DIOS :
CATEQUESIS DEL SANTO PADRE, JUAN PABLO II,
SOBRE LA PRIMERA PARTE DEL CREDO
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INDICE
1. Nuestras
catequesis llegan hoy al gran misterio de nuestra fe, el primer artículo de
nuestro Credo: Creo en Dios. Hablar de Dios significa afrontar un tema
sublime y sin límites, misterioso y atractivo. Pero aquí en el umbral, como
quien se prepara a un largo y fascinante viaje de descubrimiento tal
permanece siempre un genuino razonamiento sobre Dios, sentimos la necesidad
de tomar por anticipado la dirección justa de marcha, preparando nuestro
espíritu a la comprensión de verdades tan altas y decisivas. A este fin
considero necesario responder enseguida a algunas preguntas, la primera de
las cuales es: ¿Por qué hablar hoy de Dios?. 2. En la
escuela de Job, que confesó humildemente: 'He hablado a la ligera. Pondré
mano a mi boca' (40, 4), percibimos con fuerza que precisamente la fuente de
nuestras supremas certezas de creyentes, el misterio de Dios, es antes
todavía la fuente fecunda de nuestras más profundas preguntas: ¿Quién es
Dios?. ¿Podemos conocerlo verdaderamente en nuestra condición humana?.
¿Quiénes somos nosotros, criaturas, ante Dios?. Con las
preguntas nacen siempre muchas y a veces tormentosas dificultades: Si Dios
existe, ¿por qué tanto mal en el mundo?. ¿Por qué el impío triunfa y el
justo viene pisoteado?. ¿La omnipotencia de Dios no termina con aplastar
nuestra libertad y responsabilidad?. Son
preguntas y dificultades que se entrelazan con las expectaciones y las
aspiraciones de las que los hombres de la Biblia, en los Salmos en
particular, se han hecho portavoces universales; 'Como anhela la cierva las
corrientes de las aguas, así te anhela mi alma, "oh Dios!. Mi alma está
sedienta de Dios, del Dios vivo: ¿Cuándo ir y ver la faz de Dios?' (Sal 41,
2-3): De Dios se espera la salvación, la liberación del mal, la felicidad y
también, con espléndido impulso de confianza, el poder estar junto a El,
'habitar en su casa'(Cfr. Sal 83, 2 ss). He aquí, pues, que nosotros
hablamos de Dios porque es una necesidad del hombre que no se puede
suprimir. 3. La
segunda pregunta es cómo hablar de Dios, cómo hablar de El rectamente.
Incluso entre los cristianos, muchos poseen una imagen deformada de Dios. Es
obligado preguntarse si se ha hecho un justo camino de investigación,
sacando la verdad de fuentes genuinas y con una actitud adecuada. Aquí creo
necesario citar ante todo, como primera actitud, la honestidad de la
inteligencia, es decir, el permanecer abiertos a aquellos signos de verdad
que Dios mismo ha dejado de Sí en el mundo y en nuestra historia. Hay
ciertamente el camino de la sana razón (y tendremos tiempo de considerar que
puede el hombre conocer de Dios con sus fuerzas). Pero aquí me urge decir
que a la razón, más allá de sus recursos naturales, Dios mismo le ofrece de
Sí una espléndida documentación: la que con lenguaje de la fe se llama
'Revelación'. El creyente, y todo hombre de buena voluntad que busquen el
rostro de Dios, tiene a su disposición ante todo el tesoro inmenso de la
Sagrada Escritura, verdadero diario de Dios en las relaciones con su pueblo,
que tiene en el centro el insuperable revelador de Dios, Jesucristo: 'El que
me ha visto a mí ha visto al Padre' (Jn 14, 9). Jesús, por su parte, ha
confiado su testimonio a la Iglesia, que desde siempre, con la ayuda del
Espíritu Santo, lo ha hecho objeto de apasionado estudio, de progresiva
profundización e incluso de valiente defensa frente a errores y
deformaciones. La documentación genuina de Dios pasa, pues, a través de la
Tradición viviente, de la que la que todos los Concilios son testimonios
fundamentales: desde el Niceno y el Constantinopolitano, al Tridentino,
Vaticano I y VaticanoII. Tendremos
cuidado en remitirnos a estas genuinas fuentes de verdad. La
catequesis saca además sus contenidos sobre Dios también de la doble
experiencia eclesial: la fe rezada, la liturgia, cuyas formulaciones son un
continuo e incansable hablar de Dios hablando con El; y la fe vivida por
parte de los cristianos, de los santos en particular, que han tenido la
gracia de una profunda comunión con Dios. Así, pues, no estamos destinados
sólo a hacer preguntas sobre Dios, para luego perdernos en una selva de
respuestas hipotéticas o bien demasiado abstractas. Dios mismo ha venido a
nuestro encuentro con una riqueza orgánica de indicaciones seguras. La
Iglesia sabe que posee, por la gracia de Dios mismo, en su patrimonio de
doctrina y vida, la dirección justa para hablar con respecto a la verdad de
El. Y nunca como hoy siente el empeño de ofrecer con lealtad y amor a los
hombres la respuesta esencial, que esperan. 4. Es lo que
pretendo hacer en estos encuentros. ¿Pero cómo?. Hay diversas maneras de
hacer catequesis, y su legitimidad depende en definitiva de la fidelidad
respecto a la fe integral de la Iglesia. He considerado oportuno escoger el
camino que, mientas hace referencia directamente a la Sagrada Escritura,
hace referencia también a los Símbolos de la Fe, en la comprensión profunda
que ha dado de ella el pensamiento cristiano a lo largo de veinte siglos de
reflexión. Es mi
propósito, al proclamar la verdad sobre Dios, invitaros a todos a reconocer
la validez del camino histórico-positivo y del camino ofrecido por la
reflexión doctrinal elaborada en los grandes Concilios y en el Magisterio
ordinario de la Iglesia. De este modo, sin disminuir para nada la riqueza de
los datos bíblicos, se podrán ilustrar verdades de fe o próximas a la fe o
de todas las formas teológicamente fundadas que, por haber sido expresadas
en lenguaje dogmático-especulativo, corren el riesgo de ser menos percibidas
y apreciadas por muchos hombres de hoy, con no ligero empobrecimiento del
conocimiento de Aquel que es misterio insondable de luz.
Pruebas
de la existencia de Dios 10.VII.85 1. Cuando
nos preguntamos: '¿Por qué creemos en Dios?', la primera respuesta es la de
nuestra fe: Dios se ha revelado a la humanidad, entrando en contacto con los
hombres. La suprema revelación de Dios se nos ha dado en Jesucristo, Dios
encarnado. Creemos en Dios porque Dios se ha hecho descubrir por nosotros
como el Ser Supremo, el gran 'Existente'. Sin embargo
esta fe en un Dios que se revela, encuentra también un apoyo en los
razonamientos de nuestra inteligencia. Cuando reflexionamos, constatamos que
no faltan las pruebas de la existencia de Dios. Estas han sido elaboradas
por pensadores bajo forma de demostraciones filosóficas, de acuerdo con la
concatenación de una lógica rigurosa. Pero pueden revestir también una forma
más sencilla y, como tales, son accesibles a todo hombre que trata de
comprender lo que significa el mundo que le rodea. 2. Cuando se
habla de pruebas de la existencia de Dios, debemos subrayar que no se trata
de pruebas de orden científico experimental. Las pruebas científicas, en el
sentido moderno de la palabra, valen sólo para las cosas perceptibles por
los sentidos, puesto que sólo sobre éstas pueden ejercitarse los
instrumentos de investigación y de verificación de que se sirve la ciencia.
Querer una prueba científica de Dios, significaría rebajar a Dios al rango
de los seres de nuestro mundo, y por tanto equivocarse ya metodológicamente
sobre aquello que Dios es. La ciencia debe reconocer sus límites e
impotencia para alcanzar la existencia de Dios: ella no puede ni afirmar ni
negar esta existencia. De ello, sin
embargo, no debe sacarse la conclusión que los científicos son incapaces de
encontrar, en sus estudios científicos, razones válidas para admitir la
existencia de Dios. Si la ciencia como tal no puede alcanzar a Dios, el
científico, que posee una inteligencia cuyo objeto no está limitado a las
cosas sensibles, puede descubrir en el mundo las razones para afirmar la
existencia de un Ser que lo supera. Muchos científicos han hecho y hacen
este descubrimiento. Aquel que,
con espíritu abierto, reflexiona en lo que está implicado en la existencia
del universo, no puede por menos de plantearse el problema del inicio.
Instintivamente cuando somos testigos de ciertos acontecimientos, nos
preguntamos cuáles son las causas. ¿Cómo no hacer la misma pregunta para el
conjunto de los seres y de los fenómenos que descubrimos en el mundo?. 3. Una
hipótesis científica como la de la expansión del universo hace aparecer más
claramente el problema: si el universo se halla en continua expansión, no se
debería remontar en el tiempo hasta lo que se podría llamar 'momento
inicial', aquel en el que comenzó la expansión?. Pero, sea cual fuere la
teoría adoptada sobre el origen del mundo, la cuestión más fundamental no
puede eludirse. Este universo en constante movimiento postula la existencia
de una Causa que, dándole el ser, le ha comunicado ese movimiento y sigue
alimentándolo. Sin tal Causa Suprema, el mundo y todo el movimiento
existente en él permanecerían 'inexplicados' e 'inexplicables', y nuestra
inteligencia no podría estar satisfecha. El espíritu humano puede percibir
una respuesta a sus interrogantes sólo admitiendo un Ser que ha creado el
mundo con todo su dinamismo, y que sigue conservándolo en la existencia. 4. La
necesidad de remontarse a una Causa suprema se impone todavía más cuando se
considera la organización perfecta que la ciencia no deja de descubrir en la
estructura de la materia. Cuando la inteligencia humana se aplica con tanta
fatiga a determinar la constitución y las modalidades de acción de las
partículas materiales, ¿no es inducida, tal vez, a buscar el origen de una
Inteligencia superior, que ha concebido todo?. Frente a las maravillas de lo
que se puede llamar el mundo inmensamente pequeño del átomo, y el mundo
inmensamente grande del cosmos, el espíritu del hombre se siente totalmente
superado en sus posibilidades de creación e incluso de imaginación, y
comprende que una obra de tal calidad y de tales proporciones requiere un
Creador, cuya sabiduría transcienda toda medida, cuya potencia sea infinita. 5. Todas las
observaciones concernientes al desarrollo de la vida llevan a una conclusión
análoga. La evolución de los seres vivientes, de los cuales la ciencia trata
de determinar las etapas, y discernir el mecanismo, presenta una finalidad
interna que suscita la admiración. Esta finalidad que orienta a los seres en
una dirección, de la que no son dueños ni responsables, obliga a suponer un
Espíritu que es su inventor, el Creador. La historia
de la humanidad y la vida de toda persona humana manifiestan una finalidad
todavía más impresionante. Ciertamente el hombre no puede explicarse a sí
mismo el sentido de todo lo que le sucede, y por tanto debe reconocer que no
es dueño de su propio destino. No sólo no se ha hecho él a sí mismo, sino
que no tiene ni siquiera el poder de dominar el curso de los acontecimientos
ni el desarrollo de su existencia. Sin embargo, está convencido de tener un
destino y trata de descubrir cómo lo ha recibido, cómo está inscrito en su
ser. En ciertos momentos puede discernir más fácilmente una finalidad
secreta, que se transparenta de un conjunto de circunstancias o de
acontecimientos. Así, está llevado a afirmar la soberanía de Aquel que le ha
creado y que dirige su vida presente. 6.
