDAD
MISIONERA: UNA OBLIGACIÓN MARTIRIAL.
Siempre me ha llamado la atención la fuerza y el ardor
misionero que aparece en el libro de los
Hechos de los Apóstoles. Este
impulso misionero surge con la misma Iglesia el día de Pentecostés. En
medio de sus miedos, anuncian con valentía el evangelio. Los primeros
apóstoles se dejan transformar y se convierten en agentes de la
predicación. Nace en ellos un celo para que la gente alcance la
salvación". San Pablo vive como un honor el sufrir por anunciar el
evangelio y todo su ministerio apostólico lo vive animado por este celo,
por esta fuerza que lo lleva a anunciar el evangelio. Además, el
Espíritu Santo es el que abre a los paganos el acceso a la revelación,
algo impensable hasta el momento. Una comunidad temerosa y encerrada en
sus planteamientos judaizantes y "nacionalistas" sale de sí misma
impulsada por el Espíritu Santo y acoge a gente que era "abominable"
según el pensar judío, algo que va en contra de su propio pensamiento.
Si echamos una ojeada a nuestras parroquias y a la vida de los
cristianos de hoy parece que ese fuego y este impulso se han apagado.
Creo que estamos aburguesados, parece que todo está muy
institucionalizado, esperamos, como decía el papa Francisco, que nos
digan lo que tenemos que hacer. ¿Dónde está este celo por anunciar la
salvación? O, es que ya no es necesario. ¿No sigue animando la Iglesia
actual el mismo Espíritu que animó la primera comunidad cristiana? Yo
creo que sí, solo tenemos que echar una ojeada a los documentos del
magisterio pontificio para que veamos la preocupación de los últimos
tiempos sobre la misión45:
Evangelii nuntiandi de Pablo
VI, Slavorum apostoli y
Redemptoris Missio de Juan Pablo II, etc.
Pero, ¿qué nos
está ocurriendo? ¿Por qué no gritamos en nuestro interior: «Y ¡ay de mí
si no predicara el Evangelio!»? Podemos pensar, puerilmente, que la
primitiva comunidad ha sido testigo de la resurrección de Cristo y es
esta la fuerza que ha llevado a los primeros discípulos a anunciar el
evangelio. Pero no todos fueron testigo oculares de Cristo resucitado,
además, los apóstoles después de ver a Cristo resucitado vuelven a sus
antiguas ocupaciones46, sino que ha sido el Espíritu 'Santo
el que ha dado testimonio de que el resucitado está vivo y es el que hoy
también puede dar este mismo testimonio a nuestro espíritu47.
¿Acaso, hoy ese mismo EspWitu no sigue dando testimonio a nuestro
espíritu de que está resucitado? ¿Por qué la Iglesia no sale? Me
gustaría traer a colación lo que dice el papa Francisco a la Conferencia
episcopal argentina, quizá nos pueda ayudar: «Una Iglesia que no sale, a
la corta o a la larga se enferma en la atmósfera viciada de su encierro.
Es verdad también que a una Iglesia que sale le puede pasar lo que a
cualquier persona que sale a la calle: tener un accidente. Ante esta
alternativa, les quiero decir francamente que prefiero mil veces una
Iglesia accidentada que una Iglesia enferma. La enfermedad típica de la
Iglesia encerrada es la autorreferencial; mirarse a sí misma, estar
encorvada sobre sí misma como aquella mujer del Evangelio. Es una
especie de narcisismo que nos conduce a la mundanidad espiritual y al
clericalismo sofisticado, y luego nos impide experimentar "la dulce y
confortadora alegría de evangelizar"»48.
44 CONGREGACIÓN DE LA DOCTRINA PARA LA FE,
Declaración "Dominus lesu", n.
1: «La misión universal de la Iglesia nace del mandato de Jesucristo y
se cumple en el curso de los siglos en la proclamación del misterio de
Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, y del misterio de la encarnación del
Hijo, como evento de salvación rara toda la humanidad».
5 Ibídem,
n. 2: «La Iglesia,
en el curso de los siglos, ha proclamado y testimoniado con fidelidad el
Evangelio de Jesús. Al final del segundo milenio, sin embargo, esta
misión está todavía lejos de su cumplimiento. Por eso, hoy más que
nunca, es actual el grito del apóstol Pablo sobre el compromiso
misionero de cada bautizado: «Predicar el Evangelio no es para mí ningún
motivo de gloria; es más bien un deber que me incumbe. Y ¡ay de mí si no
predicara el Evangelio!» (1 Co 9,16). Eso explica la particular atención
que el Magisterio ha dedicado a motivar y a sostener la misión
evangelizadora de la Iglesia, sobre todo en relación con las tradiciones
religiosas del mundo».
46 Cf. Jn 21, 2ss.
47 Cf. Rm 8, 16.
48 Carta del papa
Francisco a los participantes en la 105 Asamblea plenaria de la
Conferencia Episcopal Argentina.
Ya lo decía en el
aparto anterior, la apertura de la Iglesia hacia afuera solo será
posible en la medida en que la Iglesia particular viva la catolicidad y
la apostolicidad. Creo que estos son dos elementos muy importantes de la
espiritualidad misionera.
El sacramento que nos ayuda a ser configurados de una manera más plena
en la misión de la Iglesia es el de la confirmación. Dice el Catecismo
al respecto: «En efecto, a los bautizados "el sacramento de la
confirmación los une más íntimamente a la Iglesia y los enriquece con
una fortaleza especial del Espíritu Santo. De esta forma se comprometen
mucho más, como auténticos testigos de Cristo, a extender y defender la
fe con sus palabras y sus obras"»49. Luego el servicio que
confiere este sacramento es el testimonio, es decir, la participación en
el profetismo de Cristo. Consistiría especialmente en anunciar y
confesar la fe, eventualmente incluso por medio del martirios°.
