Educación afectivo-sexual de niños y adolescentes
Miguel A. Cárceles
Dios, que es
amor y vive en una comunidad de amor, al crear al hombre a su imagen y
semejanza le ha conferido una vocación como la suya: una vocación al amor.
Este amor es siempre don de sí mismo.
«El hombre y la mujer pueden llevar a cabo esa llamada, o como personas
individuales, o unidos con carácter permanente en una pareja que forma una
comunidad de amor. Si lo hacen individualmente vivirán la virginidad; cuando
establecen una comunidad de amor, la viven en el matrimonio. Pero en ambos
casos es la totalidad de la persona la que hace el don de sí» (Engracia A.
Jordán, La educación para el amor humano).
Siendo el hombre un compuesto de cuerpo y alma, su radical vocación a amar
abarca también el cuerpo humano, que se hace partícipe del amor espiritual.
El hombre ama con todo su ser, en cuerpo y alma.
Educación de la afectividad
La sexualidad no puede reducirse a un fenómeno puramente biológico: a la
experiencia genital, a la unión carnal hombre–mujer. La sexualidad alcanza
categoría humana cuando se enlaza en el misterio del amor, esencial en la
existencia del hombre. Por esta razón, la educación sexual ha de estar
incluida en el marco de la educación de la afectividad, es decir, en la
educación de los sentimientos y tendencias humanas, entre las que el amor
tiene carácter primordial.
Cuando el sexo no se entiende enmarcado en la espiritualidad se vuelve
inhumano, y lo inhumano es más bajo que lo puramente animal. El sexo aislado
del mundo espiritual –del contexto global del hombre– ve en el otro un
«objeto sexual», no «una persona amada». La pura unión carnal, desprovista
de espíritu, rebaja las personas a la condición de cosas que sólo tienen
sentido en cuanto producen satisfacción o placer.
«Dado que la vida se hace específicamente humana en la medida en que se
utiliza la razón –afirma Víctor García-Hoz–, la educación empieza por una
acción sobre la inteligencia. De aquí la consecuencia de que toda educación
en le aspecto sexual tiene que apoyarse en la formación de una conciencia
clara del papel que desempeñamos cara a Dios en nuestra vida».
Esta educación afectivo-sexual debe ser, por tanto, una educación para el
amor, que oriente a cada uno, según su vocación específica, hacia la
virginidad o hacia el matrimonio. La primera es una vocación al amor, al don
de sí mismo primero a Dios y en Él a todos los hombres. La segunda requiere
una sana educación para el amor conyugal, que es un amor de totalidad.
Actualidad y urgencia
«En la actual situación socio–cultural es urgente dar a los niños, a los
adolescentes y a los jóvenes una positiva y gradual educación
afectivo–sexual, ateniéndose a las disposiciones conciliares. El silencio no
es una norma absoluta de conducta en esta materia, sobre todo cuando se
piensa en los numerosos «persuasores ocultos» que usan un lenguaje
insinuante» (S. C. para la Educación Católica, Orientaciones educativas
sobre el amor humano. Pautas de educación sexual, nº 106).
La razón es obvia: el tema del sexo está en la calle y entra en el hogar a
través de los medios de comunicación social, que con gran frecuencia emplean
un lenguaje destinado únicamente a estimular el instinto y a provocar
manifestaciones sexuales desconectadas con el sentimiento y el espíritu, con
el don de sí, con la apertura a los otros, a la vida y a Dios. Es ésta «una
cultura que banaliza en gran parte la sexualidad humana –afirma Juan Pablo
II–, porque la interpreta y la vive de manera reductiva y empobrecida,
relacionándola únicamente con el cuerpo y el placer egoísta» (Familiaris
consortio, nº 37).
Por eso es preciso oponer, a esta acción deformadora y corruptora, la
verdadera educación afectivo-sexual, centrada en el concepto cristiano de la
sexualidad humana.
Derecho y deber de los padres
Como toda educación, también la afectivo-sexual corresponde principalmente a
los padres. La familia es la primera comunidad de amor y en ella se forman
los hijos en el verdadero amor, como un servicio sincero y solícito hacia
los demás. Es en la familia donde surgen numerosas ocasiones para entablar
el diálogo sobre distintos temas relacionados con el sexo y la afectividad:
la llegada de un nuevo hijo, la gestación del niño en el seno de la madre,
el desarrollo sexual en la pubertad, la atracción de los adolescentes hacia
amigos y conocidos de distinto sexo, etcétera. Son momentos oportunos para
conversar sobre el tema.
Sobre esta materia, el Beato Josemaría Escrivá de Balaguer aconseja: «Que
sean los padres los que den a conocer a sus hijos el origen de la vida, de
un modo gradual, acomodándose a su mentalidad y a su capacidad de
comprender, anticipándose ligeramente a su natural curiosidad; hay que
evitar que rodeen de malicia esta materia, que aprendan algo, que es en sí
mismo noble y santo, de una mala confidencia de un amigo o de una amiga»
(Conversaciones, nº 100).
Para esta importante labor educativa los padres cuentan con la gracia de
estado recibida en el sacramento del Matrimonio, que «los consagra en la
educación propiamente cristiana de los hijos (...) y los enriquece en
sabiduría, consejo, fortaleza y en los otros dones del Espíritu Santo, para
ayudar a sus hijos en su crecimiento humano y cristiano» (Familiaris
consortio, nº 38).
Existen, además, libros sencillos y apropiados, asociaciones familiares,
cursillos de orientación familiar organizados por entidades de confianza,
etcétera, que permiten profundizar en la mejor forma de impartir la urgente
educación afectivo-sexual.