Finalmente, entre las cualidades de este mundo que impulsan a mirar hacia lo
alto está la belleza. Ella se manifiesta en las multiformes maravillas de la
naturaleza; se traduce en innumerables obras de arte, literatura, música,
pintura, artes plásticas. Se hace apreciar también en la conducta moral: hay
tantos buenos sentimientos, tantos gestos estupendos. El hombre es
consciente de 'recibir' toda esta belleza, aunque con su acción concurre a
su manifestación. El la descubre y la admira plenamente sólo cuando reconoce
su fuente, la belleza transcendente de Dios. 7. A todas
estas 'indicaciones' sobre la existencia de Dios creador, algunos oponen la
fuerza del caso o de mecanismos propios de la materia. Hablar de Caso para
un universo que presenta una organización tan compleja de elementos y una
finalidad en la vida tan maravillosa, significa renunciar a la búsqueda de
una explicación del mundo como nos aparece. En realidad, ello equivale a
querer admitir efectos sin causa. Se trata de una abdicación de la
inteligencia humana que renunciaría a pensar, a buscar una solución a sus
problemas. En
conclusión, una infinidad de indicios empuja al hombre, que se esfuerza por
comprender el universo en que vive, a orientar su mirada al Creador. Las
pruebas de la existencia de Dios son múltiples y convergentes. Ellas
contribuyen a mostrar que la fe no mortifica la inteligencia humana, sino
que la estimula a reflexionar y le permite comprender mejor todos los
'porqués' que plantea la observación de lo real.
Los
hombres de ciencia y Dios 17.VII.85 1. Es
opinión bastante difundida que los hombres de ciencia son generalmente
agnósticos y que la ciencia aleja de Dios. ¿Qué hay de verdad en esta
opinión? Los
extraordinarios progresos realizados por la ciencia, particularmente en los
últimos dos siglos, han inducido a veces a creer que la ciencia sea capaz de
dar respuesta por si sola a todos los interrogantes del hombre y de resolver
todos los problemas. Algunos han deducido de ello que ya no habría ninguna
necesidad de Dios. La confianza en la ciencia habría suplantado a la fe. Entre
ciencia y fe -se ha dicho- es necesario hacer una elección: o se cree en una
o se abraza la otra. Quien persigue el esfuerzo de la investigación
científica, no tiene ya necesidad de Dios; y viceversa, quien quiere creer
en Dios, no puede ser un científico serio, porque entre ciencia y fe hay un
contraste irreducible. 2. El
Concilio Vaticano II ha expresado una condición bien diversa. En la
Constitución Gaudium et Spes se afirma: 'La investigación metódica en todos
los campos del saber, si está realizada de una forma auténticamente
científica y conforme a las normas morales, nunca será en realidad contraria
a la fe, porque las realidades profanas y las de la fe tienen su origen en
un mismo Dios. Más aún, quien con perseverancia y humildad se esfuerza por
penetraren los secretos de la realidad, está llevado, aun sin saberlo, como
por la mano de Dios, quien, sosteniendo todas las cosas, da a todas ellas el
ser' (Gaudium et Spes, 36). De hecho se
puede observar que siempre han existido y existen todavía eminentes hombres
de ciencia, que en el contexto de su humana experiencia han creído positiva
y benéficamente en Dios. Una encuesta de hace cincuenta años, realizada con
398 científicos entre los más ilustres, puso de relieve que sólo 16 se
declararon no creyentes, 15 agnósticos y 367 creyentes (cfr. A.Ey mieu, la
part des croyants dans les progres de la science, 6ª ed., Perrin,1935, pág.
274). 3. Todavía
más interesante y proficuo es darse cuenta de por qué muchos científicos de
ayer y de hoy ven no sólo conciliable, sino felizmente integrante la
investigación científica rigurosamente realizada con el sincero y gozoso
reconocimiento de la existencia de Dios. De las
consideraciones que acompañan a menudo como un diario espiritual su empeño
científico, sería fácil ver el entrecruzamiento de dos elementos: el primero
es cómo la misma investigación, en lo grande y en lo pequeño, realizada con
extremo rigor, deja siempre espacio a ulteriores preguntas en un proceso sin
fin, que descubre en la realidad una inmensidad, una armonía, una finalidad
inexplicable en términos de casualidad o mediante los solos recursos
científicos. A ello se añade la insuprimible petición de sentido, de más
alta racionalidad, más aún, de algo o de Alguien capaz de satisfacer
necesidades interiores, que el mismo refinado progreso científico, lejos de
suprimir, acrecienta. 4. Mirándolo
bien, el paso a la afirmación religiosa no viene por si en fuerza del método
científico experimental, sino en fuerza de principios filosóficos
elementales, cuales el de causalidad, finalidad, razón suficiente, que un
científico, como hombre, ejercita en el contacto diario con la vida y con la
realidad que estudia. Más aún, la condición de centinela del mundo moderno,
que entrevé el primero la enorme complejidad y al mismo tiempo la
maravillosa armonía de la realidad, hace del científico un testigo
privilegiado de la plausibilidad del dato religioso, un hombre capaz de
mostrar cómo la admisión de la trascendencia, lejos de dañar la autonomía y
los fines de la investigación, la estimula por el contrario a superarse
continuamente, en una experiencia de autotranscendencia relativa del
misterio humano. Si luego se
considera que hoy los dilatados horizontes de la investigación, sobre todo
en lo que se refiere a las fuentes mismas de la vida, plantean interrogantes
inquietantes acerca del uso recto de las conquistas científicas, no nos
sorprende que cada vez con mayor frecuencia se manifieste en los científicos
la petición de criterios morales seguros, capaces de sustraer al hombre de
todo arbitrio. ¿Y quien, sino Dios, podrá fundar un orden moral en el que la
dignidad del hombre, de todo hombre, sea tutelada y promovida de manera
estable? Ciertamente
la religión cristiana, si no puede considerar razonables ciertas confesiones
de ateísmo o de agnosticismo en nombre de la ciencia, sin embargo, es
igualmente firme el no acoger afirmaciones sobre Dios que provengan de
formas no rigurosamente atentas a los procesos racionales. 5. A este
punto seria muy hermoso hacer escuchar de algún modo las razones por las que
no pocos científicos afirman positivamente la existencia de Dios y ver qué
relación personal con Dios, con el hombre y con los grandes problemas y
valores supremos de la vida los sostienen. Cómo a menudo el silencio, la
meditación, la imaginación creadora, el sereno despego de las cosas, el
sentido social del descubrimiento, la pureza de corazón son poderosos
factores que les abren un mundo de significados que no pueden ser
desatendidos por quienquiera que proceda con igual lealtad y amor hacia la
verdad. Baste aquí
la referencia a un científico italiano, Enrico Medi, desaparecido hace pocos
años. En su intervención en el Congreso Catequístico Internacional de Roma
en 1971, afirmaba: 'Cuando digo a un joven: mira, allí hay una estrella
nueva, una galaxia, una estrella de neutrones, a cien millones de años luz
de lejanía. Y, sin embargo, los protones, los electrones, los neutrones, los
mesones que hay allí son idénticos a los que están en este micrófono. La
identidad excluye la probabilidad. Lo que es idéntico no es probable. Por
tanto, hay una causa, fuera del espacio, fuera del tiempo, dueña del ser,
que ha dado al ser, ser así. Y esto es Dios. 'El ser,
hablo científicamente, que ha dado a las cosas la causa de ser idénticas a
mil millones de años-luz de distancia, existe. Y partículas idénticas en el
universo tenemos 10 elevadas a la 85ª potencia... ¿Queremos entonces acoger
el canto de las galaxias? Si yo fuera Francisco de Asís proclamaría: "Oh
galaxias de los cielos inmensos, alabad a mi Dios porque es omnipotente y
bueno! "Oh átomos, protones, electrones! "Oh canto de los pájaros, rumor de
las hojas, silbar del viento, cantad a través de las manos del hombre y como
plegaria, el himno que llega hasta Dios!' (Atti del II Congreso Catechistico
Internazionale, Roma, 20-25 septiembre de 1971, Roma, Studium, 1972, págs.
449-450). El Dios
de nuestra fe 24.VII.85 1. En las
catequesis del ciclo anterior he tratado de explicar qué significa la frase
'Yo creo'; que quiere decir 'creer como cristiano'. En el ciclo que ahora
comenzamos deseo concentrar la catequesis sobre el primer artículo de la fe:
'Creo en Dios' o, más plenamente: 'Creo en Dios Padre todopoderoso,
creador.'. Así suena esta primera y fundamental verdad de la fe en el
Símbolo Apostólico. Y casi id idénticamente en el Símbolo
Niceno-Constantinopolitano: 'Creo en un solo Dios, Padre todopoderoso,
creador.'. Así el tema de las catequesis de este ciclo será Dios: el Dios de
nuestra fe. Y puesto que la fe es la respuesta a la Revelación, el tema de
las catequesis siguientes será ese Dios, que se ha dado a conocer al hombre,
al cual 'se ha revelado a Sí mismo y ha manifestado el misterio de su
voluntad' (Cfr. Dei Verbum , 2). 2. De este
Dios trata el primer artículo del 'Credo'. De el hablan indirectamente todos
los artículos sucesivos de los Símbolos de la fe. En efecto, están todos
unidos de modo orgánico a la primera y fundamental verdad sobre Dios, que es
la fuente de la que derivan. Dios es 'el Alfa y el Omega' (Ap 1, 8): El es
también el comienzo y el término de nuestra fe. Efectivamente, podemos decir
que todas las verdades sucesivas enunciadas en el 'Credo' nos permiten
conocer cada vez más plenamente al Dios de nuestra fe, del que habla el
artículo primero: Nos hacen conocer mejor quién n es Dios en Sí mismo y en
su vida íntima. En efecto, al conocer sus obras -la obra de la creación y de
la redención-, al conocer todo su plan de salvación respecto del hombre, nos
adentramos cada vez más profundamente en la verdad de Dios, tal como se
revela en la Antigua y la Nueva Alianza. Se trata de una revelación
progresiva, cuyo contenido ha sido formulado sintéticamente en los Símbolos
de la fe. Al ir desplegándose los artículos de los Símbolos adquiere
plenitud de significado la verdad expresada en las primeras palabras: 'Creo
en Dios'. Naturalmente, dentro de los límites en los que el misterio de Dios
es accesible a nosotros mediante la Revelación. 3. El Dios
de nuestra fe. Aquel que profesamos en el 'Credo', es el Dios de Abrahán,
nuestro Padre en la fe (Cfr. Rom 4,12-16). Es 'el Dios de Isaac y el Dios de
Jacob' (Mc 12, 26), es decir, de Israel, el Dios de Moisés, y finalmente y
sobre todo es 'Dios, Padre de Jesucristo' (Rom 15, 6) Esto afirmamos cuando
decimos 'Creo en Dios Padre.'. Es el único e idéntico Dios, del que nos dice
la Carta a los Hebreos que 'muchas veces y en muchas maneras habló Dios en
otro tiempo a nuestros padres por ministerio de los profetas; últimamente,
en estos días, nos habló por su Hijo.' (1, 1-2). El, que es la fuente de la
palabra que describe su progresiva auto-manifestación en la historia, se
revela plenamente en el Verbo Encarnado, Hijo eterno del Padre. En este hijo
-Jesucristo- el Dios de nuestra fe se confirma definitivamente como Padre.