Es el Espíritu Santo el verdadero protagonista de la misión de la
Iglesia, es el que pone en "movimiento dinámico" hacia fuera a la
Iglesia, y no por un simple proselitismo, sino porque el que se ha
encontrado con la belleza del Evangelio siente la necesidad interna de
comunicarlo. En este sentido Benedicto XVI dice al principio de su carta
apostólica Ubicumque et semper
que «la Iglesia, pueblo adquirido por Dios para que proclame sus obras
admirables, desde el día de Pentecostés... nunca se ha cansado de dar a
conocer a todo el mundo la belleza del Evangelio, anunciando a
Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre... que con su muerte y
resurreccjón realizó la salvación, cumpliendo la antigua promesa». ¡Esto
es experimentar la resurrección!, ser testigos de este amor que no solo
perdona, sino que transforma nuestra vida. «Hoy, más que nunca
evangelizar quiere decir dar testimonio de una vida nueva, transformada
por Dios, y así indicar el camino»5I .
Y esto no es una opción sino una obligación, y no en el sentido de una
ley externa que tengo que cumplir, sino en el sentido de un imperativo
interno: «todos los cristianos, donde quieran que vivan, están obligados
a manifestar con el ejemplo de su vida y el testimonio de su palabra al
hombre nuevo de que se revistieron por el bautismo y la fuerza del
Espíritu Santo que les ha fortalecido con la confirmación»52.
Este testimonio renovará a la Iglesia53 y los creyentes
testimoniando se fortalecerán54. Y ¿dónde podremos encontrar
la fuerza para este testimonio;? En el amor de Cristo: « El compromiso
misionero de los creyentes saca fuerza y vigor del descubrimiento
cotidiano de su amor, que nunca puede faltar. La fe, en efecto, crece
cuando se vive como experiencia de un amor que se recibe y se comunica
como experiencia de gracia y gozo. Nos hace fecundos, porque ensancha el
corazón en la esperanza y permite dar un testimonio fecundo: en efecto,
abre el corazón y la mente de
los que escuchan para acoger la invitación del Señor a aceptar su
Palabra para ser sus discípulos.»5 El cristiano está llamado
a ser mártir, testigo de este amor, porque solo así habrá en él un
impulso que lo envíe a la misión, perdiendo su vida en favor del
evangelio. Y para esto el cristiano necesita también "mártires",
testigos que pierdan la vida por amor a él. De nada sirve un presbítero
aburguesado e instalado en una parroquia, al que solo se le puede
molestar en horas de oficina y que intenta evangelizar únicamente por el
ciberespacio y olvida el espacio histórico de la realidad.
Ayudemos a
acrecentar el espíritu martirial en nuestras parroquias. Muchas veces,
bajo capa de un pseudo-pacifismo o de no querer herir la sensibilidad
"sensiblona" de los fieles que, por otro lado, está bombardeada por la
violencia de la televisión y del Internet, parece que tenemos
49 CEC n. 1285.
59 Cf. YVES CONGAR, El
Espíritu Santo, Herder, Barcelona 1991, pp. 651-653.
51 BENEDICTO XVI,
Homilía para la apertura de/año de
la fe, 11 de octubre de 2012.
52 CONCILIO VATICANO II,
Decreto "Ad gentes", n.11.
53 BENEDICTO XVI,
Porta fidei, n. 6: «La
renovación de la Iglesia pasa también a través del testimonio ofrecido
por la vida de los creyentes: con su misma existencia en el mundo, los
cristianos están llamados efectivamente a hacer resplandecer la Palabra
de verdad que el Señor Jesús nos dejó».
54 Ibídem,
n. 7: « Como afirma san Agustín, los creyentes
«se fortalecen creyendo».
55 Ibídem.
vergüenza de leer
las actas martiriales, de mostrar la crueldad con la que murieron
tantísimos mártires y continúan muriendo en nuestra sociedad "moderna".
No murieron por ideales filosóficos o por ideales políticos, sino que lo
hicieron movidos por el amor a Cristo y a los hermanos. Estaban haciendo
presente que existe el cielo, que existe un amor más fuerte que la
muerte. Este sería otro de los pilares de la espiritualidad misionera.
Con estos dos
apartados quería insistir sobre todo en que la espiritualidad misionera
debe tener como fundamento la iniciación cristiana. Un continuo retornar
a nuestro bautismo y dejar que sea este el que nos vaya configurando con
Cristo, haciendo dóciles al Espíritu Santo e integrando en la Iglesia, y
será esta savia la que nos lanzará a la misión.
PROPUESTAS PARA UNA
ESPIRITUALIDAD MISIONERA SEGÚN LA
REDEMPTORIS
MISSIO.
Veamos ahora cómo
Juan Pablo II concretiza esta espiritualidad misionera. En esta
encíclica, la primera directamente "misionera" después del Concilio,
trata de hacer una llamada a la urgencia y a la responsabilidad de la
evangelización universal. En los tres primeros capítulos aclara los
conceptos teológicos sin los cuales se podría debilitar el impulso
misionero; luego presenta la nueva situación de la misión, los caminos
de la evangelización, los agentes y responsables, para terminar tratando
de esbozar una espiritualidad misionera. Según este, son 4 los pilares
de esta espiritualidad56:
I.- DOCILIDAD AL
ESPÍRITU SANTO.
El primero punto
que menciona Juan Pablo II es «la docilidad al Espíritu Santo», pero
¿qué significa esto? Curiosamente esta docilidad conlleva acoger «los
dones de fortaleza y discernimiento que son los rasgos esenciales de la
espiritualidad misionera»57. Pero, ¿en qué consisten estos
dos dones y de qué modo favorecen a la espiritualidad misionera?
