Educación sexual - Educación a la castidad: Testimonios de Padres de Familia
Del primer matrimonio, el padre dice:
La educación a la sexualidad de nuestros hijos la hemos realizado, no tanto a través de conferencias o catequesis, sino creando, dentro de la familia, un clima de respeto hacia su propio cuerpo y el del otro, así como hemos tenido mucho cuidado en la separación de las habitaciones de los chicos y de las chicas, en la separación de los cuartos de baño, en la
obligación de caminar por casa o de presentarse delante de los demás vestidos de manera correcta —decorosamente—, evitando el contacto físico inútil, así como en la vigilancia acerca de las expresiones corporales, las manifestaciones afectivas excesivas o equívocas, el lenguaje, los espectáculos, las lecturas, la música, etc.
Esta misma educación la hemos vivido entre padres e hijos, entre hermanos del mismo sexo.
Por otra parte, hemos hablado con ellos de la necesidad de escuchar al Señor y no a las modas, tanto en la manera de vestir como en las costumbres, ya que pertenecen a un pueblo santo, distinto a todos los
demás pueblos; también les hemos hablado del pudor como defensa, con el fin de no despertar de manera equívoca, en ellos o en los demás, el mecanismo de la sexualidad.
Hemos aprovechado la oración de Laudes los domingos: partiendo de algunos pasajes de la Escritura (el Libro de Tobias, el matrimonio de Isaac, el encuentro entre Jacob con Raquel, etc.), les hemos hablado del noviazgo, del matrimonio, de la elección de Dios (matrimonio, virginidad,
celibato) y de este modo cada vez que ha surgido esta temática en alguna reunión familiar.
A parte de esto, en dos momentos particulares, yo, en cuanto padre, he tenido un diálogo personal con cada uno de mis hijos varones.
El primero al comienzo de la adolescencia (12-13 años), donde les he hablado de su cuerpo, del verdadero significado de la sexualidad, de su finalidad, de la necesidad de custodiarla para la mujer que Dios
hubiera elegido para él, de la oración como ayuda para la castidad y de la sexualidad como medio para realizar la voluntad de Dios y no como un fin en sl misma. También le he dado una palabra sobre la homosexualidad y la santidad del acto conyugal.
El segundo momento ha tenido lugar al comienzo del noviazgo y de la preparación al matrimonio. He hablado acerca de la necesidad de hacer esperar el contacto físico con el otro hasta el matrimonio, acerca del ejercicio de la castidad, de la necesidad de no poner a la mujer en
ocasión de pecado, viendo en ella a una hija de Dios a una compañera elegida por Él mismo, a la importancia de la relación matrimonial, de su santidad, de su frecuencia, de su libertad, pero sobre todo de la apertura a la vida. De la misma manera, sobre la importancia del discernimiento —en comunión con los padres— de la voluntad de Dios.
Esto es lo que ha escrito el padre. Ahora la madre:
Como madre, me he preocupado de que mis hijas, desde pequeñas, tuvieran una actitud de pudor, tanto en la manera de estar, de actuar, como en la manera de vestir. Les insisto en que sean discretas y prudentes, en particular con el otro sexo, incluso con sus propios hermanos, y esto tanto de pequeñas como, sobre todo en la adolescencia.
Cuando llega el momento de la primera menstruación, hablo con ella, y le digo que su cuerpo se está preparando (si Dios la llama al matrimonio) para tener hijos, que irá notando como empieza a despertarse en ella la sexualidad, que empezarán a gustarle los chicos y que experimentará sensaciones totalmente nuevas para ella, sobre todo en los días que corresponden al centro del ciclo. Les explico que esto es normal, que es bueno, que es algo
que Dios pone en la naturaleza y que está orientado al futuro matrimonio. Por eso es muy importante el custodiarse, el no desencadenar el instinto, sino más bien custodiar su propio cuerpo para su futuro esposo.
En el noviazgo, en la misma línea, le digo que la sexualidad es para el matrimonio. Que el noviazgo es un tiempo de discernimiento para ver la voluntad de Dios y no para pecar. Por consiguiente, debe custodiarse para el futuro esposo. Él tiene el derecho a ser el único en conocer y poseer su cuerpo, ya que le pertenece a él y no a ella, así como a ella le gustaría que sucediera también respecto del otro.
En los días cercanos a la boda, hablo con la hija y le subrayo la importancia de la donación entre los esposos, que no tenga miedo, que Dios la ayudará, que el matrimonio es un camino que empieza y que todo se aprende poco a poco, también en la sexualidad. Le digo, además, que es muy importante que la relación sexual sea frecuente, que no es bueno distanciada, ya que si esto sucediera, surgiría entre ambos, poco a poco, una descomunión en la cual se sufre mucho.
El sacramento del matrimonio se renueva en el acto sexual y en esta unión desciende el Espíritu Santo con todos sus dones de consejo, de fortaleza, de piedad, etc., que son necesarios para llevar adelante la familia.
Le digo que se entregue a su marido con plena libertad, sin escrúpulos, sin miedos, queriéndolo, demostrándoselo con este lenguaje del cuerpo y sabiendo que el semen del hombre puede ser esparcido solo en un lugar la matriz de la mujer. Le digo que no tenga miedo a tener hijos, que los hijos son siempre una bendición, que se entregue totalmente y que se abandone al proyecto de familia que Dios ha pensado para ella.
Una otra familia ha confirmado lo mismo, añadiendo:
Hemos mantenido, luchando con ellos, algunos puntos firmes como la masturbación, que es un problema muy advertido por los jóvenes cuando se despierta la sexualidad, y otra sobre la homosexualidad.