Como tal lo reconoce y glorifica Jesús que reza: 'Yo te alabo, Padre, Señor
del cielo y de la tierra.' (Mt 11, 25), enseñando claramente también a
nosotros a descubrir en este Dios, Señor del cielo y de la tierra, a
'nuestro' Padre (Mt 6, 9). 4. Así, el
Dios de la Revelación, 'Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo' (Rom 15,
6) se pone frente a nuestra fe como un Dios personal, como un 'Yo' divino
inescrutable ante nuestros 'yo' humanos, ante cada uno y ante todos. Es un
'Yo' inescrutable, sí, en su profundo misterio, pero que se ha 'abierto' a
nosotros en la Revelación, de manera que podemos dirigirnos a El como al
santísimo 'Tú' divino. Cada uno de nosotros es capaz de hacerlo porque
nuestro Dios, que abraza en Sí y supera y transciende de modo infinito todo
lo que existe, está muy cercano a todos, y más aún, íntimo a nuestro más
íntimo ser: 'Interior intimo meo', como escribe San Agustín (Confesiones
III, VI,11). 5. Este
Dios, el Dios de nuestra fe, Dios y Padre de Jesucristo, Dios y Padre
nuestro, es al mismo tiempo el 'Señor del cielo y de la tierra', como Jesús
mismo lo invocó (Mt 11, 25). En efecto, El es el creador. Cuando el
Apóstol Pablo de Tarso se presenta ante los atenienses en el areópago,
proclama: 'Atenienses,. al pasar y contemplar los objetos de vuestro culto
(Las estatuas de los dioses venerados en la religión de la antigua Grecia),
he hallado un altar en el cual está escrito: 'al Dios desconocido' Pues ese
que sin conocerle veneráis es el que yo os anuncio. El Dios que hizo el
mundo y todas las cosas que hay en él, ese, siendo Señor del cielo y de la
tierra, no habita en templos hechos por mano de hombres, ni por las manos
humanas es servido, como si necesitase algo, siendo El mismo quien da a
todos la vida, el aliento y todas las cosas. El ., fijó las estaciones y los
confines de las tierras por ellos habitables, para que busquen a Dios y
siquiera a tientas le hallen, que no está lejos de cada uno de nosotros,
porque en El vivimos, nos movemos y existimos.' (Hech 17, 23-28). Con estas
palabras Pablo de Tarso, el Apóstol de Jesucristo, anuncia en el Areópago de
Atenas la primera y fundamental verdad de la fe cristiana. Es la verdad que
también nosotros confesamos con las palabras: 'Creo en Dios (en un solo
Dios), Padre omnipotente, creador del cielo y de la tierra'. Este Dios -el
Dios de la Revelación- hoy como entonces sigue siendo para muchos 'un Dios
desconocido'. Es aquel Dios que muchos hoy como entonces 'buscan a tientas'
(Hech 17, 27). El es el Dios inescrutable e inefable. Pero es Aquel que todo
lo comprende; en 'El vivimos, nos movemos y existimos' (Hech 17, 28). A este
Dios trataremos de acercarnos gradualmente en los próximos encuentros. 1. Al
pronunciar las palabras 'Creo en Dios', expresamos ante todo la convicción
de que Dios existe. Este es un tema que hemos tratado ya en las catequesis
del ciclo anterior, referentes al significado de la palabra 'creo'. Según la
enseñanza de la Iglesia la verdad sobre la existencia de Dios es accesible
también a la sola razón humana, si está libre de prejuicios, como
testimonian los pasajes del libro de la Sabiduría (13, 1-9) y de la Carta a
los Romanos (1, 19-20) citados anteriormente. Nos hablan del conocimiento de
Dios como creador (o Causa primera). Esta verdad aparece también en otras
páginas de la Sagrada Escritura. El Dios invisible se hace en cierto sentido
'visible' a través de sus obras. 'Los cielos
pregonan la gloria de Dios,/ y el firmamento anuncia las obras de sus
manos./ El día transmite el mensaje al día,/ y la noche a la noche pasa la
noticia' (Sal 18, 2-3). Este himno
cósmico de exaltación de las criaturas es un canto de alabanza a Dios como
creador. He aquí algún otro texto: 'Cuántas son
tus obras, oh Yahvéh!/ "Todas las hiciste con sabiduría!/Está llena la
tierra de tu riqueza' (Sal 103, 24). 'El con su
poder ha hecho la tierra,/ con su sabiduría cimentó el orbe/ y con su
inteligencia tendió los cielos./ Embrutecióse el hombre sin conocimiento'
(Jer 10, 12-14). 'Todo lo
hace El apropiado a su tiempo. Conocí que cuanto hace Dios es permanente y
nada se le puede añadir, nada quitar' (Qoh 3, 11-14). 2. Son sólo
algunos pasajes en los que los autores inspirados expresan la verdad
religiosa sobre Dios-Creador, utilizando la imagen del mundo a ellos
contemporánea. Es ciertamente una imagen pre-científica, pero religiosamente
verdadera y poéticamente exquisita. La imagen de que dispone el hombre de
nuestro tiempo, gracias al desarrollo de la cosmología filosófica y
científica, es incomparablemente más significativa y eficaz para quien
procede con espíritu libre de prejuicios. Las
maravillas que las diversas ciencias específicas nos desvelan sobre el
hombre y el mundo, sobre el microcosmo y el macrocosmos, sobre la estructura
interna de la materia y sobre las profundidades de la psique humana son
tales que confirman las palabras de los autores sagrados, induciendo a
reconocer la existencia de una Inteligencia suprema creadora y ordenadora
del universo. 3. Las
palabras 'creo en Dios' se refieren ante todo a aquel que se ha revelado a
Sí mismo. Dios que se revela es Aquel que existe: en efecto, puede revelarse
a Sí mismo sólo Uno que existe realmente. Del problema de la existencia de
Dios la Revelación se ocupa en cierto sentido marginalmente y de modo
indirecto. Y tampoco en el Símbolo de la fe la existencia de Dios se
presenta como un interrogante o un problema en sí mismo. Como hemos dicho
ya, la Sagrada Escritura, la Tradición y el Magisterio afirman la
posibilidad de un conocimiento seguro de Dios mediante la sola razón.
Indirectamente tal afirmación encierra el postulado de que el conocimiento
de la existencia de Dios mediante la fe -que expresamos con las palabras
'creo en Dios'-, tiene un carácter racional, que la razón puede profundizar.
'Credo, ut intelligam' como también 'intelligo, ut credam': éste es el
camino de la fe a la teología. 4. Cuando
decimos 'creo en Dios', nuestras palabras tienen un carácter preciso de
'confesión'. Confesando respondemos a Dios que se ha revelado a Sí mismo.
