Historia natural y moral de las Indias
José de Acosta
Índice:
Historia natural y moral de las Indias
A la serenísima infanta doña Isabel Clara Eugenia de Austria
Proemio al lector
Libro primero
Capítulo I
De la opinión que algunos autores tuvieron, que el cielo no se extendía al
nuevo mundo
Capítulo II
Que el cielo es redondo por todas partes, y se mueve en torno de sí mismo
Capítulo III
Que la Sagrada Escritura nos da a entender que la tierra está en medio del
mundo
Capítulo IV
En que se responde a lo que se alega de la Escritura contra la redondez del
cielo
Capítulo V
De la hechura y gesto del cielo del nuevo mundo
Capítulo VI
Que el mundo hacia ambos polos tiene tierra y mar
Capítulo VII
En que se reprueba la opinión de Lactancio, que dijo no haber Antípodas
Capítulo VIII
Del motivo que tuvo San Agustín para negar los Antípodas
Capítulo IX
De la opinión que tuvo Aristóteles cerca del Nuevo Mundo, y qué es lo que le
engañó para negarle
Capítulo X
Que Plinio y los más de los antiguos sintieron lo mismo que Aristóteles
Capítulo XI
Que se halla en los antiguos alguna noticia de este Nuevo Mundo
Capítulo XII
Qué sintió Platón de esta India occidental
Capítulo XIII
Que algunos han creído que en las Divinas Escrituras Ofir signifique este
nuestro Perú
Capítulo XIV
Qué significan en la Escritura Tarsis y Ofir
Capítulo XV
De la profecía de Abdías que algunos declaran de estas Indias
Capítulo XVI
De qué modo pudieron venir a Indias los primeros hombres, y que no navegaron
de propósito a estas partes
Capítulo XVII
De la propiedad y virtud admirable de la piedra imán para navegar; y que los
antiguos no la conocieron
Capítulo XVIII
En que se responde a los que sienten haberse navegado antiguamente el
océano, como ahora
Capítulo XIX
Que se puede pensar, que los primeros pobladores de Indias aportaron a ellas
echados de tormenta, y contra su voluntad
Capítulo XX
Que con todo eso es más conforme a buena razón pensar que vinieron por
tierra los primeros pobladores de Indias
Capítulo XXI
En qué manera pasaron bestias y ganados a las tierras de Indias
Capítulo XXII
Que no pasó el linaje de indios por la isla Atlántida, como algunos imaginan
Capítulo XXIII
Que es falsa la opinión de muchos, que afirman venir los indios de el linaje
de los judíos
Capítulo XXIV
Por qué razón no se puede averiguar bien el origen de los indios
Capítulo XXV
Qué es lo que los indios suelen contar de su origen
Libro segundo
Capítulo I
Qué se ha de tratar de la naturaleza de la equinoccial
Capítulo II
Qué les movió a los antiguos a tener por cosa sin duda que la tórrida era
inhabitable
Capítulo III
Que la tórrida zona es humedísima; y que en esto se engañaron mucho los
antiguos
Capítulo IV
Que fuera de los trópicos es al revés que en la tórrida, y así hay más aguas
cuando el sol se aparta más
Capítulo V
Que dentro de los trópicos las aguas son en el estío o tiempo de calor; y de
la cuenta del verano e invierno
Capítulo VI
Que la tórrida tiene gran abundancia de aguas y pastos, por más que
Aristóteles lo niegue
Capítulo VII
Trátase la razón por qué el sol fuera de los trópicos, cuando más dista,
levanta aguas, y dentro de ellos al revés, cuando está más cerca
Capítulo VIII
En qué manera se haya de entender lo que se dice de la tórrida zona
Capítulo IX
Que la tórrida no es en exceso caliente, sino moderadamente caliente
Capítulo X
Que el calor de la tórrida se templa con la muchedumbre de lluvias y con la
brevedad de los días
Capítulo XI
Que fuera de las dichas hay otras causas de ser la tórrida templada, y
especialmente la vecindad del mar océano
Capítulo XII
Que las tierras más altas son más frías, y qué sea la razón de esto
Capítulo XIII
Que la principal causa de ser la tórrida templada son los vientos frescos
Capítulo XIV
Que en la región de la equinoccial se vive vida muy apacible
ADVERTENCIA AL LECTOR
Libro tercero
Capítulo I
Que la historia natural de cosas de las Indias es apacible y deleitosa
Capítulo II
De los vientos y sus diferencias y propiedades y causas en general
Capítulo III
De algunas propiedades de vientos que corren en el nuevo orbe
Capítulo IV
Que en la tórrida zona corren siempre brisas, y fuera de ella vendavales y
brisas
Capítulo V
De las diferencias de brisas y vendavales con los demás vientos
Capítulo VI
Qué sea la causa de hallarse siempre viento de oriente en la tórrida para
navegar
Capítulo VII
Por qué causa se hallan más ordinarios vendavales saliendo de la tórrida a
más altura
Capítulo VIII
De las excepciones que se hallan en la regla ya dicha, y de los vientos y
calmas que hay en mar y tierra
Capítulo IX
De algunos efectos maravillosos de vientos en partes de Indias
Capítulo X
Del océano, que rodea las Indias, y de la mar del norte y del sur
Capítulo XI
Del estrecho de Magallanes: cómo se pasó por la banda del sur
Capítulo XII
Del estrecho que algunos afirman haber en la Florida
Capítulo XIII
De las propiedades del estrecho de Magallanes
Capítulo XIV
Del flujo y reflujo del mar océano en Indias
Capítulo XV
De diversos pescados y modos de pescar de los indios
Capítulo XVI
De las lagunas y lagos que se hallan en Indias
Capítulo XVII
De diversas fuentes y manantiales
Capítulo XVIII
De ríos
Capítulo XIX
De la cualidad de la tierra de Indias en general
Capítulo XX
De las propiedades de la tierra del Perú
Capítulo XXI
De las causas que dan de no llover en los llanos
Capítulo XXII
De la propiedad de Nueva España y islas y las demás tierras
Capítulo XXIII
De la tierra que se ignora y de la diversidad de un día entero entre
orientales y occidentales
Capítulo XXIV
De los volcanes o bocas de fuego
Capítulo XXV
Qué sea la causa de durar tanto tiempo el fuego y humo de estos volcanes
Capítulo XXVI
De los temblores de tierra
Capítulo XXVII
Cómo se abrazan la tierra y la mar
Libro cuarto
Capítulo I
De tres géneros de mixtos que se han de tratar en esta Historia
Capítulo II
De la abundancia de metales que hay en las Indias occidentales
Capítulo III
De la cualidad de la tierra donde se hallan metales; y que no se labran
todos en Indias; y de cómo usaban los indios de los metales
Capítulo IV
Del oro que se labra en Indias
Capítulo V
De la plata de Indias
Capítulo VI
Del cerro de Potosí y de su descubrimiento
Capítulo VII
De la riqueza que se ha sacado y cada día se va sacando del cerro de Potosí
Capítulo VIII
Del modo de labrar las minas de Potosí
Capítulo IX
Cómo se beneficia el metal de plata
Capítulo X
De las propiedades maravillosas del azogue
Capítulo XI
Dónde se halla el azogue, y cómo se descubrieron sus minas riquísimas en
Guancavelica
Capítulo XII
Del arte que se saca el azogue, y beneficia con él la plata
Capítulo XIII
De los ingenios para moler metales, y del ensaye de la plata
Capítulo XIV
De las esmeraldas
Capítulo XV
De las perlas
Capítulo XVI
Del pan de Indias y del maíz
Capítulo XVII
De las yucas, y cazavi, y papas y chuño, y arroz
Capítulo XVIII
De diversas raíces que se dan en Indias
Capítulo XIX
De diversos géneros de verduras y legumbres; y de los que llaman pepinos, y
piñas, y frutilla de Chile, y ciruelas
Capítulo XX
Del ají o pimienta de las Indias
Capítulo XXI
Del plátano
Capítulo XXII
Del cacao y de la coca
Capítulo XXIII
Del magüey, del tunal, de la grana, del añil y algodón
Capítulo XXIV
De los mameyes y guayabos y paltos
Capítulo XXV
Del chicozapote y de las anonas y de los capolíes
Capítulo XXVI
De diversos géneros de frutales; y de los cocos y almendras de andes y
almendras de chachapoyas
Capítulo XXVII
De diversas flores y de algunos árboles que solamente dan flores, y cómo los
indios las usan
Capítulo XXVIII
Del bálsamo
Capítulo XXIX
Del liquidámbar y otros aceites y gomas y drogas, que se traen de Indias
Capítulo XXX
De las grandes arboledas de Indias y de los cedros y ceibas y otros árboles
grandes
Capítulo XXXI
De las plantas y frutales que se han llevado de España a las Indias
Capítulo XXXII
De uvas viñas y olivas y moreras y cañas de azúcar
Capítulo XXXIII
De los ganados ovejuno y vacuno
Capítulo XXXIV
De algunos animales de Europa que hallaron los españoles en Indias, y cómo
hayan pasado
Capítulo XXXV
De aves que hay de acá, y cómo pasaron allá en Indias
Capítulo XXXVI
Cómo sea posible haber en Indias animales que no hay en otra parte del mundo
Capítulo XXXVII
De aves propias de Indias
Capítulo XXXVIII
De animales de monte
Capítulo XXXIX
De los micos o monos de Indias
Capítulo XL
De las vicuñas y tarugas del Perú
Capítulo XLI
De los pacos y guanacos y carneros del Perú
Capítulo XLII
De las piedras bezaares
Libro quinto
Prólogo a los libros
siguientes
Capítulo I
Que la causa de la idolatría ha sido la soberbia y envidia del demonio
Capítulo II
De los géneros de idolatrías que han usado los indios
Capítulo III
Que en los indios hay algún conocimiento de Dios
Capítulo IV
Del primer género de idolatría de cosas naturales y universales
Capítulo V
De la idolatría que usaron los indios con cosas particulares
Capítulo VI
De otro género de idolatría con los difuntos
Capítulo VII
De las supersticiones que usaban con los muertos
Capítulo VIII
Del uso de mortuorios que tuvieron los mejicanos y otras naciones
Capítulo IX
Del cuarto y último género de idolatría que usaron los indios con imágenes y
estatuas, especialmente los mejicanos
Capítulo X
De un extraño modo de idolatría que usaron los mejicanos
Capítulo XI
De cómo el demonio ha procurado asemejarse a Dios en el modo de sacrificios
y religión y sacramentos
Capítulo XII
De los templos que se han hallado en las Indias
Capítulo XIII
De los soberbios templos de Méjico
Capítulo XIV
De los sacerdotes y oficios que hacían
Capítulo XV
De los monasterios de doncellas que inventó el demonio para su servicio
Capítulo XVI
De los monasterios de religiosos que tiene el demonio para su superstición
Capítulo XVII
De las penitencias y asperezas que han usado los indios por persuasión del
demonio
Capítulo XVIII
De los sacrificios que al demonio hacían los indios, y de qué cosas
Capítulo XIX
De los sacrificios de hombres que hacían
Capítulo XX
De los sacrificios horribles de hombres que usaron los mejicanos
Capítulo XXI
De otro género de sacrificios de hombres que usaban los mejicanos
Capítulo XXII
Como ya los mismos indios estaban cansados, y no podían sufrir las
crueldades de sus dioses
Capítulo XXIII
Cómo el demonio ha procurado remedar los sacramentos de la santa Iglesia
Capítulo XXIV
De la manera con que el demonio procuró remedar la fiesta de Corpus Christi
, y comunión que usa la santa Iglesia
Capítulo XXV
De la confesión y confesores que usaban los indios
Capítulo XXVI
De la unción abominable que usaban los sacerdotes mejicanos y otras
naciones, y de sus hechiceros
Capítulo XXVII
De otras ceremonias y ritos de los indios, a semejanza de los nuestros
Capítulo XXVIII
De algunas fiestas que usaron los del Cuzco, y cómo el demonio quiso también
imitar el misterio de la Santísima Trinidad
Capítulo XXIX
De la fiesta del jubileo que usaron los mejicanos
Capítulo XXX
De la fiesta de los mercaderes que usaron los Cholutecas
Capítulo XXXI
Qué provecho se ha de sacar de la relación de las supersticiones de los
indios
Libro sexto
Capítulo I
Que es falsa la opinión de los que tienen a los indios por hombres faltos de
entendimiento
Capítulo II
Del modo de cómputo y calendario que usaban los mejicanos
Capítulo III
Del modo de contar los años y meses que usaron los Ingas
Capítulo IV
Que ninguna nación de indios se ha descubierto que use de letras
Capítulo V
Del género de letras y libros que usan los chinos
Capítulo VI
De las universidades y estudios de la China
Capítulo VII
Del modo de letras y escritura que usaron los mejicanos
Capítulo VIII
De los memoriales y cuentas que usaron los indios del Perú
Capítulo IX
Del orden que guardan en sus escrituras los indios
Capítulo X
Cómo enviaban los indios sus mensajeros
Capítulo XI
Del gobierno y reyes que tuvieron
Capítulo XII
Del gobierno de los reyes Ingas del Perú
Capítulo XIII
De la distribución que hacían los Ingas de sus vasallos
Capítulo XIV
De los edificios y orden de fábricas de los Ingas
Capítulo XV
De la hacienda del Inga, y orden de tributos que impuso a los indios
Capítulo XVI
De los oficios que aprendían los indios
Capítulo XVII
De las postas y chasquis que usaba el Inga
Capítulo XVIII
De las leyes y justicia y castigo que los Ingas pusieron y de sus
matrimonios
Capítulo XIX
Del origen de los Ingas, señores del Perú, y de sus conquistas y victorias
Capítulo XX
Del primer Inga y de sus sucesores
Capítulo XXI
De Pachacuti Inga Yupangui, y lo que sucedió hasta Guaynacapa
Capítulo XXII
Del principal Inga llamado Guaynacapa
Capítulo XXIII
De los últimos sucesores de los Ingas
Capítulo XXIV
Del modo de república que tuvieron los mejicanos
Capítulo XXV
De los diversos dictados y órdenes de los mejicanos
Capítulo XXVI
Del modo de pelear de los mejicanos y de las órdenes militares que tenían
Capítulo XXVII
Del cuidado grande y policía que tenían los mejicanos en criar la juventud
Capítulo XXVIII
De los bailes y fiestas de los indios
Libro séptimo
Capítulo I
Que importa tener noticias de los hechos de los indios, mayormente de los
mejicanos
Capítulo II
De los antiguos moradores de la Nueva España, y cómo vinieron a ella los
Navatlacas
Capítulo III
Cómo los seis linajes Navatlacas poblaron la tierra de Méjico
Capítulo IV
De la salida de los mejicanos, y camino y población de Mechoacán
Capítulo V
De lo que les sucedió en Malinalco y en Tula y en Chapultepec
Capítulo VI
De la guerra que tuvieron con los de Culhuacán
Capítulo VII
De la fundación de Méjico
Capítulo VIII
Del motín de los de Tlatellulco, y del primer rey que eligieron los
mejicanos
Capítulo IX
Del extraño tributo que pagaban los mejicanos a los de Azcapuzalco
Capítulo X
Del segundo rey y de lo que sucedió en su reinado
Capítulo XI
Del tercero rey Chimalpopoca y de su cruel muerte, y ocasión de la guerra
que hicieron los mejicanos
Capítulo XII
Del cuarto rey Izcoalt, y de la guerra contra los Tepanecas
Capítulo XIV
De la guerra y victoria que tuvieron los mejicanos de la ciudad de Cuyoacán
Capítulo XV
De la guerra y victoria que hubieron los mejicanos de los Suchimilcos
Capítulo XVI
Del quinto rey de Méjico, llamado Motezuma, primero de este nombre
Capítulo XVII
Que Tlacaellel no quiso ser rey, y de la elección y sucesos de Tizocic
Capítulo XVIII
De la muerte de Tlacaellel y hazañas de Ajayaca, séptimo rey de Méjico
Capítulo XIX
De los hechos de Autzol, octavo rey de Méjico
Capítulo XX
De la elección del gran Motezuma, último rey de Méjico
Capítulo XXI
Cómo ordenó Motezuma el servicio de su casa, y la guerra que hizo para
coronarse
Capítulo XXII
De las costumbres y grandezas de Motezuma
Capítulo XXV
De la entrada de los españoles en Méjico
Capítulo XXVI
De la muerte de Motezuma y salida de los españoles de Méjico
A la serenísima infanta doña Isabel Clara Eugenia de Austria
SEÑORA
Habiéndome, la Majestad del Rey, nuestro Señor, dado licencia de ofrecer a
V. A. esta pequeña obra, intitulada Historia natural y moral de las Indias,
no se me podrá atribuir a falta de consideración querer ocupar el tiempo,
que en cosas de importancia Vuestra Alteza tan santamente gasta,
divirtiéndola a materias, que por tocar en Filosofía son algo oscuras, y por
ser de gentes bárbaras no parecen a propósito. Mas porque el conocimiento y
especulación de cosas naturales, mayormente si son notables y raras, causa
natural gusto y deleite en entendimientos delicados, y la noticia de
costumbres y hechos extraños también con su novedad aplace, tengo para mí,
que para Vuestra Alteza podrá servir de un honesto y útil entretenimiento,
darle ocasión de considerar en obras que el Altísimo ha fabricado en la
máquina de este Mundo, especialmente en aquellas partes que llamamos Indias,
que por ser nuevas tierras dan más que considerar, y por ser de nuevos
vasallos, que el Sumo Dios dió a la Corona de España, no es del todo ajeno,
ni extraño su conocimiento.
Mi deseo es que V. A. algunos ratos de tiempo se entretenga con esta
lectura, que por eso va en vulgar; y si no me engaño, no es para
entendimientos vulgares, y podrá ser, que, como en otras cosas, así en ésta,
mostrando gusto Vuestra Alteza sea favorecida esta obrilla, para que por tal
medio también el Rey, nuestro Señor, huelgue de entretener alguna vez el
tiempo con la relación y consideración de cosa y gentes que a su Real Corona
tanto tocan, a cuya Majestad dediqué otro libro, que de la predicación
evangélica de aquellas Indias compuse en latín. Y todo ello deseo que sirva
para que con la noticia de lo que Dios nuestro Señor repartió, y depositó de
sus tesoros en aquellos Reinos, sean las gentes de ellos más ayudadas y
favorecidas de estas de acá, a quien su divina y alta Providencia las tiene
encomendadas.
Suplico a V. A. que si en algunas partes esta obrilla no pareciere tan
apacible, no deje de pasar los ojos por las demás, que podrá ser, que unas u
otras sean de gusto, y siéndolo, no podrán dejar de ser de provecho, y muy
grande, pues este favor será en bien de gentes y tierras tan necesitadas de
él. Dios nuestro Señor guarde y prospere a V. A. muchos años, como sus
siervos cotidiana y afectuosamente lo suplicamos a su Divina Majestad. Amén.
En Sevilla, primero de marzo de mil y quinientos y noventa años.
JOSEPH DE ACOSTA
Proemio al lector
Del nuevo mundo e Indias Occidentales han escrito muchos autores diversos
libros y relaciones, en que dan noticia de las cosas nuevas y extrañas, que
en aquellas partes se han descubierto, y de los hechos y sucesos de los
españoles que las han conquistado y poblado. Mas hasta ahora no he visto
autor que trate de declarar las causas y razón de tales novedades y
extrañezas de naturaleza, ni que haga discurso o inquisición en esta parte;
ni tampoco he topado libro cuyo argumento sea los hechos e historia de los
mismos indios antiguos y naturales habitadores del nuevo orbe.
A la verdad ambas cosas tienen dificultad no pequeña. La primera, por ser
cosas de naturaleza, que salen de la Filosofía antiguamente recibida y
platicada; como es ser la región que llaman tórrida muy húmeda, y en partes
muy templada; llover en ella cuando el sol anda más cerca, y otras cosas
semejantes. Y los que han escrito de Indias Occidentales no han hecho
profesión de tanta Filosofía, ni aun los más de ellos han hecho advertencia
en tales cosas. La segunda, de tratar los hechos e historia propia de los
indios, requería mucho trato y muy intrínseco con los mismos indios, del
cual carecieron los más que han escrito de Indias; o por no saber su lengua,
o por no cuidar de saber sus antigüedades; así se contentaron con relatar
algunas de sus cosas superficiales.
Deseando, pues, yo tener alguna más especial noticia de sus cosas, hice
diligencia con hombres prácticos y muy versados en tales materias, y de sus
pláticas y relaciones copiosas pude sacar lo que juzgué bastar para dar
noticia de las costumbres y hechos de estas gentes. Y en lo natural de
aquellas tierras y sus propiedades con la experiencia de muchos años, y con
la diligencia de inquirir, discurrir y conferir con personas sabias y
expertas; también me parece que se me ofrecieron algunas advertencias que
podrían servir y aprovechar a otros ingenios mejores, para buscar la verdad,
o pasar más adelante, si les pareciese bien lo que aquí hallasen.
Así que aunque el mundo nuevo ya no es nuevo, sino viejo, según hay mucho
dicho, y escrito de él, todavía me parece que en alguna manera se podrá
tener esta Historia por nueva, por ser juntamente Historia, y en parte
Filosofía, y por ser no sólo de las obras de naturaleza, sino también de las
del libre albedrío, que son los hechos y costumbres de hombres. Por donde me
pareció darle nombre de Historia natural y moral de las Indias, abrazando
con este intento ambas cosas.
En los dos primeros libros se trata, lo que toca al Cielo, temperamento y
habitación de aquel orbe; los cuales libros yo había primero escrito en
latín, y ahora los he traducido usando más de la licencia de autor que de la
obligación de intérprete, por acomodarme mejor a aquellos a quien se escribe
en vulgar. En los otros dos libros siguientes se trata, lo que de elementos
y mixtos naturales, que son metales, plantas y animales, parece notable en
Indias. De los hombres y de sus hechos (quiero decir de los mismos indios, y
de sus ritos, y costumbres, y gobierno, y guerras, y sucesos) refieren los
demás libros, lo que se ha podido averiguar, y parece digno de relación.
Cómo se hayan sabido los sucesos y hechos antiguos de indios, no teniendo
ellos escritura como nosotros, en la misma Historia se dirá, pues no es
pequeña parte de sus habilidades haber podido y sabido conservar sus
antiguallas, sin usar ni tener letras algunas.
El fin de este trabajo es, que por la noticia de las obras naturales que el
autor tan sabio de toda naturaleza ha hecho, se le dé alabanza y gloria al
altísimo Dios, que es maravilloso en todas partes; y por el conocimiento de
las costumbres y cosas propias de los indios, ellos sean ayudados a
conseguir y permanecer en la gracia de la alta vocación del Santo Evangelio,
al cual se dignó en el fin de los siglos traer gente tan ciega, el que
alumbra desde los montes altísimos de su eternidad. Ultra de eso podrá cada
uno para sí sacar también algún fruto, pues por bajo que sea el sujeto, el
hombre sabio saca para sí sabiduría; y de los más viles y pequeños
animalejos se puede tirar muy alta consideración y muy provechosa filosofía.
Sólo resta advertir al lector que los dos primeros libros de esta Historia o
discurso se escribieron estando en el Perú, y los otros cinco después en
Europa, habiéndome ordenado la obediencia volver por acá, Y así los unos
hablan de las cosas de Indias como de cosas presentes, y los otros como de
cosas ausentes. Para que esta diversidad de hablar no ofenda, me pareció
advertir aquí la causa.
Libro primero
Capítulo I
De la opinión que algunos autores tuvieron, que el cielo no se extendía al
nuevo mundo
Estuvieron tan lejos los antiguos de pensar que hubiese gentes en este nuevo
mundo, que muchos de ellos no quisieron creer que había tierra de esta
parte; y lo que es más de maravillar, no faltó quien también negase haber
acá este cielo que vemos. Porque aunque es verdad que los más y los mejores
de los filósofos sintieron, que el cielo era todo redondo, como en efecto,
lo es, y que así rodeaba por todas partes la tierra, y la encerraba en sí;
con todo eso, algunos, y no pocos, ni de los de menos autoridad entre los
sagrados doctores, tuvieron diferente opinión, imaginando la fábrica de este
mundo a manera de una casa, en la cual el techo que la cubre, sólo la rodea
por lo alto, y no la cerca por todas partes; dando por razón de esto, que de
otra suerte estuviera la tierra en medio colgada del aire, que parece cosa
ajena de toda razón. Y también que en todos los edificios vemos que el
cimiento está de una parte, y el techo de otra contraria; y así, conforme a
buena consideración, en este gran edificio del mundo, todo el cielo estará a
una parte encima, y toda la tierra a otra diferente debajo.
El glorioso Crisóstomo, como quien se había más ocupado en el estudio de las
letras sagradas, que no en el de las ciencias humanas,1 muestra ser de esta
opinión, haciendo donaire en sus comentarios sobre la epístola ad Hebaeos,
de los que afirman, que es el cielo todo redondo, y parécele que la divina
Escritura2 quiere dar a entender otra cosa, llamando al cielo tabernáculo y
tienda, o toldo que puso Dios. Y aún pasa allí el Santo3 más adelante en
decir, que no es el cielo el que se mueve y anda, sino que el sol y la luna
y las estrellas son las que se mueven en el cielo, en la manera que los
pájaros se mueven por el aire; y no como los filósofos piensan, que se
revuelven con el mismo cielo, como los rayos con su rueda.
Van con este parecer de Crisóstomo Teodoreto, autor grave, y Teofilacto,4
como suele casi en todo. Y Lactancio Firmiano,5 antes de todos los dichos,
sintiendo lo mismo, no se acaba de reir y burlar de la opinión de los
peripatéticos y académicos que dan al cielo figura redonda, y ponen la
tierra en medio del mundo, porque le parece cosa de risa que esté la tierra
colgada del aire, como está tocado. Por donde viene a conformarse más con el
parecer de Epicuro, que dijo no haber otra cosa de la otra parte de la
tierra, sino un caos y abismo infinito. Y aun parece tirar algo a esto lo
que dice San Jerónimo,6 escribiendo sobre la epístola a los efesios, por
estas palabras: El filósofo natural pasa con su consideración lo alto del
cielo; y de la otra parte del profundo de la tierra y abismos halla un
inmenso vacío. De Procopio refieren7 aunque yo no lo he visto- que afirma
sobre el libro del Génesis, que la opinión de Aristóteles cerca de la figura
y movimiento circular del cielo, es contraria y repugnante a la divina
Escritura.
Pero que sientan y digan los dichos autores cosas como éstas, no hay que
maravillarnos; pues es notorio, que no se curaron tanto de las ciencias y
demostraciones de filosofía, atendiendo a otros estudios más importantes. Lo
que parece más de maravillar, es que, siendo San Agustín tan aventajado en
todas las ciencias naturales, y que en la Astrología y en la Física supo
tanto; con todo eso se queda siempre dudoso, y sin determinarse en si el
cielo rodea la tierra de todas partes, o no. Qué se me da a mí, dice él,8
que pensemos que el cielo, como una bola, encierre en sí la tierra de todas
partes, estando ella en medio del mundo, como en el fiel, o que digamos que
no es así, sino que cubre el cielo a la tierra por una parte solamente, como
un plato grande que está encima. En el propio lugar donde dice lo referido,
da a entender, y aún lo dice claro, que no hay demostración, sino sólo
conjeturas, para afirmar que el cielo es de figura redonda. Y allí y en
otras partes9 tiene por cosa dudosa el movimiento circular de los cielos.
No se ha de ofender nadie, ni tener en menos los santos doctores de la
Iglesia, si en algún punto de la filosofía y ciencias naturales sienten
diferentemente de lo que está más recibido y aprobado por buena filosofía;
pues todo su estudio fué conocer, y servir y predicar al Criador, y en esto
tuvieron grande excelencia. Y como empleados del todo en esto, que es lo que
importa, no es mucho que en el estudio y conocimiento de las criaturas, no
hayan todas veces por entero acertado. Harto más ciertamente son de
reprehender los sabios de este siglo, y filósofos vanos, que conociendo y
alcanzando el ser y orden de estas criaturas, el curso y movimiento de los
cielos, no llegaron los desventurados a conocer al Criador y Hacedor de todo
esto; y ocupándose todos en estas hechuras, y obras de tanto primor, no
subieron con el pensamiento a descubrir al Autor soberano, como la divina
Sabiduría lo advierte;10 o ya que conocieron al Criador y Señor de todo,11
no le sirvieron, y glorificaron como debían, desvanecidos por sus
invenciones, cosa que tan justamente les arguye y acusa el Apóstol.
Capítulo II
Que el cielo es redondo por todas partes, y se mueve en torno de sí mismo
Mas viniendo a nuestro propósito, no hay duda sino que lo que el Aristóteles
y los demás peripatéticos, juntamente con los estoicos, sintieron,12 cuanto
a ser el cielo todo de figura redonda, y moverse circularmente y en torno,
es puntualmente tanta verdad, que la vemos con nuestros ojos los que
vivimos, en el Pirú; harto más manifiesta por la experiencia, de lo que nos
pudiera ser por cualquiera razón y demostración filosófica.
Porque para saber que el cielo es todo redondo, y que ciñe y rodea por todas
partes la tierra, y no poner duda en ello, basta mirar desde este hemisferio
aquella parte y región del cielo, que da vuelta a la tierra, la cual los
antiguos jamás vieron. Basta haber visto y notado ambos a dos polos, en que
el cielo se revuelve como en sus quicios, digo el polo ártico y
septentrional, que ven los de Europa, y estotro antártico o austral -de que
duda Agustino-,13 cuando, pasada la línea equinoccial, trocamos el Norte con
el Sur, acá en el Pirú. Basta finalmente haber corrido navegando más de
sesenta grados de Norte a Sur, cuarenta de la una banda de la línea, y
veintitrés de la otra banda; dejando por ahora el testimonio de otros que
han navegado en mucha más altura, y llegado a casi sesenta grados al Sur.
¿Quién dirá que la nao Victoria, digna, cierto, de perpetua memoria, no ganó
la victoria y triunfo de la redondez del mundo, y no menos de aquel tan vano
vacío, y caos infinito que ponían los otros filósofos debajo de la tierra,
pues dio vuelta al mundo, y rodeó la inmensidad del gran océano? ¿A quién no
le parecerá que con este hecho mostró, que toda la grandeza de la tierra,
por mayor que se pinte, está sujeta a los pies de un hombre, pues la pudo
medir?
Así que, sin duda, es el cielo de redonda y perfecta figura, y la tierra,
abrazándose con el agua, hacen un globo o bola cabal, que resulta de los dos
elementos, y tiene sus términos y límites, su redondez y grandeza. Lo cual
se puede bastantemente probar y demostrar por razones de filosofía y de
astrología, y dejando aparte aquellas sutiles, que se alegan comúnmente de
que al cuerpo más perfecto (cual es el cielo) se le debe la más perfecta
figura, que, sin duda, es la redonda: de que el movimiento circular no puede
ser igual y firme, si hace esquina en alguna parte y se tuerce, como es
forzoso si el sol y luna y estrellas no dan vuelta redonda al mundo. Mas
dejando esto aparte, como digo, paréceme a mí que sola la luna debe bastar,
en este caso, como testigo fiel en el cielo; pues entonces solamente se
oscurece y padece eclipse cuando acaece ponérsele la redondez de la tierra
ex diámetro entre ella y el sol, y así estorbar el paso a los rayos del sol;
lo cual cierto no podría ser si no estuviese la tierra en medio del mundo,
rodeada de todas partes de los orbes celestes.
Aunque tampoco ha faltado quien ponga duda si el resplandor de la luna se le
comunica de la luz del sol.14 Mas ya esto es demasiado dudar, pues no se
puede hallar otra causa razonable de los eclipses y de los llenos y cuartos
de luna, sino la comunicación del resplandor del sol. También, si lo
miramos, veremos que la noche ninguna otra cosa es sino la oscuridad causada
de la sombra de la tierra, por pasársele el sol a otra banda. Pues si el sol
no pasa por la otra parte de la tierra, sino que el tiempo de ponerse se
torna haciendo esquina y torciendo, lo cual forzoso ha de conceder el que
dice que el cielo no es redondo, sino que, como un plato, cubre la haz de la
tierra; síguese claramente que no podrá hacer la diferencia que vemos de los
días y noches, que en unas regiones del mundo son luengos y breves a sus
tiempos y en otras son perpétuamente iguales.
Lo que el santo doctor Agustino escribe15 en los libros de Genesi ad
litteram, que se pueden salvar bien todas las oposiciones, y conversiones, y
elevaciones, y caimientos, y cualesquiera otros aspectos y disposiciones de
los planetas y estrellas, con que entendamos que se mueven ellas, estándose
el cielo mismo quedo y sin moverse, bien fácil se me hace a mí de
entenderlo, y se le hará a cualquiera, como haya licencia de fingir lo que
se nos antojare, porque si ponemos, por caso, que cada estrella y planeta es
un cuerpo por sí, y que le menea y lleva un ángel, al modo que llevó a
Habacuch a Babilonia,16 ¿quién será tan ciego que no vea que todas las
diversidades que parecen de aspectos en los planetas y estrellas podrán
proceder de la diversidad del movimiento que el que las mueve
voluntariamente les da?
Empero no da lugar la buena razón a que el espacio y región por donde se
fingen andar o volar las estrellas deje de ser elemental y corruptible, pues
se divide y aparta cuando ellas pasan, que, cierto, no pasan por vacuo, y si
la región en que las estrellas y planetas se mueven, es corruptible,
también, ciertamente lo han de ser ellas de su naturaleza y, por el
consiguiente, se han de mudar y alterar y, en fin, acabar. Porque,
naturalmente, lo contenido no es más durable que su continente. Decir, pues,
que aquellos cuerpos celestes son corruptibles, ni viene con lo que la
Escritura dice en el salmo,17 que los hizo Dios para siempre, ni, aun
tampoco, dice bien con el orden y conservación de este universo. Digo más,
que para confirmar esta verdad de que los mismos cielos son los que se
mueven, y en ellos las estrellas andan en torno, podemos alegar con los
ojos, pues vemos manifiestamente, que no sólo se mueven las estrellas, sino
partes y regiones enteras del cielo; no hablo sólo de las partes lúcidas y
resplandecientes, como es la que llaman vía láctea, que nuestro vulgar dice
camino de Santiago, sino mucho más digo esto por otras partes oscuras y
negras que hay en el cielo. Porque realmente vemos en él unas como manchas,
que son muy notables, las cuales jamás me acuerdo haber echado de ver en el
cielo cuando estaba en Europa, y acá, en este otro hemisferio, las he visto
muy manifiestas. Son estas manchas de color y forma que la parte de la luna
eclipsada, y paréncensele en aquella negrura y sombrío. Andan pegadas a las
mismas estrellas y siempre de un mismo tenor y tamaño, como con experiencia
clarísima lo hemos advertido y mirado.
A alguno, por ventura, le parecerá cosa nueva, y preguntará de qué pueda
proceder tal género de manchas en el cielo. Yo cierto no alcanzo hasta ahora
más de pensar que, como la galaxia o vía láctea, dicen los filósofos, que
resulta de ser partes del cielo más densas y ópacas, y que por eso reciben
más luz, así, también, por el contrario, hay otras partes muy raras y muy
diáfanas o transparentes, y, como reciben menos luz, parecen partes más
negras. Sea ésta, o no sea ésta, la causa (que causa cierta no puedo
afirmarla), a lo menos en el hecho que haya las dichas manchas en el cielo,
y que, sin discrepar, se menean con el mismo compás que las estrellas, es
experiencia certísima y de propósito muchas veces considerada. Infiérese de
todo lo dicho que, sin duda ninguna, los cielos encierran en sí de todas
partes la tierra, moviéndose siempre al derredor de ella, sin que haya para
qué poner esto más en cuestión.
Capítulo III
Que la Sagrada Escritura nos da a entender que la tierra está en medio del
mundo
Y aunque a Procopio Gaceo y a otros de su opinión les parezca que es
contrario a la divina Escritura poner la tierra en medio del mundo y hacer
el cielo todo redondo, mas en la verdad ésta no sólo no es doctrina
contraria, sino, antes, muy conforme a lo que las letras sagradas nos
enseñan. Porque, dejando aparte que la misma Escritura18 usa de este término
muchas veces: la redondez de la tierra, y que en otra parte apunta que todo
cuanto hay corporal es rodeado del cielo y como abarcado de su redondez; a
lo menos aquello del Eclesiastés19 no se puede dejar de tener por muy claro,
donde dice: Nace el sol y pónese, y vuélvese a su lugar, y allí tornando a
nacer da vuelta por el medio día y tuércese hacia el norte: rodeando todas
las cosas anda el espíritu al derredor y vuélvese a sus mismos cercos.
En este lugar dice la paráfrasis y exposición de Gregorio el Neocesariense o
el Nacianceno: El sol, habiendo corrido toda la tierra, vuélvese, como en
torno, hasta su mismo término y punto. Esto que dice Salomón y declara
Gregorio, cierto no podía ser si alguna parte de la tierra dejase de estar
rodeada del cielo. Y así lo entiende San Jerónimo,20 escribiendo sobre la
epístola a los efesios, de esta manera: Los más comúnmente afirman,
conformándose con el Eclesiastés, que el cielo es redondo y que se mueve en
torno, a manera de bola. Y es cosa llana que ninguna figura redonda tiene
latitud, ni longitud, ni altura, ni profundo, porque es por todas partes
igual y pareja, etcétera. Luego, según San Jerónimo, lo que los más sienten
del cielo que es redondo, no sólo no es contrario a la Escritura, pero muy
conforme con ella. Pues San Basilio21 y San Ambrosio, que de ordinario le
siguen en los libros llamados Hexamerón, aunque se muestran un poco dudosos
en este punto, al fin, más se inclinan a conceder la redondez del mundo.
Verdad es que, con la quinta sustancia que Aristóteles atribuye al cielo, no
está bien San Ambrosio.22
Del lugar de la tierra y de su firmeza es cosa, cierto, de ver cuán
galanamente y con cuánta gracia habla la divina Escritura, para causarnos
gran admiración y no menor gusto de aquella inefable potencia y sabiduría
del Criador. Porque en una parte nos refiere Dios23 que él fué el que
estableció las columnas que sustentan la tierra, dándonos a entender, como
bien declara San Ambrosio,24 que el peso inmenso de toda la tierra le
sustentan las manos del divino poder, que así usa la Escritura25 nombrar
columnas del cielo y de la tierra, no cierto las del otro Atlante, que
fingieron los poetas, sino otras propias de la palabra eterna de Dios, que
con su virtud sostiene cielos y tierra.26 Mas en otro lugar la misma divina
Escritura,27 para significarnos cómo la tierra está pegada y por gran parte
rodeada del elemento del agua, dice galanamente: que asentó Dios la tierra
sobre las aguas; y en otro lugar: que fundó la redondez de la tierra sobre
la mar.
Y aunque San Agustín28 no quiere que se saque de este lugar, como sentencia
de fe, que la tierra y agua hacen un globo en medio del mundo, y así
pretende dar otra exposición a las sobredichas palabras del salmo; pero el
sentido llano sin duda es el que está dicho, que es darnos a entender que no
hay para qué imaginar otros cimientos ni estribos de la tierra, sino el
agua, la cual, con ser tan fácil y mudable, la hace la sabiduría del supremo
Artífice, que sostenga y encierre aquesta inmensa máquina de la tierra. Y
dícese estar la tierra fundada y sostenida sobre las aguas y sobre el mar,
siendo verdad que antes la tierra está debajo del agua, que no sobre el
agua, porque a nuestra imaginación y pensamiento lo que está de la otra
banda de la tierra que habitamos nos parece que está debajo de la tierra; y
así el mar y aguas que ciñen la tierra por la otra parte imaginamos que
están debajo y la tierra encima de ellas. Pero la verdad es que lo que es
propiamente debajo siempre es lo que está más en medio del universo. Mas
habla la Escritura conforme a nuestro modo de imaginar y hablar.
Preguntará alguno: pues la tierra está sobre las aguas, según la Escritura,
¿las mismas aguas sobre qué estarán, o qué apoyo ternán? Y si la tierra y
agua hacen una bola redonda, ¿toda esta tan terrible máquina dónde se podrá
sostener? A eso satisface en otra parte la divina Escritura,29 causando
mayor admiración del poder del criador: extiende, dice, al aquilón sobre
vacío, y tiene colgada la tierra sobre no nada. Cierto galanamente lo dijo;
porque realmente parece que está colgada sobre no nada la máquina de la
tierra y agua, cuando se figura estar en medio del aire, como en efecto
está.
Esta maravilla, de que tanto se admiran los hombres, aún la encarece más
Dios preguntando al mismo Job:30 ¿Quién echó los cordeles para la fábrica de
la tierra? Dime si lo has pensado ¿o en qué cimiento están aseguradas sus
bases? Finalmente, para que se acabase de entender la traza de este
maravilloso edificio del mundo, el profeta David, gran alabador y cantor de
las obras de Dios, en un salmo31 que hizo a este propósito, dice así: Tú,
que fundaste la tierra sobre su misma estabilidad y firmeza, sin que
bambalee ni se trastorne para siempre jamás. Quiere decir la causa porque
estando la tierra puesta en medio del aire no se cae, ni bambalea, es porque
tiene seguros fundamentos de su natural estabilidad, la cual le dio su
sapientísimo Criador para que en sí misma se sustente, sin que haya menester
otros apoyos ni estribos.
Aquí, pues, se engaña la imaginación humana, buscando otros cimientos a la
tierra, y procede el engaño de medir las obras divinas con las humanas. Así
que no hay que temer, por más que parezca que esta tan gran máquina cuelga
del aire, que se caiga o trastorne, que no se trastornará, como dijo el
salmo32 para siempre jamás. Con razón, por cierto, David, después de haber
contemplado y cantado tan maravillosas obras de Dios, añade: Gozarse ha el
Señor en sus obras; y después: ¡Oh, qué engrandecidas son tus obras, Señor!
Bien parece que salieron todas de tu saber.
Yo, cierto, si he de decir lo que pasa, digo que, diversas veces que he
peregrinado, pasando esos grandes golfos del mar océano, y caminando por
estotras regiones de tierras tan extrañas, poniéndome a mirar y considerar
la grandeza y extrañeza de estas obras de Dios, no podía dejar de sentir
admirable gusto, con la consideración de aquella soberana sabiduría y
grandeza del Hacedor, que reluce en éstas sus obras tanto, que en
comparación de esto todos los palacios de los reyes, y todas las invenciones
humanas me parecen poquedad y vileza. ¡Oh, cuántas veces se me venía al
pensamiento y a la boca aquello del salmo:33 Gran recreación me habéis,
Señor, dado con vuestras obras, y no dejaré de regocijarme en mirar las
hechuras de vuestras manos!
Realmente tienen las obras de la divina arte un no sé qué de gracia y primor
como escondido y secreto, con que miradas una y otra y muchas veces causan
siempre un nuevo gusto. Al revés de las obras humanas, que aunque estén
fabricadas con mucho artificio, en haciendo costumbre de mirarse, no se
tienen en nada, y aun cuasi causan enfado. Sean jardines muy amenos, sean
palacios y templos galanísimos, sean alcázares de soberbio edificio, sean
pinturas, o tallas, o piedras de exquisita invención y labor, tengan todo el
primor posible; es cosa cierta y averiguada que, en mirándose dos o tres
veces, apenas hay poner los ojos con atención, sino que luego se divierten a
mirar otras cosas, como hartos de aquella vista. Mas la mar, si la miráis, o
ponéis los ojos en un peñasco alto, que sale acullá con extrañeza, o el
campo cuando está vestido de su natural verdura y flores, o el raudal de un
río que corre furioso, y está sin cesar batiendo las peñas, y como bramando
en su combate; y finalmente, cualesquiera obras de naturaleza, por más veces
que se miren, siempre causan nueva recreación, y jamás enfada su vista, que
parece, sin duda, que son como un convite copioso y magnífico de la divina
sabiduría, que allí de callada, sin cansar jamás, apacienta y deleita
nuestra consideración.
Capítulo IV
En que se responde a lo que se alega de la Escritura contra la redondez del
cielo
Mas volviendo a la figura del cielo, no sé de qué autoridades de la
Escritura se haya podido colegir que no sea redondo, y su movimiento
circular. Porque llamar San Pablo34 al cielo un tabernáculo o tienda que
puso Dios, y no el hombre, no veo que haga al caso, pues aunque nos digan
que es tabernáculo puesto por Dios, no por eso hemos de entender que a
manera de toldo cubre por una parte solamente la tierra y que está allí sin
mudarse, como lo quisieron entender algunos. Trataba el Apóstol la
semejanza, del tabernáculo antiguo de la ley, y a ese propósito dijo que el
tabernáculo de la ley nueva de gracia es el cielo, en el cual entró el sumo
sacerdote Jesucristo de una vez por su sangre, y de aquí infiere que hay
tanta ventaja del nuevo tabernáculo al viejo, cuanto hay de diferencia entre
el autor del nuevo, que es Dios, y el obrador del viejo, que fué hombre.
Aunque es verdad que también el viejo tabernáculo se hizo por la sabiduría
de Dios, que enseñó a su maestro Beseleél.35 Ni hay para qué buscar en las
semejanzas o parábolas o alegorías, que en todo y por todo cuadren a lo que
se traen, como el bienaventurado Crisóstomo36 a otro propósito lo advierte
escogidamente.
La otra autoridad que refiere San Agustín, que alegan algunos, para probar
que el cielo no es redondo, diciendo:37 Extiende el cielo como piel, de
donde infieren que no es redondo, sino llano en lo de arriba, con facilidad
y bien responde el mismo santo doctor,38 que en estas palabras del salmo no
se nos da a entender la figura del cielo, sino la facilidad con que Dios
obró un cielo tan grande, pues no le fué a Dios más difícil sacar una
cubierta tan inmensa del cielo, que lo fuera a nosotros desplegar una piel
doblada. O pretendió quizá darnos a entender la gran majestad de Dios, al
cual sirve el cielo tan hermoso y tan grande, de lo que a nosotros nos sirve
en el campo un toldo o tienda de pieles. Lo que un poeta galanamente declaró
diciendo: El toldo del claro cielo.
Lo otro que dice Isaías:39 El cielo me sirve de silla, y la tierra de
escabelo para mis pies; si fuéramos del error de los antropomorfitas, que
ponían miembros corporales en Dios según su divinidad, pudiera darnos en qué
entender para declarar cómo era posible ser la tierra escabelo de los pies
de Dios, estando en medio del mundo, si hinche Dios todo el mundo, porque
había de tener pies de una parte y de otra, y muchas cabezas al derredor,
que es cosa de risa y donaire. Basta, pues, saber que en las divinas
Escrituras no hemos de seguir la letra que mata, sino el espíritu que da
vida, como dice San Pablo.40
Capítulo V
De la hechura y gesto del cielo del nuevo mundo
Cuál sea el gesto y manera de este cielo que está a la banda del sur,
pregúntanlo muchos en Europa, porque en los antiguos no pueden leer cosa
cierta, porque aunque concluyen eficazmente que hay cielo de esta parte del
mundo; pero qué talle y hechura tenga no lo pudieron ellos alcanzar. Aunque
es verdad que tratan mucho41 de una grande y hermosa estrella que acá vemos,
que ellos llaman Canopo. Los que de nuevo navegan a estas partes suelen
escribir cosas grandes de este cielo; es, a saber, que es muy
resplandeciente, y que tiene muchas y muy grandes estrellas. En efecto, las
cosas de lejos se pintan muy engrandecidas. Pero a mí al revés me parece, y
tengo por llano que a la otra banda del norte hay más número de estrellas y
de más ilustre grandeza. Ni veo acá estrellas que excedan a la bocina y al
carro. Bien es verdad que el crucero de acá es hermoso y de vista admirable.
Crucero llamamos cuatro estrellas notables que hacen entre sí forma de cruz,
puestas en mucha igualdad y proporción.
Creen los ignorantes que este crucero es el polo del sur porque ven a los
marineros tomar el altura por el crucero de acá, como allá suelen por el
norte, mas engáñanse. Y la razón porque lo hacen así los marineros es porque
no hay de esta banda estrella fija que muestre al polo, al modo que allá la
estrella del norte lo hace, y así toman la altura por la estrella que es el
pie del crucero, la cual estrella dista del verdadero y fijo polo treinta
grados, como la estrella del norte allá dista tres y algo más. Y así es más
difícil de tomar acá la altura, porque la dicha estrella del pie del crucero
ha de estar derecha, lo cual es solamente a un tiempo de la noche, que en
diversas partes del año es a diferentes horas, y en mucho tiempo del año en
toda la noche no llega a encumbrar, que es cosa disgustosa para tomar el
altura. Y así los más diestros pilotos no se cuidan del crucero, sino por el
astrolabio toman el sol, y ven en él el altura en que se hallan: en lo cual
se aventajan comúnmente los portugueses, como gente que tiene más curso de
navegar, de cuantas naciones hay en el mundo.
Hay también de esta parte del sur otras estrellas, que en alguna manera
responden a las del norte. La vía láctea, que llaman, corre mucho y muy
resplandecientes a esta banda, y vénse en ella aquellas manchas negras tan
admirables, de que arriba hicimos mención; otras particularidades otros las
dirán o advertirán con más cuidado; bástenos por ahora esto poco que habemos
referido.
Capítulo VI
Que el mundo hacia ambos polos tiene tierra y mar
No está hecho poco, pues hemos salido con que acá tenemos cielo, y nos
cobija como a los de Europa y Asia y África. Y de esta consideración nos
aprovechamos a veces, cuando algunos o muchos de los que acá suspiran por
España, y no saben hablar sino de su tierra, se maravillan y aun enojan con
nosotros, pareciéndoles que estamos olvidados, y hacemos poco caso de
nuestra común patria, a los cuales respondemos que por eso no nos fatiga el
deseo de volver a España, porque hallamos que el cielo nos cae tan cerca por
el Perú como por España. Pues, como dice bien San Jerónimo, escribiendo a
Paulino, tan cerca está la puerta del cielo de Bretaña como de Jerusalén.
Pero ya que el cielo de todas partes toma al mundo en derredor, es bien que
se entienda que no por eso se sigue que haya tierra de todas partes del
mundo. Porque siendo así que los dos elementos de tierra y agua componen un
globo o bola redonda, como los más y los mejores de los antiguos, según
refiere Plutarco,42 lo sintieron, y con demostraciones certísimas se prueba;
podríase pensar que la mar ocupa toda la parte que cae al polo antártico o
sur, de tal modo, que no deje lugar alguno a la tierra por aquella banda,
según que San Agustín, doctamente arguye,43 contra la opinión de los que
ponen antípodas. No advierten, dice, que aunque se crea o se pruebe que el
mundo es de figura redonda como una bola, no por eso está luego en la mano
que por aquella otra parte del mundo esté la tierra descubierta y sin agua.
Dice bien, sin duda, San Agustín en esto. Pero tampoco se sigue, ni se
prueba lo contrario, que es no haber tierra descubierta al polo antártico, y
ya la experiencia a los ojos lo ha mostrado ser así, que en efecto la hay.
Porque aunque la mayor parte del mundo, que cae al dicho polo antártico,
esté ocupada del mar, pero no es toda ella, antes hay tierra, de suerte que
a todas partes del mundo la tierra y el agua se están como abrazando, y
dando entrada la una a la otra. Que de verdad es cosa para mucho admirar y
glorificar el arte del Criador soberano.
Sabemos por la Sagrada Escritura,44 que en el principio del mundo fueron las
aguas congregadas, y se juntaron en un lugar, y que la tierra con esto se
descubrió. Y también las mismas sagradas letras nos enseñan que estas
congregaciones de aguas se llamaron mar, y como ellas son muchas, hay de
necesidad muchos mares. Y no sólo en el Mediterráneo hay esta diversidad de
mares, llamándose uno el Euxino, otro el Caspio, otro el Eritreo o Bermejo,
otro el Pérsico, otro el de Italia, y otros muchos así; mas también el mismo
océano grande, que en la divina Escritura se suele llamar abismo, aunque en
realidad de verdad sea uno, pero en muchas diferencias y maneras, como
respecto de este Perú y de toda la América es uno el que llaman mar del
Norte, y otro el mar del Sur. Y en la India Oriental, uno es el mar Indico,
otro el de la China.
Yo he advertido, así en lo que he navegado como en lo que he entendido de
relaciones de otros, que nunca la mar se aparta de la tierra más de mil
leguas, sino que donde quiera, por mucho que corre el océano, no pasa de la
dicha medida. No quiero decir que no se navegan más de mil leguas del mar
océano, que esto sería disparate, pues sabemos que las naves de Portugal
navegan cuatro tanto y más, y aun todo el mundo en redondo se puede navegar
por mar, como en nuestro tiempo lo hemos ya visto, sin poderse dudar en
ello. Mas lo que digo y afirmo es que en lo que hasta ahora está
descubierto, ninguna tierra dista por línea recta de la tierra firme o islas
que le caen más cerca, sino a lo sumo mil leguas, y que así entre tierra y
tierra nunca corre mayor espacio de mar, tomándolo por la parte que una
tierra está más cercana de otra, porque del fin de Europa, y de África y de
su costa no distan las Islas Canarias y las de las Azores, con las del Cabo
Verde, y las demás en aquel paraje, más de trescientas o quinientas leguas a
lo sumo de tierra firme.
De las dichas islas, haciendo discurso hacia la India Occidental, apenas hay
novecientas leguas hasta llegar a las islas que llaman Dominica, y las
Vírgenes, y la Beata, y las demás. Y éstas van corriendo por su orden hasta
las que llaman de Barlovento, que son de Cuba, y Española, y Boriquen. De
éstas, hasta dar en la tierra firme apenas hay doscientas o trescientas
leguas, y por partes, muy mucho menos. La tierra firme luego corre una cosa
infinita desde la tierra de la Florida hasta acullá a la tierra de los
Patagones, y por estotra parte del sur, desde el estrecho de Magallanes
hasta el cabo Mendocino, corre una tierra larguísima, pero no muy ancha, y
por donde más ancha es aquí en esta parte del Perú, que dista del Brasil
obra de mil leguas. En este mismo mar del sur, aunque no se halla ni sabe
fin la vuelta del poniente, pero no ha muchos años que se descubrieron las
islas que intitularon de Salomón, que son muchas y muy grandes y distan de
este Perú como ochocientas leguas. Y porque se ha observado y se halla así,
que donde quiera que hay islas, muchas y grandes, se halla no muy lejos
tierra firme, de ahí viene que muchos, y yo con ellos, tienen opinión que
hay cerca de las dichas islas de Salomón tierra firme grandísima, la cual
responde a la nuestra América por parte del poniente, y sería posible que
corriese por la altura del sur hacia el estrecho de Magallanes. La nueva
Guinea se entiende que es tierra firme, y algunos doctos la pintan muy cerca
de las islas de Salomón.
Así que es muy conforme a razón que aún está por descubrir buena parte del
mundo. Pues ya por este mar del sur navegan también los nuestros a la China
y Filipinas; y a la ida de acá allá no nos dicen que pasan más, largo mar
que viniendo de España a estas Indias. Mas por donde se continúan y traban
el un mar océano con el otro, digo el mar del Sur con el mar del Norte, por
la parte del polo Antártico bien se sabe que es por el estrecho tan señalado
de Magallanes, que está en altura de cincuenta y un grados. Pero si al otro
lado del mundo al polo del norte también se continúan y corren estos dos
mares, grande cosa es que muchos la han pesquisado; pero que yo sepa, nadie
hasta ahora ha dado en ella, solamente por conjeturas, y no sé qué indicios,
afirman algunos, que hay otro estrecho hacia el norte, semejante al de
Magallanes. Para el intento que llevamos, bástanos hasta ahora saber de
cierto que hay tierra de esta parte del sur, y que es tierra tan grande como
toda la Europa y Asia, y aún África; y que a ambos polos del mundo se hallan
mares y tierras abrazados entre sí, en lo cual los antiguos, como a quienes
les faltaba experiencia, pudieron poner duda y hacer contradicción.
Capítulo VII
En que se reprueba la opinión de Lactancio, que dijo no haber Antípodas
Pero ya que se sabe que hay tierra a la parte del sur o polo antártico,
resta ver si hay en ella hombres que la habiten que fué en tiempos pasados
una cuestión muy reñida. Lactancio Firmiano,45 y San Agustín46 hacen gran
donaire de los que afirman haber antípodas, que quiere decir hombres que
traen sus pies contrarios a los nuestros. Mas aunque en tenerlo por cosa de
burla convienen estos dos autores: pero en las razones y motivos de su
opinión van por muy diferentes caminos, como en los ingenios eran bien
diferentes. Lactancio vase con el vulgo, pareciéndole cosa de risa decir que
el cielo está en torno por todas partes, y la tierra está en medio, rodeada
de él como una pelota; y así escribe en esta manera: ¿Qué camino lleva lo
que algunos quieren decir, que hay antípodas, que ponen sus pisadas
contrarias a las nuestras? ¿Por ventura hay hombre tan tonto que crea haber
gentes que andan los pies arriba y la cabeza abajo? ¿y que las cosas que acá
están asentadas, estén allá trastornadas colgando? ¿y que los árboles y los
panes crecen allá hacia abajo? ¿y que las lluvias y la nieve y el granizo
suben a la tierra hacia arriba? y después de otras palabras añade Lactancio
aquestas: El imaginar al cielo redondo fué causa de inventar estos hombres
antípodas colgados del aire. Y así, no tengo más que decir de tales
filósofos, sino que en errando una vez, porfían en sus disparates,
defendiendo los unos con los otros. Hasta aquí son palabras de Lactancio.
Mas por más que él diga, nosotros que habitamos al presente en la parte del
mundo, que responde en contrario de la Asia, y somos sus antíctonos, como
los cosmógrafos hablan, ni nos vemos andar colgando, ni que andemos las
cabezas abajo y los pies arriba. Cierto es cosa maravillosa considerar, que
al entendimiento humano por una parte no le sea posible percibir y alcanzar
la verdad, sin usar de imaginaciones, y por otra tampoco le sea posible
dejar de errar, si del todo se va tras la imaginación. No podemos entender
que el cielo es redondo, como lo es, y que la tierra está en medio, sino
imaginándolo. Mas si a esta misma imaginación no la corrige y reforma la
razón, sino que se deja el entendimiento llevar de ella, forzoso hemos de
ser engañados y errar. Por donde sacaremos con manifiesta experiencia, que
hay en nuestras almas cierta lumbre del cielo, con la cual vemos y juzgamos
aun las mismas imágenes y formas interiores, que se nos ofrecen para
entender: y con la dicha lumbre interior aprobamos o desecharnos lo que
ellas nos están diciendo. De aquí se ve claro, cómo el ánima racional es
sobre toda naturaleza corporal; y cómo la fuerza y vigor eterno de la
verdad, preside en el más alto lugar del hombre; y vese como muestra y
declara bien que ésta su luz tan pura es participada de aquella suma y
primera luz; y quien esto no lo sabe o lo duda, podemos bien decir que no
sabe o duda si es hombre.
Así que si a nuestra imaginación preguntamos, qué le parece de la redondez
del cielo, cierto no nos dirá otra cosa sino lo que dijo a Lactancio. Es a
saber, que si es el cielo redondo, el sol y las estrellas habrán de caerse
cuando se trasponen, y levantarse cuando van al medio día; y que la tierra
está colgada en el aire; y que los hombres que moran de la otra parte de la
tierra, han de andar pies arriba y cabeza abajo; y que las lluvias allí no
caen de lo alto antes suben de abajo; y las demás monstruosidades, que aun
decirlas provoca a risa. Mas si se consulta la fuerza de la razón, hará poco
caso de todas estas pinturas vanas, y no escuchará a la imaginación más que
a una vieja loca: y con aquella su entereza y gravedad, responderá, que es
engaño grande fabricar en nuestra imaginación a todo el mundo a manera de
una casa, en la cual está debajo de su cimiento la tierra, y encima de su
techo está el cielo: y dirá también, que como en los animales siempre la
cabeza es lo más alto y supremo del animal, aunque no todos los animales
tengan la cabeza de una misma manera, sino unos puesta hacia arriba, como
los hombres, otros atravesada, como los ganados, otros en medio, como el
pulpo y la araña; así también el cielo donde quiera que esté, está arriba, y
la tierra ni más ni menos, donde quiera que esté está debajo.
Porque siendo así, que nuestra imaginación está asida a tiempo y lugar, y el
mismo tiempo y lugar no lo percibe universalmente, sino particularizado, de
ahí le viene que cuando la levantan a considerar cosas que exceden y
sobrepujan tiempo y lugar conocido, luego se cae: y si la razón no la
sustenta y levanta, no puede un punto tenerse en pie. Y así veremos, que
nuestra imaginación, cuando se trata de la creación del mundo, anda a buscar
tiempo antes de criarse el mundo, y para fabricarse el mundo, también señala
lugar, y no acaba de ver que se pudiese de otra suerte el mundo hacer;
siendo verdad, que la razón claramente nos muestra, que ni hubo tiempo antes
de haber movimiento, cuya medida es el tiempo, ni hubo lugar alguno antes
del mismo universo, que encierra todo lugar. Por tanto el filósofo excelente
Aristóteles, clara y brevemente satisface47 al argumento que hacen contra el
lugar de la tierra, tomado del modo nuestro de imaginar, diciendo con gran
verdad, que en el mundo el mismo lugar es en medio y abajo, y cuanto más en
medio está una cosa, tanto más abajo, la cual respuesta alegando Lactancio
Firmiano, sin reprobarla con alguna razón, pasa con decir, que no se puede
detener en reprobarla por la priesa que lleva a otras cosas.
Capítulo VIII
Del motivo que tuvo San Agustín para negar los Antípodas
Muy otra fué la razón que movió a San Agustín, como de tan alto ingenio,
para negar los antípodas. Porque la razón que arriba dijimos, de que
andarían al revés los antípodas, el mismo santo doctor la deshace en su
libro de los Predicamentos. Los antiguos, dice él,48 afirman, que por todas
partes está la tierra debajo y el cielo encima. Conforme a lo cual los
antípodas, que según se dice, pisan al revés de nosotros, tienen también el
cielo encima de sus cabezas. Pues entendiendo esto San Agustín tan conforme
a buena filosofía, ¿qué será la razón por donde persona tan docta se movió a
la contraria opinión?
Fué cierto el motivo que tuvo tomado de las entrañas de la sagrada teología,
conforme a la cual nos enseñan las divinas letras, que todos los hombres del
mundo descienden de un primer hombre, que fué Adán. Pues decir, que los
hombres habían podido pasar al nuevo mundo, atravesando ese infinito piélago
del mar océano, parecía cosa increíble y un puro desatino. Y en verdad, que
si el suceso palpable, y experiencia de lo que hemos visto en nuestros
siglos, no nos desengañará, hasta el día de hoy se tuviera por razón
insoluble la dicha. Y ya que sabemos, que no es concluyente ni verdadera la
dicha razón, con todo eso nos queda bien que hacer para darle respuesta,
quiero decir, para declarar en qué modo, y por qué vía pudo pasar el linaje
de los hombres acá, o cómo vinieron, y por dónde, a poblar estas Indias.
Y porque adelante se ha de tratar esto muy de propósito, por ahora bien será
que oigamos lo que el santo doctor Agustino disputa de esta materia en los
libros de la Ciudad de Dios,49 el cual dice así: Lo que algunos platican,
que hay antípodas, esto es, gentes que habitan de la otra parte de la
tierra, donde el sol nace al tiempo que a nosotros se pone, y que las
pisadas de éstos son al revés de las nuestras, esto no es cosa que se ha de
creer. Pues no lo afirman por relación cierta que de ello tengan, sino
solamente por un discurso de filosofía que hacen, con que concluyen que,
estando la tierra en medio del mundo rodeada de todas partes del cielo,
igualmente ha de ser forzosamente lugar más bajo siempre el que estuviere
más en medio del mundo. Y después añade: De ninguna manera engaña la divina
Escritura, cuya verdad en lo que refiere haber pasado se prueba bien, viendo
cuán puntualmente sucede lo que profetiza que ha de venir. Y es cosa de
disparate decir que de estas partes del mundo hayan podido hombres llegar al
otro nuevo mundo, y pasar esa inmensidad del mar océano, pues de otra suerte
no es posible haber allá hombres, siendo verdad que todos los hombres
descienden de aquel primer hombre.
Según esto toda la dificultad de San Agustín no fué otra sino la
incomparable grandeza del mar océano. Y el mismo parecer tuvo San Gregorio
Nacianceno afirmando, como cosa sin duda, que pasado el estrecho de
Gibraltar es imposible navegarse el mar. En una epístola que escribe,50 dice
a este propósito: Estoy muy bien con lo que dice Píndaro, que después de
Cádiz es la mar innavegable de hombres. Y él mismo, en la oración funeral
que hizo a San Basilio, dice que a ninguno le fué concedido pasar el
estrecho de Gibraltar navegando la mar. Y aunque es verdad que esto se tomó
como por refrán del poeta Píndaro, que dice que así a sabios como a necios
les está vedado saber lo que está adelante de Gibraltar; pero la misma
origen de este refrán da bien a entender cuán asentados estuvieron los
antiguos en la dicha opinión; y, así, por los libros de los poetas, y de los
historiadores, y de los cosmógrafos antiguos, el fin y términos de la tierra
se ponen en Cádiz, la de nuestra España; allí fabrican las columnas de
Hércules, allí encierran los términos del imperio romano, allí pintan los
fines del mundo.
Y no solamente las letras profanas, más aún las sagradas, también hablan en
esa forma, acomodándose a nuestro lenguaje, donde dicen51 que se publicó el
edicto de Augusto César, para que todo el mundo se empadronase; y de
Alejandro el Magno, que extendió su imperio hasta los cabos de la tierra;52
y en otra parte dicen:53 Que el Evangelio ha crecido y hecho fruto en todo
el mundo universo. Porque, por estilo usado, llama la Escritura todo el
mundo a la mayor parte del mundo, que hasta entonces estaba descubierto y
conocido. Ni el otro mar de la India oriental, ni este otro de la
occidental, entendieron los antiguos que se pudiese navegar, y en esto
concordaron generalmente. Por lo cual, Plinio, como cosa llana y cierta,
escribe:54 Los mares que atajan la tierra nos quitan de la tierra habitable
la mitad por medio, porque ni de acá se puede pasar allá, ni de allá venir
acá. Esto mismo sintieron Tulio y Macrobio, y Pomponio Mela, y finalmente
fué el común parecer de los escritores antiguos.
Capítulo IX
De la opinión que tuvo Aristóteles cerca del Nuevo Mundo, y qué es lo que le
engañó para negarle
Hubo, demás de las dichas, otra razón también, por la cual se movieron los
antiguos a creer que era imposible el pasar los hombres de allá a este nuevo
mundo, y fué decir que, allende de la inmensidad del océano, era el calor de
la región que llaman tórrida o quemada tan excesivo, que no consentía, ni
por mar ni por tierra, pasar los hombres, por atrevidos que fuesen, de un
polo al otro polo. Porque, aun aquellos filósofos que afirmaron ser la
tierra redonda, como, en efecto, lo es, y haber hacia ambos polos del mundo
tierra habitable, con todo eso negaron que pudiese habitarse del linaje
humano la región que cae en medio, y se comprende entre los dos trópicos,
que es la mayor de las cinco zonas o regiones en que los cosmógrafos y
astrólogos parten el mundo. La razón que daban de ser esta zona tórrida
inhabitable era el ardor del sol, que siempre anda encima tan cercano y
abrasa toda aquella región, y, por el consiguiente, la hace falta de aguas y
pastos.
De esta opinión fué Aristóteles, que, aunque tan gran filósofo, se engañó en
esta parte. Para cuya inteligencia será bien decir en qué procedió bien con
su discurso y en qué vino a errar. Disputando, pues, el filósofo55 del
viento ábrego o sur, si hemos de entender que nace del mediodía o no, sino
del otro polo contrario al norte, escribe en esta manera: La razón nos
enseña que la latitud y ancho de la tierra que se habita tiene sus límites,
pero no puede toda esta tierra habitable continuarse entre sí, por no ser
templado el medio. Porque cierto es que en su longitud, que es de oriente a
poniente, no tiene exceso de frío ni de calor, pero tiénele en su latitud,
que es del polo a la línea equinoccial, y así podría, sin duda, andarse toda
la tierra en torno por su longitud, si no lo estorbase en algunas partes la
grandeza del mar que la ataja.
Hasta aquí no hay más que pedir en lo que dice Aristóteles, y tiene gran
razón en que la tierra, por su longitud, que es de oriente a poniente, corre
con más igualdad y más acomodada a la vida y habitación humana, que por su
latitud, que es del norte al mediodía, y esto pasa así no sólo por la razón
que toca Aristóteles de haber la misma templanza del cielo de oriente a
poniente, pues dista siempre igualmente del frío del norte y del calor del
mediodía, sino por otra razón también, porque, yendo en longitud, siempre
hay días y noches sucesivamente, lo cual, yendo en latitud, no puede ser,
pues se ha de llegar forzoso a aquella región polar, donde hay una parte del
año noche continuada que dure seis meses, lo cual para la vida humana es de
grandísimo inconveniente.
Pasa más adelante el filósofo reprendiendo a los geógrafos que describían la
tierra en su tiempo, y dice así: Lo que he dicho se puede bien advertir en
los caminos que hacen por tierra y en las navegaciones de mar, pues hay gran
diferencia de su longitud a su latitud. Porque el espacio que hay desde las
columnas de Hércules, que es Gibraltar, hasta la India, oriental, excede en
proporción más que de cinco a tres al espacio que hay desde la Etiopía hasta
la laguna Meotis y últimos fines de los Seitas, y esto consta por la cuenta
de jornadas y de navegación cuanto se ha podido hasta ahora con la
experiencia alcanzar. Y tenemos noticia de la latitud que hay de la tórrida
habitable hasta las partes de ella que no se habitan.
En esto se le debe perdonar a Aristóteles, pues en su tiempo no se había
descubierto más de la Etiopía primera, que llaman exterior y cae junto a la
Arabia Y África; la otra Etiopía, interior, no la supieron en su tiempo ni
tuvieron noticia de aquella inmensa tierra que cae donde son ahora las
tierras del Preste Juan, y mucho menos toda la demás tierra que cae debajo
de la equinoccial y va corriendo hasta pasar el trópico de Capricornio y
para en el Cabo de Buena Esperanza, tan conocido y famoso por la navegación
de los portugueses. Desde el cual cabo, si se mide la tierra hasta pasada la
Scitia y Tartaria, no hay duda sino que esta latitud y espacio será tan
grande como la longitud y espacio que hay desde Gibraltar hasta la India
oriental.
Es cosa llana que los antiguos ignoraron los principios del Nilo y lo último
de la Etiopía, y por eso Lucano reprehende56 la curiosidad de Julio César en
querer inquirir el principio del Nilo, y dice en su verso:
¿Qué tienes tú, romano, que ponerte a inquirir del Nilo el nacimiento?
Y el mismo poeta hablando con el propio Nilo, dice:
Pues es tu nacimiento tan oculto, que ignora el mundo todo cuyo seas.
Mas conforme a la Sagrada Escritura, bien se entiende que sea habitable
aquella tierra, pues de otra suerte no dijera el profeta Sofonías,57
hablando de la vocación al evangelio de aquellas gentes: De más allá de los
ríos de Etiopía me traerán presentes los hijos de mis esparcidos, que así
llama a los apóstoles. Pero, como está dicho, justo es perdonar al filósofo
por haber creído a los historiadores y cosmógrafos de su tiempo.
Examinemos ahora lo que se sigue: La una parte, dice, del mundo, que es la
septentrional puesta al norte, pasada la zona templada es inhabitable por el
frío excesivo; la otra parte, que está al mediodía, también es inhabitable
en pasando del trópico por el excesivo calor. Mas las partes del mundo que
corren pasada la India, de una banda, y pasadas las columnas de Hércules, de
otra, cierto es que no se juntan entre sí, por atajarlas el gran mar océano.
En esto postrero dice mucha verdad; pero añade luego: Por cuanto a la otra
parte del mundo es necesario que la tierra tenga la misma proporción con su
polo antártico, que tiene esta nuestra parte habitable con el suyo, que es
norte. No hay duda sino que en todo ha de proceder el otro mundo como este
de acá, en todas las demás cosas, y especialmente en el nacimiento y orden
de los vientos; y después de decir otras razones que no hacen a nuestro
caso, concluye Aristóteles diciendo: Forzoso hemos de conceder que el ábrego
es aquel viento que sopla de la región que se abrasa de calor, y la tal
región, por tener tan cercano al sol, carece de aguas y de pastos.
Este es el parecer de Aristóteles: y cierto que apenas pudo alcanzar más la
conjetura humana. De donde vengo, cuando lo pienso cristianamente, a
advertir muchas veces cuán flaca y corta sea la filosofía de los sabios de
este siglo en las cosas divinas, pues, aun en las humanas, donde tanto les
parece que saben, a veces tan poco aciertan. Siente Aristóteles y afirma que
la tierra que está a este polo del sur habitable es, según su longitud,
grandísima, que es de oriente a poniente, y que, según su latitud, que es
desde el polo del sur hasta la equinoccial, es cortísima. Esto es tan al
revés de la verdad, que cuasi toda la habitación que hay a esta banda del
polo antártico es, según la latitud, quiero decir, del polo a la línea, y
por la longitud, que es de oriente a poniente, es tan pequeña, que excede y
sobrepuja la latitud a la longitud en este nuevo orbe, tanto como diez
exceden a tres, y aún más.
Lo otro, que afirma ser del todo inhabitable la región media, que llaman
tórrida zona, por el excesivo calor, causado de la vecindad del sol, y por
esta causa carecer de aguas y pastos, esto todo pasa al revés. Porque la
mayor parte de este nuevo mundo, y muy poblada de hombres y animales, está
entre los dos trópicos en la misma tórrida zona; y de pastos y aguas es la
región más abundante de cuantas tiene el mundo universo, y por la mayor
parte es región muy templada, para que se vea que, aun en esto natural, hizo
Dios necia la sabiduría de este siglo. En conclusión, la tórrida zona es
habitable y se habita copiosísimamente, cuanto quiera que los antiguos lo
tengan por imposible. Mas la otra zona o región, que cae entre la tórrida y
la polar al sur, aunque por su sitio sea muy cómoda para la vida humana;
pero son muy pocos los que habitan en ella, pues apenas se sabe de otra,
sino del reino de Chile y un pedazo cerca del cabo de Buena Esperanza; lo
demás tiénelo ocupado el mar océano.
Aunque hay muchos que tienen por opinión, y de mí confieso que no estoy
lejos de su parecer, que hay mucha más tierra que no está descubierta, y que
ésta ha de ser tierra firme opuesta a la tierra de Chile, que vaya corriendo
al sur pasado el círculo o trópico de Capricornio. Y si la hay, sin duda es
tierra de excelente condición, por estar en medio de los dos extremos y en
el mismo puesto que lo mejor de Europa. Y cuanto a esto, bien atinada anduvo
la conjetura de Aristóteles. Pero hablando de lo que hasta ahora está
descubierto, lo que hay en aquel puesto es muy poca tierra, habiendo en la
tórrida muchísima y muy habitada.
Capítulo X
Que Plinio y los más de los antiguos sintieron lo mismo que Aristóteles
El parecer de Aristóteles siguió a la letra Plinio, el cual dice así:58 El
temple de la región del medio del mundo, por donde anda de contino el sol, y
está abrasada como de fuego cercano, y toda quemada y como humeando. Junto a
esta de en medio hay otras dos regiones de ambos lados, las cuales, por caer
entre el ardor de ésta y el cruel frío de las otras dos extremas, son
templadas. Mas estas dos templadas no se pueden comunicar entre sí por el
excesivo ardor del cielo. Esta propia fué la opinión de los otros antiguos,
la cual galanamente celebra el poeta en sus versos:59
Rodean cinco cintas todo el cielo:
De éstas, una con sol perpetuo ardiente tienen de quemazón bermejo el suelo.
Y el mismo poeta en otro cabo:
Oyólo, si hay alguno que allá habite,
donde se tiende la región más larga,
que en medio de las cuatro el sol derrite
Y otro poeta aún más claro dice lo mismo:
Son en la tierra iguales las regiones
a las del cielo; y de estas cinco, aquella
que está en medio, no tiene poblaciones
por el bravo calor.
Fundóse esta opinión común de los antiguos en una razón que les pareció
cierta e inexpugnable. Veían que, en tanto era una región más caliente,
cuando se acercaba más al mediodía. Y es esto tanta verdad, que en una misma
provincia de Italia es la Pulla más cálida que la Toscana, por esa razón; y
por la misma, en España es más caliente el Andalucía que Vizcaya, y esto en
tanto grado, que, no siendo la diferencia de más de ocho grados, y aun no
cabales, se tiene la una por muy caliente y la otra por muy fría. De aquí
inferían por buena consecuencia, que aquella región que se allegase tanto al
mediodía, que tuviese el sol sobre su cabeza, necesariamente había de sentir
un perpetuo y excesivo calor.
Demás de esto veían también que todas las diferencias que al año tiene, de
primavera, estío, otoño, invierno, proceden de acercarse o alejarse el sol.
Y echando de ver que estando ellos aún bien lejos del trópico, a donde llega
el sol en verano, con todo eso, por írseles acercando, sentían terribles
calores en estío, hacían su cuenta, que si tuvieran al sol tan cerca de sí,
que anduviera encima de sus cabezas, y esto por todo el discurso del año,
fuera el calor tan insufrible, que, sin duda, se consumieran y abrasaran los
hombres de tal exceso. Esta fué la razón que venció a los antiguos para
tener por no habitable la región de en medio, que por eso llamaron tórrida
zona. Y cierto que si la misma experiencia por vista de ojos no nos hubiera
desengañado, hoy día dijéramos todos que era razón concluyente y matemática,
porque veamos cuán flaco es nuestro entendimiento para alcanzar aún estas
cosas naturales.
Mas ya podemos decir que a la buena dicha de nuestros siglos le cupo
alcanzar aquellas dos grandes maravillas es, a saber, navegarse el mar
océano con gran facilidad y gozar los hombres en la tórrida zona de
lindísimo temple, cosas que nunca los antiguos se pudieron persuadir. De
estas dos maravillas la postrera, de la habitación y cualidades de la
tórrida zona, hemos de tratar, con ayuda de Dios, largamente en el libro
siguiente. Y así, en éste será bien declarar la otra, del modo de navegar el
océano, porque nos importa mucho para el intento que llevamos en esta obra.
Pero, antes de venir a este punto, convendrá decir qué es lo que sintieron
los antiguos de estas nuevas gentes que llamamos indios.
Capítulo XI
Que se halla en los antiguos alguna noticia de este Nuevo Mundo
Resumiendo lo dicho, queda que los antiguos o no creyeron haber hombres
pasado el trópico de Canero, como San Agustín y Lactancio sintieron, o que,
si había hombres, a lo menos no habitaban entre los trópicos, como lo
afirman Aristóteles y Plinio, y antes que ellos, Parménides filósofo.62 Ser
de otra suerte lo uno y lo otro, ya está asaz averiguado. Mas todavía muchos
con curiosidad preguntan si, de esta verdad que en nuestros tiempos es tan
notoria, hubo en los pasados alguna noticia. Porque parece, cierto, cosa muy
extraña, que sea tamaño este mundo nuevo, como con nuestros ojos le vemos, y
que en tantos siglos atrás no haya sido sabido por los antiguos. Por donde,
pretendiendo quizá algunos menoscabar en esta parte la felicidad de nuestros
tiempos y oscurecer la gloria de nuestra nación, procuran mostrar que este
nuevo mundo fué conocido por los antiguos, y realmente no se puede negar que
haya de esto algunos rastros.
Escribe San Jerónimo,63 en la epístola a los efesios: Con razón preguntamos
qué quiera decir el Apóstol en aquellas palabras: En las cuales cosas
anduvistes un tiempo según el siglo de este mundo, si quiere por ventura dar
a entender que hay otro siglo que no pertenezca a este mundo, sino a otros
mundos, de los cuales escribe Clemente en su epístola: El océano y los
mundos que están allende del océano. Esto es de San Jerónimo. Yo cierto no
alcanzo qué epístola sea ésta de Clemente, que San Jerónimo cita; pero
ninguna duda tengo que lo escribió así San Clemente, pues lo alega San
Jerónimo. Y claramente refiere San Clemente que, pasado el mar océano, hay
otro mundo y aun mundos, como pasa, en efecto, de verdad, pues hay tan
excesiva distancia del un nuevo mundo al otro nuevo, quiero decir, de este
Perú y India occidental a la India oriental y China.
También Plinio, que fué tan extremado en inquirir las cosas extrañas y de
admiración, refiere en su Historia natural,64 que Hannón, capitán de los
cartagineses, navegó desde Gibraltar, costeando la mar, hasta lo último de
Arabia, y que dejó escrita esta su navegación. Lo cual si es así, como
Plinio lo dice, síguese claramente que navegó el dicho Hannón todo cuanto
los portugueses hoy día navegan, pasando dos veces la equinoccial, que es
cosa para espantar. Y según lo trae el mismo Plinio65 de Cornelio Nepote,
autor grave, el propio espacio navegó otro hombre llamado Eudoxo, aunque por
camino contrario, porque, huyendo el dicho Eudoxo del rey de los Latiros,
salió por el mar Bermejo al mar océano, y por él volteando llegó hasta el
estrecho de Gibraltar, lo cual afirma el Cornelio Nepote haber acaecido en
su tiempo.
También escriben autores graves, que una nave de cartaginenses, llevándola
la fuerza del viento por el mar océano, vino a reconocer una tierra nunca
hasta entonces sabida, y que, volviendo después a Cartago, puso gran gana a
los cartaginenses de descubrir y poblar aquella tierra, y que el senado con
riguroso decreto vedó la tal navegación, temiendo que con la codicia de
nuevas tierras se menoscabase su patria. De todo esto se puede bien colegir
que hubiese en los antiguos algún conocimiento del nuevo mundo; aunque
particularizando a esta nuestra América, y toda esta India occidental,
apenas se halla cosa cierta en los libros de los escritores antiguos. Mas de
la India oriental, no sólo de allende, sino también de aquende, que
antiguamente era la más remota, por caminarse al contrario de ahora, digo
que se halla mención, y no muy corta, ni muy oscura. Porque, ¿a quién no le
es fácil hallar en los antiguos la Malaca, que llamaban Aurea Chersoneso? Y
al cabo de Comorín, que se decía Promontorium Cori, ¿y la grande y célebre
isla de Sumatra, por antiguo nombre tan celebrado, Taprobana? ¿Qué diremos
de las dos Etiopías? ¿Qué de los Bracmanes? ¿Qué de la gran tierra de los
Chinas? ¿Quién duda en los libros de los antiguos que traten de estas cosas
no pocas veces?
Mas de las Indias occidentales no hallamos en Plinio que en esta navegación
pasase de las islas Canarias, que él llama Fortunatas, y la principal de
ellas dice66 haberse llamado Canaria, por la multitud de canes o perros que
en ella había. Pasadas las Canarias, apenas hay rastro en los antiguos de la
navegación que hoy se hace por el golfo, que con mucha razón le llaman
grande. Con todo eso se mueven muchos a pensar que profetizó Séneca el
trágico de estas Indias occidentales, lo que leemos en su tragedia Medea67
en sus versos anapésticos, que, reducidos al metro castellano, dicen así:
Tras luengos años verná
un siglo nuevo y dichoso,
que al océano anchuroso,
sus límites pasará.
Descubrirán grande tierra,
verán otro nuevo Mundo,
navegando el gran profundo,
que ahora el paso nos cierra.
La Thule tan afamada
quedará en esta carrera
por muy cercana contada.
como del mundo postrera,
Esto canta Séneca en sus versos, y no podemos negar que al pie de la letra
pasa así, pues los años luengos que dice, si se cuentan del tiempo del
trágico, son al pie de mil cuatrocientos, y si del de Medea, son más de dos
mil; que el océano anchuroso haya dado el paso, que tenía cerrado, y que se
haya descubierto grande tierra, mayor que toda Europa y Asia, y se habite
otro nuevo mundo, vémoslo por nuestros ojos cumplido, y en esto no hay duda.
En lo que la puede con razón haber es en si Séneca adivinó o si, acaso, dió
en esto su poesía. Yo, para decir lo que siento, siento que adivinó con el
modo de adivinar que tienen los hombres sabios y astutos. Veía que ya en su
tiempo se tentaban nuevas navegaciones y viajes por el mar; sabía bien, como
filósofo, que había otra tierra opuesta del mismo ser, que llaman antíctona.
Pudo con este fundamento considerar que la osadía y habilidad de los hombres
en fin llegaría a pasar el mar océano, y, pasándole, descubrir nuevas
tierras y otro mundo, mayormente siendo ya cosa sabida en tiempo de Séneca
el suceso de aquellos naufragios que refiere Plinio, con que se pasó el gran
mar océano.
Y que éste haya sido el motivo de la profecía de Séneca, parece lo dan a
entender los versos que preceden, donde, habiendo alabado el sosiego y vida
poco bulliciosa de los antiguos, dice así:
Mas ahora es otro tiempo,
y el mar de fuerza o de grado
ha de dar paso al osado,
y el pasarle es pasatiempo.
Y más abajo dice así:
Al alto mar proceloso
ya cualquier barca se atreve:
todo viaje es ya breve
al navegante curioso.
No hay ya tierra por saber,
no hay reino por conquistar,
nuevos muros ha de hallar
quien se piensa defender.
Todo anda ya trastornado,
sin dejar cosa en su asiento:
el mundo claro y exento
no hay ya en él rincón cerrado.
El indio cálido bebe
del río Araxis helado,
y el persa en Albis bañado,
y el Rhin más frío que nieve.
De esta tan crecida osadía de los hombres viene Séneca a conjeturar lo que
luego pone, como el extremo a que ha de llegar, diciendo: Tras luengos años
verna, etc., como está ya dicho.
Capítulo XII
Qué sintió Platón de esta India occidental
Mas si alguno hubo que tocase más en particular esta India occidental,
parece que se le debe a Platón esa gloria, el cual, en su Timeo escribe así:
En aquel tiempo no se podía navegar aquel golfo (y va hablando del mar
Atlántico, que es el que está en saliendo del estrecho de Gibraltar), porque
tenía cerrado el paso a la boca de las columnas de Hércules, que vosotros
soléis llamar (que es el mismo estrecho de Gibraltar), y era aquella isla
que estaba entonces junto a la boca dicha, de tanta grandeza, que excede a
toda la África y Asia juntas. De esta isla había paso entonces a otras islas
para los que iban a ellas, y de las otras islas se iba a toda la tierra
firme, que estaba frontero de ellas, cercada del verdadero mar. Esto cuenta
Cricias en Platón.
Y los que se persuaden que esta narración de Platón es historia, y verdadera
historia, declarada en esta forma, dicen que aquella grande isla, llamada
Atlantis, la cual excedía en grandeza a África y Asia juntas, ocupaba
entonces la mayor parte del mar océano, llamado Atlántico, que ahora navegan
los españoles, y que las otras islas que dice estaban cercanas a esta grande
son las que hoy día llaman islas de Barlovento, es, a saber, Cuba, Española,
San Juan de Puerto Rico, Jamaica y otras de aquel paraje. Y que la tierra
firme que dice es la que hoy día se llama Tierra Firme, y este Perú y
América. El mar verdadero que dice estar junto aquella tierra firme,
declaran que es éste mar del sur, y que por eso se llama verdadero mar,
porque en comparación de su inmensidad esotros mares mediterráneos, y aun el
mismo Atlántico, son como mares de burla. Con ingenio cierto y delicadeza
está explicado Platón por los dichos autores curiosos: con cuanta verdad y
certeza, eso en otra parte se tratará.
Capítulo XIII
Que algunos han creído que en las Divinas Escrituras Ofir signifique este
nuestro Perú
No falta también a quien le parezca que en las sagradas letras hay mención
de esta India occidental, entendiendo por el Ofir que ellas tanto celebran
este nuestro Perú. Roberto Stéfano, o por mejor decir, Francisco Vatablo,
hombre en la lengua hebrea aventajado, según nuestro preceptor, que fué
discípulo suyo, decía, en los escolios sobre el capítulo nono del tercer
libro de los Reyes,68 escribe que la isla Española que halló Cristóbal Colón
era el Ofir, de donde Salomón traía cuatrocientos y veinte, o cuatrocientos
y cincuenta talentos de oro muy fino. Porque tal es el oro de Cibao que los
nuestros traen de la Española. Y no faltan autores doctos que afirmen69 ser
Ofir este nuestro Perú, deduciendo el un nombre del otro, y creyendo que en
el tiempo que se escribió el libro del Paralipomenon se llamaba Perú como
ahora.
Fúndase en que refiere la Escritura70 que se traía de Ofir oro finísimo y
piedras muy preciosas, y madera escogidísima, de todo lo cual abunda, según
dicen estos autores, el Perú. Mas a mi parecer está muy lejos el Perú de ser
el Ofir, que la Escritura celebra.71 Porque aunque hay en él copia de oro,
'no es en tanto grado que haga ventaja en esto a la fama de riqueza que tuvo
antiguamente la India oriental. Las piedras tan preciosas, y aquella tan
excelente madera, que nunca tal se vió en Jerusalén, cierto yo no lo veo,
porque aunque hay esmeraldas escogidas, y algunos árboles de palo recio y
oloroso; pero no hallo aquí cosa digna de aquel encarecimiento que pone la
Escritura. Ni aun me parece que lleva buen camino pensar que Salomón, dejada
la India oriental riquísima, enviase sus flotas a esta última tierra. Y si
hubiera venido tantas veces, más rastros fuera razón que halláramos de ello.
Mas la etimología del nombre Ofir, y reducción al nombre de Perú, téngolo
por negocio de poca sustancia, siendo, como es cierto, que ni el nombre del
Perú es tan antiguo ni tan general a toda esta tierra. Ha sido costumbre muy
ordinaria en estos descubrimientos del nuevo mundo poner nombres a las
tierras y puertos de la ocasión que se les ofrecía, y así se entiende haber
pasado en nombrar a este reino Perú. Acá es opinión que de un río en que a
los principios dieron los españoles, llamado por los naturales Pirú,
intitularon toda esta tierra Pirú. Y es argumento de esto que los indios
naturales del Perú ni usan ni saben tal nombre de su tierra. Al mismo tono
parece afirmar que Sefer en la Escritura son estos Andes, que son unas
sierras altísimas del Perú. Ni basta haber alguna afinidad o semejanza de
vocablos, pues de esa suerte también diríamos que Yucatán es Yectán, a quien
nombra la Escritura; ni los nombres de Tito y de Paulo que usaron los reyes
Ingas de este Perú se debe pensar que vinieron de romanos o de cristianos,
pues es muy ligero indicio para afirmar cosas tan grandes.
Lo que algunos escriben, que Tarsis y Ofir no eran en una misma navegación
ni provincia, claramente se ve ser contra la intención de la Escritura,
confiriendo el capítulo XXII del cuarto libro de los Reyes con el capítulo
XX del segundo libro del Paralipomenon. Porque lo que en los Reyes dice que
Josafat hizo flota en Asiongaber para ir por oro a Ofir, eso mismo refiere
el Paralipomenon haberse hecho la dicha flota para ir a Tarsis. De donde
claro se colige que en el propósito tomó por una misma cosa la Escritura a
Tarsis y Ofir.
Preguntarme ha alguno a mí, según esto, qué región o provincia sea el Ofir
adonde iba la flota de Salomón con marineros de Hirán, rey de Tiro y Sidón,
para traerle oro; a do también, pretendiendo ir la flota del rey Josafat,
padeció naufragio en Asiongaber, como refiere la Escritura.72 En esto digo
que me allego de mejor gana a la opinión de Josefo, en los libros de
Antiquitatibus, donde dice que es provincia de la India oriental, la cual
fundó aquel Ofir hijo de Yectán, de quien se hace mención en el Génesis:73 y
era esta provincia abundante de oro finísimo. De aquí procedió el celebrarse
tanto el oro de Ofir o de Ofaz, y según algunos quieren decir, el obrizo es
como el ofirizo, porque habiendo siete linajes de oro, como refiere San
Jerónimo, el de Ofir era tenido por el más fino, así como acá celebramos el
oro de Valdivia, o el de Carabaya.
La principal razón que me mueve a pensar que Ofir está en la India oriental,
y no en esta occidental, es porque no podía venir acá la flota de Salomón
sin pasar toda la India oriental y toda la China y otro infinito mar; y no
es verosímil que atravesasen todo el mundo para venir a buscar acá el oro,
mayormente siendo esta tierra tal, que no se podía tener noticia de ella por
viaje de tierra; y mostraremos después que los antiguos no alcanzaron el
arte de navegar, que ahora se usa, sin el cual no podían engolfarse tanto.
Finalmente, en estas cosas, cuando no se traen indicios ciertos, sino
conjeturas ligeras, no obligan a creerse más de lo que a cada uno le parece.
Capítulo XIV
Qué significan en la Escritura Tarsis y Ofir
Y si valen conjeturas y sospechas, las mías son que en la divina Escritura
los vocablos de Ofir y de Tarsis las más veces no significan algún
determinado lugar, sino que su significación es general cerca de los
hebreos, como en nuestro vulgar el vocablo de Indias es general, porque el
uso y lenguaje nuestro nombrando Indias es significar unas tierras muy
apartadas, y muy ricas, y muy extrañas de las nuestras; y así los españoles
igualmente llamamos Indias al Perú, y a Méjico, y a la China, y a Malaca, y
al Brasil; y de cualquier parte de éstas que vengan cartas decimos que son
cartas de las Indias, siendo las dichas tierras y reinos de inmensa
distancia y diversidad entre sí. Aunque tampoco se puede negar que el nombre
de Indias se tome de la India oriental; y porque cerca de los antiguos esa
India se celebraba por tierra remotísima, de ahí viene que estotra tierra
tan remota, cuando se descubrió, la llamaron también India, por ser tan
apartada como tenida por el cabo del mundo; y así llaman indios a los que
moran en el cabo del mundo.
Al mismo modo me parece a mí que Tarsis en las divinas letras, lo más común
no significa lugar ni parte determinada, sino unas regiones muy remotas; y
al parecer de las gentes, muy extrañas y ricas. Porque lo que Josefo y
algunos quieren decir, que Tarsis y Tarso es lo mismo en la Escritura,
paréceme que con razón lo reprueba San Jerónimo,74 no sólo porque se
escriben con diversas letras los dos dichos vocablos, teniendo uno
aspiración y otro no, sino también porque muy muchas cosas que se escriben
de Tarsis no pueden cuadrar a Tarso, ciudad de Cilicia. Bien es verdad que
en alguna parte se insinúa en la Escritura que Tarsis cae en Cilicia, pues
se escribe así de Holofernes en el libro de Judith:75 Y como pasase los
términos de los Asirios, llegó a los grandes montes Ange (que por ventura es
el Tauro),76 los cuales montes caen a la siniestra de Cilicia, y entró en
todos sus castillos, y se apoderó de todas sus fuerzas, y quebrantó aquella
ciudad tan nombrada Melithi, y despojó a todos los hijos de Tarsis y a los
de Ismael, que estaban frontero del desierto, y los que estaban al mediodía
hacia tierra de Cellón, y pasó al Eufrates, etc. Mas, como he dicho, pocas
veces cuadra a la ciudad de Tarso lo que se dice de Tarsis.
Teodoreto77 y otros, siguiendo la interpretación de los Setenta, en algunas
partes ponen a Tarsis en África, y quieren decir que es la misma que fué
antiguamente Cartago,78 y ahora reino de Túnez. Y dicen que allá pensó hacer
su camino Jonás, cuando la Escritura refiere que quiso huir del Señor a
Tarsis. Otros quieren decir que Tarsis es cierta región de la India, como
parece sentir San Jerónimo.79 No contradigo yo por ahora a estas opiniones
pero afírmome en que no significa siempre una determinada región o parte del
mundo. Los Magos que vinieron a adorar a Cristo cierto es que fueron de
Oriente, y también se colige de la Escritura80 que eran de Sabá, y de Epha,
y de Madian; y hombres doctos sienten que eran de Etiopía, y de Arabia, y de
Persia. Y de éstos canta el salmo y la Iglesia: Los reyes de Tarsis traerán
presentes. Concedamos, pues, con San Jerónimo, que Tarsis es vocablo de
muchos significados en la Escritura, y que unas veces se entiende por la
piedra crisólito o jacinto; otras alguna cierta región de la India; otras la
mar, que tiene el color de jacinto cuando reverbera el sol.
Pero con mucha razón el mismo santo doctor niega que fuese región de la
India el Tarsis donde Jonás huía, pues saliendo de Jope era imposible
navegar a la India por aquel mar; porque Jope, que hoy se llama Jafa, no es
puerto del mar Bermejo, que se junta con el mar oriental Indico, sino del
mar Mediterráneo, que no sale a aquel mar Indico: de donde se colige
clarísimamente que la navegación que hacía la flota de Salomón81 de
Asiongaber (donde se perdieron las naves del rey Josafat) iba por el mar
Bermejo a Ofir y a Tarsis; que lo uno y lo otro afirma expresamente la
Escritura,82 fué muy diferente de la que Jonás pretendió hacer a Tarsis.
Pues es Asiongaber puerto de una ciudad de Idumea, puesta en el estrecho,
que se hace donde el mar Bermejo se junta con el gran Océano.
De aquel Ofir, y de aquel Tarsis (sea lo que rnandaren) traían a Salomón
oro, y plata, y marfil, y monos, y pavos, con navegación de tres años muy
prolija. Todo lo cual sin duda era de la India oriental, que abunda de todas
esas cosas, como Plinio largamente lo enseña, y nuestros tiempos lo prueban
asaz. De este nuestro Perú no pudo llevarse marfil, no habiendo acá memoria
de elefantes: oro y plata, y monos muy graciosos bien pudieran llevarse;
pero en fin, mi parecer es que por Tarsis se entiende en la Escritura,
comúnmente, o el mar grande, o regiones apartadísimas y muy extrañas; y así
me doy a entender que las profecías que hablan de Tarsis, pues el espíritu
de profecía lo alcanza todo, se pueden bien acomodar muchas veces a las
cosas del nuevo orbe.
Capítulo XV
De la profecía de Abdías que algunos declaran de estas Indias
No falta quien diga y afirme, que está profetizado en las divinas letras
tanto antes, que este nuevo orbe había de ser convertido a Cristo, y esto
por gente española.83 A este propósito declaran el remate de la profecía de
Abdías, que dice así: Y la transmigración de este ejército de los hijos de
Israel, todas las cosas de los Cananeos hasta Sarepta; y la transmigración
de Jerusalén, que está en el Bósforo,84 poseerá las ciudades del austro; y
subirán los salvadores al monte de Sión para juzgar el monte de Esaú; y será
el reino para el Señor. Esto es puesto de nuestra Vulgata así a la letra.
Del hebreo leen los autores que digo en esta manera: Y la transmigración de
este ejército de los hijos de Israel cananeos hasta Sarfat (que es Francia),
y la transmigración de Jerusalén, que está en Sefarad (que es España)
poseerá por heredad las ciudades del austro; y subirán los que procuran la
salvación al monte de Sión para juzgar el monte de Esaú; y será el reino
para el Señor.
Mas por qué Sefarad, que San Jerónimo interpreta el Bósforo o estrecho, y
los Setenta interpretan, Eufrata, signifique a España, algunos no alegan
testimonio de los antiguos, ni razón que persuada más de parecerles así.
Otros alegan a la paráfrasis caldaica, que lo siente así, y los antiguos
rabinos que lo declaran de esta manera. Como a Sarfat, donde nuestra Vulgata
y los Setenta tienen Sarepta, entienden por Francia. Y dejando esta disputa,
que toca a pericia de lenguas, ¿qué obligación hay para entender por las
ciudades de austro o de Nageb (como ponen los Setenta) las gentes del nuevo
mundo? ¿Qué obligación también hay para entender la gente española, por la
transmigración de Jerusalén en Sefarad? Si no es que tomemos a Jerusalén
espiritualmente, y por ella entendamos la Iglesia. De suerte que el Espíritu
Santo, por la transmigración de Jerusalén, que está en Sefarad, nos
signifique los hijos de la santa Iglesia, que moran en los fines de la
tierra o en los puertos: porque eso denota en lengua siriaca Sefarad, y
viene bien con nuestra España, que según los antiguos es lo último de la
tierra, y cuasi toda ella está rodeada de mar. Por las ciudades del austro o
del sur puédense entender estas Indias, pues lo más de este mundo nuevo está
al medio día, y aun gran parte de él mira el polo del sur. Lo que se sigue:
y subirán los que procuran la salvación al monte de Sión para juzgar el
monte de Esaú, no es trabajoso de declarar, diciendo que se acogen a la
doctrina y fuerza de la Iglesia santa los que pretenden deshacer los errores
y profanidades de los gentiles: porque eso denota juzgar al monte de Esaú. Y
síguese bien, que entonces será el reino no para los de España o para los de
Europa, sino para Cristo nuestro Señor.
Quien quisiere declarar en esta forma la profecía de Abdías no debe ser
reprobado, pues es cierto que el Espíritu Santo supo todos los secretos
tanto antes: y parece cosa muy razonable que de un negocio tan grande como
es el descubrimiento y conversión a la fe de Cristo del nuevo mundo, haya
alguna mención en las sagradas Escrituras. Isaías dice:85 ¡Ay de las alas de
las naos que van de la otra parte de la Etiopía! Todo aquel capítulo,
autores muy doctos le declaran de las Indias, a quien me remito. El mismo
profeta en otra parte dice86 que los que fueren salvos de Israel, irán muy
lejos a Tarsis, a islas muy remotas, y que convertirán al Señor muchas y
varias gentes, donde nombra a Grecia, Italia y África y otras muchas
naciones; y sin duda se puede bien aplicar a la conversión de estas gentes
de Indias. Pues ya lo que el Salvador con tanto peso nos afirma, que se
predicará el evangelio en todo el mundo,87 y que entonces vendrá el fin,
ciertamente declara que en cuanto dura el mundo hay todavía gentes a quien
Cristo no esté anunciado. Por tanto debemos colegir que a los antiguos les
quedó gran parte por conocer, y que a nosotros hoy día nos está encubierta
no pequeña parte del mundo.
Capítulo XVI
De qué modo pudieron venir a Indias los primeros hombres, y que no navegaron
de propósito a estas partes
Ahora es tiempo de responder a los que dicen que no hay antípodas, y que no
se puede habitar esta región en que vivimos. Gran espanto le puso a San
Agustín la inmensidad del océano para pensar que el linaje humano hubiese
pasado a este nuevo mundo. Y pues por una parte sabemos de cierto que ha
muchos siglos que hay hombres en estas partes, y por otra no podemos negar
lo que la divina Escritura claramente enseña,88 de haber procedido todos los
hombres de un primer hombre, quedamos sin duda obligados a confesar que
pasaron acá los hombres de allá de Europa, o de Asia, o de África; pero el
cómo y por qué camino vinieron todavía los inquirimos y deseamos saber.
Cierto no es de pensar que hubo otra arca de Noé en que aportasen hombres a
Indias: ni mucho menos que algún ángel trajese colgados por el cabello, como
el profeta Abacuch,89 a los primeros pobladores de este mundo. Porque no se
trata qué es lo que pudo hacer Dios, sino qué es conforme a razón y al orden
y estilo de las cosas humanas. Y así se deben en verdad tener por
maravillosas, y propias de los secretos de Dios ambas cosas: una que haya
podido pasar el género humano tan gran inmensidad de mares y tierras; otra,
que habiendo tan innumerables gentes acá, estuviesen ocultas a los nuestros
tantos siglos. Porque, pregunto yo, ¿con qué pensamiento, con qué industria,
con qué fuerza pasó tan copioso mar el linaje de los indios? ¿Quién pudo ser
el inventor y movedor de pasaje tan extraño? Verdaderamente he dado y tomado
conmigo y con otros en este punto por muchas veces, y jamás acabo de hallar
cosa que me satisfaga. Pero en fin, diré lo que se me ofrece: y pues me
faltan testigos a quien seguir, dejaréme ir por el hilo de la razón, aunque
sea delgado, hasta que del todo se me desaparezca de los ojos.
Cosa cierta es que vinieron los primeros indios por una de tres maneras a la
tierra del Pirú. Porqué o vinieron por mar o por tierra; y si por mar, o
acaso o por determinación suya: digo acaso, echados con alguna gran fuerza
de tempestad, como acaece en tiempos contrarios y forzosos: digo por
determinación que pretendiesen navegar e inquirir nuevas tierras. Fuera de
estas tres maneras, no me ocurre otra posible, si hemos de hablar según el
curso de las cosas humanas, y no ponernos a fabricar ficciones poéticas y
fabulosas: sino es que se le antoje a alguno buscar otra águila, como la de
Ganimedes, o algún caballo con alas, como el de Perseo, para llevar los
indios por el aire: o por ventura le agrada aprestar peces sirenas y
nicolaos para pasarlos por mar. Dejando, pues, pláticas de burlas,
examinemos por sí cada uno de los tres modos que pusimos; quizá será de
provecho y de gusto esta pesquisa.
Primeramente parece que podríamos atajar razones con decir que de la manera
que venimos ahora a las Indias, guiándose los pilotos por el altura y
conocimiento del cielo, y con la industria de marear las velas conforme a
los tiempos que corren, así vinieron y descubrieron y poblaron los antiguos
pobladores de estas Indias. ¿Por qué no? ¿Por ventura, sólo nuestro siglo y
solos nuestros hombres han alcanzado este secreto de navegar el océano?
Vemos que en nuestros tiempos se navega el océano para descubrir nuevas
tierras, como pocos años ha navegó Álvaro Mendaña y sus compañeros, saliendo
del puerto de Lima la vuelta del poniente, en demanda de la tierra que
responde, leste oeste, al Perú; y al cabo de tres meses hallaron las islas
que intitularon de Salomón, que son muchas y grandes; y es opinión muy
fundada que caen junto a la nueva Guinea, o por lo menos tienen tierra firme
muy cerca; y hoy día vemos que, por orden del Rey y de su Consejo, se trata
de hacer nueva jornada para aquellas islas. Y pues esto pasa así, ¿por qué
no diremos que los antiguos con pretensión de descubrir la tierra que llaman
antíctona opuesta a la suya, la cual había de haber según buena filosofía,
con tal deseo se animaron a hacer viaje por mar, y no parar hasta dar con
las tierras que buscaban?
Cierto ninguna repugnancia hay en pensar que antiguamente acaeció lo que
ahora acaece. Mayormente que la divina Escritura refiere90 que de los de
Tiro y Sidón recibió Salomón maestros y pilotos muy diestros en la mar, y
que con éstos se hizo aquella navegación de tres años. ¿A qué propósito se
encarece el arte de los marineros y su ciencia y se cuenta navegación tan
prolija de tres años si no fuera para dar a entender que se navegaba el gran
océano por la flota de Salomón? No son pocos los que lo sienten así, y aún
les parece que tuvo poca razón San Agustín de espantarse y embarazarse con
la inmensidad del mar océano, pues pudo bien conjeturar de la navegación
referida de Salomón, que no era tan difícil de navegarse.
Mas diciendo verdad, yo estoy de muy diferente opinión, y no me puedo
persuadir que hayan venido los primeros Indios a este nuevo Mundo por
navegación ordenada y hecha de propósito, ni aun quiero conceder que los
antiguos hayan alcanzado la destreza de navegar, con que hoy día los hombres
pasan el mar océano, de cualquiera parte a cualquiera otra que se les
antoja, lo cual hacen con increíble presteza y certinidad, pues de cosa tan
grande y tan notable no hallo rastros en toda la antigüedad. El uso de la
piedra imán, y del aguja de marear, ni la topo yo en los antiguos, ni aun
creo que tuvieron noticia de él: y quitado el conocimiento del aguja de
marear, bien se ve que es imposible pasar el océano. Los que algo entienden
de mar, entienden bien lo que digo. Porque así es pensar, que el marinero
puesto en medio del mar sepa enderezar su proa a donde quiere, si le falta
la aguja de marear, como pensar, que el que está sin ojos muestre con el
dedo lo que está cerca, y lo que está lejos acullá en un cerro.
Es cosa de admiración, que una tan excelente propiedad de la piedra imán la
hayan ignorado tanto tiempo los antiguos, y se haya descubierto por los
modernos. Haberla ignorado los antiguos, claramente se entiende de Plinio,91
que con ser tan curioso historiador de las cosas naturales, contando tantas
maravillas de la piedra imán, jamás apunta palabra de esta virtud y
eficacia, que es la más admirable, que tiene de hacer mirar al norte el
hierro que toca. Como tampoco Aristóteles habló de ello, ni Teofrasto, ni
Dioscórides, ni Lucrecio,92 ni historiador, ni filósofo natural, que yo haya
visto, aunque tratan de la piedra imán. Tampoco San Agustín toca en esto,
escribiendo por otra parte muchas y maravillosas excelencias de la piedra
imán, en los libros de la Ciudad de Dios.93 Y es cierto que cuantas
maravillas se cuentan de esta piedra, todas quedan muy cortas respecto de
esta tan extraña de mirar siempre al Norte, que es un gran milagro de
naturaleza. Hay otro argumento también, y es, que tratando Plinio94 de los
primeros inventores de navegación, y refiriendo allí de los demás
instrumentos y aparejos, no habla palabra del aguja de marear, ni de la
piedra imán: sólo dice, que el arte de notar las estrellas en la navegación
salió de los de Fenicia.
No hay duda sino que los antiguos lo que alcanzaron del arte de navegar, era
todo mirando las estrellas, y notando las playas, y cabos, y diferencias de
tierras. Si se hallaban en alta mar, tan entrados que por todas partes
perdiesen la tierra de vista, no sabían enderezar la proa por otro
regimiento, sino por las estrellas, y sol y luna. Cuando esto faltaba, como
en tiempo nublado acaece, regíanse por la cualidad del viento y por
conjeturas del camino que habían hecho. Finalmente, iban por su tino, como
en estas Indias también los indios navegan grandes caminos de mar guiados de
sola su industria y tino. Hace mucho a este propósito lo que escribe
Plinio95 de los isleños de la Taprobana, que ahora se llama Sumatra, cerca
del arte e industria con que navegaban, escribiendo en esta manera: Los de
Taprobana no ven el norte, y para navegar suplen esta falta llevando consigo
ciertos pájaros, los cuales sueltan a menudo, y como los pájaros por natural
instinto vuelan hacia la tierra, los marineros enderezan su proa tras ellos.
¿Quién duda, si estos tuvieran noticia del aguja, que no tomaran por guías a
los pájaros, para ir en demanda de la tierra?
En conclusión, basta por razón, para entender que los antiguos no alcanzaron
este secreto de la piedra imán, ver que para cosa tan notable, como es el
aguja de marear, no se halla vocablo latino, ni griego, ni hebraico. Tuviera
sin falta algún nombre en estas lenguas cosa tan importante, si la
conocieran. De donde se verá la causa, por qué ahora los pilotos para
encomendar la vía al que lleva el timón, se sientan en lo alto de la popa,
que es por mirar de allí el aguja, y antiguamente se sentaban en la proa,
por mirar las diferencias de tierras y mares, y de allí mandaban la vía,
como lo hacen también ahora muchas veces al entrar o salir de los puertos. Y
por eso los griegos llamaban a los pilotos proritas, porque iban en la proa.
Capítulo XVII
De la propiedad y virtud admirable de la piedra imán para navegar; y que los
antiguos no la conocieron
De lo dicho se entiende, que a la piedra imán se debe la navegación de las
Indias, tan cierta y tan breve, que el día que hoy vemos muchos hombres, que
han hecho viaje de Lisboa a Goa, y de Sevilla a Méjico y a Panamá; y en
estotro mar del sur hasta la China y hasta el estrecho de Magallanes: y esto
con tanta facilidad como se va el labrador de su aldea a la villa. Ya hemos
visto hombres que han hecho quince viajes, y aun dieciocho a las Indias: de
otros hemos oído, que pasan de veinte veces las que han ido y vuelto,
pasando ese mar océano, en el cual cierto no hallan rastro de los que han
caminado por él, ni topan caminante a quien preguntar el camino. Porque,
como dice el Sabio:96 la nao corta el agua y sus ondas, sin dejar rastro por
donde pasa, ni hacer senda en las ondas. Mas con la fuerza de la piedra imán
se abre camino descubierto por todo el grande océano, por haberle el
altísimo Criador comunicado tal virtud, que de solo tocarla el hierro, queda
con la mira y movimiento al Norte, sin desfallecer en parte alguna del
mundo.
Disputen otros e inquieran la causa de esta maravilla, y afirmen cuanto
quisieren no sé qué simpatía; a mí más gusto me da, mirando estas grandezas,
alabar aquel poder y providencia del sumo Hacedor, y gozarme de considerar
sus obras maravillosas. Aquí cierto viene bien decir con Salomón a Dios:97
¡Oh, Padre, cuya providencia gobierna a un palo, dando en él muy cierto
camino por el mar, y senda muy segura entre las fieras ondas, mostrando
juntamente que pudieras librar de todo, aunque fuese yendo sin nao por la
mar! Pero porque tus obras no carezcan de sabiduría, por esto confían los
hombres sus vidas de un pequeño madero, y atravesando el mar se han escapado
en un barco. También aquello del Salmista98 viene aquí bien: Los que bajan a
la mar en naos haciendo sus funciones en las muchas aguas, esos son los que
han visto las obras del Señor, y sus maravillas en el profundo. Que cierto
no es de las menores maravillas de Dios, que la fuerza de una pedrezuela tan
pequeña mande en la mar, y obligue al abismo inmenso a obedecer, y estar a
su orden. Esto, porque cada día acontece, y es cosa tan fácil, ni se
maravillan los hombres de ello, ni aun se les acuerda de pensarlo; y por ser
la franqueza tanta, por eso los inconsiderados la tienen en menos. Mas a los
que bien lo miran, oblígales la razón a bendecir la sabiduría de Dios, y
darle gracias por tan grande beneficio y merced.
Siendo determinación del cielo que se descubriesen las naciones de Indias,
que tanto tiempo estuvieron encubiertas, habiéndose de frecuentar esta
carrera, para que tantas almas viniesen en conocimiento de Jesucristo, y
alcanzasen su eterna salud, proveyóse también del cielo de guía segura para
los que andan este camino, y fue la guía el aguja de marear, y la virtud de
la piedra imán. Desde qué tiempo haya sido descubierto y usado este
artificio de navegar, no se puede saber con certidumbre. El no haber sido
cosa muy antigua, téngolo para mí por llano. porque además de las razones
que en el capítulo pasado se tocaron, yo no he leído en los antiguos que
tratan de relojes,99 mención alguna de la piedra imán, siendo verdad que en
los relojes de sol portátiles que usamos, es el más ordinario instrumento el
aguja tocada a la piedra imán. Autores nobles escriben en la historia de la
India oriental,100 que el primero que por mar la descubrió, que fue Vasco de
Gama, topó en el paraje de Mozambique con ciertos marineros moros, que
usaban el aguja de marear, y mediante ella navegaron aquellos mares. Mas de
quien aprendieron aquel artificio, no lo escriben; antes algunos de estos
escritores afirman lo que sentimos, de haber ignorado los antiguos este
secreto.
Pero diré otra maravilla aun mayor de la aguja de marear, que se pudiera
tener por increíble, si no se hubiera visto, y con clara experiencia tan
frecuentemente manifestado. El hierro tocado y refregado con la parte de la
piedra imán, que en su nacimiento mira al Sur, cobra virtud de mirar al
contrario, que es el Norte, siempre y en todas partes; pero no en todas le
mira por igual derecho. Hay ciertos puntos y climas, donde puntualmente mira
al Norte, y se fija en él; en pasando de allí ladea un poco o al oriente o
al poniente, y tanto más cuanto se va más apartando de aquel clima. Eso es
lo que los marineros llaman nordestar y noruestar. El nordestar, es ladearse
inclinando a levante; noruestar inclinando a poniente.
Esta inclinación o ladear del aguja importa tanto saberla, que aunque es
pequeña, si no se advierte, errarán la navegación, e irán a parar a
diferente lugar del que pretenden. Decíame a mí un piloto muy diestro,
portugués, que eran cuatro puntos en todo el orbe, donde se fijaba la aguja
con el Norte, y contábalas por sus nombres, de que no me acuerdo bien. Uno
de estos es el paraje de las islas del Cuervo, en las Terceras o islas de
Azores, como es cosa ya muy sabida. Pasando de allí a más altura, noruestea,
que es decir. que declina al poniente. Pasando al contrario a menos altura
hacia el equinoccial nordestea, que es inclinar al oriente. Qué tanto y
hasta dónde, diránlo los maestros de esta arte. Lo que yo diré es, que de
buena gana preguntaría a los bachilleres que presumen de saberlo todo, que
sea, que me digan la causa de este efecto. Por qué un poco de hierro de
fregarse con la piedra imán, concibe tanta virtud de mirar siempre al Norte,
y esto con tanta destreza, que sabe los climas y posturas diversas del
mundo, dónde se ha de fijar, dónde inclinar a un lado, dónde a otro, que no
hay filósofo, ni cosmógrafo, que así lo sepa.
Y si de estas cosas, que cada día traemos al ojo, no podemos hallar la
razón, y sin duda se nos hicieran duras de creer si no las viéramos tan
palpablemente, ¿quién no verá la necedad y disparate que es querernos hacer
jueces, y sujetar a nuestra razón las cosas divinas y soberanas? Mejor es,
como dice Gregorio teólogo, que a la fe se sujete la razón, pues aun en su
casa no sabe bien entenderse. Baste esta digresión, y volvamos a nuestro
cuento, concluyendo que el uso de la aguja de mar no le alcanzaron los
antiguos: de donde se infiere que fue imposible hacer viaje del otro mundo a
éste por el océano, llevando intento y determinación de pasar acá.
Capítulo XVIII
En que se responde a los que sienten haberse navegado antiguamente el
océano, como ahora
Lo que se alega en contrario de lo dicho, que la flota de Salomón navegaba
en tres años, no convence, pues no afirman las sagradas letras, que se
gastaban tres años en aquel viaje, sino que en cada tres años una vez se
hacía viaje. Y aunque demos que durante tres años la navegación, pudo ser, y
es más conforme a razón, que navegando a la India oriental, se detuviese la
flota por la diversidad de puertos y regiones que iba reconociendo y
tomando, como ahora todo el mar del sur se navega cuasi desde Chile hasta
Nueva España; el cual modo de navegar, aunque tiene más certidumbre, por ir
siempre a vista de tierra, es empero muy prolijo por el rodeo que de fuerza
ha de hacer por las costas, y mucha dilación en diversos puertos.
Cierto, yo no hallo en los antiguos que se hayan arrojado a lo muy adentro
del mar océano, ni pienso que lo que navegaron de él, fué de otra suerte,
que lo que el día de hoy se navega del Mediterráneo. Por donde se mueven
hombres doctos a creer, que antiguamente no navegaban sin remos, como quien
siempre iba costeando la tierra. Y aún parece, lo da así a entender la
divina Escritura cuando refiere aquella famosa navegación del profeta Jonás,
donde dice,101 que los marineros, forzados del tiempo, remaron a tierra.
Capítulo XIX
Que se puede pensar, que los primeros pobladores de Indias aportaron a ellas
echados de tormenta, y contra su voluntad
Habiendo mostrado que no lleva camino pensar, que los primeros moradores de
Indias hayan venido a ellas con navegación hecha para ese fin, bien se
sigue, que si vinieron por mar, haya sido acaso, y por fuerza de tormentas,
el haber llegado a Indias. Lo cual, por inmenso que sea el mar océano, no es
cosa increíble. Porque, pues, así sucedió en el descubrimiento de nuestros
tiempos, cuando aquel marinero (cuyo nombre aún no sabemos, para que negocio
tan grande no se atribuya a otro autor, sino a Dios), habiendo por un
terrible e importuno temporal reconocido el nuevo mundo, dejó por paga del
buen hospedaje a Cristóbal Colón la noticia de cosa tan grande; así pudo
ser, que algunas gentes de Europa, o de África antiguamente hayan sido
arrebatadas de la fuerza del viento, y arrojadas a tierras no conocidas,
pasado el mar océano. ¿Quién no sabe, que muchas, o las más de las regiones
que se han descubierto en este nuevo mundo, ha sido por esta forma? ¿Qué se
debe más a la violencia de temporales su descubrimiento, que a la buena
industria de los que las descubrieron?
