LA CREACIÓN :
CATEQUESIS DEL SANTO PADRE, JUAN PABLO II,
SOBRE LA PRIMERA PARTE DEL CREDO
5
INDICE
Creador del
cielo y de la tierra
La Creación,
obra de la Trinidad
La Creación
revela la gloria de Dios
Legítima
autonomía de las cosas creadas
El misterio de la creación (8.I.86)
1. En la indefectible y necesaria reflexión que el hombre de todo tiempo está inclinado a hacer sobre su propia vida, dos preguntas emergen con fuerza, como eco de la voz misma de Dios: '¿De dónde venimos?¿A dónde vamos?'. Si la segunda pregunta se refiere al futuro último, al término definitivo, la primera se refiere al origen del mundo y del hombre, y es también fundamental. Por eso estamos justamente impresionados por el extraordinario interés reservado al problema de los orígenes. No se trata sólo de saber cuándo y cómo ha surgido materialmente el cosmos y ha aparecido el hombre, cuanto más bien en descubrir qué sentido tiene tal origen, si lo preside el caos, el destino ciego o bien un Ser transcendente, inteligente y bueno, llamado Dios. Efectivamente, en el mundo existe el mal y el hombre que tiene experiencia de ello no puede dejar de preguntarse de dónde proviene y por responsabilidad de quién, y si existe una esperanza de liberación. '¿Qué es el hombre para que de él acuerdes?', se pregunta en resumen el Salmista, admirado frente al acontecimiento de la creación (Sal 8, 5).
2. La pregunta sobre la creación aflora en el ánimo de todos, del hombre sencillo y del docto. Se puede decir que la ciencia moderna ha nacido en estrecha vinculación, aunque no siempre en buena armonía, con la verdad bíblica de la creación. Y hoy, aclaradas mejor las relaciones recíprocas entre verdad científica y verdad religiosa, muchísimos científicos, aun planteando legítimamente problemas no pequeños como los referentes al evolucionismo de las formas vivientes, en particular del hombre, o el que trata del finalismo inmanente en el cosmos mismo en su devenir, van asumiendo una actitud cada vez más partícipe y respetuosa con relación a la fe cristiana sobre la creación. He aquí, pues, un campo que se abre al diálogo benéfico entre modos de acercamiento a la realidad del mundo y del hombre reconocidos lealmente como diversos, y sin embargo convergentes a nivel más profundo en favor del único hombre, creado -como dice la Biblia en su primera página- a 'imagen de Dios' y por tanto 'dominador' inteligente y sabio del mundo (Cfr. Gen 1, 27-28).
3. Además, nosotros los cristianos reconocemos con profundo estupor, si bien con obligada actitud crítica, que en todas las religiones, desde las más antiguas y ahora desaparecidas, a las hoy presentes en el planeta, se busca una 'respuesta a los enigmas recónditos de la condición humana: ¿Qué es el hombre? ¿Cuál es el sentido y fin de nuestra vida? ¿Qué es el bien y qué el pecado? ¿Cuál es el origen y fin del dolor? ¿Cuál es, finalmente, aquel último e inefable misterio que envuelve nuestra existencia, del cual procedemos y hacia el cual nos dirigimos?' (Nostra ætate 1). Siguiendo el Concilio Vaticano II, en su Declaración sobre las relaciones de la Iglesia con las religiones no cristianas, reafirmamos que 'la Iglesia católica nada rechaza de lo que en estas religiones hay de verdadero y santo', ya que 'no pocas veces reflejan un destello de aquella Verdad que ilumina a todos los hombres' (Nostra ætate 2). Y por otra parte es tan innegablemente grande, vivificadora y original la visión bíblico-cristiana de los orígenes del cosmos y de la historia, en particular del hombre -y ha tenido una influencia tan grande en la formación espiritual, moral y cultural de pueblos enteros durante más de veinte siglos- que hablar de ello explícitamente, aunque sea de un modo sintético, es un deber que ningún Pastor ni catequista puede eludir.
4. La revelación cristiana manifiesta realmente una extraordinaria riqueza acerca del misterio de la creación, signo no pequeño y muy conmovedor de la ternura de Dios que precisamente en los momentos más angustiosos de la existencia humana, y por tanto en su origen y en su futuro destino, ha querido hacerse presente con una palabra continua y coherente, aun en la variedad de las expresiones culturales.
Así, la Biblia se abre en absoluto con una primera y luego con una segunda narración de la creación, donde todo tiene origen en Dios: las cosas, la vida, el hombre (Gen 1-2), y este origen se enlaza con el otro capítulo sobre el origen, esta vez en el hombre, con la tentación del maligno, del pecado y del mal (Gen 3). Pero he aquí que Dios no abandona a sus criaturas. Y así, pues, una llama de esperanza se enciende hacia un futuro de una nueva creación liberada del mal (es el llamado protoevangelio, Gen 3, 15; cfr. 9, 13). Estos tres hilos: la acción creadora y positiva de Dios, la rebelión del hombre y, ya desde los orígenes, la promesa por parte de Dios de un mundo nuevo, forman el tejido de la historia de la salvación, determinando el contenido global de la fe cristiana en la creación.
5. En las próximas catequesis sobre la creación, al dar el debido lugar a la Escritura, como fuente esencial, mi primera tarea será recordar la gran tradición de la Iglesia, primero con las expresiones de los Concilios y del magisterio ordinario, y también con las apasionantes y penetrantes reflexiones de tantos teólogos y pensadores cristianos.
Como en un camino constituido por muchas etapas, la catequesis sobre la creación tocará ante todo el hecho admirable de la misma como lo confesamos al comienzo del Credo o Símbolo Apostólico: 'Creo en Dios (), creador del cielo y de la tierra', reflexionaremos sobre el misterio que encierra toda la realidad creada, en su proceder de la nada, admirando a la vez la omnipotencia de Dios y la sorpresa gozosa de un mundo contingente que existe en virtud de esa omnipotencia. Podremos reconocer que la creación es obra amorosa de la Trinidad Santísima y es revelación de su gloria. Lo que no quita, sino que por el contrario afirma, la legítima autonomía de las cosas creadas, mientras que al hombre, como centro del cosmos, se le reserva una gran atención, en su realidad de 'imagen de Dios', de ser espiritual y corporal, sujeto de conocimiento y de libertad. Otros temas nos ayudarán más adelante a explorar este formidable acontecimiento creativo, en particular el gobierno de Dios sobre el mundo, su omnisciencia y providencia, y cómo a la luz del amor fiel de Dios el enigma del mal y del sufrimiento halla su pacificadora solución.
6. Después de que Dios manifestó a Job su divino poder creador (Job 38-41), éste respondió al Señor y dijo: 'Sé que lo puedes todo y que no hay nada que te cohiba Sólo de oídas te conocía; más ahora te han visto mis ojos' (Job 42, 2-5). Ojalá nuestra reflexión sobre la creación nos conduzca al descubrimiento de que, en el acto de la fundación del mundo y del hombre, Dios ha sembrado el primer testimonio universal de su amor poderoso, la primera profecía de la historia de la salvación.
Creador del cielo y de la tierra (15.I.86)
1. La verdad acerca de la creación es objeto y contenido de la fe cristiana: únicamente está presente de modo explícito en la Revelación. Efectivamente, no se la encuentra sino muy vagamente en las cosmologías mitológicas fuera de la Biblia, y está ausente de las especulaciones de antiguos filósofos, incluso de los máximos, como Platón y Aristóteles. La inteligencia humana puede por sí sola llegar a formular la verdad de que el mundo y los seres contingentes (no necesarios) dependen del Absoluto. Pero la formulación de esta dependencia como 'creación' -por lo tanto, basándose en la verdad acerca de la creación- pertenece originariamente a la Revelación divina y en este sentido es una verdad de fe.
2. Se proclama esta formulación al comienzo de las profesiones de fe, comenzando por las más antiguas, como el Símbolo Apostólico: 'Creo en Dios Creador del cielo y de la tierra'; y el Símbolo Niceno-constatinopolitano: 'Creo en Dios Creador del cielo y de la tierra, de todo lo visible y lo invisible'; hasta el pronunciado por el Papa Pablo VI y que lleva el título de Credo del Pueblo de Dios; 'Creemos en un solo Dios Creador de las cosas visibles, como el mundo en que transcurre nuestra vida pasajera, de las cosas invisibles como los espíritus puros que reciben el nombre de ángeles y Creador en cada hombre de su alma espiritual e inmortal.