Confesando nos hacemos partícipes de la verdad que Dios ha revelado y la
expresamos como contenido de nuestra convicción. Aquel que se revela a Sí
mismo no sólo nos hace posible conocer que El existe, sino que nos permite
también conocer Quién es El. Así, la autorrevelación de Dios nos lleva al
interrogante sobre la Esencia de Dios: ¿Quién es Dios?. 5. Hagamos
referencia aquí al acontecimiento bíblico narrado en el libro del Éxodo (3,
1-14). Moisés que apacentaba la grey en las cercanías del monte Horeb
advierte un fenómeno extraordinario. 'Veía Moisés que la zarza ardía y que
no se consumía' (Ex 3, 2). Se acercó y Dios 'le llamó de en medio de la
zarza: "Moisés!. "Moisés!, él respondió: Heme aquí. Yahvéh le dijo: 'No te
acerques. Quita las sandalias de tus pies, que el lugar en que estás es
tierra santa'; y añadió: 'Yo soy el Dios de tus padres, el Dios de Abrahán,
el Dios de Isaac, el Dios de Jacob. Moisés se cubrió el rostro, pues temía
mirar a Dios' (Ex 3, 4-6). El
acontecimiento descrito en el libro del Éxodo se define una 'teofanía', es
decir, una manifestación de Dios en un signo extraordinario y se muestra,
entre todas las teofanías del Antiguo Testamento, especialmente sugestiva
como signo de la presencia de Dios. La teofanía no es una revelación directa
de Dios, sino sólo la manifestación de una presencia particular suya. En
nuestro caso esta presencia se hace conocer tanto mediante las palabras
pronunciadas desde el interior de la zarza ardiendo, como mediante la misma
zarza que arde sin consumirse. 6. Dios
revela a Moisés la misión que pretende confiarle: debe liberar a los
israelitas de la esclavitud egipcia y llevarlos a la tierra Prometida. Dios
le promete también su poderosa ayuda en el cumplimiento de esta misión: 'Yo
estaré contigo'. Entonces Moisés se dirige a Dios: 'Pero si voy a los hijos
de Israel y les digo: el Dios de vuestros padres me envía a vosotros, y me
pregunta cual es su nombre, ¿Qué voy a responderles?'. Dijo Dios a Moisés:
'Yo soy el que soy'. Después dijo: 'Así responderás a los hijos de Israel:
Yo soy me manda a vosotros' (Ex 3, 12-14). Así, pues,
el Dios de nuestra fe -el Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob- revela su
nombre. Dice así: 'Yo soy el que soy'. Según la tradición de Israel, el
nombre expresa la esencia. La Sagrada
Escritura da a Dios diversos 'nombres'; entre estos: 'Señor' (p.ej. Sab 1,
1), 'Amor' (1 Jn 4, 16), 'Misericordioso' (p.e. Sal 85, 15), 'Fiel'(1 Cor 1,
9), 'Santo' (Is 6, 3). Pero el nombre que Moisés oyó procedente de lo
profundo de la zarza ardiente constituye casi la raíz de todos los demás. El
que es dice la esencia misma de Dios que es el Ser por sí mismo, el Ser
subsistente como precisan los teólogos y los filósofos. Ante El no podemos
sino postrarnos y adorar. 1. 'Creemos
que este Dios único absolutamente uno en su esencia infinitamente santa al
igual que en todas sus perfecciones, en su omnipotencia, en su ciencia
infinita, en su providencia, en su voluntad y en su amor. El es el que es,
como lo ha revelado a Moisés; y El es Amor, como el Apóstol Juan nos lo
enseña; de forma que estos dos nombres, Ser y Amor, expresan inefablemente
la misma Realidad divina de Aquel que ha querido darse a conocer a nosotros
y que habitando en una luz inaccesible está en Sí mismo por encima de todo
nombre, de todas las cosas y de toda inteligencia creada' (Pablo VI, Credo
del Pueblo de Dios). 2. Estas
palabras expresan de manera más extensa que los antiguos Símbolos, aunque
también de forma concisa y sintética, aquella verdad sobre Dios que la
Iglesia profesa ya al comienzo del Símbolo: 'Creo en Dios': es del Dios que
se ha revelado a Sí mismo, el Dios de nuestra fe. Su nombre: 'Yo soy el que
soy', revelado a Moisés, resuena, pues, todavía en el Símbolo de la fe de
hoy. Pablo VI une este Nombre -el nombre 'Ser'- con el nombre 'Amor' (según
el ejemplo de la primera Carta de San Juan). Estos dos nombres expresan del
modo más esencial la verdad sobre Dios. Tendremos que volver de nuevo a esto
cuando, al interrogarnos sobre la Esencia de Dios, tratemos de responder a
la pregunta: quién es Dios. 3. Pablo VI
hace referencia al Nombre de Dios 'Yo soy el que soy', que se halla en el
libro del Éxodo. Siguiendo la tradición doctrinal y teológica de muchos
siglos, ve en él la revelación de Dios como 'Ser': el Ser subsistente, que
expresa la Esencia de Dios en el lenguaje de la filosofía del ser (ontología
o metafísica) utilizada por Santo Tomás de Aquino. Hay que añadir que la
interpretación estrictamente lingüística de las palabras 'Yo soy el que
soy', muestran también otros significados posibles, a los cuales aludiremos
más adelante. Las palabras de Pablo VI ponen suficientemente de relieve que
la Iglesia, al responder al interrogante: ¿Quién es Dios?, sigue, a partir
del ser (ens a se), en la línea de una tradición patrística y teológica
plurisecular. No se ve de qué otro modo se podría formular una respuesta
sostenible y accesible. 4. La
palabra con la que Dios mismo se revela expresándose en la 'terminología del
ser', indica un acercamiento especial entre el lenguaje de la revelación y
el lenguaje del conocimiento humano de la realidad, que ya desde la
antigüedad se calificaba como 'filosofía primera'. El lenguaje de esta
filosofía permite acercarse de algún modo al Nombre de Dios como 'Ser'. Y,
sin embargo -como observa uno de los más distinguidos representantes de la
escuela tomista en nuestro tiempo, haciendo eco al mismo Santo Tomás de
Aquino (Cfr. C.G. I, 14; 30)-, incluso utilizando este lenguaje podemos, al
máximo, 'silabear' este Nombre revelado, que expresa la Esencia de Dios
(Cfr. E. Gilson, El Tomismo). En efecto, "el lenguaje humano no basta para
expresar de modo adecuado y exhaustivo 'Quien es' Dios!, "nuestros conceptos
y nuestras palabras respecto de Dios sirven más para decir lo que El no es,
que lo que es! (Cfr. S. Th. I, q.12, a.12 s). 5. 'Yo soy
el que soy'. El Dios que responde a Moisés con estas palabras es también 'el
Creador del cielo y de la tierra'. Anticipando aquí por un momento lo que
diremos en las catequesis sucesivas a propósito de la verdad revelada sobre
la creación, es oportuno notar que, según la interpretación común, las
palabra 'crear' significa 'llamar al ser del no-ser', es decir, de la
'nada'. Ser creado significa no poseer en sí mismo la fuente, la razón de la
existencia, sino recibirla 'de Otro'. Esto se expresa sintéticamente en
latín con la frase 'ens ab alio'. El que crea -el Creador- posee en cambio
la existencia en sí y por sí mismo ('ens a se'). El ser
pertenece a su substancia: su esencia es el ser. El es el Ser subsistente
(Es se subsistens). Precisamente por esto no puede no existir, es el ser
'necesario'. A diferencia de Dios, que es el 'ser necesario', los entes que
reciben la existencia de El, es decir, las criaturas, pueden no existir: el
ser no constituye su esencia; son entes 'contingentes'. 6. Estas
consideraciones respecto a la verdad revelada sobre la creación del mundo,
ayudan a comprender a Dios como el 'Ser'. Permiten también vincular este
'Ser' con la respuesta que recibió Moisés a la pregunta sobre el Nombre de
Dios: 'Yo soy el que soy'. A la luz de estas reflexiones adquieren plena
transparencia también las palabras solemnes que oyó Santa Catalina de Siena:
'Tú eres lo que no es, Yo soy El que Es'. Esta es la Esencia de Dios, el
Nombre de Dios, leído en profundidad en la fe inspirada por su
auto-revelación, confirmado a la luz de la verdad radical contenida en el
concepto de creación. Sería oportuno cuando nos referimos a Dios escribir
con letra mayúscula aquel 'soy', el que 'es', reservando la minúscula a las
criaturas. Ello sería además un signo de un modo correcto de reflexionar
sobre Dios según las categorías del 'ser'. En cuanto
'ipsum Ens per se Subsistens' -es decir, absoluta plenitud de Ser y por
tanto de toda perfección- Dios es completamente transcendente respecto del
mundo. Con su esencia, con su divinidad El 'sobrepasa' y 'supera'
infinitamente todo lo que es creado: tanto cada criatura incluso la más
perfecta como el conjunto de la creación: los seres visibles y los
invisibles. Se comprende
así que el Dios de nuestra fe, EL QUE ES, es el Dios de infinita majestad.
Esta majestad es la gloria del Ser divino, la gloria del Nombre de Dios,
muchas veces celebrada en la Sagrada Escritura: 'Yahvéh,
Señor, nuestro, "cuán magnífico es tu nombre/ en toda la tierra!' (Sal 8, 2) 'Tú eres
grande y obras maravillas/ tú eres el solo Dios' (Sal 85, 10). 'No hay
semejante a ti, oh Yahvéh.' (Jer 10, 6). Ante el Dios
de la inmensa gloria no podemos más que doblar las rodillas en actitud de
humilde y gozosa adoración repitiendo con la liturgia en el canto del Te
Deum: 'Pleni sunt coeli et terra maiestatis gloriae tuae. Te per orbem
terrarum sancta confitetur Ecclesia: Patrem inmensae maistatis': 'Los cielos
y la tierra están llenos de la majestad de tu gloria. A ti la Iglesia santa,
extendida por toda la tierra, te proclama: Padre de inmensa majestad'.
Un Dios
'escondido' 28.VIII.85 1. El Dios
de nuestra fe, el que de modo misterioso reveló su nombre a Moisés al pie
del monte Horeb, afirmando 'Yo soy el que soy', con relación al mundo es
completamente transcendente. El . es real y esencialmente distinto del
mundo. e inefablemente elevado sobre todas las cosas, que son y pueden ser
concebidas fuera de El': 'est re et essentia a mundo distinctus, et super
omnia, quae praeter ipsum sunt et concipi possum ineffabiliter excelsus'
(Cons.Dei Filius, I, 1-4). Así enseña el Concilio Vaticano I, profesando la
fe perenne de la Iglesia .
Efectivamente, aun cuando la existencia de Dios es concebible y demostrable
y aun cuando su esencia se puede conocer de algún modo en el espejo de la
creación, como ha enseñado el mismo Concilio, ningún signo, ninguna imagen
creada puede desvelar al conocimiento humano la Esencia de Dios como tal.
Sobrepasa todo lo que existe en el mundo creado y todo lo que la mente
humana puede pensar: Dios es el 'ineffabiliter excelsus'. 2. A la
pregunta: ¿quién es Dios?, si se refiere a la Esencia de Dios, no podemos
responder con una 'definición' en el sentido estricto del término. La
esencia de Dios -es decir, la divinidad- está fuera de todas las categorías
de género y especie, que nosotros utilizamos para nuestras definiciones, y,
por lo mismo, la Esencia divina no puede 'encerrarse' en definición alguna.
Si en nuestro pensar sobre Dios con las categorías del 'ser', hacemos uso de
la analogía del ser, con esto ponemos de relieve mucho más la 'no-semejanza
'que la semejanza, mucho más la incomparabilidad que la comparabilidad de
Dios con las criaturas (como recordó también el Conc. Lateranense IV, el año
1215). Esta afirmación vale para todas las criaturas, tanto las del mundo
visible, como para las de orden espiritual, y también para el hombre, en
cuanto creado 'a imagen y semejanza' de Dios (Cfr. Gen 1, 26). Así, pues,
la cognoscibilidad de Dios por medio de las criaturas no remueve su esencial
'incomprensibilidad'. Dios es 'incomprensible', como ha proclamado el
Concilio Vaticano I. El entendimiento humano, aun cuando posea cierto
concepto de Dios, y aunque haya sido elevado de manera significativa
mediante la revelación de la Antigua y de la Nueva Alianza a un conocimiento
más completo y profundo de su misterio, no puede comprender a Dios de modo
adecuado y exhaustivo. Sigue siendo inefable e inescrutable para la mente
creada. 'Las cosas de Dios nadie las conoce sino el Espíritu de Dios',
proclama el Apóstol Pablo (1 Cor 2, 11). 3. En el
mundo moderno el pensamiento científico se ha orientado sobre todo hacia lo
'visible' y de algún modo 'mensurable' a la luz de la experiencia de los
sentidos y con los instrumentos de observación e investigación, hoy día
disponibles. En un mundo de metodologías positivistas y de aplicaciones
tecnológicas, está 'incomprensibilidad' de Dios es aún más advertida por
muchos, especialmente en el ámbito de la cultura occidental. Han surgido así
condiciones especiales para la expansión de actitudes agnósticas o incluso
ateas, debidas a las premisas del pensamiento común a muchos hombres de hoy.