Empecemos viendo qué es el discernimiento58. Es uno de los
dones del Espíritu santo, cuyo objetivo propio consiste en la búsqueda
de la voluntad de Dios. Pero este discernimiento no se puede hacer desde
nuestro propio criterio de interés, sino que se necesita una nueva
mentalidad que Dios nos da con el paso del "hombre viejo" al "hombre
nuevo", es decir, con el bautismo. Esta mentalidad conlleva el no
amoldarse al mundo. El origen del discernimiento no hay que buscarlo en
el deseo de aplicar unos principios, valores éticos o una norma, sino
que proviene del amor de Dios que va configurando en nosotros una nueva
sensibilidad y unos criterios que permiten ver con mayor claridad lo que
es conforme a la voluntad de Dios. En el fondo es «tener los mismos
sentimientos de Jesús» )9, este es el camino práctico para
conocer la voluntad de Dios. Pero, ¿cómo se obtiene y se custodia este
don? Favoreciendo la familiaridad con Dios que proporciona la oración;
sin esta nos faltaría la connaturalidad con Él y con su proyecto de
salvación, y, por tanto, no podríamos conocer su voluntad. Es
precisamente en la oración donde vamos descubriendo nuestras reacciones
y nuestros sentimientos ante lo que la Palabra de Dios nos va
proponiendo y donde experimentamos el profundo consuelo de la presencia
de Dios.
Otro de los medios
para promover la espiritualidad misionera será, por tanto, promover la
oración que hará suscitar el discernimiento. Nos podríamos plantear qué
relación existe entre la misión y la oración, ya que muchas veces en
cuanto se habla de "misión" surge en nuestras mentes la idea de "hacer"
cosas: salir por las plazas, hablar con la gente, ayudar a los pobres de
África, etc. Esto no está mal, pero tendríamos que plantearnos qué
espíritu mueve estas obras, porque con mucha facilidad podemos caer en
un "activismo". Si hacemos muchas cosas se
56 Cf. JUAN PABLO II,
Redemptoris missio., nn. 87- 91.
57
Ibídem,
n. 87.
58 JESÚS SASTRE,
"Discernimiento", VICENTE PEDROSA — JESÚS SASTE,
Diccionario de Pastoral y Evangelización, Editorial Monte Carmelo,
Burgos 2000.
59 Flp 2, 5.
puede implantar en
nuestro corazón la impresión que estamos en camino de santidad porque
nos entregamos totalmente y sin reservas, pero en muchas ocasiones
podemos experimentar la sequedad espiritual que no es fruto de la
entrega, sino más bien de dedicar cada vez menos tiempo al encuentro
personal con Dios en la oración y en la meditación. Curiosamente en la
Ordenación general de la Liturgia
de las Horas se afirma que «la comunidad eclesial ejerce su
verdadera función de conducir las almas a Cristo no solo con la caridad,
el ejemplo y los actos de penitencia, sino también con la oración60»y
además dice que «los que toman parte en la Liturgia de las Horas
contribuyen de modo misterioso y profundo al crecimiento del cuerpo de
Dios [...]. Pues solo el Señor, sin el cual no podemos hacer nada y a
quien acudimos con nuestros ruegos, puede dar a nuestras obras la
eficacia y el incremento, para que diariamente seamos edificados como
morada de Dios en el Espíritu, y redoblemos las energías para llevar la
buena nueva de Cristo a los que están fuera»61. Por lo tanto,
hay una estrechísima relación entre la misión de la Iglesia y la
oración, porque la misión de la Iglesia no es otra que la misión
trinitaria y si no estamos en sintonía con Dios no podemos hacer ninguna
misión.
Pero, ¿por qué es tan importante el discernimiento en la
misión? Dice el Catecismo que « el discernimiento desenmascara la
mentira de la tentación»62, dice además que el Espíritu Santo
es el que «nos hace discernir entre la prueba, necesaria para el
crecimiento del hombre interior, [...] y la tentación que conduce al
pecado y a la muerte»63. Muchas veces estamos tentados, como
decía antes, por el "activismo" y ante el aparente fracaso de la misión
de la Iglesia, surgen intentos "humanos" que quieren ocultar el supuesto
fracaso. ¡Cuántas personas camuflan en una mal entendida "inculturación"
esta frustración! ¡La teología de la liberación! ¡La teología
indigenista! Muchos piensan que no tenemos que anunciar el evangelio a
los indígenas porque los violentamos, es mejor acompañarlos
silenciosamente; además, ellos también se van a salvar. Hay
semina Verbi en sus religiones
y no hay necesidad de anunciarles el evangelio. Según Juan Pablo II,
estamos asistiendo a una "gradual secularización de la salvación",
porque sí que se intenta luchar a favor del hombre, pero se hace a favor
«de un hombre a medias, reducido a la mera dimensión horizontal»64.
Detrás está «la tentación de reducir el cristianismo a una sabiduría
meramente humana, casi como una ciencia del vivir bien»65, y
como decía el Catecismo, la tentación lleva al pecado y a la muerte. Con
esta conciencia de misión meramente "horizontal" cerramos a los hombres
la posibilidad de abrirse al amor de Dios que es la única liberación66.
Para esto precisamente necesitamos el discernimiento y la oración como
fundamentos de la espiritualidad misionera, estas nos ayudan a descubrir
la finalidad de la misión y a convencernos «de que cada hombre tiene
necesidad de Jesucristo, que ha vencido el pecado y la muerte y ha
reconciliado a los hombres con Dios»67. Y así "no pecamos"
contra la "misión" de la Trinidad.
No nos damos cuenta que «la misión es un
problema de fe»68, como dice Juan Pablo II. Por eso solo el
discernimiento y la oración nos ayudarán a afrontar la misión con la fe
y la esperanza de la Iglesia, y además nos harán ver que el aparente
fracaso es solo "una prueba", ya que a través de este se nos hace
partícipes de la misión de Cristo que para salvar a la humanidad de la
esclavitud del pecado se hizo el último:
60 Ordenación general de la Liturgia de las
Horas,
n. 17.
61
Ibídem,
n. 18.
62 CEC n. 2847.
66
Ibídem.
64 JUAN PABLO II,
Redemptoris missio, n. 11
65
Ibídem.