3. En el 'Credo' cristiano la verdad acerca de la creación del mundo y del hombre por obra de Dios ocupa un puesto fundamental por la riqueza especial de su contenido. Efectivamente no se refiere sólo al origen del mundo como resultado del acto creador de Dios, sino que revela también a Dios como Creador. Dios, que habló por medio de los profetas y últimamente por medio de su Hijo (Heb 1, 1), ha hecho conocer a todos los que acogen su Revelación no sólo que precisamente El ha creado el mundo, sino sobre todo qué significa ser Creador.
4. La Sagrada Escritura (Antiguo y Nuevo Testamento) está impregnada, en efecto, por la verdad acerca de la creación y acerca de Dios Creador. El primer libro de la Biblia, el libro del Génesis, comienza con la afirmación de esta verdad; 'Al principio creó Dios los cielos y la tierra' (Gen 1, 1). Sobre esta verdad retornan numerosos pasajes bíblicos, mostrando cuán profundamente ha penetrado la fe de Israel. Recordemos al menos algunos de ellos. Se dice en los Salmos: 'Del Señor es la tierra y cuanto la llena, el orbe y todos sus habitantes; El la fundó sobre los mares' (23, 1-2). 'Tuyo es el cielo, tuya es la tierra, Tú cimentaste el orbe y cuanto contiene' (88, 12). 'Suyo es el mar, porque El lo hizo; la tierra firme que modelaron sus manos' (95, 5). 'Su misericordia llena la tierra. La palabra del Señor hizo el cielo porque El lo dijo y existió, El lo mando y surgió' (32, 5-6. 9). 'Benditos seáis del Señor, que hizo el cielo y la tierra' (113, 15). La misma verdad profesa el autor del libro de la Sabiduría: 'Dios de los padres y Señor de la misericordia, que con tu palabra hiciste todas las cosas' (9, 1). Y el Profeta Isaías dice en primera persona la palabra de Dios Creador: 'Yo soy el Señor, el que lo ha hecho todo' (44, 24).
No menos claros son los testimonios que hay en el Nuevo Testamento. Así, p.e., en el Prólogo del Evangelio de Juan se dice: 'Al principio era el Verbo Todas las cosas fueron hechas por El, y sin El nada se hizo de cuanto ha sido hecho' (1, 1.3). La Carta a los Hebreos, por su parte, afirma: 'Por la fe conocemos que los mundos han sido dispuestos por la palabra de Dios, de suerte que de lo invisible ha tenido origen lo visible (11, 3).
5. En la verdad de la creación se expresa el pensamiento de que todo lo que existe fuera de Dios ha sido llamado a la existencia por El. En la Sagrada Escritura hallamos textos que hablan de ello claramente.
En el caso de la madre de los siete hijos, de quienes habla el libro de los Macabeos, la cual ante la amenaza de muerte, anima al más joven de ellos a profesar la fe de Israel, diciéndole: 'Mira el cielo y la tierra de la nada lo hizo todo Dios y todo el linaje humano ha venido de igual modo' (2 Mac 7, 28). En la Carta a los Romanos leemos: 'Abrahán creyó en Dios, que da la vida a los muertos y llama a lo que es lo mismo que a lo que no es' (4,17).
'Crear' quiere decir, pues: hacer de la nada, llamar a la existencia, es decir, formar un ser de la nada. El lenguaje bíblico deja entrever este significado en la primera palabra del libro del Génesis: 'Al principio creó Dios los cielos y la tierra'. El término 'creó' traduce el hebreo 'bara' -br-, que expresa una acción de extraordinaria potencia, cuyo único sujeto es Dios. Con la reflexión post-exílica se comprende cada vez mejor el alcance de la intervención divina inicial, que en el segundo libro de los Macabeos se presenta finalmente como un producir 'de la nada' (7, 28). Los Padres de la Iglesia y los teólogos esclarecerán ulteriormente el significado de la acción divina, hablando de la creación 'de la nada' (creatio ex nihilo; más precisamente: ex nihilo sui et subiecti). En el acto de la creación Dios es principio exclusivo y directo del nuevo ser, con exclusión de cualquier materia preexistente.
6. Como Creador, Dios está en cierto modo 'fuera' de la creación y la creación esta 'fuera' de Dios. Al mismo tiempo, la creación es completa y plenamente deudora de Dios en su propia existencia (de ser lo que es), porque tiene su origen completa y plenamente en el poder de Dios.
También puede decirse que mediante el poder creador (la omnipotencia) Dios está en la creación y la creación está en El. Sin embargo, esta inmanencia de Dios no menoscaba para nada la transcendencia que le es propia con relación a todo a lo que El da la existencia.
7. Cuando el Apóstol Pablo llegó al Aerópago de Atenas habló así a los oyentes que se habían reunido allí: 'Al pasar y contemplar los objetos de vuestro culto, he hallado un altar en el cual está escrito: Al Dios desconocido. Pues ése que sin conocerle veneráis es el que yo os anuncio. El Dios que hizo el mundo y todas las cosas que hay en El, es Señor del cielo y de la tierra' (Hech 17, 23-24).
Es significativo que los atenienses, los cuales reconocían muchos dioses (politeísmo pagano), escucharan estas palabras sobre el único Dios Creador sin plantear objeciones. Este detalle parece confirmar que la verdad sobre la creación constituye un punto de encuentro entre los hombres que profesan religiones diversas. Quizá la verdad de la creación está arraigada de modo originario y elemental en las diversas religiones, aun cuando en ellas no se encuentren conceptos suficientemente claros, como los que se contienen en las Sagradas Escrituras.
La creación de la nada (29.I.86)
1. La verdad de que Dios ha creado, es decir, que ha sacado de la nada todo lo que existe fuera de El, tanto el mundo como el hombre, halla su expresión ya en la primera página de la Sagrada escritura, aun cuando su plena explicitación sólo se tiene en el sucesivo desarrollo de la Revelación.
Al comienzo del libro del Génesis se encuentran dos 'relatos' de la creación. A juicio de los estudiosos de la Biblia el segundo relato es más antiguo, tiene un carácter más figurativo y concreto, se dirige a Dios llamándolo con el nombre de 'Yahvéh' -yhvh-, y por este motivo se señala como 'fuente yahvista'.
El primer relato, posterior en cuanto al tiempo de su composición, aparece más sistemático y más teológico; para designar a Dios recurre al término 'Elohim' -lhm-. En él la obra de la creación se distribuye a lo largo de una serie de seis días. Puesto que el séptimo día se presenta como el día en que Dios descansa, los estudiosos han sacado la conclusión de que este texto tuvo su origen en ambiente sacerdotal y cultual. Proponiendo al hombre trabajador el ejemplo de Dios Creador, el autor de Gen 1 ha querido afirmar de nuevo la enseñanza contenida en el Decálogo, inculcando la obligación de santificar el séptimo día.
2. El relato de la obra de la creación merece ser leído y meditado frecuentemente en la liturgia y fuera de ella. Por lo que se refiere a cada uno de los días, se confronta entre uno y otro una estrecha continuidad y una clara analogía. El relato comienza con las palabras: 'Al principio creó Dios los cielos y la tierra', es decir, todo el mundo visible, pero luego, en la descripción de cada uno de los días vuelve siempre la expresión: 'Dijo Dios: Haya', o una expresión análoga. Por la fuerza de esta palabra del Creador: 'fiat', 'haya', va surgiendo gradualmente el mundo visible: La tierra al principio era 'confusa y vacía' (caos); luego, bajo la acción de la palabra creadora de Dios, se hace idónea para la vida y se llena de seres vivientes, las plantas, los animales, en medio de los cuales, al final, Dios crea al hombre 'a su imagen' (Gen. 1, 27).
3. Este texto tiene un alcance sobre todo religioso y teológico. No se pueden buscar en él elementos significativos desde el punto de vista de las ciencias naturales. Las investigaciones sobre el origen y desarrollo de cada una de los especies 'in natura' no encuentran en esta descripción norma alguna vinculante, ni aportaciones positivas de interés sustancial. Más aún, no contrasta con la verdad acerca de la creación del mundo visible -tal como se presenta en el libro del Génesis-, en línea de principio, la teoría de la evolución natural, siempre que se la entienda de modo que no excluya la causalidad divina.