Algunos juzgan que esta situación intelectual puede favorecer, a su modo, la
convicción, que pertenece también a la tradición religiosa, podría decirse,
universal, y que el cristianismo ha acentuado bajo ciertos aspectos, que
Dios es incomprensible. Y sería un homenaje a la infinita, transcendente
realidad de Dios, que no se puede catalogar entre las cosas de nuestra común
experiencia y conocimiento. 4. Sí,
verdaderamente, el Dios que se ha revelado a Sí mismo a los hombres, se ha
manifestado como El que es incomprensible, inescrutable, inefable. '¿Podrías
tú descubrir el misterio de Dios?. ¿Llegarás a la perfección del
Omnipotente?. Es más alto que los cielos. ¿Qué harás?. Es más profundo que
el 'seol'. ¿Qué entenderás?', se dice en el libro de Job (11, 7-8). Leemos en el
libro del Éxodo un suceso que pone de relieve de modo significativo esta
verdad. Moisés pide a Dios 'Muéstrame tu gloria'. El Señor responde: 'Haré
pasar ante ti toda mi bondad y pronunciar ante ti mi nombre (esto ya había
ocurrido en la teofanía al pie del monte Horeb), pero mi faz no podrás
verla, porque no puede hombre verla y vivir' (Ex 33, 18-20). El profeta
Isaías, por su parte, confiesa: 'En verdad tú eres un Dios escondido, el
Dios de Israel, Salvador' (Is 45, 15). 5. Ese Dios,
que al revelarse, habló por medio de los profetas y últimamente por medio
del Hijo, sigue siendo un 'Dios escondido'. Escribe el apóstol Juan al
comienzo de su Evangelio: 'A Dios nadie lo vio jamás. Dios unigénito, que
está en el seno del Padre, se le ha dado a conocer' (Jn 1, 18). Por medio
del Hijo, el Dios de la revelación se ha acercado de manera única a la
humanidad. El concepto de Dios que el hombre adquiere mediante la fe,
alcanza su culmen en esta cercanía. Sin embargo, aun cuando Dios se ha hecho
todavía más cercano al hombre con la encarnación, continúa siendo, en su
Esencia, el Dios escondido. 'No que alguno -leemos en el mismo Evangelio de
Juan- haya visto al Padre, sino sólo el que está en Dios se ha visto al
Padre' (Jn 6, 46). Así, pues,
Dios, que se ha revelado a Sí mismo al hombre, sigue siendo para él en esta
vida un misterio inescrutable. Este es el misterio de la fe. El primer
artículo del símbolo 'creo en Dios' expresa la primera y fundamental verdad
de la fe, que es al mismo tiempo, el primer y fundamental misterio de la fe.
Dios, que se ha revelado a Sí mismo al hombre, continúa siendo para el
entendimiento humano Alguien que simultáneamente es conocido e
incomprensible. El hombre durante su vida terrena entra en contacto con el
Dios de la revelación en la 'oscuridad de la fe'. Esto se explica en todo un
filón clásico y moderno de la teología que insiste sobre la inefabilidad de
Dios y encuentra una confirmación particularmente profunda -y a veces
dolorosa- en la experiencia de los grandes místicos. Pero precisamente esta
'oscuridad de la fe' -como afirma San Juan de la Cruz- es la luz que
inefablemente conduce a Dios. Este Dios
es, según las palabras de San Pablo, 'el Rey de reyes y Señor de señores,/
el único inmortal,/ que habita en una luz inaccesible,/ a quien ningún
hombre vio,/ ni podrá ver' (1 Tim 6, 15-16). La oscuridad
de la fe acompaña indefectiblemente la peregrinación terrena del espíritu
humano hacia Dios, con la espera de abrirse a la luz de la gloría sólo en la
vida futura, en la eternidad. 'Ahora vemos por un espejo y oscuramente, pero
entonces veremos cara a cara' (1 Cor 13, 12). 'In lumine
tuo videbimus lumen'. 'Tu luz nos hace ver la luz' (Sal 35, 10). 1. La
Iglesia profesa incesantemente la fe expresada en el primer artículo de los
más antiguos símbolos cristianos: 'Creo en un solo Dios, Padre omnipotente,
creador del Cielo y de la tierra'. En estas palabras se refleja de modo
conciso y sintético, el testimonio que el Dios de nuestra fe, el Dios vivo y
verdadero de la Revelación, ha dado de sí mismo, según la Carta a los
Hebreos, hablando 'por medio de los profetas', y últimamente 'por medio del
Hijo' (Heb 1, 1-2). La Iglesia saliendo al encuentro de las cambiantes
exigencias de los tiempos, profundiza la verdad sobre Dios, como lo
atestiguan los diversos Concilios. Quiero hacer referencia aquí al Concilio
Vaticano Y, cuya enseñanza fue dictada por la necesidad de oponerse, de una
parte, a los errores del panteísmo del siglo XIX, y de otra, a los del
materialismo, que entonces comenzaba a afirmarse. 2. El
Concilio Vaticano I enseña: 'La santa Iglesia cree y confiesa que existe un
sólo Dios vivo y verdadero, creador y Señor del cielo y de la tierra,
omnipotente, eterno, incomprensible, infinito por inteligencia, voluntad y
toda perfección; el cual, siendo una única substancia espiritual, totalmente
simple e inmutable, debe ser predicado real y esencialmente distinto del
mundo, felicísimo en sí y por sí, e inefablemente elevado sobre toda las
cosas, que hay fuera de El y puedan ser concebidas' (Cons. Dei Filius). 3. Es fácil
advertir en el texto conciliar parte de los mismos antiguos símbolos de fe
que también rezamos: 'creo en Dios. omnipotente, creador del cielo y de la
tierra', pero desarrolla esta formulación fundamental según la doctrina
contenida en la Sagrada Escritura, en la Tradición y en el Magisterio de la
Iglesia. Gracias al desarrollo realizado por el Vaticano I, los 'atributos'
de Dios se enumeran de forma más completa que la de los antiguos símbolos. Por
'atributos' entendemos las propiedades del 'Ser' divino que se manifiestan
en la Revelación, como también en la mejor reflexión filosófica (Cfr. p.e.
S. Th. I qq. 3 ss.). La Sagrada Escritura describe a Dios utilizando
diversos adjetivos. Se trata de expresiones del lenguaje humano, que se
manifiesta muy limitado, sobre todo cuando se trata de expresar la realidad
totalmente transcendente que es Dios en sí mismo. 4. El pasaje
del Concilio Vaticano I antes citado confirma la imposibilidad de expresar a
Dios de modo adecuado. Es incomprensible e inefable. Sin embargo, la fe de
la Iglesia y su enseñanza sobre Dios, aun conservando la convicción de su
'incomprensibilidad' e 'inefabilidad', no se contenta, como hace la llamada
teología apofática, con limitarse a constataciones de carácter negativo,
sosteniendo que el lenguaje humano, y, por tanto, también elteológico, puede
expresar exclusivamente, o casi, sólo lo que Dios o es, al carecer de
expresiones adecuadas para explicar lo que El es. 5. Así el
Vaticano I no se limita a afirmaciones que hablan de Dios según la 'vía
negativa', sino que se pronuncia también según la 'vía afirmativa'. Por
ejemplo, enseña que este Dios esencialmente distinto del mundo ('a mundo
distinctus re et es essentia'), es un Dios Eterno. Esta verdad está
expresada en la Sagrada Escritura en varios pasajes y de modos diversos.
Así, por ejemplo, leemos en el libro del Sirácida: 'El que vive eternamente
creó juntamente todas las cosas' (18, 1), y en el libro del Profeta Daniel:
'El es el Dios vivo, y eternamente subsistente' (6, 27). Parecidas
son las palabras del Salmo 101, de las que se hace eco la Carta a los
Hebreos: 'al principio cimentaste la tierra, y el cielo es obra de tus
manos. Ellos perecerán, Tú permaneces, se gastarán como ropa, serán como un
vestido que se muda. Tú, en cambio, eres siempre el mismo, tus años no se
acabarán' (Sal 101, 26-28). Algunos siglos más tarde el autor de la Carta a
los Hebreos volverá a tomar las palabras del citado Salmo: 'Tú, Señor, al
principio, fundaste la tierra, y los cielos son obras de tus manos. Ellos
perecerán, y como un manto los envolverás, y como un vestido se mudarán;
pero Tú permaneces el mismo, y tus años no se acabarán' (1, 10-12). La eternidad
es aquí el elemento que distingue esencialmente a Dios del mundo. Mientras
que éste está sujeto a cambios y pasa, Dios permanece por encima del devenir
del mundo: El es necesario e inmutable: 'Tú permaneces el mismo'. Consciente
de la fe en este Dios eterno, San Pablo escribe: 'Al Rey de los siglos,
inmortal, invisible, único Dios, el honor y la gloria por los siglos de los
siglos. Amén' (1 Tim 1, 17). La misma verdad tiene en la Apocalipsis aún
otra expresión: 'Yo soy el alfa y el omega, dice el Señor Dios, el que es,
el que era, el que viene, el Todopoderoso' (1, 8). 6. En estos
datos de la revelación halla expresión también la convicción racional a la
que se llega cuando se piensa que Dios es el Ser subsistente, y, por lo
tanto, necesario, y, por lo mismo, eterno, ya que no puede tener ni
principio ni fin, ni sucesión de momentos en el Acto único e infinito de su
existencia. La recta razón y la revelación encuentran una admirable
coincidencia sobre este punto. Siendo Dios absoluta plenitud de ser (ipsum
Ens per se Subsistens) su eternidad 'grabada en la terminología del ser'
debe entenderse como 'posesión indivisible, perfecta y simultánea de una
vida sin fin' y, por lo mismo, como un atributo del ser absolutamente 'por
encima del tiempo'. La eternidad
de Dios no corre con el tiempo del mundo creado, 'no corresponde a El'; no
lo 'precede' o lo 'prolonga' hasta el infinito; sino que está más allá de él
y por encima de él. La eternidad, con todo el misterio de Dios, comprende en
cierto sentido 'desde más allá' y 'por encima' de todo lo que está 'desde
dentro' sujeto al tiempo, al cambio, a lo contingente. Viene a la mente las
palabras de San Pablo en el Areópago de Atenas; 'en El. vivimos y nos
movemos y existimos' (Hech 17, 28). Decimos 'desde el exterior' para afirmar
con esta expresión metafórica la transcendencia de Dios sobre las cosas y de
la eternidad sobre el tiempo, aun sabiendo y afirmando una vez más que Dios
es el Ser que es interior a ser mismo de las cosas, y, por tanto, también al
tiempo que pasa como un sucederse de elementos, cada uno de los cuales no
está fuera de su abrazo eterno. El texto del
Vaticano I expresa la fe de la Iglesia en el Dios vivo, verdadero y eterno.