66 En el número 10
de la Redemptoris missio hace
una buena definición de la finalidad de la misión: «¿,Para qué la
misión? Respondemos con la fe y la esperanza de la Iglesia: abrirse al
amor de Dios es la verdadera liberación. Solo él, solo en él, somos
liberados de toda forma de alienación y extravío, de la esclavitud del
poder del pecado y de la muerte».
67 Ibídem,
n. 10.
68
Ibídem,
n. 10.
«El cual, siendo
de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios. Sino que
se despojó de sí mismo tomando condición de siervo haciéndose semejante
a los hombres y apareciendo en su porte como hombre; y se humilló a sí
mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz»69
Yo diría más aún:
«A quien no conoció pecado, Dios le hizo pecado por nosotros, para que
viniésemos a ser justicia de Dios en él»7°
Pero junto al
discernimiento hablaba del don de fortaleza. ¿En qué consiste este don y
cómo ayuda a la espiritualidad misionera? Dice el Catecismo que « la
fortaleza es la virtud moral que asegura en las dificultades la firmeza
y la constancia en la búsqueda del bien [...], hace capaz de vencer el
temor, incluso la muerte, y de hacer frente a las pruebas y a las
persecuciones. Capacita para ir hasta la renuncia y el sacrificio de la
propia vida por defender una causa justa»71. No podemos
olvidar que el Espíritu Santo es el verdadero protagonista en la misión
de la Iglesia 72 y es Él el que nos llama al martirio, que no
es otra cosa que dar testimonio del Amor. El anuncio está animado por la
fe, que suscita en nosotros el entusiasmo y la parresía para poder
hablar con franqueza y valentía. La fe debe suscitar en nosotros el
entusiasmo por anunciar el evangelio, porque sabemos que las personas
sin que ellas lo sepan están esperando conocer la verdad de Dios, el
amor.
Animemos a los
fieles en nuestras parroquias, a los enfermos a unir a las oraciones por
la misión el sacrificio voluntario, esto debería suscitar en nosotros el
don de fortaleza, porque «caritas
Christi urget nos»73
II.- VIVIR EL MISTERIO DE CRISTO "ENVIADO".
Dice el papa que
la «nota esencial de la espiritualidad misionera es la comunión íntima
con Cristo» '4. No podemos vivir el cristianismo si primero
no hemos tenido la experiencia de que Cristo es el primer misionero que
ha sido enviado para convencernos y manifestarnos el amor de Dios. Él ha
sido enviado por el Padre como autorrevelación de Dios mismo, para
mostrarnos que Dios es Amor". Y para ello se ha anonadado76 y
se ha hecho pobre para enriquecernos77. Este es uno de los
temas sobre los que se debe apoyar la espiritualidad misionera y que
mencionamos en la introducción: la pobreza. Y ¿qué es lo que nos
empobrece? Me gustaría responder con palabras de San Pablo: « "Mi gracia
te basta, porque mi fuerza se realiza en la flaqueza." Por lo tanto, con
sumo gusto seguiré gloriándome sobre todo en mis flaquezas, para que
habite en mí la fuerza de Cristo»78. Por lo tanto, nuestras
flaquezas y debilidades nos ayudan a empobrecernos y a la vez nos
introducen en la bienaventuranza, «bienaventurados los pobres de
espíritu, porque de ellos
69 Flp 2, 6-8.
7° 2Co
5,21.
71 CEC n. 1808.
72 Cf. Jn 20, 21-23; Mt 28, 19-20.
73 2Co 5, 14.
74 JUAN PABLO II,
op. cit,
n. 88.
75 un 4, 8.
76 Flp 2, 6-11: «El
cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a
Dios. Sino que se despojó de sí mismo tomando condición de siervo
haciéndose semejante a los hombres y apareciendo en su porte como
hombre; y se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de
cruz. Por lo cual Dios le exaltó y le otorgó el Nombre, que está sobre
todo nombre. Para que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en los
cielos, en la tierra y en los abismos, y toda lengua confiese que Cristo
Jesús es SEÑOR para gloria de Dios Padre».
77 Cf. 2Co 8, 9: «
Pues conocéis la generosidad de nuestro Señor Jesucristo, el cual,
siendo rico, por vosotros se hizo pobre a fin de que os enriquecierais
con su pobreza».
3 2Co 12,9.
es el Reino de los cielos»79. Este es el gozo que nos impulsa
a la misión, poder anunciar este Amor que ama más allá de la debilidad y
la traición, y no solo esto, sino que lo transforma a través del perdón
para que sea fuerza que impulse a comunicarlo. La misión procede de Dios
Amor, uno y trino, y se ha manifestado en el Hijo que constantemente
viene a nuestro encuentro para convencernos de esta verdad, del amor que
Dios nos tiene. Jesucristo, el enviado del Padre, nos atrae
constantemente hacia sí y nos hace partícipes de su vida y de su misión,
y el Espíritu Santo nos capacita para el anuncio eficaz de la Palabra80.
Solo en la medida en que estemos en sintonía con Él podremos abrirnos a
la misión, pero no como algo extrínseco a la Iglesia y al fiel, sino con
algo consustancial al bautizado.
Dice Juan Pablo II en su primera encíclica que a través de la
encarnación de Jesucristo «Dios ha dado a la vida humana aquella
dimensión que pensaba dar al hombre en su primer comienzo y se la ha
dado de manera definitiva»81 y lo ha hecho enviando a su
Hijo, entregándolo a la muerte y resucitándolo, para que «de cara al
pecado original, a la historia de los pecados de la humanidad, de cara a
los errores del intelecto, de la voluntad y del corazón humano, nos
permiten repetir con gran estupor las palabras de la sagrada liturgia:
"¡Oh feliz culpa que nos mereció tan grande Redentor"»82.
Este es el contenido del anuncio: la liberación de la esclavitud del
Pecado. El hombre de hoy, decía Benedicto XVI, necesita el anuncio de la
«gran esperanza» para poder vivir el propio presente83.