4. En su conjunto la imagen del mundo queda delineada bajo la pluma del autor inspirado con las características de las cosmogonías de su tiempo, en la cual inserta con absoluta originalidad la verdad acerca de la creación de todo por obra del único Dios: ésta es la verdad revelada. Pero el texto bíblico, si por una parte afirma la total dependencia del mundo visible de Dios, que en cuanto Creador tiene pleno poder sobre toda criatura (el llamado dominium altum), por otra parte pone de relieve el valor de todas las criaturas a los ojos de Dios. Efectivamente, al final de cada día se repite la frase: 'Y vio Dios que era bueno', y en el día sexto, después de la creación del hombre, centro del cosmos, leemos: 'Y vio Dios que era muy bueno cuanto había hecho' (Gen 1, 31).
La descripción bíblica de la creación tiene carácter ontológico, es decir, habla del ente, y al mismo tiempo, axiológico, es decir, da testimonio del valor. Al crear el mundo como manifestación de su bondad infinita, Dios lo creó bueno. Esta es la enseñanza esencial que sacamos de la cosmología bíblica, y en particular de la descripción introductoria del libro del Génesis.
5. Esta descripción, juntamente con todo lo que la Sagrada Escritura dice en diversos lugares acerca de la obra de la creación y de Dios Creador, nos permite poner de relieve algunos elementos:
1º. Dios creó el mundo por sí solo. El poder creador no es transmisible: es 'incommunicabilis'.
2º. Dios creó el mundo por propia voluntad, sin coacción alguna exterior ni obligación interior. Podía crear y no crear; podía crear este mundo u otro.
3º El mundo fue creado por Dios en el tiempo, por lo tanto, no es eterno: tiene un principio en el tiempo.
4º. El mundo, creado por Dios, está constantemente mantenido por el Creador en la existencia. Este 'mantener' es, en cierto sentido, un continuo crear (Conservatio est continua creatio).
6. Desde hace casi dos mil años la Iglesia profesa y proclama invariablemente la verdad de que la creación del mundo visible e invisible es obra de Dios, en continuidad con la fe profesada y proclamada por Israel, el Pueblo de Dios de la Antigua Alianza. La Iglesia explica y profundiza esta verdad, utilizando la filosofía del ser y la defiende de las deformaciones que surgen de vez en cuando en la historia del pensamiento humano.
El Magisterio de la Iglesia ha confirmado con especial solemnidad y vigor la verdad de que la creación del mundo es obra de Dios en el Concilio Vaticano I, en respuesta a las tendencias del pensamiento panteísta y materialista de su tiempo. Esas mismas orientaciones están presentes también en nuestro siglo en algunos desarrollos de las ciencias exactas y de las ideologías ateas.
En la Cons. Dei Filius -De fide catholica- del Conc. Vaticano I leemos: 'Este único Dios verdadero, en su bondad y 'omnipotente virtud', no para aumentar su gloria, ni para adquirirla, sino para manifestar su perfección mediante los bienes que distribuye a las criaturas, con decisión plenamente libre, 'simultáneamente desde el principio del tiempo sacó de la nada una y otra criatura, la espiritual y la corporal, es decir, la angélica y la material, y luego la criatura humana, como partícipe de una y otra, al estar constituida de espíritu y de cuerpo' (Conc. Lateranense IV)'.
7. Según los 'cánones' adjuntos a este texto doctrinal, el Conc. Vaticano I afirma las siguientes verdades:
1º. El único, verdadero Dios es Creador y Señor 'de las cosas visibles e invisibles'
2º. Va contra la fe la afirmación de que sólo existe la materia (materialismo).
3º. Va contra la fe la afirmación de que Dios se identifica esencialmente con el mundo (panteísmo).
4º. Va contra la fe sostener que las criaturas, incluso las espirituales, son una emanación de la sustancia divina, o afirmar que el Ser divino con su manifestarse o evolucionarse se convierte en cada cada una de las cosas.
5º. Va contra la fe la concepción, según la cual, Dios es el ser universal, o sea, indefinido que, al determinarse, constituye el universo distinto en géneros, especies e individuos.
6º. Va igualmente contra la fe negar que el mundo y las cosas todas contendidas en él, tanto espirituales como materiales, según toda su sustancia han sido creadas por Dios de la nada.
8. Habrá que tratar aparte el tema de la finalidad a la que mira la obra de la creación. Efectivamente, se trata de un aspecto que ocupa mucho espacio en la Revelación, en el Magisterio de la Iglesia y en la Teología.
Por ahora basta concluir nuestra reflexión remitiéndonos a un texto muy hermosos del Libro de la Sabiduría en el que se alaba a Dios que por amor crea el universo y lo conserva en su ser:
'Amas todo cuanto existe / y nada aborreces de lo que has hecho; /
pues si Tú hubieras odiado alguna cosa, no la hubieras formado.
¿Y cómo podría subsistir nada si Tú no quisieras, / o cómo podría conservarse sin Ti? / Pero a todos perdonas, / porque son tuyos, Señor, amigo de la vida'
(Sab 11, 24-26).
La Creación, obra de la Trinidad (5.III.86)
1. La reflexión sobre la verdad de la creación, con la que Dios llama al mundo de la nada a la existencia, impulsa la mirada de nuestra fe a la contemplación de Dios Creador, el cual revela en la creación su omnipotencia, su sabiduría y su amor. La omnipotencia del Creador se muestra tanto en el llamar a las criaturas de la nada a la existencia, como en mantenerlas en la existencia. '¿Cómo podría subsistir nada si Tú no quisieras, o cómo podría conservarse sin Ti?', pregunta el autor del libro de la Sabiduría (11, 25).
2. La omnipotencia revela también el amor de Dios que, al crear, da la existencia a seres diversos de El y a la vez diferentes entre sí. La realidad del don impregna todo el ser y el existir de la creación. Crear significa donar (donar sobre todo la existencia), y el que dona, ama. Lo afirma el autor del libro de la Sabiduría cuando afirma: 'Amas todo cuanto existe y nada aborreces de lo que has hecho, pues si hubieras odiado alguna cosa, no la hubieras formado' (11, 24); y añade: 'A todos perdonas, porque son tuyos, Señor, amigo de la vida' (11, 26).
3. El amor de Dios es desinteresado: mira solamente a que el bien venga a la existencia, perdure y se desarrolle según la dinámica que le es propia. Dios Creador es Aquel 'que hace todas las cosas conforme al consejo de su voluntad' (Ef 1, 11). Y toda la obra de la creación pertenece al plan de la salvación, al misteriosos proyecto 'oculto desde los siglos en Dios, creador de todas las cosas' (Ef 3, 9). Mediante el acto de la creación del mundo, y en particular del hombre, el plan de la salvación comienza a realizarse. La creación es obra de la Sabiduría que ama, como recuerda la Sagrada Escritura varias veces (Cfr., p.e., Prov 8, 22-36).
Está claro, pues, que la verdad de fe sobre la creación se contrapone de manera radical a las teorías de la filosofía materialista, las cuales consideran el cosmos como resultado de una evolución de la materia que puede reducirse a pura casualidad y necesidad.
4. Dice San Agustín: 'Es necesario que nosotros, viendo al Creador a través de las obras que ha realizado, nos elevemos a la contemplación de la Trinidad de la cual lleva la huella la creación en cierta y justa proporción' (De Trinitate VI, 10, 12). Es verdad de fe que el mundo tiene su comienzo en el Creador, que es Dios uno y trino. Aunque la obra de la creación se atribuya sobre todo al Padre -efectivamente, así profesamos en los Símbolos de la fe ('Creo en Dios Padre todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra')- es también verdad de fe que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son el único e indivisible 'principio' de la creación.
5. La Sagrada Escritura confirma de distintos modos esta verdad: ante todo, por lo que se refiere al Hijo, el Verbo, la Palabra consubstancial al Padre. Ya en el Antiguo Testamento están presentes algunas alusiones significativas, como, p.e., este elocuente versículo del Salmo: 'La palabra del Señor hizo el cielo' (32, 6). Se trata de una afirmación que encuentra su plena explicación en el Nuevo Testamento, así, p.e., en el Prólogo de Juan: 'Al principio era el Verbo y el Verbo estaba en Dios y el Verbo era Dios Todas las cosas fueron hechas por El, y sin El no se hizo nada de cuanto se ha hecho y por El fue hecho el mundo' (Jn 1, 1-2. 10). Las Cartas de Pablo proclaman que todas las cosas han sido hechas 'en Jesucristo': efectivamente, en ellas se habla de 'un solo Señor, Jesucristo, por quien son todas las cosas y nosotros también' (1 Cor 8, 6). En la Carta a los Colosenses leemos: 'El (Cristo) es imagen de Dios invisible, primogénito de toda criatura, porque en El fueron creadas todas del cielo y de la tierra, las visibles y las invisibles Todo fue creado por El y para El. El es antes que todo y todo subsiste en El' (Col 1, 15-17).