Es eterno porque es la absoluta plenitud de ser que, como indican claramente
los textos bíblicos citados, no puede entenderse como una suma de fragmentos
o de 'partículas' del ser que cambian con el tiempo. La absoluta plenitud
del ser sólo puede entenderse como eternidad, es decir, como total e
indivisible posesión de ese ser que es la vida misma de Dios. En este
sentido Dios es eterno: un 'Nunc', un 'Ahora', subsistente e inmutable, cuyo
modo de ser se distingue esencialmente del de las criaturas, que son seres
'contingentes'. 7. Así,
pues, el Dios vivo que se nos ha revelado a sí mismo, es el Dios eterno. Más
correctamente decimos que Dios es la eternidad misma. La perfecta
simplicidad del Ser divino ('Omnino simplex') exige esta forma de expresión. Cuando en
nuestro lenguaje humano decimos; 'Dios es eterno', indicamos un atributo del
ser divino. Y, puesto, que todo atributo no se distingue concretamente de la
esencia misma de Dios (mientras que los atributos humanos se distinguen del
hombre que los posee), al decir: 'Dios es eterno', queremos afirmar: 'Dios
es la eternidad'. Esta
eternidad para nosotros, sujetos al espacio y al tiempo, es incomprensible
como la divina Esencia; pero ella nos hace percibir, incluso bajo este
aspecto, la infinita grandeza y majestad del Ser divino, a la vez que nos
colma de alegría el pensamiento de que este Ser Eternidad comprende todo lo
que es creado y contingente, incluso nuestro pequeño ser, cada uno de
nuestros actos, cada momento de nuestra vida. 'En El
vivimos, nos movemos y existimos'.
Dios,
espíritu infinitamente perfecto 11.IX.85 1. 'Dios es
espíritu': son las palabras que dijo nuestro Señor Jesucristo durante el
coloquio con la Samaritana junto al pozo de Jacob, en Sicar. A la luz de
estas palabras continuamos en esta catequesis comentando la primera verdad
del símbolo de la fe: 'Creo en Dios'. Hacemos referencia en particular a la
enseñanza del Concilio Vaticano I en la Constitución Dei Filius, capítulo
primero: 'Dios creador de todas las cosas'. Este Dios que se ha revelado a
sí mismo, hablando 'por los profetas y últimamente. por su Hijo'(Heb 1, 1),
siendo creador del mundo, se distingue de modo esencial del mundo, que ha
creado. El es la eternidad, como quedó expuesto en la catequesis precedente,
mientras que todo lo que es creado está sujeto al tiempo contingente. 2. Porque el
Dios de nuestra fe es la eternidad, es Plenitud de vida, y como tal se
distingue de todo lo que vive en el mundo visible. Se trata de una 'vida'
que hay que entender en el sentido altísimo que la palabra tiene cuando se
refiere a Dios que es espíritu, espíritu puro, de tal manera que, como
enseña el Vaticano I, es inmenso e invisible. No encontramos en El nada
mensurable según los criterios del mundo creado y visible ni del tiempo que
mide el fluir de la vida del hombre, porque Dios está sobre la materia, es
absolutamente 'inmaterial'. Sin embargo, la 'espiritualidad' del ser divino
no se limita a cuanto podemos alcanzar según la vía negativa: es decir, sólo
a la inmaterialidad. Efectivamente podemos conocer, mediante la vía
afirmativa, que la espiritualidad es un atributo del ser divino, cuando
Jesús de Nazaret responde a la Samaritana diciendo: 'Dios es espíritu' (Jn
4, 24). 3. El texto
conciliar del Vaticano I, a que nos referimos, afirma la doctrina sobre Dios
que la Iglesia profesa y anuncia, con dos aserciones fundamentales: 'Dios es
una única substancia espiritual, totalmente simple e inmutable'; y también:
'Dios es infinito por inteligencia, voluntad y toda perfección'. La doctrina
sobre la espiritualidad del ser divino, transmitida por la revelación, ha
sido claramente formulada en este texto con la 'terminología del ser'. Se
revela en la formulación: 'Substancia espiritual'. La palabra 'substancia',
en efecto, pertenece al lenguaje de la filosofía de ser. El texto conciliar
intenta afirmar con esta frase que Dios, el cual por su misma Esencia se
distingue de todo el mundo creado, no es sólo el Ser subsistente, sino que,
en cuanto tal, es también Espíritu subsistente. El Ser divino es por propia
esencia absolutamente espiritual. 4.
Espiritualidad significa inteligencia y voluntad libre. Dios es
Inteligencia, Voluntad y Libertad en grado infinito, así como es también
toda perfección en grado infinito. Estas
verdades sobre Dios tienen muchas confirmaciones en los datos de la
revelación, que encontramos en la Sagrada Escritura y en la Tradición. Por
ahora nos referimos sólo a algunas citas bíblicas, que ponen de relieve la
Inteligencia infinitamente perfecta del Ser divino. A la Libertad y a la
Voluntad infinitamente perfectas de Dios dedicaremos las catequesis
sucesivas. Viene a la
mente ante todo la magnifica exclamación de San Pablo en la Carta a los
Romanos: '"Qué abismo de generosidad, de sabiduría y de Conocimiento el de
Dios!. "Qué insondables sus decisiones y qué irrastreables sus caminos!.
¿Quién no conoció la mente del Señor?' (11, 33 ss.). Las palabras
del Apóstol resuenan como un eco potente de la doctrina de los libros
sapienciales del antiguo Testamento: 'Su sabiduría no tiene medida',
proclama el Salmo 146, 5. A la sabiduría de Dios se une su grandeza: 'Grande
es el Señor, y merece toda alabanza, es incalculable su grandeza' (Sal 144,
3). 'Nada hay que quitar a su obra, nada que añadir, y nadie es capaz de
investigarlas maravillas del Señor. Cuando el hombre cree acabar, entonces
comienza, y cuando se detiene, se ve perplejo' (Sir 18, 5-6). De Dios, pues,
puede afirmar el Sabio: 'Es mucho más grande que todas sus obras' (Sir 43,
28), y concluir" 'El lo es todo' (43, 27). Mientras los
autores 'sapienciales' hablan de Dios en tercera persona: 'El', el Profeta
Isaías pasa a la primera persona: 'Yo'. Hace decir a Dios que le inspira:
'Como el cielo es más alto que la tierra, mis caminos son más altos que los
vuestros, mis pensamiento son más altos que los vuestros' (Is 55, 9). 5. En los
'pensamientos' de Dios y en su 'ciencia y sabiduría' se expresa la infinita
perfección de su Ser: por su Inteligencia absoluta Dios supera
incomparablemente todo lo que existe fuera de El. Ninguna criatura y en
particular ningún hombre puede negar esta perfección. '"Oh hombre!. ¿Quién
eres tú para pedir cuentas a Dios?. ¿Acaso dice el vaso al alfarero: ¿Por
qué me has hecho así?. ¿O es que el alfarero no es dueño de la arcilla?'
-pregunta San Pablo- (Rom 9, 20). Este modo de pensar y de expresarse está
heredado del Antiguo Testamento: parecidas preguntas y respuestas se
encuentran en Isaías (Cfr. 29, 15; 45, 9-11) y en el Libro de Job (Cfr. 2,
9-10; 1, 21). El libro del Deuteronomio, a su vez, proclama: '"¡Dad gloria a
nuestro Dios!. ¡El es la Roca!". Sus obras son perfectas. Todos sus caminos
son justísimos; es fidelísimo y no hay en El iniquidad; es justo y recto'
(32, 3-4). La alabanza de la infinita perfección de Dios no es sólo
confesión de la Sabiduría, sino también de su justicia y rectitud, es decir,
de su perfección moral. 6. En el
Sermón de la Montaña Jesucristo exhorta; 'Por tanto, sed perfectos como
vuestro Padre celestial es perfecto' (Mt 5, 48). Esta llamada es una
invitación a confesar: "Dios es perfecto!. Es 'infinitamente perfecto' (Dei
Filius). La infinita
perfección de Dios está constantemente presente en la enseñanza de
Jesucristo. El que dijo a la Samaritana: 'Dios es espíritu, y los que le dan
culto deben hacerlo en espíritu y verdad.' (Jn 4, 23-24), se expresó de
manera muy significativa cuando respondió al joven que se dirigió a El con
las palabras: 'Maestro bueno.', diciendo '¿Por qué me llamas bueno?. No hay
nadie bueno más que Dios.' (Mc 10, 17-18). 7. Sólo Dios
es Bueno y posee la perfección infinita de la bondad. Dios es la plenitud de
todo bien. Así como El 'Es' toda la plenitud del ser, del mismo modo 'Es
bueno' con toda la plenitud del Bien. Esta plenitud de bien corresponde a la
infinita perfección de su Voluntad, lo mismo que a la infinita perfección de
su entendimiento y de su Inteligencia corresponde la absoluta plenitud de la
Verdad, subsistente en El en cuanto conocida por su entendimiento como
idéntica a su Conocer y Ser. Dios es espíritu infinitamente perfecto, por lo
cual quienes lo han conocido se han hecho verdaderos adoradores: Lo adoran
en espíritu y verdad. Dios, este
Bien infinito que es absoluta plenitud de verdad. 'est diffusivum sui' (S.
Th. I, q.5, a.4, ad 2). También por esto se ha revelado, a sí mismo: la
Revelación es el Bien mismo que se comunica como Verdad. Este Dios
que se ha revelado a Sí mismo, desea de modo inefable e incomparable
comunicarse, darse. Este es el Dios de la Alianza y de la Gracia.
Dios,
Padre Omnipotente 18.IX.85 1. 'Creo en
Dios, Padre omnipotente, creador del cielo y de la tierra.' Dios que se
ha revelado a sí mismo, el Dios de nuestra fe, es espíritu infinitamente
perfecto. Esta verdad
sobre Dios como infinita plenitud ha sido afectada, en cierto sentido, por
los símbolos de la fe, mediante la afirmación de que Dios es el Creador del
cielo y de la tierra, de todo lo visible y lo invisible. Aunque nos
ocuparemos un poco más adelante de la verdad sobre la creación, es oportuno
que profundicemos, a la luz de la revelación, lo que en Dios corresponde al
misterio de la creación. 2. Dios, a
quien la Iglesia confiesa omnipotente ('creo en Dios Padre omnipotente), en
cuanto espíritu infinitamente perfecto es también omnisciente, es decir, que
penetra todo con su conocimiento. Este Dios
omnipotente y omnisciente, tiene el poder de crear, de llamar del no-ser, de
la nada, al ser. 'Hay algo imposible para el Señor?' - leemos en el Génesis
(18, 14)-. 'Realizar
cosas grandes siempre está en tu mano, y al poder de tu brazo ¿Quién puede
resistir?', anuncia el Libro de la Sabiduría (11, 22). La misma fe profesa
el Libro de Ester con las palabras 'Señor, Rey omnipotente, en cuyo poder se
hallan todas las cosas, a quien nada podrá oponerse' (Est 4, 17). 'Nada hay
imposible para Dios' (Lc 1, 37), dijo el Arcángel Gabriel a María de Nazaret
en la Anunciación. 3. El Dios,
que se revela a sí mismo por boca de los profetas es omnipotente. Esta
verdad impregnan profundamente toda la revelación, a partir de las primeras
palabras del Libro del Génesis: 'Dijo Dios: 'Hágase.'(Gen 1, 3). El acto
creador se manifiesta como la omnipotente Palabra de Dios: 'El lo dijo y
existió.' (Sal 32, 9). Al crear todo de la nada, el ser del no-ser, Dios se
revela como infinita plenitud de Bien, que se difunde. El que Es, el Ser
subsistente, el ser infinitamente perfecto, en cierto sentido se da en ese
'ES', llamando a la existencia, fuera de sí, al cosmos visible e invisible:
los seres creados. Al crear las cosas, da origen a la historia del universo,
al crear al hombre como varón y mujer, da comienzo la historia. 'Hay
diversidad de operaciones, pero uno mismo es Dios, que obra todas las cosas
en todos' (1 Cor 12, 6). 4. El Dios
que se revela a sí mismo como Creador, y, por lo tanto, como Señor de la
historia del mundo y del hombre, es el Dios omnipotente, el Dios vivo. 'La
Iglesia cree y confiesa que hay un único Dios vivo y verdadero, Creador y
Señor del cielo y de la tierra, omnipotente', afirma el Vaticano Y. Este
Dios, espíritu infinitamente perfecto y omnisciente es absolutamente libre y
soberano también respecto al mismo acto de la creación. Si El es el Señor de
todo lo que crea ante todo es Señor de la propia Voluntad en la creación.