¿Cómo podremos fomentar y promover esta "comunión íntima"
de la que habla el papa? Ya habla el decreto conciliar
Apostolicam actuositatem sobre
esta "unión vital con Cristo" y de su relación con la fecundidad de la
misión de la Iglesia". Pero ¿dónde encontramos esta "unión vital"?
Responde el mismo decreto que «esta vida de íntima unión con Cristo en
la Iglesia se alimenta.., con la participación activa en la sagrada
liturgia»85. Es precisamente a través de los sacramentos como
se nos comunica la vida divina, es decir, se nos comunica el mismo amor
con el que Dios nos ama y que además es el alma de la misión86.
Por lo tanto, este «precepto de la caridad.., urge a todos los
cristianos a procurar la gloria de Dios por el advenimiento de su Reino
y la vida eterna a todos los hombres, de modo que conozcan al único Dios
verdadero y a su enviado Jesucristo»87.
¿Dónde vivimos el
misterio de Cristo "enviado" y la comunión íntima con él? En la
participación activa de la liturgia, especialmente de la Eucaristía. Si
nos damos cuenta, hemos tocado hasta ahora, como fundamento de la misión
y siempre ligada esta a la naturaleza de la Iglesia, los sacramentos de
la iniciación cristiana. En la medida en la que vivamos una
espiritualidad que siempre nos introduzca en la iniciación cristiana, es
decir, en un camino de conversión88 y renovación89,
surgirá "naturalmente" el celo misionero. Este es el fundamento de la
espiritualidad misionera en cualquier parroquia: la iniciación
cristiana.
79 Mt 5, 3.
8° Cf. BENEDICTO
XVI, Verbum
Domini, n. 91.
81 JUAN PABLO II, Redemptor hominis,
n.1.
82
Ibídem.
83 Cf. BENEDICTO XVI, Verbum Domini,
n.91
84 Cf. CONCILIO
VATICANO II,
Decreto "Apostolicam actuositatem", n. 4.
85 Ibídem,
n. 4.
n 3: «Mediante
los sacramentos, y en especial mediante la sagrada
Eucari se les comunica y potencia
ese amor que es
como el alma de todo el apostolado»; cf. CEC n.864.
87 Ibídem,
n 3.
88 Curiosamente Benedicto XVI en la exhortación post-sinodal Sacramentum caritatis, habland
o de la participación activa en la liturgia
menciona que una de las condiciones es "espíritu de conversión continua"
(cf. n 55).
89 Cf. CEC n. 853.
El lugar
privilegiado, como decíamos, del encuentro con este Misterio es la
Eucaristía, que no deja de ser "un misterio que se ha de anunciar". La
eucaristía es el lugar donde surge el grito de «¡maran atha!» (¡Ven,
Señor Jesús!). Este es el grito que debe animar toda la espiritualidad
misionera, si es que hemos sido alcanzados, heridos por el amor de
Cristo, porque «nada hay más hermoso que haber sido alcanzados,
sorprendidos por el Evangelio, por Cristo. Nada más bello que conocerle
y comunicar a los otros la amistad con él»9°. El que ha
experimentado esto desea que todo llegue a su plenitud y por eso grita
en la Eucaristía «¡maran atha!», como el Espíritu y la esposa del
Apocalipsis91. Pero para que todo llegue a su plenitud, parar
adelantar la Parusía es necesario que el anuncio del evangelio llegue a
todos los confines de la tierra. Es por esto que este grito enciende el
celo por la misión. La Eucaristía no es solo fuente y culmen de la vida
de la Iglesia, sino que lo es también de la misión, ya que una Iglesia
auténticamente eucarística es una Iglesia misionera92.
Pero esta misión se debe hacer ante todo con el testimonio de vida. Esta
es la primera y fundamental misión que recibimos de la Eucaristía, la de
dar testimonio con nuestra vida93. Debería ser el asombro por
el don que Dios nos ha hecho en Cristo el que imprimiese en nuestra vida
un dinamismo nuevo, comprometiéndonos a ser testigos de su amor".
Menciona, además, Benedicto XVI algo verdaderamente interesante para
poder comprender en qué consiste ser testigos: « nos convertimos en
testigos cuando, por nuestras acciones, palabras y modo de ser, aparece
Otro y se comunica» y no solo esto, sino que Dios mismo en el testimonio
«se expone al riesgo de la libertad humana»95. Lo
verdaderamente importante en la misión es que aparezca el Otro, que
aparezca la obra que Dios ha realizado en nosotros y esta habla por sí
sola, es vehículo. Dice Juan Pablo II en la
Redemptoris missio que «el hombre actual cree más a los testigos que
a los maestros; cree más en la experiencia que en la doctrina, en la
vida y los hechos que en las teorías»96. Pero este testimonio
lleva indiscutiblemente al martirio, no hay testimonio sin martirio, y
en ocasiones cruento. Este es el culto espiritual al que estamos
llamados y que tiene su fuerza dinámica en la comunión con el cuerpo y
sangre de Cristo, donde se nos hace partícipes de la vida divina97.
III.- AMAR A LA IGLESIA Y A LOS HOMBRES COMO JESÚS LOS HA AMADO.
«La espiritualidad
misionera —dice Juan Pablo II- se caracteriza, además, por la caridad
apostólica»98, ya que «quien tiene espíritu misionero siente
el ardor de Cristo por las almas y ama a la Iglesia, como Cristo»99.
Como decíamos antes, la caridad es el alma de la misión100. Curiosamente
el pontífice pone en relación la caridad con el buen Pastorm
que da su vida por las ovejas y las conoce; en otras palabras, es tener
entre nosotros «los mismo sentimientos de Cristo»102.
9° BENEDICTO XVI,
Sacramentum caritatis, n. 84.
91 Ap 22, 17.
92 BENEDICTO XVI
Sacramentum caritatis, n. 84.
93 Cf. Ibídem, n.
85.
94 Cf. Ibídem, n.
85.
95 Cf.
Ibídem, n. 85.
96 JUAN PABLO II,
Redemptoris missio, n. 42.