El Apóstol subraya la presencia operante de Cristo, bien sea como causa de la creación ('por El'), o bien como su fin ('para El'). Es un tema sobre el cual habrá que volver. Mientras tanto, notemos que también la Carta a los Hebreos afirma que Dios por medio del Hijo 'también hizo el mundo' (1, 2), y que el 'Hijo sustenta todas las cosas con su poderosa presencia' (1, 3).
6. De este modo el Nuevo Testamento, y en particular los escritos de San Pablo y de San Juan, profundizan y enriquecen el recurso a la Sabiduría y a la Palabra creadora que ya estaba presente en el Antiguo Testamento: 'La palabra del Señor hizo el cielo' (Sal 32, 6). Hacen la precisión de que el Verbo creador no sólo estaba 'en Dios', sino que 'era Dios', también que precisamente en cuanto Hijo consubstancial al Padre, el Verbo creó el mundo en unión con el Padre: 'y el mundo fue hecho por El' (Jn 1, 10).
No sólo esto: el mundo también fue creado con referencia a la persona (hipóstasis) del Verbo. 'Imagen de Dios invisible' (Col 1, 15), el Verbo que es el Eterno Hijo, 'esplendor de la gloria del Padre e imagen de su sustancia' (Cfr. Heb 1, 3) es también el 'primogénito de toda criatura' (Col 1, 15), en el sentido de que todas las cosas han sido creadas por el Verbo-Hijo, para llegar a ser, en el tiempo, el mundo de las criaturas, llamado de la nada a la existencia 'fuera de Dios'. En este sentido 'todas las cosas fueron hechas por El y sin El nada se hizo de cuanto ha sido hecho' (Jn 1, 3).
7. Se puede afirmar, pues, que la Revelación presenta una estructura del universo 'lógica' (de 'Logos' -Logos-: Verbo) y una estructura 'icónica' (de 'Eikon' -Eikon-: imagen, imagen del Padre). Efectivamente, desde los tiempos de los Padres de la Iglesia se ha consolidado la enseñanza, según la cual, la creación lleva en sí 'los vestigios de la trinidad' ('vestigia Trinitatis'). Es obra del Padre por el Hijo en el Espíritu Santo. En la creación se revela la Sabiduría de Dios: en ella la -aludida- doble estructura 'lógico-icónica' de las criaturas está íntimamente unida a la estructura del don.
Cada una de las criaturas no sólo son 'palabras' del Verbo, con las que el Creador se manifiesta a nuestra inteligencia, sino que son también 'dones' del Don: llevan en sí la impronta del Espíritu Santo, Espíritu creador.
¿Acaso no se dice ya en los primeros versículos del Génesis: 'Al principio creó Dios los cielos y la tierra (=el universo) y el espíritu de Dios se cernía sobre las aguas' (Gen 1, 1-2)?. La alusión, sugestiva aunque vaga, a la acción del Espíritu en ese primer 'principio' del universo, resulta significativa para nosotros que la leemos a la luz de la plena revelación neotestamentaria.
8. La creación es obra de Dios uno y trino. El mundo 'creado' en el Verbo-Hijo, es 'restituido' juntamente con el Hijo al Padre, por medio de ese Don-Increado, consubstancial a ambos, que es el Espíritu Santo. De este modo el mundo es 'creado' con ese Amor que es el Espíritu del Padre y del Hijo. Este universo abrazado por el eterno Amor, comienza a existir en el instante elegido por la Trinidad como comienzo del tiempo.
De este modo la creación del mundo es obra del Amor: el universo, don creado brota del Don Increado, del Amor recíproco del Padre y del Hijo, de la Santísima Trinidad.
La Creación revela la gloria de Dios (12.III.86)
1. La verdad de fe acerca de la creación de la nada ('ex nihilo'), sobre la que nos hemos detenido en las catequesis anteriores, nos introduce en las profundidades del misterio de Dios, Creador 'del cielo y de la tierra'. Según la expresión del Símbolo Apostólico: 'Creo en Dios Padre todopoderoso, Creador', la creación se atribuye principalmente al Padre. En realidad es obra de las Tres Personas de la Trinidad, según la enseñanza ya presente de algún modo en el Antiguo Testamento y revelada plenamente ene le Nuevo, especialmente en los textos de Pablo y Juan.
2. A la luz de estos textos apostólicos, podemos afirmar que la creación del mundo encuentra su modelo en la eterna generación del Verbo, del Hijo, de la misma sustancia que el Padre, y su fuente en el Amor que es el Espíritu Santo. Este Amor-Persona, consubstancial al Padre y al Hijo, es juntamente con el Padre y con el Hijo, fuente de la creación del mundo de la nada, es decir, del don de la existencia a cada ser. De este don gratuito participa toda la multiplicidad de los seres 'visibles e invisibles' tan varia que parece casi ilimitada, y todo lo que el lenguaje de la cosmología indica como 'macrocosmos' y 'microcosmos'.
3. La verdad de fe acerca de la creación del mundo, al hacernos penetrar en las profundidades del misterio trinitario, nos descubre lo que la Biblia llama 'Gloria de Dios' (Kabod Yahvéh -Kbd yhvh-, doxa tou Theou -doxa tou Theou-). La Gloria de Dios está ante todo en El mismo: es la gloria 'interior', que, por así decirlo, colma la misma profundidad ilimitada y la infinita perfección de la única Divinidad en la Trinidad de las Personas. Esta perfección infinita, en cuanto plenitud absoluta de Ser y de Santidad, es también plenitud de Verdad y de Amor en el contemplarse y donarse recíproco (y, por tanto, en la comunión) del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Mediante la obra de la creación la gloria interior de Dios, que brota del misterio mismo de la Divinidad, en cierto modo, se traslada 'fuera': a las criaturas del mundo visible e invisible, en proporción a su grado de perfección.
4. Con la creación del mundo (visible e invisible) comienza como una nueva dimensión de la gloria de Dios, llamada 'exterior' para distinguirla de la precedente. La Sagrada Escritura habla de ella en muchos pasajes. Basten algunos ejemplos:
El Salmo 18 dice: 'El cielo proclama la gloria de Dios, el firmamento pregona la obra de sus manos Sin que hablen, sin que pronuncien, sin que resuene su voz, a toda la tierra alcanza su pregón y hasta los límites del orbe su lenguaje' (1. 2. 4). El libro del Sirácida afirma a su vez: 'El sol sale y lo alumbra todo, y la gloria del Señor se refleja en todas sus obras' (42, 16). El libro de Baruc tiene una expresión muy singular y sugestiva: 'Los astros brillan en sus atalayas y se complacen. Los llama y contestan: 'Henos aquí'. Lucen alegremente en honor del que los hizo' (3, 34).
5. En otro lugar el texto bíblico suena como una llamada dirigida a las criaturas a fin de que proclamen la gloria de Dios Creador. Así, p.e., el Libro de Daniel: 'Criaturas todas del Señor: bendecid al Señor, ensalzadlo con himnos por los siglos' (3, 57). O el Salmo 65: 'Aclamad al Señor, tierra entera, tocad en honor de su nombre, cantad himnos a su gloria; decid a Dios: Qué temibles son tus obras, por tu inmenso poder tus enemigos te adulan. Que se postre ante Ti la tierra entera, que toquen en tu honor, que toquen para tu nombre' (1-4).
La Sagrada Escritura está llena de expresiones semejantes: 'Cuántas son tus obras, Señor, y todas las hiciste con sabiduría, la tierra está llena de tus criaturas' (Sal 103, 24). Todo el universo creado es una multiforme, potente e incesante llamada a proclamar la gloria del Creador: "Por mi vida y por mi gloria que hinche la tierra entera' (Nm 14, 21); porque 'tuyas son las riquezas y la gloria' (1 Par 29, 12).
6. Este himno de gloria, grabado en la creación, espera un ser capaz de darle una adecuada expresión conceptual y verbal, un ser que alabe el santo nombre de Dios y narre las grandezas de sus obras (Sir 17, 8). Este ser en el mundo visible es el hombre. A él se dirige la llamada que sube del universo; el hombre es el portavoz de las criaturas y su intérprete ante Dios.