Modo de impartirla
La educación afectivo-sexual ha de ser:
— Verdadera: ha de ajustarse siempre a la realidad de las cosas, con
precisión y delicadeza.
— Clara: comprensible para el niño o adolescente.
— Gradual: el conocimiento ha de adquirirse al compás del desarrollo
corporal y espiritual. De este modo irá evolucionando armónicamente toda la
personalidad, primero del niño y después del adolescente. –Individual, pues
lo que convenga decir a un chico o una chica, quizá otro de la misma edad no
esté en condiciones de asimilarlo.
— Completa: tanto en cuanto a los temas, como en cuanto a la extensión y
profundidad con que se tratan.
— Oportuna: deben aprovecharse las ocasiones más favorables, que
ordinariamente se presentan cuando el niño hace preguntas sobre estos temas,
o en determinados períodos críticos, como son los siete años y la pubertad.
Sin ir más allá de lo que pregunta, pero dejando siempre abierta la puerta
para que pueda hacer nuevas preguntas.
La respuesta personal
Toda educación exige una respuesta por parte del alumno: no sólo debe ser
asumirla, sino también complementarla mediante la lucha personal. Con mayor
motivo cabe afirmar esto a propósito de la educación y de la vivencia
afectivo-sexual. «El uso cristiano de la sexualidad –afirma García-Hoz– no
se realiza sin esfuerzo, sobre todo en la época de la adolescencia y de la
juventud, en las que la fuerza de las tendencias sexuales y la poca madurez
de la personalidad exigen una lucha más rigurosa».
Es preciso concienciar a adolescentes y jóvenes de que la vida humana sólo
se realiza a través del esfuerzo. La impureza es, en buena parte, un
problema de pereza. Una y otra –o una con otra–, si se descontrolan, si no
se las encauza del modo adecuado, machacan la personalidad embaucando con el
goce inmediato, roban la auténtica alegría, pasan siempre amargas facturas
al cabo del tiempo y pueden dejar hondas heridas para el futuro.
Resulta desaconsejable cargar las tintas en los aspectos meramente costosos
y negativos, que chocan con su falta de perspectiva y sus afanes juveniles
y, a veces, fomentan un insensato espíritu de rebeldía. Por el contrario, a
adolescentes y jóvenes –ellos y ellas– debe animárseles a pasar al campo de
los fuertes, de los generosos, de los magnánimos, que es el campo de las
personas nobles y sabias, de las felices y de las que tienen porvenir.
Los medios
De igual modo es necesario descubrirles los medios, tanto humanos como
sobrenaturales, para coronar con éxito el empeño.
He aquí algunos medios humanos:
— Desear de veras la pureza, y rebelarse contra el mal que intenta
esclavizarles, es el primero de los medios humanos.
— Estar siempre ocupado mediante el trabajo, estudio, deporte o cualquier
otra actividad, ya que «la ociosidad –como dice la Escritura–, es maestra de
todos los vicios».
— Vivir el pudor y la modestia: «el pudor, afirma Max Scheller, no sólo da
forma humana a la sexualidad, sino que favorece, además, su armónico
desarrollo».
— Vigorizar la voluntad, venciendo pequeñas dificultades de todo estilo que
se presenten, sin ceder a la pereza, la comodidad, el desorden, el capricho,
etcétera.
— Despreciar o sortear las ocasiones innobles: lecturas, amistades,
películas, conversaciones subidas de tono, etcétera.
Entre los medios sobrenaturales destacan:
— La oración, ya que sin ella es imposible vencer de modo habitual: «orad,
dice Jesús, para no caer en la tentación».
— La mortificación, pues no sólo fortalece la voluntad, sino que –como
enseña el Beato Josemaría Escrivá– «es la oración de los sentidos».
— La frecuencia de sacramentos, ya que, tanto en la Sagrada Comunión como en
la Penitencia, Jesucristo fortalece el alma con su gracia y la ayuda a
vencer.
— El trato frecuente con la Santísima Virgen.
— La conversación periódica con un sacerdote.
— El aprecio del cuerpo, ya que es templo del Espíritu Santo. Vale la pena
tener en cuenta que el sentimiento de dignidad es uno de los rasgos
fundamentales de la personalidad, que se vive con especial intensidad en la
juventud, y por lo que constituye uno de los estímulos más fuertes para la
educación. n
CASTIDAD Y CAPACIDAD DE AMAR
La conciencia del significado positivo de la sexualidad, en orden a la
armonía y al desarrollo de la persona, como también en relación con la
vocación de la persona en la familia, en la sociedad y en la Iglesia,
representa siempre el horizonte educativo que hay que proponer en las etapas
del desarrollo de la adolescencia. No se debe olvidar que el desorden en el
uso del sexo tiende a destruir progresivamente la capacidad de amar de la
persona, haciendo del placer –en vez del don sincero de sí– el fin de la
sexualidad, y reduciendo a las otras personas a objetos para la propia
satisfacción. Tal desorden debilita tanto el sentido del verdadero amor
entre hombre y mujer –siempre abierto a la vida– como la misma familia, y
lleva sucesivamente al desprecio de la vida humana concebida, que se
considera como un mal que amenaza el placer personal.
Consejo Pontificio para la Familia, Sexualidad humana: verdad y significado.
Orientaciones educativas en familia, 8-XII-1995, n. 105
Miguel Ángel Cárceles
Revista Palabra, nº 442-443, abril 2001