Y porque no se piense que sólo en nuestros tiempos han sucedido semejantes
viajes hechos por la grandeza de nuestras naves, y por el esfuerzo de
nuestros hombres, podrá desengañarse fácilmente en esta parte, quien leyere
lo que Plinio refiere102 haber sucedido a muchos antiguos. Escribe, pues, de
esta manera: Teniendo el cargo Gayo César, hijo de Augusto, en el mar de
Arabia, cuentan haber visto y conocido señas de naves españolas, que habían
padecido naufragio; y dice más después: Nepote refiere del rodeo
septentrional, que se trajeron a Quinto Metelo Célere, compañero en el
consulado de Gayo Afranio (siendo el dicho Metelo procónsul en la Galia)
unos indios presentados por el Rey de Suevia: los cuales indios, navegando
desde la India para sus contrataciones, por la fuerza de los temporales,
fueron echados en Germania. Por cierto, si Plinio dice verdad, no navegan
hoy día los portugueses más de lo que en aquellos dos naufragios se navegó,
el uno desde España hasta el mar Bermejo, y el otro desde la India oriental
hasta Alemania.
En otro libro escribe el propio autor103 que un criado de Annio Plocanio, el
cual tenía arrendados los derechos del mar Bermejo, navegando la vuelta de
la Arabia, sobreviniendo nortes furiosos, en quince días vino pasada la
Carmania, a tomar a Hippuros, puerto de la Taprobana, que hoy día llaman
Sumatra. También cuentan, que una nao de cartagineses del mar de Mauritania
fué arrebatada de brisas hasta ponerse a vista del nuevo orbe. No es cosa
nueva para los que tienen alguna experiencia de mar, el correr a veces
temporales forzosos, y muy porfiados, sin aflojar un momento de su furia. A
mí me acaeció pasando a Indias, verme en la primera tierra poblada de
españoles, en quince días después de salidos de las Canarias, y sin duda
fuera más breve el viaje, si se dieran velas a la brisa fresca que corría.
Así que me parece cosa muy verosímil que hayan, en tiempos pasados, venido a
Indias hombres vencidos de la furia del viento, sin tener ellos tal
pensamiento.
Hay en el Perú gran relación de unos gigantes que vinieron en aquellas
partes, cuyos huesos se hallan, hoy día, de disforme grandeza, cerca de
Manta, y de Puerto Viejo, y en proporción habían de ser aquellos hombres más
que tres tanto mayores, que los indios de ahora. Dicen que aquellos gigantes
vinieron por mar, y que hicieron guerra a los de tierra, y que edificaron
edificios soberbios, y muestran hoy un pozo hecho de piedras de gran valor.
Dicen más, que aquellos hombres haciendo pecados enormes, y especial usando
contra natura, fueron abrasados y consumidos con fuego que vino del cielo.
También cuentan los indios de lea, y los de Arica, que solían antiguamente
navegar a unas islas al poniente, muy lejos, y la navegación era en unos
cueros de lobo marino hinchados. De manera, que no faltan indicios de que se
haya navegado la mar del sur, antes que viniesen españoles por ella.
Así que podríamos pensar, que se comenzó a habitar el nuevo orbe de hombres,
a quien la contrariedad del tiempo, y la fuerza de nortes echó allá, como al
fin vino a descubrirse en nuestros tiempos. Es así, y mucho para considerar,
que las cosas de gran importancia de naturaleza por la mayor parte se han
hallado acaso, y sin pretenderse, y no por la habilidad y diligencia humana.
Las más de las yerbas saludables, las más de las piedras, las plantas, los
metales, las perlas, el oro, el imán, el ámbar, el diamante y las demás
cosas semejantes. Y así sus propiedades y provechos, cierto más se han
venido a saber por casuales acontecimientos, que no por arte e industria de
hombres, para que se vea, que el loor y gloria de tales maravillas se debe a
la providencia del Criador, y no al ingenio de los hombres. Porque lo que a
nuestro parecer sucede acaso, eso mismo lo ordena Dios muy sobrepensado.
Capítulo XX
Que con todo eso es más conforme a buena razón pensar que vinieron por
tierra los primeros pobladores de Indias
Concluyo, pues, con decir que es bien probable de pensar, que los primeros
aportaron a Indias por naufragio y tempestad de mar. Mas ofrécese aquí una
dificultad, que me da mucho en qué entender, y es que ya que demos que hayan
venido hombres por mar a tierras tan remotas, y que de ellos se han
multiplicado las naciones que vemos; pero las bestias y alimañas, que cría
el nuevo orbe, muchas y grande, no sé cómo nos demos maña a embarcarlas y
llevarlas por mar a las Indias. La razón porque nos hallamos forzados a
decir que los hombres de las Indias fueron de Europa o de Asia es, por no
contradecir a la sagrada Escritura, que claramente enseña, que todos los
hombres descienden de Adán, y así no podemos dar otro origen a los hombres
de Indias. Pues la misma divina Escritura también nos dice,104 que todas las
bestias y animales de la tierra perecieron, sino las que se reservaron para
propagación de su género, en el arca de Noé. Así también es fuerza reducir
la propagación de todos los animales dichos a los que salieron del arca en
los montes de Ararat, donde ella hizo pie; de manera que como para los
hombres, así también para las bestias, nos es necesidad buscar camino, por
donde hayan pasado del viejo mundo al nuevo.
San Agustín, tratando esta cuestión:105 cómo se hallan en algunas islas
lobos, y tigres y otras fieras, que no son de provecho para los hombres,
porque de los elefantes, caballos, bueyes, perros y otros animales de que se
sirven los hombres, no tiene embarazo pensar, que por industria de hombres
se llevaron por mar con naos, como los vemos hoy día, que se llevan desde
oriente a Europa, y desde Europa al Perú con navegación tan larga; pero de
los animales, que para nada son de provecho, y antes son de mucho daño, como
son lobos, en qué forma hayan pasado a las islas, si es verdad, como lo es,
que el diluvio bañó toda la tierra, tratándolo el sobredicho santo y
doctísimo varón, procura librarse de estas angustias, con decir, que tales
bestias pasaron a nado a las islas o alguno por codicia de cazar las llevó,
o fué ordenación de Dios, que se produjesen, de la tierra, al modo que en la
primera creación dijo Dios:106 Produzca la tierra ánima viviente en su
género, jumentos y animales rateros, y fieras del campo, según sus especies.
Mas cierto que si queremos aplicar esta solución a nuestro propósito, más
enmarañado se nos queda el negocio. Porque comenzando de lo postrero, no es
conforme al orden de naturaleza, ni conforme al orden del gobierno que Dios
tiene puesto, que animales perfectos, como leones, tigres y lobos, se
engendren de la tierra sin generación. De ese modo se producen ranas y
ratones, y avispas y otros animales imperfectos. Mas ¿a qué propósito la
Escritura tan por menudo dice:107 Tomarás de todos los animales, y de las
aves del cielo siete y siete, machos y hembras, para que se salve su
generación sobre la tierra, si había de tener el mundo tales animales
después del diluvio por nuevo modo de producción sin junta de macho y
hembra? Y aún queda luego otra cuestión: ¿por qué naciendo de la tierra,
conforme a esta opinión, tales animales, no los tienen todas las tierras, e
islas, pues ya no se mira el orden natural de multiplicarse, sino sola la
liberalidad del Criador?
Que hayan pasado algunos animales de aquellos por pretensión de tener caza,
que era otra respuesta, no lo tengo por cosa increíble, pues vemos mil veces
que para sola grandeza suelen príncipes y señores tener en sus jaulas
leones, osos y otras fieras, mayormente cuando se han traído de tierras muy
lejos. Pero esto creerlo de lobos y de zorras, y de otros tales animales
bajos y sin provecho, que no tienen cosa notable, sino sólo hacer mal a los
ganados, y decir que para caza se trajeron por mar, por cierto es cosa muy
sin razón. ¿Quién se podrá persuadir, que con navegación tan infinita, hubo
hombres, que pusieron diligencia en llevar al Perú zorras, mayormente las
que llaman añas, que es un linaje el más sucio y hediondo de cuantos he
visto? ¿Quién dirá que trajeron leones y tigres? Harto es, y aun demasiado,
que pudiesen escapar los hombres con las vidas en tan prolijo viaje,
viniendo con tormenta, como hemos dicho, cuanto más tratar de llevar zorras
y lobos, y mantenerlos por mar. Cierto es cosa de burla aun imaginarlo.
Pues si vinieron por mar estos animales, sólo resta, que hayan pasado a
nado. Esto ser cosa posible y hacedera, cuanto a algunas islas que distan
poco de otras, o de la tierra firme, no se puede negar la experiencia
cierta, con que vemos, que por alguna grave necesidad a veces nadan estos
animales días y noches enteras, y al cabo escapan nadando; pero esto se
entiende en golfillos pequeños. Porque nuestro océano haría burla de
semejantes nadadores, pues aún a las aves de gran vuelo les faltan las alas
para pasar tan gran abismo. Bien se hallan pájaros, que vuelen más de cien
leguas, como los hemos visto navegando diversas veces: pero pasar todo el
mar océano volando es imposible, o a lo menos muy difícil. Siendo así todo
lo dicho, ¿por dónde abriremos camino para pasar fieras y pájaros a las
Indias?, ¿de qué manera pudieron ir del un mundo al otro?
Este discurso que he dicho, es para mí una gran conjetura para pensar que el
nuevo orbe, que llamamos Indias, no está del todo diviso y apartado del otro
orbe. Y por decir mi opinión, tengo para mí días ha, que la una tierra y la
otra en alguna parte se juntan, y continúan, o a lo menos se avecinan y
allegan mucho. Hasta ahora, a lo menos no hay certidumbre de lo contrario.
Porque al polo ártico, que llaman norte, no está descubierta y sabida toda
la longitud de la tierra: y no faltan muchos que afirmen, que sobre la
Florida corre la tierra larguísimamente al septentrión, la cual dicen que
llega hasta el mar Seítico, o hasta el Germánico. Otros añaden que ha habido
nave que, navegando por allí, relató haber visto los Bacallaos correr hasta
los fines cuasi de Europa. Pues ya sobre el cabo Mendocino en la mar del
sur, tampoco se sabe hasta dónde corre la tierra, made que todos dicen que
es cosa inmensa lo que corre. Volviendo al otro polo del sur, no hay hombre
que sepa dónde para la tierra, que está de la otra banda del Estrecho de
Magallanes. Una nao del Obispo de Plasencia, que subió del Estrecho, refirió
que siempre había visto tierra, y lo mismo contaba Hernando Lamero, piloto,
que por tormenta pasó dos o tres grados arriba del estrecho. Así que ni hay
razón en contrario, ni experiencia que deshaga mi imaginación, u opinión de
que toda la tierra se junta, y continúa en alguna parte, a lo menos se
allega mucho.
Si esto es verdad, como en efecto me lo parece, fácil respuesta tiene la
duda tan difícil que habíamos propuesto: como pasaron a las Indias los
primeros pobladores de ellas, porque se ha de decir, que pasaron, no tanto
navegando por- mar, como caminando por tierra; y ese camino lo hicieron muy
sin pensar, mudando sitios y tierras poco a poco; y unos poblando las ya
halladas, otros buscando otras de nuevo, vinieron por discurso de tiempo a
henchir las tierras de Indias de tantas naciones y gentes y lenguas.
Capítulo XXI
En qué manera pasaron bestias y ganados a las tierras de Indias
Ayudan grandemente al parecer ya dicho los indicios que se ofrecen a los que
con curiosidad examinan el modo de habitación de los indios. Porque
dondequiera que se halla isla muy apartada de tierra firme, y también de
otras islas, como es la Bermuda, hállase ser falta de hombres del todo. La
razón es porque no navegaban los antiguos sino a playas cercanas, y cuasi
siempre a vista de tierra. A esto se alega que en ninguna tierra de Indias
se han hallado navíos grandes, cuales se requieren para pasar golfos
grandes. Lo que se halla son balsas, o piraguas, o canoas, que todas ellas
son menos que chalupas; y de tales embarcaciones solas usaban los indios,
con las cuales no podían engolfarse sin manifiesto y cierto peligro de
perecer; y cuando tuvieran navíos bastantes para engolfarse, no sabían de
aguja, ni de astrolabio, ni de cuadrante. Si estuvieran dieciocho días sin
ver tierra, era imposible no perderse, sin saber de sí. Vemos islas
pobladísimas de indios, y sus navegaciones muy usadas; pero eran las que
digo, que podían hacer indios en canoa o piraguas, y sin aguja de marear.
Cuando los indios que moraban en Tumbez vieron la primera vez nuestros
españoles que navegaban al Pirú, y miraron la grandeza de las velas tendidas
y los bajeles también grandes, quedaron atónitos: y como nunca pudieron
pensar que eran navíos, por no haberlos vistos jamás de aquella forma y
tamaño, dicen que se dieron a entender que debían de ser rocas y peñascos
sobre la mar; y como veían que andaban, y no se hundían, estuvieron como
fuera de sí de espanto gran rato, hasta que mirando más vieron unos hombres
barbudos que andaban por los navíos, los cuales creyeron que debían ser
algunos dioses, o gente de allá del cielo. Donde se ve bien cuán ajena cosa
era para los indios usar naos grandes, ni tener noticia de ellas. Hay otra
cosa que en gran manera persuade a la opinión dicha, y es que aquellas
alimañas que dijimos no ser creíble haberlos embarcado hombres para las
Indias se hallan en lo que es tierra firme, y no se hallan en las islas que
disten de la tierra firme cuatro jornadas. Yo he hecho diligencia en
averiguar esto, pareciéndome que era negocio de gran momento para
determinarme en la opinión que he dicho, de que la tierra de Indias, y la de
Europa y Asia y África tienen continuación entre sí, o a lo menos se llegan
mucho en alguna parte.
Hay en la América y Perú muchas fieras, como son leones, aunque éstos no
igualan en grandeza y braveza, y en el mismo color rojo a los famosos leones
de África; hay tigres muchos, y muy crueles, aunque lo son más comúnmente
con indios que con españoles; hay osos, aunque no tantos; hay jabalíes, hay
zorras innumerables. De todos estos géneros de animales, si quisiéramos
buscarlos en la isla de Cuba, o en la Española, o en Jamaica, o en la
Margarita, o en la Dominica, no se hallará ninguno. Con esto viene que las
dichas islas, con ser tan grandes y tan fértiles, no tenían antiguamente,
cuando a ellas aportaron españoles, de esotros animales tampoco, que son de
provecho; y ahora tienen innumerables manadas de caballos, de bueyes y
vacas, de perros, de puercos; y es en tanto grado, que los ganados de vacas
no tienen ya dueños ciertos, por haber tanto multiplicado, que son del
primero que las desjarreta en el monte o campo: lo cual hacen los moradores
de aquellas islas para aprovecharse de los cueros para su mercancía de
corambre, dejando la carne por allí, sin comerla. Los perros han en tanto
exceso multiplicado, que andan manadas de ellos; y hechos bravos hacen tanto
mal al ganado, como si fueran lobos, que es un grave daño de aquellas islas.
No sólo carecen de fieras, sino también de aves y pájaros en gran parte.
Papagayos hay muchos, los cuales tienen gran vuelo y andan a bandas juntos;
también tienen otros pájaros, pero pocos, como he dicho. De perdices no me
acuerdo haber visto, ni sabido que las tengan, como las hay en el Perú, y
mucho menos los que en el Perú llaman guanacos, y vicuñas, que son como
cabras montesas ligerísimas, en cuyos buches se hallan las piedras bezaares,
que precian algunos, y son a veces mayores que un huevo de gallina tanto y
medio. Tampoco tienen otro género de ganado, que nosotros llamamos ovejas de
las Indias, las cuales, demás de la lana y carne, con que se visten y
mantienen los indios, sirven también de recua y jumentos para llevar cargas;
llevan la mitad de la carga de una mula, y son de poco gasto a sus dueños,
porque ni han menester herraduras, ni albardas, ni otros aparejos, ni cebada
para su comer; todo esto les dió naturaleza sin costa, queriendo favorecer a
la pobre gente de los indios.
De todos estos géneros de animales y de otros muchos que se dirán en su
lugar, abunda la tierra firme de Indias; las islas de todos carecen, si no
son los que han embarcado españoles. Verdad es que en algunas islas vido
tigres un hermano nuestro, según él refería, andando en una peregrinación y
naufragio trabajosísimo; mas preguntado qué tanto estarían de tierra firme
aquellas islas, dijo que obra de seis u ocho leguas a lo más, el cual
espacio de mar, no hay duda, sino que pueden pasarle a nado los tigres. De
estos indicios y de otros semejantes se puede colegir que hayan pasado los
indios a poblar aquella tierra, más por camino de tierra que de mar; o si
hubo navegación, que fué no grande, ni dificultosa, porque, en efecto, debe
de continuarse el un orbe con el otro o a lo menos estar en alguna parte muy
cercanos entre sí.
Capítulo XXII
Que no pasó el linaje de indios por la isla Atlántida, como algunos imaginan
No faltan algunos108 que, siguiendo el parecer de Platón, que arriba
referimos, dicen que fueron esas gentes de Europa o de África a aquella
famosa isla y tan cantada Atlántida, y de ella pasaron a otras y otras
islas, hasta llegar a la tierra firme de Indias. Porque de todo esto hace
mención el Cricias de Platón en su Timeo. Porque si era la isla Atlántida
tan grande como toda la Asia y África juntas, y aún mayor, como siente
Platón, forzoso había de tomar todo el océano Atlántico y llegar cuasi a las
islas del nuevo orbe. Y dice más Platón: que con un terrible diluvio se
anegó aquella su isla Atlántida, y por eso dejó aquel mar imposibilitado de
navegarse, por los muchos bajíos de peñas, y arrecifes, y de mucha lama, y
que así lo estaba en su tiempo; pero que después con el tiempo hicieron
asiento las ruinas de aquella isla anegada, y en fin, dieron lugar a
navegarse.
Esto tratan y disputan hombres de buenos ingenios muy de veras, y son cosas
tan de burla considerándose un poco, que más parecen cuentos, o fábulas de
Ovidio que historia, o filosofía digna de cuenta. Los más de los intérpretes
y expositores de Platón afirman que es verdadera historia todo aquello que
allí Cricias cuenta de tanta extrañeza del origen de la isla Atlántida, y de
su grandeza, y de su prosperidad, y de las guerras que los de Europa y los
de Atlántida entre sí tuvieron con todo lo demás. Muévense a tenerlo por
verdadera historia, por las palabras de Cricias que pone Platón, en que dice
en su Timeo que la plática que quiere tratar es de cosas extrañas, pero del
todo verdaderas. Otros discípulos de Platón, considerando que todo aquel
cuento tiene más arte de fábula que de historia, dicen que todo aquello se
ha de entender por alegoría, que así lo pretendió su divino filósofo. De
éstos es Proclo, y Porfirio, y aun Orígenes: son éstos tan dados a Platón,
que así tratan sus escritos, como si fuesen libros de Moisés o de Esdras; y
así donde las palabras de Platón no vienen con la verdad, luego dan en que
se han de entender aquello en sentido místico y alegórico y que no puede ser
menos.
Yo, por decir verdad, no tengo tanta reverencia a Platón, por más que le
llamen divino, ni aun se me hace muy difícil de creer que pudo contar todo
aquel cuento de la isla Atlántida por verdadera historia, y pudo ser con
todo eso muy fina fábula, mayormente que refiere él haber aprendido aquella
relación de Cricias, que, cuando muchachos, entre otros cantares y romances,
cantaba aquel de la Atlántida. Sea como quisieren, haya escrito Platón por
historia, o haya escrito por alegoría, lo que para mí es llano, es, que todo
cuanto trata de aquella isla, comenzando en el diálogo Timeo, y prosiguiendo
en el diálogo Cricias, no se puede contar en veras, sino es a muchachos y
viejas. ¿Quién no tendrá por fábula decir, que Neptuno se enamoró de Clito,
y tuvo de ella cinco veces gemelos de un vientre?, ¿y que de un collado sacó
tres redondos de mar, y dos de tierra, tan parejos que parecían sacados por
torno? ¿Pues qué diremos de aquel templo de mil pasos en largo, y quinientos
en ancho, cuyas paredes por defuera estaban todas cubiertas de plata, y
todos los altos de oro, y por de dentro era todo de bóveda de marfil
labrado, y entretejido de oro, plata y azófar? Y al cabo el donoso remate de
todo, con que concluye en el Timeo diciendo: En un día y una noche, viniendo
un grande diluvio, todos nuestros soldados se los trago la tierra a
montones; y la isla Atlántida de la misma manera anegada en la mar
desapareció.
Por cierto ella lo acertó mucho en desaparecer toda tan presto, porque
siendo isla mayor que toda la Asia y África juntas, hecha por arte de
encantamiento, fué bien que así desapareciese. Y es muy bueno que diga que
las ruinas y señales de esta tan grande isla se echan de ver debajo del mar,
y los que lo han de echar de ver, que son los que navegan, no pueden navegar
por allí. Pues añade donosamente: Por eso hasta el día de hoy ni se navega,
ni puede aquel mar, porque la mucha lama que la isla después de anegada poco
a poco crió, lo impide. Preguntara yo de buena gana, ¿qué piélago pudo
bastar a tragarse tanta infinidad de tierra, que era más que toda la Asia y
África juntas, y que llegaba hasta las Indias? ¿Y tragársela tan del todo,
que ni aun rastro no haya quedado? Pues es notorio que en aquel mar donde
dicen había la dicha isla, no hallan fondo hoy día los marineros, por más
brazas de sonda que den. Mas es inconsideración querer disputar de cosas
que, o se contaron por pasatiempo, o ya que se tenga la cuenta que es razón
con la gravedad de Platón, puramente se dijeron para significar, como en
pintura, la prosperidad de una ciudad, y su perdición tras ella.
El argumento que hacen para probar que realmente hubo isla Atlántida, de que
aquel mar hoy día se nombra mar Atlántico, es de poca importancia, pues
sabemos que en la última Mauritania está el monte Atlante, del cual siente
Plinio109 que se le puso al mar el nombre de Atlántico. Y sin esto, el mismo
Plinio refiere, que frontero del dicho monte está una isla llamada
Atlántida, la cual dice ser muy pequeña y muy ruin.
Capítulo XXIII
Que es falsa la opinión de muchos, que afirman venir los indios de el linaje
de los judíos
Ya que por la isla Atlántida no se abre camino para pasar los indios al
nuevo mundo, paréceles a otros que debió de ser el camino el que escribe
Esdras110 en el cuarto libro, donde dice así: Y porque le viste que recogía
a sí otra muchedumbre pacífica, sabrás que éstos son los diez tribus que
fueron llevados en cautiverio en tiempo del rey Osee, al cual llevó cautivo
Salmanasar, rey de los Asirios y a éstos los pasó a la otra parte del río, y
fueron trasladados a otra tierra. Ellos tuvieron entre sí acuerdo y
determinación de dejar la multitud de los gentiles, y de pasarse a otra
región más apartada, donde nunca habitó el género humano, para guardar
siquiera allí su ley, la cual no habían guardado en su tierra. Entraron,
pues, por unas entradas angostas del río Eúfrates; porque hizo el Altísimo
entonces con ellos sus maravillas, y detuvo las corrientes del río, hasta
que pasasen. Porque por aquella región era el camino muy largo de año y
medio: y llámase aquella región Arsareth. Entonces habitaron allí hasta el
último tiempo, y ahora cuando comenzaren a venir, tornará el Altísimo a
detener otra vez las corrientes del río, para que puedan pasar; por eso
viste aquella muchedumbre con paz.
Esta escritura de Esdras quieren algunos acomodar a los indios, diciendo que
fueron de Dios llevados, donde nunca habitó el género humano, y que la
tierra en que moran es tan apartada, que tiene año y medio de camino para ir
a ella, y que esta gente es naturalmente pacífica. Que procedan los indios
de linaje de judíos, el vulgo tiene por indicio cierto el ser medrosos y
descaídos, y muy ceremoniáticos, y agudos y mentirosos. Demás de eso dicen,
que su hábito parece el propio que usaban judíos, porque usan de una túnica
o camiseta, y de un manto rodeado encima; traen los pies descalzos, o su
calzado es unas suelas asidas por arriba, que ellos llaman ojotas. Y que
éste haya sido el hábito de los hebreos dicen, que consta así por sus
historias, como por pinturas antiguas, que los pintan vestidos en este
traje. Y que estos dos vestidos, que solamente traen los indios, eran los
que puso en apuesta Sansón, que la Escritura111 nombra tunicam et syndonem,
y es lo mismo que los indios dicen camiseta y manta.
Mas todas estas son conjeturas muy livianas, y que tienen mucho más contra
sí, que por sí. Sabemos que los hebreos usaron letras; en los indios no hay
rastro de ellas: los otros eran muy amigos del dinero, éstos no se les da
cosa. Los indios, si se vieran no estar circuncidados, no se tuvieran por
judíos. Los indios poco ni mucho no se retajan, ni han dado jamás en esa
ceremonia, como muchos de los de Etiopía y del oriente. Mas ¿qué tiene que
ver, siendo los judíos tan amigos de conservar su lengua y antigüedad, y
tanto que en todas las partes del mundo, que hoy viven, se diferencian de
todos los demás, que en solas las Indias a ellos no se les haya olvidado su
linaje, su ley, sus ceremonias, su Mesías, finalmente todo su judaísmo? Lo
que dicen de ser los indios medrosos, y supersticiosos, y agudos y
mentirosos, cuanto a lo primero, no es eso general a todos ellos; hay
naciones entre estos bárbaros, muy ajenas de todo eso, hay naciones de
indios bravísimos y atrevidísimos, haylas muy botas y groseras de ingenio.
De ceremonias y supersticiones siempre los gentiles fueron amigos. El traje
de sus vestidos, la causa porque es el que se refiere, es, por ser el más
sencillo y natural del mundo, que apenas tiene artificio, y así fué común
antiguamente no sólo a hebreos, sino a otras muchas naciones.
Pues ya la historia de Esdras (si se ha de hacer caso de escrituras
apócrifas) más contradice, que ayuda su intento. Porque allí se dice que los
diez tribus huyeron la multitud de gentiles, por guardar sus ceremonias y
ley; mas los indios son dados a todas las idolatrías del mundo. Pues las
entradas del río Eúfrates, vean bien los que eso sienten, en qué manera
pueden llegar al nuevo orbe y vean si han de tornar por allí los indios,
como se dice en el lugar referido. Y no sé yo por qué se han de llamar éstos
gente pacífica, siendo verdad, que perpetuamente se han perseguido con
guerras mortales unos a otros. En conclusión, no veo que el Eúfrates
apócrifo de Esdras dé mejor paso a los hombres para el nuevo orbe, que le
deba la Atlántida encantada y fabulosa de Platón.
Capítulo XXIV
Por qué razón no se puede averiguar bien el origen de los indios
Pero cosa es mejor de hacer desechar lo que es falso del origen de los
indios, que determinar la verdad, porque ni hay escritura entre los indios,
ni memoriales ciertos de sus primeros fundadores. Y por otra parte, en los
libros de los que usaron letras, tampoco hay rastro de el nuevo mundo, pues
ni hombres ni tierra, ni aun cielo les pareció a muchos de los antiguos, que
no había en aquestas partes: y así no puede escapar de ser tenido por hombre
temerario y muy arrojado el que se atreviere a prometer lo cierto de la
primera origen de los indios, y de los primeros hombres que poblaron las
Indias.
Mas así a bulto y por discreción podemos colegir de todo el discurso arriba
hecho, que el linaje de los hombres se vino pasando poco a poco, hasta
llegar al nuevo orbe, ayudando a esto la continuidad o vecindad de las
tierras, y a tiempos alguna navegación, y que éste fué el orden de venir, y
no hacer armada de propósito, ni suceder algún grande naufragio: aunque
también pudo haber en parte algo de esto; porque siendo aquestas regiones
larguísimas, y habiendo en ellas innumerables naciones, bien podemos creer,
que unos de una suerte, y otros de otra se vinieron en fin a poblar. Mas al
fin, en lo que me resumo, es que el continuarse la tierra de Indias con
esotras del mundo, a lo menos estar muy cercanas, ha sido la más principal y
mas verdadera razón de poblarse las Indias; y tengo para mí, que el nuevo
orbe e Indias occidentales, no ha muchos millares de años que las habitan
hombres, y que los primeros que entraron en ellas, más eran hombres salvajes
y cazadores, que no gente de república, y pulida; y que aquéllos aportaron
al nuevo mundo, por haberse perdido de su tierra o por hallarse estrechos y
necesitados de buscar nueva tierra, y que hallándola comenzaron poco a poco
a poblarla, no teniendo más ley que un poco de luz natural, y esa muy
oscurecida, y cuando mucho algunas costumbres que les quedaron de su patria
primera.
Aunque no es cosa increíble de pensar, que aunque hubiesen salido de tierras
de policía, y bien gobernadas, se les olvidase todo con el largo tiempo, y
poco uso; pues es notorio que aún en España y en Italia se hallan manadas de
hombres, que si no es el gesto y figura, no tienen otra cosa de hombres. Así
que por este camino vino a haber una barbaridad infinita en el nuevo mundo.
Capítulo XXV
Qué es lo que los indios suelen contar de su origen
Saber lo que los mismos indios suelen contar de sus principios y origen, no
es cosa que importa mucho, pues más parecen sueños los que refieren, que
historias. Hay entre ellos comúnmente gran pero no se puede bien determinar
si noticia y mucha plática del diluvio; el diluvio que éstos refieren es el
universal que cuenta la divina Escritura, o si fué algún otro diluvio o
inundación particular de las regiones en que ellos moran, mas de que en
aquestas tierras hombres expertos dicen que se ven señales claras de haber
habido alguna grande inundación. Yo más me llego al parecer de los que
sienten, que los rastros y señales que hay de diluvio no son del de Noé,
sino de algún otro particular, como el que cuenta Platón, o el que los
poetas cantan de Deucalión.
Como quiera que sea, dicen los indios que con aquel su diluvio se ahogaron
todos los hombres y cuentan, que de la gran laguna Titicaca salió un
Viracocha, el cual hizo asiento en Tiaguanaco, donde se ven hoy ruinas y
pedazos de edificios antiguos y muy extraños, y que de allí vinieron al
Cuzco, y así tornó a multiplicarse el género humano. Muestran en la misma
laguna una isleta, donde fingen que se escondió y conservó el sol y por eso
antiguamente le hacían allí muchos sacrificios, no sólo de ovejas, sino de
hombres también.
Otros cuentan, que de cierta cueva por una ventana salieron seis, o no sé
cuantos hombres, y que éstos dieron principio a la propagación de los
hombres, y es donde llaman Pacari Tampo por esta causa. Y así tienen por
opinión que los Tambos son el linaje más antiguo de los hombres. De aquí,
dicen, que procedió Mangocapa, al cual reconocen por el fundador y cabeza de
los Ingas, y que de éste procedieron dos familias o linajes, uno de Hanan
Cuzco, otro de Urin Cuzco. Refieren que los reyes Ingas, cuando hacían
guerra y conquistaban diversas provincias, daban por razón con que
justificaban la guerra, que todas las gentes les debían reconocimiento, pues
de su linaje y su patria se había renovado el mundo. Y así a ellos se les
había revelado la verdadera religión y culto del cielo.
Mas ¿de qué sirve añadir más, pues todo va lleno de mentira, y ajeno de
razón? Lo que hombres doctos afirman y escriben es, que todo cuanto hay de
memoria y relación de estos indios llega a cuatrocientos años, y que todo lo
de antes es pura confusión y tinieblas, sin poderse hallar cosa cierta. Y no
es de maravillar, faltándoles libros y escritura, en cuyo lugar aquella su
tan especial cuenta de los quipocamayos es harto y muy mucho, que pueda dar
razón de cuatrocientos años. Haciendo yo diligencia para entender de ellos
de qué tierras y de qué gente pasaron a la tierra en que viven, hallelos tan
lejos de dar razón de esto, que antes tenían por muy llano, que ellos habían
sido criados desde su primera origen en el mismo nuevo orbe donde habitan, a
los cuales desengañamos con nuestra fe, que nos enseña, que todos los
hombres proceden de un primer hombre.112
Hay conjeturas muy claras, que por gran tiempo no tuvieron estos hombres
reyes, ni república concertada, sino que vivían por behetrías, como ahora
los Floridos y los Chiriguanás, y los Brasiles, y otras naciones muchas, que
no tienen ciertos reyes, sino conforme a la ocasión que se ofrece en guerra
o paz, eligen sus caudillos, como se les antoja; mas con el tiempo algunos
hombres que en fuerza y habilidad se aventajaban a los demás, comenzaron a
señorear y mandar, como antiguamente Nembrot,113 y poco a poco creciendo
vinieron a fundar los reinos de Perú y de Méjico, que nuestros españoles
hallaron, que aunque eran bárbaros, pero hacían grandísima ventaja a los
demás indios. Así que la razón dicha persuade, que se haya multiplicado y
procedido el linaje de los indios por la mayor parte de hombres salvajes y
fugitivos. Y esto baste cuanto a lo que del origen de estas gentes se ofrece
tratar, dejando lo demás para cuando se traten sus historias más por
extenso.
Libro segundo
Capítulo I
Qué se ha de tratar de la naturaleza de la equinoccial
Estando la mayor parte del nuevo mundo que se ha descubierto, debajo de la
región de en medio del cielo, que es la que los antiguos llaman tórrida
zona, teniéndola por inhabitable, es necesario para saber las cosas de
Indias, entender la naturaleza y condición de esta región. No me parece a mí
que dijeron mal los que afirmaron, que el conocimiento de las cosas de
Indias dependía principalmente del conocimiento de la equinoccial; porque
cuasi toda la diferencia que tiene un orbe del otro, procede de las
propiedades de la equinoccial.
Y es de notar, que todo el espacio que hay entre los dos trópicos, se ha de
reducir y examinar como por regla propia por la línea de en medio, que es la
equinoccial, llamada así, porque cuando anda el Sol por ella, hace en todo
el universo mundo iguales noches y días y también porque los que habitan
debajo de ella, gozan todo el año de la propia igualdad de noches y días. En
esta línea equinoccial hallamos tantas y tan admirables propiedades, que con
gran razón despiertan y avivan los entendimientos para inquirir sus causas,
guiándonos no tanto por la doctrina de los antiguos filósofos, cuanto por la
verdadera razón y cierta experiencia.
Capítulo II
Qué les movió a los antiguos a tener por cosa sin duda que la tórrida era
inhabitable
Ahora, pues, tomando la cosa de sus principios, nadie puede negar lo que
clarísimamente vemos, que el sol con llegarse calienta, y con apartarse
enfría. Testigos son de esto los días y las noches; testigos el invierno y
el verano, cuya variación, y frío y calor se causa de acercarse, o alejarse
el sol. Lo segundo, y no menos cierto, cuanto se acerca más el sol, y hiere
más derechamente con sus rayos, tanto más quema la tierra. Vése claramente
esto en el fervor del medio día, y en la fuerza del estío.
De aquí se saca e infiere bien (a lo que parece), que en tanto será una
tierra más fría, cuanto se apartare más del movimiento del sol. Así
experimentamos, que las tierras que se allegan más al septentrión y norte,
son tierras más frías; y al contrario, las que se allegan más al zodíaco,
donde anda el sol, son más calientes. Por esta orden excede en ser cálida la
Etiopía a la África y Berbería, y éstas al Andalucía, y Andalucía a Castilla
y Aragón, y éstas a Vizcaya y Francia; y cuanto más septentrionales, tanto
son éstas y las demás provincias menos calientes: y así por el consiguiente
las que se van más llegando al sol, y son heridas más derecho con sus rayos,
sobrepujan en participar más el fervor del sol. Añaden algunos otros razón
para lo mismo, y es el movimiento del cielo, que dentro de los trópicos es
velocísimo, y cerca de los polos tardísimo: de donde concluyen, que la
región que rodea el zodíaco tiene tres causas para abrasarse de calor, una
la vecindad del sol, otra herirla derechos sus rayos, la tercera, participar
el movimiento más apresurado del cielo.
Cuanto al calor y al frío lo que está dicho es lo que el sentido y la razón
parece que de conformidad afirman. Cuanto a las otras dos cualidades, que
son humedad y sequedad, ¿qué diremos? Lo mismo, sin falta, porque la
sequedad parece causarla el acercarse el sol, y la humedad el alejarse el
sol: porque la noche, como es más fría que el día, así también es más
húmeda; el día como más caliente, así también mas seco. El invierno, cuando
el sol está más lejos, es más frío y más lluvioso; el verano, cuando el sol
está más cerca, es más caliente y más seco. Porque el fuego así como va
cociendo o quemando, así va juntamente enjugando y secando.
Considerando, pues, lo que está dicho, Aristóteles y los otros filósofos
atribuyeron a la región media, que llaman tórrida, juntamente exceso de
calor y de sequedad: y así dijeron, que era a maravilla abrasada y seca, y
por el consiguiente del todo falta de aguas y pastos. Y siendo así, forzoso
había de ser muy incómoda y contraria a la habitación humana.
Capítulo III
Que la tórrida zona es humedísima; y que en esto se engañaron mucho los
antiguos
Siendo al parecer todo lo que se ha dicho y propuesto verdadero, y cierto y
claro, con todo eso, lo que de ello se viene a inferir es muy falso; porque
la región media, que llaman tórrida, en realidad de verdad la habitan
hombres, y la hemos habitado mucho tiempo, y en su habitación muy cómoda y
muy apacible. Pues si es así, y es notorio que de verdades no se pueden
seguir falsedades, siendo falsa la conclusión, como lo es, conviene que
tornemos atrás por los mismos pasos, y miremos atentamente los principios,
en donde pudo haber yerro y engaño. Primero diremos cual sea la verdad,
según la experiencia certísima nos la ha mostrado; y después probaremos,
aunque es negocio muy arduo, a dar la propia razón conforme a buena
filosofía.
Era lo postrero que se propuso arriba, que la sequedad tanto es mayor,
cuanto el sol está más cercano a la tierra. Esto parecía cosa llana y
cierta; y no lo es, sino muy falsa, porque nunca hay mayores lluvias, y
copia de aguas en la tórrida zona, que al tiempo que el sol anda encima muy
cercano. Es cierto cosa admirable y dignísima de notar, que en la tórrida
zona aquella parte del año es más serena y sin lluvias, en que el sol anda
más apartado; y al revés, ninguna parte del año es más llena de lluvias, y
nublados y nieves, donde ellas caen, que aquella en que el sol anda más
cercano y vecino. Los que no han estado en el nuevo mundo, por ventura
ternán esto por increíble; y aún a los que han estado, si no han parado
mientes en ello, también quizá les parecerá nuevo: mas los unos y los otros
con facilidad se darán por vencidos, en advirtiendo a la experiencia
certísima de lo dicho.
En este Perú, que mira al polo del sur, o antártico, entonces está el sol
más lejos, cuando está más cerca de Europa, como es en mayo, junio, julio,
agosto, que anda muy cerca al trópico de Cancro. En estos meses dichos es
grande la serenidad de el Perú: no hay lluvias, no caen nieves, todos los
ríos corren muy menguados, y algunos se agotan. Mas después, pasando el año
adelante, y acercándose el sol al círculo de Capricornio, comienzan luego
las aguas, lluvias y nieves, y grandes crecientes de los ríos, es a saber,
desde octubre hasta diciembre. Y cuando volviendo el sol de Capricornio
hiere encima de las cabezas en el Perú, ahí es el furor de los aguaceros y
grandes lluvias, y muchas nieves, y las avenidas bravas de los ríos, que es
al mismo tiempo que reina el mayor calor del año, es a saber, desde enero
hasta mediado marzo. Esto pasa así todos los años en esta provincia del
Perú, sin que haya quien contradiga.
En las regiones que miran al polo ártico pasada la equinoccial, acaece
entonces todo lo contrario, y es por la misma razón, ora tomemos a Panamá y
toda aquella costa, ora la nueva España, ora las islas de Barlovento, Cuba,
Española, Jamaica, San Juan de Puerto Rico, hallaremos sin falta que desde
principio de noviembre hasta abril, gozan del cielo sereno y claro; y es la
causa, que el sol, pasando la equinoccial hacia el trópico de Capricornio,
se aparta entonces de las dichas regiones más que en otro tiempo del año. Y
por el contrario, en las mismas tierras vienen aguaceros bravos, y muchas
lluvias, cuando el sol se torna hacia ellas, y les anda más cerca, que es
desde junio hasta septiembre, porque las hiere más cerca y más derechamente
en esos meses.
Lo mismo está observado en la India oriental, y por la relación de las
cartas de allá parece ser así. Así que es la regla general, aunque en
algunas partes por especial causa padezca excepción, que en la región media
o tórrida zona, que todo es uno, cuando el sol se aleja, es el tiempo sereno
y hay más sequedad: cuando se acerca, es lluvioso y hay más humedad, y
conforme al mucho o poco apartarse el sol, así es tener la tierra más o
menos copia de aguas.
Capítulo IV
Que fuera de los trópicos es al revés que en la tórrida, y así hay más aguas
cuando el sol se aparta más
Fuera de los trópicos acaece todo lo contrario, porque las lluvias con los
fríos andan juntas, y el calor con la sequedad. En toda Europa es esto muy
notorio y en todo el mundo viejo. En todo el mundo nuevo pasa de la misma
suerte; de lo cual es testigo todo el reino de Chile, el cual por estar ya
fuera del círculo de Capricornio, y tener tanta altura como España, pasa por
las mismas leyes de invierno y verano, excepto que el invierno es allá
cuando en España verano; y al revés, por mirar al polo contrario, y así en
aquella provincia vienen las aguas con gran abundancia juntas con el frío,
al tiempo que el sol se aparta más de aquella región, que es desde que
comienza abril hasta todo septiembre. El calor y la sequedad vuelven cuando
el sol se vuelve a acercar allá; finalmente pasa al pie de la letra lo mismo
que en Europa.
De ahí procede, que así en los frutos de la tierra, como en ingenios, es
aquella tierra más allegada a la condición de Europa, que otra de aquestas
Indias. Lo mismo por el mismo orden, según cuentan, acaece en aquel gran
pedazo de tierra, que más adelante de la interior Etiopía se va alargando,
al modo de punta, hasta el cabo de Buena Esperanza. Y así dicen ser esta la
verdadera causa de venir el tiempo de estío las inundaciones del Nilo, de
las cuales tanto los antiguos disputaron. Porque aquella región comienza por
abril, cuando ya el sol pasa del signo de Aries, a tener aguas de invierno,
que lo es ya allí, y estas aguas, que parte proceden de nieves, parte de
lluvias, van hinchendo aquellas grandes lagunas, de las cuales, según la
verdadera y cierta Geografía, procede el Nilo; y así van poco a poco
ensanchando sus corrientes, y al cabo de tiempo, corriendo larguísimo trecho
vienen a inundar a Egipto al tiempo del estío, que parece cosa contra
naturaleza, y es muy conforme a ella. Porque al mismo tiempo es estío en
Egipto, que está al trópico de Cancro, y es fino invierno en las fuentes y
lagunas del Nilo, que están al otro trópico de Capricornio.
Hay en la América otra inundación muy semejante a esta del Nilo, y es en el
Paraguay, o Río de la Plata por otro nombre, el cual cada año, cogiendo
infinidad de aguas, que se vierten de las sierras del Perú, sale tan
desaforadamente de madre, y baña tan poderosamente toda aquella tierra, que
les es forzoso a los que habitan en ella por aquellos, meses pasar su vida
en barcos, o canoas dejando las poblaciones de tierra.
Capítulo V
Que dentro de los trópicos las aguas son en el estío o tiempo de calor; y de
la cuenta del verano e invierno
En resolución, en las dos regiones, o zonas templadas, el verano se
concierta con el calor y la sequedad: el invierno se concierta con el frío y
humedad. Mas dentro de la tórrida zona no se conciertan entre sí de ese modo
las dichas cualidades. Porque al calor siguen las lluvias; al frío (frío
llamo falta de calor excesivo) sigue la serenidad. De aquí procede, que
siendo verdad que en Europa el invierno se entiende por el frío y por las
lluvias, y el verano por la calor y por la serenidad, nuestros españoles en
el Perú y Nueva España, viendo que aquellas dos cualidades no se aparean, ni
andan juntas como en España, llaman invierno al tiempo de muchas aguas, y
llaman verano al tiempo de pocas, o ningunas. En lo cual llanamente se
engañan; porque por esta regla dicen, que el verano es en la sierra del Perú
desde abril hasta septiembre, porque se alzan entonces las aguas; y de
septiembre a abril dicen que es invierno, porque vuelven las aguas; y así
afirman, que en la sierra del Perú es verano, al mismo tiempo que en España,
e invierno, ni más ni menos. Y cuando el sol anda por el cenit de sus
cabezas, entonces creen que es finísimo invierno, porque son las mayores
lluvias.
Pero esto es cosa de risa, como de quien habla sin letras; porque así como
el día se diferencia de la noche por la presencia del sol y por su ausencia
en nuestro hemisferio, según el movimiento del primer móvil, y esa es la
definición del día y de la noche, así ni más ni menos se diferencia el
verano del invierno, por la vecindad del sol, o por su apartamiento, según
el movimiento propio del mismo sol, y esa es su definición. Luego entonces
en realidad de verdad es verano, cuando el sol está en la suma propincuidad;
y entonces invierno cuando está en el sumo apartamiento. Al apartamiento y
allegamiento del sol síguese el calor y el frío, o templanza necesariamente;
mas el llover o no llover, que es humedad y sequedad, no se siguen
necesariamente. Y así se colige contra el vulgar parecer de muchos, que en
el Perú el invierno es sereno y sin lluvias, y el verano es lluvioso; y no
al revés, como el vulgo piensa, que el invierno es caliente, y el verano
frío.
El mismo yerro es poner la diferencia que ponen entre la sierra y los llanos
del Perú: dicen, que cuando en la sierra es verano, en los llanos es
invierno, que es abril, mayo, junio, julio, agosto. Porque entonces la
sierra goza de tiempo muy sereno, y son los soles sin aguaceros, y al mismo
tiempo en los llanos hay niebla, y la que llaman garúa, que es una mollina o
humedad muy mansa, con que se encubre el sol. Mas como está dicho, verano e
invierno por la vecindad, o apartamiento del sol, se, han de determinar; y
siendo así que en todo el Perú, así en sierra, como en llanos, a un mismo
tiempo se acerca y aleja el sol, no hay razón para decir que, cuando es
verano en una parte, es en la otra invierno. Aunque en esto de vocablos no
hay para qué debatir, llámenlo como quisieren, y digan que es verano cuando
no llueve, aunque haga más calor; poco importa. Lo que importa es saber la
verdad que está declarada, que no siempre se alzan las aguas con acercarse
más al sol, antes en la tórrida zona es ordinario lo contrario.
Capítulo VI
Que la tórrida tiene gran abundancia de aguas y pastos, por más que
Aristóteles lo niegue
Según lo que está dicho, bien se puede entender que la tórrida zona tiene
agua, y no es seca, lo cual es verdad en tanto grado, que en muchedumbre y
dura de aguas hace ventaja a las otras regiones del mundo, salvo en algunas
partes que hay arenales, o tierras desiertas y yermas, como también acaece
en las otras partes a el mundo. De las aguas del cielo ya se ha mostrado que
tiene copia de lluvias, de nieves, de escarchas, que especialmente abundan
en la provincia del Perú. De las aguas de tierra, como son ríos, fuentes,
arroyos, pozos, charcos, lagunas, no se ha dicho hasta ahora nada; pero,
siendo ordinario responder las aguas de abajo a las de arriba, bien se deja
también entender que las habrá. Hay, pues, tanta abundancia de aguas
manantiales, que no se hallará que el universo tenga más ríos, ni mayores,
ni más pantanos y lagos.
La mayor parte de la América por esta demasía de aguas no se puede habitar,
porque los ríos con los aguaceros de verano salen bravamente de madre y todo
lo desbaratan, y el lodo de los pantanos y atolladeros por infinitas partes
no consiente pasarse. Por eso los que moran cerca del Paraguay, de que
arriba hicimos mención, en sintiendo la creciente del río, antes que llegue
de avenida, se meten en sus canoas y allí ponen su casa y hogar, y por
espacio cuasi de tres meses nadando guarecen sus personas y hatillo. En
volviendo a su madre el río, también ellos vuelven a sus moradas, que aún no
están del todo enjutas.
Es tal la grandeza de este río, que, si se juntan en uno el Nilo y Ganges, y
Eúfrates no le llegan con mucho. Pues, ¿qué diremos del río grande de la
Magdalena, que entra en la mar entre Santa Marta y Cartagena, y que, con
razón, le llaman el Río Grande? Cuando navegaba por allí me admiró ver que,
diez leguas la mar adentro, hacía clarísima señal de sus corrientes, que sin
duda toman de ancho dos leguas y más, no pudiéndolas vencer allí las olas e
inmensidad del mar océano. Mas hablándose de ríos, con razón pone silencio a
todos los demás aquel gran río, que unos llaman de las Amazonas, otros
Marañón, otros el río de Orellana, al cual hallaron y navegaron los nuestros
españoles; y cierto estoy en duda si le llame río o mar. Corre este río
desde las sierras del Perú, de las cuales coge inmensidad de aguas, de
lluvias y de ríos, que va recogiendo en sí, y pasando los grandes campos y
llanadas del Paytiti, y del Dorado, y de las Amazonas, sale, en fin, al
océano y entra en él cuasi frontero de las islas Margarita y Trinidad. Pero
van tan extendidas sus riberas, especial en el postrer tercio, que hace en
medio muchas y grandes islas, y lo que parece increíble, yendo por medio del
río no miran los que miran sino cielo y río; aun cerros muy altos cercanos a
sus riberas, dicen que se les encubre con la grandeza del río.
La anchura y grandeza tan maravillosa de este río, que justamente se puede
llamar emperador de los ríos, supímosla de buen original, que fue un hermano
de nuestra compañía que, siendo mozo, le anduvo y navegó todo, hallándose a
todos los sucesos de aquella extraña entrada que hizo Pedro de Orsúa, y a
los motines y hechos tan peligrosos del perverso Diego de Aguirre, de todos
los cuales trabajos y peligros le libró el Señor, para hacerle de nuestra
Compañía. Tales, pues, son los ríos que tienen la que llaman tórrida, seca y
quemada región, a la cual Aristóteles y todos los antiguos tuvieron por
pobre y falta de aguas y pastos.
Y porque he hecho mención del río Marañón, en razón de mostrar la abundancia
de aguas que hay en la tórrida, paréceme tocar algo de la gran laguna que
llaman Titicaca, la cual cae en la provincia del Collao, en medio de ella.
Entran en este lago más de diez ríos y muy caudales; tiene un solo
desaguadero, y ése no muy grande, aunque, a lo que dicen, es hondísimo; en
el cual no es posible hacer puente, por la hondura y anchura del agua; ni se
pasa en barcas, por la furia de la corriente, según dicen. Pásase con
notable artificio, propio de indios, por una puente de paja echada sobre la
misma agua, que, por ser materia tan liviana, no se hunde y es pasaje muy
seguro y muy fácil. Boja la dicha laguna cuasi ochenta leguas; el largo será
cuasi de treinta y cinco; el ancho mayor será de quince leguas; tiene islas,
que antiguamente se habitaron y labraron, ahora están desiertas. Cría gran
copia de un género de junco que llaman los indios totora, de la cual se
sirven para mil cosas, porque es comida para puercos y para caballos y para
los mismos hombres, y de ella hacen casa y fuego y barco y cuanto es
menester: tanto hallan los Uros en su totora.
Son estos uros tan brutales, que ellos mismos no se tienen por hombres.
Cuéntase de ellos que, preguntados qué gente eran, respondieron que ellos no
eran hombres, sino uros, como si fuera otro género de animales. Halláronse
pueblos enteros de uros, que moraban en la laguna en sus balsas de totora
trabadas entre sí y atadas a algún peñasco, y acaecíales levarse de allí y
mudarse todo un pueblo a otro sitio; y así, buscando hoy adonde estaban
ayer, no hallarse rastro de ellos, ni de su pueblo.
De esta laguna, habiendo corrido el Desguadero como cincuenta leguas, se
hace otra laguna menor, que llaman de Paria, y tiene ésta también sus
isletas, y no se le sabe desaguadero. Piensan muchos que corre por debajo de
tierra y que va a dar en el mar del sur, y traen, por consecuencia, un brazo
de río que se ve entrar en la mar de muy cerca, sin saber su origen. Yo
antes creo que las aguas de esta laguna se resuelven en la misma con el sol.
Baste esta digresión para que conste cuán sin razón condenaron los antiguos
a la región media por falta de aguas, siendo verdad que, así del cielo como
del suelo, tiene copiosísimas aguas.
Capítulo VII
Trátase la razón por qué el sol fuera de los trópicos, cuando más dista,
levanta aguas, y dentro de ellos al revés, cuando está más cerca
Pensando muchas veces con atención de qué causa proceda ser la equinoccial
tan húmeda, como he dicho; deshaciendo el engaño de los antiguos, no se me
ha ofrecido otra sino es que la gran fuerza que el sol tiene en ella atrae y
levanta grandísima copia de vapores do todo el océano, que está allí tan
extendido, y juntamente con levantar mucha copia de vapores, con grandísima
presteza los deshace y vuelve en lluvias. Que provengan las lluvias y
aguaceros del bravísimo ardor, pruébase por muchas y manifiestas
experiencias. La primera es la que ya he dicho que el llover en ella es al
tiempo que los rayos hieren más derechos, y por eso más recios; y cuando el
sol ya se aparta y se va templando el calor, no caen lluvias ni aguaceros.
Según esto, bien se infiere que la fuerza poderosa del sol es la que allí
causa las lluvias.
Ítem, se ha observado, y es así en el Perú y en la Nueva España, que por
toda la región tórrida los aguaceros y lluvias vienen de ordinario después
de mediodía, cuando ya los rayos del sol han tomado toda su fuerza; por las
mañanas, por maravilla llueve, por lo cual los caminantes tienen aviso de
salir temprano y procurar para mediodía tener hecha su jornada, porque lo
tienen por tiempo seguro de mojarse: esto saben bien los que han caminado en
aquestas tierras. También dicen algunos pláticos que el mayor golpe de
lluvias es cuando la luna está más llena. Aunque, por decir verdad, yo no he
podido hacer juicio bastante de esto, aunque lo he experimentado algunas
veces. Así que el año, el día y el mes todo da a entender la verdad dicha,
que el exceso de calor en la tórrida causa las lluvias. La misma experiencia
enseña lo propio en cosas artificiales, como las alquitaras y alambiques que
sacan agua de hierbas o flores, porque la vehemencia del fuego encerrado
levanta arriba copia de vapores, y luego, apretándolos, por no hallar
salida, los vuelve en agua y licor. La misma filosofía pasa en la plata y
oro, que se saca por azogue, porque si es el fuego poco y flojo, no se saca
cuasi nada del azogue; si es fuerte, evapora mucho el azogue, y topando
arriba con que llaman sombrero, luego se torna en licor y gotea abajo. Así
que la fuerza grande del calor, cuando halla materia aparejada, hace ambos
efectos, uno de levantar vapores arriba, otro de derretirlos luego y
volverlos en licor cuando hay estorbo para consumirlos y gastarlos.
Y aunque parezcan cosas contrarias que el mismo sol cause las lluvias en la
tórrida, por estar muy cercano, y el mismo sol las cause fuera de ella, por
estar apartado, y aunque parece repugnante lo uno a lo otro, pero bien
mirado no lo es en realidad de verdad. Mil efectos naturales proceden de
causas contrarias por el modo diverso. Ponemos a secar la ropa mojada al
fuego, que calienta, y también al aire, que enfría. Los adobes se secan y
cuajan con el sol y con: el hielo. El sueño se provoca con ejercicio
moderado; si es demasiado, y si es muy poco o ninguno, quita el sueño. El
fuego, si no le echan leña, se apaga; si le echan demasiada leña, también se
apaga; si es proporcionada, susténtase y crece. Para ver, ni ha de estar la
cosa muy cerca de los ojos, ni muy lejos; en buena distancia se ve, en
demasiada se pierde y muy cercana tampoco se ve. Si los rayos del sol son
muy flacos, no levantan nieblas de los ríos; si son muy recios, tan presto
como levantan vapores, los deshacen, y así el moderado calor los levanta y
los conserva. Por eso comúnmente ni se levantan nieblas de noche, ni al
mediodía, sino a la mañana, cuando va entrando más el sol. A este tono hay
otros mil ejemplos de cosas naturales, que se ven proceder muchas veces de
causas contrarias. Por donde no debemos maravillarnos que el sol con su
mucha vecindad levante lluvias, y con su mucho apartamiento también las
mueva, y que siendo su presencia moderada, ni muy lejos, ni muy cerca, no
las consienta.
Pero queda todavía gana de inquirir por qué razón dentro de la tórrida causa
lluvias la mucha vecindad del sol, y fuera de la tórrida las causa su mucho
apartamiento. A cuanto yo alcanzo, la razón es porque fuera de los trópicos
en el invierno no tiene tanta fuerza el calor del sol, que baste a consumir
los vapores que se levantan de la tierra y mar, y así éstos vapores se
juntan en la región fría del aire en gran copia, y con el mismo frío se
aprietan y espesan. y con esto, como exprimidos o apretados, se vuelven en
agua. Porque aquel tiempo de invierno el sol está lejos y los días son
cortos y las noches largas, lo cual todo hace para que el calor tenga poca
fuerza. Mas cuando se va llegando el sol a los que están fuera de los
trópicos, que es en tiempo de verano, es ya la fuerza del sol tal, que
juntamente levanta vapores y consume y gasta y resuelve los mismos vapores
que levanta.
Para la fuerza del calor ayuda ser el sol más cercano y los días mas largos.
Mas dentro de los trópicos, en la región tórrida, el apartamiento del sol es
igual a la mayor presencia de esotras regiones fuera de ellos, y así, por la
misma razón, no llueve cuando el sol está más remoto en la tórrida, como no
llueve cuando está más cercano a las regiones de fuera de ella, porque está
en igual distancia, y así causa el mismo efecto de serenidad. Mas cuando en
la tórrida llega el sol a la suma fuerza y hiere derecho las cabezas, no hay
serenidad ni sequedad, como parecía que había de haber, sino grandes y
repentinas lluvias. Porque con la fuerza excesiva de su calor atrae y
levanta cuasi súbito grandísima copia de vapores de la tierra y mar océano;
y siendo tanta la copia de vapores, no los disipando, ni derramando el
viento, con facilidad se derriten y causan lluvias mal sazonadas. Porque la
vehemencia excesiva del calor puede levantar de presto tantos vapores, y no
puede tan de presto consumirlos y resolverlos; y así levantados y
amontonados con su muchedumbre, se derriten y vuelven en agua.
Lo cual todo se entiende muy bien con un ejemplo manual. Cuando se pone a
asar un pedazo de puerco, o de carnero, o de ternera, si es mucho el fuego y
está muy cerca vemos que se derrite la grosura y corre y gotea en el suelo,
y es la causa que la gran fuerza del fuego atrae y levanta aquel humor y
vahos de la carne; y porque es mucha copia no puede resolverla, y así
destila y cae; mas cuando el fuego es moderado y lo que se asa está en
proporcionada distancia, vemos que se asa la carne y no corre ni destila,
porque el calor va con moderación sacando la humedad y, con la misma, la va
consumiendo y resolviendo. Por eso los que usan arte de cocina mandan que el
fuego sea moderado y lo que se asa no esté muy lejos, ni demasiado cerca,
porque no se derrita.
Otro ejemplo es en las candelas de cera o de sebo, que si es mucho el pábilo
derrite el sebo o la cera, porque no puede gastar lo que levanta de humor.
Mas si es la llama proporcionada, no se derrite ni cae la cera, porque la
llama va gastando lo que va levantando. Esta, pues (a mi parecer), es la
causa, porque en la equinoccial y tórrida la mucha fuerza del calor cause
las lluvias que en otras regiones suele causar la flaqueza del calor.
Capítulo VIII
En qué manera se haya de entender lo que se dice de la tórrida zona
Siendo así que en las causas naturales y físicas no se ha de pedir regla
infalible y matemática, sino que lo ordinario y muy común eso es lo que hace
regla, conviene entender que en ese propio estilo se ha de tomar lo que
vamos diciendo, que en la tórrida hay más humedad que en esotras regiones, y
que en ella llueve cuando el sol anda más cercano. Pues esto es así según lo
más común y ordinario, y no por eso negamos las excepciones que la
naturaleza quiso dar a la regla dicha, haciendo algunas partes de la tórrida
sumamente secas, como de la Etiopía refieren y de gran parte del Perú lo
hemos visto, donde toda la costa y tierra que llaman llanos carece de
lluvias y aun de aguas de pie, excepto algunos valles que gozan de las aguas
que traen los ríos que bajan de las sierras. Todo lo demás son arenales y
tierra estéril, donde apenas se hallarán fuentes y pozos; si algunos hay,
son hondísimos.
Qué sea la causa que en estos llanos nunca llueve (que es cosa que muchos
preguntan) decirse ha en su lugar queriendo Dios, sólo se pretende ahora
mostrar que de las reglas naturales hay diversas excepciones. Y así, por
ventura en alguna parte de la tórrida acaecerá que no llueva estando el sol
más cercano, sino más distante, aunque hasta ahora yo no lo he visto ni
sabido, mas si la hay, habráse de atribuir a especial cualidad de la tierra,
siendo cosa perpetua; mas si unas veces es así y otras de otra manera, hase
de entender que en las cosas naturales suceden diversos impedimentos con que
unas y otras se embarazan. Pongamos ejemplo: Podrá ser que el sol cause
lluvias y el viento las estorbe, o que las haga mas copiosas de lo que
suelen. Tienen los vientos sus propiedades y diversos principios con que
obran diferentes efectos, y muchas veces contrarios a lo que la razón y
curso de tiempo piden. Y pues en todas partes suceden grandes variedades al
año por la diversidad de aspectos de los planetas y diferencias de posturas,
no será mucho que también acaezca algo de eso en la tórrida diferente de lo
que hemos platicado de ella. Mas, en efecto, lo que hemos concluido es
verdad cierta y experimentada que en la región de en medio, que llamamos
tórrida, no hay la sequedad que pensaron los viejos, sino mucha humedad, y
que las lluvias en ella son cuando el sol anda más cerca.
Capítulo IX
Que la tórrida no es en exceso caliente, sino moderadamente caliente
Hasta aquí se ha dicho de la humedad de la tórrida zona, ahora es bien decir
de las otras dos cualidades, que son calor y frío. Al principio de este
tratado dijimos cómo los antiguos entendieron que la tórrida era seca y
caliente, y lo uno y lo otro en mucho exceso; pero la verdad es que no es
así, sino que es húmeda y cálida, y su calor, por la mayor parte, no es
excesivo, sino templado, cosa que se tuviera por increíble si no la
hubiéramos asaz experimentado.
Diré lo que me pasó a mí cuando fui a las Indias; como había leído lo que
los filósofos y poetas encarecen de la tórrida zona, estaba persuadido que,
cuando llegase a la equinoccial, no había de poder sufrir el calor terrible;
fué tan al revés, que al mismo tiempo que le pasé sentí tal frío, que
algunas veces me salía al sol, por abrigarme, y era en tiempo que andaba el
sol sobre las cabezas derechamente, que es en el signo de Aries, por marzo.
Aquí yo confieso que me reí e hice donaire de los meteoros de Aristóteles y
de su filosofía, viendo que en el lugar y en el tiempo que, conforme a sus
reglas, había de arder todo y ser un fuego, yo y todos mis compañeros
teníamos frío. Porque, en efecto, es así, que no hay en el mundo región más
templada, ni más apacible, que debajo de la equinoccial.
Pero hay en ella gran diversidad, y no es en todas partes de un tenor; en
partes es la tórrida zona muy templada, como en Quito y los llanos del Perú;
en partes muy fría, como en Potosí, y en partes es muy caliente, como en
Etiopía y en el Brasil y en los Malucos. Y siendo esta diversidad cierta y
notoria, forzoso hemos de inquirir otra causa de frío y calor sin los rayos
del sol, pues acaece en un mismo tiempo del año, lugares que tienen la misma
altura y distancia de polos y equinoccial, sentir tanta diversidad, que unos
se abrasan de calor y otros no se pueden valer de frío, otros se hallan
templados con un moderado calor, Platón114 ponía su tan celebrada isla
Atlántida en parte de la tórrida, pues dice que en cierto tiempo del año
tenía al sol encima de sí; con todo eso, dice de ella que era templada,
abundante y rica. Plinio115 pone a la Taprobana o Sumatra, que ahora llaman,
debajo de la equinoccial, como, en efecto, lo está, la cual no sólo dice que
es rica y próspera, sino también muy poblada de gente y de animales.
De lo cual se puede entender que, aunque los antiguos tuvieron por
intolerable el calor de la tórrida, pero pudieron advertir que no era tan
inhabitable, como la hacían. El excelentísimo astrólogo y cosmógrafo
Ptolomeo y el insigne filósofo y médico Avicena atinaron harto mejor, pues
ambos sintieron que debajo de la equinoccial había muy apacible habitación.
Capítulo X
Que el calor de la tórrida se templa con la muchedumbre de lluvias y con la
brevedad de los días
Ser así verdad, como éstos dijeron, después que se halló el nuevo mundo
quedó averiguado y sin duda. Mas es muy natural, cuando por experiencia se
averigua alguna cosa que era fuera de nuestra opinión, querer luego inquirir
y saber la causa de tal secreto. Así, deseamos entender por qué la región
que tiene al sol más cercano y sobre sí, no sólo es más templada, pero en
muchas partes es fría. Mirándolo ahora en común, dos causas son generales
para hacer templada aquesta región.
La una es la que está arriba declarada, de ser región más húmeda y sujeta a
lluvias, y no hay duda, sino que la lluvia refresca. Porque el elemento del
agua es de su naturaleza frío, y aunque el agua por la fuerza del fuego se
calienta, pero no deja de templar el ardor, que se causará de los rayos del
sol puro. Pruébase bien esto por lo que refieren de la Arabia interior, que
está abrasadísima del sol porque no tiene lluvias que templen la furia del
sol. Las nubes hacen estorbo a los rayos del sol, para que no hieran tanto,
y las lluvias que de ellas proceden también refrescan el aire y la tierra, y
la humedecen; por más caliente que parezca el agua que llueve, en fin, se
bebe y apaga la sed y el ardor, como lo han probado los nuestros, habiendo
penuria de agua para beber. De suerte que, así la razón como la experiencia,
nos muestran que la lluvia de suyo mitiga el calor; y pues hemos ya asentado
que la tórrida es muy lluviosa, queda probado que en ella misma hay causa
para templarse su calor.
A esto añadiré otra causa, que el entenderla bien importa no sólo para la
cuestión presente, sino para otras muchas; y por decirlo en pocas palabras,
la equinoccial, con tener soles más encendidos, tiénelos, empero, más
cortos, y, así, siendo el espacio del calor del día más breve y menor, no
enciende ni abrasa tanto; mas conviene que esto se declare y entienda más.
Enseñan los maestros de esfera, y con mucha verdad, que cuanto es más
oblicua y atravesada la subida del zodíaco en nuestro hemisferio, tanto los
días y noches son más desiguales; y al contrario, donde es la esfera recta y
los signos suben derechos, allí los tiempos de noche y día son iguales entre
sí. Es también cosa llana que toda región que está entre los dos trópicos
tiene menos desigualdad de días y noches, que fuera de ellos, y cuanto más
se acerca a la línea, tanto es menor la dicha desigualdad.
Esto por vista de ojos lo hemos probado en estas partes. Los de Quito,
porque caen debajo de la línea, en todo el año no tienen día mayor ni menor,
ni noche tampoco, todo es parejo. Los de Lima, porque distan de la línea
cuasi doce grados, echan de ver alguna diferencia de noches y días, pero muy
poca, porque en diciembre y enero crecerá el día como una hora aun no
entera. Los de Potosí mucho más tienen de diferencia en invierno y verano,
porque están cuasi debajo del trópico. Los que están ya del todo fuera de
los trópicos notan más la brevedad de los días de invierno y prolijidad de
los de verano, y tanto más cuanto más se desvían de la línea y se llegan al
polo; y así, Germania y Angla tienen en verano más largos días que Italia y
España. Siendo esto así, como la esfera lo enseña y la experiencia clara lo
muestra, hase de juntar otra proposición también verdadera que, para todos
los efectos naturales, es de gran consideración: la perseverancia en obrar
de su causa eficiente.
Esto supuesto, sí me preguntan por qué la equinoccial no tiene tan recios
calores como otras regiones por estío, exempli gratia, Andalucía, por julio
y agosto, finalmente responderé que la razón es porque los días de verano
son más largos en Andalucía, y las noches más cortas; y el día, como es
caliente, enciende; la noche es húmeda y fría, y refresca. Y por eso el Perú
no siente tanto calor, porque los días de verano no son tan largos, ni las
noches tan cortas y el calor del día se templa mucho con el frescor de la
noche. Donde los días son de quince o dieciséis horas, con razón hará más
calor que donde son de doce o trece horas y quedan otras tantas de la noche
para refrigerar. Y así, aunque la tórrida excede en la vecindad del sol,
excédenla esotras regiones en la prolijidad del sol. Y es, según razón, que
caliente más un fuego, aunque sea algo menor, si persevera mucho, que no
otro mayor, si dura menos; mayormente interpolándose con frescor. Puestas,
pues, en una balanza estas dos propiedades de la tórrida, de ser más
lluviosa al tiempo del mayor calor, y de tener los días más cortos, quizá
parecerá que igualan a otras dos contrarias, que son tener el sol más
cercano y más derecho, a lo menos que no les reconocerán mucha ventaja.
Capítulo XI
Que fuera de las dichas hay otras causas de ser la tórrida templada, y
especialmente la vecindad del mar océano
Mas siendo universales y comunes las dos propiedades que he dicho, a toda la
región tórrida, y con todo eso habiendo partes en ella que son muy calidas y
otras también muy frías, y, finalmente, no siendo uno el temple de la
tórrida y equinoccial sino que un mismo clima aquí es cálido, allí frío,
acullá templado, y esto en un mismo tiempo, por fuerza hemos de buscar otras
causas de donde proceda esta tan gran diversidad que se halla en la tórrida.
Pensando, pues, en esto con cuidado, hallo tres causas ciertas y claras, y
otra cuarta oculta. Causas claras y ciertas digo: la primera, el océano; la
segunda, la postura y sitio de la tierra; la tercera, la propiedad y
naturaleza de diversos vientos. Fuera de estas tres, que las tengo por
manifiestas, sospecho que hay otra cuarta oculta, que es propiedad de la
misma tierra que se habita y particular eficacia e influencia de su cielo.
Que no basten las causas generales que arriba se han tratado, será muy
notorio a quien considerare lo que pasa en diversos cabos de la equinoccial.
Manomotapa, y gran parte del reino del Preste Juan, están en la línea o muy
cerca, y pasan terribles calores, y la gente que allí nace es toda negra, y
no sólo allí, que es tierra firme, desnuda de mar, sino también en islas
cercadas de mar acaece lo propio. La isla de Santo Tomé está en la línea,
las islas de Cabo Verde están cerca, y tienen calores furiosos y toda la
gente también es negra. Debajo de la misma línea, o muy cerca, cae parte del
Perú y parte del nuevo reino de Granada, y son tierras muy templadas y que
cuasi declinan más a frío que a calor, y la gente que crían es blanca. La
tierra del Brasil está en la misma distancia de la línea que el Perú, y el
Brasil y toda aquella costa es en extremo tierra cálida, con estar sobre la
mar del norte. Estotra costa del Perú, que cae a la mar del sur, es muy
templada.
Digo, pues, que quien mirare estas diferencias y quisiere dar razón de
ellas, no podrá contentarse con las generales que se han traído para
declarar cómo puede ser la tórrida tierra templada. Entre las causas
especiales puse la primera la mar, porque, sin duda, su vecindad ayuda a
templar y refrigerar el calor; porque, aunque es salobre su agua, en fin es
agua, y el agua de suyo fría, y esto es sin duda. Con esto se junta que la
profundidad inmensa del mar océano no da lugar a que el agua se caliente con
el fervor del sol, de la manera que se calientan las aguas de ríos.
Finalmente, como el salitre, con ser de naturaleza de sal, sirve para
enfriar el agua, así también vemos por experiencia que el agua de la mar
refresca, y así, en algunos puertos, como en el del Callao, hemos visto
poner a enfriar el agua o vino para beber en frascos o cántaros metidos en
la mar.
De todo lo cual se infiere que el océano tiene, sin duda, propiedad de
templar y refrescar del calor demasiado; por eso se siente más calor en
tierra que en mar coeteris paribus. Y comúnmente las tierras que gozan
marina son más frescas que las apartadas de ella, coeteris paribus, como
está dicho. Así que, siendo la mayor parte del nuevo orbe muy cercana al mar
océano, aunque esté debajo de la tórrida, con razón diremos que de la mar
recibe gran beneficio para templar su calor.
Capítulo XII
Que las tierras más altas son más frías, y qué sea la razón de esto
Pero discurriendo más, hallaremos que en la tierra, aunque esté en igual
distancia de la mar y en unos mismos grados, con todo eso no es igual el
calor, sino en una mucho, y en otra poco. Qué sea la causa de esto, no hay
duda sino que el estar más honda o estar más levantada hace que sea la una
caliente y la otra fría. Cosa clara es que las cumbres de los montes son más
frías que las honduras de los valles, y esto no es sólo por haber mayor
repercusión de los rayos del sol en los lugares bajos y cóncavos, aunque
esto es mucha causa, sino que hay otra también, y es que la región del aire
que dista más de la tierra y está más alta, de cierto es más fría.
Hacen prueba suficiente de esto las llanadas del Collao, en el Perú, y las
de Popayán y las de Nueva España, que, sin duda, toda aquella es tierra
alta, y por eso fría, aunque está cercada de cerros y muy expuesta a los
rayos del sol. Pues si preguntamos ahora por qué los llanos de la costa en
el Perú y en Nueva España es tierra caliente, y los llanos de las sierras
del mismo Perú y Nueva España es tierra fría, por cierto que no veo que otra
razón pueda darse, sino porque los unos llanos son de tierra baja y otros de
tierra alta. El ser la región media del aire más fría que la inferior
persuádelo la experiencia, porque cuanto los montes se acercan más a ella,
tanto más participan de nieve y hielo y frío perpetuo. Persuádelo también la
razón porque, si hay esfera de fuego, como Aristóteles y los más filósofos
ponen por antiperístasis, ha de ser más fría la región media del aire,
huyendo a ella el frío, como en los pozos hondos vemos en tiempo de verano.
Por eso los filósofos afirman que las dos regiones extremas del aire,
suprema e ínfima, son más cálidas, y la media más fría.
Y si esto es así verdad, como realmente lo muestra la experiencia, tenemos
otra ayuda muy principal para hacer templada la tórrida, y es ser por la
mayor parte tierra muy alta la de las Indias y llena de muchas cumbres de
montes, que con su vecindad refrescan las comarcas do caen. Vense en las
cumbres que digo perpetua nieve y escarcha, y las aguas hechas un hielo y
aun heladas a veces del todo; y es de suerte el frío que allí hace, que
quema la hierba. Y los hombres y caballos, cuando caminan por allí, se
entorpecen de puro frío. Esto, como ya he dicho, acaece en medio de la
tórrida, y acaece más ordinariamente cuando el sol anda por su zenit. Así
que, ser los lugares de sierra más fríos que los de los valles y llanos, es
cosa muy notoria, y la causa también lo es harto, que es participar los
montes y lugares altos más de la región media del aire, que es frígidísima.
Y la causa de ser más fría la región media del aire también está dicha, que
es lanzar y echar de sí todo el frío la región del aire, que está vecina a
la ígnea exhalación, que, según Aristóteles, está sobre la esfera del aire.
Y así, todo el frío se recoge a la región media del aire por la fuerza del
antiperístasis, que llaman los filósofos.
Tras esto, si me preguntare alguno si el aire es cálido y húmedo, como
siente Aristóteles,116 y comúnmente dicen, ¿de dónde procede aquel frío que
se recoge a la media región del aire? Pues de la esfera del fuego no puede
proceder, y si procede del agua y tierra, conforme a razón, más fría había
de ser la región ínfima, que no la de en medio. Cierto que si he de
responder verdad, confesaré que esta objeción y argumento me hace tanta
dificultad, que cuasi estoy por seguir la opinión de los que reprueban las
cualidades sémolas y disímbolas que pone Aristóteles en los elementos y
dicen que son imaginación. Y así, afirman que el aire es de su naturaleza
frío, y para esto, cierto, traen muchas y grandes pruebas. Y dejando otras
partes, una es muy notoria, que en medio de caniculares solemos con un
ventalle hacernos aire, y hallamos que nos refresca; de suerte, que afirman
estos autores que el calor no es propiedad de elemento alguno, sino de sólo
el fuego, el cual está esparcido y metido en todas las cosas, según que el
magno Dionisio enseña.117
Pero ahora sea así, ahora de otra manera (porque no me determino a
contradecir a Aristóteles, si no es en cosa muy cierta), al fin todos
convienen en que la región media del aire es mucho más fría que la inferior,
cercana a la tierra, como también la experiencia lo muestra; pues allí se
hacen las nieves y el granizo y la escarcha y los demás indicios de extremo
frío. Pues, habiendo de una parte mar, de otra sierras altísimas, por
bastantes causas se deben éstas tener para refrescar y templar el calor de
la media región que llaman tórrida.
Capítulo XIII
Que la principal causa de ser la tórrida templada son los vientos frescos
Mas la templanza de esta región, principalmente y sobre todo, se debe a la
propiedad del viento que en ella corre, que es muy fresco y apacible. Fué
providencia del gran Dios, criador de todo, que en la región donde el sol se
pasea siempre y con su fuego parece lo había de asolar todo, allí los
vientos más ciertos y ordinarios fuesen a maravillar frescos, para que con
su frescor se templase el ardor del sol. No parece que iban muy fuera de
camino los que dijeron que el paraíso terrestre estaba debajo de la
equinoccial, si no les engañara su razón, que para ser aquella región muy
templada, les parecía bastar el ser allí los días y las noches iguales, a
cuya opinión otros contradijeron, y el famoso poeta118 entre ellos,
diciendo:
Y aquella parte
está siempre de un sol bravo encendida,
sin que fuego jamás de ella se aparte.
Y no es la frialdad de la noche tanta, que baste por sí sola a moderar y
corregir tan bravos ardores del sol. Así que por beneficio del aire fresco y
apacible recibe la tórrida tal templanza, que, siendo para los antiguos más
que horno de fuego, sea para los que ahora la habitan más que primavera
deleitosa. Y que este negocio consista principalmente en la cualidad del
viento pruébase con indicios y razones claras. Vemos en un mismo clima unas
tierras y pueblos más calientes que otros solo por participar menos del
viento que refresca. Y así otras tierras donde no corre viento, o es muy
terrestre, y abrasado como un bochorno, son tanto fatigadas del calor, que
estar en ellas estar en horno encendido.
Tales pueblos y tierras hay no pocas en el Brasil, en Etiopía, en el
Paraguay, como todos saben, y, lo que es más de advertir, no sólo en las
tierras, sino en los mismos mares, se ven estas diferencias clarísimamente.
Hay mares que sienten mucho calor, como cuentan del de Mozambique y del de
Ormuz, allá en lo oriental; y en lo occidental el mar de Panamá, que por eso
cría caimanes, y el mar del Brasil. Hay otros mares, y aun en los mismos
grados de altura, muy frescos, como es el del Perú, en el cual tuvimos frío,
como arriba conté, cuando le navegamos la vez primera, y esto siendo en
marzo, cuando el sol anda por cima. Aquí cierto donde el cielo y el agua son
de una misma suerte, no se puede pensar otra cosa de tan gran diferencia,
sino la propiedad del viento, que o refresca o enciende.
Y si se advierte bien, en esta consideración del viento que se ha tocado
podrás satisfacer por ella muchas dudas, que con razón ponen muchos, que
parecen cosas extrañas y maravillosas. Es, a saber, ¿por qué hiriendo el sol
en la tórrida, y particularmente en el Perú, muy más recio que por
caniculares en España; con todo eso, se defienden de él con mucho menor
reparo, tanto, que con la cubierta de una estera, o de un techo de paja, se
hallan más reparados del calor, que en España con techo de madera, y aun de
bóveda? Ítem, ¿por qué en el Perú las noches de verano no son calientes ni
congojosas, como en España? Ítem, ¿por qué en las más altas cumbres de la
sierra, aun entre montones de nieve, acaece muchas veces hacer calores
insolubles? ¿Por qué en toda la provincia del Collar, estando a la sombra,
por flaca que sea, hace frío, y en saliendo de ella al sol, luego se siente
excesivo calor? Ítem, ¿por qué siendo toda la costa del Perú llena de
arenales muertos, con todo eso es tan templada? Ítem, ¿por qué distando
Potosí de la ciudad de la Plata sólo dieciocho leguas, y teniendo los mismos
grados, hay tan notable diferencia, que Potosí es frigidísima, estéril y
seca; la Plata, al contrario, es templada y declina a caliente y es muy
apacible y muy fértil tierra?
En efecto, todas estas diferencias y extrañezas el viento es el que
principalmente las causa, porque, en cesando el beneficio del viento fresco,
es tan grande el ardor del sol, que, aunque sea en medio de nieves, abrasa;
en volviendo el frescor del aire, luego se aplaca todo el calor, por grande
que sea. Y donde es ordinario y como morador este viento fresco, no
consiente que los humos terrenos y gruesos, que exhala la tierra, se junten
y causen calor y congoja, lo cual en Europa es al revés, que por estos humos
de la tierra, que queda como quemada del sol del día, son las noches tan
calientes, pesadas o congojosas, y así parece que sale el aire muchas veces
como de una boca de un horno.
Por la misma razón, en el Perú el frescor del viento hace que, en faltando
de los rayos del sol, con cualquier sombra se sienta fresco. Otrosí, en
Europa el tiempo más apacible y suave en el estío es por la mañanica. Por la
tarde es el más recio y pesado. Mas en el Perú y en toda la equinoccial es
al contrario, que, por cesar el viento de la mar por las mañanas y
levantarse ya que el sol comienza a encumbrar, por eso el mayor calor se
siente por las mañanas, hasta que viene la virazón, que llaman, o marea o
viento de mar, que todo es uno, que comienza a sentirse fresco. De esto
tuvimos experiencia larga el tiempo que estuvimos en las islas, que dicen de
Barlovento, donde nos acaecía sudar muy bien por las mañanas y al tiempo de
mediodía sentir buen fresco, por soplar entonces la brisa de ordinario, que
es viento apacible y fresco.
Capítulo XIV
Que en la región de la equinoccial se vive vida muy apacible
Si guiaran su opinión por aquí los que dicen que el paraíso terrenal está
debajo de la equinoccial,119 aún parece que llevaran algún camino. No porque
me determine yo a que está allí el paraíso de deleites que dice la
Escritura, pues sería temeridad afirmar eso por cosa cierta. Mas daguilla
porque, si algún paraíso se puede decir en la tierra, es donde se goza un
temple tan suave y apacible. Porque para la vida humana no hay cosa de igual
pesadumbre y pena, como tener un cielo y aire contrario y pesado y enfermo;
ni hay cosa más gustosa y apacible que gozar del cielo y aire suave, sano y
alegre.
Está claro que de los elementos ninguno participamos más a menudo, ni más en
lo interior del cuerpo, que el aire. Este rodea nuestros cuerpos, éste nos
entra en las mismas entrañas y cada momento visita el corazón, y así le
imprime sus propiedades. Si es aire corrupto, en tantico mata; si es
saludable, repara las fuerzas; finalmente, sólo el aire podemos decir que es
toda la vida de los hombres. Así que, aunque haya más riqueza y bienes, si
el cielo es desabrido y malsano, por fuerza se ha de vivir vida penosa y
disgustada. Mas si el aire y cielo es saludable y alegre y apacible, aunque
no haya otra riqueza da contento y placer. Mirando la gran templanza y
agradable temple de muchas tierras de Indias, donde ni se sabe qué es
invierno que apriete con fríos, ni estío que congoje con calores; donde con
una esfera se reparan de cualquier injurias del tiempo; donde apenas hay que
mudar vestido en todo el año, digo cierto que, considerando esto, me ha
parecido muchas veces, y me lo parece hoy día, que si acabasen los hombres
consigo de desenlazarse de los lazos que la codicia les arma, y si se
desengañasen de pretensiones inútiles y pesadas, sin duda podrían vivir en
Indias vida muy descansada y agradable. Porque lo que los otros poetas
cantan de los campos Elíseos y de la famosa Teme, y lo que Platón, o cuenta
o finge de aquella su isla Atlántida, cierto lo hallarían los hombres en
tales tierras si con generoso corazón quisiesen antes ser señores, que no
esclavos de su dinero y codicia.
De las cualidades de la equinoccial y del calor y frío, sequedad y lluvias y
de las causas de su templanza, bastará lo que hasta aquí se ha disputado. El
tratar más en particular de las diversidades de vientos y aguas y tierras;
ítem, de los metales, plantas y animales que de ahí proceden, de que en
Indias hay grandes y maravillosas pruebas, quedará para otros libros. A
éste, aunque, breve, la dificultad de lo que se ha tratado le hará por
ventura parecer prolijo.
ADVERTENCIA AL LECTOR
Adviértese al lector que los dos libros precedentes se escribieron en latín,
estando yo en el Perú; y así hablan de las cosas de Indias, como de cosas
presentes. Después, habiendo venido a España, me pareció traducirlos en
vulgar, y no quise mudar el modo de hablar que tenían. Pero en los cinco
libros siguientes, porque los hice en Europa, fué forzoso mudar el modo de
hablar: y así trato en ellos las cosas de Indias, como de tierras y cosas
ausentes. Porque esta variedad de hablar pudiera con razón ofender al
lector, me pareció advertirle de nuevo aquí.
Libro tercero
Capítulo I
Que la historia natural de cosas de las Indias es apacible y deleitosa
Toda historia natural es de suyo agradable, y a quien tiene consideración
algo más levantada es también provechosa para alabar al autor de toda la
naturaleza, como vemos que lo hacen los varones sabios y santos, mayormente
David,120 en diversos salmos, donde celebra la excelencia de estas obras de
Dios. Y Job,121 tratando de los secretos del Hacedor; y el mismo Señor,
largamente respondiendo a Job.
Quien holgare de entender verdaderos hechos de esta naturaleza, que tan
varia y abundante es, tendrá el gusto que da la historia, y tanto mejor
historia cuanto los hechos no son por trazas de hombres, sino del Criador:
Quien pasare adelante y llegare a entender las causas naturales de los
efectos, tendrá el ejercicio de buena filosofía: Quien subiere más en su
pensamiento y, mirando al sumo y primer Artífice de todas estas maravillas,
gozare de su saber y grandeza, diremos que trata excelente teología. Así que
para muchos buenos motivos puede servir la relación de cosas naturales,
aunque la bajeza de muchos gustos suele más ordinario parar en lo menos
útil, que es un deseo de saber cosas nuevas, que propiamente llamamos
curiosidad.
La relación de cosas naturales de Indias, fuera de ese común apetito, tiene
otro, por ser cosas remotas, y que muchas de ellas, o las más, no atinaron
con ellas los más aventajados maestros de esta facultad entre los antiguos.
Si de estas cosas naturales de Indias se hubiese de escribir copiosamente, y
con la especulación que cosas tan notables requieren, no dudo yo que se
podría hacer obra que llegase a las de Plinio y Teofrasto y Aristóteles. Mas
ni yo hallo en mí ese caudal, ni, aunque le tuviera, fuera conforme a mi
intento, que no pretendo más de ir apuntando algunas cosas naturales, que
estando en Indias vi y consideré, o las oí de personas muy fidedignas, y me
parece no están en Europa tan comúnmente sabidas. Y así en muchas de ellas
pasaré sucintamente, o por estar ya escritas por otros, o por pedir más
especulación de la que yo les he podido dar.
Capítulo II
De los vientos y sus diferencias y propiedades y causas en general
Habiéndose, pues, en los dos libros pasados tratado lo que toca al cielo y
habitación de Indias en general, síguese decir de los tres elementos, aire,
agua y tierra, y los compuestos de éstos, que son metales y plantas y
animales. Porque del fuego no veo cosa especial en Indias, que no sea así en
todas partes; si no le pareciese a alguno que el modo de sacar fuego que
algunos indios usan, fregando unos palos con otros, y el de cocer en
calabazas, echando en ellas piedras ardiendo y otros usos semejantes, eran
de consideración, de lo cual anda escrito lo que hay que decir. Mas de los
fuegos que hay en volcanes de Indias, que tienen digna consideración, diráse
cómodamente, cuando se trate la diversidad de tierras donde esos fuegos y
volcanes se hallan.
Así que, comenzando por los vientos, lo primero que digo es que, con razón,
Salomón,122 entre las otras cosas de gran ciencia que Dios le había dado,
cuenta y estima el saber la fuerza de los vientos y sus propiedades, que son
cierto maravillosas. Porque unos son lluviosos, otros secos, unos enfermos y
otros sanos, unos calientes y otros fríos, serenos y tormentosos, estériles
y fructuosos, con otras mil diferencias. Hay vientos que en ciertas regiones
corren y son como señores de ellas, sin sufrir competencia de sus
contrarios. En otras partes andan a veces, ya vencen éstos, ya sus
contrarios; a veces corren diversos, y aun contrarios juntos, y parten el
camino entre sí, y acaece ir el uno por lo alto y el otro por lo bajo.
Algunas veces se encuentran reciamente entre sí, que para los que andan en
mar es fuerte peligro. Hay vientos que sirven para generación de animales,
otros que las destruyen. Corriendo cierto viento se ve en alguna costa
llover pulgas, no por manera de encarecer, sino que, en efecto, cubren el
aire y cuajan la playa de la mar; en otras partes llueven sapillos.
Estas y otras diferencias, que se prueban tan ciertas, atribuyen comúnmente
a los lugares por donde pasan estos vientos; porque dicen que de ellos toman
sus cualidades de secos, o fríos, o húmedos, o cálidos, o enfermos, o sanos,
y así las demás. Lo cual en parte es verdad y no se puede negar, porque en
pocas lenguas se ven de un mismo viento notables diversidades. En España,
pongo ejemplo, el solano o levante es comúnmente cálido y congojoso; en
Murcia es el más sano y fresco que corre, porque viene por aquellas huertas
y vega tan fresca y grande, donde se baña. Pocas leguas de ahí, en
Cartagena, es el mismo viento pesado y malsano. El ábrego, que llaman los
del mar océano sur, y los del Mediterráneo mezoyomo, comúnmente es lluvioso
y molesto; en el mismo pueblo que digo, es sano y sereno. Plinio dice123 que
en África llueve con viento del norte, y el viento de mediodía es sereno.
Y lo que en estos vientos he dicho, por ejemplo, en tan poca distancia verá,
quien lo mirare con algún cuidado, que se verifica muchas veces, que en poco
espacio de tierra o mar un mismo viento tiene propiedades muy diferentes, y
a veces harto contrarias. De lo cual se arguye bien que el lugar por donde
pasa le da su cualidad y propiedad; pero de tal modo es esto verdad, que no
se puede de ninguna suerte decir que ésta sea toda la causa, ni aun la más
principal de las diversidades y propiedades de los vientos. Porque en una
misma región, que toma (pongo por caso) cincuenta leguas en redondo,
claramente se percibe que el viento de una parte es cálido y húmedo y de la
otra frío y seco, sin que en los lugares por do pasan haya tal diferencia,
sino que de suyo se traen consigo esas cualidades los vientos, y así se les
dan sus nombres generales, como propios, verbigracia, al septentrión, o
cierzo, o norte, que todo es uno, ser frío y seco y deshacer nublados; a su
contrario, el ábrego o leveche o sur, todo lo contrario, ser húmedo y cálido
y levantar nublados.
Así que, siendo esto general y común, otra causa mas universal se ha de
buscar para dar razones de estos efectos, y no hasta decir que el lugar por
do pasan los vientos les da las propiedades que tienen, pues pasando por
unos mismos lugares hacen efectos muy conocidamente contrarios. Así que es
fuerza confesar que la región del cielo de donde soplan les da esas virtudes
y cualidades. Y así el cierzo, porque sopla del norte, que es la región más
apartada del sol, es de suyo frío. El ábrego, que sopla del mediodía, es de
suyo caliente, y porque el calor atrae vapores es juntamente húmedo y
lluvioso, y al revés el cierzo seco y sutil, por no dejar cuajar los
vapores, y a este modo se puede discurrir en otros vientos, atribuyendo las
propiedades que tienen a las regiones del aire de donde soplan.
Mas hincando la consideración en esto un poco más, no acaba de satisfacer
del todo esta razón, porque preguntaré yo, ¿qué hace la región del aire, de
donde viene el viento, si allí no se halla su cualidad? Quiero decir, en
Germania el ábrego es cálido y lluvioso, y en África el cierzo frío y seco;
cierto es que, de cualquier región de Germania donde se engendre el ábrego,
ha de ser más fría que cualquiera de África, donde se engendra el cierzo.
Pues, ¿por qué razón ha de ser mas frío en África el cierzo que el ábrego en
Germania, siendo verdad que procede de región más cálida?
Dirán que viene del norte, que es frío. No satisface, ni es verdad, porque,
según eso, cuando corre en África el cierzo, había de correr en toda la
región hasta el norte. Y no es así, pues en un mismo tiempo corren nortes en
tierra de menos grados, y son fríos; y corren vendavales en tierra de más
grados, y son cálidos; y esto es cierto y evidente y cotidiano. Donde, a mi
juicio claramente se infiere, que ni basta decir que los lugares por do
pasan los vientos les dan sus cualidades, ni tampoco satisface decir, que
por soplar de diversas regiones del aire tienen esas diferencias, aunque,
como he dicho, lo uno y lo otro es verdad; pero es menester más que eso.
Cual sea la propia, y original causa de estas diferencias tan extrañas de
vientos, yo no atino a otra, sino que el eficiente, y quien produce el
viento, ese le da la primera y más original propiedad. Porque la materia de
que se hacen los vientos, que según Aristóteles y razón, son exhalaciones de
los elementos inferiores, aunque con su diversidad de ser más gruesa, o más
sutil, más seco o más húmeda, puede causar, y en efecto causa gran parte de
esta diversidad; pero tampoco basta, por la misma razón que está tocada; es
a saber: que en una misma región donde los vapores y exhalaciones son de un
mismo género, se levantan vientos de operaciones contrarias. Y así parece se
ha de reducir el negocio al eficiente superior y celeste, que ha de ser el
sol, y movimiento e influencia de los cielos que de diversas partes mueven e
influyen variamente.
Y porque estos principios de mover e influirnos son a los hombres tan
ocultos, y ellos en sí tan poderosos y eficaces, con gran espíritu de
sabiduría dijo el santo profeta David,124 entre otras grandezas del Señor; y
lo mismo replicó el profeta Jeremías;125 Qui profert ventos de thesauris
suis. El que saca los vientos de sus tesoros. Cierto, tesoros son ocultos y
ricos estos principios, que en su eficiencia tiene el autor de todo, conque
cuando quiere, con suma facilidad saca para castigo, o para regalo de los
hombres, y envía el viento que quiere. Y no como el otro Eolo, que
neciamente fingieron los poetas tener en su cueva encerrados los vientos
como a fieras en jaula.
El principio y origen de estos vientos no le vemos, ni aun sabemos qué tanto
durarán, ni dónde procedieron, ni hasta dónde llegarán. Mas vemos y sabemos
de cierto los diferentes efectos que hacen, como nos advirtió la suma Verdad
y autor de todo, diciendo:126 Spiritus ubi vult spirat: et vocem ejus audis:
et nescis unde venit aut quo vadat. El espíritu o viento sopla donde le
parece, y bien que sientes su soplo, mas no sabes de dónde procedió, ni a
dónde ha de llegar. Para que entendamos, que entendiendo tan poco en cosa
que tan presente y tan cotidiana nos es, no hemos de presumir de comprender
lo que tan alto y tan oculto es como las causas y motivos del Espíritu
Santo.
Bástanos conocer sus operaciones y efectos, que en su grandeza y pureza se
nos descubren bastantemente. Y también bastará haber filosofado esto poco de
los vientos en general, y de las causas de sus diferencias, y propiedades, y
operaciones, que en suma las hemos reducido a tres, es a saber: a los
lugares por do pasan, a las regiones de donde soplan y a la virtud celeste
movedora y causadora del viento.
Capítulo III
De algunas propiedades de vientos que corren en el nuevo orbe
Cuestión es muy disputada por Aristóteles127 si el viento austro, que
llamamos ábrego, o leveche, o sur (que por ahora todo es uno) sopla desde el
otro polo antártico, o solamente de la equinoccial y mediodía, que en efecto
es preguntar si aquella cualidad que tiene de ser lluvioso y caliente le
permanece pasada la equinoccial Y cierto es bien para dudar, porque aunque
se pasa la equinoccial, no deja de ser viento austro o sur, pues viene de un
mismo lado del mundo, como el viento norte, que corre del lado contrario, no
deja de ser norte, aunque se pase la tórrida y la línea. Y así parece que
ambos vientos, han de conservar sus primeras propiedades, el uno de ser
caliente y húmedo, y el otro de ser frío y seco: el austro de causar
nublados y lluvias; y el bóreas, o norte de derramallas y serenar el cielo.
Mas Aristóteles a la contraria opinión se llega más, porque por eso es el
norte en Europa frío, porque viene del polo, que es región sumamente fría; y
el ábrego al revés es caliente, porque viene del mediodía, que es la región
que el sol más calienta. Pues la misma razón obliga a que los que habitan de
la otra parte de la línea les sea el austro frío, y el cierzo, o norte
caliente, porque allí el austro viene del polo, y el norte viene del
mediodía. Y aun parece que ha de ser el austro, o sur más frío allá, que es
acá el cierzo o norte. Porque se tiene por región más fría la del polo del
sur que la del polo del norte, a causa de gastar el sol siete días del año
más hacia el trópico del Cancro que hacia el de Capricornio, como claramente
se ve por los equinoccios y solsticios que hace en ambos círculos Con que
parece quiso la naturaleza declarar la ventaja y nobleza, que esta media
parte del mundo, que está al norte, tiene sobre la otra media, que está al
sur.
Siendo así, parece concluyente razón para entender que se truecan estas
cualidades de los vientos en pasando la línea. Mas en efecto no pasa así,
cuanto yo he podido comprehender con la experiencia de algunos años que
anduve en aquella parte del mundo, que cae pasada la línea al sur. Bien es
verdad que el viento norte no es allá tan generalmente frío y sereno como
acá. En algunas partes del Perú experimentan que el norte les es enfermo y
pesado, como en Lima y en los llanos. Y por toda aquella costa, que corre
más de quinientas leguas, tienen al sur por saludable y fresco, y lo que más
es, serenísimo; pues con él jamás llueve, todo al contrario de lo que pasa
en Europa, y de esta parte de la línea; pero esto de la costa del Perú no
hace regla, antes es excepción, y una maravilla de naturaleza, que es nunca
llover en aquella costa, y siempre correr un viento, sin dar lugar a su
contrario; de lo cual se dirá después lo que pareciere.
Agora quedamos con esto, que el norte no tiene de la otra parte de la línea
las propiedades que el austro tiene de ésta, aunque ambos soplan de el
mediodía a regiones opuestas. Porque no es general allá que el norte sea
cálido, ni lluvioso, como lo es acá el austro, antes llueve allá también con
el austro, como se ve en toda la sierra del Perú, y en Chile, y en la tierra
de Congo, que está pasada la línea, y muy dentro en la mar. Y en Potosí el
viento que llaman tomahaui, que si no me acuerdo mal, es nuestro cierzo, es
extremadamente seco y frío, y desabrido como por acá. Verdad es que no es
por allá tan cierto el disipar las nubes el norte, o cierzo, como acá,
antes, si no me engaño, muchas veces llueve con él.
No hay duda sino que de los lugares por do pasan, y de las próximas regiones
de donde nacen, se les pega a los vientos tan grande diversidad y efectos
contrarios, como cada día se experimentan en mil partes. Pero hablando en
general, para la cualidad de los vientos, más se mira en los lados y partes
del mundo, de donde proceden, que no en ser de ésta, o de la otra parte de
la línea, como a mi parecer acertadamente lo sintió el filósofo. Estos
vientos capitales, que son oriente y poniente, ni acá ni allá tiene tan
notorias y universales cualidades como los dos dichos. Pero comúnmente por
acá el solano o levante es pesado y mal sano, el poniente, o céfiro es más
apacible y sano. En Indias, y en toda la tórrida, el viento de oriente, que
llaman brisa, es, al contrario de acá, muy sano y apacible. Del de poniente
no sabré decir cosa cierta ni general, mayormente no corriendo en la tórrida
ese viento, sino rarísimas veces. Porque en todo lo que se navega entre los
trópicos es ordinario y regular viento el de la brisa. Lo cual por ser una
de las maravillosas obras de naturaleza es bien se entienda de raíz como
pasa.
Capítulo IV
Que en la tórrida zona corren siempre brisas, y fuera de ella vendavales y
brisas
No es el camino de mar como el de tierra, que por donde se va por allí se
vuelve. El mismo camino es, dijo el filósofo, de Atenas a Tebas, y de Tebas
a Atenas. En la mar no es así, por un camino se va, y por otro diferente se
vuelve. Los primeros descubridores de Indias occidentales, y aun de la
oriental, pasaron gran trabajo y dificultad en hallar la derrota cierta para
ir, y no menos para volver,128 hasta que la experiencia, que es la maestra
de estos secretos, les enseñó que no era el navegar por el océano, como el
ir por el Mediterráneo a Italia, donde se van reconociendo a ida y vuelta
unos mismos puertos y cabos, y sólo se espera el favor del aire, que con el
tiempo se muda. Y aun cuando esto falta, se valen del remo; y así van y
vienen galeras costeando.
En el mar Océano en ciertos parajes no hay esperar otro viento: ya se sabe
que el que corre ha de correr más o menos: en fin, el que es bueno para ir
no es para volver. Porque en pasando del trópico, y entrando en la tórrida
señorean la mar siempre los vientos que vienen del nacimiento del sol, que
perpetuamente soplan, sin que jamás den lugar a que los vientos contrarios
por allí prevalezcan, ni aun se sientan. En donde hay dos cosas
maravillosas: una, que en aquella región, que es la mayor de las cinco, en
que dividen el mundo, reinen vientos de oriente, que llaman brisas, sin que
los de poniente, o de mediodía, que llaman vendavales, tengan lugar de
correr en ningún tiempo de todo el año. Otra maravilla es que jamás faltan
por allí brisas, y en tanto más ciertas son cuanto el paraje es más
propincuo a la línea, que parece habían de ser allí ordinarias las calmas,
por ser la parte del mundo más sujeta al ardor del sol; y es al contrario;
que apenas se hallan calmas, y la brisa es mucho más fresca y durable. En
todo lo que se ha navegado de Indias se ha averiguado ser así.
Esta, pues, es la causa de ser mucho más breve, y más fácil, y aun más
segura la navegación que se hace yendo de España a las Indias occidentales
que la de ellas volviendo a España. Salen de Sevilla las flotas, y hasta
llegar a las Canarias sienten la mayor dificultad, por ser aquel golfo de
las Yeguas vario y contrastado de varios vientos. Pasadas las Canarias, van
bajando hasta entrar en la tórrida, y hallan luego la brisa, y navegan a
popa, que apenas hay necesidad de tocar a las velas en todo el viaje. Por
eso llamaron a aquel gran golfo el golfo de las Damas, por su quietud y
apacibilidad. Así llegan hasta las islas Dominica, Guadalupe, Deseada,
Marigalante, y las otras que están en aquel paraje, que son como arrabales
de las tierras de Indias. Allí las flotas se dividen; y las que van a Nueva
España echan a mano derecha en demanda de la Española, y reconociendo el
cabo de San Antón, dan consigo en San Juan de Ulúa, sirviéndoles siempre la
misma brisa. Las de Tierra Firme toman la izquierda, y van a reconocer la
altísima sierra Tayrona, y tocan en Cartagena, y pasan a Nombre de Dios, de
donde por tierra se va a Panamá, y de allí por la mar del sur al Perú.
Cuando vuelven las flotas a España hacen su viaje en esta forma: la de el
Perú va a reconocer el cabo de San Antón, y en la isla de Cuba se entra en
La Habana, que es un muy hermoso puerto de aquella isla. La flota de Nueva
España viene también desde la Veracruz, o isla de San Juan de Ulúa a La
Habana, aunque con trabajo, porque son ordinarias allí las brisas, que son
vientos contrarios. En La Habana, juntas las flotas, van la vuelta de España
buscando altura fuera de los trópicos, donde ya se hallan vendavales, y con
ellos vienen a reconocer las islas de Azores, o Terceras, y de allí a
Sevilla. De suerte que la ida es en poca altura, y siempre menos de veinte
grados, que es ya dentro de los trópicos; y la vuelta es fuera de ellos, por
lo menos en veintiocho o treinta grados.
Y es la razón, la que se ha dicho, que dentro de los trópicos reinan siempre
vientos de oriente, y son buenos para ir de España a Indias occidentales,
porque es ir de oriente a poniente. Fuera de los trópicos, que son en veinte
y tres grados, hállanse vendavales, y tanto más ciertos, cuanto se sube a
más altura; y son buenos para volver de Indias, porque son vientos de
mediodía y poniente, y sirven para volver a oriente y norte.
El mismo discurso pasa en las navegaciones que se hacen por el mar del sur,
navegando de la Nueva España, o el Perú a las Filipinas, o a la China, y
volviendo de las Filipinas o China a la Nueva España. Porque a la ida, como
es navegar de oriente a poniente, es fácil; y cerca de la línea se halla
siempre viento a popa, que es brisa. El año de ochenta y cuatro salió del
Callao de Lima un navío para las Filipinas, y navegó dos mil y setecientas
leguas sin ver tierra: la primera que reconoció fué la isla de Luzón, a
donde iba, y allí tomo puerto, habiendo hecho su viaje en dos meses, sin
faltarles jamás viento, ni tener tormenta, y fué su derrota cuasi por debajo
de la línea, porque de Lima, que está a doce grados al sur, vinieron a
Manila, que está cuasi otros tantos al norte. La misma felicidad tuvo en la
ida al descubrimiento de las islas que llaman de Salomón, Álvaro de Mendaña,
cuando las descubrió, porque siempre tuvieron viento a popa, hasta topar las
dichas islas, que deben de distar del Perú, de donde salieron, como mil
leguas, y están en la propia altura al sur.
La vuelta es como de Indias a España, porque para hallar vendavales los que
vuelven de las Filipinas, o China a Méjico, suben a mucha altura, hasta
ponerse en el paraje de los Japones, y vienen a reconocer las Californias, y
por la costa de la Nueva España tornan al puerto de Acapulco, de donde
habían salido. De suerte, que en esta navegación está también verificado que
de oriente a poniente se navega bien dentro de los trópicos, por reinar
vientos orientales: y volviendo de poniente a oriente, se han de buscar los
vendavales, o ponientes fuera de los trópicos en altura de veinte y siete
grados arriba.
La misma experiencia hacen los portugueses en la navegación a la India,
aunque es al revés, porque el ir de Portugal allá es trabajoso, y el volver
es más fácil. Porque navegan a la ida de poniente a oriente, y así procuran
subirse hasta hallar los vientos generales, que ellos dicen que son también
de veinte y siete grados arriba. A la vuelta reconocen a las Terceras; pero
esles más fácil, porque vienen de oriente, y sírvenles las brisas, o
nordestes. Finalmente, ya es regla, y observación cierta de marineros, que
dentro de los trópicos reinan los vientos de levante; y así es fácil navegar
al poniente. Fuera de los trópicos unos tiempos hay brisas, otros, y lo más
ordinario, hay vendavales; y por eso quien navega de poniente a oriente
procura salirse de la tórrida, y ponerse en altura de veinte y siete grados
arriba. Con la cual regla se han ya los hombres atrevido a emprender
navegaciones extrañas para partes remotísimas, y jamás vistas,
Capítulo V
De las diferencias de brisas y vendavales con los demás vientos
Siendo lo que está dicho cosa tan probada y tan universal, no puede dejar de
poner gana de inquirir la causa de este secreto, ¿por qué en la tórrida se
navega siempre de oriente a poniente con tanta facilidad, y no al
contrario?, que es lo mismo que preguntar ¿por qué reinan allí las brisas y
no los vendavales? Pues en buena filosofía lo que es perpetuo, y universal,
y de per se, que llaman los filósofos, ha de tener causa propia, y de per
se. Mas antes de dar en esta cuestión, notable a nuestro parecer, será
necesario declarar qué entendemos por brisas y qué por vendavales, y servirá
para ésta, y para otras muchas cosas en materia de vientos y navegaciones.
Los que usan el arte de navegar cuentan treinta y dos diferencias de
vientos, porque para llevar su proa al puerto que quieren, tienen necesidad
de hacer su cuenta muy puntual, y lo más distinta y menuda que pueden; pues
por poco que se eche a un lado, o a otro, hacen gran diferencia al cabo de
su camino; y no cuentan más de treinta y dos porque estas divisiones bastan,
y no se podría tener cuenta con más que éstas. Pero en rigor, como ponen
treinta y dos, podrían poner sesenta y cuatro, y ciento veintiocho, y
doscientos y cincuenta y seis; y finalmente, ir multiplicando estas partidas
en infinito. Porque siendo como centro el lugar donde se halla el navío, y
todo el hemisferio su circunferencia, ¿quién quita que no puedan salir de
ese centro al círculo líneas innumerables?, y tantas partidas se contarán, y
otras tantas divisiones de vientos; pues de todas las partes del hemisferio
viene el viento, y el partille en tantas o tantas es, a nuestra
consideración, que puede poner las que quisiere.
Mas el buen sentido de los hombres, y conformándose con él también la divina
Escritura, señala cuatro vientos, que son los principales de todos, y como
cuatro esquinas del universo, que se fabrican haciendo una cruz con dos
líneas, que la una vaya de polo a polo, y la otra de un equinoccio al otro.
Estos son el norte, o aquilón, y su contrario el austro, o viento que
vulgarmente llamamos mediodía; y a la otra parte el oriente donde sale el
sol, y el poniente donde se pone. Bien que la sagrada Escritura129 nombra
otras diferencias de vientos en algunas partes, como el euroaquilo, que
llaman los del mar océano nordeste, y los del Mediterráneo, gregal, de uno
hace mención en la navegación de San Pablo. Pero las cuatro diferencias
solemnes que todo el mundo sabe, esas celebran las divinas letras, que son,
como está dicho, septentrión, y mediodía, y oriente y poniente.
Mas porque en el nacimiento del sol, de donde se nombra el oriente, se
hallan tres diferencias que son las dos declinaciones mayores que hace, y el
medio de ellas, según lo cual nace en diversos puestos en invierno y en
verano, y en el medio; por eso con razón se cuentan otros dos vientos, que
son oriente estival, y oriente hiemal; y por el consiguiente otros dos
ponientes contrarios a éstos, estival y hiemal. Y así resultan ocho vientos
en ocho puntos notables del cielo, que son los dos polos, y los dos
equinoccios, y los dos solsticios con los opuestos en el mismo círculo. De
esta suerte resultan ocho diferencias de vientos, que son notables, las
cuales en diversas carreras de mar y tierra tienen diversos vocablos.
Los que navegan el océano suelen nombrarlos así: al que viene del polo
nuestro, llaman norte, como al mismo polo: al que se sigue, y sale del
oriente estival, nordeste: al que sale del oriente propio y equinoccial,
llaman leste: al del oriente hiemal, sueste: al del mediodía, o polo
antártico, sur: al que sale del ocaso hiemal, sudueste: al del ocaso propio
y equinoccial, oeste: al del ocaso estival, norueste. Los demás vientos
fabrican entre estos, y participan de los nombres de aquellos a que se
allegan, como nornorueste, nornordeste, lesnordeste, lessueste, susueste,
sudueste, ossudueste, osnurueste, que cierto en el mismo modo de nombrarse,
muestran arte, y dan noticia de los lugares de donde proceden los dichos
vientos.
En el mar Mediterráneo, aunque siguen la misma arte de contar, nombran
diferentemente estos vientos. Al norte llaman tramontana: a su opuesto el
sur llaman mezoyomo, o mediodía: al este llaman levante: al oeste poniente;
y a los que entre estos cuatro se atraviesan, al sueste dicen jiroque, o
jaloque, a su opuesto, que es norueste, llaman maestral: al nordeste llamar
greco, o gregal, y a su contrario el sudueste llaman leveche, que es lívico,
o africano en latín.
En latín los cuatro cabos son: septentrio, auster, subsolanus, favonius; y
los entrepuestos son: aquilo, vulturnus, africus y corus. Según Plinio,130
vulturnus y corus son el mismo viento que es sueste, o jaloque: favonius el
mismo que oeste, o poniente: aquilo y boreas el mismo que nornordeste, o
gregal tramontana: africus y lybis el mismo que sudueste, o leveche: auster,
y notus el mismo que sur, o mediodía: corus, y zefyrus el mismo que
norueste, o maestral. Al propio que es nordeste, o gregal, no le da otro
nombre sino phenicias: otros los declaran de otra manera; y no es de nuestro
intento averiguar al presente los nombres latinos y griegos de los vientos.
Ahora digamos, cuales de estos vientos llaman brisas, y cuales vendavales,
nuestros marineros del mar océano de Indias. Es así que mucho tiempo anduve
confuso con estos nombres viéndoles usar de estos vocablos muy
diferentemente hasta que percibí bien, que más son nombres generales, que no
especiales de vientos ni partidas. Los que les sirven para ir a Indias, y
dan cuasi a popa, llaman brisas, que, en efecto, comprehenden todos los
vientos orientales, y sus allegados, y cuartas. Los que les sirven para
volver de Indias llaman vendavales, que son desde el sur hasta el poniente
estival. De manera, que hacen como dos cuadrillas de vientos, de cada parte
la suya, cuyos caporales son: de una parte, nordeste, o gregal: de otra
parte, sudeste, o leveche.
Mas es bien saber, que de los ocho vientos, o diferencias que contamos, los
cinco son de provecho para navegar, y los otros tres no; quiero decir, que
cuando navega en la mar una nao, puede caminar, y hacer el viaje que
pretende, de cualquiera de cinco partes que corra el viento, aunque no le
será igualmente provechoso; mas corriendo de una de tres, no podrá navegar a
donde pretende. Como si va al sur con norte, y con nordeste, y con norueste
navegará, y también con leste, y con oeste, porque los de los lados
igualmente sirven para ir, y para venir. Mas corriendo sur, que es
derechamente contrario, no puede navegar al sur, ni podrá con los otros dos
laterales suyos, que son sueste y sudueste.
Esto es cosa muy trillada a los que andan por mar, y no había necesidad de
ponerlo aquí, sino sólo para significar, que los vientos laterales del
propio y verdadero oriente, esos soplan comúnmente en la tórrida, y los
llaman brisas; y los vientos de mediodía hacia poniente, que sirven para
navegar de occidente a oriente, no se hallan comúnmente en la tórrida, y así
los suben a buscar fuera de los trópicos, y esos nombran los marineros de
Indias comúnmente vendavales.
Capítulo VI
Qué sea la causa de hallarse siempre viento de oriente en la tórrida para
navegar
Digamos ahora cerca de la cuestión propuesta, cuál sea la causa de navegarse
bien en la tórrida de oriente a poniente, y no al contrario. Para lo cual se
han de presuponer dos fundamentos verdaderos: el uno es, que el movimiento
del primer móvil, que llaman rapto o diurno, no sólo lleva tras sí, y mueve
a los orbes celestes a él inferiores, como cada día lo vemos en el sol,
luna, y estrellas, sino que también los elementos participan aquel
movimiento, en cuanto no son impedidos.
La tierra no se mueve así por su graveza tan grande, con que es inepta para
ser movida circularmente, como también porque dista mucho del primer móvil.
El elemento del agua tampoco tiene este movimiento diurno, porque con la
tierra está abrazado, y hace una esfera, y la tierra no le consiente moverse
circularmente. Esotros dos elementos fuego, y aire son más sutiles, y más
cercanos a los orbes celestes, y así participan su movimiento, siendo
llevados circularmente como los mismos cuerpos celestes. Del fuego no hay
duda, si hay esfera suya, como Aristóteles, y los demás la ponen.
El aire es el que hace a nuestro caso: y que éste se mueva con el movimiento
diurno de oriente a poniente, es certísimo, por las apariencias de los
cometas, que clarísimamente se ven mover de oriente a occidente, naciendo y
subiendo, y encumbrando y bajando; y finalmente, dando vuelta a nuestro
hemisferio, de la misma manera que las estrellas que vemos mover en el
firmamento. Y estando los cometas en la región, y esfera del aire, donde se
engendran y aparecen, y se deshacen, imposible sería moverse circularmente,
como se mueven, si el movimiento del aire donde están, no se moviese con ese
propio movimiento. Porque siendo, como es, materia inflamada, estaría bien
queda, y no andaría al derredor, si la esfera do está, estuviese queda. Si
no es que finjamos que algún ángel, o inteligencia anda con el cometa
trayéndole al derredor.
El año de mil y quinientos y setenta y siete se vio aquel maravilloso
cometa, que levantaba una figura como de plumaje desde el horizonte cuasi
hasta la mitad del cielo, y duró desde primero de noviembre hasta ocho de
diciembre. Digo desde primero de noviembre, porque aunque en España se notó,
vió a los nueve de noviembre, según refieren historias de aquel tiempo; pero
en el Perú, donde yo estaba a la sazón, bien me acuerdo, que le vimos, y
notamos ocho días antes por todos ellos. La causa de esta diversidad dirán
otros; lo que yo ahora digo es, que en estos cuarenta días que duró,
advertimos todos, así los que estaban en Europa, como los que estábamos
entonces en Indias, que se movía cada día con el movimiento universal de
oriente a poniente, como la luna y las otras estrellas. De donde consta, que
siendo su región la esfera del aire, el mismo elemento se movía así.
Advertimos también, que además de ese movimiento universal tenía otro
particular, con que se movía con los planetas de occidente a oriente, porque
cada noche estaba más oriental, como lo hace la luna, el sol, y la estrella
de Venus.
Advertimos otrosí, que con otro tercero movimiento particularísimo se movía
en el zodíaco hacia el norte; porque a cabo de algunas noches estaba más
conjunto a signos septentrionales. Y por ventura fué esta la causa de verse
primero este gran cometa de los que estaban más australes, como son los del
Perú. Y después, como con el movimiento tercero, que he dicho, se llegaba
más a los septentrionales, le comenzaron a ver más tarde los de Europa; pero
todos pudieron notar las diferencias de movimientos que he dicho. De modo,
que se pudo echar bien de ver que llegaba la impresión de diversos cuerpos
celestes a la esfera del aire. Así que es negocio sin duda el moverse el
aire con el movimiento circular del cielo, de oriente a poniente, que es el
presupuesto, o fundamento.
El segundo no es menos cierto y notorio, es a saber, que este movimiento del
aire, por las partes que caen debajo de la equinoccial, y son propincuas a
ella, es velocísimo, y tanto más, cuanto más se acerca a la equinoccial,
como por el consiguiente tanto es mas remiso y tardío este movimiento,
cuanto más se aleja de la línea, y se acerca a los polos. La razón de esto
es manifiesta, porque siendo la causa eficiente de este movimiento el
movimiento del cuerpo celeste, forzoso ha de ser más presuroso, donde el
cuerpo celeste se mueve más velozmente. Y que en el cielo la tórrida tenga
más veloz movimiento, y en ella la línea más que otra parte alguna del
cielo, querer mostrarlo sería hacer a los hombres faltos de vista: pues en
una rueda es evidente, que la circunferencia mayor se mueve más velozmente
que la menor, acabando su vuelta grande en el mismo espacio de tiempo que la
menor acaba la suya chica.
De estos dos presupuestos se sigue la razón, porque los que navegan golfos
grandes, navegando de oriente a poniente, hallan siempre viento a popa yendo
en poca altura, y cuanto más cercanos a la equinoccial, tanto más cierto y
durable es el viento; y al contrario navegando de poniente a oriente,
siempre hallan viento por proa, y contrario. Porque el movimiento velocísimo
de la equinoccial lleva tras sí al elemento del aire, como a los demás orbes
superiores, y así el aire sigue siempre el movimiento del día yendo de
oriente a poniente, sin jamas variar, y el movimiento del aire veloz y
eficaz lleva también tras sí los vahos y exhalaciones que se levantan de la
mar; y esto causa ser en aquellas partes y región continuo el viento de
brisa, que corre de levante.