7. Retornemos de nuevo por un instante a las palabras, con las que el Conc. Vaticano I formula la verdad acerca de la creación y acerca del Creador del mundo: 'Este único verdadero Dios, en su bondad y 'omnipotente virtud', no para aumentar su bienaventuranza, ni para adquirirla, sino para manifestar su perfección por medio de los bienes que distribuye a las criaturas, con decisión sumamente libre, simultáneamente desde el principio del tiempo, sacó de la nada una y otra criatura'.
Este texto explica con un lenguaje propio la misma verdad acerca de la creación y acerca de su finalidad, que encontramos presente en los textos bíblicos. El Creador no busca en la obra de la creación ningún 'complemento' de Sí mismo. Efectivamente, El es el Ser totalmente e infinitamente perfecto. No tiene, pues, necesidad alguna del mundo. Las criaturas, las visibles y las invisibles, no pueden 'añadir' nada a la Divinidad de Dios uno y trino.
8. ¡Y sin embargo, Dios crea!. Las criaturas, llamadas por Dios a la existencia con una decisión plenamente libre y soberana, participan del modo real, aun cuando limitado y parcial, de la perfección de la absoluta plenitud de Dios. Se diferencian entre sí por el grado de perfección que han recibido, a partir de los seres inanimados, subiendo por los animados, hasta llegar al hombre; mejor, subiendo aún más, hasta las criaturas de naturaleza puramente espiritual. El conjunto de las criaturas constituye el universo; el cosmos visible e invisible, en cuya totalidad y en cuyas partes se refleja la eterna Sabiduría y se manifiesta el inagotable Amor del Creador.
9. En la revelación de la Sabiduría y del Amor de Dios está el fin primero y principal de la creación y en ella se realiza el misterio de la gloria de Dios, según la palabra de la Escritura: 'Criaturas todas del Señor: bendecid al Señor' (Dan 3, 57). En el misterio de la gloria todas las criaturas adquieren su significado transcendental: 'superándose' a sí mismas para abrirse a Aquel, en quien tienen su comienzo y su meta.
Admiremos, pues, con fe la obra del Creador y alabemos su grandeza:
'Cuántas son tus obras , Señor, / y todas las hiciste con sabiduría, /la tierra está llena de tus criaturas. Gloria a Dios para siempre, / goce el Señor con sus obras. / Cantaré al Señor mientras viva, / tocaré para mi Dios mientras exista'.
(Sal 103, 24.31, 33-34).
Legítima autonomía de las cosas creadas (2.IV.86)
1. La creación, sobre cuyo fin hemos meditado en la catequesis anterior desde el punto de vista de la dimensión 'transcendental', exige también una reflexión desde el punto de vista de la dimensión inmanente. Esto se ha hecho especialmente necesario hoy por el progreso de la ciencia y de la técnica, que ha introducido cambios significativos en la mentalidad de muchos hombres de nuestro tiempo. Efectivamente, 'muchos de nuestros contemporáneos -leemos en la Cons. pastoral Gaudium et spes del Conc. Vaticano II sobre la Iglesia y el mundo contemporáneos-, parecen temer que, por una excesivamente estrecha vinculación entre la actividad humana y la religión, sufra trabas la autonomía del hombre, de la sociedad o de la ciencia' (Gaudium et spes 36).
El Concilio afrontó este problema, que está 'íntimamente vinculado con la verdad de fe acerca de la creación y su fin, proponiendo una explicación clara y convincente. Escuchémosla.
2. 'Si por autonomía de la realidad terrena se quiere decir que las cosas creadas y la sociedad misma gozan de propias leyes y valores, que el hombre ha de descubrir, emplear y ordenar poco a poco, es absolutamente legítima esta exigencia de autonomía. No es sólo que la reclamen imperiosamente los hombres de nuestro tiempo. Es que además responde a la voluntad del Creador. Pues, por la propia naturaleza de la creación, todas las cosas están dotadas de consistencia, verdad y bondad propias y de un propio orden regulado, que el hombre debe respetar con el reconocimiento de la metodología particular de cada ciencia o arte. Por ello, la investigación metódica en todos los campos del saber, si está realizada de una forma auténticamente científica y conforme a las normas morales, nunca será en realidad contraria a la fe, porque las realidades profanas y las de la fe tienen su origen en un mismo Dios. Más aún, quien con perseverancia y humildad se esfuerza por penetrar en los secretos de la realidad, está llevado, aun sin saberlo, como por la mano de Dios, quien, sosteniendo todas las cosas, da a todas ellas el ser. Son a este respecto, de deplorar ciertas actitudes que, por no comprender bien el sentido de la legítima autonomía de la ciencia, se han dado algunas veces entre los propios cristianos; actitudes que, seguidas de agrias polémicas, indujeron a muchos a establecer una oposición entre la ciencia y la fe.
'Pero si autonomía de lo temporal quiere decir que la realidad creada es independiente de Dios y que los hombres pueden usarla sin referencia al Creador, no hay creyente alguno a quien se le escape la falsedad envuelta en tales palabras. La criatura sin el Creador desaparece. Por lo demás, cuantos creen en Dios, sea cual fuere su religión, escucharon siempre la manifestación de la voz de Dios en el lenguaje de la creación. Más aún, por el olvido de Dios la propia criatura queda oscurecida'. (Gaudium et spes 36).
3. Hasta aquí el texto conciliar. Este constituye un desarrollo de la enseñanza que ofrece la fe sobre la creación y establece una confrontación iluminadora entre esta verdad de fe y la mentalidad de los hombres de nuestro tiempo, fuertemente condicionada por el desarrollo de las ciencias naturales y del progreso de la técnica.
Tratamos de recoger en una síntesis orgánica los principales pensamientos contenidos en el párrafo 36 de la Cons. Gaudium et spes.
A) A la luz de la doctrina del Concilio Vaticano II la verdad a cerca de la creación no es sólo una verdad de fe, basada en la Revelación del Antiguo y Nuevo Testamento. Es también una verdad que une a todos los hombres creyentes 'sea cual fuere su religión', es decir, a todos los que 'escucharon siempre la manifestación de la voz de Dios en el lenguaje de la creación'.
B) Esta verdad, plenamente manifestada en la Revelación, es sin embargo accesible de por sí a la razón humana. Esto se puede deducir del conjunto de la argumentación del texto conciliar y particularmente de las frases: 'La criatura sin el Creador desaparece, por el olvido de Dios la propia criatura queda oscurecida'. Estas expresiones (al menos de modo indirecto) indican que el mundo de las criaturas tiene necesidad de la Razón última y de la Causa primera. En virtud de su misma naturaleza los seres contingentes tienen necesidad, para existir, de un apoyo en el Absoluto (en el Ser necesario), que es Existencia por sí ('Esse subsistens'). El mundo contingente y fugaz 'desaparece sin el Creador'.
C) Con relación a la verdad, así entendida, acerca de la creación, el Concilio establece una distinción fundamental entre la autonomía 'legítima' y la 'ilegítima' de las realidades terrenas. Ilegítima (es decir, no conforme a la verdad de la Revelación) es la autonomía que proclame la independencia de las realidades creadas por Dios Creador, y sostenga 'que la realidad creada es independiente de Dios y los hombres pueden usarla sin referencia al Creador'. Tal modo de entender y de comportarse niega y rechaza la verdad acerca de la creación; y la mayor parte de las veces -si no es incluso por principio- esta posición se sostiene precisamente en nombre de la 'autonomía' del mundo, y el hombre en el mundo, del conocimiento y de la acción humana.
Pero hay que añadir inmediatamente que en el contexto de una 'autonomía' así entendida, es el hombre quien en realidad queda privado de la propia autonomía con relación al mundo, y acaba por encontrarse de hecho sometido a él. Es un tema sobre el que volveremos.
D) La 'autonomía de las realidades terrenas' entendida de este modo es () no sólo ilegítima, sino también inútil. Efectivamente, las cosas creadas gozan de una autonomía propia de ellas 'por voluntad del Creador', que está arraigada en su misma naturaleza, perteneciendo al fin de la creación (en su dimensión inmanente). 'Pues, por la propia naturaleza de la creación, todas las cosas están dotadas de consistencia, verdad y bondad propias y de un propio orden'
La afirmación, si se refiere a todas las criaturas del mundo visible, se refiere de modo eminente al hombre. En efecto, el hombre en la misma medida en que trata de 'descubrir, emplear y ordenar' de modo coherente las leyes y valores del cosmos, no sólo participa de manera creativa en la autonomía legítima de las cosas creadas, sino que realiza de modo correcto la autonomía que le es propia. Y así se encuentra con la finalidad inmanente de la creación, e indirectamente también con el Creador: 'Está llevado, como por la mano de Dios, quien, sosteniendo a todas las cosas, da a todas ellas el ser'.
