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Viene el verano: ¿Qué sentido tiene el pudor?

Ana Sánchez de la Nieta
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 Hay quien piensa que el pudor es algo ya superado, convencional, que depende únicamente de las culturas...






Esto, sin embargo, deja muchos interrogantes en el tintero ya que se observa, por ejemplo, como los niños, a partir de una edad y sin necesidad de orientación por parte de los padres, se encuentran incómodos desnudos y se esconden para no ser vistos o cómo en todas las culturas se tiende a ocultar ciertas partes del cuerpo.

La forma de vivir el pudor puede ser convencional, pero no el hecho de experimentar este sentimiento.

Los filósofos personalistas aclaran más estas cuestiones pues consideran que el pudor es una característica de la persona. Cada hombre comprueba en su interior como hay cosas; no sólo materiales sino también espirituales (pensamientos, deseos...) que no quiere que salgan al público. Tenemos una intimidad que nos pertenece y que no entregamos a cualquiera; o al menos, no entregamos a cualquiera sin hacernos violencia. Este sentimiento se llama coloquialmente vergüenza y se refiere, como se ha dicho antes, no sólo a hechos externos sino también a estados interiores.

La vergüenza no siempre se refiere a actos negativos, hay cosas buenas que también nos avergüenzan; en este caso, lo que experimentamos como mal no es la cosa en sí, sino el que se exteriorice. Muchas veces, por ejemplo, al realizar una obra de caridad o tener una muestra de cariño intentamos que no salga al exterior ya que puede ser malentendida y porque además, al exteriorizarse, pierde un poco su valor.

En este sentido, el pudor sería siempre una salvaguarda de la intimidad, de la interioridad de la persona.


 

¿Por qué es necesario ocultar ciertas partes del cuerpo? ¿por qué es impúdico un escote pronunciado? ¿o un vestido transparente?

Porque desvelan los órganos sexuales, que son los más íntimos del índividuo ya que con ellos “se efectúa la donación completa, íntima y corporal de la persona”.

Sería impúdico por tanto exhibir sin razón aquellas partes más íntimas del cuerpo, aquellas “que desempeñan un papel expresivo singular en los actos de intimidad sexual. En sí, tales partes no son ni buenas ni malas. Sencillamente realizan la función que la naturaleza les asignó. Esa función es íntima, se halla integrada en actos que no tienen sentido en la esfera pública, sino sólo en la esfera privada de la relación dual a la que está confiada la creatividad biológica y buena parte de la creatividad amorosa”.

Lo esencial en el pudor, por tanto,no es sólo cubrirse, sino ocultar los valores sexuales que constituyen, en la conciencia de la persona, un objeto de placer. Nuestros órganos sexuales pueden ser objetos que producen placer: como la persona no quiere quedar reducida a un mero instrumento de goce, oculta estos valores.


¿Experimentan del mismo modo el pudor la mujer y el hombre?

Al llegar a este punto, hay que hacer una distinción entre la forma que tiene de experimentar el pudor la mujer y el hombre. La mujer es más difícil que vea al hombre como un objeto de placer. En ella pesa más lo afectivo que lo sensual, es más sensible a percibir en el hombre las cualidades de una masculinidad psíquica; se fijará en cómo es su voz, qué temas de conversación tiene, qué características psicológicas posee. No desprecia su masculinidad física, pero ésta pasa a un segundo plano.

El hombre, sin embargo, tiene una sensualidad más fuerte que hace que la afectividad quede relegada. Es más fácil que vea en la mujer un objeto de placer; de hecho, en un primer momento, esto es lo que fija su atención. “La mujer no siente ese tirón automático ante el cuerpo de un hombre.

El hombre sí lo siente ante el cuerpo de la mujer. Por no saber esto, muchas mujeres interpretan equivocadamente las miradas de muchos hombres (...) No saben que el hombre tiende espontáneamente a fijarse en los aspectos meramente carnales, en lo que la mujer tiene de objeto. 