97 Es muy interesante los nn. 70-71 de
la exhotación apostólica
Sacramentum caritas, ya que nos muestra la relación entre la
Eucaristía y la transformación de la vida de los cristianos que se
configuran en los que viven.
98 JUAN PABLO II,
Redemptoris missio, n. 89.
99 Ibídem,
n. 89.
100 Ver nota81.
1°1
Cf. Jn 10.
102 Fi,
2, 5.
Pero preguntémonos
cómo ha amado Cristo a su Iglesia. ¿Cuáles son estos sentimientos de
Cristo? Cristo ha amado a la Iglesia entregándose por ella «para
santificarla, purificándola mediante el bario del agua en virtud de la
palabra y presentársela resplandeciente a sí mismo, sin que tenga mancha
ni arruga ni cosa parecida, sino que sea santa e inmaculada»1°3.
Si nos damos cuenta siempre se nos remite al bautismo, porque la misión
va inscrita en nuestro bautismo y debe ser reavivada constantemente en
cada uno de nosotros con el anuncio de la buena noticia. El
kerigma debe herirnos y en la
medida en que nos dejemos herir por este anuncio del amor de Dios, en la
medida en que la caridad, el amor de Cristo, nos vaya tocando nos irá
transformando y podremos ser así el "hombre de la caridad".
Dice el cardenal Schönborn que «para transformar a las
personas en discípulos de Cristo, para ganarlas para Cristo, es
necesario haber estado en la "escuela de vida " de Jesús, haber
adquirido una intimidad con Él, haberse dejado una y otra vez
"instruir", formar, forjar por Él, para que Él pueda verdaderamente
enviar a sus discípulos»104. Uno de los medios que debería ayudar a
crecer en esta intimidad, en esta "escuela de vida" es la escucha
amorosa de la Palabra de Dios que va unida al servicio desinteresado a
los hermanosl°5; todos debemos comprender que hay una
necesidad de traducir en gestos de amor la Palabra escuchada, porque
solo así se vuelve creíble el anuncio del Evangelio. Escuchando la
Palabra de Dios se despierta la caridad y la justicia para con todos,
especialmente con los más pobres106 Nos exhorta el papa
Benedicto XVI a meditar con frecuencia el himno a la caridad107 escrito
por el Apóstol Pablo. Tomémoslo como instrumento para fomentar la
espiritualidad misionera. Es el Espíritu Santo el que irá transformando
« el corazón de la Comunidad eclesial para que sea en el mundo testigo
del amor del Padre, que quiere hacer de la humanidad, en su Hijo, una
sola familia. Toda la actividad de la Iglesia es la expresión de un amor
que busca el bien integral del ser humano: busca su evangelización
mediante la Palabra y los Sacramentos, empresa tantas veces heroica en
su realización histórica; y busca su promoción en los diversos ámbitos
de la actividad humana»I°8.
IV.- EL VERDADERO MISIONERO ES EL SANTO.
Dice el papa Juan
Pablo II que «la santidad es un presupuesto fundamental y una condición
insustituible para realizar la misión salvífica de la Iglesia»I°9.
No podemos negar que la vocación universal a la santidad está
estrechamente ligada a la vocación universal a la misión, es decir, todo
bautizado está llamado a la santidad y a la misión. Van de la mano y me
atrevería a afirmar que no puede darse una sin la otra. Pero ¿qué es la
santidad? San Pedro nos exhorta, «así como el que os ha llamada es
santo, así también vosotros sed santos en toda vuestra conducta, como
está escrito: Sed santos, porque
Yo soy Santo.»110 Dios nos llama a través del bautismo y
de la fe a participar de su propia naturaleza, de la santidad que no es
otra cosa que amar como Dios ama. No es producto de nuestros esfuerzos,
sino, más bien, un responder constante a la voz que nos llama a ser
amados y a dejarnos configurar con Cristo. Y para esto Dios mismo nos «
ha enviado a todos el Espíritu Santo para que los mueva interiormente y
así amen a Dios con todo el
103 Ef 5, 25b-27.
104 KIKO ARGÜELLO, El
Kerigma en las chabolas con los pobres, Buenas Letras, Alcobendas
2012, p76.
105
Cf. BENEDICTO
XVI, Verbum Domini, n. 103.
1°6 Ibídem,
n. 103.
107 Cf. 1Co 13, 1-8.
108 BENEDICTO XVI, Deus caritas est, n. 19. 1°9 JUAN PABLO II, Redemptoris missio, n. 90.
11° 1Pe 1, 14s.
corazón, con toda
el alma, con todo el espíritu y con todas las fuerzas, y se amen unos a
otros como Cristo los amó»111.
Santa Teresa de
Lisieux comprendió muy bien esta estrecha relación entre el amor, es
decir, la santidad y la misión, y no por casualidad fue nombrada patrona
de las misiones: «comprendí que si la Iglesia tenía un cuerpo, compuesto
por diferentes miembros, el más necesario, el más noble de todos no le
faltaba, comprendí que la Iglesia tenía un corazón y que este corazón
estaba ardiendo de amor. Comprendí que el amor solo hacía obrar a los
miembros de la Iglesia, que si el amor llegara a apagarse, los apóstoles
ya no anunciarían el evangelio, los mártires rehusarían verter su
sangre... Comprendí que el amor encerraba todas las vocaciones, que el
amor era todo, que abarcaba todos los tiempos y todos los lugares... en
una palabra, que es eterno»112.