4. Se debe añadir que con el problema de la 'legítima autonomía de las realidades terrenas', se vincula también el problema, hoy muy sentido, de la 'ecología', es decir, la preocupación por la protección y preservación del ambiente natural.
El desequilibrio ecológico, que supone siempre una forma de egoísmo anticomunitario, nace del uso arbitrario -y en definitiva nocivo- de las criaturas, cuyas leyes y orden natural se violan, ignorando o despreciando la finalidad que es inmanente a la obra de la creación. También este modo de comportamiento se deriva de una falsa interpretación de la autonomía de las cosas terrenas. Cuando el hombre usa de las cosas 'sin referirlas al Creador' -por utilizar también las palabras de la Constitución conciliar- se hace a sí mismo daños incalculables. La solución del problema de la amenaza ecológica está en relación íntima con los principios de la 'legítima autonomía de las realidades terrenas', es decir, en definitiva, con la verdad acerca de la creación y acerca del Creador del mundo.
El hombre, imagen de Dios (9.IV.86)
1. El Símbolo de la fe habla de Dios 'Creador del cielo y de la tierra, de todo lo visible y lo invisible'; no habla directamente de la creación del hombre. El hombre, en el contexto sotereológico del Símbolo, aparece con referencia a la Encarnación, lo que es evidente de modo particular en el Símbolo niceno-constantinopolitano, cuando se profesa la fe en Jesucristo, Hijo de Dios, que 'por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó del cielo y se hizo hombre'.
Sin embargo, debemos recordar que el orden de la salvación no sólo presupone la creación, sino, más aún, toma origen de ella.
El Símbolo de la fe nos remite, en su concisión, al conjunto de la verdad revelada sobre la creación, para descubrir la posición realmente singular y excelsa que se le ha dado al hombre.
2. Como ya hemos recordado en las catequesis anteriores, el libro del Génesis contiene dos narraciones de la creación del hombre. Desde el punto de vista cronológico es anterior la descripción contenida en el segundo capítulo del Génesis, en cambio, es posterior la del primer capítulo.
En conjunto las dos descripciones se integran mutuamente, conteniendo ambas elementos teológicamente muy ricos y preciosos.
3. En el libro del Génesis 1, 26, leemos que el sexto día dijo Dios: 'Hagamos al hombre a nuestra imagen y a nuestra semejanza, para que domine sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo, sobre los ganados y sobre todas las bestias de la tierra y sobre todos los animales que se mueven sobre ella'.
Es significativo que la creación del hombre esté precedida por esta especie de declaración con la que Dios expresa la intención de crear al hombre a su imagen, mejor a 'nuestra imagen', en plural (sintonizando con el verbo 'hagamos'). Según algunos intérpretes, el plural indicaría el 'Nosotros' divino del único Creador. Esto sería, pues, de algún modo, una primera lejana señal trinitaria. En todo caso, la creación del hombre, según la descripción del Génesis 1, va precedida de un particular 'dirigirse' a Sí mismo, 'ad intra', de Dios que crea.
4. Sigue luego el acto creador. 'Dios creó al hombre a imagen suya, a imagen de Dios lo creó, y los creó varón y mujer' (Gen 1, 27). En esta frase impresiona el triple uso del verbo 'creó' (bará), que parece dar testimonio de una especial importancia e 'intensidad' del acto creador. Esta misma indicación parece que debe deducirse del hecho de que, mientras cada uno de los días de la creación se concluye con la anotación: 'Vio Dios ser bueno' (Cfr. Gen 1, 3. 10. 12. 18. 21. 25) después de la creación del hombre, el sexto día, dice que 'vio Dios ser muy bueno cuanto había hecho' (Gen 1, 31).
5. La descripción más antigua, la 'yahvista' del Génesis 2, no utiliza la expresión 'imagen de Dios'. Esta pertenece exclusivamente al texto posterior, que es más teológico.
A pesar de esto, la descripción yahvista presenta, si bien de modo indirecto, la misma verdad. Efectivamente, se dice que el hombre, creado por Dios-Yahvéh, al mismo tiempo que tiene poder para 'poner nombre' a todos los animales (Cfr. Gen 2, 19-20), no encuentra entre todas las criaturas del mundo visible 'una ayuda semejante a él', es decir, constata su singularidad. Aunque no hable directamente de la 'imagen de Dios', el relato del Génesis 2 presenta algunos de sus elementos esenciales: la capacidad de autoconocerse, la experiencia del propio ser en el mundo, la necesidad de colmar su soledad, la dependencia de Dios.
6. Entre estos elementos, está también la indicación de que el hombre y la mujer son iguales en cuanto naturaleza y dignidad. Efectivamente, mientras que ninguna criatura podía ser para el hombre 'una ayuda semejante a él', encuentra tal 'ayuda' en la mujer creada por Dios-Yahvéh. Según Génesis 2, 21-22, Dios llama a la mujer a la existencia, sacándola del cuerpo del hombre: de 'una de las costillas del hombre'. Esto indica su identidad en la humanidad, su semejanza esencial, aun dentro de la distinción. Puesto que los dos participan de la misma naturaleza, ambos tienen la misma dignidad de persona.
7. La verdad acerca del hombre creado a 'imagen de Dios' retorna también en otros pasajes de la Sagrada Escritura, tanto en el mismo Génesis ('el hombre ha sido hecho a imagen de Dios': Gen 9, 6), como en otros libros Sapienciales. En el libro de la Sabiduría se dice: 'Dios creó al hombre para la inmortalidad, y lo hizo a imagen de su propia naturaleza' (2, 23). Y en el libro del Sirácida leemos: 'El Señor formó al hombre de la tierra y de nuevo le hará volver a ella Le vistió de la fortaleza a él conveniente y le hizo según su propia imagen' (17, 1. 3).
El hombre, pues, es creado para la inmortalidad, y no cesa de ser imagen de Dios después del pecado, aun cuando esté sometido a la muerte. Lleva en sí el reflejo de la potencia de Dios, que se manifiesta sobre todo en la facultad de la inteligencia y de la libre voluntad. El hombre es sujeto autónomo, fuente de las propias acciones, aunque manteniendo las características de su dependencia de Dios, su Creador (contingencia ontológica).
8. Después de la creación del hombre, varón y mujer, el Creador 'los bendijo, diciéndoles: 'Procread y multiplicáos, y henchid la tierra; sometedla y dominad sobre los peces y sobre las aves y sobre todo cuanto vive'' (Gen 1, 28). La creación a imagen de Dios constituye el fundamento del dominio sobre las otras criaturas en el mundo visible, las cuales fueron llamadas a la existencia con miras al hombre y 'para él'.
Del dominio del que habla el Génesis 1, 28, participan todos los hombres, a quienes el primer hombre y la primera mujer han dado origen. A ello alude también la redacción yahvista (Gen 2, 24), a la que todavía tendremos ocasión de retornar. Transmitiendo la vida a sus hijos, hombre y mujer les dan en heredad esa 'imagen de Dios', que fue conferida al primer hombre en el momento de la creación.
9. De este modo el hombre se convierte en una expresión particular de la gloria del Creador del mundo creado. "Gloria Dei vivens homo, vita autem hominis visio Dei', escribirá San Ireneo (Adv. Haer. IV, 20, 7). El hombre es gloria del Creador en cuanto ha sido creado a imagen de El y especialmente en cuanto accede al verdadero conocimiento del Dios viviente.
En esto encuentran fundamento el particular valor de la vida humana, como también todos los derechos humanos (que hoy se ponen tan de relieve).
10. Mediante la creación da imagen de Dios, el hombre es llamado a convertirse entre las criaturas del mundo visible, en un portavoz de la gloria de Dios, y en cierto sentido, en una palabra de su gloria.
La enseñanza sobre el hombre, contenida en las primeras páginas de la Biblia (Gen 1), se encuentra con la revelación del Nuevo Testamento acerca de la verdad de Cristo, que, como Verbo Eterno, es 'imagen de Dios invisible', y a la vez 'primogénito de toda criatura' (Col 1, 15).
El hombre creado a imagen de Dios adquiere, en el plan de Dios, una relación especial con el Verbo, Eterna Imagen del Padre, que, en la plenitud de los tiempos se hará carne. Adán -escribe San Pablo- 'es tipo del que había de venir' (Rom 1, 14). En efecto, 'a los que de antes conoció (Dios Creador) los predestinó a ser conformes con la imagen de su Hijo, para que éste sea el primogénito entre muchos hermanos' (Rom 8, 29).