Crea porque quiere crear. Crea porque esto corresponde a su infinita
Sabiduría. Creando actúa con la inescrutable plenitud de su libertad, por
impulso de amor eterno. 5. El texto
de la Constitución Dei Filius del Vaticano I, tantas veces citado, pone de
relieve la absoluta libertad de Dios en la creación y en cada una de sus
acciones. Dios es 'en sí y por sí felicísimo': tiene en sí mismo y por sí la
total plenitud del Bien y de la Felicidad. Si llama al mundo a la
existencia, lo hace no para completar o integrar el Bien que es El, sino
sólo y exclusivamente con la finalidad de dar el bien de una existencia
multiforme al mundo de las criaturas invisibles y visibles. Es una
participación múltiple y varia de único, infinito, eterno Bien, que coincide
con el Ser mismo de Dios. De este
modo, Dios, absolutamente libre y soberano en la obra de la creación,
permanece fundamentalmente independiente del universo creado. Esto no
significa de ningún modo que El sea indiferente con relación a las
criaturas; en cambio, El las guía como eterna Sabiduría, Amor y Providencia
omnipotente. 6. La
Sagrada Escritura pone de relieve el hecho de que en esta obra Dios está
solo. He aquí las palabras del Profeta Isaías: 'Yo soy el Señor, el que lo
ha hecho todo, el que solo despliega los cielos y afirma la tierra. ¿Quién
conmigo?' (44, 24). En la 'soledad' de Dios en la obra de la creación
resalta su soberana libertad y su paternal omnipotencia. 'El Dios
formó la tierra, la hizo y la afirmó. No la creó para yermo, la formó para
que fuese habitada' (Is 45, 18). A la luz de
la auto-revelación de Dios, que 'habló por los Profetas y últimamente. por
su Hijo' (Heb 1, 1-2), la Iglesia confiesa desde el principio su fe en el
'Padre omnipotente', Creador del cielo y del la tierra, 'de todo lo visible
y lo invisible'. Este Dios omnipotente es también omnisciente y
omnipresente. O aún mejor, habría que decir, que en cuanto espíritu
infinitamente perfecto, Dios es a la vez la Omnipotencia, la Omnisciencia y
la Omnipresencia misma. 7. Dios está
ante todo presente a Sí: en su Divinidad Una y Trina. Está presente también
en el universo que ha creado; lo está, por consiguiente, en la obra de la
creación mediante el poder creador (per potentiam), en el cual se hace
presente su misma Esencia transcendente (per essentiam). Esta presencia
supera al mundo, lo penetra y lo mantiene en la existencia. Lo mismo puede
repetirse de la presencia de Dios mediante su conocimiento, como Mirada
infinita que todo lo ve (per visionem, o per scientiam). Finalmente, Dios
está presente de modo particular en la historia de la humanidad, que es
también la historia de la salvación. Esto es (si nos podemos expresar así)
la presencia más 'personal' de Dios: su presencia mediante la gracia, cuya
plenitud la humanidad ha recibido de Jesucristo Cfr. Jn 1, 16-17). De este
último misterio hablaremos en una próxima catequesis. 8. 'Señor,
Tú me sondeas y me conocer.' (Sal 138, 1). Mientras
repetimos las palabras inspiradas de este Salmo, confesemos juntamente con
todo el Pueblo de Dios, presente en todas las partes del mundo, la fe en la
omnipotencia, omnisciencia y omnipresencia de Dios, que es nuestro Creador,
Padre y Providencia. 'En El vivimos, nos movemos y existimos' (Hech 17, 28). 1. En
nuestras catequesis tratamos de responder de modo progresivo a la pregunta:
¿Quién es Dios?. Se trata de una respuesta auténtica, porque se funda en la
palabra de la auto-revelación divina. Esta respuesta se caracteriza por la
certeza de la fe, pero también por la convicción del entendimiento humano
iluminado por la fe. 2. Volvamos
una vez más al pie del monte Horeb, donde Moisés que apacentaba la grey, oyó
en medio de la zarza ardiente la voz que decía: 'Quita las sandalias de tus
pies, que el lugar en que estás es tierra santa' (Ex 3, 5). La voz continuó:
'Yo soy el Dios de tus padres, el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac, el Dios
de Jacob'. Por lo tanto, es el Dios de los padres quién envía a Moisés a
liberar a su pueblo de la esclavitud egipcia. Sabemos que,
después de haber recibido esta misión, Moisés preguntó a Dios su nombre. Y
recibió la respuesta: 'Yo soy el que soy'. En la tradición exegética,
teológica y magisterial de la Iglesia, que fue asumida también por Pablo VI
en el 'Credo del Pueblo de Dios' (1968), esta respuesta se interpreta como
la revelación de Dios como el 'Ser' En la
respuesta dada por Dios: 'Yo soy el que soy', a la luz de la historia de la
salvación se puede leer una idea más rica y más precisa. Al enviar a Moisés
en virtud de este Nombre, Dios -Yahvéh- se revela sobre todo como del Dios
de la Alianza: "Yo soy el que soy para vosotros'; estoy aquí como Dios
deseoso de la alianza y de la salvación, como el Dios que os ama y os salva.
Esta clave de lectura presenta a Dios como un Ser que es Persona y se
auto-revela a personas, a las que trata como tales. Dios, ya al crear el
mundo, en cierto sentido salió de su propia 'soledad', para comunicarse a Sí
mismo, abriéndose al mundo y especialmente a los hombres creados a su imagen
y semejanza (Gen 1, 26). En la revelación del Nombre 'Yo soy el que soy'
(Yahvéh), parece poner de relieve sobre todo la verdad de que Dios es el
Ser-Persona que conoce, ama, atrae hacia sí a los hombres, el Dios de la
Alianza. 3. En el
coloquio con Moisés prepara una nueva etapa de la Alianza con los hombres,
una nueva etapa de la historia de la salvación. La iniciativa del Dios de la
Alianza, efectivamente, va rimando la historia de la salvación a través de
numerosos acontecimientos, como se manifiesta en la IV Plegaria Eucarística
con las palabras; "Reiteraste tu alianza a los hombres'. Conversando
con Moisés al pie del monte Horeb, Dios -Yahvéh- se presenta como 'el Dios
de Abrahán, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob', es decir, el Dios que había
hecho una Alianza con Abrahán (Cfr. Gen 17, 1-14) y con sus descendientes,
los patriarcas, fundadores de las diversas estirpes del pueblo elegido, que
se convirtió en Pueblo de Dios. 4. Sin
embargo, las iniciativas del Dios de la Alianza se remontan incluso antes de
Abrahán. El libro del Génesis registra la Alianza con Noé después del
diluvio (Cfr. Gen 9, 1-17). Se puede hablar también de la Alianza originaria
antes del pecado original (Cfr. Gen 2, 15-17). Podemos afirmar que la
iniciativa del Dios de la Alianza sitúa, desde el principio, la historia del
hombre en la perspectiva de la salvación. La salvación es comunión de vida
sin fin con Dios; cuyo símbolo estaba representado en el paraíso por el
'árbol de la vida' (Cfr. Gen 2, 9). Todas las alianzas hechas después del
pecado original confirman, por parte de Dios, la misma voluntad de
salvación. El Dios de la Alianza es el Dios 'que se dona' al hombre de modo
misterioso: El Dios de la revelación y el Dios de la gracia. No sólo se da a
conocer al hombre, sino que lo hace partícipe de su naturaleza divina (2 Pe
1, 4). 5. La
Alianza llega a su etapa definitiva en Jesucristo: la 'nueva' y 'eterna
alianza' (Heb 12, 24; 13, 20). Ella da testimonio de la total originalidad
de la verdad sobre Dios que profesamos en el 'Credo' cristiano. En la
antigüedad pagana la divinidad era más bien el objeto de la aspiración del
hombre. La revelación del Antiguo y todavía más del Nuevo Testamento muestra
a Dios que busca al hombre, que se acerca a él. Es Dios quien quiere hacer
la alianza con el hombre: 'Ser vuestro Dios y vosotros seréis mi pueblo'
(Lev 26, 12); 'Ser su Dios y ellos serán mi pueblo' (2 Cor 6, 16). 6. La
Alianza es, igual que la creación, una iniciativa divina completamente libre
y soberana. Revela de modo aún más eminente la importancia y el sentido de
la creación en las profundidades de la libertad de Dios. La Sabiduría y el
Amor, que guían la libertad transcendente de Dios-Creador, resaltan aún más
en la transcendente libertad del Dios de la Alianza. 7. Hay que
añadir también que si mediante la Alianza, especialmente la plena y
definitiva en Jesucristo, Dios se hace de algún modo inmanente con relación
al mundo, El conserva totalmente la propia transcendencia. El Dios
encarnado, y más aún el Dios Crucificado, no sólo sigue siendo un Dios
incomprensible e inefable, sino que se convierte todavía en más
incomprensible e inefable para nosotros precisamente en cuanto que se
manifiesta como Dios de un infinito, inescrutable amor. 8. No
queremos anticipar temas que constituirán el objeto de futuras catequesis.