Pero cuál es el camino para alcanzar la santidad, porque siempre existen
los dos extremos, o el activismo o el laxismo. ¿Qué nos puede ayudar a
anhelar la santidad? Curiosamente el Catecismo nos muestra un medio: «el
camino de la perfección pasa por la cruz»113. Pero la
realidad es que no se entiende qué es la cruz. Muchas veces se la
entiende desde la religiosidad natural, como un mal que debemos soportar
para alcanzar un bien o como un castigo, de este modo no descubrimos la
verdadera significación de la espiritualidad de la cruz. Si nos damos
cuenta el proceso cate¿umenal se abre con la signación de la cruz:
«tenemos a mano un medio infalible para saber si estamos en el camino
recto y verdadero, y aun para corregir y enmendar inmediatamente toda
desviación del camino. Es la virga directionis, la regla de la cruz. Lo primero que la Iglesia
imprime al neófito en su frente, para sellarlo y marcarlo, fue y silue
siendo la santa Cruz»114. Pero, ¿qué es la cruz que nos
invita Cristo a tomar cada díal15? ¿Cómo la cruz nos abre el
camino a la santidad? Para responder usaré palabras de Odo Casel: «la
cruz de cada uno es precisamente aquello que a cada uno parece más
desagradable, porque hiere a su yo en la fibra más sensible, aun cuando
más tarde se advierta que, a pesar de todo, ¡esa cruz era lo más
conveniente y lo más fácil!»116. La cruz es un instrumento de
muerte que va destruyendo en nosotros el hombre viejo, la soberbia, por
eso podemos decir que la cruz es el camino de la santidad. Es la que
quebranta y destruye nuestro yo para que aparezca Dios. Es como la
"actualización" constante de nuestro bautismo. Es la cruz la que
«purifica al hombre, lo perfecciona y ennoblece, hasta el punto de
hacerle capaz de entender y contemplar lo divino»I17 «La cruz
nos lleva a Dios, mientras que la vida sin cruz desemboca en la
muerte»118. Fomentemos una espiritualidad de la cruz que no
vea en esta un paso para contemplar la gloria, sino que experimente que
en la cruz está la gloria, porque es ahí donde se encuentra con Dios
mismo que ama al hombre hasta hacerse "despreciable", último, "débil"119.
Otro aspecto que me parece destacable es el que aparece en el capítulo V
de la constitución dogmática Lumen
gentium, dedicado a la santidad. Creo nos ayudará a
"CONCILIO VATICANO II,
Lumen gentium,
n. 40.
112 Cf. CEC n. 826, donde se cita este
fragmento de
Historia de un alma.
113 CEC n 2015.
114 ODO CASEL,
El misterio de la Cruz,
Editorial Asociación Bendita María, Madrid, 22011, p. 55.
115
Lc 9, 23
116 ODO CASEL
El misterio de la Cruz,
p. 95.
117
Ibídem,
p. 140.
118
ibídem, p. 123.
119
Dice Odo Casel a este respecto: «Aun cuando el hombre reconozca la
necesidad de la Cruz en cuanto que mortifica la vida puramente terrenal
de la carne, no puede ver en la Cruz más que un paso. La gloria, piensa
él, viene después, después de la cruz, después de la Pasión y de la
muerte. Sin embargo, la Iglesia habla de la gloria que está en la Cruz.
"En cuanto a mí, ¡Dios me libre de gloriarme si no es en la
cruz de Cristo" (Gál 6, 14) », cf
op. cit
p.197.
fomentar y a
concretizar una verdadera espiritualidad misionera. Dice al final de
dicho capítulo: «Todos los cristianos, por tanto, están llamados y
obligados a tender a la santidad y a la perfección de su propio estado
de vida. Todos, pues, han de intentar orientar rectamente sus deseos
para que el uso de las cosas de este mundo y el apego a las riquezas no
les impidan, en contra del espíritu de pobreza evangélica, buscar el
amor perfecto»120
. Pone en relación curiosamente la santidad y el
desprendimiento de las riquezas. Cada vez que se habla de "santidad"
suena todo muy etéreo, muy angelical, pero paradójicamente hay una
relación entre la santidad y las riquezas. Fomentemos, pues, en nuestras
parroquias que la gente se desprenda de sus riquezas y no solo de lo
superfluo, sino de lo verdaderamente necesario en favor de la misión.
Ayudemos a que se haga una verdadera experiencia de fe, como la del
joven del evangelio121 que quería seguir a Jesús. Jesús le
dice « si quieres ser perfecto —es decir, santo- anda, vende lo que
tienes y dáselo a los pobres,... luego, sígueme». Esta es la vía para la
santidad y para entrar en la sequela Christi. Solo así se puede insertar la misión en el ser de
los bautizados.
CONCLUSIÓN:
VIRGO
ABIENS CUM FESTINATIONE, ORA PRO NOBIS.
¿Cómo promover hoy
una pastoral misionera en la Parroquia? Esta era nuestra pregunta y creo
que es fácil responderla. Creo que tener como trasfondo todo lo que
hemos reflexionado sobre la relación entre la misión y la propia
naturaleza de la Iglesia, la "fontaneidad" de la misión en los
sacramentos de la iniciación cristiana y lo propuesto por el beato Juan
Pablo II en Redemptoris missio
como principios a subrayar en la espiritualidad misionera, nos ayuda a
vislumbrar una espiritualidad misionera, pero el punto está en el modo.