11. Así, pues, la verdad sobre el hombre creado a imagen de Dios no determina sólo el lugar del hombre en todo el orden de la creación, sino que habla también de su vinculación con el orden de la salvación en Cristo, que es la eterna y consubstancial 'imagen de Dios' (2 Cor 4, 4): imagen del Padre. La creación del hombre a imagen de Dios, ya desde el principio del libro del Génesis, da testimonio de su llamada. Esta llamada se revela plenamente con la venida de Cristo. Precisamente entonces, gracias a la acción del 'Espíritu del Señor', se abre la perspectiva de la plena transformación en la imagen consubstancial de Dios, que es Cristo (Cfr. 2 Cor 3, 18). Así la 'imagen' del libro del Génesis (1, 27), alcanza la plenitud de su significado revelado.
Alma, cuerpo y evolucionismo (16.IV.86)
1. El hombre creado a imagen de Dios es un ser al mismo tiempo corporal y espiritual, es decir, un ser que, desde un punto de vista, está vinculado al mundo exterior y, desde otro, lo transciende. En cuanto espíritu, además de cuerpo es persona. Esta verdad sobre el hombre es objeto de nuestra fe, como lo es la verdad bíblica sobre la constitución a 'imagen y semejanza' de Dios; y es una verdad que presenta constantemente a lo largo de los siglos el Magisterio de la Iglesia.
La verdad sobre el hombre no cesa de ser en la historia objeto de análisis intelectual, no sólo en el ámbito de la filosofía, sino también en el de las muchas ciencias humanas: en una palabra, objeto de la antropología.
2. Que el hombre sea espíritu encarnado, si se quiere, cuerpo informado por un espíritu inmortal, se deduce ya, de algún modo, de la descripción de la creación contenida en el libro del Génesis y en particular de la narración 'yahvista', que emplea, por así decir, una 'escenografía' e imágenes antropomórficas. Leemos que 'modeló Yahvéh Dios al hombre de la arcilla y le inspiró en el rostro aliento de vida, y fue así el hombre ser animado' (2, 7). La continuación del texto bíblico nos permite comprender claramente que el hombre, creado de esta forma, se distingue de todo el mundo visible, y en particular del mundo de los animales. El 'aliento de vida' hizo al hombre capaz de conocer estos seres, imponerles el nombre y reconocerse distinto de ellos (Cfr. 18-20). Si bien en la descripción 'yahvista' no se habla del 'alma', sin embargo es fácil deducir de allí que la vida dada al hombre en el momento de la creación es de tal naturaleza que transciende la simple dimensión corporal (la propia de los animales). Ella toca, más allá de la materialidad, la dimensión del espíritu, en la cual está el fundamento esencial de esa 'imagen de Dios', que Génesis 1, 27, ve en el hombre.
3. El hombre es una unidad: es alguien que es uno consigo mismo. Pero en esta unidad está contenida una dualidad. La Sagrada Escritura presenta tanto la unidad (la persona) como la dualidad (el alma y cuerpo). Piénsese en el libro del Sirácida, que dice por ejemplo: 'El Señor formó al hombre de la tierra. Y de nuevo le hará volver a ella', y más adelante: 'Le dio capacidad de elección, lengua, ojos, oídos y corazón para entender. Llenóle de ciencia e inteligencia y le dio a conocer el bien y el mal' (17, 1-2, 5-6).
Particularmente significativo es, desde este punto de vista, el Salmo 8, que exalta la obra maestra humana, dirigiéndose a Dios con las siguientes palabras: '¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él, el ser humano para darle poder?. Lo hiciste poco inferior a los ángeles, lo coronaste de gloria y dignidad, le diste el mando sobre las obras de tus manos, todo lo sometiste bajo sus pies' (5-7).
4. Se subraya a menudo que la tradición bíblica pone de relieve sobre todo la unidad personal del hombre, sirviéndose del término 'cuerpo' para designar al hombre entero (Cfr., p.e., Sal 144, 21; Jl 3; Is 66, 23; Jn 1, 14). La observación es exacta. Pero esto no quita que en la tradición bíblica esté también presente, a veces de modo muy claro, la dualidad del hombre. Esta tradición se refleja en las palabras de Cristo: 'No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, y el alma no pueden matarla; temed más bien a aquel que puede perder el alma y el cuerpo en la gehena' (Mt 10, 28).
5. Las fuentes bíblicas autorizan a ver el hombre como unidad personal y al mismo tiempo como dualidad de alma y cuerpo: concepto que ha hallado expresión en toda la Tradición y en la enseñanza de la Iglesia. Esta enseñanza ha hecho suyas no sólo las fuentes bíblicas, sino también las interpretaciones teológicas que se han dado de ellas desarrollando los análisis realizados por ciertas escuelas (Aristóteles) de la filosofía griega. Ha sido un lento trabajo de reflexión, que ha culminado principalmente -bajo la influencia de Santo Tomás de Aquino- en las afirmaciones del Conc. de Vienne (1312), donde se llama al alma 'forma' del cuerpo: 'forma' corporis humani per se et essentialiter'. La 'forma', como factor que determina la substancia de ser 'hombre', es de naturaleza espiritual. Y dicha 'forma' espiritual, el alma, es inmortal. Es lo que recordó más tarde el Conc. Lateranense V (1513): el alma es inmortal, diversamente del cuerpo que está sometido a la muerte. La escuela tomista subraya al mismo tiempo que, en virtud de la unión substancial del cuerpo y del alma, esta última, incluso después de la muerte, no cesa de 'aspirar' a unirse al cuerpo. Lo que halla confirmación en la verdad revelada sobre la resurrección del cuerpo.
6. Si bien la terminología filosófica utilizada para expresar la unidad y la complejidad (dualidad) del hombre, es a veces objeto de crítica, queda fuera de duda que la doctrina sobre la unidad de la persona humana y al mismo tiempo sobre la dualidad espiritual-corporal del hombre está plenamente arraigada en la Sagrada Escritura y en la Tradición. A pesar de que se manifieste a menudo la convicción de que el hombre es 'imagen de Dios' gracias al alma, no está ausente en la doctrina tradicional la convicción de que también el cuerpo participa a su modo, de la dignidad de la 'imagen de Dios', lo mismo que participa de la dignidad de la persona.
7. En los tiempos modernos la teoría de la evolución ha levantado una dificultad particular contra la doctrina revelada sobre la creación del hombre como ser compuesto de alma y cuerpo. Muchos especialistas en ciencias naturales que, con sus métodos propios, estudian el problema del comienzo de la vida humana en la tierra, sostienen -contra otros colegas suyos- la existencia no sólo de un vínculo del hombre con la misma naturaleza, sino incluso su derivación de especies animales superiores. Este problema, que ha ocupado a los científicos desde el siglo pasado, afecta a varios estratos de la opinión pública.
La respuesta del Magisterio se ofreció en la Enc, 'Humani generis' de Pío XII en el año 1950. Leemos en ella: 'El Magisterio de la Iglesia no prohibe que se trate en las investigaciones y disputas de los entendidos en uno y otro campo, la doctrina del 'evolucionismo', en cuanto busca el origen del cuerpo humano en una materia viva y pre-existente, pues las almas nos manda la fe católica sostener que son creadas inmediatamente por Dios'.
Por tanto se puede decir que, desde el punto de vista de la doctrina de la fe, no se ve dificultad en explicar el origen del hombre, en cuanto al cuerpo, mediante la hipótesis del evolucionismo. Sin embargo, hay que añadir que la hipótesis propone sólo una probabilidad, no una certeza científica. La doctrina de la fe, en cambio, afirma invariablemente que el alma espiritual del hombre ha sido creada directamente por Dios. Es decir, según la hipótesis a la que hemos aludido, es posible que el cuerpo humano, siguiendo el orden impreso por el Creador en las energías de la vida, haya sido gradualmente preparado en las formas de seres vivientes anteriores. Pero el alma humana, de la que depende en definitiva la humanidad del hombre, por ser espiritual, no puede serlo de la materia.
8. Una hermosa síntesis de la creación arriba expuesta se halla en el Conc. Vaticano II: 'En la unidad de cuerpo y alma -se dice allí-, el hombre, por su misma condición corporal, es una síntesis del universo material, el cual alcanza por medio del hombre su más alta cima' (Gaudium et spes 14). Y más adelante añade: 'No se equivoca el hombre al afirmar su superioridad sobre el universo material y al considerarse no ya como una partícula de la naturaleza Por su interioridad es, en efecto, superior al universo entero' (Ib.). He aquí, pues, cómo se puede expresar con un lenguaje más cercano a la mentalidad contemporánea, la misma verdad sobre la unidad y dualidad (la complejidad) de la naturaleza humana.