Y por eso cometen el error de querer llamar la atención jugando con lo propiamente sexual. Si supieran lo que pasa muchas veces por la cabeza de los hombres que las miran, y el desprecio que a menudo provocan en ellos se sorprenderían mucho”

Es importante conocer estas diferencias ya que el pudor es una virtud para vivir en la sociedad; no basta que una persona vista de una forma correcta según su propia sensibilidad, tiene que tener en cuenta la sensibilidad de los demás. Precisamente, a la mujer le resulta más difícil entender la necesidad del pudor, la conveniencia de cubrirse porque no experimenta en sí misma una sensualidad tan fuerte. 

“La mujer tiende a considerar en primer lugar los aspectos personales, afectivos, humanos. Lo estrictamente carnal viene, normalmente, sólo después de lo afectivo.Pero en el hombre no es así. Por eso las mujeres consideran como cariño lo que, por parte del hombre, es, en muchas ocasiones simple satisfacción del apetito. Se sienten queridas cuando en realidad estánsiendo usadas”.

Ante una minifalda, unos minishorts o un escote, una mujer puede juzgar fríamente la forma de las piernas, mientras que un hombre es posible que cosifique a la dueña de la prenda convirtiéndola en un objeto sexual.


Entonces... ¿Qué es el pudor?

El pudor es un mecanismo de protección ante la posibilidad de convertirnos en instrumentos de placer.


Es también, como en el caso de la guarda de la intimidad, una defensa ante el peligro de que alguien me pueda poseer sin que yo lo quiera. 


Cada persona es dueña de sí misma y nadie, excepto Dios como Creador, puede tener propiedad sobre ella. 

La excepción a esta realidad es el amor; el hombre se deja apropiar libremente por amor; pero a esto se volverá más tarde.

El pudor consiste en ocultar los valores sexuales pero es también una forma de provocar el amor; la necesidad espontánea de cubrir los valores sexuales es un medio para permitir que se descubran los valores de la propia persona; mientras se oculta aquello que puede cosificarme, se intenta remarcar lo que me hace persona. Los valores sexuales no me diferencian, no me hacen único; simplemente “dividen” a la humanidad enhombres y mujeres. Lo que me individualiza son mis capacidades personales, mi inteligencia, mis amores, mi intimidad, mis recuerdos...

La persona está llamada a provocar amor; si este amor se provoca simplemente por el atractivo físico es un sentimiento quebradizo que desaparecerá, como tarde, cuando se disuelva ese atractivo. Cuando una persona cubre su cuerpo en cierto modo está reclamando que se fijen en ella por dentro, es un grito de protesta: “no te fijes sólo en mi cuerpo, en mi físico: no soy sólo una imagen: soy ante todo una persona”.

Se entiende entonces que el pudor no significa autoencerrarse ni tiene nada que ver con despreciar el cuerpo; no oculto el cuerpo porque éste sea vergonzoso. Precisamente, el pudor es dominar el propio ser para una donación incondicionada, para abrirse a la otra persona. El pudor permite entregar en exclusiva algo muy valioso y que no es del dominio público.

La persona impúdica se pone en ocasión de ser un objeto del que uno puede servirse sin amarlo. Aquí, es importante señalar que el impudor no es sólo algo externo sino también interno en el que tienen mucho peso la imaginación y el deseo. Como se expuso anteriormente, una persona puede poseer un cuerpo, que se le ha mostrado anteriormente, con la imaginación o el deseo.

En este sentido, no puede minusvalorarse la fuerza que puede tener la mirada. Como señala el catedrático de Filosofía Alfonso López Quintás “la mirada es un sentido posesivo; constituye una especie de tacto a distancia (...) Ofrecer a la mirada las partes íntimas del cuerpo supone dejarse poseer en lo que uno tiene de más peculiar, de más propio y personal (...) Toda exhibición sugiere un acto de entrega, y, como la entrega personal no se puede realizar de modo colectivo, la exhibición pública constituye un mero juego con estímulos gratificantes. Este juego banal se encuentra a años luz alejado de toda relación personal creadora. En la misma medida implica una degradación”.


Muchas personas reducen el pudor a unos centímetros de ropa...

