¿Por qué esperar hasta el matrimonio?
Alfonso Aguiló
www.interrogantes.net
En un debate televisivo
«Pienso así desde que tenía 14 años. Por aquel entonces ya había observado
adónde llevaba la frivolidad sexual a bastantes de mis compañeros de
escuela.
»Desde mi adolescencia pensé que la libertad sexual que yo más deseaba es la
de estar un día felizmente casada. Y pensé que tenía que guardarme para el
matrimonio, y nunca he tenido la más mínima duda sobre mi decisión.
»Y pensé que debía casarme con un hombre que tuviera un concepto
suficientemente elevado de su futura esposa como para guardarse íntegro para
ella. No es que sea lo único que valoro en un hombre, pero me resulta mucho
más fácil confiar en alguien así.»
La que hablaba era una joven y brillante abogada británica llamada Angela
Ellis-Jones, en el transcurso de un debate televisivo en la BBC. Defendía
con llamativa desenvoltura una opinión poco corriente (al menos, en ese
programa).
«Ya entonces —continuaba Ellis-Jones— me resultaba evidente que cuando se
separa matrimonio y sexo, se difumina la diferencia entre estar casado y no
estarlo, y, sin quererlo, se devalúa en esa persona la misma idea del
matrimonio.
»La castidad antes del matrimonio es una cuestión importante. Cuanto más a
la ligera entregue uno su cuerpo, tanto menos valor tendrá el sexo. Quien
verdaderamente ama a una persona, desea casarse con ella. Una relación
sexual sin matrimonio es necesariamente provisional, induce a pensar que es
una prueba que aún está a la espera de si llega alguien mejor, y me valoro
demasiado como para permitir que un hombre me trate de esa manera.
»Tal vez la postura que mantengo parece que me aísla, pero pienso que no es
así: creo que el hombre sensato sólo verá en esos principios un motivo de
mayor aprecio.»
Fascinaciones gratificantes
Algunos piensan que lo realista es buscar cuanto antes gratificaciones
eróticas, y facilitarlas a otros. Dicen que prefieren ese "pájaro en mano" a
un amor ideal que ven como algo muy lejano. Y aunque es comprensible que una
persona se deslumbre ante las gratificaciones inmediatas y las prefiera a
todo lo que considera como promesas inciertas, parece claro que la tarea de
construcción de la propia vida consiste precisamente en abrir horizontes
nuevos al deseo, en aprender a valorar lo que todavía no tenemos en la mano
pero que, por su valor, nos vemos llamados a alcanzar. Así lo entendía esta
joven abogada británica.
Dejarse fascinar por el afán de saciar nuestros instintos es algo que impide
alcanzar lo realmente valioso. La sexualidad fuera de su debido contexto
responde a un impulso instintivo, que se inflama súbitamente y se apaga
luego enseguida. Es una llamarada tan intensa como fugaz, que apenas deja
nada tras de sí, y que con facilidad conduce a un círculo angosto de
erotismo que, en su búsqueda siempre insatisfecha, considera que otros
conceptos más elevados del amor son una simple ensoñación, cuando no un tabú
o algo propio de reprimidos.
Pensando siempre en positivo
Sócrates hablaba de una voz interior que le hablaba, le aconsejaba, le
reprendía, le impulsaba a buscar la verdad. Esa voz es lo más lúcido de
nosotros mismos, y nos advierte que no debemos quedarnos en las meras
sensaciones, sino buscar la verdad que hay en ellas, su auténtico valor, y
no el que está más a mano, sino el más profundo.
No se trata, por tanto, de controlar al modo estoico las tendencias
instintivas. Se trata de desear ardientemente valores más altos. Más que
control de los deseos, habría que hablar de recta búsqueda de la plenitud
humana. No se trata de reprimir las tendencias, sino de saber orientarlas.
Un director de orquesta no reprime a ningún instrumentista, sino que señala
a cada uno el camino que debe seguir para realizar su función de modo pleno:
en unos momentos habrá de guardar silencio, en otros tendrá que armonizarse
con otros instrumentos, y otras veces deberá asumir un papel de mayor
protagonismo.
Cuando alguien descubre la realidad del amor, tiene la certeza de haber
descubierto una tierra maravillosa hasta entonces desconocida e
insospechada. Se considera feliz y agraciado, y con razón. Es una lástima
que por no acomodarse al ritmo natural de maduración del amor, algunos
quieran comer la fruta verde y pierdan la meta que podrían haber llegado a
alcanzar.