Creación del hombre (23.IV.86)
1. 'Creó Dios al hombre a imagen suya, a imagen de Dios lo creó, y los creó varón y mujer' (Gen 1, 27).
El hombre y la mujer, creados con igual dignidad de personas como unidad de espíritu y cuerpo, se diversifican por su estructura psico-fisiológica. Efectivamente, el ser humano lleva la marca de la masculinidad y la feminidad.
2. Al mismo tiempo que es marca de diversidad, es también indicador de complementariedad. Es lo que se deduce de la lectura del texto 'yahvista', donde el hombre, al ver a la mujer apenas creada, exclama: 'Esto si que es hueso de mis huesos y carne de mi carne' (Gen 2, 23). Son palabras de satisfacción y también de transporte entusiasta del hombre, al ver un ser esencialmente semejante a sí. La diversidad y a la vez la complementariedad psico-física están en el origen de la particular riqueza de humanidad, que es propia de los descendientes de Adán en toda su historia. De aquí toma vida el matrimonio, instituido por el Creador desde 'el principio': 'Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre; se unirá a su mujer: y vendrán a ser los dos una sola carne' (Gen 2, 24).
3. A este texto del Gen 2, 24, corresponde la bendición de la fecundidad, que relata el Gen 1, 28: 'Procread y multiplicaos, y henchid la tierra; sometedla'. La institución del matrimonio y de la familia, contenida en el misterio de la creación del hombre, parece que se debe vincular con el mandato de 'someter' la tierra, confiado por el Creador a la primera pareja humana.
El hombre, llamado a 'someter la tierra' -tenga cuidado de: 'someterla', no devastarla, porque la creación es un don de Dios y como tal, merece respeto-, el hombre es imagen de Dios no sólo como varón y mujer, sino también en razón de la relación recíproca de los dos sexos. Esta relación recíproca constituye el alma de la 'comunión de personas' que se establece en el matrimonio y presenta cierta semejanza con la unión de las Tres Personas Divinas.
4. El Conc. Vaticano II dice a este propósito: 'Dios no creó al hombre en solitario. Desde el principio los hizo hombre y mujer. Esta sociedad de hombre y mujer es la expresión primera de la comunión de personas. El hombre es, en efecto, por su íntima naturaleza, un ser social, y no puede vivir ni desplegar sus cualidades sin relacionarse con los demás' (Gaudium et spes 12).
De este modo la creación comporta para el hombre tanto la relación con el mundo, como la relación con el otro ser humano (la relación hombre-mujer), así como también con los otros semejantes suyos. El 'someter la tierra' pone de relieve el carácter 'relacional' de la existencia humana. Las dimensiones : 'con los otros', 'entre los otros' y 'para los otros', propias de la persona humana en cuanto 'imagen de Dios', establecen desde el principio el puesto del hombre entre las criaturas. Con esta finalidad es llamado el hombre a la existencia como sujeto (como 'yo' concreto), dotado de conciencia intelectual y de libertad.
5. La capacidad del conocimiento intelectual distingue radicalmente al hombre de todo el mundo de los animales, donde la capacidad cognoscitiva se limita a los sentidos. El conocimiento intelectual hace al hombre capaz de discernir, de distinguir entre la verdad y la no verdad, abriendo ante él los campos de la ciencia, del pensamiento crítico, de la investigación metódica de la verdad acerca de la realidad. El hombre tiene dentro de sí una relación esencial con la verdad, que determina su carácter de ser transcendental. El conocimiento de la verdad impregna toda la esfera de la relación del hombre con el mundo y con los otros hombres, y pone las premisas indispensables de toda forma de cultura.
6. Conjuntamente con el conocimiento intelectual y su relación con la verdad, se pone la libertad de la voluntad humana, que está vinculada, por intrínseca relación, al bien. Los actos humanos llevan en sí el signo de la autodeterminación (del querer) y de la elección. De aquí nace toda la esfera de la moral: efectivamente, el hombre es capaz de elegir entre el bien y el mal, sostenido en esto por la voz de la conciencia, que impulsa al bien y aparta del mal.
Igual que el conocimiento de la verdad, así también la capacidad de elegir -es decir, la libre voluntad-, impregna toda la esfera de la relación del hombre con el mundo y especialmente con otros hombres, e impulsa aún más allá.
7. Efectivamente, el hombre, gracias a su naturaleza espiritual y a la capacidad de conocimiento intelectual y de libertad de elección y de acción, se encuentra, desde el principio, en una particular relación con Dios. La descripción de la creación (Cfr. Gen 1-3) nos permite constatar que la 'imagen de Dios' se manifiesta sobre todo en la relación del 'yo' humano con el 'Tú' divino. El hombre conoce a Dios, y su corazón y su voluntad son capaces de unirse con Dios (homo est capax Dei). El hombre puede decir 'sí' a Dios, pero también puede decirle 'no'. La capacidad de acoger a Dios y su santa voluntad, pero también la capacidad de oponerse a ella.
8. Todo esto está grabado en el significado de la 'imagen de Dios', que nos presenta, entre otros, el libro del Sirácida: 'El Señor formó al hombre de la tierra. Y de nuevo le hará volver a ella. Le vistió de la fortaleza a él conveniente (a los hombres) y le hizo a su propia imagen, infundió el temor de él en toda carne y sometió a su imperio las bestias y las aves. Diole lengua, ojos y oídos y un corazón inteligente; llenóle de ciencia e inteligencia y le dio a conocer el bien y el mal. Le dio ojos -¡nótese la expresión!- para que viera la grandeza de sus obras Y añadióle ciencia, dándole en posesión una ley de vida. Estableció con ellos un pacto eterno y les enseñó sus juicios' (Sir 17, 1, 3-7, 9-10). Son palabras ricas y profundas que nos hacen reflexionar.
9. El Conc. Vaticano II expresa la misma verdad sobre el hombre con un lenguaje que es a la vez perenne y contemporáneo. 'La orientación del hombre hacia el bien sólo se logra con el uso de la libertad La dignidad humana requiere que el hombre actúe según su conciencia y libre elección' (Gaudium et spes 17). 'Por su interioridad es superior al universo entero; a esta profunda interioridad retorna cuando entra dentro de su corazón, donde Dios le aguarda, escrutador de los corazones y donde él personalmente decide su propio destino' (Gaudium et spes 14). 'La verdadera libertad es signo eminente de la imagen divina en el hombre' (n.17). La verdadera libertad es la libertad en la verdad, grabada, desde el principio, en la realidad de la 'imagen divina'.
10. En virtud de esta 'imagen' el hombre, como sujeto de conocimiento y libertad, no sólo está llamado a transformar el mundo según la medida de sus justas necesidades, no sólo está llamado a la comunión de personas propias del matrimonio (communio personarum), de la que toma origen la familia, y consiguientemente toda la sociedad, sino que también está llamado a la Alianza con Dios. Efectivamente, él no es sólo criatura de su Creador, sino también imagen de su Dios. La descripción de la creación ya en Gen 1-3 está unida a la de la primera Alianza de Dios con el hombre. Esta Alianza (lo mismo que la creación) es una iniciativa totalmente soberana de Dios Creador, y permanecerá inmutable a lo largo de la historia de la salvación, hasta la Alianza definitiva y eterna que Dios realizará con la humanidad en Jesucristo.
11. El hombre es el sujeto idóneo para la Alianza, porque ha sido creado 'a imagen' de Dios, capaz de conocimiento y de libertad. El pensamiento cristiano ha vislumbrado en la 'semejanza' del hombre con Dios el fundamento para la llamada al hombre a participar en la vida interior de Dios: su apertura a lo sobrenatural.
Así, pues, la verdad revelada acerca del hombre, que en la creación ha sido hecho 'a imagen y semejanza de Dios', contiene no sólo todo lo que en él es 'humanum', y, por lo mismo, esencial a su humanidad, sino potencialmente también lo que es 'divinum', y por tanto gratuito, es decir, contiene también lo que Dios -Padre, Hijo y Espíritu Santo- ha previsto de hecho para el hombre como dimensión sobrenatural de su existencia, sin la cual el hombre no puede lograr toda la plenitud a la que le ha destinado el Creador.