¿Cómo hacerlo? ¿Cómo concretizarlo? Creo que la respuesta es también
fácil: utilicemos los medios que nos da la Iglesia, pero utilicémoslos
bien. El problema está en que no obedecemos a la Iglesia. Una liturgia
bien celebrada tiene en sí la fuerza de enviarnos a anunciar la alegría
de lo celebrado; la predicación, la homilía, la catequesis, que tantas
veces se queda en un mero y superficial sentimentalismo que recuerda lo
bueno que era Jesús y lo presenta como modelo a seguir, es mucho más que
todo esto. Hace presente a Cristo que toca el corazón del hombre, le
sella el amor que le tiene y lo lanza a anunciarlo. ¡Qué sea Cristo el
que encienda en nosotros el fuego de la misión! Si la Iglesia es
"misión" y solo es Iglesia en tanto en cuanto vive de la "misión", todo
lo que hace debería encender en nosotros en celo por la misión, debería
ponernos en marcha, debería introducirnos sin miedo en el camino de la
pobreza, de la obediencia, del servicio y de la inmolación de sí mismo
hasta la muerte122. Fomentemos la catequesis de adultos en
nuestras parroquias. Es curioso, si leemos el
Directorio general para la catequesis vemos que se insiste en la
catequesis para adultos123 y no lo entendamos mal porque
cuando se escucha hablar de catequesis para adultos se piensa en la
catequesis con ocasión de algún acontecimiento de la vida como el
matrimonio, el bautismo, o de alguna situación particular. No solo esto,
el Directorio habla de la catequesis a los adultos como una catequesis
«al pueblo de Dios en las formas tradicionales debidamente adaptadas, a
lo largo del año litúrgico, o en la forma extraordinaria de las misiones
populares»124. Pensemos por un momento, ¿cómo podremos
fomentar en las parroquias una espiritualidad misionera si normalmente
la comunidad parroquial se reúne, en el mejor de los casos, en las
eucaristías dominicales? ¿Basta la predicación dominical para fomentar
esta espiritualidad? Yo creo que no. Fomentemos la catequesis de adultos
en nuestras parroquias y no tengamos miedo a salir a las "periferias
existenciales", como dice el papa Francisco, haciendo misiones
populares.
120
Lumen gentium,
n. 42.
121 Cf. Mt 19, 16-22.
122 Cf. CEC n. 852; cf. Decr.
Ad gentes, n. 5.
123 Cf. CONGREGACIÓN
PARA EL CLERO, Directorio general
para la catequesis, 1997, nn. 172-176.
124 Ibídem,
n. 176.
Quería traer a colación, como paradigma de la Iglesia, del cristiano y
de la misión la figura de María. Ella es tipo de la Iglesia, la primera
cristiana y en ella se encarna la misión. No olvidemos que ella ha sido
el receptáculo de la "misión trinitaria", del envío del Logos para hacer
partícipe al hombre de la vida divina. Ella ha recibido el anuncio del
ánge1125, al aceptarlo queda embarazada por el "poder" del
Altísimo. Este poder es "dynamis", es el Espíritu Santo, y en tanto en
cuanto está habitada por el Espíritu Santo está en movimiento, es decir,
en misión, "hacia fuera". Es por eso que «se puso en camino y fue con
prontitud a la región montañosa» a visitar a su prima Isabe1126.
Con su simple presencia, con su "martirio", María lleva consigo la
alegría del anuncio del Salvador. Todas las esperanzas de Israel están
cumplidas y ella es la portadora. No tiene miedo de salir a las
"periferias", de ser "enviada" a la región montañosa para llevar el
alegre anuncio al otro. Paradójicamente, este salir hacia la región
montañosa surge "naturalmente", aunque está embarazada y una embarazada
lo que desea es descansar. Pero está habitada por el Espíritu Santo que
la impulsa hacia las regiones montañosas. Al llegar a casa de su
pariente, el niño salta de gozo en el seno de Isabel que entona un
cántico de alabanza: «Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de
tu seno». Esta presencia ha cambiado el oprobio127 de Isabel
en alegría. Creo que la espiritualidad misionera debe ser profundamente
mariana, y no tanto como un simple y superficial modelo o tipo, sino que
la espiritualidad misionera debe ser en su naturaleza profundamente
"femenina". Ratzinger, analizando la función de la mariología en las
demás disciplinas teológicas128, sostiene que en relación con
el concepto de Iglesia la mariología ayuda a descubrir lo femenino.
Junto al concepto de "pueblo de Dios", un concepto masculino, activista
y sociológico, aparece el de "Iglesia" que es femenino, es decir, que
«se abre a la dimensión del misterio que obliga a ir más allá de lo
sociológico, dimensión que es la única en la que se pone de manifiesto
el verdadero fundamento y la fuerza unificadora en que se apoya la
Iglesia [...] en ella vive el misterio de la maternidad y del amor
nupcial»129. María concretiza el ámbito afectivo en la fe, es
decir, en ella «se da ese enraizamiento afectivo, existe la vinculación
desde el fondo del corazón con el Dios personal y su Cristo»130.
Esta es la fuente de la misión, por lo que la espiritualidad misionera
debe ser profundamente afectiva, es decir, debe ser profundamente
"maternal" y "esponsal", solo así podremos vincularnos desde el fondo de
nuestro corazón con el Dios personal y su Cristo y ser enviados "cum
festinatione" al encuentro del otro, siendo portadores y mártires del
Evangelio.
125 Cf. Lc 1, 26-38.
126 Cf. Lc 1, 39-45.
122
Lc 1, 25.
128 Cf. J. RATZINGER-
H. U. VON BALTHASAR, María,
Iglesia naciente, Ediciones Encuentro, Madrid 22006, pp.
17-19.
129 Ibídem,
p. 18
130 Ibídem,
p. 19.
ÍNDICE
INTRODUCCIÓN: LA
MISIÓN, UN PROBLEMA DE FE.................................................................................
|
1 |
LA
ESPIRITUALIDAD MISIONERA: UNA ESPIRITUALIDAD BAUTISMAL............................................
|
3 |
LA
ESPIRITUALIDAD MISIONERA: UNA OBLIGACIÓN MARTIRIAL......................................................
|
.6 |
PROPUESTAS PARA
UNA ESPIRITUALIDAD MISIONERA SEGÚN LA
REDEMPTORIS MISSIO.......
|
8 |
I.
DOCILIDAD AL ESPÍRITU SANTO............................................................................................
|
8 |
II.
VIVIR EL
MISTERIO DE CRISTO "ENVIADO".........................................................................
|
10 |
III.
AMAR A LA
IGLESIA Y A LOS HOMBRES COMO JESÚS LOS HA AMADO...................
|
.12 |
IV.
EL VERDADERO
MISIONERO ES EL SANTO..........................................................................
|
13 |
CONCLUSIÓN:
VIRGO ABIENS CUM FESTINATIONE,
ORA PRO NOBIS.......................................................
|
.................................
15 |