Decía el P. Alonso Sánchez, que es un religioso de nuestra Compañía, que
anduvo en la India occidental, y en la oriental, como hombre tan plático, y
tan ingenioso, que el navegar con tan continuo y durable tiempo debajo de la
línea o cerca de ella, que le parecía a él, que el mismo aire movido del
cielo era el que llevaba los navíos, y que no era aquello viento
propiamente, ni exhalación, sino el propio elemento del aire movido del
curso diurno del cielo. Traía en confirmación de esto, que en el golfo de
las Damas, y en esotros grandes golfos que se navegan en la tórrida, es el
tiempo uniforme, y las velas van con igualdad extraña, sin ímpetu ninguno, y
sin que sea menester mudarlas cuasi en todo el camino. Y si no fuera aire
movido del cielo, alguna vez faltara, y algunas se mudara en contrario, y
algunas también fuera tormentoso.
Aunque esto está dicho doctamente, no se puede negar que sea también viento,
y le haya, pues hay vahos y exhalaciones del mar; y vemos manifiestamente,
que la misma brisa a ratos es más fuerte, y a ratos más remisa, tanto que a
ratos no se pueden llevar velas enteras. Hase, pues, de entender, y es así
la verdad, que el aire movido lleva tras sí los vahos que halla, porque su
fuerza es grande, y no halla resistencia: y por eso es continuo y cuasi
uniforme el viento de oriente a poniente cerca de la línea, y cuasi en toda
la tórrida zona, que es el camino que anda el sol entre los dos círculos de
Cancro y Capricornio.
Capítulo VII
Por qué causa se hallan más ordinarios vendavales saliendo de la tórrida a
más altura
Quien considerare lo que está dicho, podrá también entender, que yendo de
poniente a oriente en altura que exceda los trópicos, es conforme a razón
hallar vendavales. Porque como el movimiento de la equinoccial tan veloz es
causa que debajo de ella el aire se mueva, siguiendo su movimiento, que es
de oriente a poniente, y que lleve tras sí de ordinario los vahos que la mar
levanta; así al revés los vahos y exhalaciones que de los lados de la
equinoccial o tórrida se levantan, con la repercusión que hacen topando en
la corriente de la zona, revuelven casi en contrario, y causan los
vendavales, o suduestes tan experimentados por esas partes. Así como vemos
que las corrientes de las aguas, si son heridas y sacudidas de otras más
recias, vuelven cuasi en contrario. Al mismo modo parece acaecer en los
vahos y exhalaciones por donde los vientos se despiertan a unas partes y a
otras.
Estos vendavales reinan más ordinariamente en mediana altura de veintisiete
a treinta y siete grados, aunque no son tan ciertos y regulares como las
brisas en poca altura, y la razón lo lleva; porque los vendavales no se
causan de movimiento propio y uniforme del cielo, como las brisas cerca de
la línea; pero son, como he dicho, más ordinarios, y muchas veces furiosos
sobremanera y tormentosos. En pasando a mayor altura, como de cuarenta
grados, tampoco hay más certidumbre de vientos en la mar, que en la tierra.
Unas veces son brisas, o nortes; otras son vendavales, o ponientes; y así
son las navegaciones más inciertas y peligrosas.
Capítulo VIII
De las excepciones que se hallan en la regla ya dicha, y de los vientos y
calmas que hay en mar y tierra
Lo que se ha dicho de los vientos que corren de ordinario dentro y fuera de
la tórrida, se ha de entender en la mar en los golfos grandes; porque en
tierra es de otra suerte, en la cual se hallan todos vientos, por las
grandes y desigualdades que tiene de sierras y valles, y multitud de ríos y
lagos, y diversas facciones de país, de donde suben vapores gruesos y
varios, y según diversos principios son movidos a unas y otras partes, así
causan diversos vientos, sin que el movimiento del aire causado del cielo
pueda prevalecer tanto, que siempre los lleve tras sí.
Y no sólo en la tierra, sino también en las costas del mar en la tórrida, se
hallan estas diversidades de vientos por la misma causa. Porque hay terrales
que vienen de tierra, y hay mareros que soplan del mar: de ordinario los de
mar son suaves y sanos, y los de tierra pesados y malsanos, aunque, según la
diferencia de las costas, así es la diversidad que en esto hay. Comúnmente
los terrales o terrenos soplan después de medianoche hasta que el sol
comienza a encumbrar; los de mar, desde que el sol va calentando hasta
después de ponerse. Por ventura es la causa, que la tierra, como materia más
gruesa, humea más ida la llama del sol, como lo hace la leña mal seca, que
en apagándose la llama, humea más. La mar, como tiene más sutiles partes, no
levanta humos, sino cuando la están calentando, como la paja, o heno, si es
poca, y no bien seca, que levanta humo cuando la queman, y en cesando la
llama cesa el humo. Cualquiera que sea la causa de esto, ello es cierto, que
el viento terral prevalece más con la noche, y el del mar, al contrario, más
con el día.
Por el mismo modo, como en las costas hay vientos contrarios, y violentos a
veces, y muy tormentosos, acaece haber calmas y muy grandes. En gran golfo,
navegando debajo de la línea, dicen hombres muy expertos, que no se acuerdan
haber visto calmas, sino que siempre poco o mucho se navega, por causa del
aire movido del movimiento celeste, que basta a llevar el navío, dando, como
da, a popa. Ya dije, que en dos mil y setecientas leguas siempre debajo, o
no más lejos de diez o doce grados de la línea fué una nao de Lima a Manila
por febrero y marzo, que es cuando el sol anda más derecho encima, y en todo
este espacio no hallaron calmas, sino viento fresco; y así en dos meses
hicieron tan gran viaje. Mas cerca de la tierra, en las costas, o donde
alcanzan los vapores de islas, o tierra firme, suele haber muchas y muy
crueles calmas en la tórrida, y fuera de ella.
De la misma manera los turbiones, y aguaceros repentinos, y torbellinos, y
otras pasiones tormentosas del aire, son más ciertas y ordinarias en las
costas, y donde alcanzan los vahos de tierra que no en el gran golfo; esto
entiendo en la tórrida, porque fuera de ella, así calmas, como turbiones,
también se hallan en alta mar. No deja, con todo eso entre los trópicos, y
en la misma línea de haber aguaceros, y súbitas lluvias a veces, aunque sea
muy adentro en la mar, porque para eso bastan las exhalaciones y vapores del
mar, que se mueven a veces presurosamente en el aire, y causan truenos y
turbiones; pero esto es mucho más ordinario cerca de tierra, y en la misma
tierra.
Cuando navegué del Perú a la Nueva España advertí, que todo el tiempo que
fuimos por la costa del Perú, fué el viaje, como siempre suele, fácil y
sereno, por el viento sur, que corre allí, y con él se viene a popa la
vuelta de España, y de Nueva España: cuando atravesamos el golfo, como
íbamos muy dentro en la mar, y cuasi debajo de la línea, fué el tiempo muy
apacible, y fresco, y a popa. En llegando al paraje de Nicaragua, y por toda
aquella costa, tuvimos tiempos contrarios, y muchos nublados y aguaceros, y
viento que a veces bramaba horriblemente. Y toda esta navegación fué dentro
de la zona tórrida, porque de doce grados al sur que está Lima, navegamos a
diez y siete, que está Guatulco, puerto de Nueva España. Y creo que los que
hubieren tenido cuenta en lo que han navegado dentro de la tórrida,
hallarán, poco más o menos, lo que está dicho; y esto baste de la razón
general de vientos que reinan en la tórrida zona por el mar.
Capítulo IX
De algunos efectos maravillosos de vientos en partes de Indias
Gran saber sería explicar por menudo los efectos admirables que hacen
diversos vientos en diversas partes, y dar razón de tales obras. Hay vientos
que naturalmente enturbian el agua de la mar, y la ponen verdinegra: otros
la ponen clara como un espejo. Unos alegran de suyo y recrean, otros
entristecen y ahogan. Los que crían gusanos de seda tienen gran cuenta con
cerrar las ventanas cuando corren esos vendavales; y cuando corren los
contrarios, las abren; y por cierta experiencia hallan, que con los unos se
les muere su ganado, o desmedra, con los otros se mejora, y engorda. Y aun
en sí mismo lo probará el que advirtiere en ello, que hacen notables
impresiones y mudanzas en la disposición del cuerpo las variedades de
vientos que andan, mayormente en las partes afectas o indispuestas, y tanto
más, cuanto son delicadas. La Escritura131 llama a un viento, abrasador; y a
otro le llama, viento de rocío suave.
Y no es maravilla que en las yerbas, y en los animales, y hombres se sientan
tan notables efectos del viento, pues en el mismo hierro, que es el más duro
de los metales, se sienten visiblemente. En diversas partes de Indias vi
rejas de hierro molidas y deshechas, y que apretando el hierro entre los
dedos se desmenuzaba, como si fuera heno o paja seca; y todo esto causado de
solo el viento, que todo lo gastaba y corrompía sin remedio. Pero dejando
otros efectos grandes y maravillosos, solamente quiero referir dos: uno, que
con dar angustias más que de muerte, no empece: otro, que sin sentirse corta
la vida.
El marearse los hombres que comienzan a navegar, es cosa muy ordinaria; y si
como lo es tanto y tan sabido su poco daño, no se supiera, pensaran los
hombres que era aquel el mal de muerte, según corta, congoja, y aflige el
tiempo que dura, con fuertes bascas de estómago, y dolor de cabeza, y otros
mil accidentes molestos. Este tan conocido y usado efecto hace en los
hombres la novedad del aire de la mar, porque aunque es así que el
movimiento del navío, y sus vaivenes hacen mucho al caso para marearse más o
menos, y asimismo la infección y mal olor de cosas de naos; pero la propia y
radical causa es el aire y vahos del mar, lo cual extraña tanto el cuerpo y
el estómago que no está hecho a ello, que se altera y congoja terriblemente,
porque el aire en fin es con el que vivimos y respiramos, y le metemos en
las mismas entrañas, y las bañamos con él. Y así no hay cosa que más presto,
ni más poderosamente altere, que la mudanza del aire que respiramos, como se
ve en los que mueren de peste.
Y que sea el aire de la mar el principal movedor de aquella extraña
indisposición y náusea, pruébase con muchas experiencias. Una es que,
corriendo cierto aire de la mar fuerte, acaece marearse los que están en
tierra, como a mí me ha acaecido ya veces. Otra, que cuanto mas se entra en
mar, y se apartan de tierra, más se marean. Otra, que yendo cubiertos de
alguna isla, en embocando aire de gruesa mar, se siente mucho más aquel
accidente: aunque no se niega que el movimiento y agitación también causa
mareamiento, pues vemos que hay hombres que pasando ríos en barcas se
marean, y otros que sienten lo mismo andando en carros, o carrozas, según
son las diversas complexiones de estómago: como al contrario hay otros, que
por gruesas mares que haga, no saben jamás qué es marearse. Pero, en fin,
llano y averiguado negocio es, que el aire de la mar causa de ordinario ese
efecto en los que de nuevo entran en ella.
Ha querido decir todo esto para declarar un efecto extraño que hace en
ciertas tierras de Indias el aire o viento que corre, que es marearse los
hombres con él, no menos, sino mucho más que en la mar. Algunos lo tienen
por fábula, y otros dicen que es encarecimiento esto: yo diré lo que pasó
por mí. Hay en el Perú una sierra altísima, que llaman Pariacaca; yo había
oído decir esta mudanza que causaba, e iba preparado lo mejor que pude,
conforme a los documentos que dan allá los que llaman baquianos o pláticos;
y con toda mi preparación, cuando subí las escaleras, que llaman, que es lo
más alto de aquella sierra, cuasi súbito me dió una congoja tan mortal, que
estuve con pensamientos de arrojarme de la cabalgadura en el suelo; y porque
aunque íbamos muchos, cada uno apresuraba el paso, sin aguardar compañero,
por salir presto de aquel mal paraje, sólo me hallé con un indio, al cual le
rogué me ayudase a tener en la bestia. Y con esto luego tantas arcadas y
vómitos, que pensé dar el alma, porque tras la comida y flemas, cólera y más
cólera, y una amarilla, y otra verde, llegué a echar sangre, de la violencia
que el estómago sentía.
Finalmente digo, que si aquello durara, entendiera ser cierto el morir, mas
no duró sino obra de tres o cuatro horas, hasta que bajamos bien abajo y
llegamos a temple más conveniente, donde todos los compañeros, que serían
catorce o quince, estaban muy fatigados, algunos caminando pedían confesión,
pensando realmente morir. Otros se apeaban, y de vómitos y cámaras estaban
perdidos; a algunos me dijeron que les había sucedido acabar la vida de
aquel accidente. Otro vi yo que se echaba en el suelo y daba gritos del
rabioso dolor que le había causado la pasada de Pariacaca. Pero lo ordinario
es no hacer daño de importancia, sino aquel fastidio y disgusto penoso que
da mientras dura.
Y no es solamente aquel paso de la sierra Pariacaca el que hace este efecto,
sino toda aquella cordillera, que corre a la larga más de quinientas leguas,
y por donde quiera que se pase se siente aquella extraña destemplanza,
aunque en unas partes más que en otras, y mucho más a los que suben de la
costa de la mar a la sierra, que no en los que vuelven de la sierra a los
llanos. Yo la pasé fuera de Pariacaca, también por los Lucanas y Soras, y en
otra parte por los Collaguas, y en otra por los Cabanas; finalmente, por
cuatro partes diferentes en diversas idas y venidas, y siempre en aquel
paraje, sentí la alteración y mareamiento, que he dicho, aunque en ninguna
tanto como en la primera vez de Pariacaca. La misma experiencia tienen los
demás que la han probado.
Que la causa de esta destemplanza y alteración tan extraña sea el viento o
aire que allí reina, no hay duda ninguna, porque todo el remedio (y lo es
muy grande) que hallan es en taparse cuanto pueden oídos y narices y boca, y
abrigarse de ropa especialmente el estómago. Porque el aire es tan sutil y
penetrativo, que pasa las entrañas, y no sólo los hombres sienten aquella
congoja, pero también las bestias, que a veces se encalman, de suerte que no
hay espuelas que basten a movellas. Tengo para mí, que aquel paraje es uno
de los lugares de la tierra que hay en el mundo más alto; porque es cosa
inmensa lo que se sube, que, a mi parecer, los puertos nevados de España y
los Pirineos y Alpes de Italia son como casas ordinarias respecto de torres
altas, y así me persuado que el elemento del aire está allí tan sutil y
delicado, que no se proporciona a la respiración humana, que le requiere más
grueso y más templado, y esa creo es la causa de alterar tan fuertemente el
estómago y descomponer todo el sujeto.
Los puertos nevados o sierras de Europa que yo he visto, bien que tienen
aire frío, que da pena, y obliga a abrigarse muy bien: pero ese frío no
quita la gana del comer, antes la provoca; ni causa vómitos, ni arcadas en
el estómago, sino dolor en los pies o manos; finalmente, es exterior su
operación: mas el de Indias, que digo, sin dar pena a manos, ni pies, ni
parte exterior, revuelve las entrañas. Y, lo que es más de admirar, acaece
haber muy gentiles soles y calor en el mismo paraje, por donde me persuado
que el daño se recibe de la cualidad del aire que se aspira y respira, por
ser sutilísimo y delicadísimo, y su frío no tanto sensible, como
penetrativo.
De ordinario es despoblada aquella cordillera, sin pueblos, ni habitación
humana, pero aun para los pasajeros apenas hay tambos, o chozas donde
guarecerse de noche. Tampoco se crían animales buenos, ni malos, si no son
vicuñas, cuya propiedad es extraña, como se dirá en su lugar. Está muchas
veces la hierba quemada y negra del aire que digo. Dura el despoblado de
veinte a treinta leguas de traviesa, y en largo, como he dicho, corre más de
quinientas. Hay otros despoblados o desiertos o páramos, que llaman en el
Perú punas, porque, vengamos a lo segundo que prometimos, donde la cualidad
del aire sin sentir corta los cuerpos y vidas humanas.
En tiempos pasados caminaban los españoles del Perú al reino de Chile por la
sierra, ahora se va de ordinario por mar, y algunas veces, por la costa,
que, aunque es trabajoso y molestísimo camino, no tiene el peligro que el
otro camino de la sierra, en el cual hay unas llanadas donde, al pasar,
perecieron muchos hombres y otros escaparon con gran ventura, pero algunos
de ellos mancos o lisiados. De allí un airecillo no recio, y penetra de
suerte que caen muertos cuasi sin sentirlo, o se les caen cortados de los
pies y manos dedos, que es cosa que parece fabulosa y no lo es, sino
verdadera historia.
Yo conocí y traté mucho al general Jerónimo Costilla, antiguo poblador del
Cuzco, al cual le faltaban tres o cuatro dedos de los pies que, pasando por
aquel despoblado a Chile, se le cayeron, porque, penetrados de aquel
airecillo, cuando los fué a mirar estaban muertos, y como se cae una manzana
anublada del árbol, se cayeron ellos mismos, sin dar dolor, ni pesadumbre.
Refería el sobredicho capitán que, de un buen ejército, que había pasado los
años antes, después de descubierto aquel reino por Almagro, gran parte había
quedado allí muerta, y que vió los cuerpos tendidos por allí y sin ningún
olor malo ni corrupción. Y aún añadía otra cosa extraña, que hallaron vivo
un muchacho, y, preguntado cómo había vivido, dijo que escondiéndose en no
sé qué chocilla, de donde salía a cortar con un cuchillejo de la carne de un
rocín muerto, y así se había sustentado largo tiempo; y que no sé cuántos
compañeros que se mantenían de aquella suerte, ya se habían acabado todos,
cayéndose un día uno y otro día otro amortecidos, y que él no quería ya sino
acabar allí como los demás, porque no sentía en sí disposición para ir a
parte ninguna, ni gustar de nada. La misma relación oí a otros, y, entre
ellos, a uno que era de la Compañía y siendo seglar había pasado por allí.
Cosa maravillosa es la cualidad de aquel aire frío, para matar y,
juntamente, para conservar los cuerpos muertos sin corrupción. Lo mismo me
refirió un religioso grave, dominico, y perlado de su Orden, que lo había él
visto, pasando por aquellos despoblados; y aún me contó que, siéndole
forzoso hacer noche allí para ampararse del vientecillo, que digo que corre
en aquel paraje tan mortal, no hallando otra cosa a manos, juntó cantidad de
aquellos cuerpos muertos que había al derredor y hizo de ellos una como
paredilla por cabecera de su cama; y así durmió, dándole la vida los
muertos.
Sin duda es un género de frío aquél, tan penetrativo, que apaga el calor
vital y corta su influencia, y, por ser juntamente sequísimo, no corrompe ni
pudre los cuerpos muertos, porque la corrupción procede de calor y humedad.
Cuanto a otro género de aire, que se siente sonar debajo de la tierra y
causa temblores y terremotos, más en Indias que en otras partes, decirse ha
cuando se trate de las cualidades de la tierra de Indias. Por ahora
contentarnos hemos con lo dicho de los vientos y aires, y pasaremos a lo que
se ofrece considerar del agua.
Capítulo X
Del océano, que rodea las Indias, y de la mar del norte y del sur
En materia de aguas el principado tiene el gran mar océano, por el cual se
descubrieron las Indias, y todas sus tierras están rodeadas de él; porque, o
son islas del mar océano, o tierra firme, que también por dondequiera que
fenece y se acaba se parte con el mismo océano. No se ha hasta ahora en el
nuevo orbe descubierto mar mediterráneo, como le tienen Europa, Asia y
África, en las cuales entran unos brazos de aquel inmenso mar y hacen mares
distintos, tomando los nombres de las provincias y tierras que bañan, y
cuasi todos estos mares mediterráneos se continúan entre sí y, al cabo, con
el mismo océano, en el estrecho de Gibraltar, que los antiguos nombraron
columnas de Hércules. Aunque el mar Rojo, desasido de esotros mediterráneos,
por sí se entra en el océano Índico, y el mar Caspio con ninguno se junta.
Mas en Indias, como digo, ningún otro mar se halla sino el océano, y éste
dividen en dos: uno, que llaman Mar del Norte; otro, Mar del Sur. Porque la
tierra de Indias occidentales, que fué descubierta primero por el océano que
llega a España, toda está puesta al norte, y por esa tierra vinieron a
descubrir mar de la otra parte de ella, la cual llamaron del sur, porque por
ella bajaron hasta pasar la línea, y, perdido el norte o polo ártico,
descubrieron el polo antártico, que llaman sur. Y de ahí quedó nombrar Mar
del Sur todo aquel océano, que está de la otra parte de las Indias
occidentales, aunque sea, grandísima parte de él puesta al norte, como lo
está toda la costa de la Nueva España y de Nicaragua y de Guatimala y de
Panamá. El primer descubridor de este mar del sur dicen haber sido un Vasco
Núñez de Balboa; descubrióse por lo que ahora llaman Tierra Firme, en donde
se estrecha la tierra lo sumo, y los dos mares se allegan tanto uno al otro,
que no distan más de siete leguas, porque, aunque se andan dieciocho de
Nombre de Dios a Panamá, es rodeando y buscando la comodidad del camino; mas
tirando por recta línea no dista más de lo dicho un mar del otro.
Han platicado algunos de romper este camino de siete leguas y juntar el un
mar con el otro, para hacer cómodo el pasaje al Perú, en el cual dan más
costa y trabajo dieciocho leguas de tierra, que hay entre Nombre de Dios y
Panamá, que dos mil y trescientas que hay de mar. A esta plática no falta
quien diga que sería anegar la tierra, porque quieren decir que el un mar
está mas bajo que el otro, como en tiempos pasados se halla por las
historias haberse dejado de continuar por la misma consideración el mar Rojo
con el Nilo, en tiempo del Rey Sesostris, y después del Imperio Otomano.132
Mas para mí tengo por cosa vana tal pretensión, aunque no hubiese el
inconveniente que dice, el cual yo no tengo por cierto: pero eslo para mí,
que ningún poder humano bastará a derribar el monte fortísimo e impenetrable
que Dios puso entre los dos mares, de montes y peñas durísimas, que bastan a
sustentar la furia de ambos mares. Y cuando fuese a hombres posible, sería,
a mi parecer, muy justo temer del castigo del cielo querer enmendar las
obras que el Hacedor, con sumo acuerdo y providencia, ordenó en la fábrica
de este universo.
Cesando, pues, de este cuidado de abrir la tierra y unir los mares, hubo
otro menos temerario; pero, bien difícil y peligroso de inquirir, si estos
dos grandes abismos se juntaban en alguna parte del mundo. Y esta fué la
empresa de Fernando Magallanes, caballero portugués, cuya osadía y
constancia grande en inquirir este secreto, y no menos feliz suceso en
hallarle, con eterna memoria puso nombre al estrecho, que, con razón, por su
inventor, se llama de Magallanes, del cual, como de una de las grandes
maravillas del mundo, trataremos un poco.
El estrecho, pues, que en la mar del sur halló Magallanes, creyeron algunos,
o que no lo había, o se había ya cerrado como don Alonso de Ercilla escribe
en su Araucana, y hoy día hay quien diga que no hay tal estrecho, sino que
son islas entre la mar, porque lo que es tierra firme, se acaba allí, y el
resto es todo islas, y al cabo de ellas se juntan el un mar con el otro
amplísimamente, o, por mejor decir, se es todo un mismo mar. Pero de cierto
consta haber el estrecho y tierra larguísima a la una banda y a la otra,
aunque la que está de la otra parte del estrecho, al sur, no se sabe hasta
dónde llegue. Después de Magallanes pasó el estrecho una nao del obispo de
Plasencia, don Gutierre Carvajal, cuyo mástil dicen que está en Lima, a la
entrada de Palacio.
De la banda del sur se fué después a descubrir por orden de don García de
Mendoza que entonces tenía el gobierno de Chile, y así le halló y pasó el
capitán Ladrillero, cuya relación notable yo leí, aunque dice no haberse
atrevido a desembocar el estrecho, sino que, habiendo ya reconocido la mar
del norte, dió la vuelta por el aspereza del tiempo, que era ya entrado el
invierno, y venían según dice, las olas del norte furiosas, y las mares
hechas todas espuma de bravas. En nuestros días pasó el propio estrecho
Francisco Drac, inglés cosario; después le pasó el capitán Sarmiento por la
banda del sur, y ahora, últimamente, en este año pasado de ochenta y siete,
con la instrucción que dió Drac, le han pasado otros cosarios ingleses, que
al presente andan en la costa del Perú. Y porque me parece notable la
relación que yo tuve del piloto mayor, que le pasó, la pondré aquí.
Capítulo XI
Del estrecho de Magallanes: cómo se pasó por la banda del sur
Año de mil y quinientos y setenta y nueve; habiendo Francisco Drac pasado el
estrecho de Magallanes, y corrido la costa de Chile y de todo el Perú, y
robado el navío de San Juan de Antona, donde iba gran suma de barras de
plata, el virrey don Francisco de Toledo armó y envió dos navíos buenos,
para que reconociesen el estrecho, yendo por capitán Pedro Sarmiento, hombre
docto en astrología.
Salieron del Callao, de Lima, por principio de octubre, y porque aquella
costa tiene viento contrario, que corre siempre del sur, hiciéronse mucho a
la mar y, con muy próspero viaje, en poco más de treinta días se pusieron en
el paraje del estrecho. Pero, porque es dificultoso de reconocer, para este
efecto llegándose a tierra entraron en una ensenada grande, donde hay un
archipiélago de islas. Sarmiento porfiaba que allí era el estrecho, y tardó
más de un mes en buscarle por diversas calas y caletas, y subiendo sobre
cerros altos de tierra. Viendo que no le hallaban, a requerimiento que los
del armada le hicieron, en fin tornó a salir a la mar, y hízose a lo largo.
El mismo día les dió un temporal recio, con el cual corrieron, y a prima
noche vieron el farol de la capitana, y luego desapareció, que nunca más la
vido la otra nao. El día siguiente, durando la furia del viento, que era
travesía, los de la capitana vieron una abra que hacía la tierra, y
parecióles recogerse allí y abrigarse hasta que el temporal pasase.
Sucedió que, reconocida la abra, vieron que iba entrando más y más en
tierra, y sospechando que fuese el estrecho que buscaban, tomando el sol
halláronse en cincuenta y un grados y medio, que es la propia altura del
estrecho. Y para certificarse más echaron el bergantín, el cual, habiendo
corrido muchas leguas por aquel brazo de mar adentro, sin ver fin de él,
acabaron de persuadirse que allí era el estrecho. Y porque tenían orden de
pasarle, dejaron una cruz alta puesta allí, y letra abajo, para que el otro
navío, si aportase allí, supiese de la capitana y la siguiese.
Pasaron, pues, con buen tiempo y sin dificultad el estrecho, y, salidos a la
mar del norte, fueron a no sé qué isla, donde hicieron aguada y se
reformaron, y de allí tomaron su derrota a Cabo Verde, de donde el piloto
mayor volvió al Perú por la vía de Cartagena y Panamá, y trajo al virrey la
relación del estrecho y de todo lo sucedido, y fué remunerado conforme al
buen servicio que había hecho. Mas el capitán Pedro Sarmiento, de Cabo Verde
pasó a Sevilla en la nao que había pasado el estrecho, y fué a la corte,
donde su majestad le hizo mucha merced, y a su instancia mandó armar una
gruesa armada que envió con Diego Flores de Valdés, para poblar y fortificar
el estrecho; aunque con varios sucesos la dicha armada tuvo mucha costa y
poco efecto.
Volviendo ahora a la otra nao almiranta, que iba en compañía de la capitana,
habiéndose perdido de ella con aquel temporal que dije, procuró hacerse a la
mar lo más que pudo; mas, como el viento era travesía y forzoso, entendió de
cierto parecer, así se confesaron y aparejaron para morir todos. Duróles el
temporal sin aflojar tres días, de los cuales pensando dar en tierra cada
hora, fué al revés, que siempre veían írseles desviando más la tierra, hasta
que, al cabo del tercero día, aplacando la tormenta, tomando el sol se
hallaron en cincuenta y seis grados, y viendo que no habían dado al través,
antes se hallaban más lejos de la tierra, quedaron admirados; de donde
infirieron (como Hernando Lamero, piloto de la dicha nao, me lo contó), que
la tierra que está de la otra parte del estrecho, como vamos por el mar del
sur, no corría por el mismo rumbo que hasta el estrecho, sino que hacía
vuelta hacia levante, pues de otra suerte no fuera posible dejar de zabordar
en ella con la travesía que corrió tanto tiempo. Pero no pasaron más
adelante, ni supieron si se acababa allí la tierra (como algunos quieren
decir que es isla lo que hay pasado el estrecho, y que se juntan allí los
dos mares de norte y sur), o si iba corriendo la vuelta del leste hasta
juntarse con la tierra de Vista que llaman, que responde al cabo de Buena
Esperanza, como es opinión de otros.
La verdad de esto no está averiguada hoy día, ni se halla quien haya bojado
aquella tierra. El virrey don Martín Enríquez me dijo a mí que tenía por
invención del cosario inglés la fama que se había echado, de que el estrecho
hacía luego isla, y se juntaban ambos mares; porque él siendo virrey de la
Nueva España, había examinado con diligencia al piloto portugués que allí
dejó Francisco Drac, y jamás tal entendió de él, sino que era verdadero
estrecho, y tierra firme de ambas parte;. Dando, pues, vuelta la dicha nao
almiranta, reconocieron el estrecho, según el dicho Hernando Lamero me
refirió; pero por otra boca o entrada que hace en más altura, por causa de
cierta isla grande que está a la boca del estrecho, que llaman la Campana,
por la hechura que tiene; y él quiso, según decía, pasarle, y el almirante y
soldados no lo consintieron, pareciéndoles que era ya muy entrado el tiempo
y que corrían mucho peligro; y así se volvieron a Chile y al Perú sin
haberle pasado.
Capítulo XII
Del estrecho que algunos afirman haber en la Florida
Como Magallanes halló aquel estrecho, que esta al sur, así han otros
pretendido descubrir otro estrecho, que dicen haber al norte, el cual
fabrican en la tierra de la Florida, la cual corre tanto, que no se sabe su
término. El adelantado Pedro Meléndez, hombre tan plático y excelente en la
mar, afirmaba ser cosa cierta el haber estrecho, y que el rey le había
mandado descubrirle, de lo cual mostraba grandísima gana. Traía razones para
probar su opinión, porque decía que se habían visto en la mar del norte
pedazos de navíos que usan los chinos, lo cual no fuera posible si no
hubiera paso de la una mar a la otra.
Ítem, refería que en cierta bahía grande que hay en la Florida, y entra
trescientas leguas la tierra adentro, se veían ballenas a ciertos tiempos,
que venían del otro mar; otros indicios también, refería, concluyendo,
finalmente que, a la sabiduría del Hacedor y buen orden de naturaleza
pertenecía, que, como había comunicación, y pasó entre los dos mares al polo
antártico, así también la hubiese al polo ártico, que es más principal. Este
estrecho, dicen algunos, que tuvo de él noticia aquel gran cosario Drac, y
que así lo significó él cuando pasó la costa de Nueva España por la mar del
sur, y aún se piensan que hayan entrado por él los cosarios ingleses, que
este año pasado de mil quinientos ochenta y siete robaron un navío que venía
de las Filipinas con gran cantidad de oro y otras riquezas, la cual presa
hicieron junto a las Californias, que siempre reconocen las naos que vuelven
a la Nueva España de las Filipinas y de la China.
Según es la osadía de los hombres y el ansia de hallar nuevos modos de
acrecentarse, yo aseguro que antes de muchos años se sepa también este
secreto, que es cierto cosa digna de admiración, que, como las hormiguillas
tras el rastro, y noticia de las cosas nuevas, no paran hasta dar con lo
dulce de la codicia y gloria humana. Y la alta y eterna sabiduría del
Creador usa de esta natural curiosidad de los hombres para comunicar la luz
de su Santo Evangelio a gentes que todavía viven en las tinieblas oscuras de
sus errores. Mas, en fin, hasta ahora el estrecho del polo ártico, si le
hay, no está descubierto; y así, será justo decir las propiedades y noticias
que del antártico ya descubierto y sabido nos refieren los mismos que por
sus ojos las vieron.
Capítulo XIII
De las propiedades del estrecho de Magallanes
El estrecho, como está dicho, está en altura de cincuenta y dos grados
escasos al sur; tiene de espacio, desde un mar a otro, noventa, o cien
leguas; donde más angosto, será de una legua, algo menos; y allí pretendían
que el rey pusiese una fuerza para defender el paso. El fondo en partes es
tan profundo, que no se puede sondar; en otras se halla fondo y en algunas
no tiene más que dieciocho, y aun en otras no más de quince brazas. De las
cien leguas que tiene de largo de mar a mar, se reconoce claro que las
treinta va entrando por su parte la mar del sur, y va haciendo señal con sus
olas: y las otras setenta leguas hace señal la mar del norte con las suyas.
Hay empero esta diferencia, que las treinta del sur corre entre peñas
altísimas, cuyas cumbres están cubiertas perpetuamente de nieve, y, según
son altas, parece que se juntan; y por eso es tan difícil reconocer la
entrada del estrecho por la mar del sur. Estas mismas treinta leguas es de
inmensa profundidad, sin que se pueda dar fondo en ellas; pero puédense
varar los navíos en tierra, según es fondable su ribera. Las otras setenta
leguas, que entra la mar del norte, se halla fondo, y tiene a la una banda y
a la otra grandes campos y sabanas, que allá llaman. Entran en el estrecho
muchos ríos y grandes de linda agua. Hay maravillosas arboledas y algunos
árboles de madera escogida y olorosa y no conocida por acá, de que llevaron
muestra los que pasaron del Perú. Hay grandes praderías la tierra adentro;
hace diversas islas en medio del estrecho.
Los indios, que habitan a la banda del sur, son pocos, chicos y ruines; los
que habitan a la banda del norte son grandes y valientes, de los cuales
trajeron a España algunos que tomaron. Hallaron pedazos de paño azul y otras
insignias claras de haber pasado por allí gente de Europa. Los indios
saludaron a los nuestros con el nombre de Jesús. Son flecheros, andan
vestidos de pieles de venados, de que hay copia por allí. Crecen y descrecen
las aguas del estrecho con las mareas, y vense venir las unas mareas de la
mar del norte y las otras de la mar del sur claramente; y en el lugar donde
se encuentran, que, como he dicho, es treinta leguas del sur y setenta del
norte, parece ha de haber más peligro que en todo el resto.
Pero cuando pasó la capitana de Sarmiento, que he dicho, no padecieron grave
tormenta, antes hallaron menos dificultad de lo que pensaron. Porque demás
de ser entonces el tiempo bonancible, vienen las olas del mar del norte muy
quebrantadas, por el gran espacio de setenta leguas que entran; y las olas
del mar del sur, por ser su profundo inmenso, tampoco muestran tanta furia,
anegándose en aquella profundidad. Bien es verdad que en tiempo de invierno
es innavegable el estrecho por la braveza de los vientos e hinchazón de los
mares que allí hay, y por eso se han perdido algunas naos que han pretendido
pasar el estrecho, y de la parte del sur sola una le ha pasado, que es la
capitana que he dicho, de cuyo piloto mayor, llamado Hernando Alonso, tuve
yo muy larga relación de todo lo que digo, y vi la verdadera descripción y
costa del estrecho, que, como la iban pasando, la fueron haciendo, cuya
copia trajeron al rey a España, y llevaron a su virrey al Perú.
Capítulo XIV
Del flujo y reflujo del mar océano en Indias
Uno de los secretos admirables de naturaleza es el flujo y reflujo del mar,
no solamente por la extrañeza de su crecimiento y disminución, sino mucho
más por la variedad que en diversos mares se halla en esto, y aun en
diversas playas de un mismo mar.
Hay mares que no tienen el flujo y reflujo cotidiano, como consta del
Mediterráneo inferior, que es el Tirreno; teniendo flujo y reflujo cotidiano
el Mediterráneo superior, que es el mar de Venecia, cosa, que con razón,
causa admiración, porque siendo ambos Mediterráneos, y no mayor el de
Venecia, aquel tiene flujo y reflujo, como el océano, y es otro mar de
Italia no lo tiene; pero algunos Mediterráneos manifiestamente tienen
crecimiento y menguante cada mes, otros ni al día, ni al mes. Otros mares
como el océano de España, tienen el flujo y reflujo de cada día y, ultra de
éste, el de cada mes, que son dos; es, a saber, a la entrada y a la llena de
luna, que llaman aguas vivas. Mar que tenga el crecimiento y disminución de
cada día, y no le tenga el de cada mes, no sé que le haya.
En las Indias es cosa de admiración la variedad que hay en esto; partes hay
en que llena y vacía la mar cada día dos leguas, como se ve en Panamá, y en
aguas vivas es mucho más. Hay otras donde es tan poco lo que sube y lo que
baja, que apenas se conoce la diferencia. Lo común es tener el mar océano
creciente y menguante, cotidiana y menstrua; y la cotidiana es dos veces al
día natural, y siempre tres cuartos de hora menos el un día del otro,
conforme al movimiento de la luna, y así nunca la marea un día es a la hora
del otro.
Este flujo y reflujo han querido algunos sentir que es movimiento local del
agua del mar, de suerte que el agua que viene creciendo a una parte, va
descreciendo a la contraria, y así es menguante en la parte opuesta del mar
cuando es acá creciente. A la manera que en una caldera hace ondas el agua,
que es llano que, cuando a la una parte sube, baja a la otra. Otros afirman
que el mar a un mismo tiempo crece a todas partes, y a un mismo tiempo
mengua también a todas partes; de modo que es como el hervor de la olla, que
juntamente sube y se extiende a todas sus partes, y cuando se aplaca,
juntamente se disminuye a todas partes.
Este segundo parecer es verdadero, y se puede tener, a mi juicio, por cierto
y averiguado, no tanto por las razones que para esto dan los filósofos que
en sus meteoros fundan esta opinión, cuanto por la experiencia cierta que de
este negocio se ha ya podido alcanzar. Porque, para satisfacerme de este
punto y cuestión, yo pregunté, con muy particular curiosidad al piloto
arriba dicho, como eran las mareas que en el estrecho hallaron, si por
ventura descrecían y menguaban las mareas del mar del sur, al tiempo que
subían y pujaban las del mar del norte, y al contrario. Porque, siendo esto
así, era claro que el crecer el mar de una parte, era descrecer de otra, que
es lo que la primera opinión afirma. Respondióme que no era de esa suerte,
sino que, clarísimamente, a un propio tiempo venían creciendo las mareas del
mar del norte y las del mar del sur, hasta encontrarse unas olas con otras,
y que a un mismo tiempo volvían a bajar cada una a su mar; y que este pujar
y subir, y después bajar y menguar, era cosa que cada día la veían, y que el
golpe y encuentro de la una y otra creciente era (como tengo dicho) a las
setenta leguas del mar del norte y treinta del mar del sur.
De donde se colige manifiestamente que el flujo y reflujo del océano no es
puro movimiento local, sino alteración y fervor con que realmente todas sus
aguas suben y crecen a un mismo tiempo, y a otro tiempo bajan y menguan, de
la manera que del fervor de la olla se ha puesto la semejanza. No fuera
posible comprender por vía de experiencia este negocio, sino en el estrecho,
donde se junta todo el mar océano entre sí. Porque por las playas opuestas,
saber si cuando en la una crece, descrece en la otra, sólo los ángeles lo
podrían averiguar, que los hombres no tienen ojos para ver tanta distancia,
ni pies para poder llevar los ojos con la presteza que una marea da de
tiempo, que son solamente seis horas.
Capítulo XV
De diversos pescados y modos de pescar de los indios
Hay en el océano multitud de pescados que sólo el Hacedor puede declarar sus
especies y propiedades. Muchos de ellos son del mismo género que en la mar
de Europa se hallan, como lizas, sábalos, que suben de la mar a los ríos,
dorados, sardinas y otros muchos. Otros hay que no sé que los haya por acá,
como los que llaman cabrillas, y tienen alguna semejanza con truchas, y los
que en Nueva España llaman bobos, que suben de la mar a los ríos. Besugos,
ni truchas, no las he visto; dicen que en tierra de Chile las hay. Atunes
hay algunos, aunque raros, en la costa del Perú, y es opinión que a tiempos
suben a desovar al estrecho de Magallanes, como en España al estrecho de
Gibraltar, y por eso se hallan más en la costa de Chile, aunque el atún que
yo he visto traído de allá no es tal como lo de España.
En las islas que llaman de Barlovento, que son Cuba, la Española, Puerto
Rico, Jamaica, se halla el que llaman manatí, extraño género de pescado, si
pescado se puede llamar animal que pare vivos sus hijos, y tiene tetas, y
leche con que los cría, y pace yerba en el campo; pero en efecto habita de
ordinario en el agua, y por eso le comen por pescado, aunque yo cuando en
Santo Domingo lo comí un viernes, casi tenía escrúpulo, no tanto por lo
dicho, como porque en el color y sabor no parecían sino tajadas de ternera,
y en parte de pernil, las postas de este pescado: es grande como una vara.
De los tiburones, y de su increíble voracidad, me maravillé con razón cuando
vi que de uno que habían tomado en el puerto que he dicho le sacaron del
buche un cuchillo grande carnicero, y un anzuelo grande de hierro, y un
pedazo grande de la cabeza de una vaca con su cuerno entero, y aun no sé si
ambos a dos. Yo vi por pasatiempo echar, colgado de muy alto, en una poza
que hace la mar, un cuarto de un rocín, y venir a él al momento una
cuadrilla de tiburones tras el olor; y porque se gozase mejor la fiesta, no
llegaba al agua la carne del rocín, sino levantada no sé cuántos palmos;
tenía en derredor esta gentecilla que digo, que daban saltos, y de una
arremetida en el aire cortaban carne y hueso, con extraña presteza, y así
cercenaban el mismo jarrete de el rocín, como si fuera un trancho de
lechuga; pero tales navajas tienen en aquella su dentadura.
Asidos a estos fieros tiburones andan unos pececillos, que llaman romeros, y
por más que hagan no los pueden echar de sí: estos se mantienen de lo que a
los tiburones se les escapa por los lados. Voladores son otros pececillos
que se hallan en la mar dentro de los trópicos, y no sé que se hallen fuera.
A éstos persiguen los dorados, y por escapar de ellos saltan de la mar, y
van buen pedazo por el aire; por eso los llaman voladores: tienen unas
aletas como de tetilla o pergamino que les sustentan un rato en el aire. En
el navío en que yo iba voló o saltó uno, y vi la facción que digo de alas.
De los lagartos o caimanes que llaman hay mucho escrito en Historias de
Indias; son verdaderamente los que Plinio y los antiguos llaman cocodrilos.
Hállanse en las playas y ríos calientes: en las playas o ríos fríos no se
hallan. Por eso en toda la costa del Perú no los hay hasta Payta, y de allí
adelante son frecuentísimos en los ríos. Es animal ferocísimo, aunque muy
torpe: la presa hace fuera del agua, y en ella ahoga lo que toma vivo; pero
no lo traga sino fuera del agua, porque tiene el tragadero de suerte que
fácilmente se ahogaría entrándole agua.
Es maravilla la pelea del caimán con el tigre, que los hay ferocísimos en
Indias. Un religioso nuestro me refirió haber visto a estas bestias pelear
cruelísimamente a la orilla de la mar. El caimán con su cola daba recios
golpes al tigre, y procuraba con su gran fuerza llevarle al agua; el tigre
hacía fuerte presa en el caimán con las garras, tirándole a tierra. Al fin
prevaleció el tigre, y abrió al lagarto; debió de ser por la barriga, que la
tiene blanda, que todo lo demás no hay lanza, y aun apenas arcabuz que lo
pase. Más excelente fué la victoria que tuvo de otro caimán un indio, al
cual le arrebató un hijuelo, y se lo metió debajo del agua, de que el indio
lastimado y sañudo se echó luego tras él con un cuchillo, y como son
excelentes buzos, y el caimán no prende sino fuera del agua, por debajo de
la barriga le hirió, de suerte que el caimán se salió herido a la ribera, y
soltó al muchacho, aunque ya muerto y ahogado.
Pero más maravillosa es la pelea que tienen los indios con las ballenas, que
cierto es una grandeza del Hacedor de todo dar a gente tan flaca como indios
habilidad y osadía para tomarse con la más fiera y disforme bestia de
cuantas hay en el universo; y no sólo pelear, pero vencer y triunfar tan
gallardamente. Viendo esto, me he acordado muchas veces de aquello del
salmo,133 que se dice de la ballena: Draco iste, quem formasti ad illudendum
ei. ¿Qué más burla que llevar un indio solo con un cordel vencida y atada
una ballena tan grande como un monte?
El estilo que tienen, según me refirieron personas expertas, los indios de
la Florida, donde hay gran cantidad de ballenas, es meterse en una canoa, o
barquilla, que es como una artesa, y bogando llégase al costado de la
ballena, y con gran ligereza salta, y sube sobre su cerviz, y allí
caballero, aguardando tiempo, mete un palo agudo y recio, que trae consigo,
por la una ventana de la nariz de la ballena; llamo nariz a aquella fístula
por donde respiran las ballenas; luego le golpea con otro palo muy bien, y
le hace entrar bien profundo. Brama la ballena, y da golpes en la mar, y
levanta montes de agua, y húndese dentro con furia, y torna a saltar, no
sabiendo qué hacerse de rabia. Estáse quedo el indio y muy caballero, y la
enmienda que hace del mal hecho es hincarle otro palo semejante en la otra
ventana, y golpearle de modo que le tapa del todo, y le quita la
respiración; y con esto se vuelve a su canoa, que tiene asida al lado de la
ballena con una cuerda, pero deja primero bien atada su cuerda a la ballena,
y haciéndose a un lado con su canoa, va así dando cuerda a la ballena. La
cual, mientras está en mucha agua, da vueltas a una parte y a otra, como
loca de enojo, y al fin se va acercando a tierra, donde con la enormidad de
su cuerpo presto encalla, sin poder ir ni volver. Aquí acuden gran copia de
indios al vencido para coger sus despojos. En efecto, la acaban de matar, y
la parten y hacen trozos, y de su carne harto perversa, secándola y
moliéndola hacen ciertos polvos que usan para su comida, y les dura largo
tiempo. También se cumple aquí lo que de la misma ballena dice otro
salmo:134 Dedisti eum escam populis Aethiopum. El adelantado Pedro Meléndez
muchas veces contaba esta pesquería, de que también hace mención Monardes en
su libro.
Aunque es más menuda, no deja de ser digna de referirse también otra
pesquería que usan de ordinario los indios en la mar. Hacen unos como
manojos de juncia, o espadañas secas bien atadas, que allá llaman balsas, y
llévanlas a cuestas hasta la mar, donde arrojándolas con presteza suben en
ellas, y así caballeros se entran la mar adentro, y bogando con unos
canaletes de un lado y de otro se van una y dos leguas en alta mar a pescar;
llevan en los dichos manojos sus redes y cuerdas, y sustentándose sobre las
balsas, lanzan su red, y están pescando grande parte de la noche, o del día,
hasta que hinchen su medida, con que dan la vuelta muy contentos. Cierto,
verlos ir a pescar en el Callao de Lima era para mí cosa de gran recreación,
porque eran muchos, y cada uno en su balsilla caballero, o sentado a porfía
cortando las olas del mar, que es bravo allí donde pescan, parecían los
tritones, o Neptunos que pintan sobre el agua. En llegando a tierra, sacan
su barco a cuestas, y luego le deshacen; y tienden por aquella playa las
espadañas para que se enjuguen y sequen.
Otros indios de los valles de Ica solían ir a pescar en unos cueros, o
pellejos de lobo marino hinchados, y de tiempo a tiempo los soplaban como a
pelotas de viento para que no se hundiesen. En el valle de Cañete, que
antiguamente decían el Guarco, había innumerables indios pescadores; y
porque resistieron al Inga, cuando fué conquistando aquella tierra, fingió
paces con ellos, y ellos por hacerle fiesta, hicieron una pesca solemne de
muchos millares de indios, que en sus balsas entraron en la mar: a la
vuelta, el Inga tuvo apercibidos soldados de callada, y hizo en ellos cruel
estrago, por donde quedó aquella tierra tan despoblada, siendo tan
abundante.
Otro género de pesca vi, a que me llevó el virrey don Francisco de Toledo;
verdad es que no era en mar, sino en un río, que llaman el Río Grande, en la
provincia de los Charcas, donde unos indios Chiriguanás se zambullían debajo
del agua, y nadando con admirable presteza seguían los peces, y con unas
fisgas, o harpones que llevaban en la mano derecha, nadando solo con la
izquierda herían el pescado; y así atravesado lo sacaban arriba, que cierto
parecían ellos ser más peces que hombres de la tierra. Y ya que hemos salido
de la mar, vamos a esotros géneros de aguas que restan por decir.
Capítulo XVI
De las lagunas y lagos que se hallan en Indias
En lugar del mar Mediterráneo, que gozan las regiones del viejo orbe,
proveyó el Criador en el nuevo de muchos lagos, y algunos tan grandes que se
pueden llamar mares; pues al de Palestina le llama así la Escritura, no
siendo mayor, ni aun tan grande como alguno de éstos.
El principal es el de Titicaca en el Perú, en las provincias del Collao, del
cual se ha dicho en el libro precedente que tiene de boj casi ochenta
leguas, y entran en él diez o doce ríos caudales. Comenzóse un tiempo a
navegar en barcos, o navíos, y diéronse tan mala maña, que el primer navío
que entró se abrió con un temporal que hubo en la laguna. El agua no es del
todo amarga y salobre como la del mar; pero es tan gruesa, que no es para
beber. Cría dos géneros de pescado en abundancia; uno llaman suches, que es
grande y sabroso, pero flemoso y mal sano; otro bogas, más sano, aunque
pequeño y muy espinoso. De patos y patillos de agua hay innumerable cosa en
toda la laguna.
Cuando quieren hacer fiesta los indios a algún personaje que pasa por
Chucuito o por Omasuyo, que son las dos riberas de la laguna, juntan gran
copia de balsas, y en torno van persiguiendo y encerrando los patos, hasta
tomar a manos cuantos quieren: llaman este modo de cazar chaco. Están a las
riberas de esta laguna de una y otra parte las mejores poblaciones de indios
del Perú. Por el desaguadero de ésta se hace otra menor laguna, aunque bien
grande, que se llama Paria, donde también hay mucho ganado especial porcuno,
que se da allí en extremo, por la totora que cría la laguna, con que engorda
bien ese ganado.
Hay muchas otras lagunas en los lugares altos de la sierra, de las cuales
nacen ríos o arroyos, que vienen adelante a ser muy caudalosos ríos. Como
vamos de Arequipa al Collao, hay en lo alto dos lagunas hermosas a una banda
y a otra del camino: de la una sale un arroyo que después se hace río, y va
a la mar del sur; de la otra dicen que tiene principio el río famoso de
Aporima, del cual se cree que procede con la gran junta de ríos que se
llegan de aquellas sierras, el ínclito río de las Amazonas, por otro nombre
el Marañón.
Es cosa que muchas veces consideré, de dónde proviene haber tantos lagos en
lo alto de aquellas sierras y cordilleras, en las cuales no entran ríos,
antes salen muy copiosos arroyos y no se sienten menguar cuasi en todo el
año las dichas lagunas. Pensar que de nieves que se derriten, o de lluvias
del cielo se hacen estos lagos que digo, no satisface del todo, porque
muchos de ellos no tienen esa copia de nieve, ni tanta lluvia, y no se
sienten menguar, que todo arguye ser agua manantial, que la naturaleza
proveyó allí, aunque bien es de creer se ayudan de nieves y lluvias en
algunos tiempos del año. Son estos lagos tan ordinarios en las más altas
cumbres de la sierras, que apenas hay ríos notables que no tenga su
nacimiento de alguno de ellos. El agua de estos lagos es limpia y clara:
crían poco pescado, y ese menudo, por el frío que continuo tienen, aunque
por otra nueva maravilla se hallan algunas de estas lagunas ser sumamente
calientes.
En fin del valle de Tarapaya, cerca de Potosí, hay una laguna redonda, y
tanto, que parece hecha por compás, y con ser la tierra donde sale
frigidísima, es el agua calidísima. Suelen nadar en ella cerca de la orilla,
porque entrando más no pueden sufrir el calor. En medio de esta laguna se
hace un remolino y borbollón de más de veinte pies en largo y ancho, y es
allí el propio manantial de la laguna, la cual, con ser su manantial tan
grande, nunca la sienten crecer cosa alguna, que parece se exhala allí, o
tiene algunos desaguaderos encubiertos. Pero tampoco la ven menguar, que es
otra maravilla, con haber sacado de ella una corriente gruesa para moler
ciertos ingenios de metal, y siendo tanta el agua que desagua, había de
menguar algo de razón.
Dejando el Perú, y pasando a la Nueva España, no son menos memorables las
lagunas que en ellas se hallan, especialmente aquella tan famosa de Méjico,
en la cual hay dos diferencias de aguas, una es salobre y como de mar, otra
clara y dulce, causada de ríos que entran allí. En medio de la laguna está
un peñol muy gracioso, y en él baños de agua caliente, y mana allí, que para
salud lo tienen por muy aprobado. Hay sementeras hechas en medio de las
lagunas que están fundadas sobre la propia agua, y hechos sus camellones
llenos de mil diferencias de semillas y yerbas, y infinitas flores, que si
no es viéndolo, no se puede bien figurar cómo es.
La ciudad de Méjico está fundada sobre esta laguna, aunque los españoles han
ido cegando con tierra todo el sitio de la ciudad, y sólo han dejado algunas
acequias grandes, y otras menores que entran, y dan vuelta al pueblo: con
estas acequias tienen gran comodidad para el acarreto de todo cuanto han
menester de leña, yerba, piedra, madera, frutos de la tierra y todo lo
demás. Cortés fabricó bergantines cuando conquistó a Méjico; después pareció
que era más seguro no usarlos; y así sólo se sirven de canoas, de que hay
grande abundancia. Tiene la laguna mucha pesca y caza, aunque no vi yo de
ella pescado de precio: dicen valen los provechos de ella más de trescientos
mil ducados.
Otra y otras lagunas hay también no lejos de allí, de donde se lleva harto
pescado a Méjico. La provincia de Mechoacán se dice así, por ser tierra de
mucho pescado: hay lagunas hermosas y grandes, abundantísimas de pescado, y
es aquella tierra sana y fresca. Otros muchos lagos hay, que hacer mención
de todos, ni aun saberlos en particular no es posible. Sólo se advierta lo
que en el libro precedente se anotó, que debajo de la tórrida hay mayor
copia de lagos que en otra parte de el mundo. Con lo dicho, y otro poco que
digamos de ríos y fuentes, quedará acabado lo que se ofrece decir en esta
materia.
Capítulo XVII
De diversas fuentes y manantiales
Como en otras partes del mundo, así en las Indias hay gran diversidad de
manantiales, fuentes y ríos, y algunos de propiedades extrañas.
En Guancavelica de el Perú, donde están las minas de azogue, hay una fuente
que mana agua caliente, y como va manando el agua se va convirtiendo en
peña. De esta peña o piedra tienen edificadas casi todas las casas de aquel
pueblo. Es piedra blanda, y suave de cortar; y con hierro la cortan y labran
con la facilidad que si fuese madera, y es liviana y durable. De esta agua,
si beben hombres o animales, mueren, porque se les congela en el vientre, y
se hace piedra; y así han muerto algunos caballos. Como se va convirtiendo
en piedra, el agua que va manando tapa el camino a la demás, y así es
forzoso mudar la corriente, por lo cual mana por diversas partes, como va
creciendo la peña.
En la punta o cabo de Santa Elena hay un manantial o fuente de un betún, que
en el Perú llaman Copey. Debe de ser a este modo lo que la Escritura
refiere135 de aquel valle silvestre, donde se hallaban pozos de betún.
Aprovéchanse los marineros de aquella fuente o pozo de copey, para brear las
jarcias y aparejos, porque les sirve como la pez y brea de España para aquel
efecto. Viniendo navegando para la Nueva España por la costa de el Perú, me
mostró el piloto la isla, que llaman de Lobos, donde nace otra fuente o pozo
del copey, o betún que he dicho, con que asimismo brean las jarcias. Y hay
otra fuente o manantial de alquitrán. Díjome el sobredicho piloto, hombre
excelente en su ministerio, que le había acaecido navegando por allí algunas
veces estando tan metido a la mar, que no había visto de tierra, saber por
el olor del copey dónde se hallaban, tan cierto como si hubiera reconocido
tierra: tanto es el olor que perpetuamente se esparce de aquel manantial.
En los baños que llaman de el Inga hay un canal de agua, que sale hirviendo,
y junto a él otro de agua tan fría como de nieve. Usaba el Inga templar la
una con la otra como quería; y es de notar, que tan cerca uno de otro haya
manantiales de tan contrarias cualidades. Otros innumerables hay, en
especial en la provincia de las Charcas, en cuya agua no se puede sufrir
tener la mano por espacio de una Ave María, como yo lo vi sobre apuesta.
En el Cuzco tienen una heredad donde mana una fuente de sal, que así como va
manando se va tornando sal; y es blanca y buena a maravilla, que si en otras
partes fuera, no fuera poca riqueza; allí no lo es por la abundancia que hay
de sal. Las aguas que corren en Guayaquil, que es en el Perú cuasi debajo de
la equinoccial, las tienen por saludables para el mal francés y otros
semejantes; y así van allí a cobrar salud de partes muy remotas: dicen ser
la causa que hay por aquella tierra infinita cosa de la raíz que llaman
zarzaparrilla, cuya virtud y operación es tan notoria, y que las aguas toman
de aquella virtud, para sanar.
Bilcanota es un cerro que, según la opinión de la gente, está en el lugar
más alto de el Perú. Por lo alto está cubierto de nieve, y por partes todo
negro como carbón. Salen de él dos manantiales a partes contrarias, que en
breve rato se hacen arroyos grandes, y poco después ríos muy caudalosos; va
el uno al Collao a la gran laguna de Titicaca; el otro va a los Andes, y es
el que llaman Yucay, que juntándose con otros sale a la mar del norte con
excesiva corriente. Este manantial, cuando sale de la peña Bilcanota que he
dicho, es de la misma manera que agua de lejía, la color cenicienta, y todo
él vaheando un humo de cosa quemada, y así corre largo trecho, hasta que la
multitud de aguas que entran en él le apagan aquel fuego, y humo que saca de
su principio. En la Nueva España vi un manantial como de tinta algo azul,
otro en el Perú de color rojo como de sangre, por donde le llaman el río
Bermejo.
Capítulo XVIII
De ríos
Entre todos los ríos, no sólo de Indias, sino del universo mundo, el
principado tiene el río Marañón, o de las Amazonas, del cual se dijo en el
libro pasado. Por éste han navegado diversas veces españoles, pretendiendo
descubrir tierras, que según fama son de grandes riquezas, especialmente la
que llaman el Dorado, y el Paytiti. El adelantado Juan de Salinas hizo una
entrada por él notable, aunque fué de poco efecto.
Tiene un paso que le llaman el Pongo, que debe ser de los peligrosos de el
mundo, porque recogido entre dos peñas altísimas tajadas, da un salto abajo
de terrible profundidad, adonde el agua con el gran golpe hace tales
remolinos, que parece imposible dejar de anegarse y hundirse allí. Con todo
eso la osadía de los hombres acometió a pasar aquel paso por la codicia del
Dorado tan afamado. Dejáronse caer de lo alto arrebatados del furor del río,
y asiéndose bien a las canoas, o barcas en que iban, aunque se trastornaban
al caer y ellos y sus canoas se hundían, tornaban a lo alto, y en fin, con
maña y fuerza salían. En efecto, escapó todo el ejército, excepto muy
poquitos que se ahogaron; y lo que más admira, diéronse tan buena maña, que
no se les perdió la munición y pólvora que llevaban. A la vuelta (porque al
cabo de grandes trabajos y peligros la hubieron de dar por allí) subieron
por una de aquellas peñas altísimas, asiéndose a los puñales que hincaban.
Otra entrada hizo por el mismo río el capitán Pedro de Orsúa, y muerto él, y
amotinada la gente, otros capitanes prosiguieron por el brazo que viene
hasta el mar del norte. Decíanos un religioso de nuestra compañía, que
siendo seglar se halló en toda aquella jornada, que cuasi cien leguas subían
las marcas el río arriba, y que cuando viene ya a mezclarse con el mar, que
es cuasi debajo, o muy cerca de la línea, tiene setenta leguas de boca, cosa
increíble, y que excede a la anchura del mar Mediterráneo; aunque otros no
le dan en sus descripciones sino veinticinco o treinta leguas de boca.
Después de este río tiene el segundo lugar en el universo el río de la
Plata, que por otro nombre se dice el Paraguay, el cual corre de las
cordilleras del Perú, y entra en la mar en altura de treinta y cinco grados
al sur. Crece al modo que dice del Nilo; pero mucho más sin comparación, y
deja hechos mar los campos que bañan por espacio de tres meses; después se
vuelve a su madre; suben por él navío grandes muy muchas leguas.
Otros ríos hay que, aunque no de tanta grandeza, pero igualan y aun vencen a
los mayores de Europa, como el de la Magdalena, cerca de Santa Marta, y el
río Grande, y el de Alvarado, en Nueva España, y otros innumerables. De la
parte del sur, en las sierras del Perú, no son tan grandes los ríos
comúnmente, porque tienen poco espacio de corrida y no pueden juntar tantas
aguas; pero son recios, por caer de la sierra, y tienen avenidas súbitas, y
por eso son peligrosos y han sido causa de muchas muertes; en tiempos de
calores crecen y vienen de avenida. Yo pasé veintisiete por la costa, y
ninguno de ellos a vado.
Usan los indios de mil artificios para pasar los ríos. En algunas partes
tienen una gran soga atravesada de banda a banda, y en ella un cestón o
canasto, en el cual se mete el que ha de pasar, y desde la ribera tiran de
él, y así pasa en su cesto. En otras partes va el indio como caballero en
una balsa de paja, y toma a las ancas al que ha de pasar, y bogando con un
canalete pasa. En otras partes tienen una gran red de calabazas, sobre las
cuales echan las personas o ropa que han de pasar, y los indios, asidos con
unas cuerdas, van nadando y tirando de la balsa de calabazas, como caballos
tiran un coche o carroza, y otros detrás van dando empellones a la balsa
para ayudarla. Pasados, toman a cuestas su balsa de calabazas y tornan a
pasar a nado; esto hacen en el río de Santa del Perú. En el de Alvarado, de
Nueva España, pasamos sobre una tabla que toman a hombros los indios, y
cuando pierden pie, nadan.
Estas y otras mil maneras que tienen de pasar los ríos ponen, cierto, miedo
cuando se miran, por parecer medios tan flacos y frágiles; pero, en efecto,
son muy seguros. Puentes ellos no las usaban, sino de crisnejas y paja. Ya
hay en algunos ríos puentes de piedra por la diligencia de algunos
gobernadores, pero harto menos de las que fuera razón en tierra, donde
tantos hombres se ahogan por falta de ellas, y que tanto dinero dan, de que
no sólo España, pero tierras extranjeras fabrican soberbios edificios.
De los ríos que corren de las sierras sacan en los valles y llanos los
indios muchas y grandes acequias para regar la tierra, las cuales usaron
hacen con tanto orden y tan buen modo, que en Murcia, ni en Milán no le hay
mejor; y esta es la mayor riqueza, o toda la que hay en los llanos del Perú,
como también en otras muchas partes de Indias.
Capítulo XIX
De la cualidad de la tierra de Indias en general
La cualidad de la tierra de Indias (pues es éste el postrero de los tres
elementos que propusimos tratar en este libro) en gran parte se puede bien
entender, por lo que está disputado en el libro antecedente de la tórrida
zona, pues la mayor parte de Indias cae debajo de ella. Pero, para que mejor
se entienda, he considerado tres diferencias de tierra en lo que he andado
en aquellas partes: una es baja y otra muy alta, y la que está en medio de
estos extremos.
La tierra baja es la que es costa de mar, que en todas las Indias se halla,
y ésta de ordinario es muy húmeda y caliente, y así es la menos sana y menos
poblada al presente. Bien que hubo antiguamente grandes poblaciones de
indios, como de las historias de la Nueva España y del Perú consta, porque
como les era natural aquella región a los que en ella nacían y se criaban,
conservábanse bien. Vivían de pesquerías del mar y de las sementeras que
hacían, sacando acequias de los ríos, con que suplían la falta de lluvias,
que ordinariamente es poca en la costa, y en algunas partes ninguna del
todo.
Tiene esta tierra baja grandísimos pedazos inhabitables, ya por arenales,
que los hay crueles, y montes enteros de arena; ya por ciénagas que, como
corre el agua de los altos, muchas veces no halla salida y viértese y hace
pantanos y tierras anegadizas sin remedio. En efecto, la mayor parte de toda
la costa del mar es de esta suerte en Indias, mayormente por la parte del
mar del sur. En nuestro tiempo está tan disminuida y menoscabada la
habitación de estas costas o llanos, que de treinta partes deben de haber
acabado las veintinueve: lo que dura de indios, creen muchos se acabará
antes de mucho. Atribuyen esto diversos a diversas causas, unos a demasiado
trabajo que han dado a los indios, otros al diverso modo de mantenimientos y
bebidas que usan, después que participan, del uso de españoles; otros, al
demasiado vicio que en beber y en otros abusos tienen. Y yo, para mí, creo
que este desorden es la mayor causa de su disminución, y el disputarlo no es
para agora.
En esta tierra baja que digo, que generalmente es malsana y poco apta para
la habitación humana, hay excepción de algunas partes que son templadas y
fértiles, como es gran parte de los llanos del Perú, donde hay valles
frescos y abundantes. Sustenta por la mayor parte la habitación de la costa
el comercio por mar con España, del cual pende todo el estado de las Indias.
Están pobladas en la costa algunas ciudades, como en el Perú, Lima y
Trujillo; Panamá y Cartagena, en Tierra Firme; Santo Domingo, y Puerto Rico
y La Habana, en las islas, y muchos pueblos menores, como la Veracruz, en la
Nueva España; Ica y Arica, y otros en el Perú; y comúnmente los puertos
(aunque poca) tienen alguna población. La segunda manera de tierra es por
otro extremo muy alta y, por el consiguiente, fría y seca, como lo son las
sierras comúnmente. Esta tierra no es fértil, ni apacible, pero es sana, y
así es muy habitada; tiene pastos y, con ellos, mucho ganado, que es gran
parte del sustento de la vida humana; con esto suplen la falta de
sementeras, rescatando y trajinando. Lo que hace estas tierras ser
habitadas, y algunas muy pobladas, es la riqueza de minas que se halla en
ellas, porque a la plata y al oro obedece todo. En éstas, por ocasión de las
minas, hay algunas poblaciones de españoles y de indios muy crecidas, como
es Potosí y Guancavelica, en el Perú; los Zacatecas, en Nueva España. De
indios hay por todas las serranías grande habitación, y hoy día se sustentan
y aún quieren decir que van en crecimiento los indios, salvo que la labor de
minas gasta muchos, y algunas enfermedades generales han consumido gran
parte, como el cocoliste en la Nueva España: pero, en efecto, de parte de su
vivienda no se ve que vayan en disminución.
En este extremo de tierra alta, fría y seca hay los dos beneficios que he
dicho de pastos y minas, que recompensan bien otros dos que tienen las
tierras bajas de costa, que es el beneficio de la contratación de mar y la
fertilidad de vino, que no se da sino en estas tierras muy calientes. Entre
estos dos extremos hay la tierra de mediana altura, que, aunque una más o
menos que otra, no llega, ni al calor de la costa, ni al destemple de puras
sierras. En esta manera de tierra se dan sementeras bien de trigo, cebada y
maíz, las cuales no se dan en tierras muy altas, aunque sí en bajas. Tienen
también abundancia de pastos, ganados; frutas y arboledas, se dan asaz y las
verduras. Para la salud y para el contento es la mejor habitación, y así lo
más que está poblado en Indias es de esta cualidad. Yo lo he considerado con
alguna atención en diversos caminos y discursos que he hecho, y hallado por
buena cuenta, que las provincias y partes más pobladas y mejores de Indias
son de este jaez. En la Nueva España (que sin duda es de lo mejor que rodea
el sol) mírese que, por doquiera que se entre, tras la costa luego se va
subiendo, subiendo, y aunque de la suma subida se torna a declinar después,
es poco, y queda la tierra mucho más alta que está la costa. Así está todo
el contorno de Méjico, y lo que mira el volcán, que es la mejor tierra de
Indias. Así en el Perú, Arequipa y Guamanga y el Cuzco, aunque un algo más y
otra algo menos; pero, en fin, toda es tierra alta y que de ella se baja a
valles hondos y se sube a sierras altas, y lo mismo me dicen de Quito y de
Santa Fe y de lo mejor del Nuevo Reino.
Finalmente, tengo por gran acuerdo del Hacedor proveer que cuasi la mayor
parte de esta sierra de Indias fuese alta, porque fuese templada, pues
siendo baja fuera muy cálida debajo de la zona tórrida, mayormente distando
de la mar. Tiene también cuasi canta tierra yo he visto en Indias vecindad
de sierras altas por un cabo o por otro, y algunas veces por todas partes.
Tanto es esto, que muchas veces dejé allá que deseaba verme en parte donde
todo el horizonte se terminase con el cielo y tierra tendida, como en España
en mil campos se ve; pero jamás me acuerdo haber visto en Indias tal vista,
ni en islas, ni en tierra firme, aunque anduve más de setecientas leguas en
largo. Mas, como digo, para la habitación de aquella región fué muy
conveniente la vecindad de los montes y sierras para templar el calor del
sol. Y así, todo lo más habitado de Indias es del modo que está dicho, y, en
general toda ella es tierra de mucha hierba y pastos y arboleda, al
contrario de lo que Aristóteles y los antiguos pensaron. De suerte que,
cuando van de Europa a Indias, se maravillan de ver tierra tan amena y tan
verde y tan llena de frescura, aunque tiene algunas excepciones esta regla,
y la principal es de la tierra del Perú, que es extraña entre todas, de la
cual diremos agora.
Capítulo XX
De las propiedades de la tierra del Perú
Por Perú entendemos no toda aquella gran parte del mundo que intitulan la
América, pues en ésta se comprende el Brasil y el reino de Chile y el de
Granada, y nada de esto es Perú, sino solamente aquella parte que cae a la
banda del sur y comienza del reino de Quito, que está debajo de la línea, y
corre en largo hasta el reino de Chile, que sale de los trópicos, que serán
seiscientas leguas en largo, y en el ancho no más de hasta lo que toman los
Andes, que serán cincuenta leguas comúnmente, aunque en algunas partes, como
hacia Chachapoyas, hay más.
Este pedazo de mundo, que se llama Perú, es de más notable consideración,
por tener propiedades muy extrañas y ser cuasi excepción de la regla general
de tierras de Indias. Porque lo primero toda su costa no tiene sino un
viento, y ese no es el que suele correr debajo de la tórrida, sino su
contrario, que es el sur y sudueste. Lo segundo, con ser de su naturaleza
este viento el más tempestuoso y más pesado y enfermo de todos, es allí a
maravilla suave, sano y regalado, tanto, que a él se debe la habitación de
aquella costa, que sin él fuera inhabitable de caliente y congojosa. Lo
tercero, en toda aquella costa nunca llueve, ni truena, ni graniza, ni
nieva, que es cosa admirable. Lo cuarto, en muy poca distancia junto a la
costa llueve y nieva y truena terriblemente. Lo quinto, corriendo dos
cordilleras de montes al parejo, y en una misma altura de polo, en la una
hay grandísima arboleda y llueve lo más del año y es muy cálida; la otra
todo lo contrario, es toda pelada, muy fría y tiene el año repartido en
invierno y verano, en lluvias y serenidad.
Para que todo esto se perciba mejor, hase de considerar que el Perú está
dividido en tres como tiras largas y angostas, que son llanos, sierras y
andes; los llanos son costa de la mar, la sierra es todo cuestas con algunos
valles, los andes son montes espesísimos. Tienen los llanos de ancho como
diez leguas, y en algunas partes menos; en otras algo más; la sierra tendrá
veinte, los andes otras veinte, en partes más y en partes menos; corren lo
largo de norte a sur, lo ancho de oriente a poniente. Es, pues, cosa
maravillosa, que en tan poca distancia como son cincuenta leguas, distando
igualmente de la línea y polo, haya tan grande diversidad, que en la una
parte cuasi siempre llueve, en la otra parte cuasi nunca llueve y en la otra
un tiempo llueve y otro no llueve.
En la costa o llanos nunca llueve, aunque a veces cae una agua menudilla,
que ellos llaman garúa y en Castilla mollina, y ésta a veces llega a unos
goteroncillos de agua que cae; pero, en efecto, no hay tejados ni agua que
obligue a ellos. Los tejados son una estera con un poco de tierra encima, y
eso les basta. En los Andes cuasi todo el año llueve, aunque un tiempo hay
más serenidad que otro. En la sierra que cae en medio de estos extremos
llueve a los mismos tiempos que en España, que es desde septiembre a abril.
Y esotro tiempo está sereno, que es cuando más desviado anda el sol, y lo
contrario cuando más cercano, de lo cual se trató asaz en el libro pasado.
Lo que llaman andes y lo que llaman sierra son dos cordilleras de montes
altísimos, y deben de correr más de mil leguas la una a vista de la otra,
cuasi como paralelas. En la sierra se crían cuasi innumerables manadas de
vicuñas, que son aquéllas como cabras monteses tan ligeras. Críanse también
los que llaman guanacos y pacos, que son los carneros, y juntamente los
jumentos de aquella tierra, de que se tratará a su tiempo. En los Andes se
crían monos y micos muchos y muy graciosos, y papagayos en cuantidad. Dase
la hierba o árbol que llaman coca, que tan estimada es de los indios y tanto
dinero vale su trato. Lo que llaman sierra, en partes donde se abre, hace
valles, que son la mejor habitación del Perú, como el de Jauja, el de
Andaguaylas, el de Yucay. En estos valles se da maíz y trigo y frutas, en
unas más y en otras menos.
Pasada la ciudad del Cuzco (que era antiguamente la corte de los señores de
aquellos reinos), las dos cordilleras que he dicho se apartan más una de
otra y dejan en medio una campaña grande o llanadas, que llaman la provincia
del Collao. En éstas hay cuantidad de ríos y la gran laguna Titicaca, y
tierras grandes y pastos copiosos; pero, aunque es tierra llana, tiene la
misma altura y destemplanza de sierra. Tampoco cría arboleda, ni leña, pero
suplen la falta de pan con unas raíces que siembran, que llaman papas, las
cuales debajo de la tierra se dan, y éstas son comida de los indios, y
secándolas y curándolas hacen de ellas lo que llaman chuño, que es el pan y
sustento de aquella tierra. También se dan algunas otras raíces y
hierbezuelas, que comen. Es tierra sana y la más poblada de Indias y la más
rica, por el abundancia de ganados que se crían bien, así de los de Europa,
ovejas, vacas, cabras, como de los de la tierra, que llaman guanacos y
pacos; hay caza de perdices harta. Tras la provincia de Collao viene la de
los Charcas, donde hay valles calientes y de grandísima fertilidad, y hay
cerros asperísimos y de gran riqueza de minas, que en ninguna parte del
mundo las hay, ni ha habido mayores ni tales.
Capítulo XXI
De las causas que dan de no llover en los llanos
Como es cosa tan extraordinaria que haya tierra donde jamás llueve ni
truena, naturalmente apetecen los hombres saber la causa de tal novedad. El
discurso que hacen algunos que lo han considerado con atención es que por
falta de materia no se levantan en aquella costa vahos gruesos y suficientes
para engendrar lluvia, sino sólo delgados, que bastan a hacer aquella niebla
y garúa. Como vemos que en Europa muchos días por la mañana se levantan
vahos, que no paran en lluvia, sino sólo en nieblas, lo cual proviene de la
materia por no ser gruesa y suficiente para volverse en lluvia. Y que en la
costa del Perú sea eso perpetuo, como en Europa algunas veces, dicen ser la
causa que toda aquella región es sequísima y inepta para vapores gruesos.
La sequedad bien se ve por los arenales inmensos que tiene y porque ni
fuentes ni pozos no se hallan si no es en grandísima profundidad de quince y
más estados, y aun esos han de ser cercanos a ríos, de cuya agua trascolada
se hallan pozos, tanto que, por experiencia, se ha visto que, quitando el
río de su madre y echándole por otra, se han secado los pozos, hasta que
volvió el río a su corriente. De parte de la causa material para no llover
dan ésta. De parte de la eficiente dan otra, no de menos consideración, y es
que la altura excesiva de la sierra que corre por toda la costa abriga
aquellos llanos, de suerte que no deja soplar viento de parte de tierra si
no es tan alto que excede aquellas cumbres tan levantadas, y así no corre
más del viento de mar, el cual, no teniendo contrario, no aprieta ni exprime
los vapores que se levantan para que hagan lluvia. De manera que el abrigo
de la sierra estorba el condensarse los vapores y hace que todos se vayan en
nieblas esparcidas.
Con este discurso vienen algunas experiencias, como es llover en algunos
collados de la costa que están algo menos abrigados, como son los cerros de
Ático y Arequipa. Ítem, haber algunos años que han corrido nortes o brisas
por todo el espacio que alcanzaron, como acaeció el año de setenta y ocho en
los llanos de Trujillo, donde llovió muchísimo, cosa que no habían visto
muchos siglos había. Ítem, en la misma costa llueve donde alcanzan de
ordinario brisas o nortes, como en Guayaquil, y en donde se alza mucho la
tierra y se desvía del abrigo de los cerros, como pasado Arica. De esta
manera discurren algunos. Podrá discurrir cada uno como mejor le pareciere.
Esto es cierto que, bajando de la sierra a los llanos, se suelen ver dos
como cielos, uno claro y sereno en lo alto, otro oscuro y como un velo pardo
tendido debajo, que cubre toda la costa.
Mas, aunque no llueve, aquella neblina es a maravilla provechosa para
producir hierba la tierra y para que las sementeras tengan sazón; porque,
aunque tengan agua de pie cuanta quieran sacada de las acequias, no sé qué
virtud se tiene la humedad del cielo, que faltando aquella garúa hay gran
falta en las sementeras. Y lo que es más de admirar, que los arenales secos
y estériles con la garúa o niebla se visten de hierba y flores, que es cosa
deleitosísima de mirar y de gran utilidad para los pastos de los ganados,
que engordan con aquella hierba a placer, como se ve en la sierra que llaman
del Arena, cerca de la ciudad de los Reyes.
Capítulo XXII
De la propiedad de Nueva España y islas y las demás tierras
En pastos excede la Nueva España, y así hay innumerables crías de caballos,
vacas, ovejas y de lo demás. También es muy abundante de frutas y no menos
de sementeras de todo grano; en efecto, es la tierra más proveída y abastada
de Indias. En una cosa, empero, le hace gran ventaja el Perú, que es el
vino, porque en el Perú se da mucho y bueno, y cada día va creciendo la
labor de viñas que se dan en valles muy calientes, donde hay regadío de
acequias. En la Nueva España, aunque hay uvas, no llegan a aquella sazón que
se requiere para hacer vino; la causa es llover allá por julio y agosto, que
es cuando la uva madura, y así no llega a madurar lo que es menester. Y si
con mucha diligencia se quisiese hacer vino, sería como lo del Genovesado y
de Lombardía, que es muy flaco y tiene mucha aspereza en el gusto, que no
parece hecho de uvas.
Las islas que llaman de Barlovento, que es la Española, Cuba y Puerto Rico,
y otras por allí, tienen grandísima verdura y pastos, y ganados mayores en
grande abundancia. Hay cosa innumerable de vacas y puercos hechos
silvestres. La granjería de estas islas es ingenios de azúcar y corambre;
tienen mucha cañafístola y jengibre, que ver lo que en una flota viene de
esto, parece cosa increíble que en toda Europa se puede gastar tanto. Traen
también madera de excelentes cualidades y vista, como ébano y otras, para
edificios y para labor. Hay mucho de aquel palo que llaman santo, que es
para curar el mal de bubas. Todas estas islas y las que están por aquel
paraje, que son innumerables, tienen hermosísima y fresquísima vista, porque
todo el año están vestidas de hierba y llenas de arboledas, que no saben que
es otoño ni invierno, por la continuada humedad con el calor de la tórrida.
Con ser infinita tierra, tiene poca habitación, porque de suyo cría grandes
y espesos arcabucos (que así llaman allá los bosques espesos), y en los
llanos hay muchas ciénagas y pantanos. Otra razón principal de su poca
habitación es haber permanecido pocos de los indios naturales, por la
inconsideración y desorden de los primeros conquistadores y pobladores.
Sírvense en gran parte de negros; pero éstos cuestan caros y no son buenos
para cultivar la tierra. No llevan pan ni vino estas islas, porque la
demasiada fertilidad y vicio de la tierra no lo deja granar, sino todo lo
echa en hierba y sale muy desigual. Tampoco se dan olivos, a lo menos no
llevan olivas, sino mucha hoja y frescor de vista, y no llega a fruto. El
pan que usan es cazavi, de que diremos en su lugar. Los ríos de estas islas
tienen oro, que algunos sacan; pero es poco, por falta de naturales que lo
beneficien. En estas islas estuve menos de un año, y la relación que tengo
de la tierra firme de Indias donde no he estado, como es la Florida y
Nicaragua y Guatimala y otras, es cuasi de estas condiciones que he dicho.
En las cuales, las cosas más particulares de naturaleza que hay no las pongo
por no tener entera noticia de ellas.
La tierra que más se parece a España y a las demás regiones de Europa en
todas las Indias occidentales es el reino de Chile, el cual sale de la regla
de esotras tierras, por ser fuera de la tórrida y trópico de Capricornio su
asiento. Es tierra de suyo fértil y fresca; lleva todo género de frutos de
España, dase vino y pan en abundancia, es copiosa de pastos y ganados, el
temple sano y templado entre calor y frío, hay verano e invierno
perfectamente, tiene copia de oro muy fino. Con todo esto, está pobre y mal
poblada por la continua guerra que los araucanos y sus aliados hacen, porque
son indios robustos y amigos de su libertad.
Capítulo XXIII
De la tierra que se ignora y de la diversidad de un día entero entre
orientales y occidentales
Hay grandes conjeturas que en la zona templada que está al polo antártico
hay tierras prósperas y grandes, mas hasta hoy día no están descubiertas, ni
se sabe de otra tierra en aquella zona, si no es la de Chile y algún pedazo
de la que corre de Etiopía al cabo de Buena Esperanza, como en el primer
libro se dijo. En las otras dos zonas polares tampoco se sabe si hay
habitación, ni sí llegan allá por la banda del polo antártico o sur. La
tierra que cae pasado el estrecho de Magallanes, porque lo más alto que se
ha conocido de ella es en cincuenta y seis grados, como está arriba dicho.
Tampoco se sabe por la banda del polo ártico o norte a dónde llega la tierra
que corre sobre el cabo Mendocino y Californias. Ni el fin y término de la
Florida, ni qué tanto se extiende al occidente. Poco ha que se ha
descubierto gran tierra, que llaman el Nuevo Méjico, donde dicen hay mucha
gente y hablan la lengua mejicana.
Las Filipinas y islas consecuentes, según personas pláticas de ellas
refieren, corren más de novecientas leguas. Pues tratar de la China y
Cochinchina y Sian, y las demás provincias que tocan a la India oriental, es
cosa infinita y ajena de mi intención, que es sólo de las Indias
occidentales. En la misma América, cuyos términos por todas partes se saben,
no se sabe la mayor parte de ella, que es lo que cae entre el Perú y Brasil;
y hay diversas opiniones de unos que dicen que toda es tierra anegadiza,
llena de lagunas y pantanos, y de otros que afirman haber allí grandes y
floridos reinos, y fabrican allí el Paytiti, y el Dorado, y los Césares, y
dicen haber cosas maravillosas.
A uno de nuestra Compañía, persona fidedigna, oí yo que él había visto
grandes poblaciones, y caminos tan abiertos y trillados como de Salamanca a
Valladolid; y esto fué cuando se hizo la entrada o descubrimiento por el
gran río de las Amazonas o Marañón por Pedro de Orsúa, y después otros que
le sucedieron; y creyendo que el Dorado que buscaban estaba adelante, no
quisieron poblar allí; y después se quedaron sin el Dorado (que nunca
hallaron), y sin aquella gran provincia que dejaron. En efecto, es cosa
hasta hoy oculta la habitación de la América, exceptos los extremos, que son
el Perú y Brasil, y donde viene a angostarse la tierra, que es el río de la
Plata, y después Tucumán, dando vuelta a Chile y a los Charcas. Ahora
últimamente, por cartas de los nuestros que andan en Santa Cruz de la
Sierra, se tiene por relación fresca que se van descubriendo grandes
provincias y poblaciones en aquellas partes que caen entre el Perú y Brasil.
Esto descubrirá el tiempo, que según es la diligencia y osadía de rodear el
mundo por una y otra parte, podemos bien creer que, como se ha descubierto
lo de hasta aquí, se descubrirá lo que resta, para que el Santo Evangelio
sea anunciado en el universo mundo, pues se han ya topado por oriente y
poniente, haciendo círculo perfecto del universo, las dos coronas de
Portugal y Castilla, hasta juntar sus descubrimientos, que cierto es cosa de
consideración que por el oriente hayan los unos llegado hasta la China y
Japón, y por el poniente los otros a las Filipinas, que están vecinas, y
cuasi pegadas con la China. Porque de la isla de Luzón, que es la principal
de las Filipinas, en donde está la ciudad de Manila, hasta Macán, que es la
isla de Cantón, no hay sino ochenta o cien leguas de mar en medio.
Y es cosa maravillosa que, con haber tan poca distancia, traen un día entero
de diferencia en su cuenta: de suerte que en Macán es domingo al mismo
tiempo que en Manila es sábado; y así en lo demás, siempre los de Macán y la
China llevan un día delantero, y los de las Filipinas le llevan atrasado.
Acaeció al Padre Alonso Sánchez (de quien arriba se ha hecho mención), que
yendo de las Filipinas llegó a Macán en dos de mayo, según su cuenta; y
queriendo rezar de San Atanasio, halló que se celebraba la fiesta de la
invención de la Cruz, porque contaban allí tres de mayo. Lo mismo le sucedió
otra vez que hicieron viaje allá. A algunos ha maravillado esta variedad, y
les parece que es yerro de los unos o de los otros; y no lo es, sino cuenta
verdadera y bien observada. Porque según los diferentes caminos por donde
han sido los unos y los otros, es forzoso cuando se encuentran tener un día
de diferencia. La razón de esto es, porque los que navegan de occidente a
oriente van siempre ganando día, porque el sol les va saliendo más presto;
los que navegan de oriente a poniente, al revés, van siempre perdiendo día o
atrasándose, porque el sol les va saliendo más tarde, y según lo que más se
van llegando a oriente o a poniente, así es tener el día más temprano o más
tarde.
En el Perú, que es occidental respecto de España, van más de seis horas
traseros, de modo que cuando en España es medio día, amanece en el Perú; y
cuando amanece acá, es allá media noche. La prueba de esto he yo hecho
palpable, por computación de eclipses del sol y de la luna. Agora, pues, los
portugueses han hecho su navegación de poniente a oriente, los castellanos
de oriente a poniente; cuando se han venido a juntar (que es en las
Filipinas y Macán), los unos han ganado doce horas de delantera, los otros
han perdido otras tantas; y así a un mismo punto y a un mismo tiempo hallan
la diferencia de veinte y cuatro horas, que es día entero; y por eso forzoso
los unos están en tres de mayo, cuando los otros cuentan a dos; y los unos
ayunan sábado santo, y los otros comen carne en día de Resurrección.
Y si fingiésemos que pasasen adelante, cercando otra vez al mundo, y
llevando su cuenta, cuando se tornasen a juntar, se llevarían dos días de
diferencia en su cuenta. Porque, como he dicho, los que van al nacimiento
del sol, van contando el día más temprano, como les va saliendo más presto;
y los que van al ocaso, al revés, van contando el día más tarde, como les va
saliendo más tarde. Finalmente, la diversidad de los meridianos hace la
diversa cuenta de los días, y como los que van navegando a oriente o
poniente van mudando meridianos sin sentirlo, y por otra parte van
prosiguiendo en la misma cuenta en que se hallan cuando salen, es necesario
que cuando hayan dado vuelta entera al mundo, se hallen con yerro de un día
entero.
Capítulo XXIV
De los volcanes o bocas de fuego
Aunque en otras partes se hallan bocas de fuego, como el monte Etna y el
Vesubio, que ahora llaman el monte de Soma, en Indias es cosa muy notable lo
que se halla de esto. Son los volcanes de ordinario cerros muy altos, que se
señalan entre las cumbres de los otros montes. Tienen en lo alto una
llanura, y en medio una hoya o boca grande, que baja hasta el profundo, que
es cosa temerosa mirarlos. De estas bocas hechan humo y algunas veces fuego.
Algunos hay que es muy poco el humo que echan, y cuasi no tienen más de la
forma de volcanes, como es el de Arequipa, que es de inmensa altura, y cuasi
todo de arena, en cuya subida gastan dos días; pero no han hallado cosa
notable de fuego, sino rastros de los sacrificios que allí hacían indios en
tiempo de su gentilidad, y algún poco de humo alguna vez.
El volcán de Méjico, que está cerca de la Puebla de los Angeles, es también
de admirable altura, que sube de treinta leguas al derredor. Sale de este
volcán no continuamente, sino a tiempos, cuasi cada día un gran golpe de
humo, y sale derecho en alto como una vira; después se va haciendo como un
pluma de muy grande, hasta que cesa del todo, y luego se convierte en una
como nube negra. Lo más ordinario es salir por la mañana salido el sol, y a
la noche cuando se pone, aunque también lo he visto a otras horas. Sale a
vueltas del humo también mucha ceniza: fuego no se ha visto salir hasta
agora; hay recelo que salga, y abrase la tierra, que es la mejor de aquel
reino, la que tiene en su contorno. Tienen por averiguado que de este volcán
y de la sierra de Tlaxcala, que está vecina, se hace cierta correspondencia,
por donde son tantos los truenos y relámpagos, y aun rayos, que de ordinario
se sienten por allí. A este volcán han subido y entrado en él españoles y
sacado alcrebite o piedra azufre para hacer pólvora. Cortés cuenta la
diligencia que él hizo para descubrir lo que allí había.
Los volcanes de Guatimala son más famosos, así por su grandeza, que los
navegantes de la mar del sur descubren de muy lejos, como por la braveza de
fuego que echan de sí. En veinte y tres de diciembre del año de ochenta y
seis pasado sucedió caer cuasi toda la ciudad de Guatimala de un temblor, y
morir algunas personas. Había ya seis meses que de noche ni de día no cesó
el volcán de echar de sí por lo alto, y como vomitar un río de fuego, cuya
materia, cayendo por las faldas del volcán, se convertía en ceniza y
cantería quemada. Excede el juicio humano cómo pudiese sacar de su centro
tanta materia como por todos aquellos meses lanzaba de sí. Este volcán no
solía echar sino humo, y eso no siempre; y algunas veces también hacía
algunas llamaradas. Tuve yo esta relación, estando en Méjico, por una carta
de un secretario del Audiencia de Guatimala, fidedigna, y aun entonces no
había cesado el echar el fuego que se ha dicho de aquel volcán.
En Quito los años pasados, hallándome en la ciudad de los Reyes, el volcán
que tiene vecino echó de sí tanta ceniza, que por muchas leguas llovió
ceniza tanta, que escureció del todo el día; y en Quito cayó de modo, que no
era posible andar por las calles. Otros volcanes han visto que no echan
llama, ni humo, ni ceniza, sino allá en lo profundo están ardiendo en vivo
fuego sin parar. De éstos era aquél, que en nuestro tiempo un clérigo
cudicioso se persuadió, que era masa de oro la que ardía, concluyendo que no
podía ser otra materia, ni metal, cosa que tantos años ardía sin gastarse
jamás; y con esta persuasión hizo ciertos calderos y cadenas, con no sé qué
ingenio, para coger y sacar oro de aquel pozo; más hizo burla de él el
fuego, porque no había bien llegado la cadena de hierro y el caldero cuando
luego se deshacía y cortaba como si fuera estopa. Todavía me dijeron que
porfiaba el sobredicho, y que andaba dando otras trazas cómo sacar el oro
que imaginaba.
Capítulo XXV
Qué sea la causa de durar tanto tiempo el fuego y humo de estos volcanes
No hay para qué referir más número de volcanes, pues de los dichos se puede
entender lo que en esto pasa. Pero es cosa digna de disputar qué sea la
causa de durar el fuego y humo de estos volcanes, porque parece cosa
prodigiosa, y que excede el curso natural, sacar de su estómago tanta cosa
como vomitan. ¿Dónde está aquella materia, o quién se le da, o cómo se hace?
Tienen algunos por opinión que los volcanes van gastando la materia interior
que ya tienen de su composición, y así creen que ternán naturalmente fin en
habiendo consumido la leña, digamos, que tienen. En consecuencia de esta
opinión se muestran hoy día algunos cerros, de donde se saca piedra quemada
y muy liviana; pero muy recia y muy excelente para edificios, como es la que
en Méjico se trae para algunas fábricas. Y, en efecto, parece ser lo que
dicen, que aquellos cerros tuvieron fuego natural un tiempo, y que se acabó,
acabada la materia que pudo gastar, y así dejó aquellas piedras pasadas de
fuego. Yo no contradigo a esto, cuanto a pensar que haya habido allí fuego,
y en su modo sido volcanes aquellos en algún tiempo. Mas háceseme cosa dura
creer que en todos los volcanes pasa así, viendo que la materia que de sí
echan es cuasi infinita, y que no puede caber allá en sus entrañas junta. Y
demás de eso hay volcanes que en centenares y aún millares de años se están
siempre de un ser, y, con el mismo continente lanzan de sí humo, fuego y
ceniza.
Plinio, el historiador natural (según refiere el otro Plinio, su sobrino),
por especular este secreto, y ver cómo pasaba el negocio, llegándose a la
conversación de el fuego de un volcán de estos, murió, y fué a acabar de
averiguarlo allá. Yo, de más afuera mirándolo, digo que tengo para mí, que
como hay en la tierra lugares que tienen virtud de atraer a sí materia
vaporosa, y convertirla en agua, y esas son fuentes que siempre manan, y
siempre tienen de qué manar, porque atraen así la materia de el agua; así
también hay lugares que tienen propiedad de atraer a si exhalaciones secas y
cálidas, y esas convierten en fuego y en humo, y con la fuerza de ellas
lanzan también otra materia gruesa que se resuelve en ceniza, o en piedra
pómez, o semejante. Y que esto sea así, es indicio bastante al ser a tiempos
el echar el humo, y no siempre, y a tiempos fuego, y no siempre. Porque es,
según lo que ha podido atraer y digerir; y como las fuentes en tiempo de
invierno abundan, y en verano se acortan, y aun algunas cesan del todo,
según la virtud y eficacia que tienen, y según la materia se ofrece, así los
volcanes en el echar más o menos fuego a diversos tiempos.
Lo que otros platican que es fuego del infierno, y que sale de allá, para
considerar por allí lo de la otra vida puede servir; pero si el infierno
está, como platican los teólogos, en el centro, y la tierra tiene de
diámetro más de dos mil leguas, no se puede bien asentar que salga de el
centro aquel fuego. Cuanto más que el fuego del infierno, según San
Basilio136 y otros santos enseñan, es muy diferente de este que vemos,
porque no tiene luz y abrasa incomparablemente más que este nuestro. Así que
concluyo con parecerme lo que tengo dicho más razonable.
Capítulo XXVI
De los temblores de tierra
Algunos han pensando que de estos volcanes que hay en Indias procedan los
temblores de tierra que por allá son harto frecuentes. Mas porque los hay en
partes también que no tienen vecindad con volcanes, no puede ser esa toda la
causa.
Bien es verdad que en cierta forma tiene lo uno con lo otro mucha semejanza,
porque las exhalaciones cálidas que se engendran en las íntimas concavidades
de la tierra parece que son la principal materia del fuego de los volcanes,
con las cuales se encienden también otra materia más gruesa y hace aquellas
apariencias de humos y llamas que salen; y las mismas exhalaciones, no
hallando debajo de la tierra salida fácil, mueven la tierra con aquella
violencia para salir, de donde se causa el ruido horrible que suena debajo
de la tierra, y el movimiento de la misma tierra agitada de la exhalación
encendida, así como la pólvora tocándola el fuego rompe peñas y muros en las
minas, y como la castaña puesta al fuego salta, y se rompe, y da estallido,
en concibiendo el aire, que está dentro de su cáscara, el vigor del fuego.
Lo más ordinario de estos temblores o terremotos suele ser en tierras
marítimas que tienen agua vecina. Y así se ve en Europa y en Indias que los
pueblos muy apartados de mar y aguas sienten menos de este trabajo, y los
que son puertos, o playas, o costa, o tienen vecindad con eso, padecen más
esta calamidad. En el Perú ha sido cosa maravillosa y mucho de notar que
desde Chile a Quito, que son más de quinientas leguas, han ido los
terremotos por su orden corriendo, digo los grandes y famosos que otros
menores han sido ordinarios. En la costa de Chile, no me acuerdo qué año,
hubo uno terribilísimo que trastornó montes enteros, y cerró con ellos la
corriente a los ríos, y los hizo lagunas, y derribó pueblos, y mató
cuantidad de hombres, y hizo salir la mar de sí por algunas leguas, dejando
en seco los navíos muy lejos de su puesto, y otras cosas semejantes de mucho
espanto. Y si bien me acuerdo, dijeron había corrido trescientas leguas por
la costa el movimiento que hizo aquel terremoto.
De ahí a pocos años el de ochenta y dos fué el temblor de Arequipa, que
asoló cuasi aquella ciudad. Después, el año de ochenta y seis, a nueve de
julio, fué el de la ciudad de los Reyes, que, según escribió el Virrey,
había corrido en largo por la costa ciento y setenta leguas, y en ancho la
sierra adentro cincuenta leguas. En este temblor fué gran misericordia del
Señor prevenir la gente con un ruido grande, que sintieron algún poco antes
del temblor, y como están allí advertidos por la costumbre, luego se
pusieron en cobro, saliéndose a las calles, o plazas, o huertas, finalmente,
a lo descubierto. Y así, aunque arruinó mucho aquella ciudad, y los
principales edificios de ella los derribó o maltrató mucho; pero de la gente
sólo refieren haber muerto hasta catorce o veinte personas. Hizo también
entonces la mar el mismo movimiento que había hecho en Chile, que fué poco
después de pasado el temblor de tierra salir ella muy brava de sus playas y
entrar la tierra adentro cuasi dos leguas, porque subió más de catorce
brazas, y cubrió toda aquella playa, nadando en el agua que dije las vigas y
madera que allí había.
Después, el año siguiente, hubo otro temblor semejante en el reino y ciudad
de Quito, que parece han ido sucediendo por su orden en aquella costa todos
estos terremotos notables. Y, en efecto, es sujeta a este trabajo, porque ya
que no tienen en los llanos del Perú la persecución del cielo de truenos y
rayos, no les falte de la tierra que temer, y así todos tengan a vista
alguaciles de la divina justicia, para temer a Dios, pues, como dice la
Escritura:137 Fecit haec, ut timeatur.
Volviendo a la proposición, digo que son más sujetas a estos temblores las
tierras marítimas; y la causa a mi parecer es que con el agua se tapan y
obstruyen los agujeros y aperturas de la tierra por donde había de exhalar y
despedir las exhalaciones cálidas, que se engendran. Y también la humedad
condensa la superficie de la tierra, y hace que se encierren y reconcentren
más allá dentro los humos calientes, que vienen a romper encendiéndose.
Algunos han observado que, tras años muy secos viniendo tiempos lluviosos,
suelen moverse tales temblores de tierra, y es por la misma razón, a la cual
ayuda la experiencia, que dicen de haber menos temblores donde hay muchos
pozos. A la ciudad de Méjico tienen por opinión que le es causa de algunos
temblores que tiene, aunque no grandes, la laguna en que está. Aunque
también es verdad que ciudades y tierras muy mediterráneas y apartadas de
mar sienten a veces grandes daños de terremotos, como en Indias la ciudad de
Chachapoyas, y en Italia la de Ferrara, aunque ésta, por la vecindad del
río, y no mucha distancia del mar Adriático, antes parece se debe contar con
las marítimas para el caso de que se trata.
En Chuquiabo, que por otro nombre se dice la Paz, ciudad del Perú, sucedió
un caso en esta materia raro el año de ochenta y uno, y fué caer de repente
un pedazo grandísimo de una altísima barranca cerca de un pueblo llamado
Angoango, donde había indios hechiceros e idólatras. Tomó gran parte de este
pueblo y mató cantidad de los dichos indios; y lo que apenas parece creíble;
pero afírmanlo personas fidedignas, corrió la tierra, que se derribó
continuadamente legua y media, como si fuera agua o cera derretida, de modo
que tapó una laguna, y quedó aquella tierra tendida por toda esta distancia.
Capítulo XXVII
Cómo se abrazan la tierra y la mar
Acabaré con este elemento juntándolo con el precedente del agua, cuyo orden
y trabazón entre sí es admirable. Tienen estos dos elementos partida entre
sí una misma esfera, y abrázanse en mil maneras. En unas partes combate el
agua a la tierra furiosamente como enemiga; en otras la ciñe mansamente. Hay
donde la mar se entra por la tierra adentro mucho camino, como a visitarla;
hay donde se paga la tierra con echar a la mar unas puntas que llega a sus
entrañas. En partes se acaba el un elemento, y comienza el otro muy poco a
poco, dando lugar uno a otro. En partes cada uno de ellos tiene al juntarse
su profundo inmenso, porque se hallan islas en la mar del sur, y otras en la
del norte, que llegando los navíos junto a ellas, aunque echan la sonda, en
setenta y ochenta brazas no hallan fondo.
De donde se ve que son como unos espigones o puntas de tierra, que suben del
profundo, cosa que pone grande admiración. De esta suerte me dijo un piloto
experto que eran las islas que llaman de Lobos, y otra al principio de la
costa de Nueva España, que llaman de los Cocos. Y aun hay parte donde en
medio del inmenso océano, sin verse tierra en muchas leguas al derredor, se
ven dos como torres altísimas, o picos de viva peña, que salen en medio del
mar, y junto a ellos no se halla tierra ni fondo. La forma que enteramente
hace la tierra en Indias no se puede entender por no saberse las
extremidades ni estar descubiertas hasta el día presente; pero así
gruesamente podemos decir que es como de corazón con los pulmones, lo más
ancho de este como corazón es del Brasil al Perú: la punta al estrecho de
Magallanes: el alto donde remata es Tierra Firme, y de allí vuelve a
ensanchar poco a poco hasta llegar a la grandeza de la Florida, y tierras
superiores que no se saben bien.
Otras particularidades de estas tierras de Indias se pueden entender de
Comentarios que han hecho españoles, de sus sucesos y descubrimientos, y
entre éstos la peregrinación que yo escribí de un hermano de nuestra
Compañía, que cierto es extraña, pueda dar mucha noticia. Con esto quedará
dicho lo que ha parecido bastar al presente para dar alguna inteligencia de
cosas de Indias, cuanto a los comunes elementos de que constan todas las
regiones del mundo.
Libro cuarto
Capítulo I
De tres géneros de mixtos que se han de tratar en esta Historia
Habiendo tratado en el libro precedente de lo que toca a elementos y
simples, lo que en materia de Indias nos ha ocurrido, en este presente
trataremos de los compuestos y mixtos, cuanto al intento que llevamos,
pareciere convenir. Y aunque hay otros muchos géneros, a tres reduciremos
esta materia, que son metales, plantas y animales.
Los metales son como plantas encubiertas en las entrañas de la tierra, y
tienen alguna semejanza en el modo de producirse, pues se ven también sus
ramos, y como tronco de donde salen, que son las vetas mayores y menores que
entre sí tienen notable trabazón y concierto, y en alguna manera parece que
crecen los minerales al modo de plantas. No porque tengan verdadera
vegetativa y vida interior, que esto es sólo de verdaderas plantas, sino
porque de tal modo se producen en las entrañas de la tierra por virtud y
eficacia del sol, y de los otros planetas, que por discurso de tiempo largo
se van acrecentando, y cuasi propagando. Y así como los metales son como
plantas ocultas de la tierra, así también podemos decir que las plantas son
como animales fijos en un lugar, cuya vida se gobierna del alimento que la
naturaleza les provee en su propio nacimiento. Mas los animales exceden a
las plantas, que como tienen ser más perfecto, tienen necesidad de alimento
también más perfecto; y para buscalle, les dió la naturaleza movimiento; y
para conocelle y descubrille, sentido.
De suerte, que la tierra estéril y ruda es como materia y alimento de los
metales; la tierra fértil y de más sazón es materia y alimento de plantas;
las mismas plantas son alimento de animales; y las plantas y animales
alimento de los hombres; sirviendo siempre la naturaleza inferior para
sustento de la superior, y la menos perfecta subordinándose a la más
perfecta. De donde se entiende cuán lejos está el oro, y la plata, y lo
demás que los hombres ciegos de codicia estiman en tanto de ser fin digno
del hombre, pues están tantos grados más abajo que el hombre; y sólo al
Criador y universal Hacedor de todo está sujeto y ordenado el hombre, como a
propio fin y descanso suyo, y todo lo demás no más de en cuanto le conduce y
ayuda a conseguir este fin.
Quien con esta filosofía mira las cosas criadas, y discurre por ellas, puede
sacar fruto de su conocimiento y consideración, sirviéndose de ellas para
conocer y glorificar al autor de todas. Quien no pasa más adelante de
entender sus propiedades y utilidades, o será curioso en el saber o
codicioso en el adquirir, y al cabo le serán las criaturas lo que dice el
Sabio,138 que son a los pies de los insipientes y necios; conviene a saber,
lazo y red en que caen y se enredan.
Con el fin, pues, e intento dicho, para que el Criador sea glorificado en
sus criaturas, pretendo decir en este libro algo de lo mucho que hay digno
de historia en Indias cerca de los metales, plantas y animales que son más
propiamente de aquellas partes. Y porque tratar esto exactamente sería obra
muy grande, y que requiere mayor conocimiento que el mío, y mucha más
desocupación de la que tengo, digo que solamente pienso tratar sucintamente
algunas cosas que, por experiencia o por relación verdadera, he considerado
cerca de las tres cosas que he propuesto, dejando para otros más curiosos y
diligentes la averiguación más larga de estas materias.
Capítulo II
De la abundancia de metales que hay en las Indias occidentales
Los metales crió la sabiduría de Dios para medicina, y para defensa, y para
ornato, y para instrumento de las operaciones de los hombres. De todas estas
cuatro cosas se pueden fácilmente dar ejemplos; mas el principal fin de los
metales es la última de ellas. Porque la vida humana no sólo ha menester
sustentarse como la de los animales, sino también ha de obrar conforme a la
capacidad y razón que le dió el Criador; y así como es su ingenio tan
extendido a diversas artes y facultades, así también proveyó el mismo Autor
que tuviese materia de diversos artificios para reparo, seguridad, ornato y
abundancia de sus operaciones.
Siendo, pues, tanta la diversidad de metales que encerró el Criador en los
armarios y sótanos de la tierra, de todos ellos tiene utilidad la vida
humana. De unos se sirve para cura de enfermedades; de otros para armas y
defensa contra sus enemigos; de otros para aderezo y gala de sus personas y
habitaciones; de otros para vasijas, y herramientas, y varios instrumentos
que inventa el arte humano. Pero sobre todos estos usos que son sencillos y
naturales halló la comunicación de los hombres el uso del dinero, el cual,
como dijo el filósofo,139 es medida de todas las cosas, y siendo una cosa
sola en naturaleza, es todas en virtud porque el dinero es comida, vestido,
casa, cabalgadura y cuanto los hombres han menester. Y así obedece todo al
dinero, como dice el Sabio.140
Para esta invención, de hacer que una cosa fuese todas las cosas, guiados de
natural instinto eligieron los hombres la cosa más durable y más tratable,
que es el metal; y entre los metalos quisieron que aquellos tuviesen
principado en esta invención de ser dinero, que por su naturaleza eran más
durables o incorruptibles, que son la plata y el oro. Los cuales, no sólo
entre los hebreos, asirios, griegos y romanos y otras naciones de Europa y
Asia tuvieron estima, sino también entre las más remotas y bárbaras naciones
del universo, como son los indios, así orientales como occidentales, donde
el oro y plata fué tenida en precio y estima; y como tal usada en los
templos y palacios, y ornato de reyes y nobles.
Porque aunque se han hallado algunos bárbaros que no conocían la plata ni el
oro, como cuentan de los Floridos, que tomaban las talegas o sacos en que
iba el dinero, y al mismo dinero le dejaban echado por ahí en la playa como
a cosa inútil. Y Plinio refiere141 de los Babitacos, que aborrecían el oro,
y por eso lo sepultaban donde nadie pudiese servirse de él; pero de estos
Floridos, y de aquellos Babitacos ha habido y hay hoy día pocos; y de los
que estiman, buscan y guardan el oro y la plata, hay muchos, sin que tengan
necesidad de aprender esto de los que han ido de Europa. Verdad es que su
codicia de ellos no llegó a tanto como la de los nuestros, ni idolatraron
tanto con el oro y plata, aunque eran idólatras, como algunos malos
cristianos, que han hecho por el oro y plata excesos tan grandes.
Mas es cosa de alta consideración que la sabiduría del eterno Señor quisiese
enriquecer las tierras del mundo más apartadas y habitadas de gente menos
política, y allí pusiese la mayor abundancia de minas que jamás hubo, para
con esto convidar a los hombres a buscar aquellas tierras, y tenerlas, y de
camino comunicar su religión y culto del verdadero Dios a los que no le
conocían, cumpliéndose la profecía de Isaías,142 que la Iglesia había de
extender sus términos, no sólo a la diestra, sino también a la siniestra,
que es como San Agustín declara143 haberse de propagar el evangelio, no sólo
por los que sinceramente y con caridad lo predicasen, sino también por los
que por fines y medios temporales y humanos lo anunciasen. Por donde vemos
que las tierras de Indias más copiosas de minas y riqueza han sido las más
cultivadas en la religión cristiana en nuestros tiempos, aprovechándose el
Señor para sus fines soberanos de nuestras pretensiones. Cerca de esto decía
un hombre sabio que lo que hace un padre con una hija fea para casarla, que
es darle mucha dote, eso había hecho Dios con aquella tierra tan trabajosa,
de darle mucha riqueza de minas, para que con este medio hallase quien la
quisiese.
Hay, pues, en las Indias occidentales gran copia de minas, y haylas de todos
metales, de cobre, de hierro, de plomo, de estaño, de azogue, de plata, de
oro. Y entre todas las partes de Indias los reinos del Perú son los que más
abundan de metales, especialmente de plata y oro y azogue; y es en tanta
manera, que cada día se descubren nuevas minas. Y según es la cualidad de la
tierra, es cosa sin duda, que son sin comparación muchas más las que están
por descubrir que las descubiertas, y aun parece que toda la tierra está
como sembrada de estos metales más que ninguna otra que se sepa al presente
en el mundo ni que en lo pasado se haya escrito.
Capítulo III
De la cualidad de la tierra donde se hallan metales; y que no se labran
todos en Indias; y de cómo usaban los indios de los metales
La causa de haber tanta riqueza de metales en Indias, especialmente en las
occidentales del Perú, es, como está dicho, la voluntad del Criador, que
repartió sus dones como le plugo. Pero llegándonos a la razón y filosofía,
es gran verdad lo que escribió Filón, hombre sabio,144 diciendo que el oro,
plata y metales naturalmente nacían en las tierras más estériles e
infructuosas.
Así vemos que tierras de buen tempero y fértiles de yerba y frutos, raras
veces o nunca son de minas,145 contentándose la naturaleza con darles vigor
para producir los frutos más necesarios al gobierno y vida de los animales y
hombres. Al contrario, en tierras muy ásperas, secas y estériles, en sierras
muy altas, en peñas muy agrias, en temples muy desabridos, allí es donde se
hallan minas de plata y de azogue y lavaderos de oro; y toda cuanta riqueza
ha venido a España, después que se descubrieron las Indias occidentales, ha
sido sacada de semejantes lugares ásperos, trabajosos, desabridos y
estériles; mas el gusto del dinero les hace suaves, y abundantes, y muy
poblados.
Y aunque hay en Indias, como he dicho, vetas y minas de todos metales, pero
no se labran sino solamente minas de plata y oro, y también de azogue,
porque es necesario para sacar la plata y el oro. El hierro llevan de España
y de la China. Cobre usaron labrar los indios, porque sus herramientas y
armas no eran comúnmente de hierro, sino de cobre. Después que españoles
tienen las Indias, poco se labran, ni siguen minas de cobre, aunque las hay
muchas, porque buscan los metales más ricos, y en esos gastan su tiempo y
trabajo; para esotros se sirven de lo que va de España, o de lo que a
vueltas del beneficio de oro y plata resulta.
No se halla que los indios usasen oro, ni plata, ni metal para moneda, ni
para precio de las cosas; usábanlo para ornato, como está dicho. Y así
tenían en templos, palacios y sepulturas grande suma, y mil géneros de
vasijas de oro y plata. Para contratar y comprar no tenían dinero, sino
trocaban unas cosas con otras, como de los antiguos refiere Homero y cuenta
Plinio.146 Había algunas cosas de más estima que corrían por precio en lugar
de dinero; y hasta el día de hoy dura entre los indios esta costumbre. Como
en las provincias de Méjico usan de cacao, que es una frutilla, en lugar de
dinero, y con ella rescatan lo que quieren. En el Perú sirve de lo mismo la
coca, que es una hoja que los indios precian mucho. Como en el Paraguay usan
cuños de hierro por moneda, y en Santa Cruz de la Sierra algodón tejido.
Finalmente, su modo de contratar de los indios, su comprar y vender fué
cambiar y rescatar cosas por cosas; y con ser los mercados grandísimos y
frecuentísimos, no les hizo falta el dinero, ni habían menester terceros,
porque todos estaban muy diestros en saber cuánto de qué cosa era justo dar
por tanto de otra cosa.
Después que entraron españoles, usaron también los indios el oro y plata
para comprar, y a los principios no había moneda, sino la plata por peso era
el precio, como de los romanos antiguos se cuenta.147 Después, por más
comodidad, se labró moneda en Méjico y en el Perú; mas hasta hoy ningún
dinero se gasta en Indias occidentales de cobre u otro metal, sino solamente
plata u oro. Porque la riqueza y grosedad de aquella tierra no ha admitido
la moneda que llaman de vellón, ni otros géneros de mezclas que usan en
Italia y en otras provincias de Europa. Aunque es verdad que en algunas
islas de Indias, como son Santo Domingo y Puerto Rico, usan de moneda de
cobre, que son unos cuartos que en solas aquellas islas tienen valor porque
hay poca plata; y oro, aunque hay mucho, no hay quien lo beneficie. Mas
porque la riqueza de Indias y el uso de labrar minas consiste en oro y plata
y azogue, de estos tres metales diré algo, dejando por agora los demás.
Capítulo IV
Del oro que se labra en Indias
El oro entre todos los metales fué siempre estimado por el más principal, y
con razón, porque es el más durable o incorruptible, pues el fuego que
consume, o disminuye a los demás, a éste antes le abona y perfecciona, y el
oro que ha pasado por mucho fuego, queda de su color y es finísimo. El cual
propiamente, según Plinio dice, se llama obrizo,148 de que tanta mención
hace la Escritura. Y el uso que gasta todos los otros, como dice el mismo
Plinio, al oro solo no le menoscaba cosa, ni le carcome, ni envejece, y con
ser tan firme en su ser, se deja tanto doblar y adelgazar, que es cosa de
maravilla. Los batihojas y tiradores saben bien la fuerza del oro en dejarse
tanto adelgazar y doblar, sin quebrar jamás. Lo cual todo, con otras
excelentes propiedades que tiene, bien considerado dará a los hombres
espirituales ocasión de entender por qué en las divinas Letras149 la caridad
se asemeja al oro. En lo demás, para que él se estime y busque, poca
necesidad hay de contar sus excelencias, pues la mayor que tiene es estar
entre los hombres ya conocido por el supremo poder y grandeza del mundo.
Viniendo a nuestro propósito, hoy en Indias gran copia de este metal, y
sábese de historias ciertas que los Ingas del Perú no se contentaron de
tener vasijas mayores y menores de oro, jarros, y copas y tazas y frascos y
cántaros y aun tinajas, sino que también tenían sillas y andas, o literas de
oro macizo, y en sus templos colocaron diversas estatuas de oro macizo. En
Méjico también hubo mucho de esto, aunque no tanto; y cuando los primeros
conquistadores fueron al uno y otro reino, fueron inmensas las riquezas que
hallaron, y muchas más sin comparación la que los indios ocultaron y
hundieron. El haber usado de plata para herrar los caballos a falta de
hierro y haber dado trescientos escudos de oro por una botija o cántaro de
vino, con otros excesos tales, parecería fabuloso contarlo, y, en efecto,
pasaron cosas mayores que éstas.
Sácase el oro en aquellas partes en tres maneras; yo, a lo menos, de estas
tres maneras lo he visto. Porque se halla oro en pepita y oro en polvo y oro
en piedra. Oro en pepita llaman unos pedazos de oro que se hallan así
enteros y sin mezcla de otro metal, que no tienen necesidad de fundirse, ni
beneficiarse por fuego; llámanlos pepitas, porque de ordinario son pedazos
pequeños del tamaño de pepita de melón o de calabaza. Y esto es lo que dice
Job:150 Glebae illius aurum, aunque acaece haberlos, y yo los he visto mucho
mayores, y algunos han llegado a pesar muchas libras. Esta es grandeza de
este metal sólo, según Plinio afirma,151 que se halla así hecho y perfecto,
lo cual en los otros no acaece, que siempre tienen escoria y han menester
fuego para apurarse. Aunque también he visto yo plata natural a modo de
escarcha, y también hay las que llaman en Indias papas de plata, que acaece
hallarse plata fina en pedazos, a modo de turmas de tierra; mas esto en la
plata es raro y en el oro es cosa muy ordinaria. De este oro en pepitas es
poco lo que se halla respecto de los demás.
El oro en piedra es una veta de oro que nace en la misma piedra o pedernal,
y yo he visto de las minas de Zaruma, en la gobernación de Salinas, piedras
bien grandes pasadas todas de oro, y otras ser la mitad oro y la mitad
piedra. El oro de esta suerte se halla en pozos y en minas, que tienen sus
vetas como las de plata, y son dificultosísimas de labrar. El modo de labrar
el oro sacado de piedra, que usaron antiguamente los reyes de Egipto,
escribe Agatárchides en el quinto libro de la historia del mar Eritreo, o
Bermejo, según refiere Focio en su biblioteca, y es cosa de admiración cuán
semejante es lo que allí refiere a lo que ahora se usa en el beneficio de
estos metales de oro y plata. La mayor cantidad de oro que se saca en Indias
es en polvo, que se halla en ríos o lugares por donde ha pasado mucha agua.
Abundan los ríos de Indias de este género, como los antiguos celebraron el
Tajo, de España, y el Pactolo, de Asia, y el Ganges, de la India oriental. Y
lo que nosotros llamamos oro en polvo, llamaban ellos ramenta auri. Y
también entonces era la mayor cantidad de oro lo que se hacía de estos
ramentos o polvos de oro que se hallaban en ríos.
En nuestros tiempos, en las islas de Barlovento, Española y Cuba y Puerto
Rico, hubo y hay gran copia en los ríos; más por la falta de naturales y por
la dificultad de sacarlo, es poco lo que viene de ellas a España. En el
reino de Chile y en el de Quito y en el nuevo reino de Granada hay mucha
cantidad. El más celebrado es el oro de Carabaya, en el Perú, y el de
Valdivia, en Chile, porque llega a toda la ley, que son veintitrés quilates
y medio, y aun a veces pasa. También es celebrado el oro de Veragua por muy
fino. De las Filipinas y China traen también mucho oro a Méjico, pero
comúnmente es bajo y de poca ley.