 





No es lo mismo acudir en traje de baño a una piscina, que ir con la misma prenda a la Facultad

"El pudor no se puede reducir a centímetros de ropa. Depende de un conjunto de factores que influyen en la percepción que los demás tengan de nosotros, depende de la diversa situación y de la función del vestido y depende también de las costumbres en el modo de vestir”.No es lo mismo acudir en traje de baño a una piscina que ir con la misma prenda a la facultad, una falda de tenis, que no tiene nada de impúdico en una pista, puede serlo enuna oficina.

No atenta contra el pudor la mujer de una tribu de Africa que, siguiendo las costumbres del país y las condiciones climáticas, va con el pecho descubierto pero sí lo hará aquella que vaya así a hacer la compra en un supermercado europeo. En este sentido hay, además de las costumbres, ciertas leyes de la percepción que reclaman la atención sobre uno u otro aspecto del cuerpo.

Continuando con el ejemplo anterior; nadie percibirá como reclamo sexual a la mujer de la tribu mientras que si se percibirá así a la mujer del supermercado, aunque vayan las dos con la misma tela. “Si estamos acostumbrados a vernos vestidos, la desnudez tiene un significado radicalmente distinto, destaca una disponibilidad sexual que no se presenta en la percepción de quienes habitualmente van desnudos”

Si el pudor no puede reducirse a una cantidad de tela, tampoco el impudor equivale exactamente a la desnudez. Hay momentos y situaciones en los que la desnudez no es impúdica (cuando existe un fin médico, o en el caso del acto conyugal donde el amor hace que quede preservada la dignidad de la persona). Un vestido será impúdico cuando subraye los valores sexuales, pueda provocar una reacción hacia esa persona como objeto de placer y encubra su verdadero valor como persona.

Por esto, es difícil dejar de calificar como impúdicas algunas de las tendencias actuales como las transparencias que se explican precisamente como un juego de seducción en el que se deja entrever -a veces claramente ver- esos valores sexuales, los escotes exagerados o las microfaldas que descubren gran parte de las piernas. Este tipo de prendas llaman la atención, a veces de una forma provocativa, sobre los aspectos sexuales del cuerpo femenino.

Por último hay que señalar que la falta de pudor en el vestido lleva a la despersonalización. La función del vestido es cubrir lo que es más impersonal, aquellas partes del cuerpo que no nos diferencian de los demás, haciendo que la atención del otro recaiga en lo descubierto, el rostro.

“El hecho del vestido que oculta el cuerpo y muestra el rostro ha hecho que la belleza conocida y expresa sea primariamente la de este último; la del cuerpo se supone, se infiere, se adivina, en ciertos grados y formas (...) Esto ha sido un factor de personalización de las relaciones humanas. El cuerpo tiene menor individualidad, es menos identificable, más intercambiable. En su función más propia, es el cuerpo de tal cara. La oscilación entre la preferencia por el rostro o por el cuerpo significa la existencia de dos orientaciones que condicionan la vida: se insiste en la personalidad, o se tiende a la indiferenciación”. 


 

¿Cómo se puede educar el pudor?

Antes se ha visto como el pudor es un sentimiento profundamente ligado a cada hombre pero también se observa la diferencia con que las personas experimentan este sentimiento. En líneas generales, se puede decir que la tendencia a velar el cuerpo es un “fruto del proceso de crecimiento de la sensibilidad del hombre”. 

Cuando hay una mayor sensibilidad, el hombre comprende qué es su cuerpo y trata de cubrirlo. Por eso hay una relación entre la cultura y el vestido. A mayor cultura, más sensibilidad y más pudor. En este sentido, el impudor es, muchas veces, una falta de cultura.

El hombre con sensibilidad no supera los límites de la vergüenza sino con dificultad. La mayoría de las personas han experimentado este sentimiento de violentarse al tener que desvestirse ante el médico. En el caso del acto sexual, el hombre supera esta vergüenza por el amor. 

Cuando hay un amor verdadero, el peligro de ser tomado como un simple objeto de placer desaparece porque se valora a la persona en su totalidad; por tanto, el pudor pierde su razón de ser objetiva, porque es el amor el que protege la dignidad de la persona. También desaparece el riesgo de perder la intimidad ante la indiferencia del otro. Cuando seama, la entrega corporal viene acompañada de la entrega total. No se da el cuerpo sólo, se da la persona entera, toda su intimidad, y no sólo la física.



