La castidad: signo de una nueva antropología
don Nicola Bux
y don Salvatore Vitiello
LAS PALABRAS DE LA DOCTRINA
Las diversas experiencias de "duda metódica" que se han sucedido a lo largo
de la historia y que llegan hasta el actual "pensamiento débil", no
consiguen hacer dudar de una evidencia primaria, a la que todo hombre debe
enfrentarse: la existencia de nuestro yo. Al mismo tiempo, todos
experimentan como tal existencia no depende de la propia voluntad personal,
sino que tiene su origen fuera de si. Independientemente del tipo de
respuesta que se pueda dar a esta dúplice evidencia, continua siendo
innegable el hecho de que cada uno se descubre como don que tiene su origen
en Otro.
En efecto, el descubrimiento del misterio de la propia naturaleza, permite
al hombre declinar en la vida las consecuencias del amor divino del que es
objeto. Recordando que es el resultado de un acto de pura gratuidad, se
ayuda considerablemente al ser humano a usar la libertad en el intento, con
frecuencia fatigoso, de evitar reducir todos y todo a posesión propia.
Somos conscientes de que dicha gratuidad por parte de Dios es objetiva y
sólo se experimenta en la vida cuando las relaciones familiares educativas y
psico-afectivas, en las que es educada la persona, hagan crecer la certeza
de ser querida, amada y ayudada.
Sin embargo, las condiciones para que una verdad se pueda experimentar de
forma razonada por la persona, dependen precisamente de la experiencia y no
de la verdad misma. En otras palabras, la fatiga por experimentar la
gratuidad o el don en el origen de la propia existencia, no significa que
ella no exista sino sólo que necesita sufrir la fatiga para poder
reconocerla.
El hombre, capaz de mirarse a si mismo y a los otros de esta manera, se
descubre lleno de estupor por la grandeza de lo que él es, y en consecuencia
lo que los demás son. Dicho estupor lo sitúa en una actitud de profundo
respeto de la propia persona y de los otros, respeto que exige un espacio de
contemplación.
Toda actitud que, partiendo de fatigas e incapacidades objetivas,
pretendiera reducir al hombre, respecto a su verdadera naturaleza,
resultaría incapaz de tener en cuenta la realidad según la totalidad de sus
factores y en definitiva irrespetuoso de la dignidad humana.
Aplicando todo esto a la castidad, resulta evidente como no está fuera de la
común experiencia del hombre, antes bien, es expresión auténtica de libertad
y signo de respeto indispensable entre los individuos. Si no es "anormal"
dominar los propios impulsos para que no den lugar a comportamientos
inmorales, tampoco puede ser considerado como "anormal" vivir la castidad
como dominio de si.
No desconocemos ciertas corrientes de pensamiento que sustentan la
inevitable frustración naciente de la imposibilidad de satisfacer todos los
impulsos humanos, ni desconocemos la parcialidad de su idea de hombre: no es
razonable reducir la persona a un haz de impulsos, en su mayoría de orden
psico-sexual. Creemos poder afirmar que el yo es mucho más que sus impulsos
y que la eventual no correspondencia entre los propios deseos y su
realización no pueda ser reducida a la esfera psico-sexual, sino que sea un
elemento inevitable y por tanto, constitutivo de la experiencia humana.
El cristianismo llama "límite" o "pecado" a esta no correspondencia plena,
evidenciando la fragilidad estructural de la condición humana y al mismo
tiempo marcando recorridos de verdadera y apaciguante rescato a través de la
misericordia.
Para quien ha encontrado a Cristo y ha descubierto su propia existencia
amada y salvada por Dios que se ha hecho hombre, la castidad no es una
obligación moral frustrante, sino, más bien, la alegre respuesta a una
vocación de vida plena, realmente humana en la que las relaciones entre las
personas son un reflejo, pálido pero auténtico, de la única relación con el
Misterio.
Si aparentemente la experiencia de la castidad puede parecer "inhumana" o,
en todo caso, contra la plena realización del hombre, en realidad ella es
"sobrehumana" o mejor, para usar una terminología más congruente con el
desarrollo de la ciencia teológica, sobrenatural. Este término, tan
desconocido como criticado, se utiliza para indicar una realidad
intensamente humana, que lo desvela al hombre a sí mismo, y en la que es
posible encontrar una explícita acción de lo divino que colabora con la
libertad humana para una más profunda realización del yo. (Agencia Fides)