Hállase el oro mezclado o con plata o con cobre. Plinio dice152 que ningún
oro hay donde no haya algo de plata; mas el que tiene mezcla de plata
comúnmente es de menos quilates que el que la tiene de cobre. Si tiene la
quinta parte de plata, dice Plinio153 que se llama propiamente electro, y
que tiene propiedad de resplandecer a la lumbre de fuego mucho más que la
plata fina, ni el oro fino. El que es sobre cobre, de ordinario es oro más
alto. El oro en polvo se beneficia en lavaderos, lavándolo mucho en el agua,
hasta que el arena o barro se cae de las bateas o barreñas, y el oro, como
de más peso, hace asiento abajo. Benefíciase también con azogue; también se
apura con agua fuerte, porque el alumbre, de que ella se hace, tiene esa
fuerza de apartar el oro de todo lo demás. Después de purificado, o fundido,
hacen tejos o barretas para traerlo a España, porque oro en polvo no se
puede sacar de Indias, pues no se puede quintar y marcar y quilatar hasta
fundirse.
Solía España, según refiere el historiador sobredicho,154 abundar sobre
todas las provincias del mundo de estos metales de oro y plata,
especialmente Galicia y Lusitania, y, sobre todo, las Asturias, de donde
refiere que se traían a Roma cada año veinte mil libras de oro, y que en
ninguna otra tierra se hallaba tanta abundancia. Lo cual parece testificar
el libro de los Macabeos, dende dice155 entre las mayores grandezas de los
romanos, que hubieron a su poder los metales de plata y oro que hay en
España. Ahora a España le viene este gran tesoro de Indias, ordenando la
divina providencia que unos reinos sirvan a otros y comuniquen su riqueza y
participen de su gobierno, para bien de los unos y de los otros, si usan
debidamente de los bienes que tienen.
La suma de oro que se trae de Indias no se puede bien tasar; pero puédese
bien afirmar que es harto mayor que la que refiere, Plinio haberse llevado
de España a Roma cada año. En la flota que yo vine, el año de ochenta y
siete, fué la relación de Tierra Firme doce cajones de oro, que por lo menos
es cada cajón cuatro arrobas. Y de Nueva España, mil y ciento cincuenta y
seis marcos de oro. Esto sólo para el rey, sin lo que vino para particulares
registrado, y sin lo que vino por registrar, que suele ser mucho. Y esto
baste para lo que toca al oro de Indias; de la plata diremos agora.
Capítulo V
De la plata de Indias
En el libro de Job156 leemos así: Tiene la plata ciertos principios y raíces
de sus venas, y el oro tiene su cierto lugar, donde se cuaja. El hierro
cavando se saca de la tierra, y la piedra deshecha con el calor se vuelve en
cobre. Admirablemente con pocas palabras declara las propiedades de estos
cuatro metales, plata, oro, hierro, cobre.
De los lugares donde se cuaja y engendra el oro algo se ha dicho, que son, o
piedras en lo profundo de los montes y senos de la tierra, o arena de los
ríos y lugares anegadizos, o cerros muy altos, de donde los polvos de oro se
deslizan con el agua, como es más común opinión en Indias. De dende vienen
muchos del vulgo a creer que del tiempo del diluvio sucedió hallarse en el
agua el oro en partes tan extrañas como se halla. De las venas de la plata,
o vetas, y de sus principios y raíces, que dice Job, trataremos agora,
diciendo primero que la causa de tener el segundo lugar en los metales la
plata, es por llegarse al oro mas que otro ninguno en el ser durable y
padecer menos del fuego y dejarse más tratar y labrar, y aun hace ventaja al
oro en relucir más y sonar más. También porque su color es más conforme a la
luz y su sonido es más delicado y penetrativo. Y partes hay donde estiman la
plata más que el oro; pero el ser más raro el oro y la naturaleza más escasa
en darlo, es argumento de ser metal más precioso, aunque hay tierras, como
refieren de la China, donde se halla más fácilmente oro que plata; lo común
y ordinario es ser más fácil y más abundante la plata.
En las Indias occidentales proveyó el Criador tanta riqueza de ella, que
todo lo que se sabe de las historias antiguas y todo lo que encarecen las
argentifodinas de España y de otras partes es menos que lo que vimos en
aquellas partes. Hállanse minas de plata comúnmente en cerros y montes muy
ásperos y desiertos, aunque también se han hallado en sabanas a campos.
Estas son en dos maneras: unas llaman sueltas, otras llaman vetas fijas. Las
sueltas son unos pedazos de metal, que acaece estar en partes donde, acabado
aquel pedazo, no se halla más. Las vetas fijas son las que en hondo y en
largo tienen prosecución, al modo de ramos grandes de un árbol, y donde se
halla una de éstas es cosa ordinaria haber cerca luego otras y otras vetas.
El modo de labrar y beneficiar la plata, que los indios usaron, fué por
fundición, que es derritiendo aquella masa de metal al fuego, el cual echa
la escoria a una parte y aparta la plata del plomo y del estaño y del cobre
y de la demás mezcla que tiene. Para esto hacían unos como hornillos, donde
el viento soplase recio, y con leña y carbón hacían su operación. A éstas en
el Perú llaman guayras. Después que los españoles entraron, demás del dicho
modo de fundición, que también se usa, benefician la plata por azogue, y aún
es más la plata que con él sacan, que no la de fundición. Porque hay metal
de plata que no se beneficia, ni aprovecha con fuego, sino con azogue, y
éste comúnmente es metal pobre, de lo cual hay mucha mayor cantidad. Pobre
llaman al que tiene poca plata en mucha cantidad, rico al que da mucha
plata.
Y es cosa maravillosa que no sólo se halla esta diferencia de sacarse por
fuego un metal de plata y otro no por fuego, sino por azogue; sino que en
los mismos metales que el fuego saca por fundición hay algunos que, si el
fuego se enciende con aire artificial, como de fuelles, no se derrite, ni se
funde, sino que ha de ser aire natural que corra; y hay metales que se
funden tan bien o mejor con aire artificial dado con fuelles. El metal de
las minas de Porco se beneficia y funde fácilmente con fuelles; el metal de
las minas de Potosí no se funde con fuelles, ni aprovecha sino el aire de
guayras, que son aquellos hornillos que están en las laderas del cerro al
viento natural, con el cual se derrite aquel metal. Y aunque dar razón de
esta diversidad es difícil, es ella muy cierta por experiencia larga.
Otras mil delicadezas ha hallado la curiosidad y codicia de este metal, que
tanto los hombres aman, de las cuales diremos algunas adelante. Las
principales partes de Indias que dan plata son la Nueva España y Perú; mas
las minas del Perú son de grande ventaja, y entre ellas tienen el primado
del mundo las de Potosí. De las cuales trataremos un poco despacio, por ser
de las cosas más célebres y más notables que hay en las Indias occidentales.
Capítulo VI
Del cerro de Potosí y de su descubrimiento
El cerro tan nombrado de Potosí está en la provincia de los Charcas, en el
reino del Perú; dista de la equinoccial a la parte del sur, o -polo
antártico, veintiún grados y dos tercios, de suerte que cae dentro de los
trópicos, en lo último de la tórrida zona. Y con todo eso es en extremo
frío, más que Castilla la Vieja en España y más que Flandes, habiendo de ser
templado o caliente conforme a la altura del polo en que está.
Hácele frío estar tan levantado y empinado, y ser todo bañado de vientos muy
fríos y destemplados, especialmente el que allí llaman tomahavi, que es
impetuoso y frigidísimo y reina por mayo, junio, julio y agosto. Su
habitación es seca, fría y muy desabrida, y del todo estéril, que no se da
ni produce fruto, ni grano, ni hierba, y así naturalmente, es inhabitable
por el mal temple del cielo y por la gran esterilidad de la tierra. Mas la
fuerza de la plata, que llama a sí con su codicia las otras cosas, ha
poblado aquel cerro de la mayor población que hay en todos aquellos reinos,
y la ha hecho tan abundante de todas comidas y regalos, que ninguna cosa se
puede desear que no se halle allí en abundancia; y siendo todo de acarreto,
están las plazas llenas de frutas, conservas, regalos, vinos excesivos,
sedas y galas, tanto como donde más.
La color de este cerro tira a rojo oscuro; tiene una graciosísima vista, a
modo de un pabellón igual, o un pan de azúcar; empínase y señorea todos los
otros cerros que hay en su contorno; su subida es agra, aunque se anda toda
a caballo; remátese en punta en forma redonda: tiene de boj y contorno una
legua por su falda; hay desde la cumbre de este cerro hasta su pie y planta
mil seiscientas veinticuatro varas de las comunes, que, reducidas a medida y
cuenta de leguas españolas, hacen un cuarto de legua.
En este cerro, al pie de su falda, está otro cerro pequeño que nace de él,
el cual antiguamente tuvo algunas minas de metales sueltos, que se hallaban
como en bolsas y no en veta fija, y eran muy ricos, aunque pocos; llámanle
Guayna Potosí, que quiere decir Potosí el mozo. De la falda de este pequeño
cerro comienza la población de españoles o indios, que han venido a la
riqueza y labor de Potosí. Tendrá la dicha población dos leguas de contorno;
en ella es el mayor concurso y contratación que hay en el Perú.
Las minas de este cerro no fueron labradas en tiempo de los Ingas, que
fueron señores del Perú antes de entrar los españoles, aunque cerca de
Potosí labraron las minas de Perco, que está a seis leguas. La causa debió
de ser no tener noticia de ellas, aunque otros cuentan no sé qué fábula, que
quisieron labrar aquellas minas y oyeron ciertas voces que decían a los
indios que no tocasen allí, que estaba aquel cerro guardado para otros. En
efecto, hasta doce años después de entrados los españoles en el Perú,
ninguna noticia se tuvo de Potosí y de su riqueza, cuyo descubrimiento fué
en este modo.
Un indio llamado Gualpa, de nación Chumbibilca, que es en tierra del Cuzco,
yendo un día por la parte del poniente siguiendo unos venados, se le fueron
subiendo el cerro arriba y, como es tan empinado y entonces estaba mucha
parte cubierto de unos árboles, que llaman quinua, y de muy muchas matas,
para subir un paso algo áspero le fué forzoso asirse a una rama que estaba
nacida en la veta, que tomó nombre la Rica, y en la raíz y vacío que dejó,
conoció el metal que era muy rico, por la experiencia que tenía de lo de
Porco, y halló en el suelo, junto a la veta, unos pedazos de metal que se
habían soltado de ella, y no se dejaban bien conocer, por tener la color
gastada del sol y agua, y llevólos a Porco a ensayar por guayra (esto es
probar el metal por fuego), y como viese su extremada riqueza, secretamente
labraba la veta sin comunicarlo con nadie, hasta tanto que un indio Guanca,
natural del valle de Jauja, que es en el término de la ciudad de los Reyes,
que era vecino en Porco del dicho Gualpa Chumbibilca, vió que sacaba de las
fundiciones que hacía, mayores tejos de los que ordinariamente se fundían de
los metales de aquel asiento, y que estaba mejorado en los atavíos de su
persona, porque hasta allí había vivido probremente.
Con lo cual, con ver que el metal que aquel su vecino labraba, era diferente
de lo de Porco, se movió a inquirir aquel secreto, y, aunque el otro procuró
encubrillo, tanto le importunó, que hubo de llevalle al cerro de Potosí, al
cabo de otro mes que gozaba de aquel tesoro. Allí el Gualpa dijo al Guanca
que tomase para sí una veta, que él también había descubierto, que estaba
cerca de la Rica, y es la que hoy día tiene nombre de la veta de Diego
Centeno, que no era menos rica, aunque era más dura de labrar, y con esta
conformidad partieron entre sí el cerro de la mayor riqueza del mundo.
Sucedió después que, teniendo el Guanca alguna dificultad en labrar su veta
por ser dura, y no queriéndole el otro Gualpa dar parte en la suya, se
desavinieron; y así, por esto, como por otras diferencias, enojado el Guanca
de Jauja, dió parte de este negocio a su amo, que se llamaba Villarroel, que
era un español que residía en Porco. El Villarroel, queriendo satisfacerse
de la verdad, fué a Potosí y, hallando la riqueza que su yanacona o criado
le decía, hizo registrar al Guanca, estacándose con él en la veta que fué
dicha Centeno. Llaman estacarse, señalar por suyo el espacio de las varas
que concede la ley a los que hallan mina, o la labran, con lo cual, y con
manifestallo ante la justicia, quedan por señores de la mina para labrarla
por suya, pagando al rey sus quintos.
En fin, el primer registro y manifestación que se hizo de las minas de
Potosí fué en veintiún días del mes de abril del año de mil y quinientos y
cuarenta y cinco, en el asiento del Porco, por los dichos Villarroel,
español, y Guanca, indio. Luego, de allí a pocos días, se descubrió otra
veta que llaman del Estaño, que ha sido riquísima, aunque trabajosísima de
labrar, por ser su metal tan duro como pedernal. Después, a treinta y uno de
agosto del mismo año de cuarenta y cinco, se registró la veta que llaman
Mendieta, y estas cuatro son las cuatro vetas principales de Potosí.
De la veta Rica, que fué la primera que se descubrió, se dice que estaba el
metal una lanza en alto, a manera de unos riscos, levantado de la superficie
de la tierra, como una cresta que tenía trescientos pies de largo y trece de
ancho, y quieren decir que quedó descubierta y descarnada del diluvio,
resistiendo como parte más dura al ímpetu y fuerza de las aguas. Y era tan
rico el metal, que tenía la mitad de plata, y fué perseverando su riqueza
hasta los cincuenta y sesenta estados en hondo, que vino a faltar.
En el modo que está dicho, se descubrió Potosí, ordenando la divina
Providencia, para felicidad de España, que la mayor riqueza que se sabe que
haya habido en el mundo estuviese oculta y se manifestase en tiempo que el
emperador Carlos V, de glorioso nombre, tenía el imperio y los reinos de
España, y señoríos de Indias. Sabido en el reino del Perú el descubrimiento
de Potosí, luego acudieron muchos españoles y casi la mayor parte de los
vecinos de la ciudad de la Plata, que está dieciocho leguas de Potosí, para
tomar minas en él; acudieron también gran cantidad de indios de diversas
provincias, y especialmente los guayradores de Porco; y en breve tiempo fué
la mayor población del reino.
Capítulo VII
De la riqueza que se ha sacado y cada día se va sacando del cerro de Potosí
Dudado he muchas veces si se halla en las historias y relaciones de los
antiguos tan gran riqueza de minas, como la que en nuestros tiempos hemos
visto en el Perú. Si algunas minas hubo en el mundo ricas y afamadas por
tales fueron las que en España tuvieron los cartaginenses, y después los
romanos. Las cuales, como ya he dicho, no sólo las letras profanas, sino las
sagradas también, encarecen a maravilla.
Quien más en particular haga memoria de estas minas que yo haya leído es
Plinio, el cual escribe en su natural historia así:157 Hállase plata cuasi
en todas provincias, pero la más excelente es la de España. Esta también se
da en tierra estéril y en riscos y cerros, y doquiera que se halla una veta
de plata es cosa cierta hallar otra no lejos de ella; lo mismo acaece cuasi
a los otros metales, y por eso los griegos (según parece) los llamaron
metales. Es cosa maravillosa que duran hasta el día de hoy en las Españas
los pozos de minas que comenzaron a labrar en tiempo de Aníbal, en tanto que
aun los mismos nombres de los que descubrieron aquellas minas les permanecen
el día de hoy, entre las cuales fué famosa la que de su descubridor llaman
Bebelo también agora. De esta mina se sacó tanta riqueza, que daba a su
dueño Aníbal cada día trescientas libras de plata, y hasta el día presente
se ha proseguido la labor de esta mina, la cual está ya cavada y profunda en
el cerro por espacio de mil quinientos pasos; por todo el cual espacio tan
largo sacan el agua los gascones por el tiempo y medida que las candelas les
duran; y así vienen a sacar tanta, que parece río.
Todas estas son palabras de Plinio, las cuales he querido aquí recitar,
porque darán gusto a los que saben de minas, viendo que lo mismo que ellos
hoy experimentan, pasó por los antiguos. En especial es notable la riqueza
de aquella mina de Aníbal en los Pirineos, que poseyeron los romanos, y
continuaron su labor hasta en tiempo de Plinio, que fueron como trescientos
años, cuya profundidad era de mil quinientos pasos, que es milla y media.158
Y a los principios fué tan rica, que le valía a su dueño trescientas libras
a doce onzas cada día.
Mas, aunque ésta haya sido extremada riqueza, yo pienso todavía que no llega
a la de nuestros tiempos en Potosí, porque, según parece por los libros
reales de la Casa de Contratación de aquel asiento, y lo afirman hombres
ancianos fidedignos, en tiempo que el licenciado Polo gobernaba, que fué
hartos años después del descubrimiento del cerro, se metían a quintar cada
sábado de ciento y cincuenta mil pesos a doscientos mil, y valían los
quintos treinta y cuarenta mil pesos, y cada año millón y medio, o poco
menos. De modo que, conforme a esta cuenta, cada día se sacaban de aquellas
minas obra de treinta mil pesos, y le valían al rey los quintos seis mil
pesos al día. Hay otra cosa que alegar por la riqueza de Potosí, y es que la
cuenta que se ha hecho es sólo de la plata que se marcaba y quintaba. Y es
cosa muy notoria en el Perú, que largos tiempos se usó en aquellos reinos la
plata que llamaban corriente, la cual no era marcada y quintada; y es
conclusión de los que bien saben de aquellas minas, que en aquel tiempo
grandísima parte de la plata que se sacaba de Potosí se quedaba por quintar,
que era toda la que andaba entre indios, y mucha de la de los españoles,
como yo lo vi durar hasta mi tiempo. Así que se puede bien creer que el
tercio de la riqueza de Potosí, si ya no era la mitad, no se manifestaba, ni
quintaba.
Hay aún otra consideración mayor, que Plinio pone, haberse labrado mil y
quinientos pasos aquella veta de Bebelo, y que por todo este espacio sacaban
agua, que es el mayor impedimento que puede haber para sacar riqueza de
minas. Las de Potosí, con pasar muchas de ellas de doscientos estados su
profundidad, nunca han dado en agua que es la mayor felicidad de aquel
cerro: pues las minas de Porco, cuyo metal es riquísimo, se dejan hoy día de
proseguir y beneficiar por el fastidio del agua en que han dado, porque
cavar peñas, y sacar agua, son dos trabajos insufribles para buscar metal:
basta el primero, y sobra. Finalmente, el día de hoy tiene la Católica
Majestad un año con otro un millón de solos los quintos de plata del cerro
de Potosí, sin la otra riqueza de azogues, y otros derechos de la hacienda
real, que es otro grande tesoro.
Echándola cuenta los hombres expertos dicen, que lo que se ha metido a
quintar en la caja de Potosí, aunque no permanecen los libros de sus
primeros quintos con la claridad que hoy hay, porque los primeros años se
hacían las cobranzas por romana (tanta era la grosedad que había); pero por
la memoria de la averiguación que hizo el visorrey D. Francisco de Toledo el
año de setenta y cuatro, se halló, que fueron setenta y seis millones hasta
el dicho año, y desde el dicho año hasta el ochenta y cinco inclusive,
parece por los libros reales haberse quintado treinta y cinco millones. De
manera, que monta lo que se había quintada hasta el año de ochenta y cinco
ciento y once millones de pesos ensayados, que cada peso vale trece reales y
un cuartillo. Y esto sin la plata que se ha sacado sin quintar, y se ha
venido a quintar en otras cajas reales, y sin lo que en plata corriente se
ha gastado, y lo hay por quintar, que es cosa sin número. Esta cuenta
enviaron de Potosí al Virrey, el año que he dicho, estando yo en el Perú; y
después acá aún ha sido mayor la riqueza que ha venido en las flotas del
Perú, porque en la que yo vine el año de ochenta y siete, fueron once
millones los que vinieron en ambas flotas del Perú y Méjico, y era del Rey
cuasi la mitad, y de éstas las dos tercias partes del Perú.
He querido hacer esta relación tan particular, para que se entienda la
potencia que la Divina Majestad ha sido servida de dar a los reyes de
España, en cuya cabeza se han juntado tantas coronas y reinos, y por
especial favor del cielo se han juntado también la India oriental con la
occidental, dando cerco al mundo con su poder. Lo cual se debe pensar ha
sido por providencia de nuestro Dios, para el bien de aquellas gentes, que
viven tan remotas de su cabeza, que es el Pontífice Romano, vicario de
Cristo nuestro señor, en cuya fe y obediencia solamente pueden ser salvas. Y
también para la defensa de la misma fe católica e Iglesia romana en estas
partes, donde tanto es la verdad opugnada y perseguida de los herejes. Y
pues el Señor de los cielos, que da y quita los reinos a quien quiere, y
como quiere, así ha ordenado, debemos suplicarle con humildad, se digne
favorecer el celo tan pío de el Rey Católico dándole próspero suceso, y
victoria contra los enemigos de su santa fe, pues en esta causa gasta el
tesoro de Indias, que le ha dado, y aun ha menester mucho más. Pero por
ocasión de las riquezas de Potosí baste haber hecho esta digresión, y agora
volvamos a decir cómo se labran las minas, y cómo se benefician los metales
que de ellas se sacan.
Capítulo VIII
Del modo de labrar las minas de Potosí
Bien dijo Boecio159 cuando se quejó del primer inventor de minas:
Heu primus quis fuit ille,
Auri qui pondera tecti,
Gemmasque latere volentes,
Pretiosa pericula fodit.
Peligros preciosos los llama con razón, porque es grande el trabajo y
peligro con que se sacan estos metales, que tanto aprecian los hombres.
Plinio dice,160 que en Italia hay muchos metales, pero que los antiguos no
consintieron beneficiarse por conservar la gente. De España los traían, y
como a tributarios hacían los españoles labrar minas. Lo propio hace ahora
España con Indias, que habiendo todavía en España sin duda mucha riqueza de
metales, no se dan a buscarlos, ni aún se consiente labrar por los
inconvenientes que se ven; y de Indias traen tanta riqueza, donde el
buscalla y sacalla no cuesta poco trabajo, ni aun es de poco riesgo.
Tiene el cerro de Potosí cuatro vetas principales, como está dicho, que son:
la Rica, la de Centeno, la del Estaño, la Mendieta. Todas estas vetas están
a la parte oriental del cerro, como mirando al nacimiento del sol; a la
occidental no se halla ninguna. Corren las dichas vetas norte sur, que es de
polo a polo. Tienen de ancho por donde más, seis pies; por donde menos, un
palmo. Otras diversas hay, que saben de éstas, como de ramos grandes los más
pequeños suelen producirse en el árbol. Cada veta tiene diversas minas, que
son partes de ella misma, y han tomado posesión, y repartidose entre
diversos dueños, cuyos nombres tienen de ordinario. La mina mayor tiene
ochenta varas, y no puede tener más por ley ninguna; la menor tiene cuatro.
Todas estas minas hoy día llegan a mucha profundidad. En la veta Rica se
cuentan setenta y ocho minas; llegan a ciento y ochenta estados en algunas
partes, y aun a doscientos de hondura. En la veta de Centeno se cuentan
veinticuatro minas. Llegan algunas a sesenta, y aun a ochenta estados de
hondura, y así a este modo es de las otras vetas y minas de aquel cerro.
Para remedio de esta gran profundidad de minas se inventaron los socavones,
que llaman, que son unas cuevas que van hechas por bajo desde un lado del
cerro, atravesándole hasta llegar a las vetas. Porque se ha de saber, que
las vetas, aunque corren norte sur, como está dicho; pero esto es bajando
desde la cumbre hasta la falda y asiento del cerro según se cree, que serán
según conjetura de algunos, más de mil y doscientos estados. Y a esta
cuenta, aunque las minas van tan hondas, les falta otro seis tanto hasta su
raíz y fondo, que según quieren decir, ha de ser riquísimo, como tronco y
manantial de todas las vetas. Aunque hasta agora antes se ha mostrado lo
contrario por la experiencia, que mientras más alta ha estado la veta, ha
sido más rica, y como va bajando en hondo, va siendo su metal más pobre;
pero en fin, para labrar las minas con menos costa, y trabajo y riesgo,
inventaron los socavones, por los cuales se entra y sale a paso llano.
Tienen de ancho ocho pies, y de alto más de un estado. Ciérranse con sus
puertas, sácanse por ellos los metales con mucha facilidad, y págase al
dueño del socavón el quinto de todo el metal que por él se saca.
Hay hechos ya nueve socavones, y otros se están haciendo. Un socavón, que
llaman del Venino, que va a la veta Rica, se labró en veintinueve años,
comenzándose el año mil quinientos cincuenta y seis, que fueron once después
de descubrirse aquellas minas, y acabándose el año de ochenta y cinco en
once de abril. Este socavón alcanzó a la veta Rica en treinta y cinco
estados de hueco hasta su fondo, y hay desde donde se juntó con la veta
hasta lo alto de la mina otros ciento treinta y cinco estados, que por todo
este profundo bajaban a labrar aquellas minas. Tiene todo el socavón, desde
la boca hasta la veta, que llaman el crucero, doscientas y cincuenta varas,
las cuales tardaron en labrarse los veinte y nueve años que está dicho, para
que se vea lo que trabajan los hombres por ir a buscar la plata a las
entrañas del profundo.
Con todo eso, trabajan allá dentro, donde es perpetua obscuridad, sin saber
poco ni mucho cuando es día, ni cuando es noche. Y como son lugares que
nunca los visita el sol, no sólo hay perpetuas tinieblas, más también mucho
frío, y un aire muy grueso, y ajeno de la naturaleza humana; y así sucede
marearse los que allá entran de nuevo, como a mí me acaeció, sintiendo
bascas y congoja de estómago. Trabajan con velas siempre los que labran
repartiendo el trabajo, de suerte que unos labran de día, y descansan de
noche, y otros al revés les suceden. El metal es duro comúnmente, y sácanlo
a golpes de barreta quebrantándole, que es quebrar un pedernal. Después lo
suben a cuestas por unas escaleras hechizas de tres ramales de cuero de vaca
retorcido, como gruesas maromas, y de un ramal a otro puestos palos como
escalones, de manera que puede subir un hombre, y bajar otro juntamente.
Tienen estas escalas de largo diez estados, y al fin de ellas está otra
escala del mismo largo, que comienza de un relej, o poyo, donde hay hechos
de madera unos descansos a manera de andamios, porque son muchas las escalas
que se suben. Saca un hombre carga de dos arrobas atada la manta a los
pechos, y el metal que va en ellas a la espalda: suben de tres en tres. El
delantero lleva una vela atada al dedo pulgar para que vean, porque, como
está dicho, ninguna luz hay del cielo, y vanse asiendo con ambas manos; y
así suben tan grande espacio, que como ya dije, pasa muchas veces de ciento
cincuenta estados; cosa horrible, y que en pensalla aún pone grima; tanto es
el amor del dinero, por cuya recuesta se hace y padece tanto.
No sin razón exclama Plinio tratando de esto:161 Entramos hasta las entrañas
de la tierra, y hasta allá en el lugar de los condenados buscamos las
riquezas. Y después en el mismo libro:162 Obras son más que de gigantes las
que hacen los que sacan los metales, haciendo agujeros y callejones en lo
profundo, por tan grande trecho barrenando los montes a luz de candelas,
donde todo el espacio de noche y día es igual, y en muchos meses no se ve el
día, donde acaece caerse las paredes de la mina súbitamente y matar de golpe
a los mineros. Y poco después añade: Hieren la dura peña con almádanas que
tienen ciento cincuenta libras de hierro: sacan los metales a cuestas
trabajando de noche y de día, y unos entregan la carga a otros, y todo a
oscuras, pues sólo los últimos ven la luz. Con cuños de hierro y con
almádanas rompen las peñas y pedernales, por recios y duros que sean; porque
en fin es más recia y más dura la hambre del dinero.
Esto es de Plinio, que aunque habla como historiador de entonces, más parece
profeta de ahora. Y no es menos lo que Focio de Agatárchides refiere, del
trabajo inmenso que pasaban los que llamaban crisios en sacar y beneficiar
el oro, porque siempre, como el sobredicho autor dice, el oro y plata causan
tanto trabajo al haberse, cuanto dan de contento al tenerse.
Capítulo IX
Cómo se beneficia el metal de plata
La veta en que hemos dicho que se halla la plata, va de ordinario entre dos
peñas que llaman la caja, y la una de ellas suele ser durísima como
pedernal: la otra blanda, y más fácil de romper: el metal va en medio, no
todo igual, ni de un valor, porque hay en esto mismo uno muy rico que llaman
cacilla, o tacana, de donde se saca mucha plata: hay otro pobre, de donde se
saca poca. El metal rico de este cerro es de color de ámbar, y otro toca en
más negro: hay otro que es de color como rojo: otro como ceniciento, y en
efecto tiene diversos colores, y a quien no sabe lo que es, todo ello le
parece piedra de por ahí; mas los mineros en las pintas, y vetillas, y en
ciertas señales conocen luego su fineza.
Todo este metal que sacan de las minas se trae en carneros del Perú, que
sirven de jumentos, y se lleva a las moliendas. El que es metal rico se
beneficia por fundición en aquellos hornillos que llaman guayras: éste es el
metal que es más plomoso, y el plomo le hace derretir; y aún para mejor
derretirlo, echan los indios el que llaman soroche que es un metal muy
plomizo. Con el fuego la escoria corre abajo, el plomo y la plata se
derriten, y la plata anda nadando sobre el plomo hasta que se apura: tornan
después a refinar más y más la plata. Suelen salir de un quintal de metal
treinta, cuarenta y cincuenta pesos de plata por fundición. A mí me dieron
para muestra metales de que salían por fundición más de doscientos pesos, y
de doscientos y cincuenta por quintal; riqueza rara y cuasi increíble, si no
lo testificara el fuego con manifiesta experiencia, pero semejantes metales
son muy raros.
El metal pobre es el que de un quintal da dos, o tres pesos, o cinco, o
seis, o no mucho más: éste ordinariamente no es plomizo, sino seco; y así
por fuego no se puede beneficiar. A cuya causa gran tiempo estuvo en Potosí
inmensa suma de estos metales pobres, que eran desechos, y como granzas de
los buenos metales, hasta que se introdujo el beneficio de los azogues, con
los cuales aquellos desechos, o desmontes que llamaban, fueron de inmensa
riqueza, porque el azogue con extraña y maravillosa propiedad apura la
plata, y sirve para estos metales secos y pobres, y se gasta y consume menos
azogue en ellos lo cual no es en los ricos, que cuanto más lo son, tanto más
azogue consumen de ordinario.
Hoy día el mayor beneficio de plata, y cuasi toda la abundancia de ella en
Potosí es por el azogue, como también en las minas de las Zacatecas, y otras
de la Nueva España. Había antiguamente en las laderas de Potosí, y por las
cumbres y collados más de seis mil guayras, que son aquellos hornillos donde
se derrite el metal, puestos al modo de luminarias, que verlos arder de
noche, y dar lumbre tan lejos, y estar en sí hechos un ascua roja de fuego,
era espectáculo agradable. Ahora si llegan a mil o dos mil guayras, será
mucho, porque, como he dicho, la fundición es poca, y el beneficio del
azogue es toda la riqueza. Y porque las propiedades del azogue con
admirables, y el modo de beneficiar con él la plata muy notable, trataré de
el azogue, y de sus minas y labor, lo que pareciere conveniente al
propósito.
Capítulo X
De las propiedades maravillosas del azogue
El azogue, que por otro nombre se llama argenvivo, como también le nombran
los latinos, porque parece plata viva, según bulle y anda a unas partes y
otras velozmente, entre todos los metales tiene grandes y maravillosas
propiedades. Lo primero, siendo verdadero metal, no es duro, informado y
consistente, como los demás, sino líquido y que corre, no como la plata y el
oro, que derretidos del fuego, son líquidos y corren, sino de su propia
naturaleza, y con ser licor, es más pesado que ningún otro metal; y así los
demás nadan en el azogue, y no se hunden como más livianos. Yo he visto en
un barreño de azogue echar dos libras de hierro, y andar nadando encima el
hierro sin hundirse, como si fuera palo o corcho en el agua. Plinio hace
excepción diciendo,163 que sólo el oro se hunde, y no nada sobre el azogue:
no he visto la experiencia, y por ventura es, porque el azogue naturalmente
rodea luego el oro, y lo esconde en sí.
Es esta la más importante propiedad que tiene, que con maravilloso afecto se
pega al oro, y le busca, y se va él do quiera que le huele. Y no sólo esto,
mas así se encarna con él, y lo junta así, que le desnuda y despega de
cualesquier otros metales o cuerpos en que está mezclado, por lo cual toman
oro los que se quieren preservar del daño del azogue. A hombres que han
echado azogue en los oídos para matarlos secretamente, ha sido el remedio
meter por el oído una paletilla de oro, con que llaman el azogue, y la sacan
blanca, de lo que se ha pegado al oro. En Madrid, yendo a ver las obras
notables de Jácomo de Trezo, excelente artífice milanés, labraba para San
Lorenzo el Real, sucedió ser en día que doraban unas piezas del retablo, que
eran de bronce, lo cual se hace con azogue; y porque el humo del azogue es
mortal, me dijeron que se prevenían los oficiales contra este veneno con
tomar un doblón de oro desmenuzado, el cual pasado al estómago llamaba allí
cualquier azogue que por los oídos, ojos, narices o boca les entrase de
aquel humo mortal, y con esto se preservaban del daño del azogue, yéndose
todo él al oro que estaba en el estómago, y saliendo después todo por la vía
natural: cosa, cierto, digna de admiración, después que el azogue ha
limpiado al oro, y purgádole de todos los otros metales y mezclas, también
le aparta el fuego a él de su amigo el oro, y así le deja del todo puro sin
fuego. Dice Plinio,164 que con cierta arte apartaban el oro del azogue: no
sé yo que ahora se use tal arte.
Paréceme, que los antiguos no alcanzaron, que la plata se beneficiase por
azogue, que es hoy día el mayor uso y más principal provecho del azogue,
porque expresamente dice, que a ninguno otro metal abraza sino sólo al oro,
y donde trata del modo de beneficiar la plata, sólo hace mención de
fundición: por donde se puede colegir, que este secreto no le alcanzaron los
antiguos. En efecto, aunque la principal amistad del azogue sea con el oro,
todavía donde no hay oro se va a la plata, y la abraza, aunque no tan presto
como a el oro: y al cabo también la limpia, y la apura de la tierra y cobre
y plomo con que se cría, sin ser necesario el fuego, que por fundición
refina los metales; aunque para despegar y desasir del azogue a la plata
también interviene el fuego, como adelante se dirá. De esotros metales,
fuera de oro y plata, no hace caso el azogue, antes los carcome y gasta, y
horada y se va y huye de ellos, que también es cosa admirable. Por donde le
echan en vasos de barro, o en pieles de animales, porque vasijas de cobre,
hierro u otro metal luego las pasa y barrena, y toda otra materia penetra y
corrompe, por donde le llama Plinio veneno de todas las cosas, y dice, que
todo lo come y gasta.
En sepulturas de hombres muertos se halla azogue, que después de haberlos
gastado, él se sale muy a su salvo entero. Háse hallado también en las
médulas y tuétanos de hombres o animales, que recibiendo su humo por la boca
o narices, allá dentro se congela, y penetra los mismos huesos. Por eso es
tan peligrosa la conversación con criatura tan atrevida y mortal. Pues es
otra gracia que tiene, que bulle, y se hace cien mil gotillas, y por menudas
que sean, no se pierde una, sino que por acá, o por allá se torna a juntar
con su licor, y cuasi es incorruptible, y apenas hay cosa que le pueda
gastar: por donde el sobredicho Plinio le llama sudor eterno. Otra propiedad
tiene, que siendo el azogue el que aparta el oro del cobre y todos metales,
cuando quieren juntar oro con cobre, o bronce, o plata, que es dorando, el
medianero de esta junta es el azogue, porque mediante él se doran esos
metales.
Entre todas estas maravillas de este licor extraño, la que a mí me ha
parecido más digna de ponderar, es, que siendo la cosa más pesada del mundo,
inmediatamente se vuelve en la más liviana del mundo, que es humo, con que
sube arriba resuelto, y luego el mismo humo, que es cosa tan liviana,
inmediatamente se vuelve en cosa tan pesada como es el propio licor de
azogue, en que se resuelve. Porque en topando el humo de aquel metal cuerpo
duro arriba, o llegando a región fría, luego al punto se cuaja, y torna a
caer hecho azogue, y si dan fuego otra vez al azogue, se hace humo, y del
humo torna sin dilación a caer el licor del azogue. Cierto, transmutación
inmediata de cosa tan pesada en cosa tan liviana, y al revés; por cosa rara
se puede tener en naturaleza. Y en todas estas y otras extrañezas que tiene
este metal, es digno el Autor de su naturaleza, de ser glorificado, pues a
sus leyes ocultas obedece tan prontamente toda naturaleza criada.
Capítulo XI
Dónde se halla el azogue, y cómo se descubrieron sus minas riquísimas en
Guancavelica
Hállase el azogue en una manera de piedra, que da juntamente el bermellón,
que los antiguos llamaron minio, y hoy día se dicen estar miniadas las
imágenes que con azogue pintan en los cristales. El minio o bermellón
celebraron los antiguos en grande manera, teniéndole por color sagrado, como
Plinio refiere; y así dice,165 que solían teñir con él el rostro de Júpiter
los romanos, y los cuerpos de los que triunfaban, y que en la Etiopía, así
los ídolos, como los gobernadores, se teñían el rostro de minio. Y que era
estimado en Roma en tanto grado el bermellón (el cual solamente se llevaba
de España, donde hubo muchos pozos y minas de azogue, y hasta el día de hoy
las hay), que no consentían los romanos que se beneficiase en España aquel
metal, porque no les hurtasen algo, sino así en piedra como lo sacaban de la
mina, se llevaba sellado a Roma, y allá lo beneficiaban y llevaban cada año
de España, especial del Andalucía, obra de diez mil libras; y esto tenían
los romanos por excesiva riqueza.
Todo esto he referido del sobredicho autor, porque a los que ven lo que hoy
día pasa en el Perú, les dará gusto saber lo que antiguamente pasó a los más
poderosos señores del mundo. Dígolo, porque los Ingas, reyes del Perú, y los
indios naturales de él labraron gran tiempo las minas del azogue, sin saber
del azogue, ni conocelle, ni pretender otra cosa sino este minio, o
bermellón que ellos llaman llimpi, el cual preciaban mucho para el mismo
efecto que Plinio ha referido de los romanos y etíopes, que es para pintarse
o teñirse con él los rostros y cuerpos suyos y de sus ídolos: lo cual usaron
mucho los indios, especialmente cuando iban a la guerra, y hoy día lo usan
cuando hacen algunas fiestas o danzas, y llámanlo embijarse, porque les
parecía que los rostros así embijados ponían terror; y agora les parece que
es mucha gala.
Con este fin, en los cerros de Guancavelica, que son en el Perú cerca de la
ciudad de Guamanga, hicieron labores extrañas de minas, de donde sacaban
este metal, y es de modo, que si hoy día entran por las cuevas o socavones
que los indios hicieron, se pierden los hombres, y no atinan a salir. Mas ni
se cuidaban del azogue, que está naturalmente en la misma materia o metal de
bermellón, ni aun conocían que hubiese tal cosa en el mundo. Y no sólo los
indios, mas ni aún los españoles conocieron aquella riqueza por muchos años,
hasta que gobernando el licenciado Castro el Perú, el año de sesenta y seis
y sesenta y siete se descubrieron las minas de azogue en esta forma.
Vino a poder de un hombre inteligente llamado Enrique Garcés, portugués de
nación, el metal colorado que he dicho, que llamaban los indios llimpi, con
que se tiñen los rostros, y mirándolo conoció ser el que en castilla llaman
bermellón; y como sabía que el bermellón se saca del mismo metal que el
azogue, conjeturó, que aquellas minas habían de ser azogue. Fué allá, y hizo
la experiencia y ensaye, y halló ser así, y de esta manera descubiertas las
minas de Paleas en término de Guamanga, fueron diversos a beneficiar el
azogue para llevarle a Méjico, donde la planta se beneficiaba por azogue,
con cuya ocasión se hicieron ricos no pocos. Y aquel asiento de minas, que
llaman Guancavelica, se pobló de españoles y de indios que acudieron, y hoy
día acuden a la labor de las dichas minas de azogue, que son muchas y
prósperas.
Entre todas es cosa ilustrísima la mina que llaman de Amador de Cabrera, por
otro nombre la de los Santos, la cual es un peñasco de piedra durísima
empapada toda en azogue de tanta grandeza, que se extiende por ochenta varas
de largo y cuarenta de ancho, y por toda esta cuadra está hecha su labor en
hondura de setenta estados, y pueden labrar en ella más de trescientos
hombres juntos, por su gran capacidad. Esta mina descubrió un indio de
Amador de Cabrera, llamado Navincopa, de el pueblo de Acoria: registróla
Amador de Cabrera en su nombre: trajo pleito con el Fisco, y por ejecutoria
se le dió el usufructo de ella, por ser descubridora. Después la vendió por
doscientos y cincuenta mil ducados, y pareciéndole que había sido engañado
en la venta, tornó a poner pleito, porque dicen que vale más de quinientos
mil ducados, y aún a muchos les parece que vale un millón; cosa rara haber
mina de tanta riqueza.
En tiempo que gobernaba el Perú don Francisco de Toledo, un hombre que había
estado en Méjico, y visto cómo se sacaba plata con los azogues, llamado Pero
Fernández de Velasco, se ofreció a sacar la plata de Potosí por azogue. Y
hecha la prueba, y saliendo muy bien, el año de setenta y uno se comenzó en
Potosí a beneficiar la plata con los azogues que se llevaron de
Guancavelica, y fué el total remedio de aquellas minas, porque con el azogue
se sacó plata infinita de los metales que estaban desechados que llamaban
desmontes. Porque como está dicho, el azogue apura la plata, aunque sea
pobre, y de poca ley, y seca, lo cual no hace la fundición de fuego.
Tiene el Rey Católico, de la labor de las minas de azogue, sin costa, ni
riesgo alguno, cerca de cuatrocientos mil pesos de minas, que son de a
catorce reales, o poco menos, sin lo que después de ello procede, por el
beneficio que se hace en Potosí, que es otra riqueza grandísima. Sácanse un
año con otro de estas minas de Guancavelica, ocho mil quintales de azogue, y
aún más.
Capítulo XII
Del arte que se saca el azogue, y beneficia con él la plata
Digamos ahora cómo se saca el azogue, y como se saca con él la plata. La
piedra, o metal donde el azogue se halla, se muele y pone en unas ollas al
fuego tapadas, y allí fundiéndose o derritiéndose aquel metal, se despide de
él el azogue con la fuerza del fuego, y sale en exhalación a vueltas del
humo del dicho fuego, y suele ir siempre arriba, hasta tanto que topa algún
cuerpo, donde para y se cuaja, o, si pasa arriba sin topar cuerpo duro,
llega hasta donde se enfría, y allí se cuaja y vuelve a caer abajo. Cuando
está hecha la fundición destapan las ollas y sacan el metal. La cual
procuran se haga estando ya frías, porque si da algún humo o vapor de aquél
a las personas que destapan las ollas, se azogan y mueren, o quedan muy
maltratadas, o pierden los dientes.
Para dar fuego a los metales, porque se gasta infinita leña, halló un
minero, por nombre Rodrigo de Torres, una invención utilísima, y fué coger
de una paja que nace por todos aquellos cerros del Perú, la cual allá llaman
Icho, y es a modo de esparto, y con ella dan fuego. Es cosa maravillosa la
fuerza que tiene esta paja para fundir aquellos metales, que es, como lo que
dice Plinio,166 del oro que se funde con llama de paja, no fundiéndose con
brasas de leña fortísima. El azogue así fundido lo ponen en badanas, porque
en cuero se puede guardar, y así se mete en los almacenes del rey, y de allí
se lleva por mar a Arica, y de allí a Potosí en recuas o carneros de la
tierra.
Consúmese comúnmente en el beneficio de los metales en Potosí de seis a
siete mil quintales por año, sin lo que se saca de las lamas (que son las
heces que quedan, y barro de los primeros lavatorios de metales que se hacen
en tinas), las cuales lamas se queman y benefician en hornos para sacar el
azogue que en ellas queda, y habrá más de cincuenta hornos de éstos en la
villa de Potosí y en Tarapaya. Será la cuantidad de los metales que se
benefician, según han echado la cuenta hombres pláticos, mas de trescientos
mil quintales al año, de cuyas lamas beneficiadas se sacarán más de dos mil
quintales de azogue.
Y es de saber que la cualidad de los metales es varia, porque acaece que un
metal da mucha plata y consume poco azogue; otro, al revés, da poca plata y
consume mucho azogue, otro da mucha y consume mucho, otro da poca y consume
poco, y conforme a cómo es el acertar en estos metales, así es el enriquecer
poco, o mucho, o perder en el trato de metales. Aunque lo más ordinario es
que en metal rico, como da mucha plata, así consume mucho azogue, y el
pobre, al revés.
El metal se muele muy bien primero con los mazos de ingenios, que golpean la
piedra como batanes, y después de bien molido el metal, lo ciernen con unos
cedazos de telas de arambre, que hacen la harina tan delgada como los
comunes de cerdas; y ciernen estos cedazos, si están bien armados y puestos,
treinta quintales entre noche y día. Cernida que está la harina del metal,
la pasan a unos cajones de buitrones, donde la mortifican con salmuera,
echando a cada cincuenta quintales de harina cinco quintales de sal, y esto
se hace para que la sal desengrase la harina de metal del barro o lama que
tiene, con lo cual el azogue recibe mejor la plata. Exprimen luego con un
lienzo de Holanda cruda el azogue sobre el metal, y sale el azogue como un
rocío, y así van revolviendo el metal para que a todo él se comunique este
rocío del azogue.
Antes de inventarse los buitrones de fuego se amasaba muchas y diversas
veces el metal con el azogue, así echado en unas artesas, y hacían pellas
grandes como de barro, y dejábanlo estar algunos días, y tornaban a amasallo
otra vez y otra, hasta que se entendía que estaba ya incorporado el azogue
en la plata, lo cual tardaba veinte días y más, y cuando menos, nueve.
Después, por aviso que hubo, como la gana de adquirir es diligente, hallaron
que, para abreviar el tiempo, el fuego ayudaba mucho a que el azogue tomase
la plata con presteza, y así trazaron los buitrones, donde ponen unos
cajones grandes, en que echan el metal con sal y azogue, y por debajo dan
fuego manso en ciertas bóvedas hechas a propósito, y en espacio de cinco
días o seis el azogue incorpora en sí la plata.
Cuando se entiende que ya el azogue ha hecho su oficio, que es juntar la
plata, mucha o poca, sin dejar nada de ella, y embeberla en sí, como la
esponja al agua, incorporándola consigo y apartándola de la tierra, plomo y
cobre, con que se cría, entonces tratan de descubrirla, sacarla y apartarla
del mismo azogue, lo cual hacen en esta forma: Echan el metal en unas tinas
de agua, donde con unos molinetes o ruedas de agua, trayendo al derredor el
metal, como quien deslíe o hace mostaza, va saliendo el barro o lama del
metal en el agua que corre, y la plata y azogue, como cosa más pesada, hace
asiento en el suelo de la tina. El metal que queda está como arena, y de
aquí lo sacan y llevan a lavar otra vuelta con bateas en unas balsas o pozas
de agua, y allí acaba de caerse el barro, y deja la plata y azogue a solas,
aunque a vueltas del barro y lama va siempre algo de plata y azogue, que
llaman relaves; y también procuran después sacallo y aprovechallo.
Limpia, pues, que está la plata y el azogue, que ya ello reluce, despedido
todo el barro y tierra, toman todo este metal y, echado en un lienzo,
exprímenlo fuertemente, y así sale todo el azogue que no está incorporado en
la plata y queda lo demás hecho todo una pella de plata y azogue, al modo
que queda lo duro y cibera de las almendras cuando exprimen el almendrada; y
estando bien exprimida la pella que queda, sola es la sexta parte de plata,
y las otras cinco son azogue. De manera que, si queda una pella de sesenta
libras, las diez libras son de plata y las cincuenta de azogue. De estas
pellas se hacen las piñas a modo de panes de azúcar, huecas por dentro, y
hácenlas de cien libras de ordinario. Y para apartar la plata del azogue,
pónenlas en fuego fuerte, donde las cubren con un vaso de barro de la
hechura de los moldes de panes de azúcar, que son como unos caperuzones, y
cúbrenlas de carbón y danles fuego, con el cual el azogue se exhala en humo,
y topando en el caperuzón de barro, allí se cuaja y destila, como los
vapores de la olla en la cobertera, y por un cañón al modo de alambique,
recíbese todo el azogue que se destila, y tórnase a cobrar, quedando la
plata sola.
La cual en forma y tamaño, es la misma; en el peso es cinco partes menos que
antes; queda toda crespa y esponjada, que es cosa de ver; de dos de estas
piñas se hace una barra de plata que pesa sesenta y cinco o sesenta y seis
marcos, y así se lleva a ensayar, quintar y marcar. Y es tan fina la plata
sacada por azogue, que jamás baja de dos mil y trescientos y ochenta de ley;
y es tan excelente, que para labrarse han menester que los plateros la bajen
de ley echándole liga o mezcla, y lo mismo hacen en las casas de moneda,
donde se labra y acuña. Todos estos tormentos y, por decirlo así, martirios
pasa la plata para ser fina, que, si bien se mira, es un amasijo formado,
donde se muele y se cierne y se amasa y se leuda y se cuece la plata, y aun
fuera de esto se lava y relava, y se cuece y recuece, pasando por mazos y
cedazos, y artesas y buitrones y tinas y bateas y exprimideros y hornos, y,
finalmente, por agua y fuego.
Digo esto porque, viendo este artificio en Potosí, consideraba lo que dice
la Escritura de los justos,167 que: Colabit eos, et purgabit cuasi argentum
. Y lo que dice en otra parte:168 Sicut argentum probatum terroe, purgatum
septuplum. Que para apurar la plata y afinalla y limpialla de la tierra y
barro en que se cría, siete veces la purgan y purifican, porque, en efecto,
son siete, esto es, muchas y muchas las veces que la atormentan hasta
dejalla pura y fina. Y así es la doctrina del Señor, y lo han de ser las
almas que han de participar de su pureza divina.
Capítulo XIII
De los ingenios para moler metales, y del ensaye de la plata
Para concluir con esta materia de plata y metales restan dos cosas por
decir: una es de los ingenios y moliendas, otra de los ensayes.
Ya se dijo que el metal se muele para recibir el azogue. Esta molienda se
hace con diversos ingenios: unos que traen caballos, como atahonas, y otros
que se mueven con el golpe del agua, como aceñas o molinos; y de los unos y
los otros hay gran cantidad. Y porque el agua, que comúnmente es la que
llueve, no la hay bastante en Potosí, sino en tres o cuatro meses, que son
diciembre, enero y febrero, han hecho unas lagunas que tienen de contorno
como a mil y setecientas varas, y de hondo tres estados, y son siete, con
sus compuertas; y cuando es menester usar de alguna, la alzan y sale un
cuerpo de agua, y las fiestas las cierran. Cuando se hinchen las lagunas, y
el año es copioso de agua, dura la molienda seis o siete meses, de modo que
también para la plata piden los hombres ya buen año de aguas en Potosí, como
en otras partes para el pan.
Otros ingenios hay en Tarapaya, que es un valle tres o cuatro leguas de
Potosí, donde corre un río, y en otras partes hay otros ingenios. Hay esta
diversidad, que unos ingenios tienen a seis mazos, otros a doce y catorce.
Muélese el metal en unos morteros, donde día y noche lo están echando, y de
allí llevan lo que está molido a cerner. Están en la ribera del arroyo de
Potosí cuarenta y ocho ingenios de agua, de a ocho, diez y doce mazos; otros
cuatro ingenios están en otro lado, que llaman Tanacoñuño. En el valle de
Tarapaya hay veintidós ingenios, todos éstos son de agua; fuera de los
cuales hay en Potosí otros treinta ingenios de caballos, y fuera de Potosí
otros algunos; tanta ha sido la diligencia e industria de sacar plata. La
cual finalmente se ensaya y prueba por los ensayadores y maestros que tiene
el rey puestos, para dar su ley a cada pieza.
Llévanse las barras de plata al ensayador, el cual pone a cada una su número
porque el ensaye se hace de muchas juntas. Saca de cada una un bocado y
pésale fielmente; échale en una copella, que es un vasito hecho de ceniza de
huesos molidos y quemados. Pone estos vasitos por su orden en el horno u
hornaza, dales fuego fortísimo, derrítese el metal, todo, y lo que es plomo
se va en humo, el cobre o estaño se deshace, queda la plata finísima, hecha
de color de fuego. Es cosa maravillosa que, cuando está así refinada, aunque
esté líquida y derretida no se vierte volviendo la copella o vaso donde está
hacia abajo, sino que se queda fija, sin caer gota. En la color y en otras
señales conoce el ensayador cuando está afinada; saca del horno las
copellas, vuelve a pesar delicadísimamente cada pedacito, mira lo que ha
mermado y faltando de su peso, porque la que es de ley subida merma poco, y
la que es de ley baja, mucho. Y así, conforme a lo que ha mermado, ve la ley
que tiene, y esa asienta, y señala en cada barra puntualmente.
Es el peso tan delicado, y las pesicas o gramos tan menudos, que no se
pueden asir con los dedos, sino con unas pinzas, y el peso se hace a luz de
candela, porque no dé aire que haga menear las balanzas, porque de aquel
poquito depende el precio y valor de toda una barra. Cierto es cosa delicada
y que requiere gran destreza, de la cual también se aprovecha la divina
Escritura en diversas partes,169 para declarar de qué modo prueba Dios a los
suyos, y para notar las diferencias de méritos y valor de las almas, y
especialmente donde a Jeremías, profeta, le da Dios título de ensayador,170
para que conozca y declare el valor espiritual de los hombres y sus obras,
que es negocio propio del Espíritu de Dios, que es el que pesa los espíritus
de los hombres.171 Y con esto nos podemos contentar cuanto a materia de
plata, metales y minas, y pasar adelante a los otros dos propuestos de
plantas y animales.
Capítulo XIV
De las esmeraldas
Aunque será bien primero decir algo de las esmeraldas, que así por ser cosa
preciada, como el oro y plata de que se ha dicho, como por ser su nacimiento
también en minas de metales, según Plinio,172 no viene fuera de propósito
tratar aquí de ellas.
Antiguamente fué la esmeralda estimada en mucho, y, como el dicho autor
escribe, tenía el tercer lugar entre las joyas, después del diamante y de la
margarita. Hoy día, ni la esmeralda se tiene en tanto, ni la margarita, por
la abundancia que las Indias han dado de ambas cosas, sólo el diamante se
queda con su reinado, que no se lo quitará nadie: tras él, los rubíes finos
y otras piedras se precian en más que las esmeraldas Son amigos los hombres
de singularidad, y lo que ven ya común no lo precian. De un español cuentan
que, en Italia, al principio que se hallaron en Indias, mostró una esmeralda
a un lapidario y preguntó el precio; vista por el otro, que era de excelente
cualidad y tamaño, respondió que cien escudos; mostróle otra mayor, dijo que
trescientos. Engolosinado del negocio, llevóle a su casa y mostróle un cajón
lleno de ellas; en viendo tantas, dijo el italiano: Señor, éstas valen a
escudo. Así ha pasado en Indias y España, que el haber hallado tanta riqueza
de estas piedras les ha quitado el valor.
Plinio dice excelencias de ellas y que no hay cosa más agradable, ni más
saludable a la vista, y tiene razón, pero importa poco su autoridad mientras
hubiere tantas. La otra Lolia Romana, de quien cuenta173 que, en un tocado y
vestido labrado de perlas y esmeraldas, echó cuatrocientos mil ducados de
valor; pudiera hoy día con menos de cuarenta mil hacer dos pares como aquél.
En diversas partes de Indias se han hallado. Los reyes mejicanos las
preciaban, y aun usaban algunos horadar las narices y poner allí una
excelente esmeralda. En los rostros de sus ídolos también las ponían. Mas
donde se ha hallado, y hoy día se halla más abundancia, es en el nuevo reino
de Granada y en el Perú, cerca de Manta y Puertoviejo.
Hay por allí dentro una tierra que llaman de las Esmeraldas, por la noticia
que hay de haber muchas, aunque no ha sido hasta ahora conquistada aquella
tierra. Las esmeraldas nacen en piedras a modo de cristales, y yo las he
visto en la misma piedra, que van haciendo como veta, y, según parece, poco
a poco se van cuajando y afinando, porque vi unas medio blancas, medio
verdes, otras cuasi blancas, otras ya verdes y perfectas del todo. Algunas
he visto del grandor de una nuez, y mayores las hay. Pero no sé que en
nuestros tiempos se hayan descubierto del tamaño del catino o joya que
tienen en Génova, que con razón la precian en tanto por joya, y no por
reliquia, pues no consta que lo sea, antes lo contrario.
Pero sin comparación excede lo que Teofrasto refiere de la esmeralda que
presentó el rey de Babilonia al rey de Egipto, que tenía de largo cuatro
codos y tres de ancho, y que en el templo de Júpiter había una aguja hecha
de cuatro piedras de esmeraldas, que tenía de largo cuarenta codos y de
ancho en partes cuatro y en partes dos, y que en su tiempo en Tiro había en
el templo de Hércules un pilar de esmeralda. Por ventura era, como dice
Plinio,174 de piedra verde que tira a esmeralda, y la llaman esmeralda
falsa. Como algunos quieren decir, que ciertos pilares que hay en la iglesia
catedral de Córdoba, desde el tiempo que fué mezquita de los reyes
Miramamolines, moros, que reinaron en Córdoba, que son de piedra de
esmeralda.
En la flota del año ochenta y siete, en que yo vine de Indias, trajeron dos
cajones de esmeraldas, que tenía cada uno de ellos por lo menos cuatro
arrobas, por donde se puede ver la abundancia que hay. Celebra la divina
Escritura175 las esmeraldas como joya muy preciada, y pónelas así entre las
piedras preciosas que traía en el pecho el sumo pontífice, como en las que
adornan los muros de la celestial Jerusalén.
Capítulo XV
De las perlas
Ya que tratamos la principal riqueza que se trae de Indias, no es justo
olvidar las perlas que los antiguos llamaban margaritas, cuya estima en los
primeros fué tanta, que eran tenidas por cosa que sólo a personas reales
pertenecían. Hoy día es tanta la copia de ellas, que hasta las negras traen
sartas de perlas.
Críanse en los ostiones o conchas del mar, entre la misma carne, y a mí me
ha acaecido, comiendo algún ostión, hallar la perla en medio. Las conchas
tienen por de dentro unas colores del cielo muy vivas, y en algunas partes
hacen cucharas de ellas, que llaman de nácar. Son las perlas de
diferentísimos modos en el tamaño, figura, color y lisura, y así su precio
es muy diferente. Unas llaman Avemarías, por ser como cuentos pequeños de
rosario; otras Paternostres, por ser gruesas. Raras veces se hallan dos que
en todo convengan en tamaño, en forma o en color. Por eso los romanos -según
escribe Plinio-176 las llamaron Uniones.
Cuando se aciertan a topar dos que en todo convengan, suben mucho de precio,
especialmente para zarcillos; algunos pares he visto que los estimaban en
millares de ducados, aunque no llegasen al valor de las dos perlas de
Cleopatra, que cuenta Plinio177 haber valido cada una cien mil ducados, con
que ganó aquella reina loca la apuesta que hizo con Marco Antonio, de gastar
en una cena más de cien mil ducados, porque, acabadas las viandas, echó en
vinagre fuerte una de aquellas perlas, y, deshecha así, se la tragó; la otra
dice que, partida en dos, fué puesta en el Panteón de Roma, en los zarcillos
de la estatua de Venus. Y del otro Clodio, hijo del farsante, o trágico
Esopo, cuenta que, en un banquete, dió a cada uno de los convidados una
perla rica deshecha en vinagre, entre los otros platos, para hacer la fiesta
magnífica. Fueron locuras de aquellos tiempos éstas, y las de los nuestros
no son muy menores, pues hemos visto no sólo los sombreros y trenas, más los
botines y chapines de mujeres de por ahí cuajados todos de labores de
perlas.
Sácanse las perlas en diversas partes de Indias, donde con más abundancia es
en el mar del sur, cerca de Panamá, donde están las islas, que por esta
cansa llaman de las Perlas. Pero en más cantidad y mejores se sacan en el
mar del norte, cerca, del río que llaman de la Hacha. Allí supe cómo se
hacía esta granjería, que es con harta costa y trabajo de los pobres buzos,
los cuales bajan seis y nueve y aun doce brazas en hondo a buscar los
ostiones, que de ordinario están asidos a las peñas y escollos de la mar. De
allí los arrancan y se cargan de ellos, y se suben, y los echan en las
canoas, donde los abren y sacan aquel tesoro que tienen dentro. El frío del
agua allá dentro del mar es grande, y mucho mayor el trabajo de tener el
aliento estando un cuarto de hora a veces, y aun media, en hacer su pesca.
Para que puedan tener el aliento, hácenles a los pobres buzos que coman
poco, y manjar muy seco, y que sean continentes. De manera que también la
codicia tiene sus abstinentes y continentes, aunque sea a su pesar.
Lábranse de diversas maneras las perlas, y horadánlas para sartas. Hay ya
gran demasía donde quiera. El año de ochenta y siete vi en la memoria de lo
que venía de Indias para el rey, dieciocho marcos de perlas y otros tres
cajones de ellas, y para particulares, mil y doscientos y sesenta y cuatro
marcos de perlas, y sin esto otras siete talegas por pesar, que en otro
tiempo se tuviera por fabuloso.
Capítulo XVI
Del pan de Indias y del maíz
Viniendo a las plantas, trataremos de las que son más propias de Indias, y
después de las comunes a aquella tierra y a ésta de Europa. Y porque las
plantas fueron criadas principalmente para mantenimiento del hombre, y el
principal de que se sustenta es el pan, será bien decir qué pan hay en
Indias y qué cosa usan en lugar de pan.
El nombre de pan es allá también usado con propiedad de su lengua, que en el
Perú llaman tanta, y en otras partes de otras maneras. Mas la cualidad y
sustancia del pan que los indios tenían y usaban, es cosa muy diversa del
nuestro, porque ningún género de trigo se halla que tuviesen, ni cebada, ni
mijo, ni panizo, ni esotros granos usados para pan en Europa. En lugar de
esto usaban de otros géneros de granos y de raíces; entre todos, tiene el
principal lugar, y con razón, el grano de maíz, que en Castilla llaman trigo
de las Indias y en Italia grano de Turquía. Así como en las partes del orbe
antiguo, que son Europa, Asia y África, el grano más común a los hombres es
el trigo, así en las partes del nuevo orbe ha sido y es el grano de maíz, y
cuasi se ha hallado en todos los reinos de Indias occidentales, en Perú, en
Nueva España, en Nuevo Reino, en Guatimala, en Chile, en toda Tierra Firme.
De las islas de Barlovento, que son Cuba, la Española, Jamaica, San Juan, no
sé que se usase antiguamente el maíz; hoy día usan más la yuca y cazavi, de
que luego diré.
El grano del maíz, en fuerza y sustento, pienso que no es inferior al trigo;
es más grueso y cálido, y engendra sangre; por donde los que de nuevo lo
comen, si es con demasía, suelen padecer hinchazones y sarna. Nace en cañas
y cada una lleva una o dos mazorcas, donde está pegado el grano; y con ser
granos gruesos, tienen muchos, y en algunas contamos setecientos granos.
Siémbrase a mano, y no esparcido; quiere tierra caliente y húmeda. Dase en
muchas partes de Indias con grande abundancia; coger trescientas hanegas de
una sembradura no es cosa muy rara. Hay diferencia en el maíz, como también
en los trigos; uno es grueso y sustancioso; otro, chico y sequillo, que
llaman moroche; las hojas del maíz y la caña verde es escogida comida para
cabalgaduras, y aun seca también sirve como de paja. El mismo grano es de
más sustento para los caballos y mulas, que la cebada; y así es ordinario en
aquellas partes, teniendo aviso de dar de beber a las bestias primero que
coman el maíz, porque bebiendo sobre él se hinchan y les da torzón, como
también lo hace el trigo.
El pan de los indios es el maíz; cómenlo comúnmente cocido así en grano y
caliente, que llaman ellos mote; como comen los chinos y japoneses el arroz,
también cocido con su agua caliente. Algunas veces lo comen tostado; hay
maíz redondo y grueso, como lo de los Lucanas, que lo comen españoles por
golosina tostado, y tiene mejor sabor que garbanzos tostados. Otro modo de
comerlo más regalado es moliendo el maíz y haciendo de su harina masa, y de
ella unas tortillas que se ponen al fuego, y así calientes se ponen a la
mesa y se comen; en algunas partes las llaman arepas. Hacen también de la
propia masa unos bollos redondos, y sazónanlos de cierto modo, que duran, y
se comen por regalo. Y porque no falte la curiosidad también en comidas de
Indias, han inventado hacer cierto modo de pasteles de esta masa, y de la
flor de su harina con azúcar, bicochuelos y melindres que llaman.
No les sirve a los indios el maíz sólo de pan, sino también de vino, porque
de él hacen sus bebidas, con que se embriagan harto más presto que con vino
de uvas. El vino de maíz, que llaman en el Perú azúa, y por vocablo de
Indias común chicha, se hace en diversos modos. El más fuerte, al modo de
cerveza, humedeciendo primero el grano de maíz, hasta que comienza a brotar,
y después cociéndolo con cierto orden, sale tan recio que, a pocos lances
derriba; éste llaman en el Perú sora, y es prohibido por ley, por los graves
daños que trae emborrachando bravamente; mas la ley sirve de poco, que así
como así lo usan, y se están bailando y bebiendo noches y días enteros. Este
modo de hacer brebaje con que emborracharse, de granos mojados y después
cocidos, refiere Plinio178 haberse usado antiguamente en España y Francia, y
en otras provincias, como hoy día en Flandes, se usa la cerveza hecha de
granos de cebada.
Otro modo de hacer azúa o chicha es mascando el maíz y haciendo levadura y
de lo que así se masca, y después cocido; y aún es opinión de indios que,
para hacer buena levadura, se ha de mascar por viejas podridas, que aun
oillo pone asco, y ellos no lo tienen de beber aquel vino. El modo más
limpio y más sano y que menos encalabria es de maíz tostado; eso usan los
indios más pulidos y algunos españoles por medicina; porque, en efecto,
hallan que para riñones y orina es muy saludable bebida, por donde apenas se
halla en indios semejante mal, por el uso de beber su chicha.
Cuando el maíz está tierno en su mazorca y como en leche, cocido o tostado
lo comen por regalo indios y españoles; también lo echan en la olla y en
guisados, y es buena comida. Los cebones de maíz son muy gordos y sirven
para manteca en lugar de aceite; de manera que para bestias y para hombres,
para pan y para vino y para aceite aprovecha en Indias el maíz. Y así, decía
el virrey don Francisco de Toledo, que dos cosas tenía de sustancia y
riqueza el Perú, que eran el maíz y el ganado de la tierra. Y cierto tenía
mucha razón, porque ambas cosas sirven por mil.
De dónde fué el maíz a Indias, y por qué este grano tan provechoso le llaman
en Italia grano de Turquía, mejor sabré preguntarlo, que decirlo. Porque, en
efecto, en los antiguos en hallo rastro de este genero, aunque el milio, que
Plinio escribe179 haber venido a Italia de la India diez años había cuando
escribió, tiene alguna similitud con el maíz, en lo que dice que es grano y
que nace en caña, y se cubre de hoja, y que tiene al remate como cabellos, y
el ser fertilísimo, todo lo cual no cuadra con el mijo, que comúnmente
entienden por milio. En fin, repartió el Criador a todas partes su gobierno;
a este orbe dió el trigo, que es el principal sustento de los hombres; a
aquel de Indias dio el maíz, que, tras el trigo, tiene el segundo lugar,
para sustento de hombres y animales.
Capítulo XVII
De las yucas, y cazavi, y papas y chuño, y arroz
En algunas partes de Indias usan un género de pan que llaman cazavi, el cual
se hace de cierta raíz que se llama yuca. Es la yuca raíz grande y gruesa,
la cual cortan en partes menudas y la rallan, y como en prensa la exprimen;
y lo que queda es una como torta delgada, muy grande y ancha casi como una
adarga. Esta así es el pan que comen; es cosa sin gusto y desabrida, pero
sana y de sustento; por eso decíamos, estando en la Española, que era propia
comida para contra la gula porque se podía comer sin escrúpulo de que el
apetito causase exceso.
Es necesario humedecer el cazavi para comello, porque es áspero y raspa;
humedécese con agua o caldo fácilmente, y para sopas es bueno, porque empapa
mucho, y así hacen capirotadas de ello. En leche y en miel de cañas, ni aun
en vino apenas se humedece ni pasa, como hace el pan de trigo. De este
cazavi hay uno más delicado, que es hecho de la flor que ellos llaman
jaujau, que en aquellas parte se precia, y yo preciaría más un pedazo de
pan, por duro y moreno que fuese. Es cosa de maravilla que el zumo o agua
que exprimen de aquella raíz de que hacen el cazavi es mortal veneno y, si
se bebe, mata, y la sustancia que queda es pan sano, como está dicho.
Hay género de yuca que llaman dulce, que no tiene en su zumo ese veneno, y
esta yuca se come así en raíz cocida o asada, y es buena comida. Dura el
cazavi mucho tiempo, y así lo llevan en lugar de bizcocho para navegantes.
Donde más se usa esta comida es en las islas que llaman de Barlovento, que
son, como arriba está dicho, Santo Domingo, Cuba, Puerto Rico, Jamaica y
algunas otras de aquel paraje; la causa es no darse trigo, ni aun maíz, sino
mal. El trigo en sembrándolo luego nace con grande frescura, pero tan
desigualmente, que no se puede coger, porque de una misma sementera al mismo
tiempo uno está en berza, otro en espiga, otro brota; uno está alto, otro
bajo; uno es todo hierba, otro grana. Y aunque han llevado labradores para
ver si podrían hacer agricultura de trigo, no tiene remedio la cualidad de
la tierra. Tráese harina de la Nueva España, o llévase de España, o de las
Canarias, y está tan húmeda, que el pan apenas es de gusto ni provecho. Las
hostias, cuando decíamos Misa, se nos doblaban como si fuera papel mojado,
esto causa el extremo de humedad y calor juntamente que hay en aquella
tierra.
Otro extremo contrario es el que en otras partes de Indias quita el pan de
trigo y de maíz, como es lo alto de la sierra del Perú y las provincias que
llaman del Collao, que es la mayor parte de aquel reino; donde el
temperamento es tan frío y tan seco, que no da lugar a criarse trigo, ni
maíz, en cuyo lugar usan los indios otro género de raíces, que llaman papas,
que son a modo de turmas de tierra y echan arriba una poquilla hoja. Estas
papas cogen y déjanlas secar bien al sol y, quebrantándolas, hacen lo que
llaman chuño, que se conserva así muchos días y les sirve de pan, y es en
aquel reino gran contratación la de este chuño para las minas de Potosí.
Cómense también las papas así frescas cocidas o asadas, y de un género de
ellas más apacible, que se da también en lugares calientes, hacen cierto
guisado o cazuela, que llaman locro. En fin, estas raíces son todo el pan de
aquella tierra, y cuando el año es bueno de éstas, están contentos, porque
hartos años es les añublan y hielan en la misma tierra: tanto es el frío y
destemple de aquella región. Traen el maíz de los valles y de la costa de la
mar, y de los españoles regalados, de las mismas partes y de otras harina y
trigo, que como la sierra es seca, se conserva bien, y se hace buen pan.
En otras partes de Indias, como son las islas Filipinas, usan por pan el
arroz, el cual en toda aquella tierra y en la China se da escogido, y es de
mucho y muy buen sustento; cuécenlo, y en unas porcelanas o salserillas, así
caliente en su agua, lo van mezclando con la vianda. Hacen también su vino
en muchas partes del grano del arroz humedeciéndolo, y después cociéndolo al
modo que la cerveza de Flandes o la azúa del Perú. Es el arroz comida poco
menos universal en el mundo que el trigo y el maíz, y por ventura lo es más
porque ultra de la China, Japones, Filipinas y gran parte de la India
oriental es en la África y Etiopía el grano más ordinario. Quiere el arroz
mucha humedad, y cuasi la tierra empapada en agua y empantanada. En Europa,
en Perú y Méjico, donde hay trigo, cómese el arroz por guisado o vianda, y
no por pan, cociéndose en leche, o con el graso de la olla, y en otras
maneras. El más escogido grano es el que viene de las Filipinas y China,
como está dicho. Y esto baste así en común para entender lo que en Indias se
come por pan.
Capítulo XVIII
De diversas raíces que se dan en Indias
Aunque en los frutos que se dan sobre la tierra, es más copiosa y abundante
la tierra de acá, por la gran diversidad de árboles, frutales y de
hortalizas; pero en raíces y comidas debajo de tierra paréceme que es mayor
la abundancia de allá, porque en este género acá hay rábanos y nabos y
canarias y chicorias y cebollas y ajos y algunas otras raíces de provecho:
allá hay tantas, que no sabré contarlas. Las que agora me ocurren, además de
las papas, que son lo principal, son ocas y yanaocas, y camotes y batatas y
jíquima, y yuca y cochuchu y cazavi y totora y maní y otros cien géneros que
no me acuerdo.
Algunos de éstos se han traído a Europa, como son batatas, y se comen por
cosa de buen gusto; como también se han llevado a Indias las raíces de acá;
y aún hay esta ventaja, que se dan en Indias mucho mejor las cosas de Europa
que en Europa las de Indias: la causa pienso ser que allá hay más diversidad
de temples que acá; y así es fácil acomodar allá las plantas al temple que
quieran. Y aun algunas cosas de acá parece darse mejor en Indias, porque
cebollas y ajos y canarias no se dan mejor en España que en el Perú; y nabos
se han dado allá en tanta abundancia, que han cundido en algunas partes, de
suerte que me afirman que, para sembrar de trigo unas tierras, no podían
valerse con la fuerza de los nabos que allí habían cundido. Rábanos más
gruesos que un brazo de hombre, y muy tiernos, y de muy buen sabor, hartas
veces los vimos.
De aquellas raíces que dije, algunas son comida ordinaria, como camotes, que
asados sirven de fruta o legumbres; otras hay que sirven para regalo, como
el cochucho, que es una raicilla pequeña y dulce, que algunos suelen
confitarla para más golosina; otras sirven para refrescar, como la jíquima,
que es muy fría y húmeda; y en verano, en tiempo de estío refresca y apaga
la sed; para sustancia y mantenimiento, las papas y ocas hacen ventaja. De
las raíces de Europa el ajo estiman sobre todo los indios, y le tienen por
cosa de gran importancia, y no les falta razón porque les abriga y calienta
el estómago; según ellos le comen de buena gana y asaz, así crudo como le
echa la tierra.
Capítulo XIX
De diversos géneros de verduras y legumbres; y de los que llaman pepinos, y
piñas, y frutilla de Chile, y ciruelas
Ya que hemos comenzado por plantas menores, brevemente se podrá decir lo que
toca a verduras y hortaliza, y lo que los latinos llaman arbusta, que todo
esto no llega a ser árboles. Hay algunos géneros de estos arbustos o
verduras en Indias que son de muy buen gusto: a muchas de estas cosas de
Indias los primeros españoles les pusieron nombres de España, tomados de
otras cosas a que tienen alguna semejanza, como piñas y pepinos y ciruelas,
siendo en la verdad, frutas diversísimas; y que es mucho más sin comparación
en lo que difieren, de las que en Castilla se llaman por esos nombres.
Las piñas son del tamaño y figura exterior de las piñas de Castilla: en lo
de dentro totalmente difieren, porque ni tienen piñones, ni apartamientos de
cáscaras, sino todo es carne de comer, quitada la corteza de fuera; y es
fruta de excelente olor, y de mucho apetito para comer: el sabor tiene un
agrillo dulce y jugoso: cómenlas haciendo tajadas de ellas, y echándolas un
rato en agua y sal. Algunos tienen opinión que engendran cólera, y dicen que
no es comida muy sana, mas no he visto experiencia que las acredite mal.
Nacen en una como caña o verga, que sale de entre muchas hojas, al modo que
el azucena o lirio; y en el tamaño será poco mayor, aunque más grueso. El
remate de cada caña de éstas es la piña: dáse en tierras cálidas y húmedas;
las mejores son de las islas de Barlovento. En el Perú no se dan: tráenlas
de los Andes; pero no son buenas ni bien maduras. Al emperador don Carlos le
presentaron una de estas piñas, que no debió costar poco cuidado traerla de
Indias en su planta, que de otra suerte no podía venir: el olor alabó, el
sabor no quiso ver qué tal era. De estas piñas en la Nueva España he visto
conserva extremada.
Tampoco los que llaman pepinos son árboles, sino hortaliza, que en un año
hace su curso. Pusiéronles este nombre porque algunos de ellos o los más
tienen el largo y el redondo semejante a pepino de España, mas en todo lo
demás difieren porque el color no es verde, sino morado, o amarillo, o
blanco, y no son espinosos ni escabrosos, sino muy lisos, y el gusto tienen
diferentísimo y de mucha ventaja, porque tienen también éstos un agrete
dulce muy sabroso cuando son de buena sazón, aunque no tan agudo como la
piña: son muy jugosos, y frescos, y fáciles de digestión; para refrescar en
tiempo de calor son buenos: móndase la cáscara, que es blanda, y todo lo
demás es carne; dánse en tierras templadas, y quieren regadío, y aunque por
la figura los llaman pepinos, muchos de ellos hay redondos del todo y otros
de diferente hechura, de modo que ni aun la figura no tienen de pepinos.
Esta planta no me acuerdo haberla visto en Nueva España ni en las islas,
sino sólo en los llanos del Perú.
La que llaman frutilla de Chile tiene también apetitoso comer, que cuasi
tira al sabor de guindas; mas en todo es muy diferente, porque no es árbol,
sino yerba que crece poco y se esparce por la tierra, y de aquella frutilla
que en el color y granillos tira a moras, cuando están blancas por madurar,
aunque es más ahusada y mayor que moras. Dicen que en Chile se halla
naturalmente nacida esta frutilla en los campos. Donde yo la he visto
siémbrase de rama, y críase como otra hortaliza.
Las que llaman ciruelas son verdaderamente fruta de árboles, y tienen más
semejanza con verdaderas ciruelas. Son en diversas maneras: unas llaman de
Nicaragua, que son muy coloradas y pequeñas; y fuera del hollejo y hueso
apenas tienen carne que comer; pero eso poco que tienen es de escogido gusto
y un agrillo tan bueno o mejor que el de guinda; tiénenlas por muy sanas, y
así las dan a enfermos, y especialmente para provocar gana de comer. Otras
hay grandes, y de color escura y de mucha carne; pero es comida gruesa y de
poco gusto, que son como chabacanas. Estas tienen dos o tres hosezuelos
pequeños en cada una.
Y por volver a las verduras y hortalizas, aunque las hay diversas, y otras
muchas demás de las dichas; pero yo no he hallado que los indios tuviesen
huertos diversos de hortaliza, sino que cultivaban la tierra a pedazos para
legumbres, que ellos usan, como los que llaman frísoles y pallares, que les
sirven como acá garbanzos, habas y lentejas; y no he alcanzado que éstos ni
otro género de legumbres de Europa los hubiese antes de entrar los
españoles, los cuales han llevado hortalizas y legumbres de España, y se dan
allá extremadamente, y aun en partes hay que excede mucho la fertilidad a la
de acá, como si dijéramos de los melones, que se dan en el valle de Ica en
el Perú, de suerte que se hace cepa la raíz y dura años, y da cada uno
melones, y la podan como si fuese árbol, cosa que no sé que en parte ninguna
de España acaezca.
Pues las calabazas de Indias es otra monstruosidad de su grandeza y vicio
con que se crían, especialmente las que son propias de la tierra, que allá
llaman zapallos, cuya carne sirve para comer, especialmente en cuaresma,
cocida o guisada. Hay de este género de calabazas mil diferencias, y algunas
son tan disformes de grandes, que dejándolas secar, hacen de su corteza,
cortada por medio y limpia, como canastos, en que ponen todo el aderezo para
una comida; de otros pequeños hacen vasos para comer o beber y lábranlos
graciosamente para diversos usos. Y esto dicho de las plantas menores,
pasaremos a las mayores con que se diga primero del ají, que es todavía de
este distrito.
Capítulo XX
Del ají o pimienta de las Indias
En las Indias occidentales no se ha topado especería propia, como pimienta,
clavo, canela, nuez, jengibre. Aunque un hermano nuestro, que peregrinó por
diversas y muchas partes, contaba que en unos desiertos de la isla de
Jamaica había topado unos árboles que daban pimienta, pero no se sabe que lo
sean ni hay contratación de ella. El jengibre se trajo de la India a la
Española, y ha multiplicado de suerte que ya no saben qué hacerse de tanto
jengibre, porque en la flota del año de ochenta y siete se trajeron veinte y
dos mil cincuenta y tres quintales de ello a Sevilla.
Pero la natural especería que dió Dios a las Indias de occidente es la que
en Castilla llaman pimienta de las Indias, y en Indias por vocablo general
tomado de la primera tierra de islas que conquistaron nombran ají, y en
lengua del Cuzco se dice uchu, y en la de Méjico, chili. Esta es cosa ya
bien conocida; y así hay poco que tratar de ella; sólo es de saber que cerca
de los antiguos indios fué muy preciada y la llevaban a las partes donde no
se da por mercadería importante. No se da en tierras frías, como la sierra
del Perú: dáse en valles calientes y de regadío. Hay ají de diversos
colores: verde, colorado y amarillo; hay uno bravo, que llaman caribe, que
pica y muerde reciamente; otro hay manso, y alguno dulce que se come a
bocados. Alguno menudo hay que huele en la boca como almizcle, y es muy
bueno. Lo que pica del ají es las venillas y pepita; lo demás no muerde:
cómese verde y seco, y molido y entero, y en la olla y en guisados.
Es la principal salsa, y toda la especería de Indias: comido con moderación
ayuda al estómago para la digestión; pero si es demasiado, tiene muy ruines
efectos; porque de suyo es muy cálido, humoso y penetrativo. Por donde el
mucho uso de él en mozos es perjudicial a la salud, mayormente del alma,
porque provoca a sensualidad; y es cosa donosa que con ser esta experiencia
tan notoria del fuego que tiene en sí, y que al entrar y al salir dicen
todos que quema, con todo eso quieren algunos, y no pocos, defender que el
ají no es cálido, sino fresco y bien templado. Yo digo que de la pimienta
diré lo mismo, y no me traerán más experiencias de lo uno que de lo otro;
así que es cosa de burla decir que no es cálido, y en mucho extremo.
Para templar el ají usan de sal, que le corrige mucho, porque son entre sí
muy contrarios, y el uno al otro se enfrenan; usan también tomates, que son
frescos y sanos, y es un género de granos gruesos jugosos, y hacen gustosa
salsa, y por sí son buenos de comer. Hállase esta pimienta de Indias
universalmente en todas ellas, en las islas, en Nueva España, en Perú y en
todo lo demás descubierto; de modo que, como el maíz es el grano más general
para el pan, así el ají es la especia más común para salsa y guisados.
Capítulo XXI
Del plátano
Pasando a plantas mayores, en el linaje de árboles, el primero de Indias, de
quien es razón hablar, es el plátano o plántano, como el vulgo le llama.
Algún tiempo dudé si el plátano que los antiguos celebraron, y éste de
Indias era de una especie; mas visto lo que es éste, y lo que del otro
escriben, no hay duda sino que son diversísimos. La causa de haberle llamado
plátano los españoles (porque los naturales no tenían tal vocablo) fué como
en otras cosas, alguna similitud que hallaron, como llaman ciruelas y piñas
y almendras y pepinos, cosas tan diferentes de las que en Castilla son de
esos géneros.
En lo que me parece que debieron de hallar semejanza entre estos plátanos de
Indias y los plátanos que celebran los antiguos, es en la grandeza de las
hojas, porque las tienen grandísimas y fresquísimas estos plátanos, y de
aquéllos se celebra mucho la grandeza y frescor de sus hojas, también ser
planta que quiere mucha agua, y cuasi continua. Lo cual viene con aquello de
la escritura:180 Como plátano junto a las aguas. Mas en realidad de verdad
no tiene que ver la una planta con la otra, más que el huevo con la castaña,
como dicen. Porque lo primero el plátano antiguo no lleva fruta, o a lo
menos no se hacía caso de ella; lo principal porque le estimaban era por la
sombra que hacía; de suerte que no había más sol debajo de un plátano que
debajo de un tejado.
El plátano de Indias, por lo que es de tener en algo, y en mucho, es por la
fruta, que la tiene muy buena; y para hacer sombra no es ni pueden estar
sentados debajo de él. Ultra de eso, el plátano antiguo tenía tronco tan
grande y ramos tan esparcidos, que refiere Plinio181 del otro Licinio,
capitán romano, que con diez y ocho compañeros comió dentro de un hueco de
un plátano muy a placer. Y del otro emperador Cayo Calígula, que con once
convidados se sentó sobre los ramos de otro plátano en alto, y allí les dió
un soberbio banquete. Los plátanos de Indias ni tienen hueco, ni tronco ni
ramos. Añádese a lo dicho que los plátanos antiguos dábanse en Italia y en
España, aunque vinieron de Grecia, y a Grecia de Asia, mas los plátanos de
Indias no se dan en Italia y España; digo no se dan porque, aunque se han
visto por acá, y yo vi uno en Sevilla en la huerta del Rey, pero no medran
ni valen nada.
Finalmente, lo mismo en que hay la semejanza, son muy desemejantes, porque
aunque la hoja de aquéllos era grande, no en tanto exceso, pues la junta
Plinio182 con la hoja de la parra y de la higuera. Las hojas del plátano de
Indias son de maravillosa grandeza, pues cubrirá una de ellas a un hombre,
poco menos que de pies a cabeza. Así que no hay para qué poner esto jamás en
duda; mas puesto que sea diverso este plátano de aquel antiguo, no por eso
merece manos loor, sino quizá más por las propiedades tan provechosas que
tiene. Es planta que en la tierra hace cepa, y de ella saca diversos
pimpollos, sin estar asido ni trabado uno de otro.
Cada pimpollo crece, y hace como árbol por sí, engrosando y echando aquellas
hojas de un verde muy fino y muy liso, y de la grandeza que he dicho. Cuando
ha crecido como estado y medio o dos, echa un racimo sólo de plátanos, que
unas veces son muchos, otras no tantos; en algunos se han contado
trescientos: es cada uno de un palmo de largo, y más y menos, y grueso como
de dos dedos o tres, aunque hay en esto mucha diferencia de unos a otros.
Quítase fácilmente la cáscara o corteza; y todo lo demás es médula tiesa y
tierna y de muy buen comer, porque es sana y sustenta: inclina un poco más a
frío que calor esta fruta. Suélense los racimos que digo coger verdes, y en
tinajas, abrigándolos, se maduran y sazonan, especialmente con cierta yerba
que es a propósito para eso. Si los dejan madurar en el árbol tienen mejor
gusto, y un olor como el de camuesas muy lindo. Duran cuasi todo el año,
porque de la cepa del plátano, van siempre brotando pimpollos, y cuando uno
acaba, otro comienza a dar fruto, otro está a medio crecer, otro retoña de
nuevo; de suerte, que siempre suceden unos pimpollos a otros; y así todo el
año hay fruto.
En dando su racimo cortan aquel brazo, porque no da más ninguno de uno, y
una vez; pero la cepa, como digo, queda y brota de nuevo hasta que se cansa:
dura por algunos años; quiere mucha humedad el plátano y tierra muy
caliente; échanle al pie ceniza para más beneficio; hácense bosques espesos
de los platanares, y son de mucho provecho, porque es la fruta que más se
usa en Indias, y es cuasi en todas ellas universal, aunque dicen que su
origen fué de Etiopía y que de allí vino; y en efecto, los negros lo usan
mucho, y en algunas partes éste es su pan; también hacen vino de él. Cómese
el plátano como fruta así crudo; ásase también y guísase; y hacen de él
diversos potajes, y aun conservas; y en todo dice bien.
Hay unos plátanos pequeños y más delicados y blandos, que en la Española
llaman dominicos; hay otros más gruesos y recios y colorados. En la tierra
del Perú no se dan: tráense de los Andes; como a Méjico, de Cuernavaca y
otros valles. En Tierra Firme y en algunas islas hay platanares grandísimos
como bosques espesos; si el plátano fuera de provecho para el fuego, fuera
la planta más útil que puede ser; pero no lo es porque ni su hoja ni sus
ramos sirven de leña, y mucho menos de madera, por ser fofos y sin fuerza.
Todavía las hojas secas sirvieron a don Alonso de Ercilla (como él dice)
para escribir en Chile algunos pedazos de la Araucana; y a falta de papel no
es mal remedio, pues será la hoja del ancho de un pliego de papel, o poco
menos, y de largo tiene más de cuatro tanto.
Capítulo XXII
Del cacao y de la coca
Aunque el plátano es más provechoso, es más estimado el cacao en Méjico, y
la coca en el Perú; y ambos a dos árboles son de no poca superstición. El
cacao es una fruta menor que almendras, y más gruesa, la cual tostada no
tiene mal sabor. Esta es tan preciada entre los indios, y aun entre los
españoles, que es uno de los ricos y gruesos tratos de la Nueva España,
porque como es fruta seca, guárdase sin dañarse largo tiempo, y traen navíos
cargados de ella de la provincia de Guatimala; y este año pasado un corsario
inglés quemó en el puerto de Guatulco de Nueva España más de cien mil cargas
de cacao. Sirve también de moneda, porque con cinco cacaos se compra una
cosa, y con treinta otra, y con ciento otra, sin que haya contradicción; y
usan dar de limosna estos cacaos a pobres que piden.
El principal beneficio de este cacao es un brebaje que hacen, que llaman
chocolate, que es cosa loca lo que en aquella tierra le precian, y algunos
que no están hechos a él les hace asco, porque tiene una espuma arriba y un
borbollón como de heces, que cierto es menester mucho crédito para pasar con
ello. Y en fin, es la bebida preciada, y con que convidan a los señores que
vienen o pasan por su tierra los indios; y los españoles, y más las
españolas hechas a la tierra, se mueren por el negro chocolate. Este
sobredicho chocolate dicen que hacen en diversas formas y temples, caliente,
y fresco, y templado. Usan echarle especias y mucho chili; también le hacen
en pasta, y dicen que es pectoral, y para el estómago y contra el catarro.
Sea lo que mandaren, que en efecto los que no se han criado con esta opinión
no lo apetecen.
El árbol donde se da esta fruta es mediano y bien hecho, y tiene hermosa
copa; es tan delicado, que para guardarle del sol y que no le queme, ponen
junto a él otro árbol grande, que sólo sirve de hacelle sombra, y a éste
llaman la madre del cacao. Hay beneficio de cacaotales donde se crían, como
viñas o olivares en España, por el trato y mercancía; la provincia que más
abunda es la de Guatimala. En el Perú no se da; mas dáse la coca, que es
otra superstición harto mayor, y parece cosa de fábula. En realidad de
verdad, en sólo Potosí monta más de medio millón de pesos cada año la
contratación de la coca, por gastarse de noventa a noventa y cinco mil
cestos de ella, y aun el año de ochenta y tres fueron cien mil. Vale un
cesto de coca en el Cuzco de dos pesos y medio a tres, y vale en Potosí de
contado a cuatro pesos, y seis tomines, y a cinco pesos ensayados; y es el
género sobre que se hacen cuasi todas las baratas o mohatras, porque es
mercadería de que hay gran expedición.
Es, pues, la coca tan preciada una hoja verde pequeña que nace en unos
arbolillos de obra de un estado de alto; críase en tierras calidísimas y muy
húmedas; da este árbol cada cuatro meses esta hoja, que llaman allá tres
mitas. Quiere mucho cuidado en cultivarse, porque es muy delicada, y mucho
más en conservarse después de cogida. Métenla con mucho orden en unos cestos
largos y angostos, y cargan los carneros de la tierra, que van con esta
mercadería a manadas, con mil y dos mil y tres mil cestos. El ordinario es
traerse de los Andes, de valles de calor insufrible, donde lo más del año
llueve; y no cuesta poco trabajo a los indios, ni aun pocas vidas su
beneficio, por ir de la sierra y temples fríos a cultivalla y beneficialla y
traella. Así hubo grandes disputas y pareceres de letrados y sabios sobre si
arrancarían todas las chacaras de coca; en fin, han permanecido.
Los indios la precian sobremanera, y en tiempo de los reyes Ingas no era
lícito a los plebeyos usar la coca sin licencia del Inga o su gobernador. El
uso es traerla en la boca y mascarla chupándola: no la tragan; dicen que les
da gran esfuerzo y es singular regalo para ellos. Muchos hombres graves lo
tienen por superstición, y cosa de pura imaginación. Yo, por decir verdad,
no me persuado que sea pura imaginación; antes entiendo que en efecto obra
fuerzas y aliento en los indios, porque se ve en efectos que no se pueden
atribuir a imaginación, como es con un puño de coca caminar doblando
jornadas, sin comer a veces otra cosa, y otras semejantes obras.
La salsa con que la comen es bien conforme al manjar, porque ella yo la he
probado, y sabe a zumaque, y los indios la polvorean con ceniza de huesos
quemados y molidos, o con cal, según otros dicen. A ellos les sabe bien, y
dicen les hace provecho, y dan su dinero de buena gana por ella, y con ella
rescatan, como si fuese moneda, cuanto quieren. Todo podría bien pasar si no
fuese el beneficio y trato de ella con riesgo suyo y ocupación de tanta
gente. Los señores Ingas usaban la coca por cosa real y regalada, y en sus
sacrificios era la cosa que más ofrecían, quemándola en honor de sus ídolos.
Capítulo XXIII
Del magüey, del tunal, de la grana, del añil y algodón
El árbol de las maravillas es el magüey, de que los nuevos o chapetones
(como en Indias los llaman) suelen escribir milagros, de que da agua y vino
y aceite y vinagre y miel y arrope y hilo y aguja y otras cien cosas. El es
un árbol que en la Nueva España estiman mucho los indios, y de ordinario
tienen en su habitación alguno o algunos de este género para ayuda a su
vida; y en los campos se da y le cultivan. Tiene unas hojas anchas y
groseras, y el cabo de ellas es una punta aguda y recia que sirve para
prender o asir como alfileres, o para coser, y ésta es el aguja: sacan de la
hoja cierta hebra o hilo. El tronco, que es grueso, cuando está tierno, le
cortan y queda una concavidad grande, donde sube la sustancia de la raíz, y
es un licor que se bebe como agua, y es fresco y dulce; este mismo, cocido,
se hace como vino, y dejándolo acedar se vuelve vinagre; y apurándolo el más
al fuego es como miel; y a medio cocer sirve de arrope, y es de buen sabor y
sano, y a mi parecer es mejor que arrope de uvas. Así van cociendo estas y
otras diferencias de aquel jugo o licor, el cual se da en mucha cantidad;
porque por algún tiempo cada día sacan algunas azumbres de ello. Hay este
árbol también en el Perú, mas no le aprovechan como en la Nueva España. El
palo de este árbol es fofo, y sirve para conservar el fuego, porque como
mecha de arcabuz tiene el fuego, y le guarda mucho tiempo, y de esto he
visto servirse de él los indios en el Perú.
El tunal es otro árbol célebre de la Nueva España, si árbol se debe llamar
un montón de hojas o pencas unas sobre otras, y en esto es de la más extraña
hechura que hay árbol porque nace una hoja, y de aquélla otra, y de ésta
otra, y así va hasta el cabo; salvo que, como van saliendo hojas arriba o a
los lados, las de abajo se van engrosando, y llegan cuasi a perder la figura
de hoja, y hacer tronco y ramos, y todo él espinoso, áspero y feo, que por
eso le llaman en algunas partes cardón. Hay cardones o tunales silvestres, y
éstos, o no dan fruta o es muy espinosa y sin provecho. Hay tunales
domésticos, y dan una fruta en Indias muy estimada que llaman tunas, y son
mayores que ciruelas de fraile buen rato, y así rollizas abren la cáscara,
que es gruesa, y dentro hay carne y granillos como de higos, que tienen muy
buen gusto, y son muy dulces, especialmente las blancas, y tienen cierto
olor suave; las coloradas no son tan buenas de ordinario.
Hay otros tunales que, aunque no dan ese fruto, los estiman mucho más y los
cultivan con gran cuidado, porque aunque no dan fruta de tunas, dan empero
el beneficio de la grana. Porque en las hojas de este árbol, cuando es bien
cultivado, nacen unos gusanillos pegados a ella y cubiertos de cierta
telilla delgada, los cuales delicadamente cogen y son la cochinilla tan
afamada de Indias, con que tiñen la grana fina; déjanlos secar, y así secos
los traen a España, que es una rica y gruesa mercadería; vale la arroba de
esta cochinilla o grana muchos ducados. En la flota del año de ochenta y
siete vinieron cinco mil seiscientas setenta y siete arrobas de grana, que
montaron doscientos ochenta y tres mil setecientos y cincuenta pesos; y de
ordinario viene cada año semejante riqueza.
Danse estos tunales en tierras templadas, que declinan a frío; en el Perú no
se han dado hasta agora; y en España, aunque he visto alguna planta de
éstas; pero no de suerte que haya que hacer caso de ella. Y aunque no es
árbol, sino yerba de la que se saca el añil, que es para tinte de paños, por
ser mercadería que viene con la grana, diré que también se da en cuantidad
en la Nueva España, y vino en la flota que he dicho, obra de veinte y cinco
mil y doscientas y sesenta y tres arrobas, que montaron otros tantos pesos.
El algodón también se da en árboles pequeños y en grandes, que tienen unos
como capullos, los cuales se abren y dan aquella hilaza o vello, que cogido
hilan y tejen, y hacen ropa de ello. Es uno de los mayores beneficios que
tienen las Indias, porque les sirve en lugar de lino y de lana para ropa;
dáse en tierras calientes en los valles y costa del Perú mucho, y en la
Nueva España, y en Filipinas y China, y mucho más que en parte que yo sepa,
en la provincia de Tucumán, y en la de Santa Cruz de la Sierra, y en el
Paraguay; y en estas partes es el principal caudal. De las islas de Santo
Domingo se trae algodón a España; y el año que he dicho se trajeron sesenta
y cuatro arrobas. En las partes de Indias donde hay algodón es la tela de
que más ordinariamente visten hombres y mujeres, y hacen ropa de mesa, y aun
lonas o velas de naos. Hay uno vasto y grosero; otro delicado y sutil, y con
diversos colores lo tiñen y hacen las diferencias que en paños de Europa
vemos en las lanas.
Capítulo XXIV
De los mameyes y guayabos y paltos
Éstas que hemos dicho son las plantas de más granjería y vivienda en Indias.
Hay también otras muchas para comer: entre ellas, los mameyes son preciados,
del tamaño de grandes melocotones y mayores; tienen uno o dos huesos dentro;
es la carne algo recia. Unos hay dulces y otros un poco agrios. La cáscara
también es recia. De la carne de éstos hacen conserva, y parece carne de
membrillo; son de buen comer, y su conserva mejor. Danse en las islas; no
los he visto en el Perú; es árbol grande, bien hecho y de buena copa.
Los guayabos son otros árboles que comúnmente dan una fruta ruin, llena de
pepitas recias, del tamaño de manzanas pequeñas. En Tierra Firme y en las
islas es árbol y fruta de mala fama; dicen que huelen a chinches, y su sabor
es muy grosero, y el efecto poco sano. En Santo Domingo y en aquellas islas
hay montañas espesas de guayabos, y afirman que no había tal árbol cuando
españoles arribaron allá, sino que llevado de no sé dónde ha multiplicado
infinitamente. Porque las pepitas ningún animal las gasta, y vueltas, como
la tierra es húmeda y cálida, dicen que han multiplicado lo que se ve. En el
Perú es este árbol diferente, porque la fruta no es colorada, sino blanca, y
no tiene ningún mal olor, y el sabor es bueno; y de algunos géneros de
guayabos es tan buena la fruta como la muy buena de España, en especial los
que llaman guayabos de Matos, y otras guayabillas chicas blancas. Es fruta
para estómagos de buena digestión y sanos, porque es recia de digerir y
fría, asaz.
Las paltas al revés son calientes y delicadas. Es el palto árbol grande, y
bien hecho, y de buena copa, y su fruta de la figura de peras grandes; tiene
dentro un hueso grandecillo; lo demás es carne blanda, y cuando están bien
maduras es como manteca, y el gusto delicado y mantecoso. En el Perú son
grandes las paltas, y tienen cáscara dura, que toda entera se quita. En
Méjico por la mayor parte son pequeñas, y la cáscara delgada, que se monda
como de manzanas; tiénenla por comida sana, y que algo declina a cálida,
como he dicho.
Estos son los melocotones, manzanas y peras de Indias, mameyes, guayabas y
paltas, aunque yo antes escogería las de Europa; otros por el uso o afición
quizá ternán por buena o mejor aquella fruta de Indias. Una cosa es cierta,
que los que no han visto y probado estas frutas les hará poco concepto leer
esto, y aun les cansará el oíllo, y a mí también me va cansando; y así
abreviaré con referir otras pocas de diferencias de frutas, porque todas es
imposible.
Capítulo XXV
Del chicozapote y de las anonas y de los capolíes
Algunos encarecedores de cosas de Indias dijeron que había una fruta que era
carne de membrillo, y otra que era manjar blanco, porque les pareció el
sabor digno de estos nombres. La carne de membrillo o mermelada, si no estoy
mal en el cuento, eran los que llaman zapotes o chicozapotes, que son de
comida muy dulce y la color tira a la de conserva de membrillo. Esta fruta
decían algunos criollos (como allá llaman a los nacidos de españoles en
Indias) que excedían a todas las frutas de España. A mí no me lo parece: de
gustos dicen que no hay que disputar; y aunque lo hubiera, no es digna
disputa para escrebir. Danse en partes calientes de la Nueva España estos
chicozapotes. Zapotes, que no creo difieren mucho, yo he visto de Tierra
Firme; en el Perú no sé que haya tal fruta.
Allá el manjar blanco es la anona o guanábana, que se da en Tierra Firme. Es
la anona del tamaño de pera muy grande, y así algo ahusada y abierta: todo
lo de dentro es blando, y tierno como manteca, y blanco y dulce y de muy
escogido gusto. No es manjar blanco, aunque es blanco manjar; ni aun el
encarecimiento deja de ser largo, bien que tiene delicado y sabroso gusto; y
a juicio de algunos es la mejor fruta de Indias. Tiene unas pepitas negras
en cuantidad. Las mejores de éstas que he visto son en la Nueva España,
donde también se dan los capolíes, que son como guindas, y tienen su hueso
aunque algo mayor, y la forma y tamaño es de guindas, y el sabor bueno, y un
dulce agrete. No he visto capolíes en otra parte.
Capítulo XXVI
De diversos géneros de frutales; y de los cocos y almendras de andes y
almendras de chachapoyas
No es posible relatar todas las frutas y árboles de Indias, pues de muchas
no tengo memoria, y de muchas más tampoco tengo noticia, y aun de las que me
ocurren parece cosa de cansancio discurrir por todas. Pues se hallan otros
géneros de frutales y frutas más groseras, como las que llaman lúcumas, de
cuya fruta dicen por refrán que es madera disimulada; también los pacayes o
guabas y hobos y nueces, que llaman encarceladas, que a muchos les parece
ser nogales de la misma especie que son los de España; y aún dicen que si
los traspusiesen de unas partes a otras a menudo, que vendrían a dar las
nueces al mismo modo que las de España, porque por ser silvestres dan la
fruta así, que apenas se puede gozar.
En fin, es bien considerar la providencia y riqueza del Criador, que
repartió a tan diversas partes del mundo tanta variedad de árboles y
frutales, todo para servicio de los hombres que habitan la tierra; y es cosa
admirable ver tantas diferencias de hechuras, gustos y operaciones no
conocidas ni oídas en el mundo antes que se descubriesen las Indias, de que
Plinio y Dioscórides y Theofrasto y los más curiosos ninguna noticia
alcanzaron con toda su diligencia y curiosidad. En nuestro tiempo no han
faltado hombres curiosos que han hecho tratados de estas plantas de Indias y
de hierbas y raíces, y de sus operaciones y medicinas; a los cuales podrá
acudir quien deseare más cumplido conocimiento de estas materias.
Yo sólo pretendo decir superficial y sumariamente lo que me ocurre de esta
historia, y todavía no me parece pasar en silencio los cocos o palmas de
Indias, pero ser notable su propiedad. Palmas digo, no propiamente, ni de
dátiles, sino semejantes en ser árboles altos y muy recios, e ir echando
mayores ramas cuanto más van subiendo. Estas palmas o cocos dan un fruto que
también le llaman coco, de que suelen hacer vasos para beber, y de algunos
dicen que tienen virtud contra ponzoña y para mal de hijada. El núcleo o
médula de éstos, cuando está cuajada y seca, es de comer y tira algo al
sabor de castañas verdes. Cuando está en el árbol tierno el coco, es leche
todo lo que está dentro, y bébenlo por regalo y para refrescar en tiempo de
calores.
Vi estos árboles en San Juan de Puerto Rico y en otros lugares de Indias, y
dijéronme una cosa notable, que cada luna o mes echaba este árbol un racimo
nuevo de estos cocos, de manera que da doce frutos al año, como lo que se
escribe en el Apocalipsis. Y a la verdad, así parecía, porque los racimos
eran todos de diferentes edades: unos que comenzaban, otros hechos, otros a
medio hacer, etc. Estos cocos que digo serán del tamaño de un meloncete
pequeño; otros hay que llaman coquillos, y es mejor fruta, y la hay en
Chile; son algo menores que nueces, pero más redondos. Hay otro género de
cocos, que no dan esta médula así cuajada, sino que tiene cuantidad de unas
como almendras, que están dentro, como los granos en la granada; son estas
almendras mayores tres tanto que las almendras de Castilla; en el sabor se
parecen; aunque son un poco más recias, son también jugosas o aceitosas; son
de buen comer y sírvense de ellas, a falta de almendras, para regalos, como
mazapanes y otras cosas tales. Llámanlas almendras de los Andes, porque se
dan estos cocos copiosamente en los Andes del Perú, y son tan recios, que
para abrir uno es menester darle con piedra muy grande y buena fuerza.
Cuando se caen del árbol, si aciertan con alguna cabeza, la descalabran muy
bien. Parece increíble que en el tamaño que tienen, que no son mayores que
esotros cocos, a lo menos no mucho, tengan tanta multitud de aquellas
almendras.
Pero en razón de almendras, y aun de fruta cualquiera, todos los árboles
pueden callar con las almendras de Chachapoyas, que no les sé otro nombre.
Es la fruta más delicada y regalada y más sana de cuantas yo he visto en
Indias. Y aun un médico docto afirmaba que, entre cuantas frutas había en
Indias y España, ninguna llegaba a la excelencia de estas almendras. Son
menores que las de los Andes que dije, y mayores, a lo menos más gruesas,
que las de Castilla. Son muy tiernas de comer, de mucho jugo y sustancia, y
como mantecosas y muy suaves. Críanse en unos árboles altísimos y de grande
copa, y, como a cosa preciada, la naturaleza les dió buena guarda. Están en
unos erizos algo mayores y de más puntas que los de castañas. Cuando están
estos erizos secos, se abren con facilidad y se saca el grano. Cuentan que
los micos, que son muy golosos de esta fruta, y hay copia de ellos en los
lugares de Chachapoyas, del Perú (donde solamente sé que haya estos
árboles), para no espinarse en el erizo, y sacerle la almendra, arrójanlas
desde lo alto del árbol recio en las piedras, y quebrándolas así, las acaban
de abrir y comen a placer lo que quieren.
Capítulo XXVII
De diversas flores y de algunos árboles que solamente dan flores, y cómo los
indios las usan
Son los indios muy amigos de flores, y en la Nueva España más que en parte
del mundo; y así usan hacer varios ramilletes, que allá nombran suchiles,
con tanta variedad y policía y gala, que no se puede desear más. A los
señores y a los huéspedes por honor es uso ofrecelles los principales sus
suchiles o ramilletes. Y eran tantos, cuando andábamos en aquella provincia,
que no sabía el hombre qué se hacer de ellos.
Bien que las flores principales de Castilla las han allá acomodado para
esto, porque se dan allá no menos que acá, como son claveles y clavellinas y
rosas y azucena y jazmines y violetas y azahar y otras suertes de flores,
que llevadas de España aprueban maravillosamente. Los rosales en algunas
partes de puro vicio crecían mucho y dejaban de dar rosas. Sucedió una vez
quemarse un rosal, y dar los pimpollos que brotaron luego rosas en
abundancia, y de ahí aprendieron a podallas y quitalles el vicio, y dan
rosas asaz.
Pero fuera de estas suertes de flores, que son llevadas de acá, hay allá
otras muchas, cuyos nombres no sabré decir, coloradas y amarillas y azules y
moradas y blancas, con mil diferencias, las cuales suelen los indios ponerse
por gala en las cabezas como plumaje. Verdad es que muchas de estas flores
no tienen más que la vista, porque el olor no es bueno, o es grosero, o
ninguno, aunque hay algunas de excelente olor, como es las que da un árbol,
que algunos llaman floripondio, que no da fruto ninguno, sino solamente
flores, y éstas son grandes, mayores que azucenas y a modo de campanillas,
todas blancas, y dentro unos hilos como el azucena, y en todo el año no cesa
de estar echando estas flores, cuyo olor es a maravilla delicado y suave,
especialmente en el frescor de la mañana. Por cosa digna de estar en los
jardines reales la envió el virrey don Francisco de Toledo al rey don Felipe
nuestro señor.
En la Nueva España estiman mucho los indios una flor que llaman yolosuchil,
que quiere decir flor de corazón, porque tiene la misma hechura de un
corazón, y aun en el tamaño no es mucho menor. Este género de flores lleva
también otro árbol grande, sin dar otra fruta; tiene un olor recio y, a mi
parecer, demasiado; a otros les parece muy bueno. La flor que llama del sol
es cosa bien notoria, que tiene la figura del sol y se vuelve al movimiento
del sol. Hay otras que llaman claveles de Indias y parecen un terciopelo
morado y naranjado finísimo; también es cosa notoria. Estas no tienen olor
que sea de precio, sino la vista. Otras flores hay que con la vista, ya que
no tienen olor, tienen sabor, como las que saben a mastuerzo, y si se
comiesen sin verse, por el gusto no juzgarían que eran otra cosa.
La flor de granadilla es tenida por cosa notable; dicen que tiene las
insignias de la Pasión, y que se hallan en ella los clavos y la columna y
los azotes y la corona de espinas y las llagas, y no les falta alguna razón,
aunque para figurar todo lo dicho es menester algo de piedad, que ayude a
parecer aquello; pero mucho está muy expreso, y la vista en sí es bella,
aunque no tiene olor. La fruta que da llaman granadilla, y se come, o se
bebe, o se sorbe, por mejor decir, para refrescar; es dulce, y a algunos les
parece demasiado dulce. En sus bailes y fiestas usan los indios llevar en
las manos flores, y los señores y reyes tenellas por grandeza. Por eso se
ven pinturas de sus antiguos tan ordinariamente con flores en la mano, como
acá usan pintallos con guantes. Y para materia de flores, harto está dicho;
la albahaca, aunque no es flor, sino hierba, se usa para el mismo efecto de
recreación y olor, y tenerla en los jardines y regalalla en sus tiestos. Por
allá se da tan común y sin cuidado, y tanta, que no es albahaca, sino hierba
tras cada acequia.
Capítulo XXVIII
Del bálsamo
Las plantas formó el soberano Hacedor, no sólo para comida, sino también
para recreación, para medicina y para operaciones del hombre. De las que
sirven de sustento, que es lo principal, se ha dicho, y algo también de las
de recreación; de las de medicina y operaciones se dirá otro poco. Y aunque
todo es medicinal en las plantas bien sabido y bien aplicado, pero algunas
cosas hay que notoriamente muestran haberse ordenado de su Criador para
medicina y salud de los hombres, como son licores o aceites o gomas o
resinas, que echan diversas plantas, que con fácil experiencia dicen luego
para qué son buenas.
Entre éstas, el bálsamo es celebrado con razón por su excelente olor, y
mucho más extremado efecto de sanar heridas y otros diversos remedios para
enfermedades, que en él se experimentan. No es el bálsamo que va de Indias
occidentales, de la misma especie que el verdadero bálsamo que traen de
Alejandría o del Cairo, y que antiguamente hubo en Judea, la cual, sola en
el mundo, según Plinio escribe, poseyó esta grandeza hasta que los
emperadores Vespasianos la trajeron a Roma e Italia. Muéveme a decir que no
es de la misma especie el un licor y el otro, ver que los árboles de donde
mana son entre sí muy diversos, porque el árbol del bálsamo de Palestina era
pequeño y a modo de vid, como refiere Plinio de vista de ojos, y hoy día los
que lo han visto en Oriente dicen lo mismo. Y la sagrada Escritura, el lugar
donde se daba este bálsamo le llamaba viña de Engadi, por la similitud con
las vides.
El árbol de donde se trae el bálsamo de Indias yo le he visto, y es tan
grande como el granado, y aun mayor, y tira algo a su hechura, si bien me
acuerdo, y no tiene que ver con vid. Aunque Estrabón escribe que el árbol
antiguo de bálsamo era del tamaño de granados. Pero en los accidentes y en
las operaciones son licores muy semejantes, como es en el olor admirable, en
el curar heridas, en la color y modo de sustancia; pues lo que refieren183
del otro bálsamo, que lo hay blanco y bermejo y verde y negro, lo mismo se
halla en el de Indias. Y como aquél se sacaba hiriendo o sajando la corteza
y destilando por allí el licor, así se hace en el de Indias, aunque es más
la cuantidad que destila. Y como en aquél hay uno puro, que se llama
opobálsamo, que es la propia lágrima que destila, y hay otro no tan
perfecto, que es el licor que se saca del mismo palo o corteza, y hojas
exprimidas y cocidas al fuego, que llaman jilobálsamo, así también en el
bálsamo de Indias hay uno puro que sale así del árbol, y hay otro que sacan
los indios cociendo y exprimiendo las hojas y palos, y también le adulteran
y acrecientan con otros licores, para que parezca más.
En efecto, se llama con mucha razón bálsamo, y lo es, aunque no sea de
aquella especie, y es estimado en mucho, y lo fuera mucho más si no tuviera
la falta que las esmeraldas y perlas han tenido, que es ser muchas. Lo que
más importa es que, para la sustancia de hacer crisma, que tan necesario es
en la santa Iglesia, y de tanta veneración, ha declarado la Sede Apostólica
que con este bálsamo de Indias se haga crisma en Indias y con él se dé el
sacramento de confirmación y los demás, donde la Iglesia lo usa.
Tráese a España el bálsamo de la Nueva España; y la provincia de Guatimala y
de Chiapa y otras por allí es donde más abunda, aunque el más preciado es el
que viene de la isla de Tolú, que es en Tierra Firme, no lejos de Cartagena.
Aquel bálsamo es blanco, y tienen comúnmente por más perfecto el blanco que
el bermejo, aunque Plinio184 el primer lugar da al bermejo, el segundo al
blanco, el tercero al verde, el último al negro. Pero Estrabón185 parece
preciar más el bálsamo blanco, como los nuestros lo precian. Del bálsamo de
Indias trata largamente Monardes en la primera parte, y en la segunda,
especialmente del de Cartagena o Tolú, que todo es uno. No he hallado que en
tiempos antiguos los indios preciasen en mucho el bálsamo, ni aun tuviesen
de él uso de importancia. Aunque Monardes dice que curaban con él los indios
de sus heridas, y que de ellos aprendieron los españoles.
Capítulo XXIX
Del liquidámbar y otros aceites y gomas y drogas, que se traen de Indias
Después del bálsamo tiene estima el liquidámbar; es otro licor, también
oloroso y medicinal, más espeso en sí y que se viene a cuajar y hacer pasta;
de complexión cálida, de buen perfume y que le aplican a heridas y otras
necesidades, en que me remito a los médicos, especialmente al doctor
Monardes, que en la primera parte escribió de este licor y de otros muchos
medicinales que vienen de Indias.
Viene también el liquidámbar de la Nueva España, y es, sin duda, aventajada
aquella provincia en estas gomas, o licores, o jugos de árboles, y así
tienen copia de diversas materias para perfumes y para medicinas, como es el
ánime, que viene en grande cantidad; el copal y el suchicopal, que es otro
género, como de estoraque y encienso, que también tiene excelentes
operaciones y muy lindo olor para sahumerios. También la tacamahaca y la
caraña, que son muy medicinales. El aceite que llaman de abeto, también de
allá lo traen, y médicos y pintores se aprovechan asaz de él; los unos para
sus emplastos y los otros para barniz de sus imágenes. Para medicina también
se trae la cañafístola, la cual se da copiosamente en la Española, y es un
árbol grande y echa por fruta aquellas cañas con su pulpa. Trajéronse en la
flota en que yo vine, de Santo Domingo, cuarenta y ocho quintales de
cañafístola.
La zarzaparrilla no es menos conocida para mil achaques; vinieron cincuenta
quintales en la dicha flota de la misma isla. En el Perú hay de esta
zarzaparrilla mucha; y muy excelente en tierra de Guayaquil, que está debajo
de la línea. Allí se van muchos a curar, y es opinión que las mismas aguas
simples que beben les causan salud, por pasar por copia de estas raíces,
como está arriba dicho; con lo cual se junta, que para sudar en aquella
tierra no son menester muchas frazadas y ropa.
El palo de guayacán, que por otro nombre dicen el palo santo o palo de las
Indias, se da en abundancia en las mismas islas, y es tan pesado como
hierro, y luego se hunde en el agua; de éste trajo la flota dicha
trescientos y cincuenta quintales, y pudiera traer veinte y cien mil, si
hubiera salida de tanto palo. Del palo del Brasil, que es tan colorado y
encendido, y tan conocido y usado para tintes y para otros provechos,
vinieron ciento treinta y cuatro quintales de la misma isla en la misma
flota. Otros innumerables palos aromáticos y gomas y aceites y drogas hay en
Indias que ni es posible referillas todas, ni importa al presente; sólo diré
que, en tiempos de los reyes Ingas del Cuzco y de los reyes mejicanos, hubo
muchos grandes hombres de curar con simples, y hacían curas aventajadas, por
tener conocimiento de diversas virtudes y propiedades de hierbas y raíces y
palos y plantas, que allá se dan, de que ninguna noticia tuvieron los
antiguos de Europa.
Y para purgar hay mil cosas de estas simples, como raíz de Mechoacán,
piñones de la Puna y conserva de Guánuco y aceite de Higuerilla y otras cien
cosas que, bien aplicadas y a tiempo, no las tienen por de menor eficacia,
que las drogas que vienen de Oriente; como podrá entender el que leyere lo
que Monardes ha escrito en la primera y segunda parte, el cual también trata
largamente del tabaco, del cual ha hecho notables experiencias contra
veneno. Es el tabaco un arbolillo o planta asaz común, pero de raras
virtudes; también en la que llaman contrayerba, y en otras diversas plantas,
porque el Autor de todo repartió sus virtudes como él fué servido y no quiso
que naciese cosa ociosa en el mundo; mas el conocello el hombre y sabor usar
de ello como conviene, este es otro don soberano que concede el Criador a
quien él es servido.
De esta materia de plantas de Indias, y de licores y otras cosas
medicinales, hizo una insigne obra el doctor Francisco Hernández, por
especial comisión de su majestad, haciendo pintar al natural todas las
plantas de Indias, que, según dicen, pasan de mil y doscientas, y afirman
haber costado esta obra más de sesenta mil ducados. De la cual hizo uno como
extracto el doctor Nardo Antonio, médico italiano, con gran curiosidad. A
los dichos libros y obras remito al que más por menudo y con perfición
quisiere saber de plantas de Indias, mayormente para efectos de medicina.
Capítulo XXX
De las grandes arboledas de Indias y de los cedros y ceibas y otros árboles
grandes
Como desde el principio del mundo la tierra produjo plantas y árboles por
mandado del omnipotente Señor, en ninguna región deja de producir algún
fruto; en unas más que en otras. Y fuera de los árboles y plantas que por
industria de los hombres se han puesto y llevado de unas tierras a otras,
hay gran número de árboles que sólo la naturaleza los ha producido. De éstos
me doy a entender que en el nuevo orbe (que llamamos Indias) es mucho mayor
la copia, así en número como en diferencias, que no en el orbe antiguo y
tierras de Europa, Asia y África.