Lo contrario es la prostitución. El hombre, o la mujer, que en una relación sexual sólo comparte el cuerpo pero no el alma, se está prostituyendo. Con otras palabras “una entrega corporal que no fuera a la vez personal sería en sí misma una mentira porque consideraría el cuerpo como algo simplemente externo, como una cosa disponible y no como la propia realidad personal”

El amor es, por lo tanto, el requisito para que el hombre venza su resistencia a entregar su intimidad corporal. Alguien podría objetar a esto que la vergüenza, tanto del cuerpo como de los actos de amor, es muy débil o casi inexistente en algunas personas. Ciertamente, la vergüenza puede disminuir por diferentes influencias, de naturaleza personal o social, y ceder pronto. Como se ha dicho antes, si se pierde sensibilidad, desaparece el sentido del pudor. Y se pierde sensibilidad cuando se desconoce, se ignora o se rechaza el valor del propio cuerpo y de la sexualidad.

Por eso, tiene gran importancia la educación del pudor en los niños; es la edad donde toman conciencia de lo que significa su cuerpo y el de los demás. Si se acostumbran a verse desnudos delante de otros, o a ver desnudos a sus familiares, o a contemplar en el cine o la televisión actos sexuales que sólo tienen su verdadero sentido en la intimidad, su cuerpo y el de los demás perderá valor; no entenderá la necesidad de protegerse ante la posibilidad de convertirse en un objeto sexual. 

A veces, con una ingenuidad un tanto tontorrona, se educa a los niños en una falsa naturalidad con el cuerpo que les deja sin el mecanismo de protección, éste sí verdaderamente natural, del pudor. Esto explica que sea frecuente, por ejemplo, encontrar adolescentes en los que esesentimiento de vergüenza por mostrar y entregar su cuerpo se borra con gran facilidad. 

A menudo, después de estas relaciones, que difícilmente cuajan pues no hay verdadero amor, el chico/a se siente utilizado como un mero instrumento de placer, fácil de conseguir, porque el pudor natural ha cedido con rapidez.

En la educación del pudor, además de los padres, tienen responsabilidad los medios de comunicación que, en la actualidad, muestran un exceso de contenidos eróticos e incluso pornográficos. Esta saturación de sexo hace que se pierda sensibilidad y facilita que, en esta esfera tan importante, el hombre quede desprotegido.


 

¿Todo esto es algo exclusivo para cristianos?

Todo lo que se ha señalado hasta ahora se aplica a hombres y mujeres de diferentes ideas, religiones y culturas pues de lo que se trata es de defender una forma de vestir que no lesione la dignidad de la persona. El cristiano además tiene un papel muy importante en el campo de la moda, campo que no puede ver como algo trivial o superficial.

La persona cristiana sabe que su cuerpo es templo del Espíritu Santo, que el hombre tiene una dignidad, que es sagrada. Es consciente también de que se empieza por no respetar la dignidad del cuerpo y se acaba animalizando al ser humano. Se percata de que en el mundo de la moda predomina un consumismo desenfrenado que lesiona la justicia social: unos no tienen con qué abrigarse mientras otros gastan millones en renovar constantemente su ropero. Por eso, es importante quelos cristianos tengan una actitud activa en este tema. En primer lugar, con la coherencia de su ejemplo. 


Hay prendas que una persona con un poco de sensibilidad, más si es cristiana, no llevará: aunque estén de moda, aunque todo el mundo vista así, aunque choque en el ambiente. Precisamente este choque hará comprender a muchos lo poco acertado que es presentarse en la sociedad con un determinado aspecto por muy aceptado que esté. La coherencia, en este campo como en muchos otros, puede ser un argumento definitivo. “Y en un ambiente paganizado o pagano, al chocar este ambiente con mi vida, ¿no parecerá postiza mi postura de naturalidad?”, me preguntas. -Y te contesto: chocará sin duda, la vida tuya con la de ellos: y ese contraste, por confirmar con tus obras tu fe, es precisamente la naturalidad que yo te pido”