Volvemos de nuevo a Moisés. La revelación del Nombre de Dios al pie del
monte Horeb prepara la etapa de la Alianza que el Dios de los Padres
estrecharía con su pueblo en el Sinaí. En ella se pone de relieve de manera
fuerte y expresiva el sentido monoteísta del 'credo' basado en la Alianza:
'creo en un sólo Dios': Dios es uno, es único. He aquí las
palabras del Libro del Éxodo: 'Yo soy el Señor, tu Dios, que te ha sacado de
la tierra de Egipto, de la casa de la servidumbre. No tendrás otro Dios que
a mí' (Ex 20, 2-3). En el Deuteronomio encontramos la fórmula fundamental
del 'Credo' veterotestamentario expresado con las palabras: 'Oye, Israel: el
Señor es nuestro Dios, el Señor es único' (6, 4; cfr. 4, 39-40). Isaías dará
a este 'Credo' monoteísta del Antiguo Testamento una magnífica expresión
profética: 'Vosotros sois mis testigos -dice Yahvéh- mi siervo, a quien yo
elegí, para que aprendáis y me creáis y comprendáis que soy yo. Antes de mí
no fue formado Dios alguno, ninguno habrá después de mí. Yo, yo soy el
Señor, y fuera de mí no hay salvador. Vosotros sois mis testigos, dice
Yahvéh, y yo Dios desde la eternidad y también desde ahora lo soy' (Is 45,
22). 9. Esta
verdad sobre el único Dios constituye el depósito fundamental de los dos
Testamentos. En la Nueva Alianza lo expresa, por ejemplo, San Pablo con las
palabras: "Un Dios y Padre de todos, que está sobre todos, por todos y en
todos' (Ef 4, 6). Y siempre es Pablo el que combatía el politeísmo
pagano(Cfr. Rom 1, 23; Gal 3, 8), con no menor ardor del que se halla
presente en el antiguo Testamento, quien con igual firmeza proclama que este
Único verdadero Dios 'es Dios de todos, tanto de los circuncisos como de los
incircuncisos, tanto de los judíos como de los paganos' (Cfr. Rom. 3,
29-30). La revelación de un sólo verdadero Dios, dada en la Antigua Alianza
al pueblo elegido de Israel, estaba destinada a toda la humanidad, que
encontraría en el monoteísmo la expresión de la convicción a la que el
hombre puede llegar también con la luz de la razón: porque si Dios es el ser
perfecto, infinito, subsistente, no puede ser más que Uno. En la Nueva
Alianza, por obra de Jesucristo, la verdad revelada en el Antiguo Testamento
se ha convertido en la fe de la Iglesia universal, que confiesa: 'creo en un
sólo Dios'. 1. 'Dios es
Amor.': estas palabras, contenidas en uno de los últimos libros del Nuevo
Testamento, la Primera Carta de San Juan (4, 16),constituyen como la
definitiva clave de bóveda de la verdad sobre Dios, que se abrió camino
mediante numerosas palabras y muchos acontecimientos, hasta convertirse en
plena certeza de la fe con la venida de Cristo, y sobre todo con su cruz y
su resurrección. Son palabras en las que encuentra un eco fiel la afirmación
de Cristo mismo: 'Tanto amó Dios al mundo, que dio su unigénito Hijo, para
que todo el que crea en El no perezca sino que tenga la vida eterna'(Jn 3,
16). La fe de la
Iglesia culmina en esta verdad suprema: "Dios es amor!. Se ha revelado a Sí
mismo de modo definitivo como Amor en la cruz y resurrección de Cristo.
'Nosotros hemos conocido y creído en el amor que Dios nos tiene -continúa
diciendo el Apóstol Juan en su Primera Carta-. Dios es amor, y el que vive
en el amor permanece en Dios, y Dios está en él' (4,16). 2. La verdad
de que Dios es Amor constituye como el ápice de todo lo que fue revelado
'por medio de los profetas y últimamente por medio del Hijo.', como dice la
Carta a los Hebreos (1, 1). Esta verdad ilumina todo el contenido de la
Revelación divina, y en partícula la realidad revelada de la creación y de
la Alianza. Si la creación manifiesta la omnipotencia del Dios-Creador, el
ejercicio de la omnipotencia se explica definitivamente mediante el amor.
Dios ha creado porque podía, porque es omnipotente; pero su omnipotencia
estaba guiada por la Sabiduría y movida por el Amor. Esta es obra de la
creación. Y la obra de la redención tiene una elocuencia aún más potente y
nos ofrece una demostración todavía más radical: frente al mal, frente al
pecado de las criaturas permanece el amor como expresión de la omnipotencia.
Sólo el amor omnipotente sabe sacar el bien del mal y la vida nueva del
pecado y de la muerte. 3. El amor
como potencia, que da la vida y que anima, está presente en toda la
Revelación. El Dios vivo, el Dios que da la vida a todos los vivientes es
Aquel de quien nos hablan los Salmos: 'Todos ellos aguardan a que les eches
comida a su tiempo; se la echas y la atrapan, abres tu mano, y se sacian de
bienes; escondes tu rostro, y se espantan, les retiras el aliento, y
expiran, y vuelven a ser polvo' (Sal 103, 27-29). La imagen está tomada del
seno mismo de la creación. Y si este cuadro tiene rasgos antropomórficos
(como muchos textos de la Sagrada Escritura), este antropomorfismo posee una
motivación bíblica: dado que el hombre es creado a imagen y semejanza de
Dios, hay una razón para hablar de Dios 'a imagen y semejanza' del hombre.
Por otra parte, este antropomorfismo no ofusca la transcendencia de Dios:
Dios no queda reducido a dimensiones de hombre. Se conservan todas las
reglas de la analogía y del lenguaje analógico, así como las de la analogía
de la fe. 4. En la
Alianza Dios se da a conocer a los hombres, ante todo a los del Pueblo
elegido por El. Siguiendo una pedagogía progresiva, el Dios de la Alianza
manifiesta las propiedades de su ser, las que suelen llamarse atributos.
Estos son ante todo atributos de orden moral, en los cuales se revela
gradualmente el Dios-Amor. Efectivamente, si Dios se revela -sobre todo en
la alianza del Sinaí- como Legislador, Fuente suprema de la Ley, esta
autoridad legislativa encuentra su plena expresión y confirmación en los
atributos de la actuación divina que la Sagrada Escritura nos hace
reconocer. Los
manifiestan los libros inspirados del Antiguo Testamento. Así, por ejemplo,
leemos en el libro de la Sabiduría: 'Porque tu poder es el principio de la
justicia y tu poder soberano te autoriza para perdonar a todos. Tú, Señor de
la fuerza, juzgas con benignidad y con mucha indulgencia nos gobiernas, pues
cuando quieres tienes el poder en la mano' (12, 16.18). Y también:
'El poder de tu majestad ¿Quién lo contará, y quién podrá enumerar sus
misericordias' (Sir 18, 4). Los escritos
del Antiguo Testamento ponen de relieve la justicia de Dios, pero también su
clemencia y misericordia. Subrayan
especialmente la fidelidad de Dios a la alianza, que es un aspecto de su
'inmutabilidad' (Cfr., p.ej., Sal 110, 7-9; Is 65, 1-2, 16-19). Si hablan de
la cólera de Dios, ésta es siempre la justa cólera de un Dios que, además,
es 'lento a la ira y rico en piedad' (Sal 144, 8). Si, finalmente siempre en
la mencionada concepción antropomórfica, ponen de relieve los 'celos' del
Dios de la Alianza hacia su pueblo, lo presentan siempre como un atributo
del amor: 'el celo del Señor de los ejércitos' (Is 9, 7). Ya hemos
dicho anteriormente que los atributos de Dios no se distinguen de su
Esencia; por eso, sería más correcto hablar no tanto del Dios justo, fiel,
clemente, cuanto del Dios que es justicia, fidelidad, clemencia,
misericordia, lo mismo que San Juan escribió que 'Dios es amor' (1 Jn 4,
16).5. El Antiguo
Testamento prepara a la revelación definitiva de Dios como Amor con
abundancia de textos inspirados. En uno de ellos leemos: 'Tienes piedad de
todos, porque todo lo puedes. Pues amas todo cuanto existe y nada aborreces
de lo que has hecho; pues si hubieses odiado alguna cosa, no la habrías
formado. ¿Y cómo podría subsistir nada si Tú no quisieras?. Pero a todos
perdonas, porque son tuyos, Señor amigo de la vida' (Sab 11, 23-26). ¿Acaso no
puede decirse que en estas palabras del libro de la Sabiduría, a través del
'Ser' creador de Dios, se transparenta ya con toda claridad Dios-Amor
(Amor-Caritas)?. Pero veamos
otros textos, como el del libro de Jonás: "Sabía que Tú eres Dios clemente y
misericordioso, tardo a la ira, de gran piedad, y que te arrepientes de
hacer el mal' (Jon 4, 2). O también el
Salmo 144: 'El Señor es clemente y misericordioso, lento ala cólera y rico
en piedad; el Señor es bueno con todos, es cariñoso con sus criaturas' (Sal
144, 8-9). Cuanto más
nos adentramos en la lectura de los escritos de los Profetas Mayores, tanto
más se nos descubre el rostro de Dios-Amor. He aquí cómo habla el Señor por
boca de Jeremías a Israel: 'Con amor eterno te amo, por eso te he mantenido
con fervor (hesed) (Jer 31, 3). Y he aquí
las palabras de Isaías: 'Sión de Cía: el Señor me ha abandonado, y mi Señor
se ha olvidado de mí. Puede acaso una mujer olvidarse de su niño, no
compadecerse del hijo de sus entrañas?. Aunque ellas se olvidaran, yo no te
olvidaría' (Is 49, 14-15). Qué significativa es en las palabras de Dios esta
referencia al amor materno: la misericordia de Dios, además de a través de
la paternidad, se hace conocer también por medio de la ternura inigualable
de la maternidad. Dice Isaías: 'Que se retiren los montes, que tiemblen los
collados, no se apartará de ti mi amor, ni mi alianza de paz vacilará, dice
el Señor que se apiada de ti' (Is 54, 10). 6. Esta
maravillosa preparación desarrollada por Dios en la historia de la Antigua
Alianza, especialmente por medio de los Profetas, esperaba el cumplimiento
definitivo. Y la palabra definitiva del Dios-Amor vino con Cristo. Esta
palabra no se pronunció solamente sino que fue vivida en el misterio pascual
de la cruz y de la resurrección. Lo anuncia el Apóstol: 'Dios, que es rico
en misericordia, por el gran amor con que nos amó, y estando nosotros
muertos por nuestros delitos, nos dio vida por Cristo: de gracia habéis sido
salvados' (Ef 2, 4-5).
Verdaderamente podemos dar plenitud a nuestra profesión de fe en 'Dios Padre
omnipotente, creador del cielo y de la tierra' con la estupenda definición
de San Juan 'Dios es amor' (1 Jn 4, 16).
Pruebas de
la existencia de Dios
Dios,
espíritu infinitamente perfecto