La razón es ser las Indias de temple cálido y húmedo, como está mostrado en
el libro segundo contra la opinión con extremo vicio infinidad de estas de
los antiguos, y así la tierra produce plantas silvestres y naturales. De
donde viene a ser inhabitable y aun impenetrable la mayor parte de Indias,
por bosques y montañas y arcabucos cerradísimos, que perpetuamente se han
abierto. Para andar algunos caminos de Indias, mayormente en entradas de
nuevo, ha sido y es necesario hacer camino a puro cortar con hachas árboles
y rozar matorrales, que, como nos escriben padres que lo han probado, acaece
en seis días caminar una legua y no más. Y un hermano nuestro, hombre
fidedigno, nos contaba que, habiéndose perdido en unos montes, sin saber
adonde ni por donde había de ir, vino a hallarse entre matorrales tan
cerrados, que le fué forzoso andar por ellos, sin poner pie en tierra por
espacio de quince días enteros. En los cuales, también por ver el sol y
tomar algún tino, por ser tan cerrado de infinita arboleda aquel monte,
subía algunas veces trepando hasta la cumbre de árboles altísimos, y desde
allí descubría camino. Quien leyere la relación de las veces que este hombre
se perdió, y los caminos que anduvo, y sucesos extraños que tuvo (la cual
yo, por parecerme cosa digna de saber, escrebí sucintamente), y quien
hubiere andado algo por montañas de Indias, aunque no sean sino las
dieciocho leguas que hay de Nombre de Dios a Panamá, entenderá bien de qué
manera es esta inmensidad de arboleda que hay en Indias.
Como allá nunca hay invierno que llegue a frío, y la humedad del cielo y del
suelo es tanta, de ahí proviene que las tierras de montaña producen infinita
arboleda, y las de campiña, que llaman sabanas, infinita hierba. Así que,
para pastos, hierba, y para edificios, madera, y para el fuego, leña, no
falta. Contar las diferencias y hechuras de tanto árbol silvestre es cosa
imposible, porque de los más de ellos no se saben los nombres. Los cedros,
tan encarecidos antiguamente, son por allá muy ordinarios para edificios y
para naos, y hay diversidad de ellos: unos blancos y otros rojos y muy
olorosos. Danse en los Andes del Perú y en las montañas de Tierra Firme y en
las islas y en Nicaragua y en la Nueva España, gran cantidad. Laureles de
hermosísima vista y altísimos, palmas infinitas, ceibas de que labran los
indios las canoas, que son barcos hechos de una pieza.
De La Habana e isla de Cuba, donde hay inmensidad de semejantes árboles,
traen a España palos de madera preciada, como son ébanos, caobana,
granadillo, cedro y otras maderas que no conozco. También hay pinos grandes
en Nueva España, aunque no tan recios como los de España; no llevan piñones,
sino piñas vacías. Los robles que traen de Guayaquil son escogida madera y
olorosa, cuando se labran; y de allí mismo cañas altísimas, cuyos cañutos
hacen una botija o cántaro de agua, y sirven para edificios, y los palos de
mangles, que hacen árboles y mástiles de naos, y los tienen por tan recios
como si fuesen de hierro.
El molle es árbol de mucha virtud; da unos racimillos, de que hacen vino los
indios. En Méjico le llaman árbol del Perú, porque vino de allá; pero dase
también y mejor en la Nueva España, que en el Perú. Otras mil maneras hay de
árboles, que es superfluo trabajo decirlas. Algunos de estos árboles son de
enorme grandeza; sólo diré de uno que está en Tlacochabaya, tres leguas de
Guajaca, en la Nueva España. Este, midiéndole aposta, se halló en sólo el
hueco de dentro tener nueve brazas, y por defuera medido, cerca de la raíz,
dieciséis brazas, y por lo más alto, doce. A este árbol hirió un rayo desde
lo alto, por el corazón, hasta abajo, y dicen que dejó el hueco que está
referido. Antes de herirle el rayo, dicen que hacía sombra bastante para mil
hombres, y así se juntaban allí para hacer sus mitotes, bailes y
supersticiones; todavía tiene rama y verdor, pero mucho menos. No saben qué
especie de árbol sea, mas de que dicen que es género de cedro.
A quien le pareciere cedro fabuloso aqueste, lea lo que Plinio cuenta186 del
plátano de Licia, cuyo hueco tenía ochenta y un pies, que más parecía cueva
o casa, que no hueco de árbol; y la copa de él parecía un bosque entero,
cuya sombra cubría los campos. Con éste se perderá el espanto y la maravilla
del otro tejedor, que dentro del hueco de un castaño tenía casa y telar. Y
del otro castaño o que se era, donde entraban a caballo ocho hombres y se
tornaban a salir por el hueco de él sin embarazarse. En estos árboles así
extraños y diformes ejercitaban sus idolatrías mucho los indios, como
también lo usaron los antiguos gentiles, según refieren autores de aquel
tiempo.
Capítulo XXXI
De las plantas y frutales que se han llevado de España a las Indias
Mejor han sido pagadas las Indias, en lo que toca a plantas, que en otras
mercaderías, porque las que han venido a España son pocas y danse mal, las
que han pasado de España son muchas y danse bien. No sé si digamos que lo
hace la bondad de las plantas, para dar la gloria a lo de acá; o si digamos
que lo hace la tierra, para que sea la gloria de allá. En conclusión, casi
cuanto bueno se produce en España hay allá, y en partes aventajado, y en
otras no tal, trigo, cebada, hortaliza y verdura y legumbres de todas
suertes, como son lechugas, berzas, rábanos, cebollas, ajos, perejil, nabos,
canarias, berenjenas, escarolas, acelgas, espinacas, garbanzos, habas,
lentejas y, finalmente, cuanto por acá se da de esto casero y de provecho,
porque han sido cuidadosos los que han ido, en llevar semillas de todo, y a
todo ha respondido bien la tierra, aunque en diversas partes de uno más que
de otro, y en algunas poco.
De árboles, los que más generalmente se han dado allá, y con más abundancia,
son naranjos y limas y cidras y fruta de este linaje. Hay ya en algunas
partes montañas y bosques de naranjales, lo cual, haciéndome maravilla,
pregunté en una isla, ¿quién había henchido los campos de tanto naranjo?
Respondiéronme que acaso se había hecho porque cayéndose algunas naranjas y
pudriéndose la fruta, habían brotado de su simiente, y de la que de éstos y
de otros llevaban las aguas a diversas partes, se venían a hacer a aquellos
bosques espesos; parecióme buena razón. Dije ser ésta la fruta que
generalmente se haya dado en Indias, porque en ninguna parte he estado de
ellas donde no haya naranjas, por ser todas las Indias tierra caliente y
húmeda, que es lo que quiere aquel árbol; en la sierra no se dan, tráense de
los valles o de la costa. La conserva de naranjas cerradas que hacen en las
islas es de la mejor que yo he visto allá, ni acá.
También se han dado bien duraznos, y sus consortes melocotones, y priscos, y
albarcoques, aunque éstos más en Nueva España; en el Perú, fuera de
duraznos, de esotros hay poco, y menos en las islas. Manzanas y peras se
dan, pero moderadamente; ciruelas, muy cortamente; higos, en abundancia,
mayormente en el Perú; membrillos, en todas partes, y en Nueva España de
manera que por medio real nos daban cincuenta, a escoger; granadas también
asaz, aunque todas son dulces; agras no se han dado bien. Melones, en partes
los hay muy buenos, como en Tierra Firme y algunas partes del Perú. Guindas,
ni cerezas, hasta ahora no han tenido dicha de hallar entrada en Indias; no
creo es falta del temple, porque le hay en todas maneras, sino falta de
cuidado o de acierto. De frutas de regalo apenas siento falte otra por allá.
De fruta basta y grosera faltan bellotas y castañas, que no se han dado
hasta agora, que yo sepa, en Indias. Almendras se dan, pero escasamente.
Almendra y nuez y avellana va de España para gente regalada. Tampoco sé que
haya nísperos, ni serbas, ni importan mucho. Y esto baste para entender, que
no falta regalo de fruta asaz. Ahora digamos otro poco de plantas de
provecho que han ido de España, y acabaremos esta plática de plantas, que ya
va larga.
Capítulo XXXII
De uvas viñas y olivas y moreras y cañas de azúcar
Plantas de provecho entiendo las que demás de dar que comer en casa traen a
su dueño dinero. La principal de éstas es la vid, que da el vino y el
vinagre y la uva y la pasa y el agraz y el arrope; pero el vino es lo que
importa.
En las islas y Tierra Firme no se da vino ni uvas; en la Nueva España hay
parras y llevan uvas, pero no se hace vino. La causa debe ser no madurar del
todo las uvas, por razón de las lluvias, que vienen por julio y agosto, y no
las dejan bien sazonar; para comer solamente sirven. El vino llevan de
España o de las Canarias; y así es en lo demás de Indias, salvo el Perú y
Chile, donde hay viñas y se hace vino, y muy bueno; y de cada día crece así
en cuantidad, porque es gran riqueza en aquella tierra, como en bondad,
porque se entiende mejor el modo de hacerse. Las viñas del Perú son
comúnmente en valles calientes, donde tienen acequias y se riegan a mano,
porque la lluvia del cielo en los llanos no la hay y en la sierra no es a
tiempo. En partes hay donde ni se riegan las viñas, del cielo ni del suelo,
y dan en grande abundancia, como en el valle de Ica, y lo mismo en las hoyas
que llaman de Villacuri, donde entre unos arenales muertos se hallan unos
hoyos o tierras bajas de increíble frescura todo el año, sin llover jamás,
ni haber acequia, ni riego humano. La causa es ser aquel terreno esponjoso y
chupar el agua de ríos que bajan de la sierra y se empapan por aquellos
arenales; o si es humedad de la mar (como otros piensan), hase de entender
que el trascolarse por el arena hace que el agua no sea estéril y inútil,
como el filósofo lo significa.
Han crecido tanto las viñas, que por su causa los diezmos de las Iglesias
son hoy cinco y seis tanto de lo que eran ahora veinte años. Los valles más
fértiles de viñas son Víctor, cerca de Arequipa; Ica, en términos de Lima;
Caracato, en términos de Chuquiabo. Llévase este vino a Potosí y al Cuzco y
a diversas partes; y es grande granjería, porque vale con toda la abundancia
una botija o arroba cinco o seis ducados, y si es de España, que siempre se
lleva en las flotas, diez y doce. En el reino de Chile se hace vino como en
España, porque es el mismo temple; pero traído al Perú se daña. Uvas se
gozan donde no se puede gozar vino, y es cosa de admirar que en la ciudad
del Cuzco se hallarán uvas frescas todo el año. La causa de esto me dijeron
ser los valles de aquella comarca, que en diversos meses del año dan fruto;
y agora sea por el podar las vides a diversos tiempos, ora por cualidad de
la tierra, en efecto, todo el año hay diversos valles que dan fruta.
Si alguno se maravilla de esto, más se maravillará de lo que diré, y quizá
no lo creerá. Hay árboles en el Perú, que la una parte del árbol da fruta la
mitad del año, y la otra parte la otra mitad. En Mala, trece leguas de la
ciudad de los Reyes, la mitad de una higuera, que está a la banda del sur,
está verde y da fruta un tiempo del año, cuando es verano en la sierra; y la
otra mitad, que está hacia los llanos y mar, está verde y da fruta en otro
tiempo diferente, cuando es verano en los llanos. Tanto como esto obra la
variedad del templo y aire, que viene de una parte o de otra. La granjería
del vino no es pequeña, pero no sale de su provincia.
Lo de la seda, que se hace en Nueva España, sale para otros reinos, como el
Perú. No la había en tiempo de indios; de España se han llevado moreras, y
danse bien, mayormente en la provincia que llaman la Misteca, donde se cría
gusano de seda y se labra y hacen tafetanes buenos; damascos, rasos y
terciopelos no se labran hasta agora. El azúcar es otra granjería más
general, pues no sólo se gasta en Indias, sino también se trae a España
harta cantidad, porque las cañas se dan escogidamente en diversas partes de
Indias; en islas, en Méjico, en Perú y en otras partes han hecho ingenios de
grande contratación. Del de la Nasca me afirmaron que solía rentar de
treinta mil pesos arriba cada año. El de Chicama, junto a Trujillo, también
era hacienda gruesa, y no menos lo son los de la Nueva España, porque es
cosa loca lo que se consume de azúcar y conserva en Indias. De la isla de
Santo Domingo se trajeron en la flota que vine ochocientas y noventa y ocho
cajas y cajones de azúcar, que siendo del modo que yo las vi cargar en
Puerto Rico será a mi parecer cada caja de ocho arrobas
Es esta del azúcar la principal granjería de aquellas islas tanto se han
dado los hombres al apetito de lo dulce. Olivas y olivares también se han
dado en Indias, digo en Méjico y Perú; pero hasta hoy no hay molino de
aceite, ni se hace, porque para comer las quieren más y las sazonan bien.
Para aceite hallan que es más la costa que el provecho; así que todo el
aceite va de España. Con esto quede acabado con la materia de las plantas, y
pasemos a la de animales de las Indias.
Capítulo XXXIII
De los ganados ovejuno y vacuno
De tres maneras hallo animales en Indias uno, que han sido llevados de
españoles; otros, que aunque no han sido llevados por españoles, los hay en
Indias de la misma especie que en Europa; otros, que son animales propios de
Indias y no se hallan en España. En el primero modo son ovejas, vacas,
cabras, puercos, caballos, asnos, perros, gatos y otros tales, pues estos
géneros los hay en Indias.
El ganado menor ha multiplicado mucho; y si se pudieran aprovechar las lanas
enviándose a Europa, fuera de las mayores riquezas que tuvieran las Indias.
Porque el ganado ovejuno allá tiene grande abundancia de pastos, sin que se
agote la yerba en muchas partes; y es de suerte la franqueza de pastos y
dehesas, que en el Perú no hay pastos propios: cada uno apacienta do quiere.
Por lo cual la carne es comúnmente abundante y barata por allá; y los demás
provechos que de la oveja proceden, de quesos, leche, etc. Las lanas dejaron
un tiempo perder del todo, hasta que se pusieron obrajes, en los cuales se
hacen paños y frazadas, que ha sido gran socorro en aquella tierra para la
gente pobre, porque la ropa de Castilla es muy costosa. Hay diversos obrajes
en el Perú; mucho mas copia de ellos en Nueva España, aunque agora sea la
lana no ser tan fina, agora los obrajes no labralla tan bien, es mucha la
ventaja de la ropa que va de España, a la que en Indias se hace. Había
hombres de setenta y de cien mil cabezas de ganado menor; y hoy día los hay
poco menos, que a ser en Europa, fuera riqueza, grande y allá lo es
moderada.
En muchas partes de Indias, y creo son las más, no se cría bien ganado
menor, a causa de ser la yerba alta y la tierra tan viciosa, que no pueden
apacentarse sino ganados mayores; y así de vacuno hay innumerable multitud.
Y de esto en dos maneras: uno ganado manso, y que anda en sus hatos, como en
tierra de los en otras provincias del Perú y en toda la Nueva España. De
este ganado se aprovechan, como en España, para carne y manteca y terneras,
y para bueyes de arado, etc. En otra forma hay de este ganado alzado al
monte; y así por la espereza y espesura de los montes, como por su multitud,
no se hierra, ni tiene dueño propio, sino como caza de monte, el primero que
la montea y mata es el dueño. De este modo han multiplicado las vacas en la
isla Española, y en otras de aquel contorno que andan a millares sin dueño
por los montes y campos.
Aprovéchanse de este ganado para cueros: salen negros o blancos en sus
caballos con desjarretaderas al campo, y corren los toros o vacas, y la res
que hieren y cae es suya. Desuéllanla, y llevando el cuero a su casa dejan
la carne perdida por ahí, sin haber quien la gaste ni quiera por la sobra
que hay de ella. Tanto, que en aquella isla me afirmaron que en algunas
partes había infección de la mucha carne que se corrompía. Este corambre que
viene a España es una de las mejores granjerías de las islas y de Nueva
España. Vinieron de Santo Domingo en la flota de ochenta y siete, treinta y
cinco mil cuatrocientos cuarenta y cuatro cueros vacunos. De la Nueva España
vinieron sesenta y cuatro mil y trescientos y cincuenta cueros, que los
valuaron en noventa y seis mil y quinientos y treinta y dos pesos. Cuando
descarga una flota de éstas, ver el río de Sevilla y aquel arenal donde se
pone tanto cuero y tanta mercadería es cosa para admirar.
El ganado cabrío también se da; y ultra de los otros provechos de cabritos,
de lecho, etc., es uno muy principal el sebo, con el cual comúnmente se
alumbran ricos y pobres, porque como hay abundancia, les es más barato que
aceite, aunque no es todo el sebo que en esto se gasta de macho. También
para el calzado aderezan los cordovanes; mas no pienso que son tan buenos
como los que llevan de Castilla.
Caballos se han dado, y se dan escogidamente en muchas partes o las más de
Indias, y algunas razas hay de ellos tan buenos como los mejores de
Castilla, así para carrera y gala como para camino y trabajo. Por lo cual
allá el usar caballos para camino es lo más ordinario, aunque no faltan
mulas y muchas, especialmente donde las recuas son de ellas, como en Tierra
Firme. De asnos no hay tanta copia, ni tanto uso; y para trabajo es muy poco
lo que se sirven de ellos. Camellos algunos, aunque pocos, vi en el Perú
llevados de las Canarias, y multiplicados allá, pero cortamente.
Perros en la Española han crecido en número y en grandeza, de suerte que es
plaga de aquella isla, porque se comen los ganados y andan a manadas por los
campos. Los que los matan tienen premio por ello, como hacen con los lobos
en España. Verdaderos perros no los había en Indias, sino unos semejantes a
perrillos, que los indios llamaban alco; y por su semejanza a los que han
sido llevados de España, también los llaman alco; y son tan amigos de estos
perrillos, que se quitarán el comer por dárselo; y cuando van camino los
llevan consigo a cuestas o en el seno. Y si están malos, el perrito ha de
estar allí con ellos, sin servirse de ellos para cosa, sino sólo para buena
amistad y compañía.
Capítulo XXXIV
De algunos animales de Europa que hallaron los españoles en Indias, y cómo
hayan pasado
Todos estos animales que he dicho es cosa cierta que se llevaron de España,
y que no los había en Indias cuando se descubrieron aún no ha cien años; y
ultra de ser negocio que aún tiene testigos vivos, es bastante prueba ver
que los indios no tienen en su lengua vocablos propios para estos animales,
sino que se aprovechan de los mismos vocablos españoles, aunque corruptos,
porque de donde les vino la cosa, como no la conocían, tomaron el vocablo de
ella. Esta regla he hallado buena para discernir qué cosas tuviesen los
indios antes de venir españoles, y qué cosas no. Porque aquellas que ellos
ya tenían y conocían también les daban su nombre; las que de nuevo
recibieron diéronles también nombres de nuevo, los cuales de ordinario son
los mismos nombres españoles, aunque pronunciados a su modo, como al
caballo, al vino y al trigo, etc.
Halláronse, pues, animales de la misma especie que en Europa, sin haber sido
llevados de españoles. Hay leones, tigres, osos, jabalíes, zorras y otras
fieras y animales silvestres, de los cuales hicimos en el primer libro
argumento fuerte, que no siendo verosímil que por mar pasasen en Indias,
pues pasar a nado el océano es imposible, y embarcarlos consigo hombres es
locura, síguese que por alguna parte donde el un orbe se continúa y avecina
al otro, hayan penetrado, y poco a poco poblado aquel mundo nuevo. Pues
conforme a la divina Escritura,187 todos estos animales se salvaron en el
arca de Noé, y de allí se han propagado en el mundo.
Los leones que por allá yo he visto no son bermejos, ni tienen aquellas
vedijas con que los acostumbran pintar: son pardos, y no tan bravos como los
pintan. Para cazarlos se juntan los indios en torno, que ellos llaman chaco,
y a pedradas, y con palos y otros instrumentos los matan. Usan encaramarse
también en árboles estos leones, y allí con lanzas o con ballestas, y mejor
con arcabuz, los matan. Los tigres se tienen por más bravos y crueles, y que
hacen salto más peligroso, por ser a traición. Son maculosos, y del mismo
modo que los historiadores los describen. Algunas veces oí contar que estos
tigres están cebados en indios, y que por eso no acometían a españoles, o
muy poco, y que de entre ellos sacaban un indio y se le llevaban. Los osos,
que en lengua del Cuzco llaman otoroncos, son de la misma especie que acá, y
son hormigueros.
De colmeneros poca experiencia hay, porque los panales donde los hay en
Indias danse en árboles, o debajo de la tierra, y no en colmenas al modo de
Castilla; y los panales que yo he visto en la provincia de los Charcas, que
allá nombran lechiguanas, son de color pardo y de muy poco jugo; más parecen
paja dulce que panales de miel. Dicen que las abejas son tan chiquitas como
moscas, y que enjambran debajo de la tierra: la miel es aceda y negra. En
otras partes hay mejor miel, y panales más bien formados, como en la
provincia de Tucumán, y en Chile, y en Cartagena. De los jabalíes tengo poca
relación, más de haber oído a personas que dicen haberlos visto. Zorros y
animales que degüellan el ganado hay más de los que los pastores quisieran.
Fuera de estos animales, que son fieros y perniciosos, hay otros provechosos
que no fueron llevado por los españoles, como son los ciervos o venados, de
que hay gran suma por todos aquellos montes; pero los más no son venados con
cuernos; a lo menos ni yo los he visto, ni oído a quien los haya visto:
todos son mochos como corzos. Todos estos animales que hayan pasado por su
ligereza, y por ser naturalmente silvestres y de caza, desde el un orbe al
otro, por donde se juntan, no se me hace difícil, sino muy probable y cuasi
cierto, viendo que en islas grandísimas y muy apartadas de tierra firme no
se hallan, cuanto yo he podido por alguna experiencia y relación alcanzar.
Capítulo XXXV
De aves que hay de acá, y cómo pasaron allá en Indias
Menos dificultad tiene creer lo mismo de aves, que hay del género de las de
acá, como son perdices y tórtolas y palomas torcaces y codornices y diversas
castas de halcones, que por muy preciados se envían a presentar de la Nueva
España y del Perú a señores de España. Ítem, garzas y águilas de diversas
castas. Estos y otros pájaros semejantes no hay duda que pudieron pasar y
muy mejor como pasaron los leones, tigres y ciervos. Los papagayos también
son de gran vuelo, y se hallan copiosamente en Indias, especialmente en los
Andes del Perú; en las islas de Puerto Rico y Santo Domingo andan bandas de
ellos como de palomas.
Finalmente, las aves con sus alas tienen camino a do quieren; y el pasar el
golfo no les será a muchas muy difícil; pues es cosa cierta, y la afirma
Plinio,188 que muchas pasan la mar y van a regiones muy extrañas, aunque tan
grande golfo, como el mar océano de Indias, no sé yo que escriba nadie que
lo pasen aves a vuelo. Mas tampoco lo tengo por del todo imposible, pues de
algunas es opinión común de marineros que se ven doscientas, y aun muchas
más leguas lejos de tierra; y también, según que Aristóteles enseña,189 las
aves fácilmente sufren estar debajo del agua, porque su respiración es poca,
como lo vemos en aves marinas, que se zabullen, y están buen rato; y así se
podría pensar que pájaros y aves que se hallan en islas y tierra firme de
Indias hayan pasado la mar descansando en islotes y tierras, que con
instinto natural conocen, como de algunos lo refiere Plinio;190 o quizá
dejándose caer en el agua cuando están fatigadas de volar, y de allí,
después de descansar un rato, tornando a proseguir su vuelo.
Y cuanto a los pájaros que se hallan en islas, donde no se ven animales de
tierra, tengo por sin duda que han pasado en una de las dos maneras dichas.
Cuanto a las demás que se hallan en tierra firme, máxime las que no son de
vuelo muy ligero, es mejor camino decir que fueron por do los animales de
tierra que allá hay de los de Europa. Porque hay aves también en Indias muy
pesadas, como avestruces, que se hallan en el Perú, y aun a veces suelen
espantar a los carneros de la tierra que van cargados. Pero dejando estas
aves, que ellas por si se gobiernan, sin que los hombres cuiden de ellas, si
no es por vía de caza; de aves domésticas me he maravillado de las gallinas,
porque, en efecto, las había antes de ir españoles; y es claro indicio tener
nombres de allá, que a la gallina llaman gualpa y al huevo ronto; y el mismo
refrán que tenemos de llamar a un hombre gallina, para notalle de cobarde,
ese propio usan los indios. Y los que fueron al descubrimiento de las islas
de Salomón refieren haber visto allá gallinas de las nuestras.
Puédese entender que, como la gallina es ave tan doméstica y tan provechosa,
los mismos hombres las llevaron consigo, cuando pasaron de unas partes a
otras, como hoy día vemos que caminan los indios llevando su gallina o
pollito sobre la carga que llevan a las espaldas; y también las llevan
fácilmente en sus gallineros hechos de paja o de palo. Finalmente, en Indias
hay muchas especies de animales y aves de las de Europa que las hallaron
allá los españoles, como son las que he referido y otras que otros dirán.
Capítulo XXXVI
Cómo sea posible haber en Indias animales que no hay en otra parte del mundo
Mayor dificultad hace averiguar qué principio tuvieron diversos animales que
se hallan en Indias y no se hallan en el mundo de acá. Porque si allá los
produjo el Criador, no hay para qué recurrir al arca de Noé, ni aun hubiera
para qué salvar entonces todas las especies de aves y animales si habían de
criarse después de nuevo; ni tampoco parece que con la creación de los seis
días dejara Dios el mundo acabado y perfecto, si restaban nuevas especies de
animales por formar, mayormente animales perfectos, y de no menor excelencia
que esotros conocidos.
Pues si decimos que todas estas especies de animales se conservaron en el
arca de Noé, síguese que, como esotros animales fueron a Indias de este
mundo de acá, así también éstos, que no se hallan en otras partes del mundo.
Y siendo esto así, pregunto: ¿cómo no quedó su especie de ellos por acá?,
¿cómo sólo se halla donde es peregrina y extranjera? Cierto es cuestión que
me ha tenido perplejo mucho tiempo. Digo, por ejemplo, si los carneros del
Perú y los que llaman pacos y guanacos no se hallan en otra región del
mundo, ¿quién los llevó al Perú?, ¿o cómo fueron? Pues no quedó rastro de
ellos en todo el mundo; y si no fueron de otra región, ¿cómo se formaron y
produjeron allí? ¿Por ventura hizo Dios nueva formación de animales?
Lo que digo de estos guanacos y pacos diré de mil diferencias de pájaros,
aves y animales del monte, que jamás han sido conocidas ni de nombre, ni de
figura, ni hay memoria de ellos en latinos ni griegos, ni en naciones
ningunas de este mundo de acá. Sino es que digamos que aunque todos los
animales salieron del arca; pero por instinto natural y providencia del
cielo, diversos géneros se fueron a diversas regiones, y en algunas de ellas
se hallaron tan bien, que no quisieron salir de ellas, o si salieron no se
conservaron, o por tiempo vinieron a fenecer, como sucede en muchas cosas. Y
si bien se mira, esto no es caso propio de Indias, sino general de otras
muchas regiones y provincias de Asia, Europa y África: de las cuales se lee
haber en ellas castas de animales que no se hallan en otras; y si se hallan,
se sabe haber sido llevadas de allí. Pues como estos animales salieron del
arca: verbi gratia, elefantes, que sólo se hallan en la India oriental, y de
allá se han comunicado a otras partes, del mismo modo diremos de estos
animales del Perú y de los demás de Indias que no se hallan en otra parte
del mundo.
También es de considerar si los tales animales difieren específica y
esencialmente de todos los otros, o si es su diferencia accidental, que pudo
ser causada de diversos accidentes, como en el linaje de los hombres ser
unos blancos y otros negros, unos gigantes y otros enanos. Así, verbi
gratia, en el linaje de los jimios ser unos sin cola y otros con cola, y en
el linaje de los carneros ser unos rasos y otros lanudos: unos grandes y
recios, y de cuello muy largo, como los del Perú; otros pequeños y de pocas
fuerzas, y de cuellos cortos, como los de Castilla. Mas por decir lo más
cierto, quien por esta vía de poner sólo diferencias accidentales
pretendiere salvar la propagación de los animales de Indias y reducirlos a
las de Europa, tomará carga que mal podrá salir con ella. Porque si hemos de
juzgar de las especies de los animales por sus propiedades, son tan
diversas, que querellas reducir a especies conocidas de Europa será llamar
al huevo castaña.
Capítulo XXXVII
De aves propias de Indias
Ora sean de diversa especie, ora de la misma de otras de acá, hay aves en
Indias notables. De la China traen unos pájaros, que penitus no tienen pies
grandes ni pequeños, y cuasi todo su cuerpo es pluma: nunca bajan a tierra;
ásense de unos hilillos que tienen, a ramos, y así descansan: comen
mosquitos y cosillas del aire. En el Perú hay los que llaman tominejos, tan
pequeñitos, que muchas veces dudé viéndolos volar, sí eran abejas o
mariposillas, mas son realmente pájaros.
Al contrario, los que llaman cóndores son de inmensa grandeza, y de tanta
fuerza, que no sólo abren un carnero y se lo comen, sino a un ternero. Las
auras que llaman, y otros las dicen gallinazas, tengo para mí que son de
género de cuervos: son de extraña ligereza, y no menos aguda vista; para
limpiar las ciudades y calles son propias, porque no dejan cosa muerta;
hacen noche en el campo en árboles o peñas; por la mañana vienen a las
ciudades, y desde los más altos edificios atalayan para hacer presa. Los
pollos de éstas son de pluma blanquizca, como refieren de los cuervos, y
mudan el pelo en negro. Las guacamayas son pájaros mayores que papagayos, y
tienen algo de ellos: son preciadas por la diversa color de sus plumas, que
las tienen muy galanas.
En la Nueva España hay copia de pájaros de excelentes plumas, que de su
fineza no se hallan en Europa, como se puede ver por las imágenes de pluma
que de allá se traen; las cuales con mucha razón son estimadas y causan
admiración, que de plumas de pájaros se pueda labrar obra tan delicada, y
tan igual, que no parece sino de colores pintadas; y lo que no puede hacer
el pincel y las colores de tinte, tienen unos visos, miradas un poco a
soslayo, tan lindos, tan alegres y vivos, que deleitan admirablemente.
Algunos indios, buenos maestros, retratan con perfección de pluma lo que ven
de pincel, que ninguna ventaja les hacen los pintores de España. Al príncipe
de España don Felipe dió su maestro tres estampas pequeñitas, como para
registros de diurno, hechas de pluma, y su alteza las mostró al rey don
Felipe nuestro Señor, su padre, y mirándolas Su Majestad, dijo que no había
visto en figuras tan pequeñas cosa de mayor primor.
Otro cuadro mayor, en que estaba retratado San Francisco recibiéndole
alegremente la santidad de Sixto V, y diciéndole que aquello hacían los
indios de pluma, quiso probarlo trayendo los dedos un poco por el cuadro
para ver si era pluma aquélla, pareciéndole cosa maravillosa estar tan bien
asentada que la vista no pudiese juzgar si eran colores naturales de plumas
o si eran artificiales de pincel. Los visos que hace lo verde, y un
naranjado como dorado, y otras colores finas, son de extraña hermosura; y
mirada la imagen a otra luz, parecen colores muertas, que es variedad de
notar.
Hácense las mejores imágenes de pluma en la provincia de Mechoacán, en el
pueblo de Páscaro. El modo es con unas pinzas tomar las plumas,
arrancándolas de los mismos pájaros muertos, y con un engrudillo delicado
que tienen irlas pegando con gran presteza y policía. Toman estas plumas tan
chiquitas y delicadas de aquellos pajarillos que llaman en el Perú
tominejos, o de otros semejantes que tienen perfectísimas colores en su
pluma. Fuera de imaginería usaron los indios otras muchas obras de pluma muy
preciosas, especialmente para ornato de los reyes y señores, y de los
templos y ídolos. Porque hay otros pájaros y aves grandes de excelentes
plumas y muy finas, de que hacían bizarros plumajes y penachos,
especialmente cuando iban a la guerra; y con oro y plata concertaban estas
obras de plumería rica, que era cosa de mucho precio. Hoy día hay las mismas
aves y pájaros, pero no tanta curiosidad y gala como solían usar.
A estos pájaros tan galanos y de tan rica pluma hay en Indias otros del todo
contrarios, que demás de ser en sí feos, no sirven de otro oficio sino de
echar estiércol; y con todo eso no son quizá de menor provecho. He
considerado esto admirándome la providencia del Criador, que de tantas
maneras ordena que sirvan a los hombres las otras criaturas. En algunas
islas o farellones que están junto a la costa del Perú se ven de lejos unos
cerros todos blancos: dirá quien les viere que son de nieve, o que toda es
tierra blanca, y son montones de estiércol de pájaros marinos, que van allí
contino a estercolar. Y es esta cosa tanta, que sube varas y aun lanzas en
alto, que parece cosa fabulosa. A estas islas van barcas a sólo cargar de
este estiércol, porque otro fruto pequeño ni grande en ellas no se da; y es
tan eficaz y tan cómodo, que la tierra estercolada con él da el grano y la
fruta con grandes ventajas. Llaman guano el dicho estiércol, de do se tomó
el nombre del valle que dicen de Lunaguaná, en los valles del Perú, donde se
aprovechan de aquel estiércol, y es el más fértil que hay por allá.
Los membrillos y granadas, y otras frutas en grandeza y bondad exceden
mucho, y dicen ser la causa que el agua con que riegan estos árboles pasa
por tierra estercolada, y da aquella belleza de fruta. De manera que de los
pájaros no sólo la carne para comer, y el canto para deleite, y la pluma
para ornato y gala, sino el mismo estiércol es también para el beneficio de
la tierra, y todo ordenado del sumo Hacedor para servicio del hombre, con
que el hombre se acordase de ser grato y leal a quien con todo le hace bien.
Capítulo XXXVIII
De animales de monte
Fuera de los géneros de animales que se han dicho de monte, que son comunes
a Indias y a Europa, hay otros que se hallan allá, y no sé que los haya por
acá, sino por ventura traídos de aquellas partes.
Saynos llaman unos como porquezuelos, que tienen aquella extrañeza de tener
el ombligo sobre el espinazo; éstos andan por los montes a manadas; son
crueles y no temen, antes acometen, y tienen unos colmillos como navajas,
con que dan muy buenas heridas y navajadas si no se ponen a recaudo los que
los cazan. Súbense los que quieren cazarlos a su seguro en árboles, y los
saynos o puercos de manada acuden a morder el árbol cuando no pueden al
hombre; y de lo alto, con una lancilla hieren y matan los que quieren. Son
de muy buena comida; pero es menester quitarles luego aquel redondo que
tienen en el ombligo del espinazo, porque de otra suerte dentro de un día se
corrompen.
Otra casta de animalejos hay que parecen lechones, que llaman guadatinajas.
Puercos de la misma especie de los de Europa, yo dudo si los había en Indias
antes de ir españoles, porque en la relación del descubrimiento de las islas
de Salomón se dice que hallaron gallinas y puercos de España. Lo que es
cierto es haber multiplicado cuasi en todas partes de Indias este ganado en
grande abundancia. En muchas partes se come carne fresca de ellos, y la
tienen por tan sana y buena como si fuera carnero, como en Cartagena. En
partes se han hecho montaraces y crueles; y se va a caza de ellos, como de
jabalíes, como en la Española y otras islas, donde se ha alzado al monte
este ganado. En partes se ceban con grano de maíz, y engordan excesivamente
para que den manteca, que se usa a falta de aceite. En partes se hacen muy
escogidos perniles, como en Toluca de la Nueva España y en Paria del Perú.
Volviendo a los animales de allá, como los saynos son semejantes a puercos,
aunque más pequeños, así lo son a las vaquillas pequeñas las dantas, aunque
en el carecer de cuernos más parecen muletas: el cuero de éstas es tan
preciado para cueras y otras cubiertas, por ser tan recias, que resisten
cualquier golpe o tiro.
Lo que defiende a las dantas la fuerza del cuero, defiende a los que llaman
armadillos la multitud de conchas, que abren y cierran como quieren a modo
de corazas. Son unos animalejos pequeños que andan en montes, y por la
defensa que tienen metiéndose entre sus conchas, y desplegándolas como
quieren, los llaman armadillos. Yo he comido de ellos: no me pareció cosa de
precio.
Harto mejor comida es la de iguanas, aunque su vista es bien asquerosa, pues
parecen puros lagartos de España, aunque éstos son de género ambiguo, porque
andan en agua, y sálense a tierra, y súbense en árboles que están a la
orilla del agua, y lanzándose de allí al agua las cogen poniéndoles debajo
los barcos.
Chinchillas es otro género de animalejos pequeños como ardillas: tienen un
pelo a maravilla blando, y sus pieles se traen por cosa regalada y saludable
para abrigar el estómago, y partes que tienen necesidad de calor moderado;
también se hacen cubiertas o frazadas del pelo de estas chinchillas.
Hállanse en la sierra del Perú, donde también hay otro animalejo muy común
que llaman cuy, que los indios tienen por comida muy buena, y en sus
sacrificios usaban frecuentísimamente ofrecer estos cuyes. Son como
conejuelos, y tienen sus madrigueras debajo de tierra; y en partes hay donde
la tienen toda minada. Son algunos de ellos pardos, otros blancos y
diferentes. Otros animalejos llaman vizcachas, que son a manera de liebres,
aunque mayores, y también las cazan y comen.
De liebres verdaderas también hay caza en partes bien abundante. Conejos
también se hallan en el reino de Quito, pero los buenos han ido de España.
Otro animal donoso es el que por su excesiva tardanza en moverse le llaman
perico ligero, que tiene tres uñas en cada mano: menea los pies y manos como
por compás con grandísima flema; es a la manera de mona, y en la cara se le
parece; da grandes gritos, anda en árboles y come hormigas.
Capítulo XXXIX
De los micos o monos de Indias
Micos hay innumerables por todas esas montañas de islas, y Tierra Firme y
Andes. Son de la casta de monas, pero diferentes en tener cola, y muy larga,
y haber entre ellos algunos linajes de tres tanto, y cuatro tanto más cuerpo
que monas ordinarias. Unos son negros del todo, otros bayos, otros pardos,
otros manchados y varios. La ligereza y maña de éstos admira, porque parece
que tienen discurso y razón; en el andar por árboles parece que quieren
imitar las aves. En Capira, pasando de Nombre de Dios a Panamá, vi saltar un
mico de éstos de un árbol a otro, que estaba a la otra banda del río, que me
admiró. Ásense con la cola a un ramo, y arrójanse adonde quieren, y cuando
el espacio es muy grande, que no puede con un salto alcanzarle, usan una
maña graciosa de asirse uno a la cola del otro y hacer de esta suerte una
como cadena de muchos; después, ondeándose todos, o columpiándose, el
primero, ayudado de la fuerza de los otros, salta y alcanza y se ase al
ramo, y sustenta a los demás, hasta que llegan asidos, como dije, uno a la
cola del otro.
Las burlas, embustes y travesuras que éstos hacen es negocio de mucho
espacio; las habilidades que alcanzan cuando los imponen no parecen de
animales brutos, sino de entendimiento humano. Uno vi en Cartagena en casa
del gobernador, que las cosas que de él me referían apenas parecían
creíbles. Como en envialle a la taberna por vino, y poniendo en la una mano
el dinero, y en la otra el pichel, no haber orden de sacalle el dinero hasta
que le daban el pichel con vino. Si los muchachos en el camino le daban
grita o le tiraban, poner el pichel a un lado, y apañar piedras, y tirallas
a los muchachos, hasta que dejaba el camino seguro; y así volvía a llevar su
pichel. Y lo que es más, con ser muy buen bebedor de vino (como yo se lo vi
deber echándoselo su amo de alto), sin dárselo, o dalle licencia, no había
tocar al jarro. Dijéronme también que si vía mujeres afeitadas, iba y les
tiraba del tocado, y las descomponía y trataba mal.
Podrá ser algo de esto encarecimiento, que yo no lo vi, mas en efecto no
pienso que hay animal que así perciba y se acomode a la conversación humana,
como esta casta de micos. Cuentan tantas cosas, que yo, por no parecer que
doy crédito a fábulas, o porque otros no las tengan por tales, tengo por
mejor dejar esta materia con sólo bendecir al autor de toda criatura, pues
para sola recreación de los hombres y entretenimiento donoso parece haber
hecho un género de animal, que todo es de reír, o para mover a risa. Algunos
han escrito que a Salomón se le llevaban estos micos de Indias occidentales:
yo tengo para mí que iban de la India oriental.
Capítulo XL
De las vicuñas y tarugas del Perú
Entre las cosas que tienen las Indias del Perú notables, son las vicuñas y
carneros que llaman de la tierra, que son animales mansos y de mucho
provecho. Las vicuñas son silvestres, y los carneros son ganado doméstico.
Algunos han pensado que las vicuñas sean las que Aristóteles, Plinio y otros
autores tratan191 cuando escriben de las que dicen capreas, que son cabras
silvestres; y tienen, sin duda, similitud por la ligereza, por andar en los
montes, por parecerse algo a cabras. Mas, en efecto, no son aquéllas, pues
las vicuñas no tienen cuernos, y aquéllas los tienen, según Aristóteles
refiere. Tampoco son las cabras de la India oriental, de donde traen la
piedra bezaar; o si son de aquel género, serán especies diversas, como en el
linaje de perros es diversa especie la del mastín y la del lebrel. Tampoco
son las vicuñas del Perú los animales que en la provincia de la Nueva España
tienen las piedras, que allá llaman bezaares, porque aquéllos son de especie
de ciervos o venados. Así que no sé que en otra parte del mundo haya este
género de animales, sino en el Perú y Chile, que se continúa con él.
Son las vicuñas mayores que cabras, y menores que becerros; tienen la color
que tira a leonado, algo más clara; no tienen cuernos, como los tienen
ciervos y capreas; apaciéntanse y viven en sierras altísimas en las partes
más frías y despobladas, que allá llaman punas. Las nieves y el hielo nos
les ofende, antes parece que les recrea; andan a manadas y corren
ligerísimamente. Cuando topan caminantes o bestias, luego huyen, como muy
tímidas; al huir echan delante de sí sus hijuelos. No se entiende que
multipliquen mucho por donde los reyes Ingas tenían prohibida la caza de
vicuñas, si no era para fiestas con orden suyo. Algunos se quejan que
después que entraron españoles se ha concedido demasiada licencia a los
chacos o cazas de vicuñas, y que se han diminuido.
La manera de cazar de los indios es chaco, que es juntarse muchos de ellos,
que a veces son mil, y tres mil y más, y cercar un gran espacio de monte, y
ir ojeando la caza, hasta juntarse por todas partes, donde se toman
trescientas y cuatrocientas, y más y menos, como ellos quieren, y dejar ir
las demás, especialmente las hembras para el multiplico. Suelen tresquilar
estos animales, y de la lana de ellos hacen cubiertas o frazadas de mucha
estima, porque la lana es como una seda blanda, y duran mucho; y como el
color es natural y no de tinte, es perpetuo. Son frescas y muy buenas para
en tiempo de calores; para inflamaciones de riñones y otras partes las
tienen por muy sanas, y que templan el calor demasiado; y lo mismo hace la
lana en colchones, que algunos usan por salud, por la experiencia que de
ello tienen. Para otras indisposiciones, como gota, dicen también, que es
buena esta lana o frazadas hechas de ella; no sé en esto experiencia cierta.
La carne de las vicuñas no es buena, aunque los indios la comen, y hacen
cusharqui o cecina de ella. Para medicina podré yo contar lo que vi:
Caminando por la sierra del Perú llegué a un tambo o venta una tarde con tan
terrible dolor de ojos, que me parecía se me querían saltar; el cual
accidente suele acaecer de pasar por mucha nieve y miralla. Estando echado
con tanto dolor, que cuasi perdía la paciencia, llegó una india y me dijo:
Ponte, padre, esto en los ojos y estarás bueno. Era una poca de carne de
vicuña recién muerta y corriendo sangre. En poniéndome aquella medicina se
aplacó el dolor, y dentro de muy breve tiempo se me quitó del todo, que no
le sentí más.
Fuera de los chacos que he dicho, que son cazas generales, usan los indios
particularmente para coger estas vicuñas, cuando llegan a tiro, arrojarles
unos cordelejos con ciertos plomos, que se les traban y envuelven entre los
pies, y embarazan para que no puedan correr; y así llegan y toman la vicuña.
Lo principal porque este animal es digno de precio son las piedras bezaares
que hallan en él, de que diremos luego. Hay otro género que llaman tarugas,
que también son silvestres, y son de mayor ligereza que las vicuñas: son
también de mayor cuerpo y la color más tostada; tienen las orejas blandas y
caídas. Estas no andan a manadas, como las vicuñas; a lo menos yo no las vi
sino a solas, y de ordinario por riscos altísimos. De las tarugas sacan
también piedras bezaares, y son mayores, y de mayor eficacia y virtud.
Capítulo XLI
De los pacos y guanacos y carneros del Perú
Ninguna cosa tiene el Perú de mayor riqueza y ventaja, que es el ganado de
la tierra, que los nuestros llaman carneros de las Indias, y los indios en
lengua general los llaman llama, porque bien mirado es el animal de mayores
provechos y de menos gasto de cuantos se conocen. De este ganado sacan
comida y vestido, como en Europa del ganado ovejuno, y sacan más el trajín y
acarreto de cuanto han menester, pues les sirve de traer y llevar sus
cargas. Y, por otra parte, no han menester gastar en herraje, ni en sillas o
jalmas, ni tampoco en cebada, sino que de balde sirve a sus amos,
contentándose con la hierba que halla en el campo. De manera, que les
proveyó Dios de ovejas y de jumentos en un mismo animal, y como a gente
pobre quiso que ninguna costa les hiciese, porque los pastos en la sierra
son muchos, y otros gastos, ni los pide, ni los ha menester este género de
ganado.
Son estos carneros o llamas en dos especies: unos son pacos o carneros
lanudos; otros son rasos y de poca lana, y son mejores para carga; son
mayores que carneros grandes y menores que becerros; tienen el cuello muy
largo, a semejanza de camello, y hanlo menester, porque, como son altos y
levantados de cuerpo, para pacer requieren tener cuello luengo. Son de
varios colores: unos, blancos del todo; otros, negros del todo; otros,
pardos; otros, varios, que llaman moromoro. Para los sacrificios tenían los
indios grandes advertencias de qué color habían de ser para diferentes
tiempos y efectos. La carne de éstos es buena, aunque recia; la de sus
corderos es de las cosas mejores y más regaladas que se comen; pero gástanse
poco en esto, porque el principal fruto es la lana para hacer ropa, y el
servicio de traer y llevar cargas.
La lana labran los indios, y hacen ropa, de que se visten: una, grosera y
común, que llaman havasca; otra, delicada y fina, que llaman cumbi. De este
cumbi labran sobremesas y cubiertas y reposteros y otros paños de muy
escogida labor, que dura mucho tiempo, y tiene un lustre bueno, cuasi de
media seda. y lo que es particular de su modo de tejer lana, labran a dos
haces todas las labores que quieren, sin que se vea hilo ni cabo de él en
toda una pieza. Tenía el Inga, rey del Perú, grandes maestros de labrar esta
ropa de cumbi, y los principales residían en el repartimiento de Capachica,
junto a la laguna grande de Titicaca. Dan con hierbas diversas diversos
colores y muy finos a esta lana, con que hacen varias labores. Y de labor
basta y grosera, o de pulida y sutil, todos los indios e indias son
oficiales en la sierra, teniendo sus telares en su casa, sin que hayan de ir
a comprar, ni dar a hacer la ropa que han menester para su casa.
De la carne de este ganado hacen cusharqui o cecina, que les dura largo
tiempo, y se gasta por mucha cuenta; usan llevar manadas de estos carneros
cargados como recua, y van en una recua de éstas trescientos o quinientos, y
aun mil carneros, que trajinan vino, coca, maíz, chuño y azogue, y otra
cualquier mercadería; y lo mejor de ella, que es la plata, porque las barras
de plata las llevan el camino de Potosí a Arica, setenta leguas, y a
Arequipa otro tiempo solían ciento y cincuenta. Y es cosa que muchas veces
me admiré de ver que iban estas manadas de carneros con mil y dos mil
barras, y mucho más, que son más de trescientos mil ducados, sin otra
guarda, ni reparo, más que unos pocos de indios para sólo guiar los carneros
y cargallos, y, cuando mucho, algún español; y todas las noches dormían en
medio del campo, sin más recato que el dicho. Y en tan largo camino, y con
tan poca guarda, jamás faltaba cosa entre tanta plata; tan grande es la
seguridad con que se camina en el Perú.
La carga que lleva de ordinario un carnero de éstos será de cuatro a seis
arrobas, y siendo viaje largo no caminan sino dos o tres leguas, o cuatro a
lo largo. Tienen sus paradas sabidas los carneros, que llaman (que son los
que llevan estas recuas), donde hay pasto y agua; allí descargan y arman sus
toldos y hacen fuego y comida, y no lo pasan mal, aunque es modo de caminar
harto flemático. Cuando no es más de una jornada, bien lleva un carnero de
éstos ocho arrobas y más, y anda con su carga jornada entera de ocho o diez
leguas, como lo han usado soldados pobres que caminan por el Perú.
Es todo este ganado amigo de temple frío, y por eso se da en la sierra y
muere en los llanos con el calor. Acaece estar todo cubierto de escarcha y
hielo este ganado, y con eso muy contento y sano. Los carneros rasos tienen
un mirar muy donoso, porque se paran en el camino y alzan el cuello y miran
una persona muy atentos, y estánse así largo rato sin moverse, ni hacer
semblante de miedo, ni de contento, que pone gana de reír ver su serenidad,
aunque a veces se espantan súbito y corren con la carga hasta los más altos
riscos, que acaece, no pudiendo alcanzallos, porque no se pierdan las barras
que llevan, tiralles con arcabuz y matallos.
Los pacos a veces se enojan y aburren con la carga, y échanse con ella sin
remedio de hacellos levantar; antes se dejarán hacer mil piezas, que
moverse, cuando les da este enojo. Por donde vino el refrán que usan en el
Perú, de decir de uno que se ha empacado, para significar que ha tomado
tirria, o porfía, o despecho, porque los pacos hacen este extremo cuando se
enojan. El remedio que tienen los indios entonces es parar y sentarse junto
al paco y hacerle muchas caricias y regalalle, hasta que se desenoja y se
alza, y acaece esperarle bien dos y tres horas, a que se desempaque y
desenoje.
Dales un mal como sarna, que llaman carache, de que suele morir este ganado.
El remedio que los antiguos usaban era enterrar viva la res que tenía
carache, porque no se pegase a las demás, como mal que es muy pegajoso. Un
carnero o dos que tenga un indio, no lo tiene por pequeño caudal. Vale un
carnero de éstos de la tierra seis y siete pesos ensayados y más, según que
son tiempos y lugares.
Capítulo XLII
De las piedras bezaares
En todos los animales que hemos dicho ser propios del Perú se halla la
piedra bezaar, de la cual han escrito libros enteros autores de nuestro
tiempo, que podrá ver quien quisiere más cumplida noticia. Para el intento
presente bastará decir que esta piedra que llaman bezaar se halla en el
buche y vientre de estos animales, unas veces una, y otras dos, tres y
cuatro. En la figura, grandeza y color tienen mucha diferencia, porque unas
son pequeñas, como avellanas, y aun menores; otras, como nueces; otras, como
huevos de paloma; algunas, tan grandes como huevos de gallina, y algunas he
visto de la grandeza de una naranja.
En la figura unas son redondas, otras ovadas, otras lenticulares, y así de
diferentes formas. En el color hay negras y pardas y blancas y berenjenadas
y como doradas; no es regla cierta mirar la color ni tamaño para juzgar que
sea más fina. Todas ellas se componen de diversas túnicas o láminas, una
sobre otra. En la provincia de Jauja y en otras del Perú se hallan en
diferentes animales bravos y domésticos, como son guanacos y pacos y vicuñas
y tarugas; otros añaden otro género, que dicen ser cabras silvestres, a las
que llaman los indios cipris. Esotros géneros de animales son muy conocidos
en el Perú, y se ha ya tratado de ellos. Los guanacos, carneros de la tierra
y pacos comúnmente tienen las piedras más pequeñas y negrillas, y no se
estiman en tanto, ni se tienen por tan aprobadas para medicina. De las
vicuñas se sacan piedras bezaares mayores, y son pardas o blancas o
berenjenadas, y se tienen por mejores. Las más excelentes se creen ser las
de las tarugas, y algunas son de mucha grandeza; sus piedras son más
comúnmente blancas y que tiran a pardas, y sus láminas o túnicas son más
gruesas.
Hállase la piedra bezaar en machos y hembras igualmente; todos los animales
que la tienen rumian, y ordinariamente pastan entre nieves y punas. Refieren
los indios, de tradición y enseñanza de sus mayores y antiguos, que en la
provincia de Jauja y en otras del Perú hay muchas hierbas y animales
ponzoñosos, los cuales empozoñan el agua y pastos que beben y comen y
huellan. Y entre estas hierbas hay una muy conocida por instinto natural de
la vicuña y esotros animales que crían la piedra bezaar, los cuales comen
esta hierba y con ella se preservan de la ponzoña de las aguas y pastos, y
de la dicha hierba crían en su buche la piedra, y de allí le proviene toda
su virtud contra ponzoña y esotras operaciones maravillosas. Esta es la
opinión y tradición de los indios, según personas muy pláticas en aquel
reino del Perú han averiguado. Lo cual viene mucho con la razón y con lo que
de las cabras monteses refiere Plinio, 192 que se apacientan de ponzoña y no
les empece.
Preguntados los indios que, pastando, como pastan, en las mismas punas
carneros y ovejas de Castilla, cabras, venados y vacas, ¿cómo no se halla en
ellos la piedra bezaar? Responden que no creen ellos que los dichos animales
de Castilla coman aquella hierba, y que en venados y gamos ellos han hallado
también la piedra bezaar. Parece venir con esto lo que sabemos, que en la
Nueva España se hallan piedras bezaares, donde no hay vicuñas, ni pacos, ni
tarugas, ni guanacos, sino solamente ciervos, y en algunos de ellos se halla
la dicha piedra.
El efecto principal de la piedra bezaar es contra venenos y enfermedades
venenosas, y aunque de ella hay diferentes opiniones, y unos la tienen por
cosa de aire, otros hacen milagros de ella, lo cierto es ser de mucha
operación, aplicada en el tiempo y modo conveniente, como las demás hierbas
y agentes naturales, pues no hay medicina tan eficaz, que siempre sane. En
el mal de tabardete, en España e Italia ha probado admirablemente; en el
Perú no tanto. Para melancolía y mal de corazón, y para calenturas
pestíferas y para otros diversos males se aplica molida y echada en algún
licor que sea a propósito del mal que se cura. Unos la toman en vino, otros
en vinagre, en agua de azahar, de lengua de buey, de borrajas y de otras
maneras, lo cual dirán los médicos y boticarios. No tiene sabor alguno
propio la piedra bezaar, como de ella también lo dijo Rasis, árabe.
Hanse visto algunas experiencias notables, y no hay duda, sino que el Autor
de todo puso virtudes grandes en esta piedra. El primer grado de estima
tienen las piedras bezaares, que se traen de la India oriental, que son de
color de aceituna; el segundo las del Perú, el tercero las de Nueva España.
Después que se comenzaron a preciar estas piedras, dicen que los indios han
hecho algunas artificiales y adulteradas. Y muchos, cuando ven piedras de
éstas de mayor grandeza que la ordinaria, creen que son falsas, y es engaño,
porque las hay grandes y muy finas, y pequeñas y contrahechas; la prueba y
experiencia es el mejor maestro de conocellas.
Una cosa es de admirar, que se fundan estas piedras algunas veces en cosas
muy extrañas, como en un hierrezuelo, o alfiler o palillo, que se halló en
lo íntimo de la piedra, y no por eso se arguye que es falsa, porque acaece
tragar aquello el animal y cuajarse sobre ello la piedra, la cual se va
criando poco a poco una cáscara sobre otra, y así crece. Yo vi en el Perú
dos piedras fundadas sobre dos piñones de Castilla, y a todos los que las
vimos nos causó admiración, porque en todo el Perú no habíamos visto piñas
ni piñones de Castilla, si no fuesen traídos de España; lo cual parece cosa
muy extraordinaria.
Y esto poco baste cuanto a piedras bezaares. Otras piedras medicinales se
traen de Indias, como de hijada, de sangre, de leche y de madre, y las que
llaman cornerinas, para el corazón, que, por no pertenecer a la materia de
animales que se ha tratado, no hay obligación de decir de ellas. Lo que está
dicho sirva para entender cómo el universal señor y autor omnipotente a
todas las partes del orbe que formó repartió sus dones y secretos y
maravillas, por las cuales debe ser adorado y glorificado por todos los
siglos de los siglos. Amén.
Libro quinto
Prólogo a los libros siguientes
Habiendo tratado lo que a la historia natural de Indias pertenece, en lo que
resta se tratará de la historia moral, esto es, de las costumbres y hechos
de los indios. Porque después del cielo y temple y sitio y cualidades del
nuevo orbe, y de los elementos y mixtos, quiero decir de sus metales y
plantas y animales, de que en los cuatro libros precedentes se ha dicho lo
que se ha ofrecido, la razón dicta seguirse el tratar de los hombres que
habitan el nuevo orbe.
Así que en los libros siguientes se dirá de ellos lo que pareciere digno de
relación, y porque el intento de esta historia no es sólo dar noticia de lo
que en Indias pasa, sino enderezar esa noticia al fruto que se puede sacar
del conocimiento de tales cosas que es ayudar aquellas gentes para su
salvación, y glorificar al Criador y Redentor, que los sacó de las tinieblas
escurísimas de su infidelidad, y les comunicó la admirable lumbre de su
evangelio.
Por tanto, primero se dirá lo que toca a su religión o superstición y ritos
y idolatrías y sacrificios, en este libro siguiente, y después, de lo que
toca a su policía y gobierno y leyes y costumbres y hechos. Y porque en la
nación mejicana se ha conservado memoria de sus principios y sucesión y
guerras y otras cosas dignas de referirse, fuera de lo común que se trata en
el libro sexto, se hará propia y especial relación en el libro séptimo,
hasta mostrar la disposición y prenuncios que estas gentes tuvieron del
nuevo reino de Cristo nuestro Dios, que había de extenderse a aquellas
tierras, y sojuzgarlas a sí, como lo ha hecho en todo el resto del mundo.
Que cierto es cosa digna de gran consideración ver en qué modo ordenó la
divina providencia que la luz de su palabra hallase entrada en los últimos
términos de la tierra.
No es de mi propósito escribir ahora lo que los españoles hicieron en
aquellas partes, que de eso hay hartos libros escritos; ni tampoco lo que
los siervos del Señor han trabajado y fructificado, porque eso requiere otra
nueva diligencia; sólo me contentaré con poner esta historia o relación a
las puertas del evangelio, pues toda ella va encaminada a servir de noticia
en lo natural y moral de Indias, para que lo espiritual y cristiano se
plante y acreciente, como está largamente explicado en los libros que
escribimos: De procuranda Indorum salute.
Si algunos se maravillare de algunos ritos y costumbres de los indios, y los
despreciare por insipientes y necios, o los detestare por inhumanos y
diabólicos, mire que en los griegos y romanos que mandaron el mundo se
hallan o los mismos, o otros semejantes, y a veces peores, como podrá
entender fácilmente no sólo de nuestros autores Eusebio Cesariense, Clemente
Alejandrino, Teodoreto Cirense y otros, sino también de los mismos suyos,
como son Plinio, Dionisio Halicarnaseo y Plutarco. Porque siendo el maestro
de toda la infedilidad el príncipe de las tinieblas, no es cosa nueva hallar
en los infieles crueldades, inmundicias, disparates y locuras propias de tal
enseñanza y escuela. Bien que en el valor y saber natural excedieron mucho
los antiguos gentiles a estos del nuevo orbe, aunque también se toparon en
éstos cosas dignas de memoria; pero, en fin, lo más es como de gentes
bárbaras, que, fuera de la luz sobrenatural, les faltó también la filosofía
y doctrina natural.
Capítulo I
Que la causa de la idolatría ha sido la soberbia y envidia del demonio
Es la soberbia del demonio tan grande y tan porfiada, que siempre apetece y
procura ser tenido y honrado por Dios, y en todo cuanto puede hurtar y
apropiar a sí lo que sólo al altísimo Dios es debido, no cesa de hacerlo en
las ciegas naciones del mundo, a quien no ha esclarecido aún la luz y
resplandor del santo evangelio.
De este tan soberbio tirano leemos en Job,193 que pone sus ojos en lo más
alto, y que entre todos los hijos de soberbia él es el rey. Sus dañados
intentos y traición tan atrevida con que pretendió igualar su trono con el
de Dios, bien claro nos lo refieren las divinas Escrituras, diciéndole en
Isaías:194 Decía entre ti mismo: Subiré hasta el cielo, pondré mi silla
sobre todas las estrellas de Dios, sentarme he en la cumbre del testamento,
en las faldas de aquilón, pasaré la alteza de las nubes, seré semejante al
Altísimo. Y en Ezequiel:195 Elevóse tu corazón, y dijiste: Dios soy yo, y en
silla de Dios me he sentado en medio del mar.
Este tan malvado apetito de hacerse Dios, todavía le dura a satanás; y
aunque el castigo justo y severo del muy Alto le quitó toda la pompa y
lozanía, por donde se engrió tanto, tratándole como merecía su descortesía y
locura, como en los mismos profetas largamente se prosigue; pero no por eso
aflojó un punto su perversa intención, la cual muestra por todas las vías
que puede, como perro rabioso, mordiendo la misma espada con que le
hieren.196 Porque la soberbia, como está escrito, de los que aborrecen a
Dios, porfía siempre.
De aquí procede el perpetuo y extraño cuidado que este enemigo de Dios ha
siempre tenido de hacerse adorar de los hombres, inventando tantos géneros
de idolatrías, con que tantos tiempos tuvo sujeta la mayor parte del mundo,
que apenas le quedó a Dios un rincón de su pueblo Israel. 197 Y con la misma
tiranía, después que el fuerte del evangelio le venció, y desarmó y entró
por la fuerza de la cruz las más importantes y poderosas plazas de su reino,
acometió las gentes más remotas y bárbaras, procurando conservar entre ellas
la falsa y mentida divinidad que el Hijo de Dios le había quitado en su
Iglesia, encerrándole como a fiera en jaula, para que fuese para escarnio
suyo y regocijo de sus siervos, como lo significa por Job.198 Mas, en fin,
ya que la idolatría fué extirpada de la mejor y más noble parte del mundo,
retiróse a lo más apartado y reinó en estotra parte del mundo, que, aunque
en nobleza muy inferior, en grandeza y anchura no lo es.
Las causas porque el demonio tanto ha esforzado la idolatría en toda
infidelidad, que apenas se hallan gentes que no sean idólatras, y los
motivos para esto, principalmente, son dos. Uno es el que está tocado de su
increíble soberbia, la cual, quien quisiere bien ponderar, considere que al
mismo Hijo de Dios y Dios verdadero acometió la misma espada con que le
hiere,199 que se postrase ante él y le adorase; y esto le dijo, aunque no
sabiendo de cierto que era el mismo Dios, pero teniendo por lo menos grandes
barruntos de que fuese Hijo de Dios. ¿A quién no asombrará tan extraño
acometimiento? ¿Una tan excesiva y tan cruel soberbia? ¿Qué mucho que se
haga adorar de gentes ignorantes por Dios el que al mismo Dios acometió, con
hacérsele Dios, siendo una tan sucia y abominable criatura?
Otra causa y motivo de idolatría es el odio mortal y enemistad que tiene con
los hombres. Porque, como dice el Salvador:200 Desde el principio fué
homicida, y eso tiene por condición y propiedad inseparable de su maldad.
Y porque sabe que el mayor daño del hombre es adorar por Dios a la criatura,
por eso no cesa de inventar modos de idolatría con que destruir los hombres
y hacelles enemigos de Dios. Y son dos los males que hace el demonio al
idólatra: uno, que niega a su Dios, según aquello:201 Al Dios que te crió
desamparaste; otro, que se sujeta a cosa más baja que él, porque todas las
criaturas son inferiores a la racional; y el demonio, aunque en la
naturaleza es superior al hombre, pero en el estado es muy inferior, pues el
hombre en esta vida es capaz de la vida divina y eterna. Y así, por todas
partes con la idolatría Dios es deshonrado y el hombre destruido, y por
ambas vías el demonio soberbio y envidioso, muy contento.
Capítulo II
De los géneros de idolatrías que han usado los indios
La idolatría, dice el Sabio, y por él el Espíritu Santo,202 que es causa y
principio y fin de todos los males, y por eso el enemigo de los hombres ha
multiplicado tantos géneros y suertes de idolatría, que pensar de contarlos
por menudo es cosa infinita.
Pero, reduciendo la idolatría a cabezas, hay dos linajes de ella: una es
cerca de cosas naturales; otra, cerca de cosas imaginables o fabricadas por
invención humana. La primera de éstas se parte en dos, porque, o la cosa que
se adora es general, como sol, luna, fuego, tierra, elementos; o es
particular, como tal río, fuente, o árbol, o monte, y cuando no por su
especie, sino en particular, son adoradas estas cosas; y este género de
idolatría se usó en el Perú en grande exceso, y se llama propiamente guaca.
El segundo género de idolatría, que pertenece a invención o ficción humana,
tiene también otras dos diferencias: Una de lo que consiste en pura arte y
invención humana, como es adorar ídolos o estatuas de palo, o de piedra o de
oro, como de Mercurio o Palas, que, fuera de aquella pintura o escultura, ni
es nada, ni fué nada. Otra diferencia es de lo que realmente fué y es algo,
pero no lo que finge el idólatra que lo adora, como los muertos o cosas
suyas, que por vanidad y lisonja adoran los hombres. De suerte, que por
todas contamos cuatro maneras de idolatría que usan los infieles, y de todas
converná decir algo.
Capítulo III
Que en los indios hay algún conocimiento de Dios
Primeramente, aunque las tinieblas de la infidelidad tienen escurecido el
entendimiento de aquellas naciones, en muchas cosas no deja la luz de la
verdad y razón algún tanto de obrar en ellos; y así comúnmente sienten y
confiesan un supremo señor y hacedor de todo, al cual los del Perú llamaban
Viracocha, y le ponían nombre de gran excelencia, como Pachacamac o
Pachayachachic, que es criador del cielo y tierra, y Usapu, que es
admirable, y otros semejantes. A éste hacían adoración, y era el principal
que veneraban mirando al cielo. Y lo mismo se halla en su modo en los de
Méjico, y hoy día en los chinos y en otros infieles.
Que es muy semejante a lo que refiere el libro de los Actos de los
Apóstoles,203 haber hallado San Pablo en Atenas, donde vió un altar
intitulado: Ignoto Deo, al Dios no conocido. De donde tomó el apóstol
ocasión de su predicación, diciéndoles: Al que vosotros veneráis sin
conocerle, ése es el que yo os predico. Y así, al mismo modo, los que hoy
día predican el evangelio a los indios, no hallan mucha dificultad en
persuadirles que hay un supremo Dios y señor de todo, y que éste es el Dios
de los cristianos y el verdadero Dios. Aunque es cosa que mucho me ha
maravillado que, con tener esta noticia que digo, no tuviesen vocablo propio
para nombrar a Dios. Porque si queremos en lengua de indios hallar vocablo
que responda a éste, Dios, como en latín responde Deus, y en griego, Theos,
y en hebreo, El, y al arábigo, Alá; no se halla en lengua del Cuzco, ni en
lengua de Méjico; por donde los que predican o escriben para indios usan el
mismo nuestro español, Dios, acomodándose en la pronunciación y declaración
a la propiedad de las lenguas índicas, que son muy diversas.
De donde se ve cuán corta y flaca noticia tenían de Dios, pues aun nombrarle
no saben sino por nuestro vocablo. Pero, en efecto, no dejaban de tener
alguna tal cual; y así le hicieron un templo riquísimo en el Perú; que
llamaban el Pachacamac, que era el principal santuario de aquel reino. Y,
como está dicho, es lo mismo Pachacamac, que el Criador; aunque también en
este templo ejercitaban sus idolatrías adorando al demonio y figuras suyas.
Y también hacían al Viracocha sacrificios y ofrendas, y tenía el supremo
lugar entre los adoratorios que los reyes Ingas tuvieron. Y el llamar a los
españoles viracochas fué de aquí, por tenerlos en opinión de hijos del cielo
y como divinos, al modo que los otros atribuyeron deidad a Paulo y a
Bernabé, llamando al uno Júpiter y al otro Mercurio, e intentando de
ofrecerles sacrificio como a dioses. Y al mismo tono los otros bárbaros de
Melite, que es Malta, viendo que la víbora no hacía mal al Apóstol, le
llamaban Dios.204 Pues como sea verdad tan conforme a toda buena razón haber
un soberano señor y rey del cielo, lo cual los gentiles,205 con todas sus
idolatrías e infidelidad, no negaron, como parece así en la filosofía del
Timeo de Platón y de la Metafísica de Aristóteles, y Esclepio de
Trismegistoo, como también en las poesías de Homero y de Virgilio.
De aquí es que, en asentar y persuadir esta verdad de un supremo Dios, no
padecen mucha dificultad los predicadores evangélicos, por bárbaras y
bestiales que sean las naciones a quien predican pero les es dificultosísimo
desarraigar de sus entendimientos que ningún otro Dios hay, ni otra deidad
hay, sino uno; y que todo lo demás no tiene propio poder, ni propio ser, ni
propia operación, más de lo que les da y comunica aquel supremo y solo Dios
y Señor. Y esto es sumamente necesario persuadilles por todas vías,
reprobando sus errores en universal, de adorar más de un Dios. Y mucho más
en particular, de tener por dioses y atribuir deidad y pedir favor a otras
cosas que no son dioses, ni pueden nada más de lo que el verdadero Dios,
señor y hacedor suyo les concede.
Capítulo IV
Del primer género de idolatría de cosas naturales y universales
Después del Viracocha o supremo Dios, fué y es en los infieles el que más
comúnmente veneran y adoran, el sol, y tras él esotras cosas, que en la
naturaleza celeste o elemental se señalan, como luna, lucero, mar, tierra.
Los Ingas, señores del Perú, después del Viracocha y del sol, la tercera
guaca o adoratorio y de más veneración, ponían al trueno, al cual llamaban
por tres nombres, Chuquilla, Catuilla e Intiillapa, fingiendo que es un
hombre que está en el cielo con una honda y una porra, y que está en su mano
el llover, granizar, tronar y todo lo demás que pertenece a la región del
aire, donde se hacen los nublados.
Esta era guaca (que así llaman a sus adoratorios), general a todos los
indios del Perú, y ofrecíanle diversos sacrificios. Y en el Cuzco, que era
la corte y metrópoli, se le sacrificaban también niños, como al sol. A estos
tres que he dicho, Viracocha, sol y trueno, adoraban en forma diversa de
todos los demás, como escribe Polo haberlo él averiguado, que era poniendo
una como manopla o guante en las manos cuando las alzaban, para adorarles.
También adoraban a la tierra, que llamaban Pachamama, al modo que los
antiguos celebraban la diosa Tellus; y al mar, que llamaban Mamacocha, como
los antiguos a la Tetis o al Neptuno. También adoraban el arco del cielo, y
era armas o insignias del Inga con dos culebras a los lados a la larga.
Entre las estrellas, comúnmente todos adoraban a la que ellos llaman Collea,
que llamamos nosotros las Cabrillas. Atribuían a diversas estrellas diversos
oficios, y adorábanlas los que tenían necesidad de su favor; como los
ovejeros hacían veneración y sacrificio a una estrella, que ellos llamaban
Urcuchillai, que dicen es un carnero de muchos colores, el cual entiende en
la conservación del ganado, y se entiende ser la que los astrólogos llaman
Lira. Y los mismos adoran otras dos que andan cerca de ella, que llaman
Catuchillay, Urcuchillay, que fingen ser una oveja con un cordero.
Otros adoraban una estrella, que llaman Machacuay, a cuyo cargo están las
serpientes y culebras, para que no les hagan mal; como a cargo de otra
estrella, que llamaban Chuquichinchay, que es tigre, están los tigres, osos
y leones. Y, generalmente, de todos los animales y aves que hay en la
tierra, creyeron que hubiese un semejante en el cielo, a cuyo cargo estaba
su procreación y aumento; y así tenían cuenta con diversas estrellas, como
la que llamaban Chacana, y Topatorca, y Mamana, y Mirco, y Miquiquiray, y
así otras, que en alguna manera parecen que tiraban al dogma de las ideas de
Platón.
Los mejicanos, cuasi por la misma forma, después del supremo Dios adoraban
al sol; y así a Hernando Cortés, como él refiere en una carta al emperador
Carlos V, le llamaban hijo del sol, por la presteza y vigor con que rodeaba
la tierra. Pero la mayor adoración daban al ídolo llamado Vitilipuztli, al
cual toda aquella nación llamaba el todopoderoso y señor de lo criado; y
como a tal los mejicanos hicieron el más suntuoso templo y de mayor altura,
y más hermoso y galán edificio, cuyo sitio y fortaleza se pueden conjeturar
por las ruinas que de él han quedado en medio de la ciudad de Méjico. Pero
en esta parte la idolatría de los Mejicanos fué más errada y perniciosa que
la de los Ingas, como adelante se verá mejor. Porque la mayor parte de su
adoración e idolatría se ocupaba en ídolos y no en las mismas cosas
naturales, aunque a los ídolos se atribuían estos efectos naturales, como
del llover y del ganado, de la guerra, de la generación, como los griegos y
latinos pusieron también ídolos de Febo, y de Mercurio, y de Júpiter, y de
Minerva, y de Marte, etc.
Finalmente, quien con atención lo mirare, hallará que el modo que el demonio
ha tenido de engañar a los indios, es el mismo con que engañó a los griegos
y romanos, y otros gentiles antiguos, haciéndoles entender, que estas
criaturas insignes sol, luna, estrellas, elementos, tenían propio poder y
autoridad para hacer bien o mal a los hombres, y habiéndolas Dios criado
para servicio del hombre, él se supo tan mal regir y gobernar, que por una
parte se quiso alzar con ser Dios, y por otra dió en reconocer y sujetarse a
las criaturas inferiores a él, adorando e invocando estas obras, y dejando
de adorar e invocar al Criador, como lo pondera bien el sabio por estas
palabras: 206 Vanos y errados son todos los hombres, en quien no se halla el
conocimiento de Dios. Pues de las mismas cosas que tienen buen parecer, no
acabaron de entender al que verdaderamente tiene ser. Y con mirar sus obras,
no atinaron al Autor y artífice, sino que el fuego, o el viento, o el aire
presuroso, o el cerco de las estrellas, o las muchas aguas, o el sol, o la
luna, creyeron que eran dioses y gobernadores del mundo. Mas si enamorados
de la hermosura de las tales cosas les pareció tenerlas por dioses, razón es
que miren cuanto es más hermoso que ellas el Hacedor de ellas, pues el dador
de hermosura es el que hizo todas aquestas cosas. Y si les admiró la fuerza
y maravilloso obrar de estas cosas, por ellas mismas acaben de entender
cuánto será más poderoso que todas ellas el que les dió el ser que tienen.
Porque por la propia grandeza y hermosura que tienen las criaturas, se puede
bien conjeturar qué tal sea el Criador de todas.
Hasta aquí son palabras del libro de la Sabiduría. De las cuales se pueden
tomar argumentos muy maravillosos y eficaces para convencer el grande engaño
de los idólatras infieles, que quieren más servir y reverenciar a la
criatura, que al Criador, como justísimamente les arguye el Apóstol.207 Mas
porque esto no es del presente intento, y está hecho bastantemente en los
sermones que se escribieron contra los errores de los indios, baste por
agora decir, que tenían un mismo modo de hacer adoración al sumo Dios, y a
estos vanos y mentirosos dioses.
Porque el modo de hacerle oración al Viracocha, y al sol y a las estrellas,
y a las demás guacas o ídolos, era abrir las manos, y hacer cierto sonido
con los labios, como quien besa, y pedir lo que cada uno quería, y ofrecerle
sacrificio. Aunque en las palabras había diferencia, cuando hablaban con el
gran Ticciviracocha, al cual atribuían principalmente el poder y mando de
todo, y a los otros como dioses o señores particulares cada uno en su casa,
y que eran intercesores para con el gran Ticciviracocha.
Este modo de adorar abriendo las manos y como besando, en alguna manera es
semejante al que el santo Job abomina como propio de idólatras, diciendo:208
Si besé mis manos con mi boca mirando al sol, cuando resplandece, o a la
luna, cuando está clara; lo cual es muy grande maldad, y negar al altísimo
Dios.
Capítulo V
De la idolatría que usaron los indios con cosas particulares
No se contentó el demonio con hacer a los ciegos indios que adorasen al sol,
y la luna, y las estrellas, y tierra, y mar y cosas generales de naturaleza;
pero pasó adelante a darles por dioses, y sujetallos a cosas menudas, y
muchas de ellas muy soeces.
No se espantará de esta ceguera en bárbaros, quien trajere a la memoria que
de los sabios y filósofos dice el Apóstol,209 que habiendo conocido a Dios,
no le glorificaron ni dieron gracias como a su Dios; sino que se
envanecieron en su pensamiento, y se escureció su corazón necio, y vinieron
a trocar la gloria y deidad del eterno Dios, por semejanzas y figuras de
cosas caducas y corruptibles, como de hombres, de aves, de bestias, de
serpientes. Bien sabida cosa es el perro Osiris, que adoraban los egipcios,
y la vaca Isis, y el carnero Amon; y en Roma la diosa Februa de las
calenturas, y el ánser de Tarpeya; y en Atenas la sabia, el cuervo y el
gallo. Y de semejantes bajezas y burlerías están llenas las memorias de la
gentilidad, viniendo en tan gran oprobio los hombres por no haber querido
sujetarse a la ley de su verdadero Dios y Criador, como San Atanasio
doctamente lo trata escribiendo contra los idólatras.
Mas en los indios, especialmente del Perú, es cosa que saca de juicio la
rotura y perdición que hubo en esto. Porque adoran los ríos, las fuentes,
las quebradas, las peñas o piedras grandes, los cerros, las cumbres de los
montes que ellos llaman apachitas, y lo tienen por cosa de gran devoción;
finalmente, cualquiera cosa de naturaleza que les parezca notable y
diferente de las demás, la adoran como reconociendo allí alguna particular
deidad. En Cajamalca de la Nasca me mostraron un cerro grande de arena, que
fué principal adoratorio o guaca de los antiguos. Preguntando yo qué
divinidad hallaban allí, me respondieron, que aquella maravilla de ser un
cerro altísimo de arena en medio de otros muchos todos de peña. Y a la
verdad era cosa maravillosa pensar como se puso tan gran pico de arena en
medio de montes espesísimos de piedra. Para fundir una campana grande
tuvimos en la ciudad de los Reyes necesidad de leña recia y mucha, y cortóse
un arbolazo disforme, que por su antigüedad y grandeza, había sido largos
años adoratorio y guaca de los indios.
A este tono cualquier cosa que tenga extrañeza entre las de su género, les
parecía que tenía divinidad, hasta hacer esto con pedrezuelas y metales, y
aún raíces y frutas de la tierra, como en las raíces que llaman papas hay
unas extrañas a quien ellos ponen nombre llallahuas, y las besan y las
adoran. Adoran también osos, leones, tigres y culebras, porque no les hagan
mal. Y como son tales sus dioses, así son donosas las cosas que les ofrecen,
cuando los adoran. Usan cuando van de camino, echar en los mismos caminos o
encrucijadas, en los cerros y, principalmente, en las cumbres que llaman
apachitas, calzados viejos y plumas, coca mascada, que es una yerba que
mucho usan, y cuando no pueden más, siquiera una piedra; y todo esto es como
ofrenda para que les dejen pasar, y les den fuerzas, y dicen que las cobran
con esto, como se refiere en un Concilio provincial del Perú.210 Y así se
hallan en esos caminos muy grandes rimeros de estas piedras ofrecidas, y de
otras inmundicias dichas.
Semejante disparate al que usaban los antiguos, de quien se dice en los
Proverbios:211 Como quien ofrece piedras al montón de Mercurio, así el que
honra a necios, que es decir, que no se saca más fruto, ni utilidad, de lo
segundo que de lo primero; porque ni el Mercurio de piedra siente la
ofrenda, ni el necio sabe agradecer la honra que le hacen. Otra ofrenda no
menos donosa usan, que es tirarse las pestañas o cejas, y ofrecerlas al sol,
o a los cerros y apachitas, a los vientos o a las cosas que temen. Tanta es
la desventura en que han vivido, y hoy día viven muchos indios, que como a
muchachos les hace el demonio entender cuanto se le antoja, por grandes
disparates que sean, como de los gentiles hace semejante comparación San
Crisóstomo en una homilía.212
Mas los siervos de Dios, que atienden a su enseñanza y salvación, no deben
despreciar estas niñerías, pues son tales que bastan a enlazallos en su
eterna perdición. Mas con buenas y fáciles razones desengañarlos de tan
grandes ignorancias. Porque cierto es cosa de ponderar, cuán sujetos están a
quien les pone en razón. No hay cosa entre las criaturas corporales más
ilustre que el sol, y es a quien los gentiles todos comúnmente adoran. Pues
con una buena razón me contaba un capitán discreto y buen cristiano, que
había persuadido a los indios, que el sol no era Dios, sino sólo criado de
Dios; y fué así. Pidió al cacique y señor principal, que le diese un indio
ligero para enviar una carta; diósele tal, y preguntóle el capitán al
cacique: dime, ¿quién es el señor y el principal, aquel indio que lleva la
carta tan ligero, o tú que se la mandas llevar? Respondió el cacique, yo,
sin ninguna duda, porque aquél no hace más de lo que yo le mando. Pues eso
mismo, replicó el capitán, pasa entre ese sol que vemos y el Criador de
todo. Porque el sol no es más que un criado de aquel altísimo Señor, que por
su mandado anda con tanta ligereza sin cansarse, llevando lumbre a todas las
partes. Y así veréis como es sin razón y engaño dar al sol la honra que se
le debe a su Criador y señor de todo.
Cuadróles mucho la razón del capitán a todos, y dijo el cacique y los indios
que estaban con él, que era gran verdad, y que se habían holgado mucho de
entenderla. Refiérese de uno de los reyes Ingas, hombre de muy delicado
ingenio, que viendo cómo todos sus antepasados adoraban al sol, dijo que no
le parecía a él, que el sol era Dios, ni lo podía ser. Porque Dios es gran
señor, y con gran sosiego y señorío hace sus cosas; y que el sol nunca para
de andar, y que cosa tan inquieta no le parecía ser Dios. Dijo bien. Y si
con razones suaves, y que se dejen percibir, les declaran a los indios sus
engaños y cegueras, admirablemente se convencen y rinden a la verdad.
Capítulo VI
De otro género de idolatría con los difuntos
Otro género de idolatría muy diverso de los referidos, es el que los
gentiles han usado por ocasión de sus difuntos, a quien querían bien y
estimaban. Y aún parece que el sabio da a entender, que el principio de la
idolatría fué esto, diciendo así:213 El principio de fornicación fué la
reputación de los ídolos; y esta invención es total corrupción de la vida.
Porque al principio del mundo no hubo ídolos, ni al fin los habrá para
siempre jamás. Mas la vanidad y ociosidad de los hombres trajo al mundo esta
invención, y aun por eso acabaron sus vidas tan presto. Porque sucedió que
sintiendo el padre amargamente la muerte del hijo mal logrado, hizo para su
consuelo un retrato del difunto, y comenzó a honrar y adorar como a Dios, al
que poco antes como hombre mortal acabó sus días; y para este fin ordenó
entre sus criados, que en memoria suya se hiciesen devociones y sacrificios.
Después pasando días, y tomando autoridad esta maldita costumbre, quedó este
yerro canonizado por ley; y así por mandato de los tiranos eran adorados los
retratos y ídolos. De aquí vino que con los ausentes se comenzó a hacer lo
mismo, y a los que no podían adorar en presencia por estar lejos, trayendo
los retratos de los reyes que querían honrar, por este modo los adoraban,
supliendo con su invención y traza la ausencia de los que querían adorar.
Acrecentó esta invención de idolatría la curiosidad de excelentes artífices,
que con su arte hicieron estas imágenes y estatuas tan elegantes, que los
que no sabían lo que era, les provocaban a adorarlas. Porque con el primor
de su arte, pretendiendo contentar al que les daba su obra, sacaban retratos
y pinturas mucho más excelentes. Y el vulgo de la gente, llevado de la
apariencia y gracia de la obra, al otro que poco antes había sido honrado
como hombre, vino ya a tenerle y estimarle por su Dios. Y este fué el engaño
miserable de los hombres, que acomodándose ora a su afecto y sentimiento,
ora a la lisonja de los reyes, el nombre incomunicable de Dios, le vinieron
a poner en las piedras, adorándolas por dioses.
Todo esto es del libro de la Sabiduría, que es lugar digno de ser notado. Y
a la letra hallarán los que fueren curiosos desenvolvedores de antigüedad,
que el origen de la idolatría fueron estos retratos y estatuas de los
difuntos. Digo de la idolatría, que propiamente es adorar ídolos e imágenes
porque esotra de adorar criaturas como al sol y a la milicia del cielo, de
que se hace mención en los profetas,214 no es cierto que fuese después;
aunque el hacer estatuas e ídolos en honra del sol y de la luna y de la
tierra, sin duda lo fué.
Viniendo a nuestros indios, por los mismos pasos que pinta la Escritura,
vinieron a la cumbre de sus idolatrías. Primeramente los cuerpos de los
reyes y señores procuraban conservarlos, y permanecían enteros, sin oler
mal, ni corromperse más de doscientos años. De esta manera estaban los reyes
Ingas en el Cuzco, cada uno en su capilla y adoratorio, de los cuales el
virrey Marqués de Cañete (por extirpar la idolatría) hizo sacar y traer a la
ciudad de los Reyes tres o cuatro de ellos, que causó admiración ver cuerpos
humanos de tantos años con tan linda tez y tan enteros. Cada uno de estos
reyes Ingas dejaba todos sus tesoros, y hacienda y renta para sustentar su
adoratorio, donde se ponía su cuerpo y gran copia de ministros, y toda su
familia dedicada a su culto. Porque ningún rey sucesor usurpaba los tesoros
y vajilla de su antecesor, sino de nuevo juntaba para sí y para su palacio.
No se contentaron con esta idolatría de los cuerpos de los difuntos, sino
que también hacían sus estatuas; y cada rey en vida hacía un ídolo o estatua
suya de piedra, la cual llamaba Guaoiquí, que quiere decir hermano, porque a
aquella estatua en vida y en muerte se le había de hacer la misma veneración
que al propio Inga; las cuales llevaban a la guerra, y sacaban en procesión
para alcanzar agua y buenos temporales, y les hacían diversas fiestas y
sacrificios. De estos ídolos hubo gran suma en el Cuzco y en su comarca;
entiéndese que ha cesado del todo, o en gran parte, la superstición de
adorar estas piedras, después que por la diligencia del licenciado Polo se
descubrieron: y fué la primera la de Ingaroca, cabeza de la parcialidad
principal de Hanan Cuzco. De esta manera se halla en otras naciones gran
cuenta con los cuerpos de los antepasados y sus estatuas, que adoran y
veneran.
Capítulo VII
De las supersticiones que usaban con los muertos
Comúnmente creyeron los indios del Perú, que las ánimas vivían después de
esta vida, y que los buenos tenían gloria, y los malos pena; y así en
persuadilles estos artículos hay poca dificultad. Mas de que los cuerpos
hubiesen de resucitar con las ánimas, no lo alcanzaron; y así ponían
excesiva diligencia, como está dicho, en conservar los cuerpos, y honrarlos
después de muertos. Para esto, sus descendientes les ponían ropa, y hacían
sacrificios, especialmente los reyes Ingas en sus entierros habían de ser
acompañados de gran número de criados y mujeres para el servicio de la otra
vida; y así el día que morían, mataban las mujeres a quien tenían afición, y
criados y oficiales, para que fuesen a servir a la otra vida.
Cuando murió Guainacapa, que fué padre de Atagualpa, en cuyo tiempo entraron
los españoles, fueron muertas mil y tantas personas de todas edades y
suertes para su servicio y acompañamiento en la otra vida. Matábanlos
después de muchos cantares y borracheras, y ellos se tenían por
bienaventurados; sacrificábanles muchas cosas, especialmente niños, y de su
sangre hacían una raya de oreja a oreja en el rostro del difunto. La misma
superstición e inhumanidad de matar hombres y mujeres para acompañamiento y
servicio del difunto en la otra vida han usado y usan otras naciones
bárbaras. Y aun, según escribe Polo, cuasi ha sido general en Indias; y aun
refiere el venerable Beda, que usaban los Anglos antes de convertirse al
evangelio la misma costumbre de matar gente, que fuese en compañía y
servicio de los difuntos. De un portugués que, siendo cautivo entre
bárbaros, le dieron un flechazo con que perdió un ojo, cuentan, que
queriéndolo sacrificar para que acompañase un señor difunto, respondió: que
los que moraban en la otra vida tendrían en poco al difunto, pues le daban
por compañero a un hombre tuerto, y que era mejor dársele con dos ojos, y
pareciéndole bien esta razón a los bárbaros, le dejaron.
Fuera de esta superstición de sacrificar hombres al difunto, que no se hace
sino con señores muy calificados, hay otra mucho más común y general en
todas las Indias, de poner comida y bebida a los difuntos sobre sus
sepulturas y cuevas, y creer que con aquello se sustentan, que también fué
error de los antiguos, como dice San Agustín.215 Y para este efecto de
darles de comer y beber, hoy día, muchos indios infieles desentierran
secretamente sus difuntos de las iglesias y cementerios, y los entierran en
cerros, o quebradas, o en sus propias casas. Usan también ponerles plata en
las bocas, en las manos, en los senos, y vestirles ropas nuevas y
provechosas dobladas debajo de la mortaja. Creen que las ánimas de los
difuntos andan vagueando, y que sienten frío y sed, y hambre y trabajo, y
por eso hacen sus aniversarios, llevándoles comida, bebida y ropa.
A esta causa advierten con mucha razón los prelados en sus sínodos. que
procuren los sacerdotes dar a entender a los indios, que las ofrendas que en
la Iglesia se ponen en las sepulturas, no son comida ni bebida de las
ánimas, sino de los pobres, o de los ministros, y sólo Dios es el que en la
otra vida sustenta las ánimas, pues no comen, ni beben cosa corporal. Y va
mucho en que sepan esto bien sabido, porque no conviertan el uso santo en
superstición gentílica, como muchos lo hacen.
Capítulo VIII
Del uso de mortuorios que tuvieron los mejicanos y otras naciones
Habiendo referido lo que en el Perú usaron muchas naciones con sus difuntos
es bien hacer especial mención de los mejicanos en esta parte, cuyos
mortuorios eran solemnísimos, y llenos de grandes disparates. Era oficio de
sacerdotes y religiosos en Méjico (que los había con extraña observancia,
como se dirá después) enterrar los muertos, y hacerles sus exequias; y los
lugares donde los enterraban, eran las sementeras y patios de sus casas
propias: a otros llevaban a los sacrificaderos de los montes; otros
quemaban, y enterraban las cenizas en los templos, y a todos enterraban con
cuanta ropa, joyas y piedras tenían; y a los que quemaban, metían las
cenizas en unas ollas, y en ellas las joyas y piedras y atavíos, por ricos
que fuesen.
Cantaban los oficios funerales como responsos, y levantaban a los cuerpos de
los difuntos muchas veces, haciendo muchas ceremonias. En estos mortuorios
comían y bebían; y si eran personas de calidad, daban de vestir a todos los
que habían acudido al enterramiento. En muriendo alguno, poníanle tendido en
un aposento hasta que acudían de todas partes los amigos y conocidos, los
cuales traían presentes al muerto, y le saludaban como si fuera vivo. Y si
era rey, o señor de algún pueblo, le ofrecían esclavos para que los matasen
con él, y le fuesen a servir al otro mundo. Mataban asimismo al sacerdote o
capellán que tenía, porque todos los señores tenían un sacerdote, que dentro
de casa les administraban las ceremonias; y así le mataban para que fuese a
administrar al muerto: mataban al maestresala, al copero, a los enanos y
corcovados, que de éstos se servían mucho, y a los hermanos que más le
habían servido; lo cual era grandeza entre los señores servirse de sus
hermanos y de los referidos. Finalmente mataban a todos los de su casa para
llevar a poner casa al otro mundo.
Y porque no tuviesen allá pobreza, enterraban mucha riqueza de oro, plata y
piedras, ricas cortinas de muchas labores, brazaletes de oro, y otras ricas
piezas; y si quemaban al difunto, hacían lo mismo con toda la gente y
atavíos que le daban para el otro mundo. Tomaban toda aquella ceniza, y
enterrábanla con grande solemnidad: duraban las exequias diez días de
lamentables y llorosos cantos. Sacaban los sacerdotes a los difuntos con
diversas ceremonias, según ellos lo pedían, las cuales eran tantas, que
cuasi no se podían numerar. A los capitanes y grandes señores les ponían sus
insignias y trofeos, según sus hazañas y valor que habían tenido en las
guerras y gobierno, que para esto tenían sus particulares blasones y armas.
Llevaban todas estas cosas y señales al lugar donde había de ser enterrado,
o quemado, delante del cuerpo, acompañándole con ellas en procesión, donde
iban los sacerdotes y dignidades del templo, con diversos aparatos, unos
incensando, y otros cantando, y otros tañendo tristes flautas y atambores,
lo cual aumentaba mucho el llanto de los vasallos y parientes. El sacerdote
que hacía el oficio, iba ataviado con las insignias del ídolo, a quien había
representado el muerto, porque todos los señores representaban a los ídolos,
y tenían sus renombres, a cuya causa eran tan estimados y honrados.
Estas insignias sobredichas llevaba de ordinario la orden de la caballería.
Y al que quemaban, después de haberle llevado al lugar donde habían de hacer
las cenizas, rodeándole de tea a él, y a todo lo que pertenecía a su
matalotaje, como queda dicho, y pegábanle fuego, aumentándolo siempre con
maderos resinosos hasta que todo se hacía ceniza. Salía luego un sacerdote
vestido con unos atavíos de demonio, con bocas por todas las coyunturas, y
muchos ojos de espejuelos, con un gran palo, y con él revolvía todas
aquellas cenizas con gran ánimo y denuedo, el cual hacía una representación
tan fiera, que ponía grima a todos los presentes. Y algunas veces este
ministro sacaba otros trajes diferentes, según era la cualidad del que
moría.
Esta digresión de los muertos y mortuorios se ha hecho por ocasión de la
idolatría de los difuntos; ahora será justo volver al intento principal, y
acabar con esta materia.
Capítulo IX
Del cuarto y último género de idolatría que usaron los indios con imágenes y
estatuas, especialmente los mejicanos
Aunque en los dichos géneros de idolatría en que se adoraban criaturas hay
gran ofensa de Dios, el Espíritu Santo condena mucho más y abomina otro
linaje de idólatras, que adoran solamente las figuras e imágenes fabricadas
por manos de hombres, sin haber en ellas más de ser piedras, o palos, o
metal, y la figura que el artífice quiso dalles.
Así dice el Sabio216 de estos tales: Desventurados, y entre los muertos se
puede contar su esperanza, de los que llamaron dioses a las obras de las
manos de los hombres, al oro, a la plata con la invención y semejanza de
animales, o la piedra inútil, que no tiene más de ser de una antigualla. Y
va prosiguiendo divinamente contra este engaño y desatino de los gentiles,
como también el profeta Isaías y el profeta Jeremías y el profeta Baruch y
el santo rey David copiosa y graciosamente disputan.217 Y convendrá que el
ministro de Cristo, que reprueba los errores de idolatría, tenga bien vistos
y digeridos estos lugares, y las razones que en ellos tan galanamente el
Espíritu Santo toca, que todas se reduce a una breve sentencia, que pone el
profeta Oseas:218 El oficial fué el que le hizo, y así no es Dios; servirá,
pues, para telas de arañas el becerro de Samaria.
Viniendo a nuestro cuento, hubo en las Indias gran curiosidad de hacer
ídolos y pinturas de diversas formas y diversas materias, y a éstas adoraban
por dioses. Llamábanlas en el Perú guacas, y ordinariamente eran de gestos
feos y disformes, a lo menos las que yo he visto todas eran así. Creo, sin
duda, que el demonio, en cuya veneración las hacían, gustaba de hacerse
adorar en figuras mal agestadas. Y es así, en efecto, de verdad que, en
muchas de estas guacas o ídolos, el demonio hablaba y respondía, y los
sacerdotes y ministros suyos acudían a estos oráculos del padre de las
mentiras; y cual él es, tales eran sus consejos y avisos y profecías.
En donde este género de idolatría prevaleció más que en parte del mundo fué
en la provincia de Nueva España, en lo de Méjico y Tezcuco y Tlascala y
Cholula y partes convecinas de aquel reino. Y es cosa prodigiosa de contar
las supersticiones que en esta parte tuvieron; mas no será sin gusto referir
algo de ellas. El principal ídolo de los mejicanos, como está arriba dicho,
era Vitzilipuztli; esta era una estatua de madera estrellada, en semejanza
de un hombre sentado en un escaño azul fundado en unas andas, y de cada
esquina salía un madero con una cabeza de sierpe al cabo; el escaño denotaba
que estaba sentado en el cielo. El mismo ídolo tenía toda la frente azul y
por encima de la nariz una venda azul que tomaba de una oreja a otra. Tenía
sobre la cabeza un rico plumaje de hechura de pico de pájaro; el remate de
él, de oro muy bruñido. Tenía en la mano izquierda una rodela blanca con
cinco piñas de plumas blancas puestas en cruz; salía por lo alto un
gallardete de oro, y por las manijas cuatro saetas, que, según decían los
mejicanos, les habían enviado del cielo para hacer las hazañas que en su
lugar se dirán. Tenía en la mano derecha un báculo labrado a manera de
culebra, todo azul ondeado. Todo este ornato y el demás, que era mucho,
tenía sus significaciones, según los mejicanos declaraban. El nombre de
Vitzilipuztli quiere decir siniestra de pluma relumbrante.
Del templo superbísimo y sacrificios y fiestas y ceremonias de este gran
ídolo se dirá abajo que son cosas muy notables. Sólo digo al presente que
este ídolo, vestido y aderezado ricamente, estaba puesto en un altar muy
alto en una pieza pequeña, muy cubierta de sábanas, de joyas, de plumas y de
aderezos de oro, con muchas rodelas de pluma, lo más galana y curiosamente
que ellos podían tenelle, y siempre delante de él una cortina para mayor
veneración. Junto al aposento de este ídolo había otra pieza menos
aderezada, donde había otro ídolo que se decía Tlaloc. Estaban siempre
juntos estos dos ídolos, porque los tenían por compañeros y de igual poder.
Otro ídolo había en Méjico muy principal, que era el dios de la penitencia y
de los jubileos y perdón de pecados. Este ídolo se llamaba Tezcatlipuca, el
cual era de una piedra muy relumbrante y negra como azabache, vestido de
algunos atavíos galanos a su modo. Tenía zarcillos de oro y de plata, en el
labio bajo un cañutillo cristalino de un geme de largo, y en él metida una
pluma verde y otras veces azul, que parecía esmeralda o turquesa. La coleta
de los cabellos le ceñía una cinta de oro bruñido, y en ella por remate una
oreja de oro con unos humos pintados en ella, que significaban los ruegos de
los afligidos y pecadores, que oía cuando se encomendaban a él. Entre esta
oreja y la otra salían unas garzotas en grande número; al cuello tenía un
joyel de oro colgado, tan grande, que le cubría todo el pecho; en ambos
brazos, brazales de oro, en el ombligo, una rica piedra verde; en la mano
izquierda, un mosqueador de plumas preciadas verdes, azules, amarillas, que
salían de una chapa de oro reluciente muy bruñido, tanto que parecía espejo;
en que daba a entender que en aquel espejo vía todo lo que se hacía en el
mundo. A este espejo o chapa de oro llamaban Itlacheaya, que quiere decir su
mirador. En la mano derecha tenía cuatro saetas, que significaban el castigo
que por los pecados daba a los malos.
Y así, al ídolo que más temían, porque no les descubriesen sus delitos, era
éste, en cuya fiesta, que era de cuatro a cuatro años, había perdón de
pecados, como adelante se relatará. A este mismo ídolo Tezcatlipuca tenían
por dios de las sequedades y hambres y esterilidad y pestilencia. Y así le
pintaban en otra forma, que era sentado con mucha autoridad en un escaño
rodeado de una cortina colorada labrada de calaveras y huesos de muertos. En
la mano izquierda, una rodela con cinco piñas de algodón, y en la derecha,
una vara arrojadiza, amenazando con ella; el brazo, muy estirado, como que
la quería ya tirar. De la rodela salían cuatro saetas; el semblante, airado;
el cuerpo, untado todo de negro; la cabeza, llena de plumas de codornices.
Eran grandes las supersticiones que usaban con este ídolo, por el mucho
miedo que le tenían.
En Cholula, que es cerca de Méjico y era república por sí, adoraban un
famoso ídolo, que era el dios de las mercaderías, porque ellos eran grandes
mercaderes, y hoy día son muy dados a tratos; llámanle Quetzaalcoatl. Estaba
ese ídolo en una gran plaza, en un templo muy alto. Tenía al derredor de sí
oro, plata, joyas y plumas ricas, ropas de mucho valor y de diversos
colores. Era en figura de hombre, pero la cara de pájaro, con un pico
colorado y sobre él una cresta y berrugas, con unas rengleras de dientes y
la lengua de fuera. En la cabeza, una mitra de papel puntiaguda pintada; una
hoz en la mano y muchos aderezos de oro en las piernas y otras mil
invenciones de disparates, que todo aquello significaba, y, en efecto, le
adoraban porque hacía ricos a los que quería, como el otro dios Mamón, o el
otro Plutón. Y cierto el nombre que le daban los cholulanos a su dios, era a
propósito, aunque ellos no lo entendían. Llamábanle Quetzaalcoatl, que es
culebra de pluma rica, que tal es el demonio de la codicia.
No se contentaban estos bárbaros de tener dioses, sino que también tenían
sus diosas, como las fábulas de los poetas las introdujeron y la ciega
gentilidad de griegos y romanos las veneraron. La principal de las diosas
que adoraban llamaban Tozi, que quiere decir nuestra agüela, que, según
refieren las historias de los mejicanos, fué hija del rey de Culhuacán, que
fué la primera que desollaron por mandado de Vitzilipuztli, consagrándola de
esta arte por su hermana, y desde entonces comenzaron a desollar los hombres
para los sacrificios y vestirse los vivos de los pellejos de los
sacrificados, entendiendo que su dios se agradaba de ello; como también el
sacar los corazones a los que sacrificaban, lo aprendieron de su dios,
cuando él mismo los sacó a los que castigó en Tula, como se dirá en su
lugar.
Una de estas diosas que adoraban tuvo un hijo grandísimo cazador, que
después tomaron por dios de Tlascala, que fué el bando opuesto a los
mejicanos, con cuya ayuda los españoles ganaron a Méjico. Es la provincia de
Tlascala muy aparejada para caza, y la gente muy dada a ella, y así hacían
gran fiesta. Pintan al ídolo de cierta forma, que no hay que gastar tiempo
en referilla; mas la fiesta que le hacían es muy donosa. Y es así que, al
reir del alba, tocaban una bocina, con que se juntaban todos con sus arcos y
flechas, redes y otros instrumentos de caza, e iban con su ídolo en
procesión, y tras ellos grandísimo número de gente, a una sierra alta, donde
en la cumbre de ella tenían puesta una ramada y en medio altar
riquísimamente aderezado, donde ponían al ídolo. Yendo caminando con el gran
ruido de bocinas, caracoles y flautas y atambores llegados al puesto,
cercaban toda la falda de aquella sierra al derredor y, pegándole por todas
partes fuego, salían muchos y muy diversos animales, venados, conejos,
liebres, zorras, lobos, etc., los cuales iban hacia la cumbre huyendo del
fuego; y yendo los cazadores tras ellos con grande grita y vocería, tocando
diversos instrumentos, los llevaban hasta la cumbre delante del ídolo, donde
venía a haber tanta apretura en la caza, que, dando saltos, unos rodaban,
otros daban sobre la gente y otros sobre el altar, con que había grande
regocijo y fiesta.
Tomaban entonces grande número de caza, y a los venados y animales grandes
sacrificaban delante del ídolo, sacándoles los corazones con la ceremonia
que usaban en los sacrificios de los hombres. Lo cual hecho, tomaban toda
aquella caza a cuestas y volvíanse con su ídolo por el mismo orden que
fueron, y entraban en la ciudad con todas estas cosas muy regocijados, con
grande música de bocinas y atabales, hasta llegar al templo, adonde ponían
su ídolo con muy gran reverencia y solemnidad. Íbanse luego todos a guisar
las carnes de toda aquella caza, de que hacían un convite a todo el pueblo;
y después de comer hacían sus representaciones y baile delante del ídolo.
Otros muchos dioses y diosas tenían con gran suma de ídolos, mas los
principales eran en la nación mejicana y en sus vecinas los que están
dichos.
Capítulo X
De un extraño modo de idolatría que usaron los mejicanos
Como dijimos que los reyes Ingas del Perú sustituyeron ciertas estatuas de
piedra hechas a su semejanza, que les llamaban sus guaoiquíes o hermanos y
les hacían dar la misma veneración que a ellos, así los mejicanos lo usaron
con sus dioses; pero pasaron éstos mucho más adelante, porque hacían dioses
de hombres vivos, y eran en esta manera: Tomaban un cautivo, el que mejor
les parecía, y, antes de sacrificarle a sus ídolos, poníanle el nombre del
mismo ídolo, a quien había de ser sacrificado, y vestíanle y adornábanle del
mismo ornato que a su ídolo, y decían que representaba al mismo ídolo.
Y por todo el tiempo que duraba esta representación, que en unas fiestas era
de un año y en otras era de seis meses y en otras de menos, de la misma
manera le veneraban y adoraban que al propio ídolo, y comía y bebía y
holgaba. Y cuando iba por las calles salía la gente a adorarle y todos le
ofrecían mucha limosna, y llevábanle los niños y los enfermos para que los
sanase y bendijese, y en todo le dejaban hacer su voluntad, salvo que,
porque no huyese, lo acompañaban siempre diez o doce hombres adonde quiera
que iba. Y él, para que le hiciesen reverencia por donde pasaba, tocaba de
cuando en cuando un cañutillo, con que se apercibía la gente para adorarle.
Cuando estaba de sazón y bien gordo, llegaba la fiesta, le abrían, mataban y
comían, haciendo solemne sacrificio de él.
Cierto pone lástima ver la manera que Satanás estaba apoderado de esta
gente, y lo está hoy día de muchas, haciendo semejantes potajes y embustes a
costa de las tristes almas y miserables cuerpos que le ofrecen, quedándose
él riendo de la burla tan pesada que les hace a los desventurados,
mereciendo sus pecados que le deje el altísimo Dios en poder de su enemigo,
a quien escogieron por dios y amparo suyo. Mas, pues se ha dicho lo que
hasta de las idolatrías de los indios, síguese que tratamos del modo de
religión o superstición, por mejor decir, que usan de sus ritos, de sus
sacrificios, de templos y ceremonias y lo demás que a esto toca.
Capítulo XI
De cómo el demonio ha procurado asemejarse a Dios en el modo de sacrificios
y religión y sacramentos
Pero, antes de venir a eso, se ha de advertir una cosa, que es muy digna de
ponderar, y es que, como el demonio ha tomado por su soberbia bando y
competencia con Dios, lo que nuestro Dios con su sabiduría ordena para su
culto y honra y para bien y salud del hombre, procura el demonio imitarlo y
pervertirlo, para ser él honrado y el hombre más condenado. Y así vemos que,
como el sumo Dios tiene sacrificios y sacerdotes y sacramentos y religiosos
y profetas y gente dedicada a su divino culto y ceremonias santas, así
también el demonio tiene sus sacrificios y sacerdotes y su modo de
sacramentos y gente dedicada a recogimiento y santimonia fingida y mil
géneros de profetas falsos.
Todo lo cual, declarado en particular, como pasa, es de grande gusto y de no
menor consideración para el que se acordare, como el demonio es padre de la
mentira, según la suma Verdad lo dice en su evangelio;219 y así procura
usurpar para sí la gloria de Dios y fingir con sus tinieblas la luz. Los
encantadores de Egipto, enseñados de su maestro Satanás, procuraban hacer,
en competencia de Moisés y Aarón, otras maravillas semejantes.220 Y en el
libro de los Jueces221 leemos del otro Micas, que era sacerdote del ídolo
vano, usando los aderezos que en el tabernáculo del verdadero Dios se
usaban, aquel efod y terafim, y lo demás: Séase lo que quisieren los doctos.
Apenas hay cosa instituida por Jesucristo, nuestro Dios y señor, en su ley
evangélica, que en alguna manera no la haya el demonio sofisticado y pasado
a su gentilidad; como echará de ver quien advirtiere en lo que por ciertas
relaciones tenemos sabido de los ritos y ceremonias de los indios, de que
vamos tratando en este libro.
Capítulo XII
De los templos que se han hallado en las Indias
Comenzando, pues, por los templos, como el sumo Dios quiso que se le
dedicase casa en que su santo nombre fuese con particular culto celebrado,
así el demonio para sus intentos persuadió a los infieles que le hiciesen
soberbios templos y particulares adoratorios y santuarios. En cada provincia
del Perú había una principal guaca, o casa de adoración, y ultra de esta
algunas universales, que eran para todos las reinos de los Ingas.
Entre todas fueron dos señaladas: una que llaman de Pachacama, que está
cuatro leguas de Lima y se ven hoy las ruinas de un antiquísimo y grandísimo
edificio, de donde Francisco Pizarro y los suyos hubieron aquella inmensa
riqueza de vasijas y cántaros de oro y plata, que les trajeron cuando
tuvieron preso al Inga Atagualpa. En este templo hay relación cierta, que
hablaba visiblemente el demonio y daba respuestas desde su oráculo, y que a
tiempos vían una culebra muy pintada; y esto de hablar y responder el
demonio en estos falsos santuarios y engañar a los miserables es cosa muy
común y muy averiguada en Indias, aunque donde ha entrado el evangelio y
levantado la señal de la santa Cruz manifiestamente ha enmudecido el padre
de las mentiras, como de su tiempo escribe Plutarco:222 Cur cessaverit
Pithias fundere oracula. Y San Justino mártir trata largo223 de este
silencio que Cristo puso a los demonios que hablaban en los ídolos, como
estaba mucho antes profetizado en la divina Escritura.
El modo que tenían de consultar a sus dioses los ministros infieles
hechiceros era como el demonio les enseñaba; ordinariamente era de noche, y
entraban las espaldas vueltas al ídolo, andando hacia atrás, y doblando el
cuerpo y inclinando la cabeza, poníanse en una postura fea, y así
consultaban. La respuesta de ordinario era en una manera de silvo temeroso,
o con un chillido, que les ponía horror, y todo cuanto les avisaba y mandaba
era encaminado a su engaño y perdición. Ya, por la miseria de Dios y gran
poder de Jesucristo, muy poco se halla de esto.
Otro templo y adoratorio aún muy más principal hubo en el Perú, que fué en
la ciudad del Cuzco, adonde es agora el monasterio de Santo Domingo, y en
los sillares y piedras del edificio, que hoy día permanecen, se echa de ver
que fuese cosa muy principal. Era este templo como el Panteón de los
romanos, cuanto a ser casa y morada de todos los dioses. Porque en ella
pusieron los reyes Ingas los dioses de todas las provincias y gentes que
conquistaron, estando cada ídolo en su particular asiento y haciéndole culto
y veneración los de su provincia con un gasto excesivo de cosas que se
traían para su ministerio, y con esto les parecía que tenían seguras las
provincias ganadas, con tener como rehenes sus dioses.
En esta misma casa estaba el Punchao, que era un ídolo del sol, de oro
finísimo, con gran riqueza de pedrería y puesto al oriente con tal artificio
que, en saliendo el sol, daba en él, y como era el metal finísimo, volvían
los rayos con tanta claridad, que parecía otro sol. Este adoraban los Ingas
por su dios, y al Pachayachachic, que es el hacedor del cielo. En los
despojos de este templo riquísimo dicen que un soldado hubo aquella
hermosísima plancha de oro del sol, y como andaba largo el juego, la perdió
una noche jugando. De donde toma origen el refrán que en el Perú anda de
grandes tahures, diciendo: Juega el sol, antes que nazca.
Capítulo XIII
De los soberbios templos de Méjico
Pero, sin comparación, fué mayor la superstición de los mejicanos, así en
sus ceremonias, como en la grandeza de sus templos, que antiguamente
llamaban los españoles el Cu, y debió de ser vocablo tomado de los isleños
de Santo Domingo o de Cuba, como otros muchos que se usan y no son ni de
España ni de otra lengua que hoy día se use en Indias, como son maíz,
chicha, baquiano, chapetón y otros tales.
Había, pues, en Méjico el Cu, tan famoso templo de Vitzilipuzli, que tenía
una cerca muy grande y formaba dentro de sí un hermosísimo patio; toda ella
era labrada de piedras grandes, a manera de culebras asidas las unas a las
otras, y por eso se llamaba esta cerca Coatepantli, que quiere decir cerca
de culebras. Tenían las cumbres de las cámaras y oratorios donde los ídolos
estaban, un pretil muy galano, labrado con piedras menudas, negras como
azabache, puestas con mucho orden y concierto, revocado todo el campo de
blanco y colorado, que desde abajo lucía mucho. Encima de este pretil había
unas almenas muy galanas, labradas como caracoles; tenía por remate de los
estribos dos indios de piedra, asentados con unos candeleros en las manos, y
de ellos salían unas como mangas de cruz, con remates de ricas plumas
amarillas y verdes, y unas rapacejos largos de lo mismo. Por dentro de la
cerca de este patio había muchos aposentos de religiosos y otros en lo alto
para sacerdotes y papas, que así llamaban a los supremos sacerdotes que
servían al ídolo.
Era este patio tan grande y espacioso, que se juntaban a danzar o bailar en
él en rueda al derredor, como lo usaban en aquel reino, sin estorbo ninguno,
ocho o diez mil hombres, que parece cosa increíble. Tenía cuatro puertas o
entradas a oriente y poniente y norte y mediodía; de cada puerta de éstas
principiaba una calzada muy hermosa de dos y tres leguas; y así había en
medio de la laguna, donde estaba fundada la ciudad de Méjico, cuatro
calzadas en cruz muy anchas, que la hermoseaban mucho. Estaban en estas
portadas cuatro dioses, o ídolos, los rostros vueltos a las mismas partes de
las calzadas. Frontero de la puerta de este templo de Vitzilipuztli había
treinta gradas de treinta brazas de largo, que las dividía una calle que
estaba entre la cerca del patio y ellas.
En lo alto de las gradas había un paseadero de treinta pies de ancho, todo
encalado: en medio de este paseadero, una palizada muy bien labrada de
árboles muy altos puestos en hilera, una braza uno de otro; estos maderos
eran muy gruesos y estaban todos barrenados con unos agujeros pequeños;
desde abajo hasta la cumbre venían por los agujeros de un madero a otro unas
varas delgadas, en las cuales estaban ensartadas muchas calaveras de hombres
por las sienes; tenía cada una veinte cabezas. Llegaban estas hileras de
calaveras desde lo bajo hasta lo alto de los maderos, llena la palizada de
cabo a cabo, de tantas y tan espesas calaveras, que ponían admiración y
grima. Eran estas calaveras de los que sacrificaban, porque, después de
muertos y comida la carne, traían la calavera y entregábanla a los ministros
del templo, y ellos la ensartaban allí hasta que se caían a pedazos, y
tenían cuidado de renovar con otras las que caían.
En la cumbre del templo estaban dos piezas como capillas, y en ellas los dos
ídolos que se han dicho de Vitzilipuztli y su compañero Tlaloc, labradas las
capillas dichas de figuras de talla; y estaban tan altas, que para subir a
ellas había una escalera de ciento y veinte gradas de piedra. Delante de sus
aposentos había un patio de cuarenta pies en cuadro, en medio del cual había
una piedra de hechura de pirámide verde y puntiaguda, de altura de cinco
palmos, y estaba puesta para los sacrificios de hombres que allí se hacían,
porque echado un hombre de espaldas sobre ella, le hacía doblar el cuerpo, y
así le abrían y le sacaban el corazón, como adelante se dirá.
Había en la ciudad de Méjico otros ocho o nueve templos como éste que se ha
dicho, los cuales estaban pegados unos con otros dentro de un circuito
grande, y tenían sus gradas particulares y su patio con aposentos y
dormitorios. Estaban las entradas de los unos a poniente; otros, a levante;
otros, al sur; otros, al norte; todos muy labrados y torreados con diversas
hechuras de almenas y pinturas, con muchas figuras de piedras, fortalecidos
con grandes y anchos estribos. Eran éstos dedicados a diversos dioses, pero
después del templo de Vitzilipuztli, era el del ídolo Tezcatlipuca, que era
dios de la penitencia y de los castigos, muy alto y hermosamente labrado.
Tenía para subir a él ochenta gradas, al cabo de las cuales se hacía una
mesa de ciento y veinte pies de ancho, y junto a ella una sala toda
entapizada de cortinas de diversas colores y labores: la puerta baja y
ancha, cubierta siempre con un velo, y sólo los sacerdotes podían entrar; y
todo el templo labrado de varias efigies y tallas, con gran curiosidad,
porque estos dos templos eran como iglesias catedrales, y los demás en su
respecto como parroquias y ermitas. Y eran tan espaciosos y de tantos
aposentos, que en ellos había los ministerios y colegios y escuelas y casas
de sacerdotes, que se dirá después.
Lo dicho puede bastar para entender la soberbia del demonio, y la desventura
de la miserable gente, que con tanta costa de sus haciendas y trabajo y
vidas servían a su propio enemigo, que no pretendía de ellos más que
destruilles las almas, y consumilles los cuerpos; y con esto muy contentos,
pareciéndoles por un grave engaño, que tenían grandes y poderosos dioses, a
quien tanto servicio se hacía.
Capítulo XIV
De los sacerdotes y oficios que hacían
En todas las naciones del mundo se hallan hombres particularmente diputados
al culto de Dios verdadero o falso, los cuales sirven para los sacrificios y
para declarar al pueblo lo que sus dioses les mandan.
En Méjico hubo en esto extraña curiosidad; y remedando el demonio el uso de
la Iglesia de Dios, puso también su orden de sacerdotes menores, y mayores y
supremos, y unos como acólitos y otros como levitas. Y lo que más me ha
admirado, hasta en el nombre parece que el diablo quiso usurpar el culto de
Cristo para sí, porque a los supremos sacerdotes, y como si dijésemos sumos
pontífices, llamaban en su antigua lengua Papas los mejicanos, como hoy día
consta por sus historias y relaciones. Los sacerdotes de Vitzilipuztli
sucedían por linaje de ciertos barrios diputados a esto. Los sacerdotes de
estos ídolos eran por elección u ofrecimiento desde su niñez al templo.
Su perpetuo ejercicio de los sacerdotes era incensar a los ídolos, lo cual
se hacía cuatro veces cada día natural: la primera en amaneciendo; la
segunda, al mediodía; la tercera, a puesta del sol; la cuarta, a media
noche. A esta hora se levantaban todas las dignidades del templo, y en lugar
de campanas tocaban unas bocinas y caracoles grandes, y otros unas
flautillas y tañían un gran rato un sonido triste; y después de haber tañido
salía el hebdomadario o semanero, vestido de una ropa blanca como dalmática,
con su incensario en la mano lleno de brasa, la cual tomaba del brasero o
fogón que perpetuamente ardía ante el altar, y en la otra mano una bolsa
llena de incienso, del cual echaba en el incensario, y entrando donde estaba
el ídolo, incensaba con mucha reverencia. Después tomaba un paño, y con la
misma limpiaba el altar y cortinas; y acabado esto, se iban a una pieza
juntos, y allí hacían cierto género de penitencia muy rigurosa y cruel,
hiriéndose y sacándose sangre en el modo que se dirá, cuando se trate de la
penitencia que el diablo enseñó a los suyos estos maitines a media noche
jamás faltaban.