Pero además de con el ejemplo personal, el hombre y la mujer cristiana tienen que ver en la moda una forma de acercar más el mundo a Dios. Antes se explicaba la relación entre la verdad, el bien y la belleza. Dios es la Suma Bondad, la Suma Verdad y la Suma Belleza, por eso es importante cuidar la belleza en el mundo. “A través del vestido (...) expresamos si en nosotros hay o no amor y sencillez, si hay o no búsqueda de la verdad, el bien y la belleza; quienes confesamos con los labios haber encontrado esta Verdad, Bien y Belleza en Jesucristo, estamos siendo con nuestro modo concreto de vida, lo queramos o no, un libro abierto que lo ratifica o lo niega. (...) Hasta en el vestido, entonces, como hábito de la caridad, se percibe si nos sabemos amados por Dios y si queremos vivir en este amor la relación con los demás”.

La belleza, y también la belleza física bien entendida, puede ser una forma de llegar a la virtud. El cristianismo no tiene nada que ver con el desaliño, la suciedad o el descuido de lo externo. “Caras largas.., modales bruscos..., facha ridícula..., aire antipático: Así esperas animar a los demás a seguir a Cristo?” Por el contrario, la armonía, la limpieza, el buen gusto y la elegancia dicen mucho de la finura de un alma.

El cristiano tendrá que compaginar el valor de la elegancia con el resto de las virtudes; con la caridad pues se presenta bien ante los demás buscando, no despertar admiración, sino hacer agradable la vida al resto de los que conviven con él; la templanza, porque debe ir bien sin malgastar, cuidando las cosas y no sustituyéndolas cada vez que cambia la temporada, ni acumulando prendas inservibles en el armario; la fortaleza para oponerse a la moda cuando ésta rebaje la dignidad de la persona, la modestia, para vestir con decencia...

Si , como hemos dicho antes, cada creador muestra en sus vestidos sus ideas sobre la persona, el diseñador que es cristiano tendrá en especial estima la dignidad del cuerpo y de la persona a la hora de realizar una prenda. Por eso, es importante que haya gente que valore esta idea del hombre y que trabaje en el mundo de la moda, para que se cree un tipo de ropa queacerque más a la belleza y a la verdad, que acerque más a Dios.

Otra conclusión es que el cristiano está llamado a cooperar en el reto de “crear un clima favorable a la educación de la castidad”. La moda puede ayudar o, al contrario, crear un clima opuesto a esta virtud. En este aspecto, todos podemos cooperar; el hombre de a pie que cada mañana elige lo que se va a poner, el diseñador que viste a la sociedad, la modelo que muestra en la pasarela estos diseños... Cada uno puede crear o no un clima de verdadera belleza y elegancia. Porque al final lo que está en juego no es un estampado, un diseño o una percha; está en juego la verdadera dignidad de la persona.

Estas preguntas y respuestas están sacadas del texto que ha publicado la autora en la Colección de folletos de Mundo Cristiano, de la Editorial Palabra


 

Yepes Stork, Ricardo:op. Pág. 276.

López Quintás, Alfonso: op. Pág. 237

cfr. Juan Pablo II. Amor y responsabilidad. Pág. 193-215.

Santamaria, Mikel Gotzon: op. Pág. 70.

Idem. Pág. 73.

López Quintás, Alfonso. El amor humano, su sentido y su alcance. Editorial Edibesa. Pág 238.

Santamaría, Mikel Gotzon: op. Pág. 87.

Idem. Pág. 90.

Marías, Julián: La educación sentimental. Alianza Editorial. Pág 245

Juan Pablo II. La redención del corazón. Editorial Palabra. Pág. 247.

Ruiz Retegui, Antonio. La sexualidad humana, en N. López Moratalla y otros. Deontología biológica. Universidad de Navarra. 1987. Pág 278.

San Josemaría Escrivá de Balaguer. Camino, n. 380.

Bru, Manuel María. El vestido del cristiano. Alfa y Omega (2-XI-1997).

San Josemaría Escrivá de Balaguer. Cámino, n.661

Pablo VI, “Humanae Vitae”


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