En los sacrificios no podían entender otros sino solos los sacerdotes, cada
uno conforme a su grado y dignidad. También predicaban a la gente en ciertas
fiestas, como cuando de ellas se trate diremos; tenían sus rentas, y también
se les hacían copiosas ofrendas. De la unción con que se consagraban
sacerdotes se dirá también adelante. En el Perú se sustentaban de las
heredades, que allá llaman chácaras de sus dioses, las cuales eran muchas y
muy ricas.
Capítulo XV
De los monasterios de doncellas que inventó el demonio para su servicio
Como la vida religiosa (que a imitación de Jesucristo y sus sagrados
apóstoles han profesado y profesan en la santa Iglesia tantos siervos y
siervas de Dios) es cosa tan acepta en los ojos de la divina Majestad, y con
que tanto su santo nombre se honra y su Iglesia se hermosea, así el padre de
la mentira ha procurado, no sólo remedar esto, pero en cierta forma tener
competencia y hacer a sus ministros que se señalen en aspereza y
observancia.
En el Perú hubo muchos monasterios de doncellas que de otra suerte no podían
ser recibidas, y por lo menos en cada provincia había uno, en el cual
estaban dos géneros de mujeres: unas ancianas, que llamaban mamaconas, para
enseñanza de las demás; otras eran muchachas, que estaban allí cierto tiempo
y después las sacaban para sus dioses o para el Inga. Llamaban a esta casa o
monasterio Acllaguaci, que es casa de escogidas, y cada monasterio tenía su
vicario o gobernador, llamado Apopanaca, el cual tenía facultad de escoger
todas las que quisiese, de cualquier calidad que fuesen, siendo de ocho años
abajo, como le pareciesen de buen talle y disposición.
Estas, encerradas allí, eran doctrinadas por las mamaconas en diversas cosas
necesarias para la vida humana, y en los ritos y ceremonias de sus dioses;
de allí se sacaban de catorce años para arriba, y con grande guardia se
enviaban a la corte; parte de ellas se diputaban para servir en las guacas y
santuarios, conservando perpetua virginidad; parte para los sacrificios
ordinarios que hacían de doncellas, y otros extraordinarios por la salud, o
muerte, o guerras del Inga; parte también para mujeres o mancebas del Inga,
y de otros parientes o capitanes suyos, a quien él las daba; y era hacelles
gran merced; este repartimiento se hacía cada año. Para el sustento de estos
monasterios, que era gran cuantidad de doncellas las que tenían, había
rentas y heredades propias, de cuyos frutos se mantenían.
A ningún padre era lícito negar sus hijas cuando el Apopanaca se las pedía
para encerrallas en los dichos monasterios, y aun muchos ofrecían sus hijas
de su voluntad, pareciéndoles que ganaban gran mérito en que fuesen
sacrificadas por el Inga. Si se hallaba haber alguna de estas mamaconas o
acllas delinquido contra su honestidad, era infalible el castigo de
enterralla viva o matalla con otro género de muerte cruel.
En Méjico tuvo también el demonio su modo de monjas, aunque no les duraba la
profesión y santimonia más de por un año; y era de esta manera: dentro de
aquella cerca grandísima, que dijimos arriba, que tenía el templo principal,
había dos casas de recogimiento, una frontera de otra; la una de varones, y
la otra de mujeres. En la de mujeres sólo había doncellas de doce a trece
años, a las cuales llamaban las mozas de la penitencia; eran otras tantas
como los varones; vivían en castidad y clausura como doncellas diputadas al
culto de su Dios. El ejercicio que tenían era regar y barrer el templo y
hacer cada mañana de comer al ídolo y a sus ministros de aquello que de
limosna recogían los religiosos. La comida que al ídolo hacían eran unos
bollos pequeños en figura de manos y pies, y otros retorcidos como
melcochas. Con este pan hacían ciertos guisados, y poníanselo al ídolo
delante cada día, y comíanlo sus sacerdotes, como los de Bel, que cuenta
Daniel.224
Estaban estas mozas trasquiladas, y después dejaban crecer el cabello hasta
cierto tiempo. Levantábanse a media noche a los maitines de los ídolos, que
siempre se hacían, haciendo ellas los mismos ejercicios que los religiosos.
Tenían sus abadesas, que las ocupaban en hacer lienzos de muchas labores
para ornato de los ídolos y templos. El traje que a la continua traían era
todo blanco, sin labor ni color alguna. Hacían también su penitencia a media
noche, sacrificándose con herirse en las puntas de las orejas en la parte de
arriba: y la sangre que sacaban poníansela en las mejillas; y dentro de su
recogimiento tenían una alberca, donde se lavaban aquella sangre. Vivían con
honestidad y recato, y si hallaban que hubiese alguna faltado, aunque fuese
muy levemente, sin remisión moría luego, diciendo que había violado la casa
de su Dios; y tenían por agüero y por indicio de haber sucedido algún mal
caso de estos, si vían pasar algún ratón o murciélago en la capilla de su
ídolo, o que habían roído algún velo; porque decían que, si no hubiera
precedido algún delito, no se atreviera el ratón o murciélago a hacer tal
descortesía. Y de aquí procedía a hacer pesquisa; y hallando el delincuente,
por principal que fuese, luego le daban la muerte. En este monasterio no
eran admitidas doncellas sino de uno de seis barrios, que estaban nombrados
para el efecto; y duraba esta clausura, como está dicho, un año, por el cual
ellas o sus padres habían hecho voto de servir al ídolo en aquella forma; y
de allí salían para casarse.
Alguna semejanza tiene lo de estas doncellas, y más lo de las del Perú, con
las vírgenes vestales de Roma, que refieren los historiadores, para que se
entienda cómo el demonio ha tenido codicia de ser servido de gente que
guarda limpieza, no porque a él le agrade la limpieza, pues el de suyo
espíritu inmundo, sino por quitar al sumo Dios, en el modo que puede, esta
gloria de servirse de integridad y limpieza.
Capítulo XVI
De los monasterios de religiosos que tiene el demonio para su superstición
Cosa es muy sabida por las cartas de los Padres de nuestra Compañía,
escritas de Japón, la multitud y grandeza que hay en aquellas tierras de
religiosos, que llaman bonzos, y sus costumbres y superstición y mentiras; y
así de éstos no hay que decir de nuevo. De los bonzos o religiosos de la
China refieren Padres que estuvieron allá dentro haber diversas maneras u
órdenes, y que vieron unos de hábito blanco y con bonetes; y otros de hábito
negro, sin bonete ni cabello; y que de ordinario son poco estimados, y los
mandarines o ministros de justicia los azotan como a los demás.
Estos profesan no comer carne, ni pescado, ni cosa viva, sino arroz y
yerbas; mas de secreto comen de todo y son peores que la gente común. Los
religiosos de la corte, que está en Paquín, dicen que son muy estimados. A
las varelas o monasterios de estos monjes van de ordinario los mandarines a
recrearse, y cuasi siempre vuelven borrachos. Están estos monasterios de
ordinario fuera de las ciudades; dentro de ellos hay templos, pero en esto
de ídolos y templos hay poca curiosidad en la China, porque los mandarines
hacen poco caso de ídolos y tiénenlos por cosa de burla, ni aun creen que
hay otra vida, ni aun otro paraíso, sino tener oficio de mandarín; ni otro
infierno sino las cárceles que ellos dan a los delincuentes.
Para el vulgo dicen que es necesario entretenerle con idolatría, como
también lo apunta el filósofo225 de sus gobernadores. Y aun en la
Escritura226 fué género de excusa, que dió Aarón, del ídolo del becerro que
fabricó. Con todo eso usan los chinos en las popas de sus navíos, en unas
capilletas, traer allí puesta una doncella de bulto, asentada en su silla,
con dos chinos delante de ella arrodillados a manera de ángeles, y tiene
lumbre de noche y de día; y cuando han de dar a la vela le hacen muchos
sacrificios y ceremonias con gran ruido de atambores y campanas, y echan
papeles ardiendo por la popa.
Viniendo a los religiosos, no sé que en el Perú haya habido cosa propia de
hombres recogidos, más de sus sacerdotes y hechiceros, que eran infinitos.
Pero propia observancia, en donde parece habella el demonio puesto, fué en
Méjico, porque había en la cerca del gran templo dos monasterios, como
arriba se ha tocado: uno de doncellas, de que se trató; otro de mancebos
recogidos de dieciocho a veinte años, los cuales llamaban religiosos. Traían
en las cabezas unas coronas como frailes: el cabello, poco más crecido, que
les daba a media oreja, excepto que al colodrillo dejaban crecer el cabello
cuatro dedos en ancho, que les descendía por las espaldas, y a manera de
trenzado los ataban y trenzaban.
Estos mancebos, que servían en el templo de Vitzilipuztli, vivían en
pobreza, castidad y obediencia, y hacían el oficio de levitas, administrando
a los sacerdotes y dignidades del templo el incensario, la lumbre y los
vestimentos; barrían los lugares sagrados; traían leña para que siempre
ardiese en el brasero del dios, que era como lámpara, la cual ardía continuo
delante altar del ídolo. Sin estos mancebos había otros muchachos, que eran
como monacillos, que servían de cosas manuales, como era enramar y componer
los templos con rosas y juncos, dar agua a manos a los sacerdotes,
administrar navajuelas para sacrificar, ir con los que iban a pedir limosna,
para traer la ofrenda.
Todos éstos tenían sus prepósitos, que tenían cargo de ellos, y vivían con
tanta honestidad, que cuando salían en público donde había mujeres, iban las
cabezas muy bajas, los ojos en el suelo, sin osar alzarlos a mirarlas;
traían por vestido unas sábanas de red. Estos mozos recogidos tenían
licencia de salir por la ciudad de cuatro en cuatro, y de seis en seis, muy
mortificados, a pedir limosna por los barrios; y cuando no se la daban,
tenían licencia de llegarse a las sementeras, y coger las espigas de pan o
mazorcas, que habían menester, sin que el dueño osase hablarles ni
evitárselo. Tenían esta licencia porque vivían en pobreza sin otra renta más
de la limosna.
No podía haber más de cincuenta; ejercitándose en penitencia, y levantábanse
a media noche a tañer unos caracoles y bocinas, con que despertaban a la
gente. Velaban el ídolo por sus cuartos, porque no se apagase la lumbre que
estaba delante del altar; administraban el incensario con que los sacerdotes
incensaban el ídolo a media noche, a la mañana y al medio día y a la
oración. Estos estaban muy sujetos y obedientes a los mayores, y no salían
un punto de lo que les mandaban. Y después que a media noche acababan de
incensar los sacerdotes, éstos se iban a un lugar particular y sacrificaban,
sacándose sangre de los molledos con unas puntas duras y agudas; y la sangre
que así sacaban se la ponían por las sienes hasta lo bajo de la oreja. Y
hecho este sacrificio se iban luego a lavar a una laguna; no se untaban
estos mozos con ningún betún en la cabeza, ni en el cuerpo, como los
sacerdotes; y su vestido era una tela que allá se hace muy áspera y blanca.
Durábales este ejercicio y aspereza de penitencia un año entero, en el cual
vivían con mucho recogimiento y mortificación.
Cierto es de maravillar que la falsa opinión de religión pudiese en estos
mozos y mozas de Méjico tanto, que con tan gran aspereza hiciesen en
servicio de satanás lo que muchos no hacemos en servicio del altísimo Dios;
que es grave confusión para los que con un poquito de penitencia que hacen
están muy ufanos y contentos. Aunque el no ser aquel ejercicio perpetuo,
sino de un año, lo hacía más tolerable.
Capítulo XVII
De las penitencias y asperezas que han usado los indios por persuasión del
demonio
Y pues hemos llegado a este punto, bien será que así para manifestar la
maldita soberbia de Satanás, como para confundir y despertar algo nuestra
tibieza en el servicio de el sumo Dios, digamos algo de los rigores y
penitencias extrañas, que esta miserable gente hacía por persuasión del
demonio, como los falsos profetas de Baal,227 que con lancetas se herían y
sacaban sangre; y como los que al sucio Beelfegor sacrificaban sus hijos e
hijas;228 y los pasaban por fuego, según dan testimonio las divinas
letras,229 que siempre satanás fué amigo de ser servido a mucha costa de los
hombres.
Ya se ha dicho que los sacerdotes y religiosos de Méjico se levantaban a
media noche, y habiendo incensado al ídolo los sacerdotes, y como dignidades
del templo, se iban a un lugar de una pieza ancha, donde había muchos
asientos, y allí se sentaban; y tomando cada uno una puya de manguey, que es
como alesno o punzón agudo, o con otro género de lancetas o navajas,
pasábanse las pantorrillas junto a la espinilla, sacándose mucha sangre, con
la cual se untaban las sienes, bañando con la demás sangre las puyas o
lancetas, y poníanlas después entre las almenas del patio hincadas en unos
globos o bolas de paja, para que todos las viesen y entendiesen la
penitencia que hacían por el pueblo. Lavábanse de esta sangre en una laguna
diputada para esto, llamada Ezapán, que es agua de sangre; y había gran
número de estas lancetas o puyas en el templo, porque ninguna había de
servir dos veces.
Demás de esto tenían grandes ayunos estos sacerdotes y religiosos, como era
ayunar cinco y diez días arreo antes de algunas fiestas principales, que
eran éstas como cuatro témporas. Guardaban tan estrechamente la continencia,
que muchos de ellos, por no venir a caer en alguna flaqueza, se hendían por
medio los miembros viriles, y hacían mil cosas para hacerse impotentes, por
no ofender a sus dioses; no bebían vino; dormían muy poco, porque los más de
sus ejercicios eran de noche, y hacían en sí crueldades, martirizándose por
el diablo, y todo a trueco de que les tuviesen por grandes ayunadores y muy
penitentes.
Usaban disciplinarse con unas sogas que tenían ñudos; y no sólo los
sacerdotes, pero todo el pueblo, hacía disciplina en la procesión y fiestas
que se hacía al ídolo Tezcatlipuca, que se dijo arriba era el Dios de la
penitencia. Por que entonces llevaban todos en las manos unas sogas de hilo
de manguey, nuevas, de una braza, con un ñudo al cabo, y con aquellas se
disciplinaban dándose grandes golpes en las espaldas. Para esta misma fiesta
ayunaban los sacerdotes cinco días arreo, comiendo una sola vez al día, y
apartados de sus mujeres, y no salían del templo aquellos cinco días,
azotándose reciamente con las sogas dichas. De las penitencias y extremos de
rigor que usan los bonzos, hablan largo las cartas de los Padres de la
Compañía de Jesús, que escribieron de la India, aunque todo esto siempre ha
sido sofisticado, y más por apariencia que verdad.
En el Perú, para la fiesta de el Itu, que era grande, ayunaba toda la gente
dos días, en los cuales no llegaban a mujeres, ni comían cosas con sal, ni
ají, ni bebían chicha; y este modo de ayunar usaban mucho. En ciertos
pecados hacían penitencia de azotarse con unas ortigas muy ásperas; otras
veces darse unos a otros con cierta piedra cuantidad de golpes en las
espaldas. En algunas partes, esta ciega gente, por persuasión de el demonio,
se van a sierras muy agrias, y allí hacen vida asperísima largo tiempo.
Otras veces se sacrifican despeñándose de algún alto risco, que todos son
embustes del que ninguna cosa ama más que el daño y perdición de los
hombres.
Capítulo XVIII
De los sacrificios que al demonio hacían los indios, y de qué cosas
En lo que más el enemigo de Dios y de los hombres ha mostrado siempre su
astucia, ha sido en la muchedumbre y variedad de ofrendas y sacrificios, que
para sus idolatrías ha enseñado a los infieles. Y como el consumir la
sustancia de las criaturas en servicio y culto del Criador, es acto
admirable y propio de religión, y eso es sacrificio, así el padre de la
mentira ha inventado que, como a autor y señor, le ofrezcan y sacrifiquen
las criaturas de Dios.
El primer género de sacrificios que usaron los hombres fué muy sencillo,
ofreciendo Caín230 de los frutos de la tierra y Abel de lo mejor de su
ganado; lo cual hicieron después también Noé y Abraham, y los otros
patriarcas, hasta que Moysen le dió aquel largo ceremonial del Levítico, en
que se ponen tantas suertes y diferencias de sacrificios, y para diversos
negocios de diversas cosas, y con diversas ceremonias; así también Satanás
en algunas naciones se ha contentado con enseñar que le sacrifique de lo que
tienen, como quiera que sea; en otras ha pasado tan adelante en dalles
multitudes de ritos y ceremonias en esto, y tantas observancias, que admiro
y parece que es querer claramente competir con la ley antigua, y en muchas
cosas usupar sus propias ceremonias. A tres géneros de sacrificio podemos
reducir todos los que usan estos infieles: unos de cosas insensibles, otros
de animales y otros de hombres.
En el Perú usaron sacrificar coca, que es una hierba que mucho estiman, y
maíz, que es su trigo, y plumas de colores, y chaquira, que ellos llaman
mollo, y conchas de la mar, y a veces oro y plata, figurando de ello
animalejos; también ropa fina de cumbi, y madera labrada y olorosa, y muy
ordinariamente sebo quemado. Eran estas ofrendas o sacrificios para alcanzar
buenos temporales, o salud, o librarse de peligros y males. En el segundo
género era su ordinario sacrificio de cuyes, que son unos animalejos como
gazapillos, que comen los indios bien. Y en cosas de importancia, o personas
caudalosas, ofrecían carneros de la tierra, o pacos rasos, o lanudos; y en
el número, y en las colores, y en los tiempos había gran consideración y
ceremonia.
El modo de matar cualquier res chica o grande, que usaban los indios, según
su ceremonia antigua, es la propia que tienen los moros, que llaman el
alquible, que es tomar la res encima del brazo derecho, y volverle los ojos
hacia el sol diciendo diferentes palabras, conforme a la cualidad de la res
que se mata. Porque si era pintada, se dirigían las palabras al chuquilla o
trueno, para que no faltase el agua; y si era blanco raso, ofrecíanle al sol
con unas palabras; y si era lanudo, con otras, para que alumbrase y criase;
y si era guanaco, que es como pardo, dirigían el sacrificio al Viracocha. Y
en el Cuzco se mataba con esta ceremonia cada día un carnero raso al sol, y
se quemaba vestido con una camiseta colorada, y cuando se quemaba, echaban
ciertos cestillos de coca en el fuego (que llamaban villcaronca); y para
este sacrificio tenían gente diputada, y ganado que no servía de otra cosa.
También sacrificaban pájaros, aunque esto no se halla tan frecuente en el
Perú como en Méjico, donde era muy ordinario el sacrificio de codornices.
Los del Perú sacrificaban pájaros de la puna, que así llaman allá al
desierto, cuando habían de ir a la guerra, para hacer disminuir las fuerzas
de las guacas de sus contrarios. Este sacrificio se llamaba cuzcovicza, o
contevicza, o huallavicza, o sopavicza, y hacíanlo en esta forma: tomaban
muchos géneros de pájaros de la puna, y juntaban mucha leña espinosa,
llamada yanlli, la cual, encendida, juntaban los pájaros, y esta junta
llamaban quizo, y los echaban en el fuego, alrededor de el cual andaban los
oficiales del sacrificio con ciertas piedras redondas y esquinadas, a donde
estaban pintadas muchas culebras, leones, sapos y tigres, diciendo usachum,
que significa: suceda nuestra victoria bien; y otras palabras en que decían:
Piérdanse las fuerzas de las guacas de nuestros enemigos. Y sacaban unos
carneros prietos, que estaban en prisión algunos días sin comer, que se
llamaban urcu, y matándolos decían que así como los corazones de aquellos
animales estaban desmayados, así desmayasen sus contrarios.
Y si en estos carneros vían que cierta carne que está detrás de el corazón
no se les había consumido con los ayunos y prisión pasada, teníanlo por mal
agüero. Y traían ciertos perros negros llamados apurucos, y matábanlos, y
echábanlos en un llano, y con ciertas ceremonias hacían comer aquella carne
a cierto género de gente. También hacían este sacrificio para que el Inga no
fuese ofendido con ponzoña, y para esto ayunaban desde la mañana hasta que
salía la estrella, y entonces se hartaban y zahoraban a usanza de moros.
Este sacrificio era el más acepto para contra los dioses de los contrarios.
Y aunque el día de hoy ha cesado cuasi todo esto, por haber cesado las
guerras, con todo han quedado rastros, y no pocos, para pendencias
particulares de indios comunes, o de caciques, o de unos pueblos con otros.
Ítem, también sacrificaban u ofrecían conchas de la mar, que llaman mollo. y
ofrecíanlas a las fuentes y manantiales, diciendo que las conchas eran hijas
de la mar, madre de todas las aguas. Tienen diferentes nombres según la
color, y así sirven a diferentes efectos. Usan de estas conchas cuasi en
todas las maneras de sacrificios; y aun en el día de hoy echan algunos el
mollo molido en la chicha por superstición. Finalmente, de todo cuanto
sembraban y criaban, si les parecía conveniente, ofrecían sacrificio.
También había indios señalados para hacer sacrificios a las fuentes,
manantiales o arroyos que pasaban por el pueblo, y chacras, o heredades, y
hacíanlos en acabando de sembrar, para que no dejasen de correr, y regasen
sus heredades. Estos sacrificios elegían los sortílegos por sus suertes, las
cuales acabadas, de la contribución del pueblo se juntaba lo que se había de
sacrificar, y lo entregaban a los que tenían el cargo de hacer los dichos
sacrificios. Y hacíanlos al principio del invierno, que es cuando las
fuentes y manantiales y ríos crecen por la humedad del tiempo, y ellos
atribuíanlo a sus sacrificios, y no sacrificaban a las fuentes y manantiales
de los despoblados.
El día de hoy aún queda todavía esta veneración de las fuentes, manantiales,
acequias, arroyos o ríos que pasan por lo poblado y chacras; y también
tienen reverencia a las fuentes y ríos de los despoblados. Al encuentro de
dos ríos hacen particular reverencia y veneración, y allí se lavan para
sanar untándose primero con harina de maíz, o con otras cosas, y añadiendo
diferentes ceremonias; y lo mismo hacen también en los baños.
Capítulo XIX
De los sacrificios de hombres que hacían
Pero lo que más es de doler de la desventura de esta triste gente es el
vasallaje que pagaban al demonio sacrificándole hombres, que son a imagen de
Dios, y fueron criados para gozar de Dios. En muchas naciones usaron matar,
para acompañamiento de sus difuntos, como se ha dicho arriba, las personas
que les eran más agradables, y de quien imaginaban que podrían mejor
servirse en la otra vida.
Fuera de esta ocasión usaron en el Perú sacrificar niños de cuatro o de seis
años hasta diez; y lo más de esto era en negocios que importaban al Inga,
como en enfermedades suyas para alcanzalle salud; también cuando iba a la
guerra por la victoria. Y cuando le daban la borla al nuevo Inga, que era la
insignia del rey, como acá el cetro o corona, en la solemnidad sacrificaban
cuantidad de doscientos niños de cuatro a diez años: duro y inhumano
espectáculo. El modo de sacrificarlos era ahogarlos y enterrarlos con
ciertos visajes y ceremonias; otra veces los degollaban, y con su sangre se
untaban de oreja a oreja. También sacrificaban doncellas de aquellas que
traían al Inga de los monasterios, que ya arriba tratamos.
Una abusión había en este mismo género muy grande y muy general, y era que
cuando estaba enfermo algún indio principal o común, y el agorero le decía
que de cierto había de morir, sacrificaban al sol o al Viracocha, su hijo,
diciéndole que se contentase con él, y que no quisiese quitar la vida a su
padre. Semejante crueldad a la que refiere la Escritura231 haber usado el
rey de Moab en sacrificar su hijo primogénito sobre el muro a vista de los
de Israel, a los cuales pareció este hecho tan triste, que no quisieron
apretarle más, y así se volvieron a sus casas.
Este mismo género de cruel sacrificio refiere la divina Escritura haberse
usado entre aquellas naciones bárbaras de cananeos y jebuseos, y los demás
de quien escribe el libro de la Sabiduría:232 llaman paz vivir en tantos y
tan graves males, como es sacrificar sus propios hijos, o hacer otros
sacrificios ocultos, o velar toda la noche haciendo cosas de locos; y así ni
guardan limpieza en su vida, ni en sus matrimonios, sino que éste de envidia
quita al otro la vida, estotro le quita la mujer, y el contento, y todo anda
revuelto, sangre, muertes, hurtos, engaños, corrupción, infidelidad,
alboroto, perjuicios, motines, olvido de Dios, contaminar las almas, trocar
el sexo y nacimiento, mudar los matrimonios, desorden de adulterios y
suciedades, porque la idolatría es un abismo de todos males.
Esto dice el Sabio de aquellas gentes, de quien se queja David,233 que
aprendieron tales costumbres los de Israel, hasta llegar a sacrificar sus
hijos y hijas a los demonios, lo cual nunca jamás quiso Dios, ni le fué
agradable, porque como es autor de la vida, y todo lo demás hizo para el
hombre, no le agrada que le quiten hombres la vida a otros hombres; y aunque
la voluntad del fiel patriarca Abraham la probó y aceptó el Señor, el hecho
de degollar a su hijo, de ninguna suerte lo consintió. De donde se ve la
malicia y tiranía del demonio, que en esto ha querido exceder a Dios,
gustando ser adorado con derramamiento de sangre humana, y por este camino
procurando la perdición de los hombres en almas y cuerpos, por el rabioso
odio que les tiene, como su tan cruel adversario.
Capítulo XX
De los sacrificios horribles de hombres que usaron los mejicanos
Aunque en el matar niños y sacrificar sus hijos los del Perú se aventajaron
a los de Méjico, porque no he leído ni entendido que usasen esto los
mejicanos; pero en el número de los hombres que sacrificaban, y en el modo
horrible con que lo hacían, excedieron éstos a los del Perú, y aun a cuantas
naciones hay en el mundo; y para que se vea la gran desventura en que tenía
ciega esta gente el demonio, referiré por extenso el uso inhumano que tenía
en esta parte.
Primeramente, los hombres que se sacrificaban eran habidos en guerra; y si
no era de cautivos, no hacían estos solemnes sacrificios. Que parece
siguieron en esto el estilo de los antiguos, que según quieren decir
autores, por eso llamaban víctima al sacrificio, porque era de cosa vencida;
como también la llamaban hostia, quasi ab hoste, porque era ofrenda hecha de
sus enemigos, aunque el uso fué extendiendo el un vocablo y el otro a todo
género de sacrificio.
En efecto, los mejicanos no sacrificaban a sus ídolos, sino sus cautivos; y
por tener cautivos para sus sacrificios, eran sus ordinarias guerras; y así
cuando peleaban unos y otros, procuraban haber vivos a sus contrarios, y
prenderlos, y no matallos, por gozar de sus sacrificios; y esta razón dió
Motezuma al Marqués del Valle cuando le preguntó: ¿Cómo siendo tan poderoso,
y habiendo conquistado tantos reinos, no había sojuzgado la provincia de
Tlascala, que tan cerca estaba? Respondió a esto Motezuma que por dos causas
no habían allanado aquella provincia, siéndoles cosa fácil de hacer, si lo
quisieran. La una era, por tener en que ejercitar la juventud mejicana, para
que no se criase en ocio y regalo. La otra, y principal, que había reservado
aquella provincia para tener de donde sacar cautivos que sacrificar a sus
dioses.
El modo que tenían en estos sacrificios era que en aquella palizada de
calaveras, que se dijo arriba, juntaban los que habían de ser sacrificados;
y hacíase al pie de esta palizada una ceremonia con ellos, y era que a todos
los ponían en hilera al pie de ella con mucha gente de guardia, que los
cercaba. Salía luego un sacerdote vestido con una alba corta llena de flecos
por la orla, y descendía de lo alto del templo con un ídolo hecho de masa de
bledos y maíz amasado con miel, que tenía los ojos de unas cuentas verdes, y
los dientes de granos de maíz, y venía con toda la priesa que podían por las
gradas del templo abajo, y subía por encima de una gran piedra que estaba
fijada en un muy alto humilladero en medio del patio: llamábase la piedra
Quauxicalli, que quiere decir la piedra del águila.
Subiendo el sacerdote por una escalerilla, que estaba enfrente del
humilladero, y bajando por otra, que estaba de la otra parte, siempre
abrazado con su ídolo, subía adonde estaban los que se habían de sacrificar;
y desde un lado hasta otro iba mostrando aquel ídolo a cada uno en
particular; y diciéndoles: éste es vuestro Dios; y en acabando de
mostrárselo descendía por el otro lado de las gradas, y todos los que habían
de morir se iban en procesión hasta el lugar donde habían de ser
sacrificados, y allí hallaban aparejados los ministros que los habían de
sacrificar.
El modo ordinario del sacrificio era abrir el pecho al que sacrificaban, y
sacándole el corazón medio vivo, al hombre lo echaban a rodar por las gradas
del templo, las cuales se bañaban en sangre; lo cual para que se entienda
mejor es de saber que al lugar del sacrificio salían seis sacrificadores
constituídos en aquella dignidad; los cuatro para tener los pies y manos del
que había de ser sacrificado, y otro para la garganta, y otro para cortar el
pecho, y sacar el corazón del sacrificado, llamaban a estos chachalmúa, que
en nuestra lengua es lo mismo que ministro de cosa sagrada: era ésta una
dignidad suprema, y entre ellos tenida en mucho, la cual se heredaba como
cosa de mayorazgo.
El ministro que tenía oficio de matar, que era el sexto de éstos, era tenido
y reverenciado como supremo sacerdote o pontífice, el nombre del cual era
diferente según la diferencia de los tiempos y solemnidades en que
sacrificaba; asimismo eran diferentes las vestiduras cuando salían a
ejercitar su oficio en diferentes tiempos. El nombre de su dignidad era papa
y topilzín; el traje y ropa era una cortina colorada a manera de dalmática,
con unas flocaduras por orla, una corona de plumas ricas verdes y amarillas
en la cabeza, y en las orejas unos como sarcillos de oro, engastadas en
ellos unas piedras verdes, y debajo del labio, junto al medio de la barba,
una pieza como cañutillo de una piedra azul.
Venían estos seis sacrificadores el rostro y las manos untados de negro muy
atezado; los cinco traían unas cabelleras muy encrespadas y revueltas, con
unas vendas de cuero ceñidas por medio de las cabezas; y en la frente traían
unas rodelas de papel pequeñas pintadas de diversas colores, vestidos con
unas dalmáticas blancas labradas de negro. Con este atavío se revestía en la
misma figura del demonio, que verlos salir con tan mala catadura, ponía
grandísimo miedo a todo el pueblo. El supremo sacerdote traía en la mano un
gran cuchillo de pedernal muy agudo y ancho; otro sacerdote traía un collar
de palo labrado a manera de una culebra. Puestos todos seis ante el ídolo
hacían su humillación, y poníanse en orden junto a la piedra piramidal, que
arriba se dijo que estaba frontero de la puerta de la cámara del ídolo. Era
tan puntiaguda esta piedra, que echado de espaldas sobre ella el que había
de ser sacrificado, se doblaba de tal suerte, que dejando caer el cuchillo
sobre el pecho, con mucha facilidad se abría un hombre por medio.
Después de puestos en orden estos sacrificadores, sacaban todos los que
habían preso en las guerras, que en esta fiesta habían de ser sacrificados,
y muy acompañados de gente de guardia, subíanlos en aquellas largas
escaleras, todos en ringlera, y desnudos en carnes, al lugar donde estaban
apercibidos los ministros; y en llegando cada uno por su orden, los seis
sacrificadores lo tomaban, uno de un pie, y otro del otro; uno de una mano,
y otro de otra, y lo echaban de espaldas encima de aquella piedra
puntiaguda, donde el quinto de estos ministros le echaba el collar a la
garganta, y el sumo sacerdote le abría el pecho con aquel cuchillo con una
presteza extraña, arrancándole el corazón con las manos; y así vaheando, se
lo mostraba al sol, a quien ofrecía aquel calor y vaho del corazón; y luego
volvía al ídolo y arrojábaselo al rostro; y luego el cuerpo del sacrificado
le echaban rodando por las gradas del templo con mucha facilidad, porque
estaba la piedra puesta tan junto a las gradas, que no había dos pies de
espacio entre la piedra y el primer escalón, y así, con un puntapié, echaban
los cuerpos por las gradas abajo. Y de esta suerte sacrificaban todos los
que había, uno por uno, y, después de muertos, y echados abajo los cuerpos,
los alzaban los dueños, por cuyas manos habían sido presos, y se los
llevaban, y repartíanlos entre sí, y se los comían, celebrando con ellos
solemnidad; los cuales, por pocos que fuesen, siempre pasaban de cuarenta y
cincuenta, porque había hombres muy diestros en cautivar. Lo mismo hacían
todas las demás naciones comarcanas, imitando a los mejicanos en sus ritos y
ceremonias en servicio de sus dioses.
Capítulo XXI
De otro género de sacrificios de hombres que usaban los mejicanos
Había otro género de sacrificio en diversas fiestas, al cual llamaban
Racaxipe Valiztli, que quiere decir desollamiento de personas. Llamóse así,
porque en ciertas fiestas tomaban un esclavo o esclavos, según el número que
querían, y desollándoles el cuero, se lo vestía una persona diputada para
esto: éste andaba por todas las casas y mercados de las ciudades cantando y
bailando, y habíanle de ofrecer todos, y al que no le ofrecía, le daba con
un canto del pellejo en el rostro, untándole con aquella sangre que tenía
cuajada; duraba esta invención hasta que el cuero se corrompía. En este
tiempo juntaban estos que así andaban, mucha limosna, la cual se gastaba en
cosas necesarias al culto de sus dioses.
En muchas de estas fiestas hacían un desafío entre el que había de
sacrificar y el sacrificado, en esta forma: Ataban al esclavo por un pie en
una rueda grande de piedra, y dábanle una espada y rodela en las manos para
que se defendiese, y salía luego el que le había de sacrificar, armado con
otra espada y rodela; y si el que había de ser sacrificado prevalecía contra
el otro, quedaba libre del sacrificio, y con nombre de capitán famoso; y
como tal era después tratado; pero si era vencido, allí en la misma piedra
en que estaba atado le sacrificaban.
Otro género de sacrificio era cuando dedicaban algún cautivo que
representase al ídolo, cuya semejanza decían que era. Cada año daban un
esclavo a los sacerdotes para que nunca faltase la semejanza viva del ídolo,
el cual luego que entraba en el oficio, después de muy bien lavado, le
vestían todas las ropas e insignias del ídolo, y poníanle su mismo nombre, y
andaba todo el año tan honrado y reverenciado como el mismo ídolo; traía
consigo siempre doce hombres de guerra porque no se huyese, y con esta
guarda le dejaban andar libremente por donde quería, y si acaso se huía, el
principal de la guardia entraba en su lugar para representar al ídolo, y
después ser sacrificado. Tenía aqueste indio el más honrado aposento del
templo, donde comía y bebía, y a donde todos los principales le venían a
servir y reverenciar, trayéndole de comer con el aparato y orden que a los
grandes; y cuando salía por la ciudad, iba muy acompañado de señores y
principales, y llevaba una flautilla en la mano, que de cuando en cuando
tocaba, dando a entender que pasaba, y luego las mujeres salían con sus
niños en los brazos, y se los ponían delante, saludándole como a Dios; lo
mismo hacía la demás gente. De noche le metían en una jaula de recias
vergetas porque no se fuese, hasta que llegando la fiesta le sacrificaban,
como queda arriba referido.
En las formas dichas, y en otras muchas traía el demonio engañados y
escarnecidos a los miserables; y era tanta la multitud de los que eran
sacrificados con esta infernal crueldad, que parece cosa increíble. Porque
afirman, que había vez que pasaban de cinco mil, y día hubo que en diversas
partes fueron así sacrificados más de veinte mil.
Para esta horrible matanza usaba el diablo, por sus ministros, una donosa
invención, y era, que cuando les parecía, iban los sacerdotes de satanás a
los reyes, y manifestábalanles cómo los dioses se morían de hambre, que se
acordasen de ellos. Luego los reyes se apercibían, y avisaban unos a otros,
cómo los dioses pedían de comer, por tanto que apercibiesen su gente para un
día señalado, enviando sus mensajeros a las provincias contrarias para que
se apercibiesen a venir a la guerra. Y así congregadas sus gentes, y
ordenadas sus compañías y escuadrones, salían al campo situado, donde se
juntaban los ejércitos; y toda su contienda y batalla era prenderse unos a
otros para el efecto de sacrificar, procurando señalarse así una parte, como
otra en traer más cautivos para el sacrificio, de suerte, que en estas
batallas más pretendían prenderse, que matarse; porque todo su fin era traer
hombres vivos para dar de comer a los ídolos; y este era el modo con que
traían las víctimas a sus dioses. Y es de advertir, que ningún rey era
coronado, si no vencía primero alguna provincia, de suerte que trajese gran
número de cautivos para sacrificios de sus dioses. Y así, por todas vías era
infinita cosa la sangre humana que se vertía en honra de satanás.
Capítulo XXII
Como ya los mismos indios estaban cansados, y no podían sufrir las
crueldades de sus dioses
Esta tan excesiva crueldad en derramar tanta sangre de hombres, y el tributo
tan pesado de haber de ganar siempre cautivos para el sustento de sus
dioses, tenía ya cansados a muchos de aquellos bárbaros, pareciéndoles cosa
insufrible; y con todo eso, por el gran miedo que los ministros de los
ídolos les ponían de su parte, y por los embustes con que traían engañado al
pueblo, no dejaban de ejecutar sus rigurosas leyes, mas en lo interior
deseaban verse libres de tan pesada carga. Y fué providencia del Señor que
en esta disposición hallasen a este gente los primeros que les dieron
noticia de la ley de Cristo, porque sin duda ninguna les pareció buena ley y
buen Dios, el que así se quería servir.
A este propósito me contaba un Padre grave en la Nueva España, que cuando
fué a aquel reino había preguntado a un indio viejo y principal, ¿cómo los
indios habían recibido tan presto la ley de Jesucristo, y dejado la suya,
sin hacer más prueba, ni averiguación, ni disputa sobre ello? que parecía se
habían mudado, sin moverse por razón bastante. Respondió el indio: no creas,
padre, que tomamos la ley de Cristo tan inconsideradamente como dices,
porque te hago saber, que estábamos ya tan cansados y descontentos con las
cosas que los ídolos nos mandaban, que habíamos tratado de dejarlos y tomar
otra ley. Y como la que vosotros nos predicásteis nos pareció que no tenía
crueldades, y que era muy a nuestro propósito, y tan justa y buena,
entendimos que era la verdadera ley, y así la recibimos con gran voluntad.
Lo que este indio dijo, se confirma bien con lo que se lee en las primeras
relaciones que Hernando Cortés envió al emperador Carlos V, donde refiere,
que después de tener conquistada la ciudad de Méjico, estando en Cuyoacán,
le vinieron embajadores de la república y provincia de Mechoacán, pidiéndole
que les enviasen su ley, y quien se la declarase, porque ellos pretendían
dejar la suya porque no les parecía bien; y así lo hizo Cortés, y hoy día
son los mejores indios y más buenos cristianos que hay en la Nueva España.
Los españoles que vieron aquellos crueles sacrificios de hombres, quedaron
con determinación de hacer todo su poder para destruir tan maldita
carnecería de hombres; y más cuando vieron que una tarde ante sus ojos
sacrificaron sesenta o setenta soldados españoles, que habían prendido en
una batalla que tuvieron durante la conquista de Méjico. Y otra vez hallaron
en Tezcuco, en un aposento, escrito de carbón: Aquí estuvo preso el
desventurado de fulano con sus compañeros, que sacrificaron los de Tezcuco.
Acaeció también un caso extraño, pero verdadero, pues lo refieren personas
muy fidedignas, y fué que estando mirando los españoles un espectáculo de
aquellos sacrificios, habiendo abierto y sacado el corazón a un mancebo muy
bien dispuesto, echándole rodando por la escalera abajo, como era su
costumbre, cuando llegó abajo, dijo el mancebo a los españoles en su lengua:
Caballeros, muerto me han; lo cual causó grandísima lástima y horror a los
nuestros.
Y no es cosa increíble, que aquél hablase, habiéndole arrancado el corazón,
pues refiere Galeno234 haber sucedido algunas veces en sacrificios de
animales, después de haberles sacado el corazón y echándole en el altar,
respirar los tales animales, y aún bramar reciamente, y huir por un rato.
Dejando por agora la disputa de cómo se compadezca esto con la naturaleza,
lo que hace al intento es ver, cuán insufrible servidumbre tenían aquellos
bárbaros al homicida infernal, y cuán grande misericordia les ha hecho el
Señor en comunicalles su ley mansa, justa y toda agradable.
Capítulo XXIII
Cómo el demonio ha procurado remedar los sacramentos de la santa Iglesia
Lo que más admira de la invidia y competencia de satanás es, que no sólo en
idolatrías y sacrificios, sino también en cierto modo de ceremonias, haya
remedado nuestros sacramentos, que Jesucristo nuestro Señor instituyó y usa
su santa Iglesia. Especialmente el sacramento de Comunión, que es el más
alto y divino, pretendió en cierta forma imitar para gran engaño de los
fieles; lo cual pasa de esta manera: En el mes primero, que en el Perú se
llama Rayme, y responde a nuestro diciembre, se hacía una solemnísima fiesta
llamada Capacrayme, y en ella grandes sacrificios y ceremonias por muchos
días, en los cuales ningún forastero podía hallarse en la corte, que era el
Cuzco.
Al cabo de estos días se daba licencia para que entrasen todos los
forasteros, y los hacían participantes de la fiesta y sacrificios,
comulgándolos en esta forma: Las mamaconas del sol, que eran como monjas del
sol, hacían unos bollos pequeños de harina de maíz, teñida y amasada en
sangre sacada de carneros blancos, los cuales aquel día sacrificaban. Luego
mandaban entrar los forasteros de todas las provincias, y poníanse en orden,
y los sacerdotes, que eran de cierto linaje descendientes de Lluquiyupangui,
daban a cada uno un bocado de aquellos bollos, diciéndoles que aquellos
bocados les daban, para que estuviesen confederados y unidos con el Inga, y
que les avisaban, que no dijesen, ni pensasen mal contra el Inga, sino que
tuviesen siempre buena intención con él, porque aquel bocado sería testigo
de su intención, y si no hiciesen lo que debían, los había de descubrir y
ser contra ellos.
Estos bollos se sacaban en platos de oro y plata, que estaban diputados para
esto, y todos recibían y comían los bocados, agradeciendo mucho al sol tan
grande merced, diciendo palabras, y haciendo ademanes de mucho contento y
devoción. Y protestaban que en su vida no harían, ni pensarían contra el
sol, ni contra el Inga, y que con aquella condición recibían aquel manjar
del sol, y que aquel manjar estaría en sus cuerpos para testimonio de su
fidelidad que guardaban al sol y al Inga su rey.
Esta manera de comunión diabólica se daba también en el décimo mes llamado
Coyaraime, que era septiembre, en la fiesta solemne que llaman Citua,
haciendo la misma ceremonia; y demás de comulgar (si se sufre usar de este
vocablo en cosa tan diabólica) a todos los que habían venido de fuera,
enviaban también de los dichos bollos a todas las guacas o santuarios, o
ídolos forasteros de todo el reino, y estaban al mismo tiempo personas de
todas partes para recebillos; y les decían que el sol les inviaba aquello en
señal que quería que todos lo venerase y honrasen; y también se enviaba algo
a los caciques por favor.
Alguno, por ventura, tendrá esto por fábula e invención, mas en efecto, es
cosa muy cierta, que desde Inga Yupangui, que fué el que más leyes hizo de
ritos y ceremonias, como otro Numa en Roma, duró esta manera de comunión
hasta que el evangelio de nuestro señor Jesucristo echó todas estas
supersticiones, dando el verdadero manjar de vida, y que confedera las almas
y las une con Dios. Y quien quisiere satisfacerse enteramente, lea la
relación que el licenciado Polo escribió al arzobispo de los Reyes D.
Jerónimo de Loaysa, y hallará esto y otras muchas cosas, que con grande
diligencia y certidumbre averiguó.
Capítulo XXIV
De la manera con que el demonio procuró remedar la fiesta de Corpus Christi,
y comunión que usa la santa Iglesia
Mayor admiración pondrá la fiesta y semejanza de comunión que el mismo
demonio, príncipe de los hijos de soberbia ordenó en Méjico, la cual, aunque
sea un poco larga, es bien referilla como está escrita por personas
fidedignas.
En el mes de mayo hacían los mejicanos su principal fiesta de su dios
Vitzilipuztli, y dos días antes de la fiesta, aquellas mozas, que dijimos
arriba, que guardaban recogimiento en el mismo templo, y eran como monjas,
molían cuantidad de semilla de bledos juntamente con maíz tostado, después
de molido amasábanlo con miel, y hacían de aquella masa un ídolo tan grande
como era el de madera, y poníanle por ojos unas cuentas verdes, o azules, o
blancas, y por dientes unos granos de maíz, sentado con todo el aparato que
arriba queda dicho. El cual, después de perficionado, venían todos los
señores, y traían un vestido curioso y rico, conforme al traje del ídolo,
con el cual le vestían, y después de muy bien vestido y aderezado,
sentábanlo en un escaño azul en sus andas, para llevarle en hombros.
Llegada la mañana de la fiesta, una hora antes de amanecer, salían todas
estas doncellas vestidas de blanco con atavíos nuevos, y aquel día las
llamaban hermanas del dios Vitzilipuztli. Venían coronadas con guirnaldas de
maíz tostado y reventado, que parece azahar, y a los cuellos gruesos
sartales de lo mismo, que les venían por debajo del brazo izquierdo, puesta
su color en los carrillos, y los brazos desde los codos hasta las muñecas
emplumados con plumas coloradas de papagayos; y así aderezadas tomaban las
andas del ídolo en los hombros, y sacábanlas al patio, donde estaban ya
todos los mancebos vestidos con unos paños de red galanos, coronados de la
misma manera que las mujeres. En saliendo las mozas con el ídolo, llegaban
los mancebos con mucha reverencia, y tomaban las andas en los hombros,
trayéndolas al pie de las gradas del templo, donde se humillaba todo el
pueblo; y tomando tierra del suelo se la ponían en la cabeza, que era
ceremonia ordinaria entre ellos en las principales fiestas de sus dioses.
Hecha esta ceremonia, salía todo el pueblo en procesión con toda la priesa
posible, e iban a un cerro que está a una legua de la ciudad de Méjico,
llamado Chapultepec, y allí hacían estación y sacrificios. Luego partían con
la misma priesa a un lugar cerca de allí, que se dice Atlacuyavaya, donde
hacían la segunda estación, y de allí iban a otro pueblo una legua adelante,
que se dice Cuyoacán, de donde partían, volviéndose a la ciudad de Méjico
sin hacer pausa. Hacíase este camino de más de cuatro leguas en tres o
cuatro horas; llamaban a esta procesión Ipayna Vitzilipuztli, que quiere
decir el veloz y apresurado camino de Vitzilipuztli.
Acabados de llegar al pie de las gradas, ponían allí las andas, y tomaban
unas sogas gruesas, atábanlas a los asideros de las andas, y con mucho
tiempo y reverencia, unos tiraban de arriba, y otros ayudando de abajo,
subían las andas con el ídolo a la cumbre del templo, con mucho ruido de
flautas, y clamor de bocinas y caracoles y atambores. Subíanlo de esta
manera, por ser las gradas del templo muy empinadas y angostas, y la
escalera bien larga, y así no se podían subir con las andas en los hombros.
Y al tiempo que subían al ídolo, estaba todo el pueblo en el patio con mucha
reverencia y temor.
Acabado de subirle a lo alto, y metido en una casilla de rosas que le tenían
hecha, venían luego los mancebos, y derramaban muchas flores de diversas
colores, hinchiendo todo el templo dentro y fuera de ellas. Hecho esto,
salían todas las doncellas con el aderezo referido, y sacaban de su
recogimiento unos trozos de masa de maíz tostado y bledos, que era la misma
de que el ídolo era hecho, hechos a manera de huesos grandes, y
entregábanlos a los mancebos, y ellos subíanlos arriba, y poníanlos a los
pies del ídolo por todo aquel lugar, hasta que no cabían más. A estos trozos
de masa llamaban los huesos y carne de Vitzilipuztli. Puestos allí los
huesos, salían todos los ancianos, del templo, sacerdotes y levitas, y todos
los demás ministros, según sus dignidades y antigüedades, porque las había
con mucho concierto y orden, con sus nombres y dictados: salían unos tras
otros con sus velos de red de diferentes colores y labores, según la
dignidad y oficio de cada uno, con guirnaldas en las cabezas y sartales de
flores en los cuellos. Tras éstos salían los dioses y diosas, que adoraban
en diversas figuras, vestidos de la misma librea, y poniéndose en orden al
derredor de aquellos trozos de masa, hacían cierta ceremonia de canto y
baile sobre ellos, con lo cual quedaban benditos y consagrados por carne y
huesos de aquel ídolo.
Acabada la bendición y ceremonia de aquellos trozos de masa, con que
quedaban tenidos por huesos y carne del ídolo, de la misma manera los
veneraban que a su dios. Salían luego los sacrificadores y hacían el
sacrificio de hombres en la forma que está referida arriba, y eran en éste
sacrificados más número que en otro día, por ser la fiesta tan principal.
Acabados, pues, los sacrificios, salían luego todos los mancebos y mozas del
templo, aderezados como está dicho: puestos en orden y en hileras, los unos
en frente de los otros, bailaban y cantaban al son de un atambor que les
tañían en loor de la solemnidad, y del ídolo que celebraban, a cuyo canto
todos los señores y viejos y gente principal respondían bailando en el
circuito de ellos, haciendo un hermoso corro, como lo tienen de costumbre,
estando siempre los mozos y las mozas en medio, a cuyo espectáculo venía
toda la ciudad.
En este día del ídolo Vitzilipuztli era precepto muy guardado en toda la
tierra, que no se había de comer otra comida, sino de aquella masa con miel
de que el ídolo era hecho; y este manjar se había de comer luego en
amaneciendo, y que no se había de beber agua, ni otra cosa alguna sobre
ello, hasta pasado medio día, y lo contrario tenían por gran agüero y
sacrilegio; pasadas las ceremonias podían comer otras cosas. En este
ínterin, escondían el agua de los niños, y avisaban a todos los que tenían
uso de razón, que no bebiesen agua, porque vendría la ira de Dios sobre
ellos, y morirían, y guardaban esto con gran cuidado y rigor. Concluidas las
ceremonias, bailes y sacrificios, íbanse a desnudar; y los sacerdotes y
dignidades del templo tomaban el ídolo de masa, y desnudábanle de aquellos
aderezos que tenía, y así a él, como a los trozos que estaban consagrados,
los hacían muchos pedazos, y comenzando desde los mayores, repartíanlos, y
dábanlos a modo de comunión a todo el pueblo, chicos y grandes, hombres y
mujeres; y recibíanlo con tanta reverencia, temor y lágrimas, que ponía
admiración, diciendo que comían la carne y huesos de Dios, teniéndose por
indignos de ello, los que tenían enfermedades pedían para ellos, y
llevábanselo con mucha reverencia y veneración; todos los que comulgaban
quedaban obligados a dar diezmo de aquella semilla de que se hacía el ídolo.
Acabada la solemnidad de la comunión, se subía un viejo de mucha autoridad,
y en voz alta predicaba su ley y ceremonias. ¿A quién no pondrá admiración,
que tuviese el demonio tanto cuidado de hacerse adorar, y recibir, al modo
que Jesucristo, nuestro Dios, ordenó y enseñó, y como la santa Iglesia lo
acostumbra? Verdaderamente se echa de ver bien lo que al principio se dijo,
que, en cuanto puede, procura satanás usurpar y hurtar para sí la honra y
culto debido a Dios, aunque siempre mezcla sus crueldades y suciedades
porque es espíritu homicida e inmundo y padre de mentira.
Capítulo XXV
De la confesión y confesores que usaban los indios
También el sacramento de la confesión quiso el mismo padre de mentira
remedar, y de sus idólatras hacerse honrar con ceremonia muy semejante al
uso de los fieles. En el Perú tenían por opinión, que todas las adversidades
y enfermedades venían por pecados que habían hecho, y para remedio usaban de
sacrificios, y ultra de eso, también se confesaban vocalmente cuasi en todas
las provincias, y tenían confesores diputados para esto mayores y menores, y
pecados reservados al mayor, y recibían penitencias, y algunas veces,
ásperas, especialmente si era hombre pobre el que hacía el pecado, y no
tenía qué dar al confesor; y este oficio de confesar, también lo tenían las
mujeres.
En las provincias de Collasuyo, fué y es más universal este uso de
confesores hechiceros, que llaman ellos Ichúri o Ichúiri. Tienen por opinión
que es pecado notable encubrir algún pecado en la confesión, y los Ichúris o
confesores averiguan, o por suertes, mirando la asadura de algún animal, si
les encubren algún pecado, y castíganlo con darle en las espaldas cuantidad
de golpes con una piedra hasta que lo dice todo, y le dan la penitencia, y
hacen el sacrificio. Esta confesión usan también cuando están enfermos sus
hijos, o mujeres, o maridos, o sus caciques, o cuando están en algunos
grandes trabajos; y cuando el Inga estaba enfermo se confesaban todas las
provincias, especialmente los Collas. Los confesores tenían obligación al
secreto, pero con ciertas limitaciones.
Los pecados de que principalmente se acusaban, eran: lo primero, matar uno a
otro fuera de la guerra; ítem, hurtar; ítem, tomar la mujer ajena; ítem, dar
yerbas o hechizos para hacer mal; y por muy notable pecado tenían el
descuido en la reverencia de sus guácas, y el quebrantar sus fiestas, y el
decir mal del Inga, y el no obedecerle. No se acusaban de pecados y actos
interiores, y según relación de algunos sacerdotes, después que los
cristianos vinieron a la tierra, se acusaban a sus Ichúris o confesores, aun
de los pensamientos. El Inga no confesaba sus pecados a ningún hombre, sino
sólo al sol para que él los dijese al Viracocha, y le perdonase. Después de
confesado, el Inga hacía cierto lavatorio, para acabar de limpiarse de sus
culpas; y era en esta forma, que poniéndose en un río corriente, decía estas
palabras: Yo he dicho mis pecados al sol, tú, río, los recibe, llévalos a la
mar, donde nunca más parezcan.
Estos lavatorios usaban también los demás que se confesaban, con ceremonia
muy semejante a la que los moros usan, que ellos llaman el guadoi, y los
indios los llaman opacúna; y cuando acaecía morírsele a algún hombre sus
hijos, le tenían por gran pecador, diciéndole: que por sus pecados sucedía
que muriese primero el hijo que el padre; y a éstos tales, cuando después de
haberse confesado, hacían los lavatorios llamados opacúna, según está dicho,
los había de azotar con ciertas ortigas algún indio monstruoso, como
corcovado o contrahecho de su nacimiento. Si los hechiceros o sortílegos por
sus suertes o agüeros, afirmaban que había de morir algún enfermo, no
dudaban de matar su propio hijo, aunque no tuviese otro, y con esto entendía
que adquiría salud, diciendo que ofrecía a su hijo en su lugar en
sacrificio; y después de haber cristianos en aquella tierra, se ha hallado
en algunas partes esta crueldad.
Notable cosa es cierto que haya prevalecido esta costumbre de confesar
pecados secretos, y hacer tan rigurosas penitencias, como era: ayunar, dar
ropa, oro, plata, estar en las sierras, recibir recios golpes en las
espaldas; y hoy día dicen los nuestros, que en la provincia de Chicuito
topan esta pestilencia de confesores o ichúris, y que muchos enfermos acuden
a ellos. Mas ya, por la gracia del Señor, se van desengañando del todo, y
conocen el beneficio grande de nuestra confesión sacramental, y con gran
devoción y fe acuden a ella. Y en parte ha sido providencia del Señor
permitir el uso pasado para que la confesión no se les haga dificultosa; y
así en todo, el Señor es glorificado, y el demonio burlador queda burlado.
Por venir a este propósito referiré aquí el uso de confesión extraño, que el
demonio introdujo en el Japón, según por una carta de allá consta, la cual
dice así: En Ozaca hay unas peñas grandísimas, y tan altas, que hay en ellas
riscos de más de doscientas brazas de altura, y entre estas peñas sale hacia
fuera una punta tan terrible, que de sólo llegar los Xamabúxis (que son los
romeros) a ella, les tiemblan las carnes, y se les despeluzan los cabellos,
según es el lugar terrible y espantoso. Aquí en esta punta está puesto con
extraño artificio un grande bastón de hierro, de tres brazas de largo, o
más, y en la punta de este bastón esta asido uno como peso, cuyas balanzas
son tan grandes, que en una de ellas puede sentarse un hombre, y en una de
ellas hacen los Goquís (que son los demonios en figura de hombre) que entren
estos peregrinos, uno por uno, sin que quede ninguno, y por un ingenio que
se menea mediante una rueda, hacen que vaya el bastón saliendo hacia fuera,
y en él la balanza va saliendo, de manera, que finalmente queda toda en el
aire, y asentado en ella uno de los Xamabúxis. Y como la balanza en que está
asentado el hombre, no tiene contrapeso ninguno en la otra, baja luego hacia
abajo, y levántase la otra hasta que topa en el bastón, y entonces le dicen
los goquís desde las peñas, que se confiese y diga todos sus pecados,
cuantos hubiere hecho y se acordare. Y esto es en voz tan alta, que lo oigan
todos los demás que allí están.
Y comienza luego a confesarse, y unos de los circunstantes se ríen de los
pecados que oyen, y otros gimen. Y a cada pecado que dicen, baja la otra
balanza un poco, hasta que, finalmente, habiendo dicho todos sus pecados,
queda la balanza vacía igual con la otra en que está el triste penitente. Y
llegada la balanza al fin con la otra, vuelven los goquís a hacer andar la
rueda, y traen para dentro el bastón, y ponen a otro de los peregrinos en la
balanza, hasta que pasan todos. Contaba esto, uno de los japones después de
hecho cristiano, el cual había andado esta peregrinación siete veces, y
entrado en la balanza otras tantas, donde públicamente se había confesado. Y
decía, que si acaso alguno de éstos, puesto en aquel lugar, deja de confesar
el pecado como pasó, o lo encubre, la balanza vacía no baja, y si después de
haberle hecho instancia que confiese, él confía en no querer confesar sus
pecados, échanlo los goquís de la balanza abajo, donde al momento se hace
pedazos. Pero decíanos este cristiano, llamado Juan, que ordinariamente es
tan grande el temor y temblor de aquel lugar en todos los que a él llegan, y
el peligro que cada uno ve al ojo, de caer de aquella balanza y ser
despeñado de allí abajo, que casi nunca por maravilla acontece haber alguno
que no descubra todos sus pecados; llámase aquel lugar por otro nombre:
Sangenotocóro, que quiere decir lugar de confesión.
Vése por esta relación bien claro, cómo el demonio ha pretendido usurpar el
culto divino para sí, haciendo la confesión de los pecados que el Salvador
instituyó para remedio de los hombres, superstición diabólica para mayor
daño de ellos, no menor en la gentilidad del Japón, que en la de las
provincias del Collao en el Perú.
Capítulo XXVI
De la unción abominable que usaban los sacerdotes mejicanos y otras
naciones, y de sus hechiceros
En la ley antigua ordenó Dios el modo con que se había de consagrar Aarón, y
los otros sacerdotes; y en la ley evangélica también tenemos el santo crisma
y unción, de que usamos cuando nos consagran sacerdotes de Cristo. También
había en la ley antigua cierta composición olorosa, que mandaba Dios que no
se usase, sino sólo para el culto divino. Todo esto ha querido el demonio en
su modo remedar, pero como él suele, inventando rosas tan asquerosas y
sucias, que ellas mismas dicen cuál sea su autor.
Los sacerdotes de los ídolos en Méjico se ungían en esta forma: Untábanse de
pies a cabeza, y el cabello todo; y de esta unción que ellos se ponían
mojada, venían a criarse en el cabello unas como trenzas, que parecían
crines de caballo encrisnejadas; y con el largo tiempo crecíales tanto el
cabello, que les venía a dar a las corvas, y era tanto el peso que en la
cabeza traían, que pasaban grandísima trabajo, porque no lo cortaban o
cercenaban hasta que morían, o hasta que ya de muy de viejos los jubilaban,
y ponían en cargos de regimientos u otros oficios honrosos en la república.
Traían éstos las cabelleras trenzadas en unas trenzas de algodón de seis
dedos en ancho. El humo con que se tiznaban era ordinario, de tea, porque
desde sus antigüedades fué siempre ofrenda particular de sus dioses, y por
esto muy tenido y reverenciado. Estaban con esta tinta siempre untados de
los pies a la cabeza, que parecían negros muy atezados, y ésta era su
ordinaria unción, excepto que cuando iban a sacrificar y a encender incienso
a las espesuras y cumbres de los montes y a las cuevas escuras y temerosas,
donde tenían sus ídolos, usaban de otra unción diferente, haciendo ciertas
ceremonias para perder el temor y cobrar grande ánimo. Esta unción era hecha
de diversas sabandijas ponzoñosas como de arañas, alacranes, cientopiés,
salamanquesas, víboras, etc. Las cuales recogían los muchachos de los
colegios, y eran tan diestros, que tenían muchas juntas en cuantidad, para
cuando los sacerdotes las pedían. Su particular cuidado era andar a caza de
estas sabandijas, y, si yendo a otra cosa acaso topaban alguna, allí ponían
el cuidado en cazarla, como si en ello les fuese la vida. Por cuya causa de
ordinario no tenían temor estos indios de estas sabandijas ponzoñosas,
tratándolas como si no lo fueran, por haberse criado todos en este
ejercicio.
Para hacer el ungüento de éstas tomábanlas todas juntas y quemábanlas en el
brasero del templo que estaba delante del altar, hasta que quedaban hechas
ceniza. La cual echaban en unos morteros con mucho tabaco (que es una yerba
de que esta gente usa para amortiguar la carne y no sentir el trabajo); con
esto revolvían aquellas cenizas, que les hacía perder la fuerza, echaban
juntamente con esta yerba y ceniza algunos alacranes y arañas vivas y
cientopiés, y allí lo revolvían y amasaban, y después de todo esto le
echaban una semilla molida que llaman ololuchqui, que toman los indios
bebida para ver visiones, cuyo efecto es privar de juicio. Molían asimismo
con estas cenizas gusanos negros y peludos, que sólo el pelo tiene ponzoña.
Todo esto junto amasaban con tizne y, echándolo en unas ollitas, poníanlo
delante de sus dioses, diciendo que aquélla era su comida, y así la llamaban
comida divina.
Con esta unción se volvían brujos y vían y hablaban al demonio. Embijados
los sacerdotes con aquesta masa, perdían todo temor, cobrando un espíritu de
crueldad, y así mataban los hombres en los sacrificios con grande osadía, y
iban de noche solos a montes y cuevas escuras y temerosas, menospreciando
las fieras, teniendo por muy averiguado que los leones, tigres, lobos,
serpientes y otras fieras que en los montes se crían, huirían de ellos por
virtud de aquel betún de Dios; y aunque no huyesen del betún, huirían de ver
un retrato del demonio, en que iban transformados. También servía este betún
para curar los enfermos y niños, por lo cual le llamaban todos medicina
divina, y así acudían de todas partes a las dignidades y sacerdotes como a
saludadores, para que les aplicasen la medicina divina, y ellos les untaban
con ellas las partes enfermas.
Y afirman que sentían con ella notable alivio, y debía esto de ser porque el
tabaco y el ololuchqui tienen gran virtud de amortiguar y, aplicado por vía
de emplasto, amortigua las carnes; esto sólo por sí, cuanto más con tanto
género de ponzoñas, y como les amortiguaba el dolor, parecíales efecto de
sanidad y de virtud divina, acudiendo a estos sacerdotes como a hombres
santos, los cuales traían engañados y embaucados los ignorantes,
persuadiéndoles cuanto querían, haciéndoles acudir a sus medicinas y
ceremonias diabólicas, porque tenían tanta autoridad que bastaba decirles
ellos cualquiera cosa, para tenerla por artículo de fe. Y así hacían en el
vulgo mil supersticiones, en el modo de ofrecer incienso y en la manera de
cortarles el cabello y en atarles palillos a los cuellos y hilos con
huesezuelos de culebras, que se bañasen a tal y tal hora, que velasen de
noche a un fogón y que no comiesen otra cosa de pan sino lo que había sido
ofrecido a sus dioses, y luego acudiesen a los sortílegos, que con ciertos
granos echaban suertes y adivinaban mirando en lebrillos y cercos de agua.
En el Perú usaron también embadurnarse mucho los hechiceros y ministros del
demonio. Y es cosa infinita la gran multitud que hubo de estos adivinos,
sortílegos, hechiceros, agoreros y otros mil géneros de falsos profetas, y
hoy día dura mucha parte de esta pestilencia, aunque de secreto, porque no
se atreven descubiertamente a usar sus endiabladas y sacrílegas ceremonias y
supersticiones. Para lo cual se advierte más a la larga, en particular de
sus abusos y maleficios en el confesonario hechos por los perlados del Perú.
Señaladamente hubo un género de hechiceros entre aquellos indios, permitidos
por los reyes Ingas, que son como brujos y toman la figura que quieren, y
van por el aire en breve tiempo largo camino, y ven lo que pasa; hablan con
el demonio, el cual les responde en ciertas piedras o en otras cosas que
ellos veneran mucho.
Estos sirven de adivinos y de decir lo que pasa en lugares muy remotos antes
que venga o pueda venir la nueva; como, aun después que los españoles
vinieron, ha sucedido que en distancia de más de doscientas o trescientas
leguas se ha sabido de los motines, de las batallas y de los alzamientos y
muertes, así de los tiranos, como de los que eran de la parte del rey y de
personas particulares el mismo día y tiempo que las tales cosas sucedieron,
o el día siguiente, que por curso natural era imposible saberlas tan presto.
Para hacer esta abusión de adivinaciones se meten en una casa cerrada por de
dentro y se emborrachan hasta perder el juicio, y después, a cabo de un día,
dicen lo que se les pregunta.
Algunos dicen y afirman que éstos usan de ciertas unturas: los indios dicen
que las viejas usan de ordinario este oficio, y viejas de una provincia
llamada Coaíllo y de otro pueblo llamado Manchay y en la provincia de
Guarochirí y en otras partes que ellos no señalan. También sirven de
declarar dónde están las cosas perdidas y hurtadas; y de este género de
hechiceros hay en todas partes, a los cuales acuden muy de ordinario los
anaconas y chinos, que sirven a los españoles cuando pierden alguna cosa de
su amo o desean saber algún suceso de cosas pasadas o que están por venir,
como cuando bajan a las ciudades de los españoles a negocios particulares o
públicos, preguntan si les irá bien, o si enfermarán, o morirán, o volverán
sanos, o si alcanzarán lo que pretenden, y los hechiceros responden sí o no,
habiendo hablado con el demonio en lugar escuro, de manera que se oye su
voz, mas no se ve con quién hablan, ni lo que dicen; y hacen mil ceremonias
y sacrificios para este efecto, con que invocan al demonio, y emborráchanse
bravamente, y para este oficio particular usan de una yerba llamada villca,
echando el zumo de ella en la chicha, o tomándola por otra vía.
Por todo lo dicho consta cuán grande sea la desventura de los que tienen por
maestros a tales ministros, del que tiene por oficio engañar, y es
averiguado que ninguna dificultad hay mayor para recebir la verdad del santo
evangelio y perseverar en ella los indios, que la comunión de estos
hechiceros, que han sido y son innumerables, aunque, por la gracia del señor
y diligencia de los perlados y sacerdotes, van siendo menos y no tan
perjudiciales. Algunos de éstos se han convertido y públicamente han
predicado al pueblo, retratando sus errores y engaños y declarando sus
embustes y mentiras, de que se ha seguido gran fruto; como también por
letras del Japón sabemos haber sucedido en aquellas partes a grande gloria
de nuestro Dios y Señor.
Capítulo XXVII
De otras ceremonias y ritos de los indios, a semejanza de los nuestros
Otras innumerables ceremonias y ritos tuvieron los indios, y en muchas de
ellas hay semejanza de las de la ley antigua de Moysén; en otras se parecen
a las que usan los moros, y algunas tiran algo a las de la ley evangélica,
como los lavatorios o opacuna, que llaman, que era bañarse en agua, para
quedar limpios de sus pecados.
Los mejicanos tenían también sus bautismos con esta ceremonia, y es que a
los niños recién nacidos les sacrificaban las orejas y el miembro viril, que
en alguna manera remedaban la circuncisión de los judíos. Esta ceremonia se
hacía principalmente con los hijos de los reyes y señores; en naciendo, los
lavaban los sacerdotes, y, después de lavados, les ponían en la mano derecha
una espada pequeña y en la izquierda una rodelilla. A los hijos de la gente
vulgar les ponían las insignias de sus oficios, y a las niñas, aparejos de
hilar, tejer y labrar; y esto usaban por cuatro días, y todo esto delante de
algún ídolo.
En los matrimonios había su modo de contraerlos, de que escribió un tratado
entero el licenciado Polo y adelante se dirá algo; y en otras cosas también
llevaban alguna manera de razón sus ceremonias y ritos. Casábanse los
mejicanos por mano de sus sacerdotes en esta forma: Poníanse el novio y la
novia juntos delante del sacerdote, el cual tomaba por las manos a los
novios y les preguntaba si se querían casar, y, sabida la voluntad de ambos,
tomaba un canto del velo con que ella traía cubierta la cabeza y otro de la
ropa de él, y atábalos, haciendo un ñudo, y, así atados, llevábalos a la
casa de ella, adonde tenían un fogón encendido, y a ella hacíale dar siete
vueltas al derredor, donde se asentaban juntos los novios, y allí quedaba
hecho el matrimonio.
Eran los mejicanos celosísimos en la integridad de sus esposas, tanto que,
si no las hallaban tales, con señales y palabras afrentosas lo daban a
entender con muy grande confusión y vergüenza de los padres y parientes,
porque no miraron bien por ella; y a la que conservaba su honestidad,
hallándola tal, hacían muy grandes fiestas, dando muchas dádivas a ella y a
sus padres, haciendo grandes ofrendas a sus dioses, y gran banquete, uno en
casa de ella y otro en casa de él; y cuando los llevaban a su casa ponían
por memoria todo lo que él y ella traían de provisión de casas, tierras,
joyas, atavíos, y guardaban esta memoria los padres de ellos, por si acaso
se viniesen a descansar, como era costumbre entre ellos, y, no llevándose
bien, hacían partición de los bienes, conforme a lo que cada uno de ellos
trajo, dándoles libertad que cada uno se casase con quien quisiese, y a ella
le daban las hijas y a él los hijos. Mandábanles estrechamente que no se
tornasen a juntar, so pena de muerte, y así se guardaba con mucho rigor; y
aunque en muchas ceremonias parece que concurren con las nuestras pero es
muy diferente, por la gran mezcla que siempre tienen de abominaciones.
Lo común y general de ellas es tener una de tres cosas, que son o crueldad,
o suciedad, o ociosidad, porque todas ellas o eran crueles y perjudiciales,
como el matar hombres v derramar sangre; o eran sucias y asquerosas, como el
comer y beber en nombre de sus ídolos, y con ellos a cuestas orinar en
nombre del ídolo, y el untarse y embijarse tan feamente, y otras cien mil
bajezas: o por lo menos eran vanas y ridículas y puramente ociosas, y más
cosas de niños, que hechos de hombres. La razón de esto es la propia
condición del espíritu maligno, cuyo intento es hacer mal, provocando a
homicidios o a suciedades, o por lo menos a vanidades y ocupaciones
impertinentes, lo cual echará de ver cualquiera que con atención mirare el
trato del demonio con los hombres que engaña, pues en todos los ilusos se
halla o todo o parte de lo dicho.
Los mismos indios, después que tienen la luz de nuestra fe, se ríen y hacen
burla de las niñerías en que sus dioses falsos los traían ocupados, a los
cuales servían mucho más por el temor que tenían de que les habían de hacer
mal si no les obedecían en todo, que no por el amor que les tenían, aunque
también vivían muchos de ellos engañados con falsas esperanzas de bienes
temporales, que los eternos no llegaban a su pensamiento; y es de advertir
que, donde la potencia temporal estuvo más engrandecida, allí se acrecentó
la superstición, como se ve en los reinos de Méjico y del Cuzco, donde es
cosa increíble los adoratorios que había, pues dentro de la misma ciudad del
Cuzco, pasaban de trescientos. De los reyes del Cuzco fué Mangoinga Yupangui
el que más acrecentó el culto de sus ídolos, inventando mil diferencias de
sacrificios y fiestas y ceremonias; y lo mismo fué en Méjico por el rey
Izcoalt, que fué el cuarto de aquel reino.
En esotras naciones de indios, como en la provincia de Guatimala, y en las
islas y Nuevo Reino, y provincias de Chile, y otras que eran como behetrías,
aunque había gran multitud de supersticiones y sacrificios; pero no tenían
que ver con lo del Cuzco y Méjico, donde satanás estaba como en su Roma o
Jerusalén, hasta que fué echado a su pesar, y en su lugar se colocó la santa
Cruz, y el reino de Cristo, nuestro Dios, ocupó lo que el tirano tenía
usurpado.
Capítulo XXVIII
De algunas fiestas que usaron los del Cuzco, y cómo el demonio quiso también
imitar el misterio de la Santísima Trinidad
Para concluir este libro, que es de lo que toca a la religión, resta decir
algo de las fiestas y solemnidades que usaban los indios, las cuales, porque
eran muchas y varias, no se podrán tratar todas. Los Ingas, señores del
Perú, tenían dos géneros de fiestas: unas eran ordinarias, que venían a
tiempos determinados por sus meses, y otras extraordinarias, que eran por
causas ocurrentes de importancia, como cuando se coronaba algún nuevo rey y
cuando se comenzaba alguna guerra de importancia y cuando había alguna muy
grande necesidad de temporales.
De las fiestas ordinarias se ha de entender que en cada uno de los doce
meses del año hacían fiesta y sacrificio diferente, porque, aunque cada mes
y fiesta de él se ofrecían cien carneros, pero las colores o facciones
habían de ser diferentes. En el primero, que llaman rayme, y es de
diciembre, hacían la primera fiesta y más principal de todas, y por eso la
llamaban Capacrayme, que es decir fiesta rica o principal. En esta fiesta se
ofrecían grande suma de carneros y corderos en sacrificio y se quemaban con
leña labrada y olorosa; y traían carneros, oro y plata, y se ponían las tres
estatuas del sol y las tres del trueno, padre, hijo y hermano, que decían
que tenía el sol y el trueno.
En estas fiestas se dedicaban los muchachos Ingas, y les ponían las guaras o
pañetes y les horadaban las orejas y les azotaban con hondas los viejos y
untaban con sangre el rostro, todo en señal que habían de ser caballeros
leales del Inga. Ningún extranjero podía estar este mes y fiesta en el
Cuzco, y al cabo de las fiestas entraban todos los de fuera y les daban
aquellos bollos de maíz con sangre del sacrificio, que comían en señal de
confederación con el Inga, como se dijo arriba. Y cierto es de notar que en
su modo el demonio haya también en la idolatría introducido trinidad, porque
las tres estatuas del sol se intitulaban Apointi, Churiinti y Inticuaoquí,
que quiere decir el padre y señor sol, el hijo sol, el hermano sol, y de la
misma manera nombraban las tres estatuas del Chuquiilla, que es el dios que
preside en la región del aire donde truena y llueve y nieva.
Acúerdome que, estando en Chuquisaca, me mostró un sacerdote honrado una
información, que yo la tuve harto tiempo en mi poder, en que había
averiguado de cierta guaca o adoratorio, donde los indios profesaban adorar
a Tangatanga, que era un ídolo, que decían que en uno eran tres, y en tres
uno; y admirándole aquel sacerdote de esto, creo, le dije, que el demonio
todo cuanto podía hurtar de la verdad para sus mentiras y engaños, lo hacía
con aquella infernal y porfiada soberbia con que siempre apetece ser como
Dios.
Volviendo a las fiestas, en el segundo mes, que se llama Camay, demás de los
sacrificios echaban las cenizas por un arroyo abajo, yendo con bordones tras
ellas cinco leguas por el arroyo, rogándole las llevase hasta la mar, porque
allí había de recibir el Viracocha aquel presente. En el tercero y cuarto y
quinto mes también ofrecían en cada uno de sus cien carneros negros y
pintados y pardos, con otras muchas cosas, que por no cansar se dejan. El
sexto mes se llama Hatuncuzqui Aymoray, que responde a mayo; también se
sacrificaban otros cien carneros de todos colores.
En esta luna y mes, que es cuando se trae el maíz de la era a casa, se hacía
la fiesta, que hoy día es muy usada entre los indios que llaman Aymoray;
esta fiesta se hace viniendo desde la chacra o heredad a su casa, diciendo
ciertos cantares, en que ruegan que dure mucho el maíz; la cual llaman
Mamacora, tomando de su chacra cierta parte de maíz más señalado en
cuantidad, y poniéndola en una troje pequeña, que llaman pirua, con ciertas
ceremonias, velando en tres noches, y este maíz meten en las mantas más
ricas que tienen y, después que está tapado y aderezado, adoran esta pirua y
la tienen en gran veneración y dicen que es madre del maíz de su chacra, y
que con esto se da y se conserva el maíz; y por este mes hacen un sacrificio
particular, y los hechiceros preguntan a la pirua si tiene fuerza para el
año que viene, y si responde que no, lo llevan a quemar a la misma chacra
con la solemnidad que cada uno puede, y hacen otra pirua con las mismas
ceremonias, diciendo que la renuevan para que no perezca la simiente del
maíz, y si responde que tiene fuerza para durar más, la dejan hasta otro
año; esta impertinencia dura hasta hoy día, y es muy común entre indios
tener estas piruas y hacer la fiesta del Aymoray.
El séptimo mes, que responde a junio, se llama Aucaycuzqui Intiraymi, y en
él se hacía la fiesta llamada Intiraymi, en que se sacrificaban cien
carneros guanacos, que decían que ésta era la fiesta del sol; en este mes se
hacían gran suma de estatuas de leña labrada de quinua, todas vestidas de
ropas ricas, y se hacía el baile, que llamaban Cayo, y en esta fiesta se
derramaban muchas flores por el camino y venían los indios muy embijados y
los señores con unas patenillas de oro puestas en las barbas, y cantando
todos. Hase de advertir que esta fiesta cae cuasi al mismo tiempo que los
cristianos hacemos la solemnidad del Corpus Christi, y que en algunas cosas
tiene alguna apariencia de semejanza, como en las danzas, o
representaciones, o cantares, y por esta causa ha habido, y hay hoy día
entre los indios, que parecen celebrar nuestra solemne fiesta de Corpus
Christi, mucha superstición de celebrar la suya antigua del Intiraymi.
El octavo mes se llama chachua Huarqui, en el cual se quemaban otros cien
carneros por el orden dicho, todos pardos, de color de vizcacha, y este mes
responde al nuestro de julio. El noveno mes se llamaba Yápaquis, en el cual
se quemaban otros cien carneros castaños y se degollaban y quemaban mil
cuyes, para que el hielo, el aire, el agua y el sol no dañasen a las
chácaras; este parece que responde a agosto. El décimo mes se llama
Coyaraymi, en el cual se quemaban otros cien carneros blancos lanudos; en
este mes, que responde a septiembre, se hacía la fiesta llamada Citua, en
esta forma: que se juntaban todos antes que saliese la luna el primer día,
y, viéndola, daban grandes voces con hachos de fuego en las manos, diciendo:
Vaya el mal fuera, dándose unos a otros con ellos; éstos se llamaban
panconcos, y aquesto hecho se hacía el lavatorio general en los arroyos y
fuentes, cada uno en su acequia o pertenencia, y bebían cuatro días arreo.
Este mes sacaban las mamaconas del sol gran cantidad de bollos hechos con
sangre de sacrificios, y a cada uno de los forasteros daban un bocado, y
también enviaban a las guacas forasteras de todo el reino y a diversos
curacas, en señal de confederación y lealtad al sol y al Inga, como está ya
dicho. Los lavatorios y borracheras y algún rastro de esta fiesta llamada
Citua aun duran todavía en algunas partes, con ceremonias algo diferenciadas
y con mucho secreto, aunque lo principal y público haya cesado. El undécimo
mes se llamaba Homaraimi Punchaiquís, en el cual sacrificaban otros cien
carneros; y si faltaba agua, para que lloviese ponían un carnero todo negro
atado en un llano, derramando mucha chicha al derredor, y no le daban de
comer hasta que lloviese; esto se usa también ahora en muchas partes por
este mismo tiempo, que es por octubre.
El último se llama Ayamara, en el cual se sacrificaban otros cien carneros y
se hacía la fiesta llamada Raymicantará Rayquis; en este mes, que responde a
noviembre, se aparejaba lo necesario para los muchachos que se habían de
hacer orejones el mes siguiente, y los muchachos con los viejos hacían
cierto alarde, dando algunas vueltas; y esta fiesta se llamaba Ituraymi, la
cual se hace de ordinario cuando llueve mucho o poco, o hay pestilencia.
Fiestas extraordinarias, aunque había muchas, la más famosa era la que
llamaban Itu. La fiesta del Itu no tenía tiempo señalado, más de que en
tiempo de necesidad se hacía. Para ella ayunaba toda la gente dos días, en
los cuales no llegaban a mujeres, ni comían cosa con sal, ni ají, ni bebían
chicha, y todos se juntaban en una plaza donde no hubiese forastero ni
animales, y para esta fiesta tenían ciertas mantas y vestidos y aderezos,
que sólo servían para ella, y andaban en procesión cubiertas las cabezas con
sus mantas, muy despacio, tocando sus atambores y sin hablar uno con otro.
Duraba esto un día y una noche, y el día siguiente comían y bebían, y
bailaban dos días con sus noches, diciendo que su oración había sido acepta;
y aunque no se haga hoy día con toda aquella ceremonia, pero es muy general
hacer otra fiesta muy semejante, que llaman Ayma, con vestiduras que tienen
depositadas para ello; y como está dicho, esta manera de procesión a vueltas
con atambores, y el ayuno que precede y borrachera que se sigue, usan por
urgentes necesidades.
Y aunque el sacrificar reses y otras cosas, que no pueden esconder de los
españoles, las han dejado, a lo menos en lo público; pero conservan todavía
muchas ceremonias que tienen origen de estas fiestas y superstición antigua.
Por eso es necesario advertir en ellas, especialmente, que esta fiesta del
Itu la hacen disimuladamente hoy día en las danzas del Corpus Christi,
haciendo las danzas del Llamallama y de Guacon y otras, conformes a su
ceremonia antigua, en lo cual se debe mirar mucho.
En donde ha sido necesario advertir de estas abusiones y supersticiones, que
tuvieron en el tiempo de su gentilidad los indios, para que no se consientan
por los curas y sacerdotes, allá se ha dado más larga relación de lo que
toca a esta materia; al presente hasta haber tocado el ejercicio en que el
demonio ocupaba a sus devotos, para que, a pesar suyo, se vea la diferencia
que hay de la luz a las tinieblas, y de la verdad cristiana a la mentira
gentílica, por más que haya con artificio procurado remedar las cosas de
Dios el enemigo de los hombres y de su Dios.
Capítulo XXIX
De la fiesta del jubileo que usaron los mejicanos
Los mejicanos no fueron menos curiosos en sus solemnidades y fiestas, las
cuales de hacienda eran más baratas; pero de sangre humana, sin comparación,
más costosas. De la fiesta principal de Vitzilipuztli ya queda arriba
referido. Tras ella la fiesta del ídolo Tezcatlipuca era muy solemnizada.
Venía esta fiesta por mayo y en su calendario tenía nombre Toxcoalt, pero la
misma cada cuatro años concurría con la fiesta de la penitencia, en que
había indulgencia plenaria y perdón de pecados. Sacrificaban este día un
cautivo, que tenía la semejanza del ídolo Tezcatlipuca, que era a los diez y
nueve de mayo.
En la víspera de esta fiesta venían los señores al templo y traían un
vestido nuevo, conforme al del ídolo, el cual le ponían los sacerdotes,
quitándole las otras ropas y guardándolas con tanta reverencia, como
nosotros tratamos los ornamentos, y aún más. Había en las arcas del ídolo
muchos aderezos y atavíos, joyas y otras preseas, y brazaletes de plumas
ricas, que no servían de nada sino de estarse allí, todo lo cual adoraban
como al mismo Dios. Demás del vestido con que le adoraban este día, le
ponían particulares insignias de plumas, brazaletes, quitasoles y otras
cosas. Compuesto de esta suerte, quitaban la cortina de la puerta, para que
fuesen vistos de todos, y, en abriendo, salía una dignidad de las de aquel
templo, vestido de la misma manera que el ídolo, con unas flores en la mano
y una flauta pequeña de barro, de un sonido muy agudo, y, vuelto a la parte
de oriente, la tocaba, y volviendo al occidente y al norte y sur, hacía lo
mismo. Y habiendo tañido hacia las cuatro partes del mundo, denotando que
los presentes y ausentes le oían, ponía el dedo en el suelo y, cogiendo
tierra con él, la metía en la boca y la comía en señal de adoración, y lo
mismo hacían todos los presentes, y llorando, postrábanse, invocando a la
escuridad de la noche y al viento, y rogándoles que no los desamparasen, ni
los olvidasen, o que les acabasen la vida y diesen fin a tantos trabajos
como en ella se padecían.
En tocando esta flautilla, los ladrones, fornicarios, homicidas, o cualquier
género de delincuentes sentían grandísimo temor y tristeza, y algunos se
cortaban de tal manera, que no podían disimular haber delinquido. Y así
todos aquellos no pedían otra cosa a su Dios sino que no fuesen sus delitos
manifiestos, derramando muchas lágrimas con grande compunción y
arrepentimiento, ofreciendo cuantidad de incienso para aplacar a Dios. Los
valientes y valerosos hombres, y todos los soldados viejos que seguían la
milicia, en oyendo la flautilla con muy grande agonía y devoción pedían al
Dios de lo criado, y al señor por quien vivimos, y al sol, con otros
principales dioses suyos, que les diesen victoria contra sus enemigos y
fuerzas para prender muchos cautivos, para honrar sus sacrificios.
Hacíase la ceremonia sobredicha diez días antes de la fiesta, en los cuales
tañía aquel sacerdote la flautilla, para que todos hiciesen aquella
adoración de comer tierra y pedir a los ídolos lo que querían, haciendo cada
día oración, alzados los ojos al cielo, con suspiros y gemidos, como gente
que se dolía sus culpas y pecados. Aunque este dolor de ellos no era sino
por temor de la pena corporal que les daban, y no por la eterna, porque
certifican que no sabían que en la otra vida hubiese pena tan estrecha, y
así se ofrecían a la muerte tan sin pena, entendiendo que todos descansaban
en ella. Llegado el propio día de la fiesta de este ídolo Tezcatlipuca,
juntábase toda la ciudad en el patio para celebrar asimismo la fiesta del
calendario, que ya dijimos se llamaba Toxcoatl, que quiere decir cosa seca,
la cual fiesta toda se endereza a pedir agua del cielo, al modo que nosotros
hacemos las rogaciones, y así tenían aquesta fiesta siempre por mayo, que es
el tiempo en que en aquella tierra hay más necesidad de agua. Comenzábase su
celebración a nueve de mayo y acabábase a diecinueve.
En la mañana del último día sacaban sus sacerdotes unas andas muy
aderezadas, con cortinas y cendales de diversas maneras. Tenían estas andas
tantos asideros cuantos eran los ministros que las habían de llevar, todos
los cuales salían embijados de negro, con unas cabelleras largas trenzadas
por la mitad de ellas, con unas cintas blancas, y con unas vestiduras de
librea del ídolo. Encima de aquellas andas ponían el personaje del ídolo
señalado para este oficio, que ellos llamaban semejanza del dios
Tezcatlipuca, y, tomándolo en los hombros, lo sacaban en público al pie de
las gradas. Salían luego los mozos y mozas recogidas de aquel templo con una
soga gruesa, torcida de sartales de maíz tostado, y rodeando todas las andas
con ella, ponían luego una sarta de lo mismo al cuello del ídolo, y en la
cabeza una guirnalda; llamábase la soga toxcatl, denotando la sequedad y
esterilidad del tiempo. Salían los mozos rodeados con unas cortinas de red y
con guirnaldas y sartales de maíz tostado; las mozas salían vestidas de
nuevos atavíos y aderezos con sartales de lo mismo a los cuellos, y en las
cabezas llevaban unas tiaras hechas de varillas todas cubiertas de aquel
maíz, emplumados los pies y los brazos, y las mejillas llenas de color.
Sacaban asimismo muchos sartales de este maíz tostado y poníanselos los
principales en las cabezas y cuellos, y en las manos unas flores.
Después de puesto el ídolo en sus andas, tenían por todo aquel lugar gran
cantidad de pencas de manguey, cuyas hojas son anchas y espinosas. Puestas
las andas en los hombros de los sobredichos, llevábanlas en procesión por
dentro del circuito del patio, llevando delante de sí dos sacerdotes con dos
braseros o incensarios incensando muy a menudo el ídolo, y cada vez que
echaban el incienso, alzaban el brazo, cuan alto podían, hacia el ídolo y
hacia el sol, diciéndoles subiesen sus oraciones al cielo, como subían aquel
humo a lo alto. Toda la demás gente que estaba en el patio, volviéndose en
rueda hacia la parte donde iba el ídolo llevaban todos en las manos unos
sogas de hilo de manguey nuevas de una braza con un ñudo al cabo, y con
aquéllas se disciplinaban dándose grandes golpes en las espaldas de la
manera que acá se disciplinan el Jueves Santo. Toda la cerca del patio y las
almenas estaban llenas de ramos y flores, tan bien adornadas y con tanta
frescura, que causaban gran contento.
Acabada esta procesión, tornaban a subir el ídolo a su lugar, a donde lo
ponían; salía luego gran cuantidad de gente con flores aderezadas de
diversas maneras y henchían el altar y la pieza y todo el patio de ellas,
que parecía aderezo de monumento. Estas rosas ponían por sus manos los
sacerdotes, administrándoselas los mancebos del templo desde acá fuera, y
quedábase aquel día descubierto y el aposento sin echar el velo. Esto hecho,
salían todos a ofrecer cortinas, cendales, joyas y piedras ricas, incienso,
maderos resinosos, mazorcas de maíz y codornices y, finalmente, todo lo que
en semejantes solemnidades acostumbraban ofrecer. En la ofrenda de las
codornices, que era de los pobres, usaban esta ceremonia, que las daban al
sacerdote y, tomándolas, les arrancaban las cabezas y echábalas luego al pie
del altar, adonde se desangrasen; y así hacían de todas las que ofrecían.
Otras comidas y frutas ofrecía cada uno según su posibilidad, las cuales
eran el pie de altar de los ministros del templo; y así ellos eran los que
las alzaban, y llevaban a los aposentos que allí tenían.
Hecha esta solemne ofrenda, íbase la gente a comer a sus lugares y casas,
quedando la fiesta así suspensa hasta haber comido. Y a este tiempo los
mozos y mozas del templo, con los atavíos referidos, se ocupaban en servir
al ídolo de todo lo que estaba dedicado a él para su comida, la cual
guisaban otras mujeres, que habían hecho voto de ocuparse aquel día en hacer
la comida del ídolo, sirviendo allí todo el día. Y así se venían todas las
que habían hecho voto, en amaneciendo, y ofrecíanse a los propósitos del
templo, para que les mandasen lo que habían de hacer, y hacíanlo con mucha
diligencia y cuidado. Sacaban después tantas diferencias e invenciones de
manjares, que era cosa de admiración. Hecha esta comida, y llegada la hora
de comer, salían todas aquellas doncellas del templo en procesión, cada una
con una cestica de pan en la una mano, y en la otra una escudilla de
aquellos guisados: traían delante de sí un viejo, que servía de maestresala,
con un hábito harto donoso.
Venía vestido con una sobrepelliz blanca, que llegaba a las pantorrillas,
sobre un jubón sin mangas a manera de sambenito, de cuero colorado; traía en
lugar de mangas una alas, y de ellas salían unas cintas anchas, de las
cuales pendía en medio de las espaldas una calabaza mediana, que por unos
agujerillos que tenía estaba toda llena de flores, y dentro de ella diversas
cosas de superstición. Iba este viejo así ataviado, delante de todo el
aparato, muy humilde, triste y cabizbajo, y en llegando al puesto, que era
al pie de las gradas, hacía una grande humillación, y haciéndose a un lado,
llegaban las mozas en las comidas e íbanla poniendo en hilera, llegando una
a una con mucha reverencia. En habiéndola puesto, tornaba el viejo a
guiarlas, y volvíanse a sus recogimientos. Acabadas ellas de entrar, salían
los mozos y ministros de aquel templo, y alzaban de allí aquella comida, y
metíanla en los aposentos de las dignidades y de los sacerdotes, los cuales
habían ayunado cinco días arreo, comiendo sola una vez al día, apartados de
sus mujeres, y no salían del templo aquellos cinco días, azotándose
reciamente con sogas, y comían de aquella comida divina (que así la
llamaban) todo cuanto podían, de la cual a ninguno era lícito comer sino a
ellos.
En acabando todo el pueblo de comer, tornaban a recogerse en el patio a
celebrar y ver el fin de la fiesta, donde sacaban un esclavo, que había
representado el ídolo un año, vestido y aderezado y honrado como el mismo
ídolo, y haciéndole todos reverencia le entregaban a los sacrificadores, que
al mismo tiempo salían, y tomándole de pies y manos, el papa le cortaba el
pecho, y le sacaba el corazón, alzándolo en la mano todo lo que podía, y
mostrándolo al sol, y al ídolo, como ya queda referido. Muerto éste, que
representaba al ídolo, llegábanse a un lugar consagrado y diputado para el
efecto, y salían los mozos y mozas con el aderezo sobredicho, donde
tañéndoles las dignidades del templo, bailaban y cantaban puestos en orden
junto al atambor; y todos los señores ataviados con las insignias que los
mozos traían, bailaban en cerco alrededor de ellos.
En este día no moría ordinariamente más que este sacrificado, porque
solamente de cuatro a cuatro años morían otros con él, y cuando éstos morían
era el año del jubileo e indulgencia plenaria. Hartos ya de tañer, comer y
beber, a puesta del sol íbanse aquellas mozas a sus retraimientos, y tomaban
unos grandes platos de barro, y llenos de pan amasado con miel, cubiertos
con unos fruteros labrados de calaveras y huesos de muertos cruzados,
llevaban colación al ídolo, y subían hasta el patio, que estaba antes de la
puerta del oratorio, y poniéndolo allí, yendo su maestresala delante, se
bajaban por el mismo orden que lo habían llevado. Salían luego todos los
mancebos puestos en orden, y con unas cañas en las manos arremetían a las
gradas del templo, procurando llegar más presto unos que otros a los platos
de la colación. Y las dignidades del templo tenían cuenta de mirar, al
primero, segundo, tercero y cuarto, que llegaban, no haciendo caso de los
demás, hasta que todos arrebataban aquella colación, la cual llevaban como
grandes reliquias.
Hecho esto, los cuatro que primero llegaron, tomaban en medio las dignidades
y ancianos del templo, y con mucha honra los metían en los aposentos,
premiándoles y dándoles muy buenos aderezos, y de allí adelante los
respetaban y honraban como a hombres señalados. Acabada la presa de la
colación, y celebrada con mucho regocijo y gritería, a todas aquellas mozas
que habían servido al ídolo y a los mozos, les daban licencia para que se
fuesen, y así se iban unas tras de otras. Al tiempo que ellas salían,
estaban los muchachos de los colegios y escuelas a la puerta del patio,
todos con pelotas de juncia, y de hierbas en las manos, y con ellas las
apedreaban, burlando y escarneciendo de ellas, como a gente que se iba del
servicio del ídolo. Iban con libertad de disponer de sí a su voluntad, y con
esto se daba fin a esta solemnidad.
Capítulo XXX
De la fiesta de los mercaderes que usaron los Cholutecas
Aunque se ha dicho harto del culto que los mejicanos daban a sus dioses;
pero porque el que se llamaba Quetzaalcoatl, y era dios de gente rica, tenía
particular veneración y solemnidad, se dirá aquí lo que de sus fiestas
refieren.
Solemnizábase la fiesta de este ídolo en esta forma: Cuarenta días antes
compraban los mercaderes un esclavo bien hecho, sin mácula ni señal alguna,
así de enfermedad como de herida o golpe; a éste le vestían con los atavíos
del mismo ídolo, para que le representase estos cuarenta días; y antes que
le vistiesen, le purificaban, lavándole dos veces en un lago, que llamaban
de los dioses; y después de purificado le vestían en la forma que el ídolo
estaba vestido. Estaba muy reverenciado en estos cuarenta días, por lo que
representaba; enjaulábanle de noche, como queda dicho, porque no se fuese, y
luego de mañana lo sacaban de la jaula y le ponían en lugar preeminente, y
allí le servían, dándole a comer preciosas viandas.
Después de haber comido, poníanle sartales de flores al cuello y muchos
ramilletes en las manos; traía su guardia muy cumplida, con otra mucha gente
que lo acompañaba, y salían con él por la ciudad, el cual iba cantando y
bailando por toda ella, para ser conocido por semejanza de su Dios; y en
comenzando a cantar, salían de sus casas las mujeres y niños a saludarle y
ofrecerle ofrenda como a Dios. Nueve días antes de la fiesta venían ante él
dos viejos muy venerables de las dignidades del templo; y humillándose ante
él, le decían con una voz muy humilde y baja: Señor, sabrás que de aquí a
nueve días se te acaba el trabajo de bailar y cantar, porque entonces has de
morir; y él había de responder que fuese mucho de norabuena.
Llamaban a esta ceremonia Neyólo Maxilt Iléztli, que quiere decir el
apercibimiento; y cuando le apercibían mirábanle con mucha atención, si se
entristecía o si bailaba con el contento que solía; y si no lo hacía con el
alegría que ellos deseaban, hacían una superstición asquerosa, y era que
iban luego y tomaban las navajas del sacrificio, y lavábanles la sangre
humana que estaba en ellas pegada de los sacrificios pasados, y con aquellas
lavazas hacíanle una bebida mezclada con otra de caco, y dábansela a beber,
porque decían que hacía tal operación en él, que quedaba sin alguna memoria
de lo que le habían dicho, y cuasi insensible, volviendo luego al ordinario
canto; y aun dicen que con este medio él mismo con mucha alegría se ofrecía
a morir, siendo enhechizado con aquel brebaje. La causa porque procuraban
quitar a éste la tristeza era porque lo tenían por muy mal agüero y
pronóstico de algún gran mal.
Llegado el día de la fiesta, a media noche, después de haberle hecho mucha
honra de música e incienso, tomábanle los sacrificadores, y sacrificaban al
modo arriba dicho, haciendo ofrenda de su corazón a la luna; y después
arrojándolo al ídolo, dejando caer el cuerpo por las gradas del templo
abajo, de donde lo alzaban los que le habían ofrecido, que eran los
mercaderes, cuya fiesta era ésta; y llevándolo a la casa del más principal,
lo hacían aderezar en diferentes manjares, para celebrar en amaneciendo el
banquete y comida de la fiesta, dando primero los buenos días al ídolo, con
un pequeño baile que hacían mientras amanecía, y se guisaba el sacrificio.
Juntábanse después todos los mercaderes a este banquete, especialmente los
que tenían trato de vender y comprar esclavos, a cuyo cargo era ofrecer cada
año un esclavo para la semejanza de su Dios.
Era este ídolo de los más principales de aquella tierra, como queda
referido; y así el templo en que estaba era de mucha autoridad, el cual
tenía sesenta gradas para subir a él, y en la cumbre de ellas se formaba un
patio de mediana anchura, muy curiosamente encalado; en medio de él había
una pieza grande y redonda a manera de horno, y la entrada, estrecha y baja,
que para entrar era menester inclinarse mucho. Tenía este templo los
aposentos que los demás, donde había recogimiento de sacerdotes, mozos y
mozas, y de muchachos, como queda dicho, a los cuales asistía sólo un
sacerdote, que continuamente residía allí, el cual era como semanero, porque
puesto caso que había de ordinario tres o cuatro curas o dignidades en
cualquiera templo, servía cada uno una semana sin salir de allí.
El oficio del semanero de este templo, después de la doctrina de los mozos,
era que todos los días, a la hora que se pone el sol, tañía un grande
atambor, haciendo señal con él, como nosotros usamos tañer a la oración. Era
tan grande este atambor, que su sonido ronco se oía por toda la ciudad; y en
oyéndolo, se ponían todos en tanto silencio, que parecía no haber hombre,
desbaratándose los mercados, y recogiéndose la gente, con que quedaba todo
en grande quietud y sosiego. Al alba, cuando ya amanecía, le tornaba a
tocar, con que se daba señal de que ya amanecía; y así los caminantes y
forasteros se aprestaban con aquella señal, para hacer sus viajes, estando
hasta entonces impedidos para poder salir de la ciudad.
Este templo tenía un patio mediano, donde el día de su fiesta se hacían
grandes bailes y regocijos, y muy graciosos entremeses, para lo cual había
en medio de este patio un pequeño teatro de a treinta pies en cuadro,
curiosamente encalado, el cual enramaban y aderezaban para aquel día, con
toda la policía posible, cercándolo todo de arcos hechos de diversidad de
flores y plumería, colgando a trechos muchos pájaros, conejos y otras cosas
apacibles, donde, después de haber comido, se juntaban toda la gente. Salían
los representantes, y hacían entremeses, haciéndose sordos, arromadizados,
cojos, ciegos y mancos, viniendo a pedir sanidad al ídolo; los sordos
respondiendo adefesios; y los arromadizados tosiendo; los cojos, cojeando,
decían sus miserias y quejas, con que hacían reír grandemente al pueblo.
Otros salían en nombre de las sabandijas: unos vestidos como escarabajos, y
otros como sapos, y otros como lagartijas, etc.; y encontrándose allí,
referían sus oficios; y volviendo cada uno por sí, tocaban algunas
flautillas, de que gustaban sumamente los oyentes, porque eran muy
ingeniosas; fingían asimismo muchas mariposas y pájaros de muy diversos
colores, sacando vestidos a los muchachos del templo en aquestas formas, los
cuales, subiéndose en una arboleda, que allí plantaban, los sacerdotes del
templo les tiraban con cebratanas, donde había en defensa de los unos y
ofensa de los otros, graciosos dichos, con que entretenían los
circunstantes; lo cual concluido, hacían un mitote o baile con todos estos
personajes, y se concluía la fiesta; y esto acostumbraban hacer en las más
principales fiestas.
Capítulo XXXI
Qué provecho se ha de sacar de la relación de las supersticiones de los
indios
Baste lo referido para entender el cuidado que los indios ponían en servir y
honrar a sus ídolos, y al demonio, que es lo mismo; porque contar por entero
lo que en esto hay es cosa infinita y de poco provecho; y aun de lo referido
podrá parecer a algunos que lo hay muy poco o ninguno, y que es como gastar
tiempo en leer las patrañas que fingen los libros de Caballería; pero éstos,
si lo consideran bien, hallarán ser muy diferente negocio, y que puede ser
útil para muchas cosas tener noticia de los ritos y ceremonias que usaron
los indios.
Primeramente, en las tierras donde ello se usó no sólo es útil, sino del
todo necesario, que los cristianos y maestros de la ley de Cristo sepan los
errores y supersticiones de los antiguos, para ver si clara o
disimuladamente las usan también agora los indios; y para este efecto
hombres graves y diligentes escribieron relaciones largas de lo que
averiguaron, y aun los Concilios Provinciales han mandado que se escriban y
estampen, como se hizo en Lima; y esto muy más cumplidamente de lo que aquí
va tratado. Así que en tierras de indios cualquier noticia que de aquesto se
da a los españoles es importante para el bien de los indios.
Para los mismos españoles allá y donde quiera puede servir esta narración,
de ser agradecidos a Dios, nuestro Señor, dándole infinitas gracias por tan
gran bien, como es habernos dado su santa ley, la cual toda es justa, toda
limpia, toda provechosa; lo cual se conoce bien, cotejándola con las leyes
de satanás, en que han vivido tantos desdichados. También puede servir para
conocer la soberbia e invidia y engaños y mañas del demonio con los que
tiene cautivos, pues por una parte quiere imitar a Dios y tener competencia
con él y con su santa ley; y por otra mezcla tantas vanidades y suciedades,
y aun crueldades, como quien tiene por oficio estragar todo lo bueno y
corrompello.
Finalmente, quien viere la ceguedad y tinieblas en que tantos tiempos han
vivido provincias y reinos grandes, y que todavía viven en semejantes
engaños muchas gentes, y grande parte del mundo, no podrá, si tiene pecho
cristiano, dejar de dar gracias al altísimo Dios por los que ha llamado de
tales tinieblas a la admirable lumbre de su evangelio, suplicando a la
inmensa caridad del Criador las conserve y acreciente en su conocimiento y
obediencia; y juntamente doliéndose de los que todavía siguen el camino de
su perdición, instar al Padre de misericordia que les descubra los tesoros y
riquezas de Jesucristo, el cual con el Padre y con el Espíritu Santo, reina
por todos los siglos. Amén.
Libro sexto
Capítulo I
Que es falsa la opinión de los que tienen a los indios por hombres faltos de
entendimiento
Habiendo tratado lo que toca a la religión que usaban los indios, pretendo
en este libro escribir de sus costumbres y policía y gobierno, para dos
fines: el uno, deshacer la falsa opinión que comúnmente se tiene de ellos,
como de gente bruta y bestial y sin entendimiento, o tan corto, que apenas
merece ese nombre; del cual engaño se sigue hacerles muchos y muy notables
agravios, sirviéndose de ellos poco menos que de animales y despreciando
cualquier género de respeto que se les tenga. Que es tan vulgar y tan
pernicioso engaño, como saben bien los que con algún celo y consideración
han andado entre ellos, y visto y sabido sus secretos y avisos, y juntamente
el poco caso que de todos ellos hacen los que piensan que saben mucho, que
son de ordinario los más necios y más confiados de sí.
Esta tan perjudicial opinión no veo medio con que pueda mejor deshacerse que
con dar a entender el orden y modo de proceder que éstos tenían cuando
vivían en su ley, en la cual, aunque tenían muchas cosas de bárbaros y sin
fundamento, pero había también otras muchas dignas de admiración, por las
cuales se deja bien comprehender que tienen natural capacidad para ser bien
enseñados, y aun en gran parte hacen ventaja a muchas de nuestras
repúblicas. Y no es de maravillar que se mezclasen yerros graves, pues en
los más estirados de los legisladores y filósofos se hallan, aunque entren
Licurgo y Platón en ellos. Y en las más sabias repúblicas, como fueron la
romana y la ateniense, vemos ignorancias dignas de risa, que cierto si las
repúblicas de los mejicanos y de los Ingas se refirieran en tiempos de
romanos o griegos, fueran sus leyes y gobierno estimado.
Mas como sin saber nada de esto entramos por la espalda sin oírles ni
entenderles, no nos parece que merecen reputación las cosas de los indios
sino como de caza habida en el monte y traída para nuestro servicio y
antojo. Los hombres más curiosos y sabios que han penetrado y alcanzado sus
secretos, su estilo y gobierno antiguo, muy de otra suerte lo juzgan,
maravillándose que hubiese tanto orden y razón entre ellos. De estos autores
es uno, Polo Ondegardo, a quien comúnmente sigo en las cosas del Perú; y en
las materias de Méjico, Juan de Tovar, prebendado que fué de la Iglesia de
Méjico y ahora es religioso de nuestra Compañía de Jesús, el cual, por orden
del virrey don Martín Enríquez, hizo diligente y copiosa averiguación de las
historias antiguas de aquella nación, sin otros autores graves, que por
escrito o de palabra me han bastantemente informado de todo lo que voy
refiriendo.
El otro fin que puede conseguirse con la noticia de las leyes y costumbres y
policía de los indios es ayudarlos y regirlos por ellas mismas, pues en lo
que no contradicen a la ley de Cristo y de su santa Iglesia, deben ser
gobernados conforme a sus fueros, que son como sus leyes municipales. Por
cuya ignorancia se han cometido yerros de no poca importancia, no sabiendo
los que juzgan, ni los que rigen, por dónde han de juzgar y regir sus
súbditos. Que demás de ser agravio y sinrazón que se les hace, es en gran
daño por tenernos aborrecidos como a hombres que en todo, así en lo bueno
como en lo malo, les somos y hemos siempre sido contrarios.
Capítulo II
Del modo de cómputo y calendario que usaban los mejicanos
Comenzando, pues, por el repartimiento de los tiempos y cómputo que los
indios usaban, que es una de las más notorias muestras de su ingenio y
habilidad, diré primero de qué manera contaban y repartían su año los
mejicanos, y de sus meses y calendario, y de su cuenta de siglos o edades.
El año dividían en dieciocho meses; a cada mes daban veinte días, con que se
hacen trescientos y sesenta días, y los otros cinco que restan para
cumplimiento del año entero, no los daban a mes ninguno, sino contábanlos
por sí y llamábanlos días valdíos, en los cuales no hacía la gente cosa
alguna, ni acudían al templo, sólo se ocupaban en visitarse unos a otros
perdiendo tiempo y los sacerdotes del templo cesaban de sacrificar. Los
cuales días cumplidos, tornaban a comenzar la cuenta de su año, cuyo primer
mes y principio era por marzo cuando comienza a reverdecer la hoja, aunque
tomaban tres días de febrero, porque su primer día del año era a veintiséis
de febrero, como constaba por el calendario suyo; en el cual está
incorporado el nuestro con notable cuenta y artificio, hecho por los indios
antiguos, que conocieron a los primeros españoles, el cual calendario yo vi
y aun le tengo en mi poder, que es digno de considerar para entender el
discurso y habilidad que tenían estos indios mejicanos.
Cada uno de los dieciocho meses que digo tiene su nombre especial y su
pintura y señal propia, y comúnmente se tomaba de la fiesta principal que en
aquel mes se hacía, o de la diferencia que el año va entonces causando. Y
para todas sus fiestas tenían ciertos días señalados en su calendario. Las
semanas contaba de trece en trece días y a cada día señalaban con un cero o
redondo pequeño, multiplicando los ceros hasta trece y luego volvían a
contar uno, dos, etc. Partían también los años de cuatro en cuatro signos,
atribuyendo a cada año un signo. Estas eran cuatro figuras: la una de casa,
la otra de conejo, la tercera de caña, la cuarta de pedernal, y así las
pintaban, y por ellas nombraban el año que corría, diciendo: A tantas casas,
o a tantos pedernales de tal rueda, sucedió tal y tal cosa.
Porque es de saber que su rueda, que es como siglo, contenía cuatro semanas
de años, siendo cada una de trece, de suerte que eran por todos cincuenta y
dos años. Pintaban en medio un sol, y luego salían de él en cruz cuatro
brazos o líneas hasta la circunferencia de la rueda, y daban vueltas, de
modo que se dividía en cuatro partes la circunferencia, y cada una de ellas
iba con su brazo de la misma color, que era cuatro diferentes, de verde, de
azul, de colorado, de amarillo, y cada parte de éstas tenía sus trece
apartamientos, con su signo de casa, o conejo, o caña, o pedernal,
significado en cada uno su año, y al lado pintaban lo sucedido en aquel año.
Y así vi yo en el calendario que he dicho señalado el año que entraron los
españoles en Méjico, con una pintura de un hombre vestido a nuestro tallo de
colorado, que tal fué el hábito del primer español que envío Hernando
Cortés.
Al cabo de los cincuenta y dos años que se cerraba la rueda, usaban una
ceremonia donosa, y era, que la última noche quebraban cuantas vasijas
tenían, y apagaban cuantas lumbres había, diciendo que en una de las ruedas
había de fenecer el mundo, y que por ventura sería aquella en que se
hallaban, y que, pues se había de acabar el mundo, no habían de guisar, ni
comer, que para qué eran vasijas, ni lumbre, y así se estaban toda la noche,
diciendo que quizá no amanecería más, velando con gran atención todos para
ver si amanecía. En viendo que venía el día, tocaban muchos atambores, y
bocinas, y flautas y otros instrumentos de regocijo y alegría; diciendo, que
ya Dios les alargaba otro siglo, que eran cincuenta y dos años, y comenzaban
otra rueda.
Sacaban, el día que amanecía para principio de otro siglo, lumbre nueva, y
compraban vasos de nuevo, ollas y todo lo necesario para guisar de comer, e
iban todos por lumbre nueva donde la sacaba el sumo sacerdote, precediendo
una solemnísima procesión en hacimiento de gracias, porque les había
amanecido, y prorrogádoles otro siglo. Este era su modo de contar años, y
meses, y semanas y siglos.
Capítulo III
Del modo de contar los años y meses que usaron los Ingas
En este cómputo de los mejicanos, aunque hay mucha cuenta e ingenio para
hombres sin letras; pero paréceme falta de consideración no tener cuenta con
las lunas, ni hacer distribución de meses conforme a ellas; en lo cual, sin
duda, les hicieron ventaja los del Perú, porque contaban cabalmente su año
de tantos días como nosotros, y partíanle en doce meses o lunas, consumiendo
los once días que sobran de luna, según escribe Polo, en los mismos meses.
Para tener cierta y cabal la cuenta del año, usaban esta habilidad, que en
los cerros que están alrededor de la ciudad del Cuzco (que era la corte de
los reyes Ingas, y juntamente el mayor santuario de sus reinos, y como si
dijésemos otra Roma) tenían puestos por su orden doce pilarejos, en tal
distancia y postura, que en cada mes señalaba cada uno, donde salía el sol,
y donde se ponía. Estos llamaban Succanga; y por allí anunciaban las
fiestas, y los tiempos de sembrar y coger, y lo demás. A estos pilares del
sol hacían ciertos sacrificios conforme a su superstición. Cada mes tenía su
nombre propio y distinto, y sus fiestas especiales. Comenzaban el año por
enero como nosotros; pero después un rey Inga, que llamaron Pachacúto, que
quiere decir reformador del tiempo, dió principio al año por diciembre,
mirando (a lo que se puede pensar) cuando el sol comienza a volver del
último punto de Capricornio, que es el trópico a ellos más propinco. Cuenta
cierta de bisiesto no se sabe que la tuviesen unos ni otros, aunque algunos
dicen que sí tenían.
Las semanas que contaban los mejicanos, no eran propiamente semanas, pues no
eran de siete días, ni los Ingas hicieron esta división; y no es maravilla,
pues la cuenta de la semana no es como la del año por curso del sol, ni como
la del mes por el curso de la luna, sino en los hebreos por el orden de la
creación del mundo, que refiere Moysén,235 y en los griegos y latinos por el
número de los siete planetas, de cuyos nombres se nombran también los días
de la semana; pero para hombres sin libros ni letras, harto es, y aun
demasiado, que tuviesen el año, las fiestas y tiempos con tanto concierto y
orden, como está dicho.
Capítulo IV
Que ninguna nación de indios se ha descubierto que use de letras
Las letras se inventaron para referir y significar inmediatamente las
palabras que pronunciamos, así como las mismas palabras y vocablos, según el
filósofo,236 son señales inmediatamente de los conceptos y pensamientos de
los hombres; y lo uno y lo otro (digo las letras y las voces) se ordenaron
para dar a entender las cosas; las voces a los presentes: las letras a los
ausentes y futuros. Las señales que no se ordenan de próximo a significar
palabras, sino cosas, no se llaman, ni son en realidad de verdad letras,
aunque estén escritas; así como una imagen del sol pintada no se puede decir
que es escritura o letras del sol, sino pintura.
Ni más ni menos otras señales que no tienen semejanza con la cosa, sino
solamente sirven para memoria, porque el que las inventó, no las ordenó para
significar palabras, sino para denotar aquella cosa: estas señales no se
dicen, ni son propiamente letras ni escritura, sino cifras o memoriales,
como las que usan los esferistas o astrólogos, para denotar diversos signos
o planetas de Marte, de Venus, de Júpiter, etc., son cifra, y no letras,
porque por cualquier nombre que se llame Marte, igualmente lo denota al
italiano y al francés y al español; lo cual no hacen las letras, que aunque
denoten las cosas, es mediante las palabras, y así no las entienden, sino
los que saben aquella lengua, verbi gratia: está escrita esta palabra sol,
no percibe el griego ni el hebreo qué significa, porque ignora el mismo
vocablo latino. De manera, que escritura y letras solamente las usan los que
con ellas significan vocablos; y si inmediatamente significan las mismas
cosas, no son ya letras, ni escrituras, sino pintura y cifras.
De aquí se sacan dos cosas bien notables, la una es, que la memoria de
historias y antigüedad puede permanecer en los hombres por una de tres
maneras; o por letras y escritura, como lo usan los latinos, y griegos y
hebreos, y otras muchas naciones; o por pintura, como cuasi en todo el mundo
se ha usado, pues como se dice en el Concilio Niceno segundo, la pintura es
libro para los idiotas que no saben leer; o por cifras o caracteres, como el
guarismo significa los números de ciento, de mil, y los demás, sin
significar esta palabra ciento, ni la otra mil. El otro notable que se
infiere es el que en este capítulo se ha propuesto; es a saber: que ninguna
nación de indios, que se ha descubierto en nuestros tiempos, usa de letras,
ni escritura, sino de las otras dos maneras, que son imágenes o figuras; y
entiendo esto, no sólo de los indios del Perú y de los de Nueva España,
sino, en parte también, de los japones y chinas. Y aunque parecerá a algunos
muy falso lo que digo, por haber tanta relación de las grandes librerías y
estudios de la China y del Japón, y de sus chapas, y provisiones y cartas;
pero es muy llana verdad, como se entenderá en el discurso siguiente.
Capítulo V
Del género de letras y libros que usan los chinos
Las escrituras que usan los chinos, piensan muchos, y aún es común opinión,
que son letras como las que usamos en Europa, quiero decir, que con ellas se
puedan escribir palabras o razones, y que sólo difieren de nuestras letras y
escritura en ser sus caracteres de otra forma, como difieren los griegos de
los latinos, y los hebreos y caldeos. Y por la mayor parte no es así, porque
ni tienen alfabeto, ni escriben letras, ni es la diferencia de caracteres,
sino en que principalmente su escribir es pintar o cifrar, y, sus letras no
significan partes de dicciones como las nuestras, sino son figuras de cosas,
como de sol, de fuego, de hombre, de mar, y así de lo demás.
Pruébase esto evidentemente, porque siendo las lenguas que hablan los
chinos, innumerables, y muy diferentes entre sí, sus escrituras y chapas
igualmente se leen y entienden en todas lenguas, como nuestros números de
guarismo igualmente se entienden en francés y español, y en arábigo; porque
esta figura 8, donde quiera dice ocho, aunque ese número el francés le llama
de una suerte, y el español de otra. De aquí es, que como las cosas son en
sí innumerables, las letras o figuras que usan los chinos, para denotarlas,
son cuasi infinitas, porque el que ha de leer o escribir en la China, como
los mandarines hacen, ha de saber, por lo menos, ochenta y cinco mil figuras
o letras; y los que han de ser perfectos en esta lectura, ciento y veinte y
tantas mil. Cosa prodigiosa, y que no fuera creíble, si no lo dijeran
personas tan dignas de fe, como lo son padres de nuestra Compañía, que están
allá actualmente aprendiendo su lengua y escritura; y ha más de diez años
que de noche y de día estudian en esto con inmortal trabajo, que todo lo
vence la caridad de Cristo y deseo de la salvación de las almas.
Esta misma es la causa porque en la China son tan estimados los letrados,
como de cosa tan difícil; y solos ellos tienen oficios de mandarines, y
gobernadores, y jueces, y capitanes; y así es grande el cuidado de los
padres en que sus hijos aprendan a leer y escribir. Las escuelas donde esto
aprenden los niños o mozos, son muchas y ciertas y el maestro de día en
ellas, y sus padres de noche en casa, les hacen estudiar tanto, que traen
los ojos gastados, y les azotan muy a menudo con cañas, aunque no de
aquellas rigurosas con que azotan los malhechores. Esta llaman la lengua
mandarina, que ha menester la edad de un hombre para aprenderse; y es de
advertir, que aunque la lengua en que hablan los mandarines, es una, y
diferente de las vulgares, que son muchas, y allá se estudia como acá la
latina o griega, y sólo la saben los letrados que están por toda la China;
pero lo que se escribe en ella, en todas las lenguas se entiende, porque
aunque las provincias no se entienden de palabra unas a otras, mas por
escrito sí, porque las letras o figuras son unas mismas para todos, y
significan lo mismo; mas no tienen el mismo nombre, ni prolación, porque,
como he dicho, son para denotar cosas, y no palabras, así como en el ejemplo
de los números de guarismo que puse, se puede fácilmente entender.
De aquí también procede, que siendo los japones y chinas naciones y lenguas
tan diferentes, leen y entienden los unos las escrituras de los otros; y si
hablasen lo que leen o escriben, poco ni mucho no se entenderían. Estas,
pues, son las letras y libros que usan los chinos tan afamados en el mundo;
y sus impresiones son grabando una tabla de las figuras que quieren
imprimir, y estampando tantos pliegos como quieren, en la misma forma que
acá estampamos imágenes, grabando el cobre o madera. Mas preguntará
cualquier hombre inteligente, cómo pueden significar sus conceptos por unas
mismas figuras, porque no se puede con una misma figura significar la
diversidad que cerca de la cosa se concibe, como es decir, que el sol
calienta, o que miró al sol, o que el día es del sol: finalmente, los casos,
conjunciones, artículos que tienen muchas lenguas y escrituras ¿cómo es
posible denotarlos por unas mismas figuras? a esto se responde, que con
diversos puntos, rasgos y postura hacen toda esa variedad de significación.
Más dificultad tiene entender, cómo pueden escribir en su lengua nombres
propios, especialmente de extranjeros, pues son cosas que nunca vieron, ni
pudieron inventar figura para ellos; yo quise hacer experiencia de esto
hallándome en Méjico con unos chinos, y pedí que escribiesen en su lengua
esta proposición: Josef de Acosta ha venido del Perú, u otra semejante; y el
china estuvo gran rato pensando, y al cabo escribió, y después él y otro
leyeron en efecto la misma razón, aunque en el nombre propio algún tanto
variaban. Porque usan de este artificio, tomando el nombre propio, y buscan
alguna cosa en su lengua con que tenga semejanza aquel nombre, y ponen la
figura de aquella cosa; y como es difícil en tantos nombres hallar semejanza
de cosas, y sonido de su lengua, así les es muy trabajoso escribir los tales
nombres. Tanto, que nos decía el padre Alonso Sánchez, que el tiempo que
anduvo en la China, trayéndole en tantos tribunales, de mandarín en mandarín
para escribirle su nombre en aquellas chapas, que ellos usan, estaban gran
rato, y al cabo salían con nombralle a su modo, en un modo ridículo que
apenas acertaban con él.
Este es el modo de letras y escritura que usan los chinos. El de los japones
es muy semejante a éste, aunque de los señores japones que estuvieron en
Europa afirman que escribían fácilmente en su lengua cualquiera cosa, aunque
fuesen de nombres propios de acá, y me mostraron algunas escrituras suyas,
por donde parece que deben de tener algún género de letras, aunque lo más de
su escritura debe de ser por caracteres y figuras, como está dicho de los
chinos.
Capítulo VI
De las universidades y estudios de la China
De escuelas mayores y universidades de filosofía y otras ciencias naturales,
los padres de la Compañía que han estado allá, dicen, que no las vieron, ni
pueden creer que las haya, y que todo su estudio es de la lengua mandarín,
que es dificilísima y amplísima, como está referido. Lo que también estudian
son cosas que hay en esta lengua, que son historias, sectas, leyes civiles y
moralidad de proverbios y fábulas y otras muchas composiciones, y los grados
que hay son en estos estudios de sus lenguas y leyes.
De las ciencias divinas ningún rastro tienen; de las naturales, no más que
algún rastro, con muy poco, o ningún método, ni arte, sino proposiciones
sueltas, según es mayor o menor el ingenio o estudio de cada uno; en las
matemáticas por experiencia de los movimientos de las estrellas, y en la
medicina por conocimiento de yerbas, de que usan mucho, y hay muchos que
curan. Escriben con pinceles: tienen muchos libros de mano, y muchos
impresos, todos mal aliñados. Son grandes representantes, y hácenlo con
grande aparato de tablado, vestidos, campanas y atambores, y voces a sus
tiempos. Refieren padres haber visto comedia de diez o doce días con sus
noches, sin faltar gente en el tablado, ni quien mire: van saliendo
personajes y escenas diferentes, y mientras unos representan, otros duermen
o comen. Tratan en estas comedias cosas morales, y de buen ejemplo; pero
envueltas en otras notables de gentilidad.
Esto es en suma lo que los nuestros refieren de las letras y ejercicios de
ellas en la China, que no se puede negar sea de mucho ingenio y habilidad.
Pero todo ello es de muy poca substancia, porque, en efecto, toda la ciencia
de los chinos viene a parar en saber escribir y leer no más, porque ciencias
más altas no las alcanzan; y el mismo escribir y leer no es verdadero
escribir y leer, pues no son letras las suyas, que sirvan para palabras,
sino figurillas de innumerables cosas, que con infinito trabajo y tiempo
prolijo se alcanzan; y al cabo de toda su ciencia, sabe más un indio del
Perú o de Méjico, que ha aprendido a leer y escribir, que el más sabio
mandarín de ellos, pues el indio con veinticuatro letras que sabe escribir y
juntar, escribirá y leerá todos cuantos vocablos hay en el mundo, y el
mandarín con sus cien mil letras, estará muy dudoso para escribir cualquier
nombre propio de Martín o Alonso, y mucho menos podrá escribir los nombres
de cosas que no conoce, porque en resolución el escribir de la China es un
género de pintar o cifrar.
Capítulo VII
Del modo de letras y escritura que usaron los mejicanos
Hállase en las naciones de la Nueva España gran noticia y memoria de sus
antiguallas. Y queriendo yo averiguar en qué manera podían los indios
conservar sus historias y tantas particularidades, entendí, que aunque no
tenían tanta curiosidad y delicadeza como los chinos y japones, todavía no
les faltaba algún género de letras y libros, con que a su modo conservaban
las cosas de sus mayores.
En la provincia de Yucatán, donde es el obispado que llaman de Honduras,
había unos libros de hojas a su modo encuadernados o plegados, en que tenían
los indios sabios la distribución de sus tiempos, y conocimiento de planetas
y animales, y otras cosas naturales, y sus antiguallas; cosa de grande
curiosidad y diligencia. Parecióle a un doctrinero que todo aquello debía de
ser hechizos y arte mágica, y porfió que se habían de quemar, y quemáronse
aquellos libros, lo cual sintieron después no sólo los indios, sino
españoles curiosos que deseaban saber secretos de aquella tierra.
Lo mismo ha acaecido en otras cosas, que pensando los nuestros que todo es
superstición, ha perdido muchas memorias de cosas antiguas y ocultas, que
pudieran no poco aprovechar. Esto sucede de un celo necio, que sin saber, ni
aun querer saber las cosas de los indios, a carga cerrada dicen, que todas
son hechicerías, y que estos son todos unos borrachos, que ¿qué pueden
saber, ni entender? Los que han querido con buen modo informarse de ellos,
han hallado muchas cosas dignas de consideración.
Uno de los de nuestra Compañía de Jesús, hombre muy plático y diestro, juntó
en la provincia de Méjico a los ancianos de Tuscuco y de Tula y de Méjico, y
confirió mucho con ellos, y le mostraron sus librerías y sus historias y
calendarios; cosa mucho de ver. Porque tenían sus figuras y jeroglíficas con
que pintaban las cosas de esta forma, que las cosas que tenían figuras las
ponían con sus propias imágenes, y para las cosas que no había imagen propia
tenían otros caracteres significativos de aquello, y con este modo figuraban
cuanto querían y para memoria del tiempo en que acaecía cada cosa tenían
aquellas ruedas pintadas, que cada una de ellas tenía un siglo, que eran
cincuenta y dos años, como se dijo arriba; y al lado de estas ruedas,
conforme al año en que sucedían cosas memorables, las iban pintando con las
figuras y caracteres que he dicho, como con poner un hombre pintado con un
sombrero y sayo colorado en el signo de caña, que corría entonces, señalaron
el año que entraron los españoles en su tierra, y así de los demás sucesos;
pero porque sus figuras y caracteres no eran tan suficientes como nuestra
escritura y letras, por eso no podían concordar tan puntualmente en las
palabras, sino solamente en lo sustancial de los conceptos.
Mas porque también usan referir de coro, arengas y parlamentos que hacían
los oradores y retóricos antiguos, y muchos cantares que componían sus
poetas, lo cual era imposible aprenderse por aquellas hieroglíficas y
caracteres: es de saber que tenían los mejicanos grande curiosidad en que
los muchachos tomasen de memoria los dichos parlamentos y composiciones, y
para esto tenían escuelas y como colegios o seminarios, adonde los ancianos
enseñaban a los mozos estas y otras muchas cosas, que por tradición se
conservan tan enteras, como si hubiera escritura de ellas. Especialmente las
naciones famosas hacían a los muchachos que se imponían para ser retóricos,
y usar oficio de oradores, que las tomasen palabra por palabra; y muchas de
éstas, cuando vinieron los españoles, y les enseñaron a escribir y leer
nuestra lengua, los mismos indios las escribieron, como lo testifican
hombres graves, que las leyeron. Y esto se dice porque quien en la historia
mejicana leyere semejantes razonamientos largos y elegantes, creerá
fácilmente que son inventados de los españoles, y no realmente referidos de
los indios; mas entendida la verdad, no dejará de dar el crédito que es
razón a sus historias.
También escribieron a su modo por imágenes y caracteres los mismos
razonamientos; e yo he visto, para satisfacerme en esta parte, las oraciones
del Pater noster y Ave María y símbolo y la confesión general en el modo
dicho de indios, y cierto se admirará cualquiera que lo viere, porque para
significar aquella palabra: yo pecador me confieso, pintan un indio hincado
de rodillas a los pies de un religioso, como que se confiesa; y luego para
aquélla: a Dios todopoderoso, pintan tres caras con sus coronas al modo de
la Trinidad; y a la gloriosa Virgen María, pintan un rostro de nuestra
Señora, y medio cuerpo de un niño; y a San Pedro y a San Pablo, dos cabezas
con coronas, y unas llaves, y una espada, y a este modo va toda la confesión
escrita por imágenes; y donde faltan imágenes ponen caracteres, como: en que
pequé, etc. De donde se podrá colegir la viveza de los ingenios de estos
indios, pues este modo de escribir nuestras oraciones y cosas de la fe, ni
se lo enseñaron los españoles, ni ellos pudieran salir con él, si no
hicieran muy particular concepto de lo que les enseñaban.
Por la misma forma de pinturas y caracteres vi en el Perú escrita la
confesión que de todos sus pecados un indio traía para confesarse, pintando
cada uno de los diez mandamientos por cierto modo; y luego allí haciendo
ciertas señales como cifras, que eran los pecados que había hecho contra
aquel mandamiento. No tengo duda, que si muchos de los muy estirados
españoles les dieran a cargo de hacer memoria de cosas semejantes, por vía
de imágenes y señales, que en un año no acertara, ni aun quizá en diez.
Capítulo VIII
De los memoriales y cuentas que usaron los indios del Perú
Los indios del Perú, antes de venir españoles, ningún género de escritura
tuvieron, ni por letras, ni por caracteres o cifras, o figurillas, como los
de la China y los de Méjico; mas no por eso conservaron menos la memoria de
sus antiguallas, ni tuvieron menos su cuenta para todos los negocios de paz,
y guerra y gobierno, porque en la tradición de unos a otros fueron muy
diligentes, y como cosa sagrada recibían y guardaban los mozos lo que sus
mayores les referían, y con el mismo cuidado lo enseñaban a sus sucesores.
Fuera de esta diligencia, suplían la falta de escritura y letras, parte con
pinturas, como los de Méjico, aunque las del Perú eran muy groseras y
toscas; parte, y lo más, con quipos. Son quipos unos memoriales o registros
hechos de ramales, en que diversos ñudos y diversas colores significan
diversas cosas. Es increíble lo que en este modo alcanzaron, porque cuanto
los libros pueden decir de historias, y leyes, y ceremonias y cuentas de
negocios, todo eso suplen los quipos tan puntualmente, que admiran. Había
para tener estos quipos o memoriales oficiales diputados, que se llaman hoy
día Quipocamayo, los cuales eran obligados a dar cuenta de cada cosa, como
los escribanos públicos acá, y así se les había de dar entero crédito;
porque para diversos géneros, como de guerra, de gobierno, de tributos, de
ceremonias, de tierras, había diversos quipos o ramales; y en cada manojo de
estos ñudos y ñudicos y hilillos atados, unos colorados, otros verdes, otros
azules, otros blancos, y finalmente tantas diferencias, que así como
nosotros de veinte y cuatro letras, guisándolas en diferentes maneras,
sacamos tanta infinidad de vocablos, así éstos de sus ñudos y colores
sacaban innumerables significaciones de cosas.
Estos de manera, que hoy día acaece en el Perú a cabo de dos y tres años,
cuando van a tomar residencia a un corregidor, salir los indios con sus
cuentas menudas y averiguadas, pidiendo, que en tal pueblo, le dieron seis
huevos, y no los pagó, y en tal casa una gallina, y acullá dos haces de
yerba para sus caballos, y no pagó sino tantos tomines y queda debiendo
tantos; y para todo esto hecha la averiguación allí al pie de la obra con
cuantidad de ñudos y manojos de cuerdas, que dan por testigos y escritura
cierta. Yo vi un manojo de estos hilos, en que una india traía escrita una
confesión general de toda su vida, y por ellos se confesaba, como yo lo
hiciera por papel escrito; y aun pregunté de algunos hilillos que me
parecieron algo diferentes, y eran ciertas circunstancias que requería el
pecado para confesarle enteramente.
Fuera de estos quipos de hilo tienen otros de pedrezuelas, por donde
puntualmente aprenden las palabras que quieren tomar de memoria, y es cosa
de ver a viejos ya caducos con una rueda hecha de pedrezuelas aprender el
Padrenuestro, y con otra el Avemaría, y con otra el Credo, y saber cuál
piedra es: que fué concebido de Espíritu Santo, y cuál; que padeció debajo
del poder de Poncio Pilato, y no hay más que verlos enmendar cuando yerran,
y toda la enmienda consiste en mirar sus pedrezuelas, que a mí, para hacerme
olvidar cuanto sé de coro, me bastará una rueda de aquellas.
De éstas suele haber no pocas en los cimenterios de las iglesias, para este
efecto; pues verles otra suerte de quipos, que usan de granos de maíz, es
cosa que encanta; porque una cuenta muy embarazosa, en que tendrá un muy
buen contador que hacer por pluma y tinta, para ver a como les cabe entre
tantos, tanto de contribución, sacando tanto de acullá y añadiendo tanto de
acá, con otras cien retartalillas, tomarán estos indios sus granos y pondrán
uno aquí, tres acullá, ocho no sé dónde; pasarán un grano de aquí, trocarán
tres de acullá, y, en efecto, ellos salen con su cuenta hecha
puntualísimamente sin errar un tilde, y mucho mejor se saben ellos poner en
cuenta y razón de lo que cabe a cada uno de pagar o dar, que sabremos
nosotros dárselo por pluma y tinta averiguado. Si esto no es ingenio y si
estos hombres son bestias, júzguelo quien quisiere, que lo que yo juzgo de
cierto es que, en aquello que se aplican, nos hacen grandes ventajas.
Capítulo IX
Del orden que guardan en sus escrituras los indios
Bien es añadir a lo que hemos notado de escrituras de indios, que su modo no
era escribir reglón seguido, sino de alto abajo, o a la redonda. Los latinos
y griegos escribieron de la parte izquierda a la derecha, que es el común y
vulgar modo que usamos. Los hebreos, al contrario, de la derecha comienzan
hacia la izquierda, y así sus libros tienen el principio donde los nuestros
acaban. Los chinos no escriben ni como los griegos ni como los hebreos, sino
de alto abajo; porque, como no son letras, sino dicciones enteras, que cada
una figura o carácter significa una cosa, no tienen necesidad de trabar unas
partes con otras, y así pueden escribir de arriba abajo.
Los de Méjico, por la misma razón no escribían en renglón de un lado a otro,
sino al revés de los chinos, comenzando de abajo, iban subiendo, y de esta
suerte iban en la cuenta de los días y de lo demás que notaban, aunque
cuando escribían en sus ruedas o signos comenzaban de en medio, donde
pintaban al sol, y de allí iban subiendo por sus años hasta la vuelta de la
rueda. Finalmente, todas cuatro diferencias se hallan en escrituras: unos
escriben de la derecha a la izquierda; otros, de la izquierda a la derecha;
otros, de arriba abajo; otros, de abajo arriba, que tal es la diversidad de
los ingenios de los hombres.
Capítulo X
Cómo enviaban los indios sus mensajeros
Por acabar lo que toca a esto de escribir, podrá con razón dudar alguno cómo
tenían noticia de todos sus reinos, que eran tan grandes, los reyes de
Méjico y del Perú; o qué modo de despacho daban a negocios que ocurrían a su
corte, pues no tenían letras, ni escribían cartas; a esta duda se satisface
con saber que de palabra y por pintura o memoriales se les daba muy a menudo
razón de todo cuanto se ofrecía.
Para este efecto había hombres de grandísima ligereza, que servían de
correos, que iban y venían, y desde muchachos los criaban en ejercicio de
correr y procuraban fuesen muy alentados, de suerte que pudiesen subir una
cuesta muy grande corriendo sin cansarse; y así, daban premio en Méjico a
los tres o cuatro primeros que subían aquella larga escalera del templo,
como se ha dicho en el libro precedente; y en el Cuzco los muchachos
orejones, en la solemne fiesta del Capacrayme, subían a porfía el cerro de
Yanacauri; y generalmente ha sido y es entre indios muy usado ejercitarse en
correr.
Cuando era caso de importancia llevaban a los señores de Méjico pintado el
negocio de que les querían informar, como lo hicieron cuando aparecieron los
primeros navíos de españoles y cuando fueron a tomar a Toponchan. En el Perú
hubo una curiosidad en los correos extraña, porque tenía el Inga en todo su
reino puestas postas o correos, que llaman allá chasquis, de los cuales se
dirá en su lugar.
Capítulo XI
Del gobierno y reyes que tuvieron
Cosa es averiguada que en lo que muestran más los bárbaros su barbarismo es
en el gobierno y modo de mandar, porque cuanto los hombres son más llegados
a razón, tanto es más humano y menos soberbio el gobierno, y los que son
reyes y señores se allanan y acomodan más a sus vasallos, conociéndolos por
iguales en naturaleza, e inferiores en tener menor obligación de mirar por
el bien público; mas entre los bárbaros todo es al revés, porque es tiránico
su gobierno, y tratan a sus súbditos como a bestias y quieren ser ellos
tratados como dioses. Por esto muchas naciones y gentes de indios no sufren
reyes ni señores absolutos, sino viven en behetría, y solamente para ciertas
cosas, mayormente de guerra, crían capitanes y príncipes, a los cuales
durante aquel ministerio obedecen, y después se vuelven a sus primeros
oficios.
De esta suerte se gobierna la mayor parte de este nuevo orbe, donde no hay
reinos fundados, ni repúblicas establecidas, ni príncipes o reyes perpetuos
y conocidos, aunque hay algunos señores y principales que son como
caballeros aventajados al vulgo de los demás. De esta suerte pasa en toda la
tierra de Chile, donde tantos años se han sustentado contra españoles los
araucanos y los de Tucapel y otros. Así fué todo lo del nuevo reino de
Granada y lo de Guatimala, y las islas y toda la Florida y el Brasil y Luzón
y otras tierras grandísimas, excepto que en muchas de ellas es aún mayor el
barbarismo, porque apenas conocen cabeza, sino todos de común mandan y
gobiernan, donde todo es antojo y violencia y sinrazón y desorden, y el que
más puede, ése prevalece y manda.
En la India oriental hay reinos amplios y muy fundados, como el de Siam, el
de Bisnaga y otros, que juntan ciento y doscientos mil hombres en campo
cuando quieren; y, sobre todo, es la grandeza y poder del reino de la China,
cuyos reyes, según ellos refieren, han durado más de dos mil años, por el
gran gobierno que tienen. En la India occidental solamente se han
descubierto dos reinos o imperios fundados, que es el de los mejicanos en la
Nueva España y el de los Ingas en el Perú; y no sabría yo decir fácilmente
cuál de éstos haya sido más poderoso reino, porque en edificios y grandeza
de corte, excedía el Motezuma a los del Perú: en tesoros, riqueza y grandeza
de provincias excedían los Ingas a los de Méjico: en antigüedad era más
antiguo el reino de los Ingas, aunque no mucho; en hechos de armas y
victorias paréceme haber sido iguales.
Una cosa es cierta, que en buen orden y policía hicieron estos dos reinos
gran ventaja a todos los demás señoríos de indios que se han descubierto en
aquel nuevo mundo, como en poder y riqueza, y mucho más en superstición y
culto de sus ídolos la hicieron, siendo muy semejantes en muchas cosas; en
una eran bien diferentes, que en los mejicanos la sucesión del reino era por
elección, como el Imperio Romano, y en los del Perú era por herencia y
sangre, como en los reinos de España y Francia. De estos dos gobiernos (como
de lo más principal y más conocido de los indios) se tratará lo que
pareciere hacer al propósito, dejando muchas menudencias y prolijidades, que
no importan.
Capítulo XII
Del gobierno de los reyes Ingas del Perú
Muerto el Inga que reinaba en el Perú, sucedía su hijo legítimo, y tenían
por tal el que había nacido de la mujer principal del Inga, a la cual
llamaban Coya, y ésta, desde uno que se llamó Inga Yupangui, era hermana
suya, porque los reyes tenían por punto casarse con sus hermanas, y aunque
tenían otras mujeres o mancebas, la sucesión en el reino era del hijo de la
Coya. Verdad es que, cuando el rey tenía hermano legítimo, antes de suceder
el hijo sucedía el hermano, y tras éste, el sobrino de éste e hijo del
primero; y la misma orden de sucesión guardaban los curacas y señores en las
haciendas y cargos.
Hacíanse con el difunto infinitas ceremonias y exequias a su modo excesivas.
Guardaban una grandeza, que lo es grande, y es que ningún rey que entraba a
reinar de nuevo, heredaba cosa alguna de la vajilla y tesoros y haciendas
del antecesor, sino que había de poner casa de nuevo y juntar plata y oro y
todo lo demás de por sí, sin llegar a lo del difunto, lo cual todo se
dedicaba para su adoratorio o guaca y para gastos y renta de la familia que
dejaba, la cual con su sucesión toda se ocupaba perpetuamente en los
sacrificios, ceremonias y culto del rey muerto, porque luego lo tenían por
Dios, y había sus sacrificios y estatuas y lo demás. Por este orden era
inmenso el tesoro que en el Perú había, procurando cada uno de los Ingas
aventajar su casa y tesoro al de sus antecesores.
La insignia con que tomaba la posesión del reino era una borla colorada de
lana finísima, más que de seda, la cual le colgaba en medio de la frente, y
sólo el Inga la podía traer, porque era como la corona o diadema real. Al
lado, colgada hacia la oreja, sí podían traer borla, y la traían otros
señores; pero en medio de la frente, sólo el Inga, como está dicho. En
tomando la borla, luego se hacían fiestas muy solemnes y gran multitud de
sacrificios, con gran cuantidad de vasos de oro y plata y muchas ovejuelas
pequeñas hechas de lo mismo y gran suma de ropa de cumbí muy bien obrada,
grande y pequeña, y muchas conchas de la mar de todas maneras, y muchas
plumas ricas, y mil carneros, que habían de ser de diferentes colores, y de
todo esto se hacía sacrificio. Y el sumo sacerdote tomaba un niño de hasta
seis u ocho años en las manos, y a la estatua del Viracocha decía juntamente
con los demás ministros: Señor, esto te ofrecemos, porque nos tengas en
quietud, y nos ayudes en nuestras guerras, y conserves a nuestro señor el
Inga en su grandeza y estado, y que vaya siempre en aumento, y le des mucho
saber para que nos gobierne.
A esta ceremonia o jura se hallaban de todo el reino y de parte de todas las
guacas y santuarios que tenían; y, sin duda, era grande la reverencia y
afición que esta gente tenía a sus Ingas, sin que se halle jamás haberles
hecho ninguno de los suyos traición, porque en su gobierno procedían no sólo
con gran poder, sino también con mucha rectitud y justicia, no consintiendo
que nadie fuese agraviado. Ponía el Inga sus gobernadores por diversas
provincias, y había unos supremos y inmediatos a él: otros más moderados, y
otros particulares con extraña subordinación en tanto grado, que ni
emborracharse ni tomar una mazorca de maíz de su vecino se atrevían.
Tenían por máxima estos Ingas, que convenía traer siempre ocupados a los
indios, y así vemos hoy día calzadas y caminos y obras de inmenso trabajo,
que dicen era por ejercitar a los indios, procurando no estuviesen ociosos.
Cuando conquistaba de nuevo una provincia, era su aviso luego pasar lo
principal de los naturales a otras provincias, o a su corte; y éstos hoy día
los llaman en el Perú mitimás, y en lugar de éstos plantaba de los de su
nación del Cuzco, especialmente los orejones, que eran como caballeros de
linaje antiguo. El castigo por los delitos era riguroso. Así concuerdan los
que alcanzaron algo de esto, que mejor gobierno para los indios no le puede
haber, ni más acertado.
Capítulo XIII
De la distribución que hacían los Ingas de sus vasallos
Especificando más lo que está dicho, es de saber que, la distribución que
hacían los Ingas de sus vasallos era tan particular, que con facilidad los
podían gobernar a todos, siendo un reino de mil leguas de distrito, porque
en conquistando cada provincia, luego reducían los indios a pueblos y
comunidad, y contábanlos por parcialidades, y a cada diez indios ponían uno
que tuviese cuenta con ellos, y a cada ciento, otro, y a cada mil, otro, y a
cada diez mil, otro, y a éste llamaban Huno, que era cargo principal; y
sobre todos éstos en cada provincia un gobernador del linaje de los Ingas,
al cual obedecían todos, y daba cuenta cada un año de todo lo sucedido por
menudo; es, a saber, de los que habían nacido, de los que habían muerto, de
los ganados, de las sementeras.
Estos gobernadores salían cada año del Cuzco, que era la corte, y volvían
para la gran fiesta del Rayme, y entonces traían todo el tributo del reino a
la corte, y no podían entrar de otra suerte. Todo el reino estaba dividido
en cuatro partes, que llamaban Tahuantinsuyo, que eran Chinchasuyo,
Collasuyo, Andesuyo, Condesuyo, conforme a cuatro caminos que salen del
Cuzco, donde era la corte, y se juntaban en juntas generales. Estos caminos
y provincias que les corresponden están a las cuatro esquinas del mundo:
Collasuyo, al sur; Chinchasuyo, al norte; Condesuyo, al poniente; Andesuyo,
al levante. En todos sus pueblos usaban dos parcialidades, que eran de
Hanansaya y Urinsaya, que es como decir los de arriba y los de abajo.
Cuando se mandaba hacer algo, o traer al Inga, ya estaba declarado cuánta
parte de aquello cabía a cada provincia y pueblo y parcialidad, lo cual no
era por partes iguales, sino por cuotas, conforme a la cualidad y
posibilidad de la tierra, de suerte que ya se sabía para cumplir cien mil
hanegas de maíz: verbi gratia, ya se sabía que a tal provincia le cabía la
décima parte, y a tal la séptima, y a tal la quinta, etcétera, y lo mismo
entre los pueblos y parcialidades y ayllos o linajes. Para la razón y cuenta
del todo había los quipocamayos, que eran los oficiales contadores, que con
sus hilos y ñudos sin faltar decían lo que se había dado, hasta una gallina
y una carga de leña; y por los registros de éstos en un momento se contaba
entre los indios lo que a cada uno le cabía.
Capítulo XIV
De los edificios y orden de fábricas de los Ingas
Los edificios y fábricas que los Ingas hicieron en fortalezas, en templos,
en caminos, en casas de campo y otras, fueron muchos y de excesivo trabajo,
como lo manifiestan el día de hoy las ruinas y pedazos que han quedado, como
se ven en el Cuzco, en Tiaguanaco y en Tambo y en otras partes, donde hay
piedras de inmensa grandeza que no se puede pensar cómo se cortaron,
trajeron y asentaron donde están.
Para todos estos edificios y fortalezas, que el Inga mandaba hacer en el
Cuzco y en diversas partes de su reino, acudía grandísimo número de todas
las provincias, porque la labor es extraña y para espantar; y no usaban de
mezcla, ni tenían hierro, ni acero para cortar y labrar las piedras, ni
máquinas, ni instrumentos para traellas, y con todo eso están tan
pulidamente labradas, que en muchas partes apenas se ve la juntura de unas
con otras, y son tan grandes muchas piedras de éstas, como está dicho, que
sería cosa increíble si no se viese. En Tiaguanaco medí yo una de treinta y
ocho pies de largo y de diez y ocho en ancho, y el grueso sería de seis
pies; y en la muralla de la fortaleza del Cuzco, que está de mampostería,
hay muchas piedras de mucho mayor grandeza, y lo que más admira es que, no
siendo cortadas éstas que digo de la muralla por regla, sino entre sí muy
desiguales en el tamaño y en la facción, encajan unas con otras con
increíble juntura sin mezcla.
Todo esto se hacía a poder de mucha gente y con gran sufrimiento en el
labrar, porque para encajar una piedra con otra, según están ajustadas, era
forzoso proballa muchas veces, no estando las más de ellas iguales, ni
llenas. El número que había de acudir de gente para labrar piedras y
edificios, el Inga lo señalaba cada año; la distribución, como en las demás
cosas, hacían los indios entre sí, sin que nadie se agraviase; pero aunque
eran grandes estos edificios, comúnmente estaban mal repartidos y
aprovechados, y propiamente como mezquitas o edificios de bárbaros. Arco en
sus edificios no le supieron hacer, ni alcanzaron mezcla para ello. Cuando
en el río de Jauja vieron formar los arcas de cimbrias, y después de hecha
la puente vieron derribar las cimbrias, echaron a huir, entendiendo que se
había de caer luego toda la puente, que es de cantería; como la vieron
quedar firme y a los españoles andar por cima, dijo el cacique a sus
compañeros: Razón es servir a éstos, que bien parecen hijos del sol.
Las puentes que usaban eran de bejucos, o juncos tejidos y con recias
maromas asidos a las riberas, porque de piedra, ni de madera no hacían
puentes. La que hoy día hay en el Desaguadero de la gran laguna de Chicuito,
en el Collao, pone admiración, porque es hondísimo aquel brazo, sin que se
pueda echar en él cimiento alguno, y es tan ancho, que no es posible haber
arco que le tome, ni pasarse por un ojo, y, así, del todo era imposible
hacer puente de piedra, ni de madera. El ingenio e industria de los indios
halló cómo hacer puente muy firme y muy segura, siendo sólo de paja, que
parece fábula, y es verdad; porque, como se dijo en otro libro, de unos
juncos o espadañas que cría la laguna, que ellos llaman totora, hacen unos
como manojos atados y, como es materia muy liviana, no se hunden; encima de
éstos echan mucha juncia, y teniendo aquellos manojos o balsas muy bien
amarrados de una parte y de otra del río, pasan hombres y bestias cargadas
muy a placer.
Pasando algunas veces esta puente, me maravillé del artificio de los indios,
pues con cosa tan fácil hacen mejor y más segura puente, que es la de barcos
de Sevilla a Triana. Medí también el largo de la puente y, si bien me
acuerdo, serán trescientos y tantos pies. La profundidad de aquel
Desaguadero dicen que es inmensa; por encima no parece que se mueve el agua,
por abajo dicen que lleva furiosísima corriente. Esto baste de edificios.
Capítulo XV
De la hacienda del Inga, y orden de tributos que impuso a los indios
Era incomparable la riqueza de los Ingas, porque con no heredar ningún rey
de las haciendas y tesoro de sus antecesores, tenía a su voluntad cuanta
riqueza tenían sus reinos, que así de plata y oro, como de ropa y ganados,
eran abundantísimos, y la mayor riqueza de todas era la innumerable multitud
de vasallos, todos ocupados y atentos a lo que le daba gusto a su rey.
De cada provincia le traían lo que en ella había escogido: de los Chichas le
servían con madera olorosa y rica; de los Lucanas, con anderos para llevar
su litera; de los Chumbibilcas, con bailadores, y así en lo demás que cada
provincia se aventajaba, y esto fuera del tributo general que todos
contribuían. Las minas de plata y oro (de que hay en el Perú maravillosa
abundancia) labraban indios, que se señalaban para aquello, a los cuales el
Inga proveía lo que había manester para su gasto, y todo cuanto sacaban era
para el Inga. Con esto hubo en aquel reino tan grandes tesoros, que es
opinión de muchos que, lo que vino a las manos de los españoles, con ser
tanto como sabemos, no llegaba a la décima parte de lo que los indios
hundieron y escondieron, sin que se haya podido descubrir, por grandes
diligencias que la codicia ha puesto para sabello.
Pero la mayor riqueza de aquellos bárbaros reyes era ser sus esclavos todos
sus vasallos, de cuyo trabajo gozaban a su contento. Y lo que pone
admiración, servíase de ellos por tal orden y por tal gobierno, que no se
les hacía servidumbre, sino vida muy dichosa. Para entender el orden de
tributos que los indios daban a sus señores, es de saber que, en asentado el
Inga en los pueblos que conquistaba, dividía todas sus tierras en tres
partes. La primera parte de ellas era para la religión y ritos, de suerte
que el Pachayachacic, que es el criador, y el sol, y el Chuquilla, que es el
trueno, y la Pachamama, y los muertos, y otras guacas y santuarios tuviesen
cada uno sus tierras propias; el fruto se gastaba en sacrificios y sustento
de los ministros y sacerdotes, porque para cada guaca o adoratorio había sus
indios diputados.
La mayor parte de esto se gastaba en el Cuzco, donde era el universal
santuario; otra parte en el mismo pueblo donde se cogía, porque, a imitación
del Cuzco, había en cada pueblo guacas y adoratorios por la misma orden y
por las mismas vocaciones, y así se servían con los mismos ritos y
ceremonias que en el Cuzco, que es cosa de admiración y muy averiguada,
porque se verificó con más de cien pueblos, y algunos distaban cuasi
doscientas leguas del Cuzco. Lo que en estas tierras se sembraba y cogía se
ponía en depósitos de casas hechas para sólo este efecto, y ésta era una
gran parte del tributo que daban los indios. No consta qué tanto fuese,
porque en unas tierras era más y en otras menos, y en algunas era cuasi
todo, y esta parte era la que primero se beneficiaba.
La segunda parte de las tierras y heredades era para el Inga; de ésta se
sustentaba él y su servicio y parientes, y los señores y las guarniciones y
soldados; y así era la mayor parte de los tributos, como lo muestran los
depósitos o casas de pósito, que son más largas y anchas que las de los
depósitos de las guacas. Este tributo se llevaba al Cuzco, o a las partes
donde había necesidad para los soldados, con extraña presteza y cuidado, y,
cuando no era menester, estaba guardado diez y doce años, hasta tiempo de
necesidad. Beneficiábanse estas tierras del Inga después de las de los
dioses, e iban todos, sin excepción, a trabajar, vestidos de fiesta y
diciendo cantares en loor del Inga y de las guacas; y todo el tiempo que
duraba el beneficio o trabajo, comían a costa del Inga, o del sol o de las
guacas, cuyas tierras labraban. Pero viejos, enfermos y mujeres viudas eran
reservadas de este tributo. Y aunque lo que se cogía era del Inga, o del
sol, o guacas; pero las tierras eran propias de los indios y de sus
antepasados.
La tercera parte de tierra daba el Inga para la comunidad. No se ha
averiguado qué tanto fuese esta parte, si mayor o menor que la del Inga y
guacas; pero es cierto que se tenía atención a que bastase a sustentar el
pueblo. De esta tercera parte ningún particular poseía cosa propia, ni jamás
poseyeron los indios cosa propia, si no era por merced especial del Inga, y
aquello no se podía enajenar, ni aun dividir entre dos herederos. Estas
tierras de comunidad se repartían cada año, y a cada uno se le señalaba el
pedazo que había menester para sustentar su persona y la de su mujer y sus
hijos, y así era unos años más, otro menos, según era la familia, para lo
cual había ya sus medidas determinadas. De esto que a cada uno se le
repartía no daban jamás tributo, porque todo su tributo era labrar y
beneficiar las tierras del Inga y de las guacas y ponerles en sus depósitos
los frutos. Cuando el año salía muy estéril, de estos mismos depósitos se
les daba a los necesitados, porque siempre había allí grande abundancia
sobrada.
De el ganado hizo el Inga la misma distribución que de las tierras, que fué
contallo, y señalar pastos y términos del ganado de las guacas, y del Inga y
de cada pueblo, y así de lo que se criaba era una parte para su religión,
otra para el rey y otra para los mismos indios, y aun de los cazaderos había
la misma división y orden: no consentía que se llevasen ni matasen hembras.
Los hatos del Inga y guacas eran muchos y grandes, y llamábanlos
Capacllamas. Los hatos concejiles o de comunidad son pocos y pobres, y así
los llamaban Guacchallama.
En la conservación del ganado puso el Inga gran diligencia, porque era y es
toda la riqueza de aquel reino: hembras, como está dicho, por ninguna vía se
sacrificaban, ni mataban, ni en la caza se tomaban. Si a alguna res le daba
sarna o roña, que allá dicen carache, luego había de ser enterrada viva,
porque no se pegase a otras su mal. Tresquilábase a su tiempo el ganado, y
daban a cada uno a hilar y tejer su ropa para hijos y mujer, y había visita
si lo cumplían y castigo al negligente. Del ganado del Inga se tejía ropa
para él y su corte: una rica de cumbí a dos haces; otra vil y grosera, que
llaman de abasca. No había número determinado de aquestos vestidos, sino los
que cada uno señalaba. La lana que sobraba poníase en sus depósitos, y así
los hallaron muy llenos de esto y de todas las otras cosas necesarias a la
vida humana, los españoles cuando en ella entraron.
Ningún hombre de consideración habrá que no se admire de tan notable y
próvido gobierno, pues sin ser religiosos, ni cristianos los indios, en su
manera guardaban aquella tan alta perfección de no tener cosa propia y
proveer a todos lo necesario y sustentar tan copiosamente las cosas de la
religión y las de su rey y señor.
Capítulo XVI
De los oficios que aprendían los indios
Otro primor tuvieron también los indios del Perú, que es enseñarse cada uno
desde muchacho en todos los oficios que ha menester un hombre para la vida
humana. Porque entre ellos no había oficiales señalados, como entre
nosotros, de sastres y zapateros y tejedores, sino que todo cuanto en sus
personas y casa había menester lo aprendían todos, y se proveían a sí
mismos. Todos sabían tejer y hacer sus ropas; y así el Inga con proveerles
de lana, los daba por vestidos. Todos sabían labrar la tierra y
beneficiarla, sin alquilar otros obreros. Todos se hacían sus casas; y las
mujeres eran las que más sabían de todo, sin criarse en regalo, sino con
mucho cuidado, sirviendo a sus maridos.
Otros oficios, que no son para cosas comunes y ordinarias de la vida humana,
tenían sus propios y especiales oficiales, como eran plateros, y pintores, y
olleros, y barqueros, y contadores, y tañedores; y en los mismos oficios de
tejer y labrar, o edificar, había maestros para obra prima, de quien se
servían los señores. Pero el vulgo común, como está dicho, cada una acudía a
lo que había menester en su casa, sin que uno pagase a otro para esto; y hoy
día es así, de manera que ninguno ha menester a otro para las cosas de su
casa y persona, como es calzar y vestir y hacer una casa y sembrar y coger,
y hacer los aparejos y herramientas necesarias para ello. Y cuasi en esto
imitan los indios a los institutos de los monjes antiguos, que refieren las
Vidas de los Padres.
A la verdad, ellos son gente poco codiciosa, ni regalada, y así se contentan
con pasar bien moderadamente, que cierto si su linaje de vida se tomara por
elección, y no por costumbre y naturaleza, dijéramos que era vida de gran
perfección; y no deja de tener harto aparejo para recibir la doctrina del
santo evangelio, que tan enemiga es de la soberbia y codicia y regalo; pero
los predicadores no todas veces se conforman con el ejemplo que dan, con la
doctrina que predican a los indios.
Una cosa es mucho de advertir, que con ser tan sencillo el traje y vestido
de los indios, con todo eso se diferenciaban todas las provincias,
especialmente en lo que ponen sobre la cabeza, que en unas es una trenza
tejida, y dada muchas vueltas; en otras ancha, y de una vuelta; en otra unos
como morteretes o sombreruelos; en otras unos como bonetes altos redondos;
en otras unos como aros de cedazo, y así otras mil diferencias. Y era ley
inviolable no mudar cada uno el traje y hábito de su provincia, aunque se
mudase a otra, y para el buen gobierno lo tenía el Inga por muy importante,
y lo es hoy día, aunque no hay tanto cuidado como solía.
Capítulo XVII
De las postas y chasquis que usaba el Inga
De correos y postas tenía gran servicio el Inga en todo su reino;
llamábanles chasquis, que eran los que llevaban sus mandatos a los
gobernadores, y traían avisos de ellos a la corte. Estaban estos chasquis
puestos en cada topo, que es legua y media, en dos casillas, donde estaban
cuatro indios. Estos se proveían y mudaban por meses de cada comarca, y
corrían con el recaudo que se les daba, a toda furia, hasta dallo al otro
chasqui, que siempre estaban apercibidos y en vela los que habían de correr.
Corrían entre día y noche a cincuenta leguas, con ser tierra la más de ella
asperísima. Servían también de traer cosas que el Inga quería con gran
brevedad, y así tenía en el Cuzco pescado fresco de la mar (con ser cien
leguas) en dos días o poco más.
Después de entrados los españoles, se han usado estos chasquis en tiempos de
alteraciones, y con gran necesidad. El virrey don Martín los puso ordinarios
a cuatro leguas, para llevar y traer despachos, que es cosa de grandísima
importancia en aquel reino, aunque no corren con la velocidad que los
antiguos, ni son tantos, y son bien pagados, y sirven como los ordinarios de
España, dando los pliegos que llevan a cada cuatro o cinco leguas.
Capítulo XVIII
De las leyes y justicia y castigo que los Ingas pusieron y de sus
matrimonios
Como a los que servían bien en guerras u otros ministerios se les daban
preeminencias y ventajas, como tierras propias, insignias, casamientos con
mujeres del linaje del Inga, así a los desobedientes y culpados se les daban
también severos castigos: los homicidios y hurtos castigaban con muerte; y
los adulterios y incestos con ascendientes y descendientes en recta línea
también eran castigados con muerte del delincuente.
Pero es bien saber que no tenían por adulterio tener muchas mujeres o
mancebas, ni ellas tenían pena de muerte sí las hallaban con otros, sino
solamente la que era verdadera mujer, con quien contraían propiamente
matrimonio, porque ésta no era más de una, y recibíase con especial
solemnidad y ceremonia, que era ir el desposado a su casa, o llevalla
consigo, y ponelle él una ojota en el pie. Ojota llaman el calzado que allá
usan, que es como alpargate, o zapato de frailes Franciscos abierto. Si era
la novia doncella, la ojota era de lana; si no lo era, era de esparto. A
ésta servían y reconocían todas las otras; y ésta traía luto de negro un año
por el marido difunto, y no se casaba dentro de un año: comúnmente era de
menos edad que el marido.
Esta daba el Inga de su mano a sus gobernadores o capitanes; y los
gobernadores y caciques en sus pueblos juntaban los mozos y mozas en una
plaza, y daban a cada uno su mujer; y con la ceremonia dicha de calzarle la
ojota, se contraía el matrimonio. Esta tenía pena de muerte si la hallaban
con otro, y el delincuente lo mismo; y aunque el marido perdonase, no
dejaban de darles castigo, pero no de muerte. La misma pena tenía incesto
con madre, o agüela, o hija, o nieta; con otras parientas no era prohibido
el casarse o amancebarse; sólo el primer grado lo era.
Hermano con hermana tampoco se consentía tener acceso, ni había casamiento,
en lo cual están muchos engañados en el Perú, creyendo que los Ingas y
señores se casaban legítimamente con sus hermanas, aunque fuesen de padre y
madre; pero la verdad es que siempre se tuvo esto por ilícito y prohibido
contraer en primer grado; y esto duró hasta el tiempo de Topa Inga Yupangui,
padre de Guaynacapa y abuelo de Atahualpa, en cuyo tiempo entraron los
españoles en el Perú; porque el dicho Topa Inga Yupangui fué el primero que
quebrantó esta costumbre y se casó con Mamaocllo, su hermana de parte de
padre; y éste mandó que sólo los señores Ingas se pudiesen casar con hermana
de padre, y no otros ningunos. Así lo hizo él, y tuvo por hijo a Guaynacaba,
y una hija llamada Coya Cusilimay; y al tiempo de su muerte mandó que estos
hijos suyos, hermanos de padre y madre, se casasen, y que la demás gente
principal pudiesen tomar por mujeres sus hermanas de padre. Y como aquel
matrimonio fué ilícito, y contra ley natural, así ordenó Dios que en el
fruto que de él procedió, que fué Guáscar Inga y Atahualpa Inga, se acabase
el reino de los Ingas.
Quien quisiere más de raíz entender el uso de los matrimonios entre los
indios del Perú, lea el tratado que a instancia de don Jerónimo de Loaysa,
arzobispo de los Reyes, escribió Polo, el cual hizo diligente averiguación
de esto, como de otras muchas cosas de los indios; y es importante esto,
para evitar el error de muchos, que no sabiendo cuál sea entre los indios
mujer legítima, y cuál manceba, hacen casar al indio bautizado con la
manceba, dejando la verdadera mujer; y también se ve el poco fundamento que
han tenido algunos, que han pretendido decir que, bautizándose marido y
mujer, aunque fuesen hermanos, se habían de ratificar su matrimonio. Lo
contrario está determinado por el Sínodo Provincial de Lima;237 y con mucha
razón, pues aun entre los mismos indios no era legítimo aquel matrimonio.
Capítulo XIX
Del origen de los Ingas, señores del Perú, y de sus conquistas y victorias
Por mandado de la majestad católica del rey don Felipe, nuestro Señor, se
hizo averiguación, con la diligencia que fué posible, del origen y ritos y
fueros de los Ingas, y por no tener aquellos indios escrituras, no se pudo
apurar tanto como se deseaba; mas por sus equipos y registros que, como está
dicho, les sirven de libros, se averiguó lo que aquí diré.
Primeramente, en el tiempo antiguo en el Perú no había reino, ni señor a
quien todos obedeciesen; mas eran behetrías y comunidades, como lo es hoy
día el reino de Chile, y ha sido cuasi todo lo que han conquistado españoles
en aquellas Indias Occidentales, excepto el reino de Méjico; para lo cual es
de saber que se han hallado tres géneros de gobierno y vida en los indios.
El primero y principal y mejor ha sido de reino o monarquía, como fué el de
los Ingas y el de Motezuma, aunque éstos eran en mucha parte tiránicos. El
segundo es de behetrías o comunidades, donde se gobierna por consejo de
muchos, y son como concejos. Estos en tiempo de guerra eligen un capitán, a
quien toda una nación o provincia obedecen. En tiempo de paz cada pueblo o
congregación se rige por sí, y tiene algunos principalejos, a quien respeta
el vulgo; y cuando mucho, júntanse algunos de éstos en negocios que les
parecen de importancia, a ver lo que les conviene.
El tercer género de gobierno es totalmente bárbaro, y son indios sin ley, ni
rey, ni asiento, sino que andan a manadas como fieras y salvajes. Cuanto yo
he podido comprender, los primeros moradores de estas Indias fueron de este
género, como lo son hoy día gran parte de los Brasiles y los Chiriguanás, y
Chunchos, y Iscaycingas, y Pilcozones, y la mayor parte de los Floridos, y
en la Nueva España todos los Chichimecos. De este género, por industria y
saber de algunos principales de ellos, se hizo el otro gobierno de
comunidades y behetrías, donde hay alguna más orden y asiento, como son hoy
día los de Arauco y Tucapel en Chile, y lo eran en el nuevo reino de Granada
los Moscas, y en la Nueva España algunos Otomites; y en todos los tales se
halla menos fiereza y más razón.
De este género, por la valentía y saber de algunos excelentes hombres,
resultó el otro gobierno más poderoso y próvido de reino y monarquía, que
hallamos en Méjico y en el Perú, porque los Ingas sujetaron toda aquella
tierra, y pusieron sus leyes y gobierno. El tiempo que se halla por sus
memorias haber gobernado, no llega a cuatrocientos años, y pasa de
trescientos; aunque su señorío por gran tiempo no se extendió más de cinco o
seis leguas al derredor del Cuzco.
Su principio y origen fué el valle del Cuzco, y poco a poco fueron
conquistando la tierra que llamamos Perú, pasado Quito hasta el río de Pasto
hacia al norte, y llegaron a Chile hacia el sur, que serán cuasi mil leguas
en largo; por lo ancho hasta la mar del sur al poniente, y hasta los grandes
campos de la otra parte de la cordillera de los Andes, donde se ve hoy día,
y se nombra el Pucará del Inga, que es una fuerza que edificó para defensa
hacia el oriente. No pasaron de allí los Ingas por la inmensidad de aguas,
de pantanos, y lagunas y ríos que de allí corren: lo ancho de su reino no
llegará a cien leguas.
Hicieron estos Ingas ventajas a todas las otras naciones de la América en
policía y gobierno, y mucho más en armas y valentía, aunque los Cañaris, que
fueron sus mortales enemigos, y favorecieron a los españoles, jamás
quisieron conocerles ventaja; y hoy día, moviéndose esta plática, si les
soplan un poco, se matarán millares sobre quién es más valiente, como ha
acaecido en el Cuzco. El título con que conquistaron y se hicieron señores
de toda aquella tierra, fué fingir, que después del diluvio universal, de
que todos estos indios tenían noticia, en estos Ingas se había recuperado el
mundo, saliendo siete de ellos de la cueva de Pacaritambo; y que por eso les
debían tributo y vasallaje todos los demás hombres, como a sus progenitores.
Demás de esto, decían y afirmaban, que ellos solos tenían la verdadera
religión, y sabían cómo había de ser Dios servido y honrado, y así habían de
enseñar a todos los demás; en esto es cosa infinita el fundamento que hacían
de sus ritos y ceremonias.
Había en Cuzco más de cuatrocientos adoratorios, como tierra santa, y todos
los lugares estaban llenos de misterios; y cómo iban conquistando, así iban
introduciendo sus mismas guácas y ritos en todo aquel reino. El principal a
quien adoraban, era el Viracocha Pachayachachic, que es el Criador del
mundo, y después de él al sol; y así el sol, como todas las demás guácas
decían, que recibían virtud y ser del Criador, y que eran intercesores con
él.
Capítulo XX
Del primer Inga y de sus sucesores
El primer hombre que nombran los indios, por principio de los Ingas, fue
Mangocapa; y de éste fingen, que después del diluvio salió de la cueva o
ventana de Tambo, que dista del Cuzco cinco o seis leguas. Este dicen, que
dió principio a dos linajes principales de Ingas: unos se llamaron
Hanancuzco, y otros Urincuzco, y del primer linaje vinieron los señores que
conquistaron y gobernaron la tierra.
El primero que hacen cabeza de linaje de estos señores que digo, se llamó
Ingaroca, el cual fundo una familia o ayllo, que ellos llaman por el nombre
Vizaquiráo. Este, aunque no era gran señor, todavía se servía con vajilla de
oro y plata; y ordenó que todo su tesoro se dedicase para el culto de su
cuerpo, y sustento de su familia; y así el sucesor hizo otro tanto, y fué
general costumbre, como está dicho, que ningún Inga heredase la hacienda y
casa del predecesor, sino que él fundase casa de nuevo: en tiempo de este
Ingaroca usaron ídolos de oro.
A Ingaroca sucedió Yaguarguaque, ya viejo; dicen haberse llamado por este
nombre, que quiere decir lloro de sangre, porque habiendo una vez sido
vencido, y preso por sus enemigos, de puro dolor lloró sangre: éste se
enterró en un pueblo llamado Paulo, que está en el camino de Omasuyo; éste
fundó la familia llamada Aocailli Panaca.
A este sucedió un hijo suyo, Viracocha Inga: éste fué muy rico, e hizo
grandes vajillas de oro y plata, y fundó el linaje o familia Coccopanaca. El
cuerpo de éste, por la fama del gran tesoro que estaba enterrado con él,
buscó Gonzalo Pizarro; y después de crueles tormentos que dió a muchos
indios, le halló en Jaquijaguana, donde él fué después vencido y preso, y
justiciado por el Presidente Gasca: mandó quemar el dicho Gonzalo Pizarro el
cuerpo del dicho Viracocha Inga, y los indios tomaron después sus cenizas, y
puestas en una tinajuela, le conservaron, haciendo grandísimos sacrificios,
hasta que Polo lo remedió con los demás cuerpos de Ingas, que con admirable
diligencia y maña saco de poder de los indios, hallándolos muy embalsamados
y enteros, con que quitó gran suma de idolatrías que les hacían. A este Inga
le tuvieron a mal que se intitulase Viracocha, que es el nombre de Dios; y
para excusarse dijo, que el mismo Viracocha, en sueños le había aparecido y
mandado que tomase su nombre.
A éste sucedió Pachacuti Inga Yupangui, que fué muy valeroso conquistador, y
gran republicano, y inventor de la mayor parte de los ritos y supersticiones
de su idolatría, como luego diré.
Capítulo XXI
De Pachacuti Inga Yupangui, y lo que sucedió hasta Guaynacapa
Pachacuti Inga Yupangui reinó sesenta años, y conquistó mucho. El principio
de sus victorias fué que un hermano mayor suyo, que tenía el señorío en vida
de su padre y con su voluntad administraba la guerra, fué desbaratado en una
batalla que tuvo con los Changas, que es la nación que poseía el valle de
Andaguaylas, que está obra de treinta o cuarenta leguas del Cuzco, camino de
Lima, y así desbaratado, se retiró con poca gente.
Visto esto el hermano menor Inga Yupangui, para hacerse señor, inventó y
dijo que, estando él solo y muy congojado, le había hablado el Viracocha,
criador, y, quejándosele que, siendo él señor universal y criador de todo, y
habiendo él hecho el cielo y el sol y el mundo y los hombres, y estando todo
debajo de su poder, no le daban la obediencia debida, antes hacían
veneración igual al sol y al trueno y a la tierra y a otras cosas, no
teniendo ellas ninguna virtud más de la que les daba; y que le hacía saber
que en el cielo, donde estaba, le llamaban Viracocha Pachayachachic, que
significa criador universal. Y que para que creyesen que esto era verdad,
que aunque estaba solo no dudase de hacer gente con este título, que, aunque
los Changas eran tantos y estaban victoriosos, que él le daría victoria
contra ellos y le haría señor, porque le enviaría gente que, sin que fuese
vista, le ayudase. Y fué así que con este apellido comenzó a hacer gente y
juntó mucha cuantidad, y alcanzó la victoria, y se hizo señor, y quitó a su
padre y a su hermano el señorío, venciéndolos en guerra; después conquistó
los Changas. Y desde aquella victoria estatuyó que el Viracocha fuese tenido
por señor universal, y que las estatuas del sol y del trueno le hiciesen
reverencia y acatamiento, y desde aquel tiempo se puso la estatua del
Viracocha más alta que la del sol y del trueno y de las demás guacas; y
aunque este Inga Yupangui señaló chacras, tierras y ganados al sol y al
trueno y a otras guacas, no señaló cosa ninguna al Viracocha, dando por
razón que, siendo señor universal y criador, no lo había menester.
Habida, pues, la victoria de los Changas, declaró a sus soldados que no
habían sido ellos los que habían vencido, sino ciertos hombres barbudos que
el Viracocha le había enviado, y que nadie pudo verlos, sino él, y que éstos
se habían después convertido en piedras, y convenía buscarlos, que él los
conocería; y así juntó de los montes gran suma de piedras, que él escogió, y
las puso por guacas, y las adoraban y hacían sacrificios, y éstas llamaban
los Pururaucas, las cuales llevaban a la guerra con grande devoción,
teniendo por cierta la victoria con su ayuda; y pudo esta imaginación y
ficción de aquel Inga tanto, que con ella alcanzó victorias muy notables.
Este fundó la familia llamada Inacapanaca, y hizo una estatua de oro grande,
que llamó Indiillapa, y púsola en unas andas todas de oro de gran valor, del
cual oro llevaron mucho a Cajamalca, para la libertad de Atahualpa, cuando
le tuvo preso el marqués Francisco Pizarro. La casa de éste y criados y
mamaconas que servían su memoria, halló el licenciado Polo en el Cuzco, y el
cuerpo halló trasladado de Patallacta a Totocache, donde se fundó la
parroquia de San Blas. Estaba el cuerpo tan entero y bien aderezado con
cierto betún, que parecía vivo. Los ojos tenía hechos de una telilla de oro
tan bien puestos, que no le hacían falta los naturales, y tenía en la cabeza
una pedrada, que le dieron en cierta guerra. Estaba cano y no le faltaba
cabello, como si muriera aquel mismo día, habiendo más de sesenta o ochenta
años que había muerto.
Este cuerpo, con otros de Ingas, envió el dicho Polo a la ciudad de Lima por
mandado del virrey marqués de Cañete, que para desarraigar la idolatría del
Cuzco fué muy necesario, y en el hospital de San Andrés, que fundó el dicho
marqués, han visto muchos españoles este cuerpo con los demás, aunque ya
están maltratados y gastados. Don Felipe Caritopa, que fué bisnieto o
rebisnieto de este Inga, afirmó que la hacienda que éste dejó a su familia
era inmensa, y que había de estar en poder de los yanáconas Amaro y Tito y
otros.
A éste sucedió Topa Inga Yupangui, y a éste otro hijo suyo llamado del mismo
nombre, que fundó la familia que se llamó Capac Ayllo.
Capítulo XXII
Del principal Inga llamado Guaynacapa
Al dicho señor sucedió Guaynacapa, que quiere decir mancebo rico o valeroso,
y fué lo uno y lo otro más que ninguno de sus antepasados ni sucesores. Fué
muy prudente y puso gran orden en la tierra en todas partes; fué determinado
y valiente, y muy dichoso en la guerra, y alcanzó grandes victorias. Este
extendió su reino mucho más que todos sus antepasados juntos. Tomóle la
muerte en el reino de Quito, que había ganado, que dista de su corte
cuatrocientas leguas; abriéronle, y las tripas y el corazón quedaron en
Quito, por haberlo él así mandado, y su cuerpo se trajo al Cuzco y se puso
en el famoso templo del sol.
Hoy día se muestran muchos edificios y calzadas y fuertes y obras notables
de este rey; fundó la familia de Temebamba. Este Guaynacapa fué adorado de
los suyos por dios en vida, cosa que afirman los viejos, que con ninguno de
sus antecesores se hizo. Cuando murió, mataron mil personas de su casa, que
le fuesen a servir en la otra vida, y ellos morían con gran voluntad por ir
a servirle, tanto, que muchos, fuera de los señalados, se ofrecían a la
muerte para el mismo efecto. La riqueza y tesoro de éste fué cosa no vista,
y como poco después de su muerte entraron los españoles, tuvieron gran
cuidado los indios de desaparecerlo todo, aunque mucha parte se llevó a
Cajamalca para el rescate de Atahualpa, su hijo. Afirman hombres dignos de
crédito, que entre hijos y nietos tenía en el Cuzco más de trescientos. La
madre de éste fué de gran estima; llamóse Mamaocllo. Los cuerpos de ésta y
del Guaynacapa, muy embalsamados y curados, envió a Lima Polo, y quitó
infinidad de idolatrías que con ellos se hacían.
A Guaynacapa sucedió en el Cuzco un hijo suyo, que se llamó Tito Cusi
Gualpa, y después se llamó Guáscar Inga, y su cuerpo fué quemado por los
capitanes de Atahualpa, que también fué hijo de Guaynacapa, y se alzó contra
su hermano en Quito, y vino contra él con poderoso ejército. Entonces
sucedió que los capitanes de Atahualpa, Quizquiz y Chilicuchima, prendieron
a Guáscar Inga en la ciudad del Cuzco, después de admitido por señor y rey,
porque, en efecto, era legítimo sucesor. Fué grande el sentimiento que por
ello se hizo en todo su reino, especial en su corte; y como siempre en sus
necesidades ocurrían a sacrificios, no hallándose poderosos para poner en
libertad a su señor, así por estar muy apoderados de él los capitanes que le
prendieron, como por el grueso ejército con que Atahualpa venía, acordaron,
y aun dicen que por orden suya, hacer un gran sacrificio al Viracocha
Pachayachachic, que es el criador universal, pidiéndolo que, pues no podían
librar a su señor, él enviase del cielo gente que le sacase de prisión.
Estando en gran confianza de éste su sacrificio, vino nueva, como cierta
gente que vino por la mar había desembarcado y preso a Atahualpa. Y así, por
ser tan poca la gente española que prendió a Atahualpa en Cajamalca, como
por haber esto sucedido luego que los indios habían hecho el sacrificio
referido al Viracocha, los llamaron Viracochas, creyendo que era gente
enviada de Dios, y así se introdujo este nombre hasta el día de hoy, que
llaman a los españoles Viracochas. Y cierto, si hubiéramos dado el ejemplo
que era razón, aquellos indios habían acertado en decir que era gente
enviada de Dios.
Y es mucho de considerar la alteza de la providencia divina, cómo dispuso la
entrada de los nuestros en el Perú, la cual fuera imposible a no haber la
división de los dos hermanos y sus gentes; y la estima tan grande, que
tuvieron de los cristianos como de gente del cielo, obliga, cierto, a que,
ganándose la tierra de los indios, se ganaran mucho más sus almas para el
cielo.
Capítulo XXIII
De los últimos sucesores de los Ingas
Lo demás que a lo dicho se sigue está largamente tratado en las Historias de
las Indias por españoles; y por ser ajeno del presente intento, sólo diré la
sucesión que hubo de los Ingas.
Muerto Atahualpa en Cajamalca, y Guáscar en el Cuzco, habiéndose apoderado
del reino Francisco Pizarro y los suyos, Mangocapa, hijo de Guaynacapa, les
cercó en el Cuzco y les tuvo muy apretados, y al fin, desamparando del todo
la tierra, se retiró a Vilcabamba, allá en las montañas, que por la aspereza
de las sierras pudo sustentarse allí, donde estuvieron los sucesores Ingas
hasta Amaro, a quien prendieron y dieron muerte en la plaza del Cuzco, con
increíble dolor de los indios, viendo hacer públicamente justicia del que
tenían por su señor.
Tras esto sucedieron las prisiones de otros de aquel linaje de los Ingas.
Conocí yo a don Carlos, nieto del Guaynacapa, hijo de Paulo, que se bautizó
y favoreció siempre la parte de los españoles contra Mangocapa, su hermano.
En tiempo del marqués de Cañete salió de Vilcabamba Sayritopa Inga, y vino a
la ciudad de los reyes de paz, y diósele el valle de Yucay, con otras cosas
en que sucedió una hija suya. Esta es la sucesión que se conoce hoy día de
aquella tan copiosa y riquísima familia de los Ingas, cuyo mando duró
trescientos y tantos años, contándose once sucesores en aquel reino, hasta
que del todo cesó.
En la otra parcialidad de Urincuzco, que, como arriba se dijo, se derivó
también del primer Mangocapa, se cuentan ocho sucesores, en esta forma: A
Mangocapa sucedió Chinchiroca; a éste, Capac Yupangui; a éste, Lluqui
Yupangui; a éste, Maytacapa; a éste, Tarco Guamán; a éste, un hijo suyo, no
le nombran, y a éste, don Juan Tambo Maytapanaca. Y esto baste para la
materia del origen y sucesión de los Ingas, que señorearon la tierra del
Perú, con lo demás que se ha dicho de sus leyes, gobierno y modo de
proceder.
Capítulo XXIV
Del modo de república que tuvieron los mejicanos
Aunque constará por la historia que del reino, sucesión y origen de los
mejicanos se escribirá, su modo de república y gobierno, todavía diré en
suma lo que pareciere más notable aquí en común, cuya mayor declaración será
la historia después.
Lo primero en que parece haber sido muy político el gobierno de los
mejicanos es en el orden que tenían y guardaban inviolablemente de elegir
rey. Porque desde el primero que tuvieron, llamado Acamapich, hasta el
último, que fué Motezuma, el segundo de este nombre, ninguno tuvo por
herencia y sucesión el reino, sino por legítimo nombramiento y elección.
Esta a los principios fué del común, aunque los principales eran los que
guiaban el negocio. Después, en tiempo de Izcoatl, cuarto rey, por consejo y
orden de un sabio y valeroso hombre que tuvieron, llamado Tlacaellel, se
señalaron cuatro electores, y a éstos, juntamente con dos señores o reyes
sujetos al mejicano, que eran el de Tezcuco y el de Tacuba, tocaba hacer la
elección.
Ordinariamente elegían mancebos para reyes, porque iban los reyes siempre a
la guerra, y cuasi era lo principal aquello para lo que los querían, y así
miraban que fuesen aptos para la milicia y que gustasen y se preciasen de
ella. Después de la elección se hacían dos maneras de fiestas: unas al tomar
posesión del estado real, para lo cual iban al templo y hacían grandes
ceremonias y sacrificios sobre el brasero que llamaban divino, donde siempre
había fuego ante el altar de su ídolo, y después había muchas oraciones y
arengas de retóricos, que tenían grande curiosidad en esto.
Otra fiesta, y más solemne, era la de su coronación, para la cual había de
vencer primero en batalla y traer cierto número de cautivos que se habían de
sacrificar a sus dioses, y entraban en triunfo con gran pompa, y hacíanles
solemnísimo recibimiento, así de los del templo (que todos iban en
procesión, tañendo diversos instrumentos e incesando y cantando), como de
los seglares y de corte, que salían con sus invenciones a recibir al rey
victorioso. La corona e insignia real era a modo de mitra por delante, y por
detrás derribada, de suerte que no era del todo redonda, porque la delantera
era más alta y subía en punta hacia arriba. Era preeminencia del rey de
Tezcuco haber de coronar él por su mano al rey de Méjico.
Fueron los mejicanos muy leales y obedientes a sus reyes, y no se halla que
les hayan hecho traición. Sólo al quinto rey, llamado Tizocic, por haber
sido cobarde y para poco, refieren las historias que con ponzoña le
procuraron la muerte; mas por competencias y ambición no se halla haber
entre ellos habido disensión ni bandos, que son ordinarios en comunidades.
Antes, como se verá en su lugar, se refiere haber rehusado el reino el mejor
de los mejicanos, pareciéndole que le estaba a la república mejor tener otro
rey.
A los principios, como eran pobres los mejicanos y estaban estrechos, los
reyes eran muy moderados en su trato y corte; como fueron creciendo en
poder, crecieron en aparato y grandeza, hasta llegar a la braveza de
Motezuma, que, cuando no tuviera más de la casa de animales que tenía, era
casa soberbia y no vista otra tal como la suya. Porque de todos pescados y
aves y alimañas y bestias había en su casa, como otra arca de Noé; y para
los pescados de mar tenía estanques de agua salada, y para los de río,
estanques de agua dulce; para las aves de caza y de rapiña, su comida; para
las fieras, ni más ni menos en gran abundancia, y grande suma de indios
ocupados en mantener y criar estos animales.
Cuando ya vía que no era posible sustentarse algún género de pescado, o de
ave, o de fiera, había de tener su semejanza labrada ricamente en piedras
preciosas, o plata, u oro, o esculpida en mármol o piedra. Y para diversos
géneros de vida tenía casas y palacios diversos; unos de placer, otros de
luto y tristeza, y otros de gobierno; y en sus palacios, diversos aposentos,
conforme a la cualidad de los señores que le servían, con extraño orden y
distinción.
Capítulo XXV
De los diversos dictados y órdenes de los mejicanos
Tuvieron gran primor en poner sus grados a los señores y gente noble, para
que entre ellos se reconociese a quién se debía más honor. Después del rey
era el grado de los cuatro como príncipes electores, los cuales, después de
elegido el rey, también ellos eran elegidos, y de ordinario eran hermanos o
parientes muy cercaros del rey.
Llamaban a éstos Tlacohecalcatl, que significa el príncipe de las lanzas
arrojadizas, que era un género de armas que ellos mucho usaban. Tras éstos
eran los que llamaban Tlacatecatl, que quiere decir cercenador o cortador de
hombres. El tercer dictado era de los que llamaban Ezuahuacatl, que es
derramador de sangre, no como quiera, sino arañando; todos estos títulos
eran de guerreros. Había otro cuarto, intitulado Tlillancalquí, que es señor
de la casa negra o de negregura, por un cierto tizno con que se untaban los
sacerdotes y servía para sus idolatrías. Todos estos cuatro dictados eran
del consejo supremo, sin cuyo parecer el rey no hacía ni podía hacer cosa de
importancia; y muerto el rey, había de ser elegido por rey hombre que
tuviese algún dictado de estos cuatro.
Fuera de los dichos, había otros consejos y audiencias, y dicen hombres
expertos de aquella tierra, que eran tantos como los de España, y que había
diversos consistorios, con sus oidores y alcaldes de corte, y que había
otros subordinados, como corregidores, alcaldes mayores, tenientes,
alguaciles mayores, y otros inferiores, también subordinados a éstos con
grande orden, y todos ellos a los cuatro supremos príncipes, que asistían
con el rey; y solos estos cuatro podían dar sentencia de muerte, y los demás
habían de dar memorial a éstos de lo que sentenciaban y determinaban, y al
rey se daba a ciertos tiempos noticia de todo lo que en su reino se hacía.
En la hacienda también tenía su policía y buena administración, teniendo por
todo el reino repartidos sus oficiales y contadores y tesoreros, que
cobraban el tributo y rentas reales. El tributo se llevaba a la corte cada
mes por lo menos una vez. Era el tributo de todo cuanto en tierra y mar se
cría, así de atavíos, como de comidas. En lo que toca a su religión o
superstición e idolatría, tenían mucho mayor cuidado y distinción, con gran
número de ministros, que tenían por oficio enseñar al pueblo los ritos y
ceremonias de su ley.
Por donde dijo bien y sabiamente un indio viejo a un sacerdote cristiano,
que se quejaba de los indios, que no eran buenos cristianos, ni aprendían la
ley de Dios. Pongan -dijo él- tanto cuidado los padres en hacer los indios
cristianos, como ponían los ministros de los ídolos en enseñarles sus
ceremonias, que con la mitad de aquel cuidado seremos los indios muy buenos
cristianos, porque la ley de Jesucristo es mucho mejor, y por falta de quien
la enseñe, no la toman los indios. Cierto dijo verdad, y es harta confusión
y vergüenza nuestra.
Capítulo XXVI
Del modo de pelear de los mejicanos y de las órdenes militares que tenían
El principal punto de honra ponían los mejicanos en la guerra, y así los
nobles eran los principales soldados, y otros que no lo eran, por la gloria
de la milicia subían a dignidades y cargos, y ser contados entre nobles.
Daban notables premios a los que lo habían hecho valerosamente; gozaban de
preeminencias, que ninguno otro las podía tener; con esto se animaban
bravamente.
Sus armas eran unas navajas agudas de pedernales puestas de una parte y de
otra de un bastón, y era esta arma tan furiosa, que afirman, que de un golpe
echaban con ella la cabeza de un caballo abajo, cortando toda la cerviz;
usaban porras pesadas y recias, lanzas también a modo de picas y otras
arrojadizas, en que eran muy diestros; con piedras hacían gran parte de su
negocio. Para defenderse usaban rodelas pequeñas y escudos, algunas como
celadas o morriones, y grandísima plumería en rodelas y morriones, y
vestíanse de pieles de tigres o leones, u otros animales fieros. Venían
presto a manos con el enemigo, y eran ejercitados mucho a correr y luchar,
porque su modo principal de vencer no era tanto matando, como cautivando; y
de los cautivos, como está dicho, se servían para sus sacrificios.
Motezuma puso en más punto la caballería, instituyendo ciertas órdenes
militares, como de comendadores, con diversas insignias. Los más
preeminentes de éstos eran los que tenían atada la corona del cabello con
una cinta colorada y un plumaje rico, del cual colgaban unos ramales hacia
las espaldas, con unas borlas de lo mismo al cabo; estas borlas eran tantas
en número, cuantas hazanas habían hecho. De esta orden de caballeros era el
mismo rey, también, y así se halla pintado con este género de plumajes; y en
Chapultepec, donde están Motezuma y su hijo esculpidos en unas peñas, que
son de ver, está con el dicho traje de grandísima plumajería.
Había otra orden, que decían los águilas; otra, que llamaban los leones y
tigres. De ordinario eran éstos los esforzados, que se señalaban en las
guerras, los cuales salían siempre en ellas con sus insignias. Había otros,
como caballeros pardos, que no eran de tanta cuenta como éstos, los cuales
tenían unas coletas cortadas por encima de la oreja en redondo; éstos salían
a la guerra con las insignias que esotros caballeros, pero armados solamente
de la cinta arriba; los más ilustres se armaban enteramente. Todos los
susodichos podían traer oro y plata, y vestirse de algodón rico, y tener
vasos dorados y pintados, y andar calzados. Los plebeyos no podían usar vaso
sino de barro, ni podían calzarse, ni vestir sino nequén, que es ropa basta.
Cada un género de los cuatro dichos tenía en palacio sus aposentos propios
con sus títulos: al primero llamaban aposento de los Príncipes; al segundo,
de los Águilas; al tercero, de Leones y Tigres; al cuarto, de los Pardos,
etcétera. La demás gente común estaba abajo, en sus aposentos más comunes,
y, si alguno se alojaba fuera de su lugar, tenía pena de muerte.
Capítulo XXVII
Del cuidado grande y policía que tenían los mejicanos en criar la juventud
Ninguna cosa más me ha admirado, ni parecido más digna de alabanza y
memoria, que el cuidado y orden que en criar sus hijos tenían los mejicanos;
porque, entendiendo bien que en la crianza e institución de la niñez y
juventud consiste toda la buena esperanza de una república (lo cual trata
Platón largamente en sus libros de Legibus), dieron en apartar sus hijos de
regalo y libertad, que son las dos pestes de aquella edad, y en ocupallos en
ejercicios provechosos y honestos.
Para este efecto había en los templos casa particular de niños, como escuela
o pupilaje distinto del de los mozos y mozas del templo, de que se trató
largamente en su lugar. Había en los dichos pupilajes o escuelas gran número
de muchachos, que sus padres voluntariamente llevaban allí, los cuales
tenían ayos y maestros que les enseñaban e industriaban en loables
ejercicios, a ser bien criados, a tener respeto a los mayores, a servir y
obedecer, dándoles documentos para ello. Para que fuesen agradables a los
señores, enseñábanles a cantar y danzar; industriábanlos en ejercicios de
guerra, como tirar una flecha, fisga o vara tostada a puntería, a mandar
bien una rodela y jugar la espada. Hacíanles dormir mal y comer peor, porque
desde niños se hiciesen al trabajo y no fuesen gente regalada.
Fuera del común número de estos muchachos, había en los mismos recogimientos
otros hijos de señores y gente noble, y éstos tenían más particular
tratamiento: traíanles de sus casas la comida; estaban encomendados a viejos
y ancianos que mirasen por ellos, de quien continuamente eran avisados y
amonestados a ser virtuosos y vivir castamente, a ser templados en el comer
y a ayunar, a moderar el paso y andar con reposo y mesura; usaban probarlos
en algunos trabajos y ejercicios pesados.
Cuando estaban ya criados, consideraban mucho la inclinación que en ellos
había; al que vían inclinado a la guerra, en teniendo edad le procuraban
ocasión en que proballe, a los tales, so color de que llevasen comida y
bastimentos a los soldados, los enviaban a la guerra, para que allá viesen
lo que pasaba, y el trabajo que se padecía, y para que así perdiesen el
miedo; muchas veces les echaban unas cargas muy pesadas, para que, mostrando
ánimo en aquello, con más facilidad fuesen admitidos a la compañía de los
soldados. Así acontecía ir con carga al campo y volver capitán con insignia
de honra: otros se querían señalar tanto, que quedaban presos o muertos, y
por peor tenían quedar presos; y así se hacían pedazos por no ir cautivos en
poder de sus enemigos.
Así que los que a estos se aplicaban, que de ordinario eran los hijos de
gente noble y valerosa, conseguían su deseo; otros, que se inclinaban a
cosas del templo, y por decirlo a nuestro modo, a ser eclesiásticos, en
siendo de edad los sacaban de la escuela y los ponían en los aposentos del
templo que estaban para religiosos, poniéndoles también sus insignias de
eclesiásticos, y allí tenían sus perlados y maestros, que le enseñaban todo
lo tocante a aquel ministerio; y en el ministerio que se dedicaban, en él
había de permanecer.
Gran orden y concierto era éste de los mejicanos en criar sus hijos, y si
agora se tuviese el mismo orden en hacer casas y seminarios, donde se
criasen estos muchachos, sin duda florecería mucho la cristiandad de los
indios. Algunas personas celosas lo han comenzado, y el rey y su consejo han
mostrado favorecerlo; pero, como no es negocio de interés, va muy poco a
poco y hácese fríamente. Dios nos encamine para que siquiera nos sea
confusión lo que en su perdición hacían los hijos de tinieblas, y los hijos
de luz no se queden tanto atrás en el bien.
Capítulo XXVIII
De los bailes y fiestas de los indios
Porque es parte de buen gobierno tener la república sus recreaciones y
pasatiempos cuando conviene, es bien digamos algo de lo que cuanto a esto
usaron los indios, mayormente los mejicanos. Ningún linaje de hombres que
vivan en común se ha descubierto, que no tenga su modo de entretenimiento y
recreación, con juegos o bailes, o ejercicios de gusto.
En el Perú vi un género de pelea hecha en juego, que se encendía con tanta
porfía de los bandos, que venía a ser bien peligrosa su puclla, que así la
llamaban. Vi también mil diferencias de danzas, en que imitan diversos
oficios, como de ovejeros, labradores, de pescadores, de monteros;
ordinariamente eran todas con sonido y paso y compás muy espacioso y
flemático. Otras danzas había de enmascados, que llaman guacones, y las
máscaras y su gesto eran del puro demonio. También danzaban unos hombres
sobre los hombros de los otros, al modo que en Portugal llevan las pelas,
que ellos llaman.
De estas danzas la mayor parte era superstición y género de idolatría,
porque así veneraban sus ídolos y guacas; por lo cual han procurado los
perlados evitarles lo más que pueden semejantes danzas, aunque por ser mucha
parte de ella pura recreación, les dejan que todavía dancen y bailen a su
modo. Tañen diversos instrumentos para estas danzas: unas como flautillas o
cañutillos; otros, como atambores; otros, como caracoles; lo más ordinario
es en vez cantar todos, yendo uno o dos diciendo sus poesías y acudiendo los
demás a responder con el pie de la copla. Algunos de estos romances eran muy
artificiosos y contenían historia; otros eran llenos de superstición; otros
eran puros disparates.
Los nuestros que andan entre ellos han probado ponelles las cosas de nuestra
santa fe en su modo de canto, y es cosa grande el provecho que se halla,
porque con el gusto del canto y tonada están días enteros oyendo y
repitiendo sin cansarse. También han puesto en su lengua composiciones y
tonadas nuestras, como de octavas y canciones, de romances, de redondillas,
y es maravilla cuán bien las toman los indios y cuánto gustan; es cierto
gran medio éste y muy necesario para esta gente. En el Perú llamaban estos
bailes comúnmente Taquí, en otras provincias de Indias se llamaban Areytos,
en Méjico se dicen Mitotes.
En ninguna parte hubo tanta curiosidad de juegos y bailes, como en la Nueva
España, donde hoy día se ven indios volteadores que admiran sobre una
cuerda; otros, sobre un palo alto derecho, puestos de pies danzan y hacen
mil mudanzas; otros, con las plantas de los pies y con las corvas menean y
echan en alto, y revuelven un tronco pesadísimo, que no parece cosa creíble,
sino es viéndolo; hacen otras mil pruebas de gran sutileza en trepar,
saltar, voltear, llevar grandísimo peso, sufrir golpes, que bastan a
quebrantar hierro, de todo lo cual se ven pruebas harto donosas.
Mas el ejercicio de recreación más tenido de los mejicanos es el solemne
Mitote, que es un baile que tenían por tan autorizado, que entraban a veces
en él los reyes, y no por fuerza, como el rey don Pedro de Aragón con el
barbero de Valencia. Hacíase este baile o mitote de ordinario en los patios
de los templos y de las casas reales, que eran los más espaciosos. Ponían en
medio del patio dos instrumentos: uno de hechura de atambor y otro de forma
de barril hecho de una pieza, hueco por de dentro y puesto como sobre una
figura de hombre o de animal, o de una columna. Estaban ambos templados de
suerte que hacían entre sí buena consonancia. Hacían con ellos diversos
sones, y eran muchos y varios los cantares; todos iban cantando y bailando
al son, con tanto concierto, que no discrepaba el uno del otro, yendo todos
a una, así en las voces, como en el mover los pies, con tal destreza, que
era de ver.
En estos bailes se hacían dos ruedas de gente; en medio, donde estaban los
instrumentos, se ponían los ancianos, señores y gente más grave, y allí
cuasi a pie quedo bailaban y cantaban. Alrededor de éstos, bien desviados,
salían de dos en dos los demás, bailando en corro con más ligereza y
haciendo diversas mudanzas y ciertos saltos a propósito, y entre sí venían a
hacer una rueda muy ancha y espaciosa. Sacaban en estos bailes las ropas más
preciosas que tenían, y diversas joyas, según que cada uno podía. Tenían en
esto gran punto, y así desde niños se enseñaban a este género de danzas.
Aunque muchas de estas danzas se hacían en honra de sus ídolos; pero no era
eso de su institución, sino, como está dicho, un género de recreación y
regocijo para el pueblo, y así no es bien quitárselas a los indios, sino
procurar no se mezcle superstición alguna.
En Tepotzotlán, que es un pueblo siete leguas de Méjico, vi hacer el baile o
mitote, que he dicho, en el patio de la iglesia, y me pareció bien ocupar y
entretener los indios días de fiestas, pues tienen necesidad de alguna
recreación; y en aquella que es pública y sin perjuicio de nadie hay menos
inconvenientes que en otras, que podrían hacer a sus solas, si les quitasen
éstas. Y generalmente es digno de admitir que, lo que se pudiere dejar a los
indios de sus costumbres y usos (no habiendo mezcla de sus errores
antiguos), es bien dejallo; y conforme al consejo de San Gregorio, Papa,
procurar que sus fiestas y regocijos se encaminen al honor de Dios y de los
Santos, cuyas fiestas celebran. Esto podrá bastar así en común de los usos y
costumbres políticas de los mejicanos; de su origen y acrecentamiento e
imperio, porque es negocio más largo, y que será de gusto entenderse de
raíz, quedará el tratarse para otro libro.
Libro séptimo
Capítulo I
Que importa tener noticias de los hechos de los indios, mayormente de los
mejicanos
Cualquiera historia, siendo verdadera y bien escrita, trae no pequeño
provecho al lector, porque, según dice el sabio,238 lo que fué, eso es, y lo
que será, es lo que fué. Son las cosas humanas entre sí muy semejantes, y de
los sucesos de unos aprenden otros. No hay gente tan bárbara, que no tenga
algo bueno que alabar; ni la hay tan política y humana, que no tenga algo
que enmendar.
Pues cuando la relación o la historia do los hechos de los indios no tuviese
otro fruto más de este común de ser historia y relación de cosas, que en
efecto de verdad pasaron, merece ser recibida por cosa útil, y no por ser
indios es de desechar la noticia de sus cosas, como en las cosas naturales
vemos, que no sólo de los animales generosos y de las plantas insignes y
piedras preciosas escriben los autores, sino también de animales bajos y de
yerbas comunes y de piedras y de cosas muy ordinarias, porque allí también
hay propiedades dignas de consideración. Así que cuando esto no tuviese más
que ser historia, siendo como lo es, y no fábulas y ficciones, no es sujeto
indigno de escribirse y leerse.
Mas hay otra muy particular razón, que por ser de gentes poco estimadas se
estima en más lo que de ellas es digno de memoria, y por ser en materias
diferentes de nuestra Europa, como lo son aquellas naciones, da mayor gusto
entender de raíz su origen, su modo de proceder, sus sucesos prósperos y
adversos. Y no es sólo gusto, sino provecho también, mayormente para los que
los han de tratar, pues la noticia de sus cosas convida a que nos den
crédito en las nuestras y enseñan en gran parte cómo se deban tratar, y aun
quitan mucho del común y necio desprecio en que los de Europa los tienen, no
juzgando de estas gentes tengan cosas de hombres de razón y prudencia. El
desengaño de esta su vulgar opinión en ninguna parte le pueden mejor hallar
que en la verdadera narración de los hechos de esta gente.
Trataré, pues, con ayuda del Señor, del origen y sucesiones y hechos
notables de los mejicanos con la brevedad que pudiere; y últimamente se
podrá entender la disposición que el altísimo Dios quiso escoger para enviar
a estas naciones la luz del evangelio de su unigénito hijo Jesucristo,
nuestro señor, al cual suplico enderece este nuestro pequeño trabajo, de
suerte que salga a gloria de su divina grandeza y alguna utilidad de estas
gentes, a quien comunicó su santa ley evangélica.
Capítulo II
De los antiguos moradores de la Nueva España, y cómo vinieron a ella los
Navatlacas
Los antiguos y primeros moradores de las provincias que llamamos Nueva
España fueron hombres muy bárbaros y silvestres, que sólo se mantenían de
caza, y por eso les pusieron nombre de Chichimecas. No sembraban ni
cultivaban la tierra, ni vivían juntos, porque todo su ejercicio y vida era
cazar, y en esto eran diestrísimos. Habitaban en los riscos y más ásperos
lugares de las montañas, viviendo bestialmente sin ninguna policía, desnudos
totalmente. Cazaban venados, liebres, conejos, comadrejas, topos, gatos
monteses, pájaros y aun inmundicias, como culebras, lagartos, ratones,
langostas y gusanos, y de esto y de yerbas y raíces se sustentaban. Dormían
por los montes en las cuevas y entre las matas; las mujeres iban con los
maridos a los mismos ejercicios de caza, dejando a los hijuelos colgados de
una rama de un árbol, metidos en una cestilla de juncos, bien hartos de
leche, hasta que volvían con la caza. No tenían superior, ni le reconocían,
ni adoraban dioses, ni tenían ritos, ni religión alguna.
Hoy día hay en la Nueva España de este género de gente, que viven de su arco
y flechas, y son muy perjudiciales, porque para hacer mal y saltear se
acaudillan y juntan, y no han podido los españoles, por bien ni mal, por
maña ni fuerza, reducirlos a policía y obediencia, porque, como no tienen
pueblos, ni asiento, el pelear con éstos es puramente montear fieras, que se
esparcen y esconden por lo más áspero y encubierto de la sierra; tal es el
modo de vivir de muchas provincias hoy día en diversas partes de Indias. Y
de este género de indios bárbaros principalmente se trata en los libros de
Procuranda Indorum salute, cuando se dice que tienen necesidad de ser
compelidos y sujetados con alguna honesta fuerza, y que es necesario
enseñallos primero a ser hombres, y después a ser cristianos.
Quieren decir que de estos mismos eran los que en la Nueva España llaman
Otomíes, que comúnmente son indios pobres y poblados en tierra áspera; pero
están poblados y viven juntos y tienen alguna policía, y aun para las cosas
de cristiandad, los que bien se entienden con ellos nos los hallan menos
idóneos y hábiles que a los otros que son más ricos y tenidos por más
políticos.
Viniendo al propósito, estos Chichimecas y Otomíes, de quien se ha dicho que
eran los primeros moradores de la Nueva España, como no cogían, ni
sembraban, dejaron la mejor tierra y más fértil sin poblarla, y ésa ocuparon
las naciones que vinieron de fuera, que por ser gente política, la llaman
Navatlaca, que quiere decir gente que se explica y habla claro, a diferencia
de esotra bárbara y sin razón. Vinieron estos segundos pobladores Navatlacas
de otra tierra remota hacia el norte, donde agora se ha descubierto un reino
que llaman el Nuevo Méjico. Hay en aquella tierra dos provincias: la una
llaman Aztlán, que quiere decir lugar de garzas; la otra, llamada
Teuculhuacán, que quiere decir tierra de los que tienen abuelos divinos.
En estas provincias tienen sus casas y sus sementeras y sus dioses, ritos y
ceremonias, con orden y policía, los Navatlacas, los cuales se dividen en
siete linajes o naciones; y porque en aquella tierra se usa, que cada linaje
tiene su sitio y lugar conocido, pintan los Navatlacas su origen y
descendencia en figura de cueva, y dicen que de siete cuevas vinieron a
poblar la tierra de Méjico, y en sus librerías hacen historia de esto,
pintando siete cuevas con sus descendientes. El tiempo que ha que salieron
los Navatlacas de su tierra, conforme a la computación de sus libros, pasa
ya de ochocientos años, y reducido a nuestra cuenta, fué el año del Señor de
ochocientos y veinte, cuando comenzaron a salir de su tierra. Tardaron en
llegar a la que ahora tienen poblada de Méjico, enteros ochenta años.
Fué la causa de tan espacioso viaje haberles persuadido sus dioses (que sin
duda eran demonios que hablaban visiblemente con ellos) que fuesen
inquiriendo nuevas tierras de tales y tales señas, y así venían explorando
la tierra y mirando las señas que sus ídolos les habían dado, y donde
hallaban buenos sitios, los iban poblando, y sembraban y cogían; y como
descubrían mejores lugares, desamparaban los ya poblados, dejando todavía
alguna gente, mayormente viejos y enfermos y gente cansada; dejando también
buenos edificios, de que hoy día se halla rastro por el camino que trajeron.
Con este modo de caminar tan despacio gastaron ochenta años en camino que se
puede andar en un mes, y así entraron en la tierra de Méjico el año de
novecientos y dos, a nuestra cuenta.
Capítulo III
Cómo los seis linajes Navatlacas poblaron la tierra de Méjico
Estos siete linajes que he dicho, no salieron todos juntos. Los primeros
fueron los Suchimilcos, que quiere decir gente de sementeras de flores.
Estos poblaron a la orilla de la gran laguna de Méjico, hacia el mediodía, y
fundaron una ciudad de su nombre y otros muchos lugares. Mucho después
llegaron los del segundo linaje, llamados Chalcas, que significa gente de
las bocas, y también fundaron otra ciudad de su nombre, partiendo términos
con los Suchimilcos. Los terceros fueron los Tepanecas, que quiere decir
gente de la puente, y también poblaron en la orilla de la laguna al
occidente. Estos crecieron tanto, que a la cabeza de su provincia la
llamaron Azcapuzalco, que quiere decir hormiguero, y fueron gran tiempo muy
poderosos.
Tras éstos vinieron los que poblaron a Tezcuco, que son los de Culhua, que
quiere decir gente corva, porque en su tierra había un cerro muy encorvado.
Y así quedó la laguna cercada de estas cuatro naciones, poblando éstos al
oriente y los Tepanecas al norte. Estos de Tezcuco fueron tenidos por muy
cortesanos y bien hablados, y su lengua es muy galana. Después llegaron los
Tlatluícas, que significa gente de la sierra; éstos eran los más toscos de
todos, y como hallaron ocupados todos los llanos en contorno de la laguna
hasta las sierras, pasaron de la otra parte de la sierra, donde hallaron una
tierra muy fértil, espaciosa y caliente, donde poblaron grandes pueblos y
muchos; y a la cabeza de su provincia llamaron Quahunahuac, que quiere decir
lugar donde suena la voz del águila, que corrompidamente nuestro vulgo llama
Quernavaca; y aquella provincia es la que hoy se dice el Marquesado.
Los de la sexta generación, que son los Tlascaltecas, que quiere decir gente
de pan, pasaron la serranía hacia el oriente, atravesando la sierra nevada,
donde está el famoso volcán entre Méjico y la ciudad de los Ángeles.
Hallaron grandísimos sitios, extendiéronse mucho, fabricaron bravos
edificios, fundaron diversos pueblos y ciudades; la cabeza de su provincia
llamaron de su nombre, Tlascala. Esta es la nación que favoreció a los
españoles, y con su ayuda ganaron la tierra, y por eso, hasta el día de hoy,
no pagan tributo y gozan de exención general.
Al tiempo que todas estas naciones poblaban, los Chichimecas, antiguos
pobladores, no mostraron contradicción, ni hicieron resistencia; solamente
se extrañaban y, como admirados, se escondían en lo más oculto de las peñas.
Pero los que habitaban de la otra parte de la sierra nevada, donde poblaron
los Tlascaltecas, no consintieron lo que los demás Chichimecas, antes se
pusieron a defenderles la tierra, y, como eran gigantes, según la relación
de sus historias, quisieron echar por fuerza a los advenedizos; mas fué
vencida su mucha fuerza con la maña de los Tlascaltecas. Los cuales los
aseguraron y, fingiendo paz con ellos, los convidaron a una gran comida, y
teniendo gente puesta en celada, cuando más metidos estaban en su borrachera
hurtáronles las armas con mucha disimulación, que eran unas grandes porras y
rodelas y espadas de palo y otros géneros. Hecho esto, dieron de improviso
en ellos; queriéndose poner en defensa y echando menos sus armas, acudieron
a los árboles cercanos y, echando mano de sus ramas, así las desgajaban,
como otros deshojaron lechugas. Pero, al fin, como los Tlascaltecas venían
armados y en orden, desbarataron a los gigantes, y hirieron en ellos sin
dejar hombre a vida.
Nadie se maraville, ni tenga por fábula lo de estos gigantes, porque hoy día
se hallan huesos de hombres de increíble grandeza. Estando yo en Méjico año
de ochenta y seis, toparon un gigante de éstos enterrado en una heredad
nuestra que llamamos Jesús del Monte, y nos trajeron a mostrar una muela,
que, sin encarecimiento, sería bien tan grande como un puño de un hombre, y
a esta proporción lo demás, lo cual yo vi, y me maravillé de su deforme
grandeza. Quedaron, pues, con esta victoria los Tlacaltecas pacíficos, y
todos los otros linajes sosegados, y siempre conservaron entre sí amistad
las seis generaciones forasteras, que he dicho, casando sus hijos e hijas
unos con otros, y partiendo términos pacíficamente, y atendiendo con una
honesta competencia a ampliar e ilustrar su república cada cual, hasta
llegar a gran crecimiento y pujanza.
Los bárbaros Chichimecos, viendo lo que pasaba, comenzaron a tener alguna
policía, y cubrir sus carnes, y hacérseles vergonzoso lo que hasta entonces
no la era, y tratando ya con esotra gente, y con la comunicación
perdiéndoles el miedo, fueron aprendiendo de ellos, y ya hacían sus chozas y
buhíos, y tenían algún orden de república, eligiendo sus señores y
reconociéndoles superioridad. Y así salieron en gran parte de aquella vida
bestial que tenían; pero siempre en los montes y llegados a las sierras y
apartados de los demás.
Por este mismo tenor tengo por cierto que han procedido las más naciones y
provincias de Indias, que los primeros fueron hombres salvajes, y por
meterse de caza fueron penetrando tierras asperísimas y descubriendo nuevo
mundo y habitando en él cuasi como fieras, sin casa, ni techo, ni sementera,
ni ganado, ni rey, ni ley, ni Dios, ni razón. Después, otros, buscando
nuevas y mejores tierras, poblaron lo bueno e introdujeron orden y policía y
modo de república, aunque es muy bárbara. Después, o de estos mismos, o de
otras naciones, hombres que tuvieron más brío y maña que otros, se dieron a
sujetar y oprimir a los menos poderosos, hasta hacer reinos e imperios
grandes.
Así fué en Méjico, así fué en el Perú y así es, sin duda, donde quiera que
se hallan ciudades y repúblicas fundadas entre estos bárbaros. Por donde
vengo a confirmarme en mi parecer, que largamente traté en el primer libro,
que los primeros pobladores de las Indias occidentales vinieron por tierra,
y, por el consiguiente, toda la tierra de Indias está continuada con la de
Asia, Europa y África, y el mundo nuevo con el viejo, aunque hasta el día
presente no está descubierta la tierra, que añuda y junta estos dos mundos,
o si hay mar en medio, es tan corto, que le pueden pasar a nado fieras y
hombres en pobres barcos. Mas dejando esta filosofía, volvamos a nuestra
historia.
Capítulo IV
De la salida de los mejicanos, y camino y población de Mechoacán
Habiendo, pues, pasado trescientos y dos años que los seis linajes referidos
salieron de su tierra y poblaron la de Nueva España, estando ya la tierra
muy poblada y reducida a orden y policía, aportaron a ella los de la séptima
cueva o linaje, que es la nación mejicana, la cual, como las otras, salió de
las provincias de Aztlán y Teuculhuacan, gente política y cortesana y muy
belicosa. Adoraban éstos el ídolo llamado Vitzilipuztli, de quien se ha
hecho larga mención arriba, y el demonio que estaba en aquel ídolo hablaba y
regía muy fácilmente esta nación.
Éste, pues, les mandó salir de su tierra, prometiéndoles que los haría
príncipes y señores de todas las provincias que habían poblado las otras
seis naciones; que les daría tierra muy abundante, mucho oro, plata, piedras
preciosas, plumas y mantas ricas. Con esto salieron llevando a su ídolo
metido en una arca de juncos, la cual llevaban cuatro sacerdotes
principales, con quien él se comunicaba y decía en secreto los sucesos de su
camino, avisándoles lo que les había de suceder, dándoles leyes y
enseñándoles los ritos y ceremonias y sacrificios. No se movían un punto sin
parecer y mandato de este ídolo. Cuándo habían de caminar y cuándo parar y
dónde, él lo decía y ellos puntualmente obedecían.
Lo primero que hacían dondequiera que paraban era edificar casa o
tabernáculo para su falso dios, y poníanle siempre en medio del real que
asentaban, puesta el arca siempre sobre un altar hecho al mismo modo que le
usa la Iglesia cristiana. Hecho esto, hacían sus sementeras de pan y de las
demás legumbres que usaban; pero estaban tan puestos en obedecer a su Dios,
que si él tenía por bien que se cogiese, lo cogían, y si no, en mandándoles
alzar su real, allí se quedaba todo para semilla y sustento de los viejos y
enfermos y gente cansada que iban dejando de propósito donde quiera que
poblaban, pretendiendo que toda la tierra quedase poblada de su nación.
Parecerá, por ventura, esta salida y peregrinación de los mejicanos,
semejante a la salida de Egipto y camino que hicieron los hijos de Israel,
pues aquéllos, como éstos, fueron amonestados a salir y buscar tierra de
promisión, y los unos y los otros llevaban por guía su dios, y consultaban
el arca, y le hacían tabernáculo, y allí les avisaba y daba leyes y
ceremonias, y así los unos, como los otros, gastaron gran número de años en
llegar a la tierra prometida. Que en todo esto y en otras muchas cosas hay
semejanza de lo que las historias de los mejicanos refieren, a lo que la
divina Escritura cuenta de los israelitas. Y, sin duda, es ello así: que el
demonio, príncipe de soberbia, procuró en el trato y sujeción de esta gente
remedar lo que el altísimo y verdadero Dios obró con su pueblo, porque, como
está tratado arriba, es extraño el hipo que satanás tiene de asemejarse a
Dios, cuya familiaridad y trato con los hombres pretendió este enemigo
mortal falsamente usurpar.
Jamás se ha visto demonio que así conversase o con las gentes, como este
demonio Vitzilipuztli. Y bien se parece quién él era, pues no se ha visto ni
oído ritos más supersticiosos, ni sacrificios más crueles y inhumanos, que
los que éste enseñó a los suyos; en fin, como dictados del mismo enemigo del
género humano. El caudillo y capitán que éstos seguían tenía por nombre
Meji; y de ahí se derivó después el nombre de Méjico y el de su nación
mejicana.
Caminando, pues, con la misma prolijidad que las otras seis naciones,
poblando, sembrando y cogiendo en diversas partes, de que hay hasta hoy
señales y ruinas, pasando muchos trabajos y peligros, vinieron a cabo de
largo tiempo a aportar a la provincia que se llama de Mechoacán, que quiere
decir tierra de pescado, porque hay en ella mucho en grandes y hermosas
lagunas que tiene, donde, contentándose del sitio y frescura de la tierra,
quisieran descansar y parar. Pero, consultando su ídolo y no siendo de ello
contento, pidiéronle que, a lo menos, les permitiese dejar de su gente allí,
que poblasen tan buena tierra, y de esto fué contento, dándoles industrias
como lo hiciesen, que fué que, en entrando a bañarse en una laguna hermosa
que se dice Pázcuaro, así hombres como mujeres, les hurtasen la ropa los que
quedasen, y luego, sin ruido, alzasen su real y se fuesen; y así se hizo.
Los otros, que no advirtieron el engaño, con el gusto de bañarse, cuando
salieron y se hallaron despojados de sus ropas, y así burlados y
desamparados de los compañeros, quedaron muy sentidos y quejosos, y, por
declarar el odio que les cobraron, dicen que mudaron traje y aun lenguaje. A
lo menos es cosa cierta que siempre fueron estos Mechoacanes enemigos de los
mejicanos, y así vinieron a dar el parabién al marqués del Valle de la
victoria que había alcanzado cuando ganó a Méjico.
Capítulo V
De lo que les sucedió en Malinalco y en Tula y en Chapultepec
Hay de Mechoacán a Méjico más de cincuenta leguas. En este camino está
Malinalco, donde les sucedió que, quejándose a su ídolo de una mujer que
venía en su compañía, grandísima hechicera, cuyo nombre era Hermana de su
Dios, porque con sus malos artes les hacía grandísimos daños, pretendiendo
por cierta vía hacerse adorar de ellos por diosa, el ídolo habló en sueños a
uno de aquellos viejos que llevaban el arca, y mandó que, de su parte,
consolase al pueblo, haciéndoles de nuevo grandes promesas, y que a aquella
su Hermana, como cruel y mala, la dejasen con toda su familia, alzando el
real de noche y con gran silencio y sin dejar rastro por donde iban.
Ellos lo hicieron así; y la hechicera, hallándose sola con su familia y
burlada, pobló allí un pueblo, que se llama Malinalco; y tienen por grandes
hechiceros a los naturales de Malinalco, como a hijos de tal madre. Los
mejicanos, por haberse diminuido mucho por estas divisiones y por los muchos
enfermos y gente cansada que iban dejando, quisieron rehacerse y pararon en
un asiento que se dice Tula, que quiere decir lugar de justicia. Allí el
ídolo les mandó que atajasen un río muy grande, de suerte que se derramase
por un gran llano, y con la industria que les dió cercaron de agua un
hermoso cerro llamado Coatepec y hicieron una laguna grande, la cual
cercaron de sauces, álamos, sabinas y otros árboles. Comenzóse a criar mucho
pescado y a acudir allí muchos pájaros, con que se hizo un deleitoso lugar.
Pareciéndoles bien el sitio, y estando hartos de tanto caminar trataron
muchos de poblar allí y no pasar adelante.
De esto el demonio se enojó reciamente y, amenazando de muerte a sus
sacerdotes, mandóles que quitasen la represa al río y le dejasen ir por
donde antes corría, y a los que habían sido desobedientes dijo que aquella
noche él les daría el castigo que merecían; y como el hacer mal es tan
propio del demonio, y permite la justicia divina muchas veces que sean
entregados a tal verdugo los que le escogen por su dios, acaeció que a la
media noche oyeron en cierta parte del real un gran ruido, y a la mañana,
yendo allá, hallaron muertos los que habían tratado de quedarse allí; y el
modo de matarlos fué abrirles los pechos y sacarles los corazones, que de
este modo los hallaron. Y de aquí les enseñó a los desventurados su bonito
dios el modo de sacrificios que a él lo agradaban, que era abrir los pechos
y sacar los corazones a los hombres, como lo usaron siempre de allí en
adelante en sus horrendos sacrificios.
Con este castigo, y con habérseles secado el campo por haberse desaguado la
laguna, consultando a su dios de su voluntad y mandato, pasaron poco a poco
hasta ponerse una legua de Méjico, en Chapultepec, lugar célebre por su
recreación y frescura. En este cerro se hicieron fuertes, temiéndose de las
naciones que tenían poblada aquella tierra, que todas les eran contrarias,
mayormente por haber infamado a los mejicanos un Copil, hijo de aquella
hechicera que dejaron en Malinalco; el cual, por mandado de su madre, a cabo
de mucho tiempo, vino en seguimiento de los mejicanos, y procuró incitar
contra ellos a los Tepanecas y a los otros circunvecinos y hasta los
Chalcas, de suerte que con mano armada vinieron a destruir a los mejicanos.
El Copil se puso en un cerro, que está en medio de la laguna, que se llama
Acopilco, esperando la destrucción de sus enemigos; mas ellos por aviso de
su ídolo, fueron a él, y tomándole descuidado, le mataron y trajeron el
corazón a su dios, el cual mandó echar en la laguna, de donde fingen haber
nacido un tunal, donde se fundó Méjico. Vinieron a las manos los Chalcas y
las otras naciones con los mejicanos, los cuales habían elegido por su
capitán a un valiente hombre llamado Vitzlovitli; y en la refriega éste fué
preso y muerto por los contrarios; mas no perdieron por eso el ánimo los
mejicanos y, peleando valerosamente, a pesar de los enemigos, abrieron
camino por sus escuadrones y, llevando en medio a los viejos y niños y
mujeres, pasaron hasta Atlacuyavaya, pueblo de los Culhuas, a los cuales
hallaron de fiesta, y allí se hicieron fuertes. No les siguieron los
Chalcas, ni los otros; antes, de puro corridos de verse desbaratados de tan
pocos, siendo tanto, se retiraron a sus pueblos.
Capítulo VI
De la guerra que tuvieron con los de Culhuacán
Por consejo del ídolo enviaron sus mensajeros al señor de Culhuacán,
pidiéndole sitio donde poblar; y, después de haberlo consultado con los
suyos, les señaló a Tizaapán, que quiere decir aguas blancas, con intento de
que se perdiesen y muriesen, porque en aquel sitio había grande suma de
víboras y culebras y otros animales ponzoñosos, que se criaban en un cerro
cercano. Mas ellos, persuadidos y enseñados de su demonio, admitieron de
buena gana lo que les ofrecieron, y por arte diabólica amansaron todas
aquellas animalias, sin que les hiciesen daño alguno, y aun las convirtieron
en mantenimiento, comiendo muy a su salvo y placer de ellas.
Visto esto por el señor de Culhuacán, y que habían hecho sementeras y
cultivaban la tierra, tuvo por bien admitirlos a su ciudad y contratar con
ellos muy de amistad; mas el Dios que los mejicanos adoraban (como suele) no
hacía bien sino para hacer más mal. Dijo, pues, a sus sacerdotes que no era
aquél el sitio adonde él quería que permaneciesen, y que el salir de allí
había de ser trabando guerra; y para esto se había de buscar una mujer, que
se había de llamar la diosa de la discordia, y fué la traza enviar a pedir
al rey de Culhuacán su hija para reina de los mejicanos y madre de su dios;
a él le pareció bien la embajada, y luego la dió con mucho aderezo y
acompañamiento.
Aquella misma noche que llegó, por orden del homicida a quien adoraban,
mataron cruelmente la moza y, desollándole el cuero, como lo hacen
delicadamente, vistiéronle a un mancebo y encima sus ropas de ella, y de
esta suerte le pusieron junto al ídolo, dedicándola por diosa y madre de su
dios; y siempre de allí adelante la adoraban, haciéndole después ídolo, que
llamaron Tocci, que es nuestra abuela. No contentos con esta crueldad,
convidaron con engaño al rey de Culhuacún, padre de la moza, que viniese a
adorar a su hija, que estaba ya consagrada diosa; y viniendo él con grandes
presentes y mucho acompañamiento de los suyos, metiéronle a la capilla donde
estaba su ídolo, que era muy oscura, para que ofreciese sacrificio a su
hija, que estaba allí; mas acaeció encenderse el incienso que ofrecían en un
brasero a su usanza, y con la llama reconoció el pellejo de su hija, y
entendida la crueldad y engaño, salió dando voces, y con toda su gente dió
en los mejicanos con rabia y furia, hasta hacerles retirar a la laguna
tanto, que cuasi se hundían en ella.
Los mejicanos, defendiéndose y arrojando ciertas varas que usaban, con que
herían reciamente a sus contrarios, en fin cobraron la tierra y,
desamparando aquel sitio, se fueron bogando la laguna, muy destrozados y
mojados, llorando y dando alaridos los niños y mujeres contra ellos y contra
su dios, que en tales pasos los traía. Hubieron de pasar un río, que no se
pudo vadear, y de sus rodelas, fisgas y juncias hicieron unas balsillas, en
que pasaron; en fin, rodeando de Culhuacán vinieron a Iztapalapa, y de allí
a Acatzintitlán, y después a Iztacalco, y finalmente al lugar donde está hoy
la ermita de San Antón, a la entrada de Méjico, y el barrio que se llama al
presente de San Pablo, consolándoles su ídolo en los trabajos y animándoles
con promesas de cosas grandes.
Capítulo VII
De la fundación de Méjico
Siendo ya llegado el tiempo que el padre de las mentiras cumpliese con su
pueblo, que ya no podía soportar tantos rodeos y trabajos y peligros,
acaeció que unos viejos hechiceros o sacerdotes, entrando por un carrizal
espeso, toparon un golpe de agua muy clara y muy hermosa y que parecía
plateada, y, mirando alrededor, vieron los árboles todos blancos, y el
prado, blanco, y los peces, blancos, y todo cuanto miraban, muy blanco. Y
admirados de esto, acordáronse de una profecía de su dios, que les había
dado aquello por señal del lugar adonde habían de descansar y hacerse
señores de las otras gentes, y llorando de gozo volvieron con las buenas
nuevas al pueblo.
La noche siguiente apareció en sueño Vitzilipuztli a un sacerdote anciano, y
díjole que buscasen en aquella laguna un tunal, que nacía de una piedra,
que, según dijo, era donde por su mandado habían echado el corazón de Copil,
su enemigo, hijo de la hechicera, y que sobre aquel tunal verían un águila
muy bella, que se apacentaba allí de pájaros muy galanos, y que cuando esto
viesen, supiesen que era el lugar donde se había de fundar su ciudad, la
cual había de prevalecer a todas las otras y ser señalada en el mundo.
El anciano, por la mañana, juntando todo el pueblo, desde el mayor hasta el
menor, les hizo una larga plática en razón de lo mucho que debían a su dios,
y de la revelación, que, aunque indigno, había tenido aquella noche,
concluyendo que debían todos ir en demanda de aquel bienaventurado lugar,
que les era prometido; lo cual causó tanta devoción y alegría en todos, que
sin dilación se pusieron luego a la empresa. Y dividiéndose a una parte y a
otra por toda aquella espesura de espadañas y carrizales y juncias de la
laguna, comenzaron a buscar por las señas de la revelación el lugar tan
deseado. Toparon aquel día el golpe de agua del día antes, pero muy
diferente, porque no venía blanca, sino bermeja, como de sangre; y
partiéndose en dos arroyos, era el uno azul espesísimo, cosa que les
maravilló y denotó gran misterio, según ellos lo ponderaban.
Al fin, después de mucho buscar acá y allá, apareció el tunal nacido de una
piedra, y en él estaba un águila real, abiertas las alas y tendidas, y ella
vuelta al sol, recibiendo su calor; alrededor había gran variedad de pluma
rica de pájaros, blanca, colorada, amarilla, azul y verde, de aquella fineza
que labran imágenes. Tenía el águila en las uñas un pájaro muy galano. Como
la vieron y reconocieron ser el lugar del oráculo, todos se arrodillaron,
haciendo gran veneración al águila, y ella también les inclinó la cabeza,
mirándolos a todas partes. Aquí hubo grandes alaridos y muestras de devoción
y hacimiento de gracias al criador y a su gran dios Vitzilipuztli, que en
todo les era padre y siempre les había dicho verdad. Llamaron por eso la
ciudad que allí fundaron Tenoktitlán, que significa tunal en piedra; y sus
armas y insignias son, hasta el día de hoy, un águila sobre un tunal, con un
pájaro en la una mano, y con la otra asentada en el tunal.
El día siguiente, de común parecer, fueron a hacer una ermita junto al tunal
del águila, para que reposase allí el arca de su dios, hasta que tuviesen
posibilidad de hacerle suntuoso templo; y así la hicieron de céspedes y
tapias y cubriéronla de paja. Luego, habida su consulta, determinaron
comprar de los comarcanos piedra y madera y cal a trueque de peces, ranas y
camarones, y asimismo de patos, gallaretas, corvejones y otros diversos
géneros de aves marinas; todo lo cual pescaban y cazaban con suma diligencia
en aquella laguna, que de esto es muy abundante. Iban con estas cosas a los
mercados de las ciudades y pueblos de los Tepanecas y de los de Tezcuco,
circunvecinos, y con mucha disimulación e industria juntaban poco a poco lo
que habían menester para el edificio de su ciudad, y haciendo de piedra y
cal otra capilla mejor para su ídolo, dieron en cegar con planchas y
cimientos gran parte de la laguna.
Hecho esto, habló el ídolo a uno de sus sacerdotes, una noche, en esta
forma: Di a la congregación mejicana que se dividan los señores, cada uno
con sus parientes y amigos y allegados, en cuatro barrios principales,
tomando en medio la casa que para mi descanso habéis hecho, y cada
parcialidad edifique en su barrio a voluntad. Así se puso en ejecución, y
estos son los cuatro barrios principales de Méjico, que hoy día se llaman
San Juan, Santa María la Redonda, San Pablo, San Sebastián.
Después de divididos los mejicanos en estos cuatro barrios, mandóles su dios
que repartiesen entre sí los dioses que él les señalase, y cada principal
barrio de los cuatro nombrase y señalase otros barrios particulares, donde
aquellos dioses fuesen reverenciados, y así a cada barrio de éstos eran
subordinados otros muchos pequeños, según el número de los ídolos que su
dios les mandó adorar, los cuales llamaron Capultetco, que quiere decir dios
de los barrios. De esta manera se fundó, y de pequeños principios vino a
grande crecimiento la ciudad de Méjico Tenoxtitlán.
Capítulo VIII
Del motín de los de Tlatellulco, y del primer rey que eligieron los
mejicanos
Hecha la división de barrios y colaciones con el concierto dicho, a algunos
de los viejos y ancianos, pareciéndoles que en la partición de los sitios no
se les daba la ventaja que merecían, como gente agraviada, ellos, sus
parientes y amigos se amotinaron y se fueron a buscar nuevo asiento; y
discurriendo por la laguna, vinieron a hallar una pequeña albarrada o
terrapleno, que ellos llaman Tlatelollí, adonde poblaron, dándole el nombre
de Tlatellulco, que es lugar de terrapleno. Esta fué la tercera división,
división de los mejicanos después que salieron de su tierra, siendo la
primera la de Mechoacán y la segunda la de Malinalco.
Eran estos que se apartaron a Tlatellulco, de cuyo inquietos y mal
intencionados, y así hacían a sus vecinos los mejicanos la peor vecindad que
podían; siempre tuvieron revueltas con ellos y les fueron molestos, y aun
hasta hoy duran la enemistad y bandos antiguos. Viendo, pues, los de
Tenoxtitlán que les eran muy contrarios estos de Tlatellulco, y que iban
multiplicando, con recelo y temor de que por tiempo viniesen a
sobrepujarles, tuvieron sobre el caso larga consulta, y salió de acuerdo que
era bien eligir rey a quien ellos obedeciesen y los contrarios temiesen,
porque con esto estarían entre sí más unidos y fuertes, y los enemigos no se
les atreverían tanto.
Puestos en eligir rey, tomaron otro acuerdo muy importante y acertado, de no
elegirle de entre sí mismos, por evitar disenciones, y por ganar con el
nuevo rey alguna de las naciones cercanas, de que se vían rodeados y
destituídos de todo socorro. Y mirado todo, así para aplacar al rey de
Culhuacán, a quien tenían gravemente ofendido por haberle muerto y desollado
la hija de su antecesor, y hecho tan pesada burla, como también por tener
rey que fuese de su sangre mejicana, de cuya generación había muchos en
Culhuacán, del tiempo que vivieron en paz con ellos, determinaron eligir por
rey un mancebo llamado Acamapixli, hijo de un gran príncipe mejicano y de
una señora, hija del rey de Culhuacán.
Enviáronle luego embajadores a pedírselo con un gran presente, los cuales
dieron su embajada en esta forma: Gran señor, nosotros, tus vasallos y
siervos mejicanos, metidos y encerrados entre las espadañas y carrizales de
la laguna, solos y desamparados de todas las naciones del mundo, encaminados
solamente por nuestro dios al sitio donde agora estamos, que cae en la
jurisdicción de tu término y del de Azcapuzalco y del de Tezcuco, ya que nos
habéis permitido estar en él, no queremos, ni es razón, estar sin cabeza y
señor que nos mande, corrija, guíe y enseñe en nuestro modo de vivir, y nos
defienda y ampare de nuestros enemigos. Por tanto, acudimos a ti sabiendo
que en tu casa y corte hay hijos de nuestra generación emparentada con la
vuestra, salidos de nuestras entrañas y de las vuestras, sangre nuestra y
vuestra. Entre éstos tenemos noticia de un nieto tuyo y nuestro, llamado
Acamapixtli; suplicámoste nos lo des por señor, al cual estimaremos como
merece, pues es de la línea de los señores mejicanos y de los reyes de
Culhuacán.
El rey, visto el negocio y que no le estaba mal aliarse con los mejicanos,
que eran valientes, les respondió que llevasen su nieto mucho en hora buena;
aunque añadió que, si fuera mujer, no se la diera, significando el hecho tan
feo que arriba se ha referido. Y acabó su plática con decir: Vaya mi nieto,
y sirva a vuestro dios, y sea su lugarteniente y rija y gobierne las
criaturas de aquel por quien vivimos, señor de la noche y día, y de los
vientos. Vaya y sea señor del agua y de la tierra que posee la nación
mejicana; llevalde en buena hora, y mirá que le tratéis como a hijo y nieto
mío.
Los mejicanos le rindieron las gracias, y juntamente le pidieron le casase
de su mano, y así le dió por mujer una señora muy principal entre ellos.
Trajeron al nuevo rey y reina con la honra posible, y hiciéronles su
recibimiento, saliendo cuantos había, hasta los muy chiquitos, a ver su rey,
y llevándolos a unos palacios, que entonces eran harto pobres, y sentándolos
en sus asientos de reyes, luego se levantó uno de aquellos ancianos y
retóricos, de que tuvieron gran cuenta, y habló en esta manera: Hijo mío,
señor y rey nuestro, seas muy bien venido a esta pobre casa y ciudad, entre
estos carrizales y espadañas, adonde los pobres de tus padres, abuelos y
parientes padecen lo que el señor de lo criado se sabe. Mira, señor, que
vienes a ser amparo, sombra y abrigo de esta nación Mejicana, por ser la
semejanza de nuestro dios Vitzilipuztli, por cuya causa se te da el mando y
la jurisdicción. Bien sabes que no estamos en nuestra tierra, pues la que
poseemos agora es ajena, y no sabemos lo que será de nosotros mañana o
esotro día. Y así considera, que no vienes a descansar, ni a recrearte, sino
a tomar nuevo trabajo con carga tan pesada, que siempre te ha de hacer
trabajar, siendo esclavo de toda esta multitud, que te cupo en suerte, y de
toda esotra gente comarcana, a quien has de procurar de tener muy gratos y
contentos, pues sabes vivimos en sus tierras y término. Y así cesó, con
repetir seáis muy bien venido tú y la reina nuestra señora a este vuestro
reino.
Esta fué la plática del viejo, la cual, con las demás que celebran las
historias mejicanas, tenían por uso aprender de coro los mozos, y por
tradición se conservaron estos razonamientos, que algunos de ellos son
dignos de referir por sus propias palabras. El rey respondió dando las
gracias, y ofreciendo su diligencia y cuidado en defendelles y ayudarles
cuanto él pudiese. Con esto le juraron, y conforme a su modo le pusieron la
corona de rey, que tiene semejanza a la corona de la señoría de Venecia. El
nombre de este rey primero Acamapixtli, quiere decir, cañas en puño; y así
su insignia es una mano, que tiene muchas sacias de caña.
Capítulo IX
Del extraño tributo que pagaban los mejicanos a los de Azcapuzalco
Fué la elección del nuevo rey tan acertada, que en poco tiempo comenzaron
los mejicanos a tener forma de república y cobrar nombre y opinión con los
extraños. Por donde sus circunvecinos, movidos de envidia y de temor,
trataron de sojuzgarlos, especialmente los Topanecas, cuya cabeza era la
ciudad de Azcapulco, a los cuales pagaban tributo, como gente que había
venido de fuera y moraba en su tierra.
Pero el rey de Azcapuzalco, con recelo del poder que iba creciendo, quiso
oprimir a los mejicanos, y habida su consulta con los suyos, envió a decir
al rey Acamapixtli que el tributo que le pagaban era poco, y que de ahí
adelante le habían también de traer sabinas y sauces para el edificio de su
ciudad, y ultra de eso le habían de hacer una sementera en el agua de varias
legumbres, y así nacida y criada se la habían de traer por la misma agua
cada año sin faltar, donde no que los declararía por enemigos y los
asolaría.
De este mandato recibieron los mejicanos terrible pena, pareciéndoles cosa
imposible lo que les demandaba, y que no era otra cosa sino buscar ocasión
para destruillos. Pero su dios Vitzilipuztli les consoló apareciendo aquella
noche a un viejo y mandándole que dijese a su hijo el rey, de su parte, que
no dudase de aceptar el tributo, que él le ayudaría y todo sería fácil. Fue
así que, llegado el tiempo del tributo, llevaron los mejicanos los árboles
que les habían mandado, y más la sementera hecha en el agua, y llevada por
el agua, en la cual había mucho maíz (que es su trigo) granado ya con sus
mazorcas, había chili, o ají, había bledos, tomates, frísoles, chía,
calabazas y otras muchas cosas, todo crecido y de sazón.
Los que no han visto las sementeras que se hacen en la laguna de Méjico en
medio de la misma agua, ternán por patraña lo que aquí se cuenta, o, cuando
mucho, creerán que era encantamento del demonio, a quien esta gente adoraba.
Mas, en realidad de verdad es cosa muy hacedera, y se ha hecho muchas veces
hacer sementera movediza en el agua, porque sobre juncia y espadaña se echa
tierra en tal forma, que no la deshaga el agua, y allí se siembra y cultiva
y crece y madura y se lleva de una parte a otra. Pero el hacerse con
facilidad y en mucha cuantidad y muy de sazón, todo bien arguye que el
Vitzilipuztli, que por otro nombre se dice Patillas, anduviese por allí,
mayormente cuando no habían hecho ni visto tal cosa.
Así, se maravilló mucho el rey de Azcapuzalco cuando vió cumplido lo que él
había tenido por imposible, y dijo a los suyos que aquella gente tenía gran
dios, que todo les era fácil. Y a ellos les dijo que, pues su dios se lo
daba todo hecho, que quería que otro año, al tiempo del tributo, le trajesen
también en la sementera un pato y una garza, con sus huevos empollados, y
que había de ser de suerte que, cuando llegasen, habían de sacar sus pollos,
y que no había de ser de otra suerte, so pena de incurrir en su enemistad.
Siguióse la congoja en los mejicanos que mandato tan soberbio y difícil
requería; mas su dios, de noche (como él solía), los conhortó por uno de los
suyos y dijo que todo aquello tomaba él a su cargo, que no tuviesen pena que
estuviesen ciertos que venía tiempo en que pagasen con las vidas los de
Azcapuzalco aquellos antojos de nuevos tributos; pero que al presente era
bien callar y obedecer. Al tiempo del tributo, llevando los mejicanos cuanto
se les había pedido de su sementera, remaneció en la balsa (sin saber ellos
cómo) un pato y una garza empollando sus huevos, y caminando llegaron a
Azcapuzalco, donde luego sacaron sus pollos. Por donde admirado sobre manera
el rey de Azcapuzalco, tornó a decir a los suyos que aquellas cosas eran más
que humanas, y que los mejicanos llevaban manera de ser señores de todo.
Pero, en fin, el orden de tributar no se aflojó un punto, y por no hallarse
poderoso, tuvieron sufrimiento, y permanecieron en esta sujeción y
servidumbre cincuenta años.
En este tiempo acabó el rey Acamapixtli, habiendo acrecentado su ciudad de
Méjico de muchos edificios, calles y acequias, y mucha abundancia de
mantenimientos. Reinó con mucha paz y quietud cuarenta años, celando siempre
el bien y aumento de su república; estando para morir hizo una cosa
memorable, y fué que, teniendo hijos legítimos a quien pudiera dejar la
sucesión del reino, no lo quiso hacer; antes dejó en su libertad a la
república que, como a él le habían libremente elegido, así eligiesen a quien
les estuviese mejor para su buen gobierno, y amonestándoles que mirasen el
bien de su república. Y mostrando dolor de no dejarles libres del tributo y
sujeción, con encomendarles sus hijos y mujer hizo fin, dejando todo su
pueblo desconsolado por su muerte.
Capítulo X
Del segundo rey y de lo que sucedió en su reinado
Hechas las exequias del rey difunto, los ancianos y gente principal, y
alguna parte del común, hicieron su junta para elegir rey, donde el más
anciano propuso la necesidad en que estaban y que convenía elegir por cabeza
de su ciudad persona que tuviese piedad de los viejos y de las viudas y
huérfanos, y fuese padre de la república, porque ellos habían de ser las
plumas de sus alas y las pestañas de sus ojos y las barbas de su rostro; y
que era necesario fuese valeroso, pues habían de tener necesidad de valerse
presto de sus brazos, según se lo había profetizado su dios.
Fué la resolución elegir por rey un hijo del antecesor, usando en esto de
tan noble término, de dalle por sucesor a su hijo, como él lo tuvo en hacer
más confianza de su república. Llamábase este mozo Vitzlovitli, que
significa pluma rica; pusiéronle corona real y ungiéronle, como fué
costumbre hacerlo con todos sus reyes, con una unción que llamaban divina,
porque era la misma con que ungían su ídolo. Hízolo luego un retórico una
elegante plática, exhortándole a tener ánimo para sacallos de los trabajos,
servidumbre y miseria en que vivían oprimidos de los Azcapuzalcos, y,
acabada, todos le saludaron y le hicieron su reconocimiento.
Era soltero este rey, y pareció a su consejo que era bien casarle con hija
del rey de Azcapuzalco, para tenerle por amigo y disminuir algo con esta
ocasión de la pesada carga de los tributos que le daban; aunque temieron que
no se dignase darles su hija, por tenerles por vasallos. Mas, pidiéndosela
con grande humildad y palabras muy comedidas, el rey de Azcapuzalco vino en
ello y les dió una hija suya llamada Ayauchigual, a la cual llevaron con
gran fiesta y regocijo a Méjico, e hicieron la ceremonia y solemnidad del
casamiento, que era atar un canto de la capa del hombre con otro del manto
de la mujer, en señal de vínculo de matrimonio.
Nacióle a esta reina un hijo, cuyo nombre pidieron a su abuelo el rey de
Azcapuzalco, y echando sus suertes, como ellos usan (porque eran en extremo
grandes agoreros en dar nombres a sus hijos), mandó que llamasen a su nieto
Chimalpopoca, que quiere decir rodela que echa humo. Con el contento que el
rey de Azcapuzalco mostró del nieto, tomó la reina, su hija, de pedirle por
bien, pues tenía ya nieto mejicano, de relevar a los mejicanos de la carga
tan grave de sus tributos; lo cual el rey hizo de buena gana con parecer de
los suyos, dejándoles en lugar del tributo que daban, obligación de que cada
año llevasen un par de patos o unos peces en reconocimiento de ser sus
súbditos y estar en su tierra. Quedaron con esto muy aliviados y contentos
los de Méjico; mas el contento duró poco, porque la reina, su protectora,
murió dentro de pocos años, y otro año después el rey de Méjico,
Vitzilovitli, dejando de diez años a su hijo Chimalpopoca. Reinó trece años;
murió de poca más edad de treinta.
Fué tenido por buen rey, diligente en el culto de sus dioses, de los cuales
tenían por opinión que eran semejanza los reyes, y que la honra que se hacía
a su dios, se hacía al rey, que era su semejanza, y por eso fueron tan
curiosos los reyes en el culto y veneración de sus dioses. También fué sagaz
en ganar las voluntades de los comarcanos y trabar mucha contratación con
ello, con que acrecentó su ciudad, haciendo se ejercitasen los suyos en
cosas de la guerra por la laguna, apercibiendo la gente para lo que andaban
tramando de alcanzar, como presto parecerá.
Capítulo XI
Del tercero rey Chimalpopoca y de su cruel muerte, y ocasión de la guerra
que hicieron los mejicanos
Por sucesor del rey muerto eligieron los mejicanos, sobre mucho acuerdo, a
su hijo Chimalpopoca, aunque era muchacho de diez años, pareciéndoles que
todavía les era necesario conservar la gracia del rey de Azcapuzalco con
hacer rey a su nieto, y así le pusieron en su trono, dándole insignias de
guerra, con un arco y flechas en la una mano, y una espada de navajas, que
ellos usan, en la derecha, significando en esto, según ellos dicen, que por
armas pretendían libertarse.
Pasaban los de Méjico gran penuria de agua, porque la de la laguna era
cenagosa y mala de beber, y para remedio de esto hicieron que el rey
muchacho enviase a pedir a su abuelo el de Azcapuzalco el agua del cerro de
Chapultepec, que está una legua de Méjico, como arriba se dijo; lo cual
alcanzaron liberalmente, y poniendo en ello diligencia, hicieron un
acueducto de céspedes y estacas y carrizos, con que el agua llegó a su
ciudad; pero, por estar fundada sobre la laguna y venir sobre ella el caño,
en muchas partes se derrumbaba y quebraba y no podían gozar su agua como
deseaban y habían menester. Con esta ocasión, ora sea que ellos de propósito
la buscasen, para romper con los Tepanecas, ora que con poca consideración
se moviesen, en efecto, enviaron una embajada al rey de Azcapuzalco muy
resoluta, diciendo que del agua que les había hecho merced no podían
aprovecharse, por habérseles desbaratado el caño por muchas partes; por
tanto, le pedían les proveyese de madera y cal y piedra, y enviase sus
oficiales, para que con ellos hiciesen un caño de cal y canto que no se
desbaratase.
No lo supo bien al rey este recado, y mucho menos a los suyos, pareciéndoles
mensaje muy atrevido y mal término de vasallos con sus señores. Indignados,
pues, los principales del consejo, y diciendo que ya aquélla era mucha
desvergüenza, pues no se contentando de que les permitiesen morar en tierra
ajena y que les diesen su agua, querían que los fuesen a servir; que ¿qué
cosa era aquélla, o de qué presumían gente fugitiva y metida entre
espadañas? Que les habían de hacer entender si eran buenos para oficiales, y
que su orgullo se abajaría con quitalles la tierra y las vidas.
Con esta plática y cólera se salieron, dejando al rey, que lo tenían por
algo sospechoso por causa del nieto; y ellos aparte hicieron nueva consulta,
de la cual salió mandar pregonar públicamente que ningún Tepaneca tuviese
comercio con mejicano, ni fuesen a su ciudad, ni los admitiesen en la suya,
so pena de la vida. De donde se puede entender que entre éstos el rey no
tenía absoluto mando e imperio, y que más gobernaba a modo de cónsul o dux,
que de rey, aunque después, con el poder, creció también el mando de los
reyes, hasta ser puro tiránico, como se verá en los últimos reyes, porque
entre bárbaros fué siempre así, que cuanto ha sido el poder, tanto ha sido
el mandar. Y aun en nuestras Historias de España en algunos reyes antiguos
se halla el modo de reinar que estos Tepanecas usaron. Y aun los primeros
reyes de los romanos fueron así, salvo que Roma de reyes declinó a cónsules
y senado, hasta que después volvió a emperadores; mas los bárbaros, de reyes
moderados declinaron a tiranos, siendo el un gobierno y el otro como
extremos y el medio más seguro el de reino moderado.
Mas, volviendo a nuestra historia, viendo el rey de Azcapuzalco la
determinación de los suyos, que era matar a los mejicanos, rogóles que
primero hurtasen a su nieto el rey muchacho, y después diesen en hora buena
en los de Méjico. Cuasi todos venían en esto, por dar contento al rey y por
tener lástima del muchacho; pero dos principales contradijeron reciamente,
afirmando que era mal consejo, porque Chimalpopoca, aunque era de su sangre,
era por vía de madre, y que la parte del padre había de tirar de él más. Y
con esto concluyeron que el primero a quien convenía quitar la vida era a
Chimalpopoca, rey de Méjico, y que así prometían de hacerlo.
De esta resistencia que le hicieron, y de la determinación con que quedaron,
tuvo tanto sentimiento el rey de Azcapuzalco, que de pena y de mohína
adoleció luego y murió poco después. Con cuya muerte, acabando los Tepanecas
de resolver, acometieron una gran traición, y una noche, estando el muchacho
rey de Méjico durmiendo sin guardia, muy descuidado, entraron en su palacio
los de Azcapuzalco y con presteza mataron a Chimalpopoca, tornándose sin ser
sentidos. Cuando, a la mañana, los nobles mejicanos, según su costumbre,
fueron a saludar su rey y le hallaron muerto, y con crueles heridas, alzaron
un alarido y llanto que cubrió toda la ciudad, y todos, ciegos de ira, se
pusieron luego en armas para vengar la muerte de su rey.
Ya que ellos iban furiosos y sin orden, salióles al encuentro un caballero
principal de los suyos, y procuró sosegarlos y reportarlos con un prudente
razonamiento. ¿Dónde vais, les dijo, oh, mejicanos? Sosegaos y cuietad
vuestros corazones; mirad que las cosas sin consideración no van bien
guiadas, ni tienen buenos sucesos; reprimid la pena cosiderando que, aunque
vuestro rey es muerto, no se acabó en él la ilustre sangre de los mejicanos.
Hijos tenemos de los reyes pasados, con cuyo amparo, sucediendo en el reino,
haréis mejor lo que pretendéis. Agora, ¿qué caudillo o cabeza tenéis, para
que en vuestra determinación os guíe? No vais tan ciegos, reportad vuestros
ánimos, elegid primero rey y señor, que os guíe, esfuerce y anime contra
vuestros enemigos. Entre tanto, disimulad con cordura, haciendo las exequias
a vuestro rey muerto, que presente tenéis; que después habrá mejor coyuntura
para la venganza.
Con esto se reportaron, y para hacer las exequias de su rey convidaron a los
señores de Tezcuco y a los de Culhuacán, a los cuales contaron el hecho tan
feo y tan cruel que los Tepanecas habían cometido, con los que los movieron
a lástima de ellos y a indignación contra sus enemigos. Añadieron que su
intento era o morir o vengar tan grande maldad; que les pedían no
favoreciesen la parte tan injusta de sus contrarios, porque tampoco querían
les valiesen a ellos con sus armas y gente, sino que estuviesen de por medio
a la mira de lo que pasaba; sólo, para su sustento, deseaban no les cerrasen
el comercio, como habían hecho los Tepanecas.
A estas razones los de Tezcuco y los de Culhuacán mostraron mucha voluntad y
satisfacción, ofreciendo sus ciudades y todo el trato y rescate que
quisiesen, para que, a su gusto, se proveyesen de bastimentos por tierra y
agua. Tras esto les rogaron los de Méjico se quedasen con ellos y asistiesen
a la elección del rey, que querían hacer, lo cual también aceptaron por
dalles contento.
Capítulo XII
Del cuarto rey Izcoalt, y de la guerra contra los Tepanecas
Cuando estuvieron juntos todos los que se habían de hallar a la elección,
levantóse un viejo, tenido por gran orador, y, según refieren las historias,
habló en esta manera: Fáltaos ¡oh mejicanos! la lumbre de vuestros ojos, mas
no la del corazón, porque dado que habéis perdido al que era la luz y guía
en esta república Mejicana, quedó la del corazón para considerar, que si
mataron a uno, quedaron otros que podrán suplir muy ventajadamente la falta
que aquél nos hace. No feneció aquí la nobleza de Méjico, ni se acabó la
sangre real. Volved los ojos, y mirad alrededor, y veréis en torno de
vosotros la nobleza mejicana puesta en orden, no uno, ni dos, sino muchos y
muy excelentes príncipes, hijos del rey Acamapichtli, nuestro verdadero y
legítimo señor. Aquí podréis escoger a vuestra voluntad, diciendo: este
quiero, y estotro no quiero, que si perdísteis padre, aquí hallaréis padre y
madre. Haced cuenta, ¡oh mejicanos!, que por breve tiempo se eclipsó el sol,
y se escureció la tierra, y que luego volvió la luz a ella. Si se oscureció
Méjico con la muerte de vuestro rey, salga luego el sol, elegid otro rey,
mirad a quién, adonde echáis los ojos, y a quien se inclina vuestro corazón,
que ese es el que elige vuestro dios Vitzilipuztli; y dilatando más esta
plática, concluyó el orador con mucho gusto de todos.
Salió de la consulta elegido por rey Izcoalt, que quiere decir, culebra de
navajas, el cual era hijo del primer rey Acamapíchtli, habido en una esclava
suya; y aunque no era legítimo, le escogieron, porque en costumbres, en
valor y esfuerzo era el más aventajado de todos. Mostraron gran contento
todos, y más los de Tezcuco, porque su rey estaba casado con una hermana de
Izcoalt. Coronado, y puesto en su asiento real, salió otro orador, que trató
copiosamente de la obligación que tenía el rey a su república, y del ánimo
que había de mostrar en los trabajos, diciendo, entre otras razones, así:
Mira que agora estamos pendientes de ti, ¿has por ventura de dejar caer la
carga que está sobre tus hombros? ¿Has de dejar perecer al viejo y a la
vieja? ¿Al huérfano y a la viuda? Ten lástima de los niños que andan
gateando por el suelo, los cuales perecerán, si nuestros enemigos prevalecen
contra nosotros. Ea, señor, comienza a descoger y tender tu manto, para
tomar a cuestas a tus hijos, que son los pobres y gente popular, que están
confiados en la sombra de tu manto, y en el frescor de tu benignidad. Y a
este tono otras muchas palabras, las cuales, como en su lugar se dijo,
tomaban de coro para ejercicio suyo los mozos, y después las enseñaban como
lección a los que de nuevo aprendían aquella facultad de oradores.
Ya entonces los Tepanecas estaban resueltos de destruir toda la nación
mejicana, y para el efecto tenían mucho aparato: por lo cual el nuevo rey
trató de romper la guerra, y venir a las manos con los que tanto les habían
agraviado. Mas el común del pueblo, viendo que los contrarios les
sobrepujaban en mucho número, y en todos los pertrechos de guerra, llenos de
miedo, fuéronse al rey y con gran ahínco le pidieron no emprendiese guerra
tan peligrosa, que sería destruir su pobre ciudad y gente. Preguntados,
pues, qué medio querían que se tocase, respondieron que el nuevo rey de
Azcapuzalco era piadoso, que le pidiesen paz, y se ofreciesen a serville, y
que los sacase de aquellos carrizales, y les diese casas y tierras entre los
suyos, y fuesen todos de un señor; y que para recabar esto, llevasen a su
dios en sus andas por intercesor.
Pudo tanto este clamor del pueblo, mayormente habiendo algunos de los nobles
aprobado su parecer, que se mandaron llamar los sacerdotes y aprestar las
andas con su dios, para hacer la jornada. Ya que esto se ponía a punto, y
todos pasaban por este acuerdo de paces y sujetarse a los Tepanecas,
descubrió de entre la gente un mozo de gentil brío, y gallardo, que con
mucha osadía les dijo: ¿Qué es esto, mejicanos? ¿Estáis locos? ¿Cómo tanta
cobardía ha de haber, que nos hemos de ir a rendir así a los de
Azcapuzalco?, y vuelto al rey le dijo: ¿Cómo, señor, permites tal cosa?
Habla a ese pueblo, y dile que deje buscar medio para nuestra defensa y
honor, y que no nos pongamos tan necia y afrentosamente en las manos de
nuestros enemigos. Llamábase este mozo Tlacaellel, sobrino del mismo rey, y
fué el más valeroso capitán, y de mayor consejo, que jamás los mejicanos
tuvieron, como más adelante se verá.
Reparando, pues, Izcoalt, con lo que el sobrino tan prudentemente le dijo,
detuvo al pueblo, diciendo que le dejasen probar primero otro medio más
honroso y mejor. Y con esto, vuelto a la nobleza de los suyos, dijo: Aquí
estáis todos los que sois mis deudos, y lo bueno de Méjico; el que tiene
ánimo para llevar un mensaje mío a los Tepanecas, levántese. Mirándose unos
a otros estuviéronse quedos, y no hubo quien quisiese ofrecerse al cuchillo.
Entonces el mozo Tlacaellel, levantándose, se ofreció a ir, diciendo que,
pues había de morir, que importaba poco ser hoy o mañana; que, ¿para cuál
ocasión mejor se había de guardar?; que allí estaba, que le mandase lo que
fuese servido. Y aunque todos juzgaron por temeridad el hecho, todavía el
rey se resolvió en enviarle, para que supiese la voluntad y disposición del
rey de Azcapuzalco y de su gente, teniendo por mejor aventurar la vida de su
sobrino que el honor de su república.
Apercibido Tlacaellel, tomó su camino y, llegando a las guardias, que tenían
orden de matar cualquier mejicano que viniese, con artificio les persuadió
le dejasen entrar al rey; el cual se maravilló de verle, y, oída su
embajada, que era pedirle paz con honestos medios, respondió que hablaría
con los suyos, y que volviese otro día por la respuesta; y demandando
Tlacaellel seguridad, ninguna otra le pudo dar, sino que usase de su buena
diligencia; con esto volvió a Méjico, dando su palabra a las guardas de
volver.
El rey de Méjico, agradeciéndole su buen ánimo, le tornó a enviar por la
respuesta, la cual, si fuese de guerra, le mandó dar al rey de Azcapuzalco
ciertas armas para que se defendiese, y untarle y emplumarle la cabeza, como
hacían a hombres muertos, diciéndole que, pues no quería paz, le habían de
quitar la vida a él y a su gente. Y aunque el rey de Azcapuzalco quisiera
paz, porque era de buena condición, los suyos le embravecieron, de suerte
que la respuesta fué de guerra rompida. Lo cual oído por el mensajero, hizo
todo lo que su rey le había mandado, declarando con aquella ceremonia de dar
armas y untar al rey con la unción de muertos, que de parte de su rey le
desafiaba. Por lo cual todo pasó ledamente el de Azcapuzalco, dejándose
untar y emplumar, y en pago dió al mensajero unas muy buenas armas. Y con
esto le avisó no volviese a salir por la puerta del palacio, porque le
aguardaba mucha gente para hacelle pedazos, sino que por un portillo que
había abierto en un corral de su palacio se saliese secreto.
Cumpliólo así el mozo y, rodeando por caminos ocultos, vino a ponerse en
salvo a vista de las guardas. Y desde allí los desafió, diciendo: ¡Ah
Tepanecas! ¡Ah Azcapuzalcas, qué mal hacéis vuestro oficio de guardar! Pues
sabed que habéis todos de morir, y que no ha de quedar Tepaneca a vida. Con
esto las guardas dieron en él, y él se hubo tan valerosamente, que mató
algunos de ellos, y viendo que cargaba gente, se retiró gallardamente a su
ciudad, donde dió la nueva que la guerra era ya rompida sin remedio, y los
Tepanecas y su rey quedaban desafiados.
Capítulo XIII
De la batalla que dieron los mejicanos a los Tepanecas, y de la gran
victoria que alcanzaron
Sabido el desafío por el vulgo de Méjico, con la acostumbrada cobardía
acudieron al rey, pidiéndole licencia, que ellos se querían salir de su
ciudad porque tenían por cierta su perdición. El rey los consoló y animó,
prometiéndoles que les daría libertad vencidos sus enemigos, y que no
dudasen de tenerse por vencedores. El pueblo replicó: Y si fuéredes vencido,
¿qué haremos? Si fuéremos vencidos, respondió él, desde agora nos obligamos
de ponernos en vuestras manos, para que nos matéis y comáis nuestras carnes
en tiestos sucios, y os venguéis de nosotros. Pues así será, dijeron ellos,
si perdéis la victoria, y si la alcanzáis, desde aquí nos ofrecemos a ser
vuestros tributarios y labraros vuestras casas y haceros vuestras sementeras
y llevaros vuestras armas y vuestras cargas cuando fuéredes a la guerra,
para siempre jamás nosotros y nuestros descendientes.
Hechos estos conciertos entre los plebeyos y los nobles (los cuales
cumplieron después de grado, o por fuerza, tan por entero como lo
prometieron), el rey nombró por su capitán general a Tlacaellel; y puesto en
orden todo su campo por sus escuadras, dando el cargo de capitanes a los más
valerosos de sus parientes y amigos, hízoles una muy avisada y ardiente
plática, con que les añadió al coraje que ellos ya se tenían, que no era
pequeño, y mandó que estuviesen todos al orden del general que había
nombrado. El cual hizo dos partes su gente, y a los más valerosos y osados
mandó que en su compañía arremetiesen los primeros; y todo el resto se
estuviese quedo con el rey Izcoalt, hasta que viesen a los primeros romper
por sus enemigos.
Marchando, pues, en orden, fueron descubiertos los de Azcapuzalco, y luego
ellos salieron con furia de su ciudad, llevando gran riqueza de oro y plata,
y plumería galana, y armas de mucho valor, como los que tenían el imperio de
toda aquella tierra. Hizo Izcoalt señal con un atambor pequeño que llevaba
en las espaldas; y luego, alzando gran grita y apellidando Méjico, Méjico,
dieron en los Tepanecas; y aunque eran en número sin comparación superiores,
los rompieron e hicieron retirar a su ciudad. Y acudiendo los que habían
quedado atrás, y dando voces Tlacaellel: victoria, victoria, todos de golpe
se entraron por la ciudad, donde, por mandado del rey, no perdonaron a
hombre, ni a viejos, ni mujeres, ni niños, que todo lo metieron a cuchillo,
y robaron y saquearon la ciudad, que era riquísima. Y no contentos con esto,
salieron en seguimiento de los que habían huido y acogido a la aspereza de
las sierras, que están allí vecinas, dando en ellos y haciendo cruel
matanza.
Los Tepanecas, desde un monte do se habían retirado, arrojaron las armas y
pidieron las vidas, ofreciéndose a servir a los mejicanos y dalles tierras y
sementeras y piedra y cal y madera, y tenellos siempre por señores, con lo
cual Tlacaellel mandó retirar su gente y cesar de la batalla, otorgándoles
las vidas debajo de las condiciones puestas, haciéndoselas jurar
solemnemente. Con tanto, se volvieron a Azcapuzalco, y con sus despojos muy
ricos y victoriosos, a la ciudad de Méjico.
Otro día mandó el rey juntar los principales y el pueblo, y repitiéndoles el
concierto que habían hecho los plebeyos, preguntóles si eran contentos de
pasar por él. Los plebeyos dijeron que ellos lo habían prometido, y los
nobles muy bien merecido, y que así eran contentos de servirles
perpetuamente, y de esto hicieron juramento, el cual inviolablemente se ha
guardado. Hecho esto, Izcoalt volvió a Azcapuzalco y, con consejo de los
suyos, repartió todas las tierras de los vencidos y sus haciendas entre los
vencedores. La principal parte cupo al rey; luego a Tlacaellel; después, a
los demás nobles, según se habían señalado en la guerra; a algunos plebeyos
también dieron tierras, porque se habían habido como valientes; a los demás
dieron de mano y echáronlos por ahí como a gente cobarde.
Señalaron también tierras de común para los barrios de Méjico, a cada uno
las suyas, para que con ellas acudiesen al culto y sacrificio de sus dioses.
Este fué el orden que siempre guardaron de ahí adelante en el repartir las
tierras y despojos de los que vencían y sujetaban. Con esto los de
Azcapuzalco quedaron tan pobres, que ni aun sementera para sí tuvieron; y lo
más recio fué quitalles su rey y el poder tener otro, sino sólo al rey de
Méjico.
Capítulo XIV
De la guerra y victoria que tuvieron los mejicanos de la ciudad de Cuyoacán
Aunque lo principal de los Tepanecas era Azcapuzalco, había también otras
ciudades que tenían entre ellos señores propios, como Tacuba y Cuyoacán.
Estos, visto el estrago pasado, quisieran que los de Azcapuzalco renovaran
la guerra contra mejicanos, y viendo que no salían a ello, como gente del
todo quebrantada, trataron los de Cuyoacán de hacer por sí la guerra, para
lo cual procuraron incitar a las otras naciones comarcanas, aunque ellas no
quisieron moverse, ni trabar pendencia con los mejicanos.
Mas creciendo el odio y envidia de su prosperidad, comenzaron los de
Cuyoacán a tratar mal a las mujeres mejicanas que iban a sus mercados,
haciendo mofa de ellas, y lo mismo de los hombres que podían maltratar, por
donde vedó el rey de Méjico que ninguno de los suyos fuese a Cuyoacán, ni
admitiesen en Méjico ninguno de ellos. Con esto acabaron de resolverse los
de Cuyoacán en darles guerra, y primero quisieron provocarles con alguna
burla afrentosa. Y fué convidarles a una fiesta suya solemne, donde, después
de haberles dado una muy buena comida y festejado con gran baile a su
usanza, por fruta de postre les enviaron ropas de mujeres y les constriñeron
a vestírsela, y volverse así con vestidos mujeriles a su ciudad, diciéndoles
que, de puro cobardes y mujeriles, habiéndoles ya provocado, no se habían
puesto en armas.
Los de Méjico dicen que les hicieron en recompensa otra burla pesada, de
darles a las puertas de su ciudad de Cuyoacán ciertos humazos con que
hicieron malparir a muchas mujeres y enfermar mucha gente. En fin, paró la
cosa en guerra descubierta, y se vinieron los unos a los otros a dar la
batalla de todo su poder, en la cual alcanzó la victoria el ardid y esfuerzo
de Tlacaellel, porque dejando al rey Izcoalt peleando con los de Cuyoacán,
supo emboscarse con algunos pocos valerosos soldados, y rodeando vino a
tomar las espaldas a los de Cuyoacán, y cargando sobre ellos les hizo
retirar a su ciudad, y viendo que pretendían acogerse al templo, que era muy
fuerte, con otros tres valientes soldados rompió por ellos y les ganó la
delantera y tomó el templo y se lo quemó y forzó a huir por los campos,
donde, haciendo gran riza en los vencidos, les fueron siguiendo por diez
leguas la tierra adentro, hasta que en un cerro, soltando las armas y
cruzando las manos, se rindieron a los mejicanos, y con muchas lágrimas les
pidieron perdón del atrevimiento que habían tenido en tratarles como a
mujeres, y ofreciéndose por esclavos, al fin les perdonaron.
De esta victoria volvieron con riquísimos despojos los mejicanos, de ropas,
armas, oro, plata, joyas y plumería lindísima, y gran suma de cautivos.
Señaláronse en este hecho, sobre todos, tres principales de Culhuacán, que
vinieron a ayudar a los mejicanos por ganar honra; y después de reconocidos
por Tlacaellel, y probados por fieles, dándoles las divisas mejicanas los
tuvo siempre a su lado, peleando ellos con gran esfuerzo. Vióse bien que a
estos tres, con el general, se debía toda la victoria, porque de todos
cuantos cautivos hubo, se halló que, de tres partes, las dos eran de estos
cuatro. Lo cual se averiguó fácilmente por el ardid que ellos tuvieron, que
en prendiendo alguno, luego le cortaban un poco del cabello y lo entregaban
a los demás, y hallaron ser los del cabello cortado en el exceso que he
dicho. Por donde ganaron gran reputación y fama de valientes, y como a
vencedores les honraron con darles de los despojos y tierras partes muy
aventajadas, como siempre lo usaron los mejicanos; por donde se animaban
tanto los que peleaban a señalarse por las armas.
Capítulo XV
De la guerra y victoria que hubieron los mejicanos de los Suchimilcos
Rendida ya la nación de los Tepanecas, tuvieron los mejicanos ocasión de
hacer lo propio de los Suchimilcos, que, como está ya dicho, fueron los
primeros de aquellas siete cuevas o linajes que poblaron la tierra. La
ocasión no la buscaron los mejicanos, aunque, como vencedores, podían
presumir de pasar adelante; sino los Suchimilcos escarbaron, para su mal,
como acaece a hombres de poco saber y demasiada diligencia, que por prevenir
el daño que imaginan, dan en él.
Parecióles a los de Suchimilco que con las victorias pasadas los mejicanos
tratarían de sujetarlos, y platicando esto entre sí, y habiendo quien dijese
que era bien reconocerles, desde luego, por superiores, y aprobar su
ventura, prevaleció al fin el parecer contrario, de anticiparse y darles
batalla. Lo cual, entendido por Izcoalt, rey de Méjico, envió su general
Tlacaellel con su gente, y vinieron a darse la batalla en el mismo campo
donde partían términos. La cual, aunque en gente y aderezos no era muy
desigual de ambas partes, fuélo mucho en el orden y concierto de pelear,
porque los Suchimilcos acometiéronles todos juntos de montón, sin orden.
Tlacaellel tuvo a los suyos repartidos por sus escuadrones con gran
concierto, y así presto desbarataron a sus contrarios y los hicieron retirar
a su ciudad, la cual de presto también entraron, siguiéndoles hasta
encerrarlos en el templo, y de allí con fuego les hicieron huir a los montes
y rendirse finalmente cruzadas las manos.
Volvió el capitán Tlacaellel con gran triunfo, saliéndole a recebir los
sacerdotes con su música de flautas, y incensándole a él y a los capitanes
principales, y haciendo otras ceremonias y muestras de alegría que usaban, y
el rey con ellos, todos se fueron al templo a darle gracias a su falso dios,
que de esto fué siempre el demonio muy codicioso, de alzarse con la honra de
lo que él no había hecho, pues el vencer y reinar lo da no él, sino el
verdadero Dios, a quien le parece. El día siguiente fué el rey Izcoalt a la
ciudad de Suchimilco y se hizo jurar por rey de los Suchimilcos, y por
consolarles prometió hacerles bien, y en señal de esto les dejó mandado
hiciesen una gran calzada, que atravesase desde Méjico a Suchimilco, que son
cuatro leguas, para que así hubiese entre ellos más trato y comunicación. Lo
cual los Suchimilcos hicieron, y a poco tiempo les pareció tan bien el
gobierno y buen tratamiento de los mejicanos, que se tuvieron por muy
dichosos en haber trocado rey y república.
No escarmentaron, como era razón, algunos comarcanos, llevados de la envidia
o del temor a su perdición. Cuytlavaca era una ciudad puesta en la laguna,
cuyo nombre y habitación, aunque diferente, hoy dura; eran éstos muy
diestros en barquear la laguna, y parecióles que por agua podían hacer daño
a Méjico; lo cual, visto por el rey, quisiera que su ejército saliera a
pelear con ellos. Mas Tlacaellel, teniendo en poco la guerra, y por cosa de
afrenta tomarse tan de propósito con aquéllos, ofreció de vencerlos con
solos muchachos, y así lo puso por obra. Fuése al templo y sacó del
recogimiento de él los mozos que le parecieron, y tomó desde diez a
dieciocho años los muchachos que halló que sabían guiar barcos o canoas, y
dándoles ciertos avisos y orden de pelear, fué con ellos a Cuytlavaca, donde
con sus ardides apretó a sus enemigos, de suerte que les hizo huir, y yendo
en su alcance, el señor de Cuytlavaca les salió al camino, rindiéndose a sí
y a su ciudad y gente, y con esto cesó el hacerles más mal.
Volvieron los muchachos con grandes despojos y muchos cautivos para sus
sacrificios, y fueron recibidos solemnísimamente con gran procesión y
músicas y perfumes, y fueron a adorar su ídolo, tomando tierra y comiendo de
ella, y sacándose sangre de las espinillas con las lancetas los sacerdotes,
y otras supersticiones que en cosas de esta cualidad usaban. Quedaron los
muchachos muy honrados y animados, abrazándoles y besándoles el rey, y sus
deudos y parientes acompañándoles, y en toda la tierra sonó que Tlacaellel
con muchachos había vencido la ciudad de Cuytlavaca.
La nueva de esta victoria y la consideración de las pasadas abrió los ojos a
los Tezcuco, gente principal y muy sabia para su modo de saber, y así el
primero que fué de parecer se debían sujetar al rey de Méjico y convidalle
con su ciudad, fué el rey de Tezcuco, y con aprobación de su consejo
enviaron embajadores muy retóricos con señalados presentes a ofrecerse por
súbditos, pidiéndole su buena paz y amistad. Ésta se aceptó gratamente;
aunque, por consejo de Tlacaellel, para efectuarse se hizo ceremonia que los
de Tezcuco salían a campo con los de Méjico y se combatían y rendían al fin,
que fué un auto y ceremonia de guerra, sin que hubiese sangre ni heridas de
una y otra parte. Con esto quedó el rey de Méjico por supremo señor de
Tezcuco, y no quitándoles su rey, sino haciéndole del supremo consejo suyo;
y así se conservó siempre hasta el tiempo de Motezuma II, en cuyo reino
entraron los españoles.
Con haber sujetado la ciudad y tierra de Tezcuco, quedó Méjico por señora de
toda la tierra y pueblos que estaban en torno de la laguna, donde ella está
fundada. Habiendo, pues, gozado de esta prosperidad y reinado doce años,
adoleció Izcoalt y murió, dejando en gran crecimiento el reino que le habían
dado, por el valor y consejo de su sobrino Tlacaellel (como está referido),
el cual tuvo por mejor hacer reyes, que serlo él, como ahora se dirá.
Capítulo XVI
Del quinto rey de Méjico, llamado Motezuma, primero de este nombre
La elección del nuevo rey tocaba a los cuatro electores principales (como en
otra parte se dijo), y juntamente, por especial privilegio, al rey de
Tezcuco y al rey de Tacuba. A estos seis juntó Tlacaellel, como quien tenía
suprema autoridad, y propuesto el negocio, salió electo Motezuma, primero de
este nombre, sobrino del mismo Tlacaellel.
Fué su elección muy acepta, y así se hicieron solemnísimas fiestas, con
mayor aparato que a los pasados. Luego que lo eligieron, le llevaron con
gran acompañamiento al templo, y delante del brasero, que llamaban divino,
en que siempre había fuego de día y de noche, le pusieron un trono real y
atavíos de rey; allí, con unas pautas de tigre y de venado, que para esto
tenían, sacrificó el rey a su ídolo, sacándose sangre de las orejas, de los
molledos y de las espinillas, que así gustaba el demonio de ser honrado.
Hicieron sus arengas allí los sacerdotes y ancianos y capitanes, dándole
todos el parabién. Usábanse en tales elecciones grandes banquetes y bailes,
y mucha cosa de luminarias. Y introdújose en tiempo de este rey, que para la
fiesta de su coronación fuese él mismo en persona a mover guerra a alguna
parte, de donde trajese cautivos con que se hiciesen solemnes sacrificios, y
desde aquel día quedó esto por ley.
Así, fué Motezuma a la provincia de Chalco, que se habían declarado por
enemigos, donde peleando valerosamente hubo gran suma de cautivos, con que
ofreció un insigne sacrificio el día de su coronación, aunque por entonces
no dejó del todo rendida y allanada la provincia de Chalco, que era de gente
belicosa. Este día de la coronación acudían de diversas tierras, cercanas y
remotas, a ver las fiestas, y a todos daban abundantes y principales
comidas, y vestían a todos, especialmente a los pobres, de ropas nuevas.
Para lo cual el mismo día entraban por la ciudad los tributos del rey con
gran orden y aparato, ropa de toda suerte, cacao, oro, plata, plumería rica,
grandes fardos de algodón, ají, pepitas, diversidad de legumbres, muchos
géneros de pescados de mar y de ríos, cuantidad de frutas y caza sin cuento,
sin los innumerables presentes que los reyes y señores enviaban al nuevo
rey.
Venía todo el tributo por sus cuadrillas, según diversas provincias; iban
delante los mayordomos y cobradores con diversas insignias; todo esto con
tanto orden y con tanta policía, que era no menos de ver la entrada de los
tributos, que toda la demás fiesta. Coronado el rey, dióse a conquistar
diversas provincias, y siendo valeroso y virtuoso, llegó de mar a mar,
valiéndose en todo del consejo y astucia de su general Tlacaellel, a quien
amó y estimó mucho, como era razón.
La guerra en que más se ocupó, y con más dificultad, fué la de la provincia
de Chalco, en la cual le acaecieron grandes cosas. Fué una bien notable;
que, habiéndole cautivado un hermano suyo, pretendieron los Chalcas hacerle
su rey, y para ello le enviaron recados muy comedidos y obligatorios. Él,
viendo sus porfías, les dijo que, si en efecto querían alzarle por rey,
levantasen en la plaza un madero altísimo y en lo alto de él le hiciesen un
tabladillo, donde él subiese. Creyendo era ceremonia de quererse más
ensalzar, lo cual pusieron así por obra, y juntando él todos sus mejicanos
alrededor del madero, subió en lo alto con un ramillete de flores en la
mano, y desde allí habló a los suyos en esta forma: ¡Oh, valerosos
mejicanos! Estos me quieren alzar por rey suyo; mas no permitan los dioses
que yo, por ser rey, haga traición a mi patria; antes quiero que aprendáis
de mí dejaros antes morir, que pasaros a vuestros enemigos; diciendo esto,
se arrojó y hizo mil pedazos. De cuyo espectáculo cobraron tanto horror y
enojo los Chalcas, que luego dieron en los mejicanos, y allí los acabaron a
lanzadas, como a gente fiera y inexorable, diciendo que tenían endemoniados
corazones. La noche siguiente acaeció oír dos búhos dando aullidos tristes
el uno al otro, con que los de Chalco tomaron por agüero que habían de ser
presto destruídos.
Y fué así que el rey Motezuma vino en persona sobre ellos con todo su poder
y los venció y arruinó todo su reino; y pasando la sierra nevada fué
conquistando hasta la mar del norte, y dando vuelta hacia la del sur también
ganó y sujetó diversas provincias, de manera que se hizo poderosísimo rey;
todo esto con el ayuda y consejo de Tlacaellel, a quien se debe cuasi todo
el imperio mejicano. Con todo, fué de parecer (y así se hizo) que no se
conquistase la provincia de Tlascala, porque tuviesen allí los mejicanos
frontera de enemigos, donde ejercitasen las armas los mancebos de Méjico, y
juntamente tuviesen copia de cautivos, de que hacer sacrificios a sus
ídolos, que, como ya se ha visto, consumían gran suma de hombres en ellos, y
éstos habían de ser forzoso tomados en guerra.
A este rey Motezuma, o por mejor decir, a su general Tlacaellel, se debe
todo el orden y policía que tuvo Méjico, de consejos, consistorios y
tribunales para diversas causas, en que hubo gran orden, y tanto número de
consejos y de jueces, como en cualquiera república de las más floridas de
Europa. Este mismo rey puso su casa real en gran autoridad, haciendo muchos
y diversos oficiales, y servíase con gran ceremonia y aparato. En el culto
de sus ídolos no se señaló menos, ampliando el número de ministros y
instituyendo nuevas ceremonias, y teniendo obervancia extraña en su ley y
vana superstición. Edificó aquel gran templo a su dios Vitzilipuztli, de que
en otro libro se hizo mención. En la dedicación del templo ofreció
innumerables sacrificios de hombres que él en varias victorias había habido.
Finalmente, gozando de grande prosperidad de su imperio, adoleció y murió
habiendo reinado veinte y ocho años, bien diferente de su sucesor Tizocic,
que ni en valor ni en buena dicha le pareció.
Capítulo XVII
Que Tlacaellel no quiso ser rey, y de la elección y sucesos de Tizocic
Juntáronse los cuatro diputados con los señores de Tezcuco y Tacuba, y
presidiendo Tlacaellel, procedieron a hacer elección de rey, y encaminando
todos sus votos a Tlacaellel, como quien mejor merecía aquel cargo que otro
alguno, él lo rehusó con razones eficaces, que persuadieron a elegir otro.
Porque decía él que era mejor para la república que otro fuese rey y él
fuese su ejecutor y coadjutor, como lo había sido hasta entonces, que no
cargar todo sobre él solo, pues sin ser rey era cierto que había de trabajar
por su república no menos que si lo fuese.
No es cosa muy usada no admitir el supremo lugar y mando, y querer el
cuidado y trabajo, y no la honra y potestad; ni aun acaece que el que puede
por sí manejallo todo, huelgue que otro tenga la principal mano, a trueque
que el negocio de la república salga mejor. Este bárbaro en esto hizo
ventaja a los muy sabios romanos y griegos, y si no díganlo Alejandro y
Julio César, que al uno se le hizo poco mandar un mundo, y a los más
queridos y leales de los suyos sacó la vida a crueles tormentos, por
livianas sospechas que querían reinar. Y el otro se declaró por enemigo de
su patria, diciendo que, si se había de torcer del derecho, por sólo reinar
se había de torcer; tanta es la sed que los hombres tienen de mandar.
Aunque el hecho de Tlacaellel también pudo nacer de una demasiada confianza
de sí, pareciéndole que sin ser rey lo era, pues cuasi mandaba a los reyes,
y aún ellos le permitían traer cierta insignia como tiara, que a solos los
reyes pertenecía. Mas con todo, merece alabanza este hecho, y mayor su
consideración, de tener en más el poder mejor ayudar a la república siendo
súbdito, que siendo supremo señor; pues, en efecto, es ello así, pues, como
en una comedia, aquél merece más gloria, que toma y representa el personaje
que más importa, aunque sea de pastor o villano, y deja el de rey o capitán
a otro que lo sabe hacer; así, en buena filosofía, deben los hombres mirar
más el bien común y aplicarse al oficio y estado que entienden mejor.
Pero esta filosofía es más remontada de lo que al presente se platica. Y con
tanto, pasemos a nuestro cuento con decir que, en pago de su modestia y por
el respeto que le tenían los electores mejicanos, pidieron a Tlacaellel que,
pues no quería reinar, dijese quién le parecía reinase. El dió su voto a un
hijo del rey muerto, harto muchacho, por nombre Tizocic, y respondiéronle
que eran muy flacos hombros para tanto peso; respondió que los suyos estaban
allí para ayudarle a llevar la carga, como había hecho con los pasados; con
esto se resumieron y salió electo el Tizocic, y con él se hicieron las
ceremonias acostumbradas. Horadáronle la nariz, y por gala pusiéronle allí
una esmeralda, y esa es la causa que en sus libros de los mejicanos se
denota este rey por la nariz horadada.
Este salió muy diferente de su padre y antecesor, porque le notaron por
hombre poco belicoso y cobarde; fué para coronarse a debelar una provincia
que estaba alzada, y en la jornada perdió mucho más de su gente que cautivó
de sus enemigos; con todo eso volvió diciendo traía el número de cautivos
que se requería para los sacrificios de su coronación; y así se coronó con
gran solemnidad. Pero los mejicanos, descontentos de tener rey poco animoso
y guerrero, trataron de darle fin con ponzoña, y así no duró en el reino más
de cuatro años.
Donde se ve bien que los hijos no siempre sacan con la sangre el valor de
los padres, y que cuanto mayor ha sido la gloria de los predecesores, tanto
más es aborrecible el desvalor y vileza de los que suceden en el mando, y no
en el merecimiento. Pero restauró bien esta pérdida otro hermano del muerto,
hijo también del gran Motezuma, el cual se llamó Ajayaca, y por parecer de
Tlacaellel fué electo, acertando más en éste que el pasado.
Capítulo XVIII
De la muerte de Tlacaellel y hazañas de Ajayaca, séptimo rey de Méjico
Ya era muy viejo en este tiempo Tlacaellel, y como tal le traían en una
silla a hombros, para hallarse en las consultas y negocios que se ofrecían.
En fin adoleció, y visitándole el nuevo rey, que aún no estaba coronado, y
derramando muchas lágrimas, por parecerle que perdía en él padre y padre de
su patria; Tlacaellel le encomendó ahincadamente a sus hijos, especialmente
al mayor, que había sido valeroso en las guerras que había tenido. El rey le
prometió de mirar por él y, para más consolar al viejo, allí, delante de él,
le dió el cargo e insignias de su capitán general, con todas las
preeminencias de su padre, de que el viejo quedó tan contento, que con él
acabó sus días, que si no hubieran de pasar de allí a los de la otra vida,
pudieran contarse por dichosos, pues de una pobre y abatida ciudad, en que
nació, dejó por su esfuerzo fundado un reino tan grande y tan rico y tan
poderoso. Como a tal fundador cuasi de todo aquel imperio le hicieron las
exequias los mejicanos, con más aparato y demostración que a ninguno de los
reyes habían hecho.
Para aplacar el llanto, por la muerte de su capitán, de todo el pueblo
mejicano, acordó Ajayaca hacer luego jornada como se requería para ser
coronado. Y con gran presteza pasó con su campo a la provincia de
Teguantepec, que dista de Méjico doscientas leguas, y en ella dió batalla a
un poderoso y innumerable ejército, que así de aquella provincia, como de
las comarcanas, se habían juntado contra Méjico. El primero que salió
delante de su campo fué el mismo rey, desafiando a sus contrarios, de los
cuales, cuando le acometieron, fingió huir hasta atraerlos a una emboscada,
donde tenía muchos soldados cubiertos con paja; éstos salieron a deshora, y
los que iban huyendo revolvieron de suerte, que tomaron en medio a los de
Teguantepec y dieron en ellos, haciendo cruel matanza, y prosiguiendo
asolaron su ciudad y su templo, y a todos los comarcanos dieron castigo
riguroso. Y sin parar fueron conquistando hasta Guatulco, puerto hoy día muy
conocido en la mar del sur.
De esta jornada volvió Ajayaca con grandísima presa y riquezas a Méjico,
donde se coronó soberbiamente, con excesivo aparato de sacrificios, de
tributos y de todo lo demás, acudiendo todo el mundo a ver su coronación.
Recibían la corona los reyes de Méjico de mano de los reyes de Tezcuco, y
era esta preeminencia suya. Otras muchas empresas hizo en que alcanzó
grandes victorias, y siempre siendo él el primero que guiaba su gente y
acometía a sus enemigos, por donde ganó nombre de muy valiente capitán. Y no
se contentó con rendir a los extraños, sino que a los suyos rebeldes les
puso el freno, cosa que nunca sus pasados habían podido, ni osado.
Ya se dijo arriba cómo se habían apartado de la república mejicana algunos
inquietos y mal contentos, que fundaron otra ciudad muy cerca de Méjico, la
cual llamaron Tlatellulco y fué donde es agora Santiago. Estos alzados
hicieron bando por sí y fueron multiplicando mucho, y jamás quisieron
reconocer a los señores de Méjico, ni prestalles obediencia. Envió, pues, el
rey Ajayaca a requerilles no estuviesen divisos, sino que, pues eran de una
sangre y un pueblo, se juntasen y reconociesen al rey de Méjico. A este
recado respondió el señor de Tlatellulco con gran desprecio y soberbia,
desafiando al rey de Méjico para combatir de persona a persona, y luego
apercibió su gente, mandando a una parte de ella esconderse entre las
espadañas de la laguna, y para estar más encubiertos, o para hacer mayor
burla a los de Méjico, mandóles tomar disfraces de cuervos y ansares y de
pájaros y de ranas y de otras sabandijas que andan por la laguna, pensando
tomar por engaño a los de Méjico que pasasen por los caminos y calzadas de
la laguna.
Ajayaca, oído el desafío y entendiendo el ardid de su contrario, repartió su
gente y, dando parte a su general, hijo de Tlacaellel, mandóle acudir a
desbaratar aquella celada de la laguna. El, por otra parte, con el resto de
gente, por paso no usado, fué sobre Tlatellulco, y ante todas cosas llamó al
que lo había desafiado, para que cumpliese su palabra. Y saliendo a
combatirse los dos señores de Méjico y Tlatellulco, mandaron ambos a los
suyos se estuviesen quedos hasta ver quién era vencedor de los dos. Y
obedecido el mandato, partieron uno contra otro animosamente, donde peleando
buen rato, al fin le fué forzoso al de Tlatellulco volver las espaldas,
porque el de Méjico cargaba sobre él más de lo que ya podía sufrir. Viendo
huir los de Tlatellulco a su capitán, también ellos desmayaron y volvieron
las espaldas, y siguiéndoles los mejicanos, dieron furiosamente en ellos. No
se le escapó a Ajayaca el señor de Tlatellulco, porque pensando hacerse
fuerte en lo alto de su templo, subió tras él y con fuerza le asió y despeñó
del templo abajo, y después mandó poner fuego al templo y a la ciudad.
Entretanto que esto pasaba acá, el general mejicano andaba muy caliente allá
en la venganza de los que por engaño les habían pretendido ganar. Y después
de haberles compelido con las armas a rendirse, y pedir misericordia, dijo
el general que no había de concederles perdón, si no hiciesen primero los
oficios de los disfraces que habían tomado. Por eso, que les cumplía cantar
como ranas y graznar como cuervos, cuyas divisas habían tomado, y que de
aquella manera alcanzarían perdón, y no de otra; queriendo por esta vía
afrentarles y hacer burla y escarnio de su ardid. El miedo todo lo enseña
presto: Cantaron y graznaron, y con todas las diferencias de voces que les
mandaron, a trueco de salir con las vidas, aunque muy corridos del
pasatiempo tan pesado que sus enemigos tomaban con ellos.
Dicen que hasta hoy dura el darse trato los de Méjico a los de Tlatellulco,
y que es paso porque pasan muy mal cuando les recuerdan algo de estos
graznidos y cantares donosos. Gustó el rey Ajayaca de la fiesta, y con ella
y gran regocijo se volvieron a Méjico. Fué este rey tenido por uno de los
muy buenos; reinó once años, teniendo por sucesor otro no inferior en
esfuerzo y virtudes.
Capítulo XIX
De los hechos de Autzol, octavo rey de Méjico
Entre los cuatro electores de Méjico que, como está referido, daban el reino
con sus votos a quien les parecía, había uno de grandes partes llamado
Autzol; a éste dieron los demás sus votos, y fué su elección en extremo
acepta a todo el pueblo, porque demás de ser muy valiente, le tenían todos
por afable y amigo de hacer bien, que en los que gobiernan es principal
parte para ser amados y obedecidos.
Para la fiesta de su coronación la jornada que le pareció hacer fué ir a
castigar el desacato de los de Cuajutatlan, provincia muy rica y próspera,
que hoy día es de lo principal de Nueva España. Habían éstos salteado a los
mayordomos y oficiales que traían el tributo a Méjico, y alzándose con él;
tuvo gran dificultad en allanar esta gente, porque se habían puesto donde un
gran brazo de mar impedía el paso a los mejicanos. Para cuyo remedio, con
extraño trabajo e invención, hizo Autzol fundar en el agua una como isleta
hecha de fajina y tierra y muchos materiales. Con esta obra pudo él y su
gente pasar a sus enemigos y darles batalla, en que les desbarató, venció y
castigó a su voluntad, y volvió con gran riqueza y triunfo a Méjico a
coronarse según su costumbre.
Extendió su reino con diversas conquistas Autzol, hasta llegarle a
Guatimala, que está trescientas leguas de Méjico; no fué menos liberal que
valiente; cuando venían sus tributos (que, como está dicho, venían con
grande aparato y abundancia) salíase de su palacio y, juntando donde le
parecía al pueblo, mandaba llevasen allí los tributos; a todos los que había
necesitados y pobres repartía allí ropa y comida y todo lo que habían
menester en gran abundancia. Las cosas de precio, como oro, plata, joyas,
plumería y preseas, repartíalas entre los capitanes y soldados y gente que
le servía, según los méritos y hechos de cada uno.
Fué también Autzol gran republicano, derribando los edificios mal puestos y
reedificando de nuevo muchos suntuosos. Parecióle que la ciudad de Méjico
gozaba poca agua y que la laguna estaba muy cenagosa, y determinó echar en
ella un brazo gruesísimo de agua de que se servían los de Cuyoacán. Para el
efecto envió a llamar al principal de aquella ciudad, que era un famosísimo
hechicero, y propuesto su intento, el hechicero le dijo que mirase lo que
hacía, porque aquel negocio tenía gran dificultad, y que entendiese que, si
sacaba agua de madre y la metía en Méjico, había de anegar la ciudad.
Pareciéndole al rey eran excusas para no hacer lo que él mandaba, enojado le
echó de allí.
Otro día envió a Cuyoacán un alcalde de corte a prender al hechicero, y
entendido por él a lo que venían aquellos ministros del rey, les mandó
entrar y púsose en forma de una terrible águila, de cuya vista espantados se
volvieron sin prenderle. Envió otros enojado Autzol, a los cuales se les
puso en figura de tigre ferocísimo, y tampoco éstos osaron tocarle. Fueron
los terceros, y halláronle hecho sierpe horrible, y temieron mucho más.
Amostazado el rey de estos embustes, envió a amenazar a los de Cuyoacán que,
si no le traían atado aquel hechicero, haría luego asolar la ciudad. Con el
miedo de esto, o el de su voluntad, o forzado de los suyos, en fin fué el
hechicero, y en llegando le mandó dar garrote. Y abriendo un caño por donde
fuese el agua a Méjico, en fin salió con su intento, echando grandísimo
golpe de agua en su laguna, la cual llevaron con grandes ceremonias y
superstición, yendo unos sacerdotes incesando a la orilla; otros,
sacrificando codornices y untando con su sangre el borde del caño; otros,
tañendo caracoles y haciendo música al agua, con cuya vestidura (digo de la
diosa del agua) iba revestido el principal, y todos saludando al agua y
dándole la bienvenida.
Así está todo hoy día pintado En los Anales Mejicanos, cuyo libro tienen en
Roma y está puesto en la sacra biblioteca o librería vaticana, donde un
padre de nuestra Compañía, que había venido de Méjico, vió ésta y las demás
historias, y las declaraba al bibliotecario de Su Santidad, que en extremo
gustaba de entender aquel libro, que jamás había podido entender.
Finalmente, el agua llegó a Méjico; pero fué tanto el golpe de ella, que por
poco se anegara la ciudad, como el otro había dicho, y en efecto, arruinó
gran parte de ella. Mas a todo dió remedio la industria de Autzol, porque
hizo sacar un desaguadero, por donde aseguró la ciudad, y todo lo caído, que
era ruín edificio, lo reparó de obra fuerte y bien hecha, y así dejó su
ciudad cercada toda de agua, como otra Venecia, y muy bien edificada. Duró
el reinado de éste once años, parando en el último y más poderoso sucesor de
todos los mejicanos.
Capítulo XX
De la elección del gran Motezuma, último rey de Méjico
En el tiempo que entraron los españoles en la Nueva España, que fué el año
del Señor de mil quinientos diez y ocho, reinaba Motezuma, el segundo de
este nombre y último rey de los mejicanos; digo último, porque, aunque
después de muerto éste, los de Méjico eligieron otro, y aun en vida del
mismo Motezuma, declarándole por enemigo de la patria, según adelante se
verá; pero el que sucedió, y el que vino cautivo a poder del marqués del
Valle, no tuvieron más del nombre y título de reyes, por estar ya cuasi todo
su reino rendido a los españoles. Así que a Motezuma con razón le contamos
por último, y como tal así llegó a lo último de la potencia y grandeza
mejicana, que para entre bárbaros pone a todos grande admiración. Por esta
causa, y por ser ésta la sazón que Dios quiso para entrar la noticia de su
evangelio y reino de Jesucristo en aquella tierra, referiré un poco más por
extenso las cosas de este rey.
Era Motezuma de suyo muy grave y muy reposado; por maravilla se oía hablar,
y cuando hablaba en el supremo consejo, de que él era, ponía admiración su
aviso y consideración, por donde, aun antes de ser rey, era temido y
respetado. Estaba de ordinario recogido en una gran pieza, que tenía para sí
diputada en el gran templo de Vitzilipuztli, donde decía le comunicaba mucho
su ídolo, hablando con él, y así presumía de muy religioso y devoto. Con
estas partes, y con ser nobilísimo y de grande ánimo, fué su elección muy
fácil y breve, como en persona en quien todos tenían puestos los ojos para
tal cargo.
Sabiendo su elección, se fué a esconder al templo a aquella pieza de su
recogimiento; fuese por consideración del negocio tan arduo que era regir
tanta gente, fuese (como yo más creo) por hipocresía y muestra que no
estimaba el imperio, allí, en fin, le hallaron y tomaron y llevaron con el
acompañamiento y regocijo posible a su consistorio. Venía él con tanta
gravedad, que todos decían le estaba bien su nombre de Motezuma, que quiere
decir señor sañudo. Hiciéronle gran reverencia los electores, diéronle
noticia de su elección, fué de allí al brasero de los dioses a incensar y
luego ofrecer sus sacrificios, sacándose sangre de orejas, molledos y
espinillas, como era costumbre. Pusiéronle sus atavíos de rey y horadándole
las narices por las ternillas, colgáronle de ellas una esmeralda riquísima;
usos bárbaros y penosos, mas el fausto de mandar hacía no se sintiesen.
Sentado después en su trono oyó las oraciones que le hicieron, que, según se
usaba, eran con elegancia y artificio. La primera hizo el rey de Tezcuco,
que, por haberse conservado con fresca memoria y ser digna de oír, la porné
aquí, y fué así: La gran ventura que ha alcanzado todo este reino,
nobilísimo mancebo, en haber merecido tenerte a ti por cabeza de todo él,
bien se deja entender por la facilidad y concordia de tu elección y por el
alegría tan general que todos por ella muestran. Tienen cierto muy gran
razón, no que está ya el imperio mejicano tan grande y tan dilatado, que
para regir un mundo como éste y llevar carga de tanto peso, no se requiere
menos fortaleza y brío que el de tu firme y animoso corazón, ni menos
reposo, saber y prudencia, que la tuya. Claramente veo yo que el omnipotente
Dios ama esta ciudad, pues le ha dado luz para escoger lo que le convenía.
Porque, ¿quién duda que un príncipe, que antes de reinar había investigado
los nueve dobleces del cielo, agora, obligándole el cargo de su reino, con
tan vivo sentido no alcanzará las cosas de la tierra, para acudir a su
gente? ¿Quién duda que el gran esfuerzo que has siempre valerosamente
mostrado en casos de importancia, no te haya de sobrar agora, donde tanto es
menester? ¿Quién pensará que en tanto valor haya de faltar remedio al
huérfano y a la viuda? ¿Quién no se persuadirá que el imperio mejicano haya
ya llegado a la cumbre de la autoridad, pues te comunicó el Señor de lo
criado tanta, que en sólo verte la pones a quien te mira? Alégrate, ¡oh
tierra dichosa!, que te ha dado el Criador un príncipe que te será columna
firme en que estribes, será padre y amparo de que te socorras, sera más que
hermano en la piedad y misericordia para con los suyos. Tienes por cierto
rey que no tomará ocasión con el estado para regalarse y estarse tendido en
el lecho, ocupado en vicios y pasatiempos; antes al mejor sueño le
sobresaltará su corazón y le dejará desvelado el cuidado que de ti ha de
tener. El más sabroso bocado de su comida no sentirá, suspenso, en imaginar
en tu bien. Dime, pues, reino dichoso, si tengo razón en decir que te
regocijes y alientes con tal rey. Y tú, ¡oh generosísimo mancebo y muy
poderoso señor nuestro!, ten confianza y buen ánimo, que pues el Señor de
todo lo criado te ha dado este oficio, también te dará su esfuerzo para
tenerle. Y el que en todo el tiempo pasado ha sido tan liberal contigo,
puedes bien confiar que no te negará sus mayores dones, pues te ha puesto en
mayor estado, del cual goces por muchos años y buenos.
Estuvo el rey Motezuma muy atento a este razonamiento, el cual acabado,
dicen se enterneció de suerte que, acometiendo a responder por tres veces,
no pudo, vencido de lágrimas, lágrimas que el propio gusto suele bien
derramar, guisando un modo de devoción salida de su propio contentamiento,
con muestra de grande humildad. En fin, reportándose, dijo brevemente: Harto
ciego estuviera yo, buey rey de Tezcuco, si no viera y entendiera que las
cosas que me has dicho ha sido puro favor que me has querido hacer, pues
habiendo tantos hombres tan nobles y generosos en este reino, echastes mano
para él del menos suficiente, que soy yo. Y es cierto que siento tan pocas
prendas en mí para negocio tan arduo, que no sé qué me hacer, sino acudir al
Señor de lo criado, que me favorezca, y pedir a todos que se lo supliquen
por mí. Dichas estas palabras, se tornó a enternecer y llorar.
Capítulo XXI
Cómo ordenó Motezuma el servicio de su casa, y la guerra que hizo para
coronarse
Este, que tales muestras de humildad y ternura dió en su elección, luego,
viéndose rey, comenzó a descubrir sus pensamientos altivos. Lo primero mandó
que ningún plebeyo sirviese en su casa, ni tuviese oficio real, como hasta
allí sus antepasados lo habían usado, en los cuales reprehendió mucho
haberse servido de algunos de bajo linaje; y quiso que todos los señores y
gente ilustre estuviese en su palacio y ejerciese oficios de su casa y
corte.
A esto le contradijo un anciano de gran autoridad, ayo suyo, que lo había
criado, diciéndole, que mirase que aquello tenía mucho inconveniente, porque
era enajenar y apartar de sí todo el vulgo y gente plebeya, y ni aun mirarle
a la cara no osarían viéndose así desechados. Replicó él, que eso era lo que
él quería, y que no había de consentir que anduviesen mezclados plebeyos y
nobles como hasta allí, y que el servicio que los tales hacían, era cual
ellos eran, con que ninguna reputación ganaban los reyes. Finalmente, se
resolvió de modo, que envió a mandar a su consejo quitasen luego todos los
asientos y oficios que tenían los plebeyos en su casa y en su corte, y los
diesen a caballeros; y así se hizo.
Tras esto salió en persona a la empresa, que pará su coronación era
necesaria. Habíase rebelado a la corona real una provincia muy remota hacia
el mar océano del norte: llevó consigo a ella la flor de su gente, y todos
muy lucidos y bien aderezados. Hizo la guerra con tanto valor y destreza,
que en breve sojuzgó toda la provincia y castigó rigurosamente los culpados,
y volvió con grandísimo número de cautivos para los sacrificios, y con otros
despojos muchos. A la vuelta le hicieron todas las ciudades solemnes
recibimientos, y los señores de ellas le sirvieron agua a manos, haciendo
oficios de criados suyos, cosa que con ninguno de los pasados habían hecho:
tanto era el temor y respeto que le habían cobrado.
En Méjico se hicieron las fiestas de su coronación con tanto aparato de
danzas, comedias, entremeses, luminarias, invenciones, diversos juegos y
tanta riqueza de tributos traídos de todos sus reinos, que concurrieron
gentes extrañas y nunca vistas, ni conocidas a Méjico, y aun los mismos
enemigos de mejicanos vinieron disimulados en gran número a verlas, como
eran los de Tlascala y los de Mechoacán. Lo cual entendido por Motezuma, los
mandó aposentar y tratar regaladísimamente como a su misma persona, y les
hizo miradores galanos como los suyos, de donde viesen las fiestas; y de
noche, así ellos, como el mismo rey, entraban en ellas, y hacían sus juegos
y máscaras.
Y porque se ha hecho mención de estas provincias es bien saber, que jamás se
quisieron rendir a los reyes de Méjico, Mechoacán, ni Tlascala, ni Tepeaca,
antes pelearon valerosamente, y algunas veces vencieron los de Mechoacán a
los de Méjico, y lo mismo hicieron los de Tepeaca. Donde el marqués D.
Fernando Cortés, después que le echaron a él y a los españoles de Méjico,
pretendió fundar la primera ciudad de españoles, que llamó, si bien me
acuerdo, Segura de la Frontera, aunque permaneció poco aquella población; y
con la conquista que después hizo de Méjico, se pasó a ella toda la gente
española. En efecto, aquellos de Tepeaca, y los de Tlascala, y los de
Mechoacán se tuvieron siempre en pie con los mejicanos, aunque Motezuma dijo
a Cortés que de propósito no los habían conquistado, por tener ejercicio de
guerra y número de cautivos.
Capítulo XXII
De las costumbres y grandezas de Motezuma
Dió este rey en hacerse respetar, y aun cuasi adorar como Dios. Ningún
plebeyo le había de mirar a la cara, y si lo hacía, moría por ello: jamás
puso sus pies en el suelo, sino siempre llevado en hombros de señores; y si
había de bajarse, le ponían una alfombra rica donde pisase. Cuando iba
camino, había de ir él y los señores de su compaña por uno como parque hecho
de propósito, y toda la otra gente por defuera del parque a uno y otro lado:
jamás se vestía un vestido dos veces, ni comía, ni bebía en una vasija, o
plato más de una vez: todo había de ser siempre nuevo; y de lo que una vez
se había servido, dábalo luego a sus criados, que con estos percances
andaban ricos y lucidos.
Era en extremo amigo de que se guardasen sus leyes: acaecíale cuando volvía
con victoria de alguna guerra, fingir que iba a alguna recreación, y
disfrazarse para ver, si por no pensar que estaba presente, se dejaba de
hacerse algo de la fiesta o recibimiento: y si en algo se excedía o faltaba,
castigábalo sin remedio. Para saber cómo hacían su oficio sus ministros,
también se disfrazaba muchas veces, y aún echaba quien ofreciese cohechos a
sus jueces, o les provocase cohechos a sus jueces, o les provocase a cosa
mal hecha, y en cayendo en algo de esto, era luego sentencia de muerte con
ellos. No curaba que fueran señores, ni aun deudos, ni aun propios hermanos
suyos, porque sin remisión moría el que delinquía: su trato con los suyos
era poco, raras veces se dejaba ver; estábase encerrado mucho tiempo, y
pensando en el gobierno de su reino.
Demás de ser justiciero y grave, fué muy belicoso, y aun muy venturoso, y
así alcanzó grandes victorias, y llegó a toda aquella grandeza que por estar
ya escrita en historia de España, no me parece repetir más. Y en lo que aquí
adelante se dijere, sólo terné cuidado de escribir lo que los libros y
relaciones de los indios cuentan, de que nuestros escritores españoles no
hacen mención, por no haber tanto entendido los secretos de aquella tierra,
y son cosas muy dignas de ponderar, como agora se verá.
Capítulo XXIII
De los presagios y prodigios extraños que acaecieron en Méjico, antes de
fenecerse su imperio
Aunque la Divina Escritura239 nos veda el dar crédito a agüeros y
pronósticos vanos, y Jeremías nos advierte,240 que de las señales del cielo
no temamos, como lo hacen los gentiles; pero enseña con todo eso la misma
Escritura, que en algunas mudanzas universales, y castigos que Dios quiere
hacer, no son de despreciar las señales, monstruos y prodigios, que suelen
preceder muchas veces, como lo advierte Eusebio Cesariense.241 Porque el
mismo Señor de los cielos y de la tierra ordena semejantes extrañezas y
novedades en el cielo, y elementos, y animales y otras criaturas suyas, para
que en parte sean aviso a los hombres, y en parte principio de castigo con
el temor y espanto que ponen.
En el segundo libro de los Macabeos242 se escribe, que antes de aquella
grande mudanza y perturbación del pueblo de Israel, causada por la tiranía
de Antioco llamado Epífanes, al cual intitulan las letras Sagradas243 raíz
de pecado, acaeció por cuarenta días enteros verse por toda Jerusalén
grandes escuadrones de caballeros en el aire, que con armas doradas, y sus
lanzas y escudos, y caballos feroces, y con las espadas sacadas, tirándose y
hiriéndose, escaramuzaban unos con otros; y dicen, que viendo esto los de
Jerusalén, suplicaban a Dios alzase su ira, y que aquellos prodigios parasen
en bien. En el libro de la Sabiduría también, cuando quiso Dios sacar de
Egipto su pueblo, y castigar a los egipcios, se refieren244 algunas vistas y
espantos de monstruos, como de fuegos vistos a deshora, de gestos horribles
que aparecían.
Josefo, en los libros de Bello Judaico, cuenta muchos y grandes prodigios,
que precedieron a la destrucción de Jerusalén y último cautiverio de la
desventurada gente, que con tanta razón tuvo a Dios por contrario. Y de
Josefo tomó Eusebio Cerasiense245 y otros la misma relación, autorizando
aquellos pronósticos. Los historiadores están llenos de semejantes
observaciones en grandes mudanzas de estados, o repúblicas, o religión, y
Paulo Orosio cuenta no pocas. Sin duda no es vana su observancia, porque
aunque el dar crédito ligeramente a pronósticos y señales, es vanidad, y aun
superstición prohibida por la ley de nuestro Dios, mas en cosas muy grandes
y mudanza de naciones, y reinos y leyes muy notables, no es vano, sino
acertado creer, que la sabiduría del Altísimo ordena o permite cosas que den
como alguna nueva de lo que ha de ser, que sirva, como he dicho, a unos de
aviso y a otros de parte de castigo, y a todos de indicio, que el rey de los
cielos tiene cuenta con las cosas de los hombres. El cual, como para la
mayor mudanza del mundo, que será el día del Juicio, tiene ordenadas las
mayores y más terribles señales que se pueden imaginar, así para denotar
otras mudanzas menores, pero notables, en diversas partes del mundo, no deja
de dar algunas maravillosas muestras, que según la ley de su eterna
sabiduría tiene dispuestas.
También se ha de entender, que aunque el demonio es padre de la mentira;
pero a su pesar le hace el Rey de gloria confesar la verdad muchas veces, y
aun él mismo de puro miedo y despecho la dice no pocas. Así daba voces en el
desierto, 246 y por la boca de los endemoniados, que Jesús era el salvador,
que había venido a destruille. Así por la pithonisa decía,247 que Paulo
predicaba el verdadero Dios. Así apareciéndose, y atormentando a la mujer de
Pilato, le hizo negociar por Jesús, varón justo. Así otras historias, sin la
sagrada, refieren diversos testimonios de los ídolos en aprobación de la
religión cristiana, de que Lactancia, Próspero y otros hacen mención. Léase
Eusebio en los libros de la Preparación Evangélica, y después en los de
Demostración, que trata de esto largamente.
He dicho todo esto tan de propósito, para que nadie desprecie lo que
refieren las historias y anales de los indios cerca de los prodigios
extraños, y pronósticos que tuvieron de acabarse su reino y el reino del
demonio, a quien ellos adoraban juntamente: los cuales, así por haber pasado
en tiempos muy cercanos, cuya memoria está fresca, como por ser muy conforme
a buena razón, que de una tan mudanza el demonio sagaz se recelase y
lamentase, y Dios junto con esto comenzase a castigar a idólatras tan
crueles y abominables, digo que me parecen dignos de crédito, y por tales
los tengo y refiero aquí.
Pasa, pues, de esta manera: que habiendo reinado Motezuma en suma
prosperidad muchos años, y puesto en tan altos pensamientos, que realmente
se hacía servir y temer, y aun adorar, como si fuera Dios, comenzó el
Altísimo a castigarle, y en parte avisarle, con permitir, que los demonios a
quien adoraba, le diesen tristísimos anuncios de la pérdida de su reino, y
le atormentasen con pronósticos nunca vistos, de que él quedó tan
melancólico y atónito, que no sabía de sí. El ídolo de los Cholola, que se
llama Quezalcoalt, anunció que venía gente extraña a poseer aquellos reinos.
El rey de Tezcuco, que era gran mágico y tenía pacto con el demonio, vino a
visitar a Motezuma a deshora y le certificó que le habían dicho sus dioses,
que se le aparejaban y él y a todo su reino grandes pérdidas y trabajos.
Muchos hechiceros y brujos le iban a decir lo mismo, entre los cuales fué
uno, que muy en particular le dijo lo que después le vino a suceder; y
estándole hablando advirtió, que le faltaban los dedos pulgares de los pies
y manos.
Disgustado de tales nuevas, mandaba prender todos estos hechiceros, mas
ellos se desaparecían presto de la prisión, de que el Motezuma tomaba tanta
rabia, que no pudiendo matarlos, hacía matar sus mujeres y hijos, y destruir
sus casas y haciendas. Viéndose acosado de estos anuncios, quiso aplacar la
ira de sus dioses, y para esto dió en traer una piedra grandísima, para
hacer sobre ella bravos sacrificios. Yendo a traerla muchísima gente con sus
maromas y recaudo, no pudieron moverla, aunque porfiando quebraron muchas
maromas muy gruesas, mas como porfiasen todavía, oyeron una voz junto a la
piedra, que no trabajasen en vano, que no podrían llevarla, porque ya el
señor de lo criado no quería que se hiciesen aquellas cosas.
Oyendo esto Motezuma, mandó que allí hiciesen los sacrificios. Dicen que
tornó otra voz: ¿Ya no he dicho que no es la voluntad del Señor de lo
criado, que se haga eso? Para que veais que es así, yo me dejaré llevar un
rato, y después no podréis menearme. Fué así, que un rato la movieron con
facilidad, y después no hubo remedio, hasta que con muchos ruegos se dejó
llevar hasta la entrada de la ciudad de Méjico, donde súbito se cayó en una
acequia y buscándola no pareció más, sino fué en el propio lugar de adonde
la habían traído, que allí tornaron a hallar, de que quedaron muy confusos y
espantados.
Por este propio tiempo apareció en el cielo una llama de fuego grandísima, y
muy resplandeciente, de figura piramidal, la cual comenzaba a aparecer a la
media noche yendo subiendo, y al amanecer cuando salía el sol, llegaba al
puesto de medio día, donde desaparecía. Mostróse de este modo cada noche por
espacio de un año, y todas las veces que salía, la gente daba grandes
gritos, como acostumbraban, entendiendo era pronóstico de gran mal. También
una vez, sin haber lumbre en todo el templo, ni fuera de él, se encendió
todo, sin haber trueno ni relámpago, y dando voces las guardas, acudió
muchísima gente con agua, y nada bastó, hasta que se consumió todo: dicen,
que parecía que salía el fuego de los mismos maderos, y que ardía más con el
agua.
Vieron otrosí salir un cometa siendo de día claro, que corrió de poniente a
oriente, echando gran multitud de centellas: dicen era su figura de una cola
muy larga, y al principio tres como cabezas. La laguna grande, que está
entre Méjico y Tezcuco, sin haber aire, ni temblor de tierra, ni otra
ocasión alguna, súbitamente comenzó a hervir, creciendo a borbollones tanto,
que todos los edificios que estaban cerca de ella cayeron por el suelo. A
este tiempo dicen se oyeron muchas voces como de mujer angustiada, que decía
muchas veces: ¡oh hijos míos, que ya se ha llegado vuestra destrucción!
Otras veces decía: ¡oh hijos míos! ¿dónde os llevaré, para que no os acabéis
de perder? Aparecieron también diversos monstruos con dos cabezas, que
llevándolos delante de el rey desaparecían.
A todos estos monstruos vencen dos muy extraños: uno fué, que los pescadores
de la laguna tomaron una ave del tamaño de una grulla y de su color, pero de
extraña hechura, y no vista. Lleváronla a Motezuma; estaba a la sazón en los
palacios que llamaban de llanto y luto, todos teñidos de negro, porque como
tenía diversos palacios para recreación, también los tenía para tiempo de
pena; y estaba en él con muy grande, por las amenazas que sus dioses le
hacían con tan tristes anuncios. Llegaron los pescadores a punto de medio
día y pusiéronle delante aquella ave, la cual tenía en lo alto de la cabeza
una cosa como lúcida y transparente, a manera de espejo, donde vió Motezuma,
que se parecían los cielos y las estrellas, de que quedó admirado, volviendo
los ojos al cielo, y no viendo estrellas en él. Tornando a mirar en aquel
espejo, vio que venía gente de guerra de hacia oriente, y que venía armada,
peleando y matando. Mandó llamar sus agoreros, que tenía muchos, y habiendo
visto lo mismo, y no sabiendo dar razón de lo que eran preguntados, al mejor
tiempo desapareció el ave, que nunca más la vieron, de que quedó tristísimo,
y todo turbado el Motezuma.
Lo otro que sucedió fué, que le vino a hablar un labrador, que tenía fama de
hombre de bien, y llano, y éste le refirió que estando el día antes haciendo
su sementera, vino una grandísima águila volando hacia él, y tomóle en peso
sin lastimarle, y llevóle a una cierta cueva, donde le metió, diciendo el
aguila: Poderosísimo señor, ya traje a quien me mandaste. Y el indio
labrador miró a todas partes a ver con quién hablaba, y no vió a nadie, y en
esto oyó una voz que le dijo: ¿Conoces a ese hombre, que está ahí tendido en
el suelo?, y mirando al suelo vió un hombre adormecido, y muy vencido de
sueño, con insignias reales, y unas flores en la mano, con un pebete de olor
ardiendo, según el uso de aquella tierra, y reconociéndole el labrador,
entendió que era el gran Motezuma. Respondió el labrador, luego después de
haberle mirado: Gran Señor, éste parece a nuestro rey Motezuma. Tornó a
sonar la voz: verdad dices, mírale cual está, tan dormido y descuidado de
los grandes trabajos y males que han de venir sobre él. Ya es tiempo que
pague las muchas ofensas que ha hecho a Dios y las tiranías de su gran
soberbia, y está tan descuidado de esto, y tan ciego en sus miserias, que ya
no siente. Y para que lo veas, toma ese pebete que tiene ardiendo en la
mano, y pégaselo en el muslo, y verás que no siente. El pobre labrador no
osó llegar ni hacer lo que decían, por el gran miedo que todos tenían a
aquel rey. Mas tornó a decir la voz: No temas, que yo soy más sin
comparación, que ese rey; yo le puedo destruir y defenderte a ti, por eso
haz lo que te mando. Con esto el villano, tomando el pebete de la mano del
rey, pegóselo ardiendo al muslo, y no se meneó ni mostró sentimiento. Hecho
esto, le dijo la voz que, pues vía cuán dormido estaba aquel rey, que le
fuese a despertar y le contase todo lo que había pasado, y que el águila por
el mismo mandado le tornó a llevar en peso y le puso en el propio lugar de
donde lo había traído, y en cumplimiento de lo que se le había dicho, venía
a avisarle. Dicen que se miró entonces Motezuma el muslo y vió que lo tenía
quemado, que hasta entonces no lo había sentido, de que quedó en extremo
triste y congojado.
Pudo ser que esto que el rústico refirió le hubiese a él pasado en
imaginaria visión. Y no es increíble que Dios ordenase, por medio de ángel
bueno, o permitiese, por medio de ángel malo, dar aquel aviso al rústico
(aunque infiel), para castigo del rey. Pues semejantes apariciones leemos en
la divina Escritura248 haberlas tenido también hombres infieles y pecadores,
como Nabucodonosor y Balam y la pitonisa de Saúl. Y cuando algo de estas
cosas no hubiese acaecido tan puntualmente, a lo menos es cierto que
Motezuma tuvo grandes tristezas y congojas por muchos y varios anuncios, de
que su reino y su ley habían de acabarse presto.
Capítulo XXIV
De la nueva que tuvo Motezuma de los españoles que habían aportado a su
tierra, y de la embajada que les envió
Pues a los catorce años del reinado de Motezuma, que fué en los mil y
quinientos y diez y siete de nuestro Salvador, aparecieron en la mar del
norte unos navíos con gente, de que los moradores de la costa, que eran
vasallos de Motezuma, recibieron grande admiración, y queriendo satisfacerse
más quién eran, fueron en unas canoas los indios a las naos, llevando mucho
refresco de comida y ropa rica, como que iban a vender.
Los españoles les acogieron en sus naos y, en pago de las comidas y vestidos
que les contentaron, les dieron unos sartales de piedras falsas, coloradas,
azules, verdes y amarillas, las cuales creyeron los indios ser piedras
preciosas. Y habiéndose informado los españoles de quién era su rey y de su
gran potencia, les despidieron, diciéndoles que llevasen aquellas piedras a
su señor y dijesen que de presente no podían ir a verle, pero que presto
volverían y se verían con él. Con este recado fueron a Méjico los de la
costa, llevando pintado en unos paños todo cuanto habían visto, y los navíos
y hombres, y su figura, y juntamente las piedras que les habían dado. Quedó
con este mensaje el rey Motezuma muy pensativo, y mandó no dijesen nada a
nadie. Otro día juntó su consejo y, mostrando los paños y los sartales,
consultó qué se haría. Y resolvióse en dar orden a todas las costas de la
mar que estuviesen en vela y que cualquier cosa que hubiese le avisasen.
Al año siguiente, que fué a la entrada del diez y ocho, vieron asomar por la
mar la flota en que vino el marqués del Valle, don Fernando Cortés, con sus
compañeros, de cuya nueva se turbó mucho Motezuma, y consultando con los
suyos, dijeron todos que, sin falta, era venido su antiguo y gran señor
Quetzaalcoatl, que él había dicho volvería, y que así venía de la parte de
oriente, adonde se había ido. Hubo entre aquellos indios una opinión, que un
gran príncipe les había en tiempos pasados dejado, y prometido que volvería,
de cuyo fundamento se dirá en otra parte. En fin, enviaron cinco embajadores
principales con presentes ricos a darles la bienvenida, diciéndoles que
ellos sabían que su gran señor Quetzaalcoatl venía allí, y que su siervo
Motezuma le enviaba a visitar, teniéndose por siervo suyo.
Entendieron los españoles este mensaje por medio de Marina, india que traían
consigo, que sabía la lengua mejicana. Y pareciéndole a Hernando Cortés que
era buena ocasión aquélla para su entrada en Méjico, hizo que le aderezasen
muy bien su aposento, y puesto él con gran autoridad y ornato, mandó entrar
los embajadores, a los cuales no les faltó sino adoralle por su Dios.
Diéronle su embajada, diciendo que su siervo Motezuma le enviaba a visitar,
y que, como teniente suyo, le tenía la tierra en su nombre, y que sabía que
él era el Topilcin, que les había prometido muchos años había volver a
vellos, y que allí le traían de aquellas ropas, que él solía vestirse cuando
andaba entre ellos, que les pedían las tomase, ofreciéndole muchos y muy
buenos presentes.
Respondió Cortés aceptando las ofertas y dando a entender que él era el que
decían, de que quedaron muy contentos, viéndose tratar por él con gran amor
y benevolencia (que en esto, como en otras cosas, fué digno de alabanza este
valeroso capitán), y si su traza fuera adelante, que era por bien ganar
aquella gente, parece que se había ofrecido la mejor coyuntura que se podía
pensar para sujetar el evangelio con paz y amor toda aquella tierra. Pero
los pecados de aquellos crueles homicidas y esclavos de satanás pedían ser
castigados del cielo, y los de muchos españoles no eran pocos; y así los
juicios altos de Dios dispusieron la salud de las gentes, cortando primero
las raíces dañadas. Y como dice el Apóstol:249 La maldad y ceguera de los
unos fué la salvación de los otros.
En efecto, el día siguiente, después de la embajada dicha, vinieron a la
capitana los capitanes y gente principal de la flota, y entendiendo el
negocio y cuán poderoso y rico era el reino de Motezuma, parecióles que
importaba cobrar reputación de bravos y valientes con aquella gente; y que
así, aunque eran pocos, serían temidos y recibidos en Méjico. Para esto
hicieron soltar toda la artillería de las naos, y como era cosa jamás vista
por los indios, quedaron tan atemorizados, como si se cayera el cielo sobre
ellos. Después los soldados dieron en desafiallos a que peleasen con ellos,
y no se atreviendo los indios, los denostaron y trataron mal, mostrándoles
sus espadas, lanzas, gorgujes, partesanas y otras armas, con que muchos les
espantaron.
Salieron tan escandalizados y atemorizados los pobres indios, que mudaron
del todo opinión, diciendo que allí no venía su rey y señor Topilcin, sino
dioses enemigos suyos para destruirlos. Cuando llegaron a Méjico estaba
Motezuma en la casa de Audiencia, y antes que le diesen la embajada, mandó
el desventurado sacrificar en su presencia número de hombre, y con la sangre
de los sacrificados rociar a los embajadores, pensando con esta ceremonia
(que usaban en solemnísimas embajadas) tenerla buena. Mas oída toda la
relación e información de la forma de navíos, gente y armas, quedó del todo
confuso y perplejo, y habido su consejo no halló otro mejor medio que
procurar estorbar la llegada de aquellos extranjeros por artes mágicas y
conjuros. Solíanse valer de estos medios muchas veces, porque era grande el
trato que tenían con el diablo, con cuya ayuda conseguían muchas veces
efectos extraños.
Juntáronse, pues, los hechiceros, magos y encantadores, y, persuadidos de
Motezuma, tomaron a su cargo el hacer volver aquella gente a su tierra, y
para esto fueron hasta ciertos puestos que, para invocar los demonios y usar
su arte, les pareció. Cosa digna de consideración: hicieron cuanto pudieron
y supieron; viendo que ninguna cosa les empecía a los cristianos, volvieron
a su rey diciendo que aquéllos eran más que hombres, porque nada les dañaba
de todos sus conjuros y encantos. Aquí ya le pareció a Motezuma echar por
otro camino y, fingiendo contento de su venida, envió a mandar en todos sus
reinos, que sirviesen a aquellos dioses celestiales que habían venido a su
tierra. Todo el pueblo estaba en grandísima tristeza y sobresalto.
Venían nuevas a menudo que los españoles preguntaban mucho por el rey y por
su modo de proceder y por su casa y hacienda. De esto él se congojaba en
demasía, y aconsejándole los suyos y otros nigrománticos que se escondiese,
y ofreciéndole que ellos le pornían donde criatura no pudiese hallarle,
parecióle bajeza, y determinó aguardar, aunque fuese muriendo. Y, en fin, se
pasó de sus casas reales a otras, por dejar su palacio para aposentar en él
a aquellos dioses, como ellos decían.
Capítulo XXV
De la entrada de los españoles en Méjico
No pretendo tratar los hechos de los españoles que ganaron a la Nueva
España, ni los sucesos extraños que tuvieron, ni el ánimo y valor invencible
de su capitán don Fernando Cortés, porque de esto hay ya muchas historias y
relaciones, y las que el mismo Fernando Cortés escribió al emperador Carlos
V, aunque con estilo llano y ajeno de arrogancia, dan suficiente noticia de
lo que pasó, y fué mucho y muy digno de perpetua memoria. Sólo para cumplir
con mi intento, resta decir lo que los indios refieren de este caso, que no
anda en letras españolas hasta el presente.
Sabiendo, pues, Motezuma las victorias del capitán y que venía marchando en
demanda suya, y que se había confederado con los de Tlascala, sus capitales
enemigos, y hecho un duro castigo en los de Cholola, sus amigos, pensó
engañarle o proballe con enviar con sus insignias y aparato un principal,
que se fingiese ser Motezuma. Cuya ficción, entendida por el marqués, de los
de Tlascala, que venían en su compañía, envióle con una prudente
reprehensión por haberle querido engañar, de que quedó confuso Motezuma, y
con el temor de esto, dando vueltas a su pensamiento, tornó a intentar hacer
volver a los cristianos por medio de hechiceros y encantadores. Para lo cual
juntó muchos más que la primera vez, amenazándoles que les quitaría las
vidas si le volvían sin hacer el efecto a que los enviaba; prometieron
hacerlo.
Fueron una cuadrilla grandísima de estos oficiales diabólicos al camino de
Chalco, que era por donde venían los españoles. Subiendo por una cuesta
arriba, aparecióles Tezcatlipuca, uno de sus principales dioses, que venía
de hacia el real de los españoles, en habito de los Chalcas, y traía ceñidos
los pechos con ocho vueltas de una soga de esparto; venía como fuera de sí y
como hombre embriagado de coraje y rabia. En llegando al escuadrón de los
nigrománticos y hechiceros, paróse y díjoles con grandísimo enojo: ¿Para qué
volvéis vosotros acá? ¿Qué pretende Motezuma por vuestro medio? Tarde ha
acordado, que ya está determinado que le quiten su reino y su honra y cuanto
tiene, por las tiranías grandes que ha cometido contra sus vasallos, pues no
ha regido como señor, sino como tirano traidor. Oyendo estas palabras,
conocieron los hechiceros que era su ídolo, y humilláronse ante él y allí le
compusieron un altar de piedra y le cubrieron de flores que por allí había.
Él, no haciendo caso de esto, les tornó a reñir, diciendo: ¿A qué venistes
aquí, traidores? Volveos, volveos luego y mirad a Méjico, porque sepáis lo
que ha de ser de ella. Dicen que volvieron a mirar a Méjico y que la vieron
arder y abrasarse toda en vivas llamas.
Con esto el demonio desapareció, y ellos, no osando pasar adelante, dieron
noticia a Motezuma, el cual por un rato no pudo hablar palabra, mirando
pensativo al suelo; pasado aquel tiempo, dijo: ¿Pues qué hemos de hacer si
los dioses y nuestros amigos no nos favorecen, antes prosperan a nuestros
enemigos? Ya yo estoy determinado, y determinémonos todos, que, venga lo que
viniere, que no hemos de huir, ni nos hemos de esconder, ni mostrar
cobardía. Compadézcome de los viejos, niños y niñas, que no tienen pies ni
manos para se defender; y diciendo esto calló, porque se comenzaba a
enternecer.
En fin, acercándose el marqués a Méjico, acordó Motezuma hacer de la
necesidad virtud, y salióle a recibir como tres cuartos de legua de la
ciudad, yendo con mucha majestad y llevado en hombros de cuatro señores y él
cubierto de un rico palio de oro y plumería. Al tiempo de encontrarse bajó
el Motezuma, y ambos se saludaron muy cortésmente, y don Fernando Cortés le
dijo estuviese sin pena, que su venida no era para quitarle ni disminuirle
su reino.
Aposentó Motezuma a Cortés y a sus compañeros en su palacio principal, que
lo era mucho, y él se fué a otras casas suyas; aquella noche los soldados
jugaron el artillería por regocijo, de que no poco se asombraron los indios,
no hechos a semejante música. El día siguiente juntó Cortés en una gran sala
a Motezuma y a los señores de su corte, y juntos les dijo, sentado él en su
silla: Que él era criado de un gran príncipe, que le había mandado ir por
aquellas tierras a hacer bien, y que había en ellas hallado a los de
Tlascala, que eran sus amigos, muy quejosos de los agravios que les hacían
siempre los de Méjico, y que quería entender quién tenía la culpa, y
confederarlos para que no se hiciesen mal unos a otros de ahí adelante, y
que él y sus hermanos, que eran los españoles, estarían allí sin hacerles
daño, antes les ayudarían lo que pudiesen. Este razonamiento procuró le
entendiesen todos bien, usando de sus intérpretes. Lo cual, percibido por el
rey y los demás señores mejicanos, fué grande el contento que tuvieron y las
muestras de amistad que a Cortés y los demás dieron.
Es opinión de muchos, que como aquel día quedó el negocio puesto, pudieran
con facilidad hacer del rey y reino lo que quisieran, y darles la ley de
Cristo con gran satisfacción y paz. Mas los juicios de Dios son altos, y los
pecados de ambas partes, muchos; y así se rodeó la cosa muy diferente,
aunque al cabo salió Dios con su intento de hacer misericordia a aquella
nación con la luz de su evangelio, habiendo primero hecho juicio y castigo
de los que lo merecían en su divino acatamiento. En efecto, hubo ocasiones
con que de la una parte a la otra nacieron sospechas y quejas y agravios, y
viendo enajenados los ánimos de los indios, a Cortés le pareció asegurarse
con echar mano del rey Motezuma y prenderle y echarle grillos; hecho que
espanta al mundo, igual al otro suyo, de quemar los navíos y encerrarse
entre sus enemigos a vencer o morir.
Lo peor de todo fué que, por ocasión de la venida impertinente de un Pánfilo
de Narváez a la Vera-Cruz, para alterar la tierra, hubo Cortés de hacer
ausencia de Méjico y dejar al pobre Motezuma en poder de sus compañeros, que
ni tenían la discreción ni moderación que él. Y así vino la cosa a términos
de total rompimiento, sin haber medio ninguno de paz.
Capítulo XXVI
De la muerte de Motezuma y salida de los españoles de Méjico
En la ausencia de Cortés de Méjico, pareció al que quedó en su lugar hacer
un castigo en los mejicanos, y fué tan excesivo y murió tanta nobleza en un
gran mitote o baile que hicieron en palacio, que todo el pueblo se alborotó
y con furiosa rabia tomaron armas para vengarse y matar los españoles; y así
les cercaron la casa y apretaron reciamente, sin que bastase el daño que
recibían de la artillería y ballestas, que era grande, a desvialles de su
porfía.
Duraron en esto muchos días, quitándoles los bastimentos y no dejando entrar
ni salir criatura. Peleaban con piedras, dardos arrojadizos, su modo de
lanzas y espadas, que son unos garrotes en que tienen cuatro o seis navajas
agudísimas, y tales, que en estas refriegas refieren las historias que de un
golpe de estas navajas llevó un indio a cercén todo el cuello de un caballo.
Como un día peleasen con esta determinación y furia, para quietalles
hicieron los españoles subir a Motezuma con otro principal a lo alto de una
azotea, amparados con las rodelas de dos soldados que iban con ellos. En
viendo a su señor Motezuma pararon todos y tuvieron grande silencio. Díjoles
entonces Motezuma, por medio de aquel principal, a voces, que se sosegasen y
que no hiciesen guerra a los españoles, pues estando él preso, como vían, no
les había de aprovechar.
Oyendo esto un mozo generoso, llamado Quicuxtemoc, a quien ya trataban de
levantar por su rey, dijo a voces a Motezuma que se fuese para bellaco, pues
había sido tan cobarde, y que no le habían ya de obedecer, sino darle el
castigo que merecía, llamándole por más afrenta de mujer. Con esto,
enarcando su arco, comenzó a tirarle flechas, y el pueblo volvió a tirar
piedras y proseguir su combate. Dicen muchos que esta vez le dieron a
Motezuma una pedrada, de que murió. Los indios de Méjico afirman que no hubo
tal, sino que después murió la muerte que luego diré.
Como se vieron tan apretados, Alvarado y los demás enviaron al capitán
Cortés aviso del gran peligro en que estaban. Y él, habiendo con maravillosa
destreza y valor puesto recaudo en el Narváez, y cogídole para sí la mayor
parte de su gente, vino a grandes jornadas a socorrer a los suyos a Méjico,
y aguardando a tiempo que los indios estuviesen descansando, porque era su
uso en la guerra, cada cuatro días descansar uno, con maña y esfuerzo entró,
hasta ponerse con el socorro en las casas reales, donde se habían hecho
fuertes los españoles; por lo cual hicieron muchas alegrías y jugaron el
artillería.
Mas como la rabia de los mejicanos creciese, sin haber medio para
sosegarlos, y los bastimentos les fuesen faltando del todo, viendo que no
había esperanza de más defensa, acordó el capitán Cortés salirse una noche a
cencerros atapados, y habiendo hecho unas puentes de madera para pasar dos
acequias grandísimas y muy peligrosas, salió con muy gran silencio a media
noche. Y habiendo ya pasado gran parte de la gente la primera acequia, antes
de pasar la segunda fueron sentidos de una india, la cual fué dando grandes
voces que se iban sus enemigos, y a las voces se convocó y acudió todo el
pueblo con terrible furia; de modo que al pasar la segunda acequia, de
heridos y atropellados cayeron muertos más de trescientos, adonde está hoy
una ermita que, impertinentemente y sin razón, la llaman de los Mártires.
Muchos, por guarecer el oro y joyas que tenían, no pudieron escapar; otros,
deteniéndose en recogello y traello, fueron presos por los mejicanos y
cruelmente sacrificados ante sus ídolos. Al rey Motezuma hallaron los
mejicanos muerto y pasado, según dicen, de puñaladas; y es su opinión que
aquella noche le mataron los españoles, con otros principales. El marqués,
en la relación que envió al emperador, antes dice que a un hijo de Motezuma,
que él llevaba consigo, con otros nobles, le mataron aquella noche los
mejicanos. Y dice que toda la riqueza de oro y piedras y plata que llevaban
se cayó en la laguna, donde nunca más pareció.
Como quiera que sea, Motezuma acabó miserablemente, y de su gran soberbia y
tiranías pagó el justo juicio del Señor de los cielos lo que merecía.
Porque, viniendo a poder de los indios su cuerpo, no quisieron hacerle
exequias de rey, ni aun de hombre común, desechándole con gran desprecio y
enojo. Un criado suyo, doliéndose de tanta desventura de un rey, temido y
adorado antes como dios, allá le hizo una hoguera y puso sus cenizas donde
pudo, en lugar harto desechado. Volviendo a los españoles que escaparon,
pasaron grandísima fatiga y trabajo, porque los indios les fueron siguiendo
obstinadamente dos o tres días, sin dejarles reposar un momento, y ellos
iban tan fatigados de comida, que muy pocos granos de maíz se repartían para
comer.
Las relaciones de los españoles y las de los indios concuerdan en que aquí
les libró nuestro Señor por milagro, defendiéndoles la Madre de misericordia
y Reina del cielo, María, maravillosamente en un cerrillo, donde a tres
leguas de Méjico está hasta el día de hoy fundada una iglesia en memoria de
esto, con título de Nuestra Señora del Socorro. Fuéronse a los amigos de
Tlascala, donde se rehicieron y, con su ayuda y con el admirable valor y
gran traza de Fernando Cortés, volvieron a hacer la guerra a Méjico, por mar
y tierra, con la invención de los bergantines que echaron a la laguna; y
después de muchos combates y más de sesenta peleas peligrosísimas, vinieron
a ganar del todo la ciudad día de San Hipólito, a trece de agosto de mil y
quinientos y veinte y un años.
El último rey de los mejicanos, habiendo porfiadísimamente sustentando la
guerra, a lo último fué tomado en una canoa grande, donde iba huyendo, y
traído con otros principales ante Fernando Cortés. El reyezuelo, con extraño
valor, arrancando una daga, se llegó a Cortés y le dijo: Hasta agora yo he
hecho lo que he podido en defensa de los míos; agora no debo más sino darle
ésta, y que con ella me mates. Respondió Cortés que él no quería matarle, ni
había sido su intención de dañarles; mas que su porfía tan loca tenía la
culpa de tanto mal y destruición, como habían padecido; que bien sabían
cuántas veces les habían requerido con la paz y amistad. Con esto le mandó
poner guardia y tratar muy bien a él y a todos los demás que habían
escapado.
Sucedieron en esta conquista de Méjico muchas cosas maravillosas, y no tengo
por mentira, ni por encarecimiento, lo que dicen los que escriben, que
favoreció Dios el negocio de los españoles con muchos milagros, y sin el
favor del cielo era imposible vencerse tantas dificultades y allanarse toda
la tierra al mando de tan pocos hombres. Porque, aunque nosotros fuésemos
pecadores e indignos de tal favor, la causa de Dios y gloria de nuestra fe y
bien de tantos millares de almas, como de aquellas naciones tenía el Señor
predestinadas, requería que para la mudanza que vemos se pusiesen medios
sobrenaturales y propios del que llama a su conocimiento a los ciegos y
presos, y les da luz y libertad con su sagrado evangelio. Y porque esto
mejor se crea y entienda, referiré algunos ejemplos que me parecen a
propósito de esta historia.
Capítulo XXVII
De algunos milagros que en las Indias ha obrado Dios en favor de la Fe, sin
méritos de los que los obraron
Santa Cruz de la Sierra es una provincia muy apartada y grande en los reinos
del Perú, que tiene vecindad con diversas naciones de infieles que aún no
tienen luz del evangelio, si de los años acá que han ido padres de nuestra
Compañía con ese intento, no se la han dado. Pero la misma provincia es de
cristianos, y hay en ella españoles y indios baptizados en mucha cuantidad.
La manera en que entró allá la cristiandad fué ésta: Un soldado de ruín vida
y facineroso en la provincia de los Charcas, por temor de la justicia, que
por sus delitos le buscaba, entró mucho la tierra adentro y fué acogido de
los bárbaros de aquella tierra, a los cuales, viendo el español que pasaban
gran necesidad por falta de agua, y que para que lloviese hacían muchas
supersticiones, como ellos usan, díjoles que, si ellos hacían lo que él les
diría, que luego llovería. Ellos se ofrecieron a hacerlo de buena gana. El
soldado con esto hizo una grande cruz, y púsola en lo alto y mandóles que
adorasen allí y pidiesen agua, y ellos lo hicieron así. Cosa maravillosa:
Cargó luego tan copiosísima lluvia, que los indios cobraron tanta devoción a
la santa cruz, que acudían a ella con todas sus necesidades y alcanzaban lo
que pedían, tanto, que vinieron a derribar sus ídolos y a traer la cruz por
insignia, y pedir predicadores que le enseñasen y baptizasen; y la misma
provincia se intitula hasta hoy por eso Santa Cruz de la Sierra.
Mas porque se vea por quién obraba Dios estas maravillas, es bien decir cómo
el sobredicho soldado, después de haber algunos años hecho estos milagros de
apóstol, no mejorando su vida, salió a la provincia de los Charcas y,
haciendo de las suyas, fué en Potosí públicamente puesto en la horca. Polo,
que le debía de conocer bien, escribe todo esto como cosa notoria que pasó
en su tiempo.
En la peregrinación extraña que escribe Cabeza de Vaca, el que fué después
gobernador en el Paraguay, que le sucedió en la Florida con otros dos o tres
compañeros que solos quedaron de una armada, en que pasaron diez años en
tierras de bárbaros, penetrando hasta el mar del sur, cuenta y es autor
fidedigno: Que compeliéndoles los bárbaros a que les curasen de ciertas
enfermedades, y que si no lo hacían les quitarían la vida, no sabiendo ellos
parte de medicina, ni teniendo aparejo para ella, compelidos de la necesidad
se hicieron médicos evangélicos, y diciendo las oraciones de la Iglesia, y
haciendo la señal de la cruz, sanaron aquellos enfermos. De cuya fama
hubieron de proseguir el mismo oficio por todos los pueblos, que fueron
innumerables, concurriendo el Señor maravillosamente, de suerte que ellos se
admiraban de sí mismos, siendo hombres de vida común, y el uno de ellos un
negro.
Lancero fué en el Perú un soldado, que no se saben de él más méritos que ser
soldado, decía sobre las heridas ciertas palabras buenas, haciendo la señal
de la cruz, y sanaban luego; de donde vino a decirse como por refrán, el
salmo de Lancero. Y examinado por los que tienen en la Iglesia autoridad,
fué aprobado su hecho y oficio.
En la ciudad del Cuzco, cuando estuvieron los españoles cercados, y en tanto
aprieto que sin ayuda del cielo fuera imposible escapar, cuentan personas
fidedignas y yo se lo oí, que echando los indios fuego arrojadizo sobre el
techo de la morada de los españoles, que era donde es agora la iglesia
mayor, siendo el techo de cierta paja, que allí llaman icho, y siendo los
hachos de tea muy grandes, jamás prendió ni quemó cosa, porque una Señora
que estaba en lo alto, apagaba el fuego luego, y esto visiblemente lo vieron
los indios, y lo dijeron muy admirados.
Por relaciones de muchos y por historias que hay, se sabe de cierto, que en
diversas batallas que los españoles tuvieron, así en la Nueva España como en
el Perú, vieron los indios contrarios en el aire un caballero con la espada
en la mano, en un caballo blanco, peleando por los españoles; de donde ha
sido y es tan grande la veneración que en todas las Indias tienen al
glorioso Apóstol Santiago. Otras veces vieron en tales conflictos la imagen
de nuestra Señora, de quien los cristianos en aquellas partes han recibido
incomparables beneficios.
Y si estas obras del cielo se hubiesen de referir por extenso, como han
pasado, sería relación muy larga. Baste haber tocado esto, con ocasión de la
merced que la Reina de gloria hizo a los nuestros, cuando iban tan apretados
y perseguidos de los mejicanos. Lo cual todo se ha dicho para que se
entienda, que ha tenido nuestro Señor cuidado de favorecer la fe y religión
cristiana, defendiendo a los que la tenían aunque ellos por ventura no
mereciesen por sus obras semejantes regalos y favores del cielo.
Junto con esto es bien que no se condenen tan absolutamente todas las cosas
de los primeros conquistadores de las Indias, como algunos letrados y
religiosos han hecho con buen celo sin duda, pero demasiado. Porque aunque
por la mayor parte fueron hombres cudiciosos, ásperos, y muy ignorantes del
modo de proceder, que se había de tener entre infieles, que jamás habían
ofendido a los cristianos; pero tampoco se puede negar, que de parte de los
infieles hubo muchas maldades contra Dios y contra los nuestros, que les
obligaron a usar de rigor y castigo. Y lo que es más, el Señor de todos,
aunque los fieles fueron pecadores, quiso favorecer su causa y partido para
bien de los mismos infieles que habían de convertirse después por esa
ocasión al santo evangelio. Porque los caminos de Dios son altos, y sus
trazas maravillosas.
Capítulo XXVIII
De la disposición que la divina providencia ordenó en Indias para la entrada
en la religión cristiana en ellas
Quiero dar fin a esta Historia de Indias, con declarar la admirable traza,
con que Dios dispuso y preparó la entrada del evangelio en ellas, que es
mucho de considerar, para alabar y engrandecer el saber y bondad del
Criador.
Por la relación y discurso que en estos libros he escrito, podrá cualquiera
entender, que así en el Perú, como en la Nueva España, al tiempo que
entraron los cristianos, habían llegado aquellos Reinos a lo sumo, y estaban
en la cumbre de su pujanza, pues los Ingas poseían en el Perú desde el reino
de Chile hasta pasado el de Quito, que son mil leguas; y estaban tan
servidos y ricos de oro, plata y todas riquezas. Y en Méjico, Motezuma
imperaba desde el mar océano del norte, hasta el mar del sur, siendo temido
y adorado, no como hombre, sino como dios.
A este tiempo juzgó el Altísimo, que aquella piedra de Daniel,250 que
quebrantó los reinos y monarquías del mundo, quebrantase también los de
estotro mundo nuevo, y así como la ley de Cristo vino, cuando la monarquía
de Roma había llegado a su cumbre, así también fué en las Indias
occidentales. Y verdaderamente fué suma providencia del Señor. Porque el
haber en el orbe una cabeza, y un señor temporal (como notan los sagrados
doctores), hizo que el evangelio se pudiese comunicar con facilidad a tantas
gentes y naciones. Y lo mismo sucedió en las Indias, donde el haber llegado
la noticia de Cristo a las cabezas de tantos reinos y gentes, hizo que con
facilidad pasase por todas ellas.
Y aun aquí hay un particular notable, que como iban los señores de Méjico y
del Cuzco conquistando tierras, iban introduciendo también su lengua, porque
aunque hubo y hay muy gran diversidad de lenguas particulares y propias;
pero la lengua cortesana del Cuzco corrió y corre hoy día más de mil
lenguas, y la de Méjico debe correr poco menos. Lo cual para facilitar la
predicación en tiempo que los predicadores no reciben el don de lenguas como
antiguamente, no ha importado poco, sino muy mucho.
De cuanta ayuda haya sido para la predicación y conversión de las gentes la
grandeza de estos dos imperios, que he dicho, mírelo quien quisiere en la
suma dificultad que se ha experimentado en reducir a Cristo los indios que
no reconocen un señor. Véanlo en la Florida, y en el Brasil, y en los Andes
y en otras cien partes, donde no se ha hecho tanto efecto, en cincuenta
años, como en el Perú y Nueva España en menos de cinco se hizo.
Si dicen, que el ser rica esa tierra fué la causa, yo no lo niego; pero esa
riqueza era imposible habella, ni conservalla, si no hubiera monarquía. Y
eso mismo es traza de Dios, en tiempo que los predicadores de el evangelio
somos tan fríos y faltos de espíritu, que haya mercaderes y soldados que con
el calor de la cudicia y del mando, busquen y hallen nuevas gentes, donde
pacemos con nuestra mercadería. Pues como San Agustín dice,251 la profecía
de Isaías se cumplió, en dilatarse la Iglesia de Cristo, no sólo a la
diestra, sino también a la siniestra, que es como él declara, crecer por
medios humanos y terrenos de hombres, que más se buscan a sí, que a
Jesucristo.
Fué también gran providencia de el Señor, que cuando fueron los primeros
españoles, hallaron ayuda en los mismos indios, por haber parcialidades y
grandes divisiones. En el Perú está claro que la división entre los dos
hermanos Atahualpa y Guáscar, recién muerto el gran rey Guaynacapa su padre,
esa dió la entrada al marqués don Francisco Pizarro, y a los españoles,
queriéndolos por amigos cada uno de ellos, y estando ocupados en hacerse la
guerra el uno al otro. En la Nueva España no es menos averiguado, que el
ayuda de los de la provincia de Tlascala, por la perpetua enemistad que
tenían con los mejicanos, dió al marqués don Fernando Cortés, y a los suyos
la victoria y señorío de Méjico, y sin ellos fuera imposible ganarla, ni aun
sustentarse en la tierra.
Quién estima en poco a los indios, y juzga que con la ventaja que tienen los
españoles de sus personas y caballos, y armas ofensivas y defensivas, podrán
conquistar cualquier tierra y nación de indios, mucho, mucho se engaña. Ahí
está Chile, o por mejor decir Arauco y Tucapel, que son dos valles que ha
más de veinte y cinco años, que con pelear cada año, y hacer todo su
posible, no les han podido ganar nuestros españoles cuasi un pie de tierra,
porque perdido una vez el miedo a los caballos y arcabuces, y sabiendo que
el español cae también con la pedrada, y con la flecha, atrévense los
bárbaros, y éntranse por las picas, y hacen su hecho.
¿Cuántos años ha que en la Nueva España se hace gente, y va contra los
Chichimecos, que son unos pocos de indios desnudos con sus arcos y flechas;
y hasta el día de hoy no están vencidos, antes cada día más atrevidos y
desvergonzados? ¿Pues los Chunchos, Chiriguanas, y Pilcozones y los demás de
los Andes? ¿No fué la flor del Perú llevando tan grande aparato de armas y
gente como vimos? ¿Qué hizo? ¿Con qué ganancia volvió? Volvió no poco
contenta de haber escapado con la vida, perdido el bagaje, y caballos cuasi
todos.
No piense nadie, que diciendo indios, ha de entender hombre de tronchos, y
si no llegue y pruebe. Atribúyase la gloria a quien se debe, que es
principalmente a Dios, y a su admirable disposición, que si Motezuma en
Méjico, y el Inga en el Perú se pusieran a resistir a los españoles la
entrada, poca parte fuera Cortés, ni Pizarro, aunque fueron excelentes
capitanes, para hacer pie en la tierra.
Fué también no pequeña ayuda para recibir los indios bien la ley de Cristo,
la gran sujeción que tuvieron a sus reyes y señores. Y la misma servidumbre
y sujeción al demonio y a sus tiranías, y yugo tan pesado, fué excelente
disposición para la divina Sabiduría, que de los mismos males se aprovecha
para bienes y coge el bien suyo del mal ajeno, que él no sembró. Es llano,
que ninguna gente de las Indias occidentales ha sido, ni es más apta para el
evangelio, que los que han estado más sujetos a sus señores, y mayor carga
han llevado, así de tributos y servicios, como de ritos y usos mortíferos.
Todo lo que poseyeron los reyes mejicanos y del Perú, es hoy lo más
cultivado de cristiandad, y donde menos dificultad hay en gobierno político
y eclesiástico. El yugo pesadísimo e incomportable de las leyes de satanás,
y sacrificios y ceremonias, ya dijimos arriba, que los mismos indios estaban
ya tan cansados de llevarlo, que consultaban entre sí de buscar otra ley y
otros dioses a quien servir. Así les pareció, y parece la ley de Cristo
justa, suave, limpia, buena, igual, y toda llena de bienes.
Y lo que tiene dificultad en nuestra ley, que es creer misterios tan altos y
soberanos, facilitóse mucho entre éstos, con haberles platicado el diablo
otras cosas mucho más difíciles; y las mismas cosas que hurtó de nuestra ley
evangélica como su modo de comunión y confesión, y adoración de tres en uno,
y otras tales, a pesar del enemigo, sirvieron para que las recibiesen bien
en la verdad los que en la mentira las habían recibido; en todo es Dios
sabio y maravilloso, y con sus mismas armas vence al adversario, y con su
lazo le coge, y con su espada le degüella.
Finalmente, quiso nuestro Dios (que había criado estas gentes, y tanto
tiempo estaba, al parecer, olvidado de ellas, cuando llegó la dichosa hora)
hacer, que los mismos demonios, enemigos de los hombres, tenidos falsamente
por dioses, diesen a su pesar testimonio de la venida de la verdadera ley,
del poder de Cristo y del triunfo de su cruz, como por los anuncios, y
profecías, y señales y prodigios, arriba referidos, y por otros muchos que
en el Perú, y en diversas partes pasaron, certísimamente consta. Y los
mismos ministros de satanás, indios hechiceros y magos lo han confesado, y
no se puede negar, porque es evidente y notorio al mundo, que donde se pone
la cruz, y hay iglesias, y se confiesa el nombre de Cristo, no osa chistar
el demonio, y han cesado sus pláticas y oráculos y respuestas y apariencias
visibles, que tan ordinarias eran en toda su infidelidad. Y si algún maldito
ministro suyo participa hoy algo de esto, es allá en las cuevas o simas, y
lugares escondidísimos, y del todo remotos del nombre y trato de cristianos;
sea el sumo Señor bendito por sus grandes misericordias y por la gloria de
su santo nombre.
Cierto, si a esta gente, como Cristo les dió ley, y yugo suave, y carga
ligera, así los que les rigen temporal y espiritualmente, no les echasen más
peso del que pueden bien llevar, como las cédulas del buen Emperador, de
gloriosa memoria, lo disponen y mandan, y con esto hubiese siquiera la mitad
del cuidado en ayudarles a su salvación, del que se pone en aprovecharnos de
sus pobres sudores y trabajos, sería la cristiandad más apacible y dichosa
del mundo; nuestros pecados no dan muchas veces lugar a más bien. Pero con
esto digo lo que es verdad, y para mí muy cierta, que aunque la primera
entrada del evangelio en muchas partes no fué con la sinceridad y medios
cristianos que debiera ser; mas la bondad de Dios sacó bien de ese mal, y
hizo que la sujeción de los indios les fuese su entero remedio y salud.
Véase todo lo que en nuestros siglos se ha de nuevo allegado a la
cristiandad en oriente y poniente, y véase cuán poca seguridad y firmeza ha
habido en la fe y religión cristiana, donde quiera que los nuevamente
convertidos han tenido entera libertad para disponer de sí a su albedrío: en
los indios sujetos la cristiandad va sin duda creciendo y mejorando, y dando
de cada día más fruto, y en otros de otra suerte, de principios más
dichosos, va descayendo y amenazando ruina. Y aunque en las Indias
occidentales fueron los principios bien trabajosos, no dejó el Señor de
enviar luego muy buenos obreros y fieles ministros suyos, varones santos y
apostólicos, como fueron fray Martín de Valencia, de San Francisco; fray
Domingo de Betanzos, de Santo Domingo; fray Juan de Roa, de San Agustín, con
otros siervos del Señor, que vivieron santamente, y obraron cosas sobre
humanas. Perlados también sabios y santos y sacerdotes muy dignos de
memoria, de los cuales no sólo oímos milagros notables y hechos propios de
apóstoles; pero aún en nuestro tiempo los conocimos y tratamos en este
grado.
Mas porque el intento mío no ha sido más que tratar lo que toca a la
Historia propia de los mismos indios, y llegar hasta el tiempo que el Padre
de nuestro Señor Jesucristo tuvo por bien comunicalles la luz de su palabra,
no pasaré adelante, dejando para otro tiempo, o para mejor ingenio, el
discurso del evangelio en las Indias occidentales, pidiendo al sumo Señor de
todos, y rogando a sus siervos supliquen ahincadamente a la Divina Majestad
que se digne por su bondad visitar a menudo, y acrecentar con dones del
cielo la nueva cristiandad, que en los últimos siglos ha plantado en los
términos de la tierra. Sea al Rey de los siglos gloria, y honra y imperio
por siempre jamás. Amén.
Todo lo que en estos siete libros desta Historia Natural y Moral de Indias
está escripto, sujeto al sentido y corrección de la Santa Iglesia Católica
Romana en todo y por todo. En Madrid, 21 de febrero, 1589.
Fué impreso en Sevilla, casa de Juan de León, junto a las Siete Revueltas,
1590.