OCTOGESIMA ADVENIENS: Encíclica del Papa Paulo VI con ocasión del 80 aniversario de Rerum Novarum
CARTA APOSTÓLICA
OCTOGESIMA ADVENIENS
DE SU SANTIDAD EL PAPA
PABLO VI
AL SEÑOR CARDENAL MAURICIO ROY,
PRESIDENTE DEL CONSEJO PARA LOS SEGLARES
Y DE LA COMISIÓN PONTIFICIA «JUSTICIA Y PAZ»
EN OCASIÓN DEL LXXX ANIVERSARIO
DE LA ENCÍCLICA «RERUM
NOVARUM»
Vaticano, 14 de mayo de 1971
Señor Cardenal:
1. El LXXX aniversario de la publicación de la encíclica Rerum novarum, cuyo
mensaje sigue inspirando la acción en favor de la justicia social, nos anima
a continuar y ampliar las enseñanzas de nuestros predecesores para dar
respuesta a las necesidades nuevas de un mundo en transformación. La
Iglesia, en efecto, camina unida a la humanidad y se solidariza con su
suerte en el seno de la historia. Anunciando la Buena Nueva de amor de Dios
y de la salvación en Cristo a los hombres y mujeres, les ilumina en sus
actividades a la luz del Evangelio y les ayuda de ese modo a corresponder al
designio de amor de Dios y a realizar la plenitud de sus aspiraciones.
Llamamiento universal a una mayor justicia
2. Nos vemos con confianza como el Espíritu del Señor continúa su obra en el
corazón de la humanidad y congrega por todas partes comunidades cristianas
conscientes de su responsabilidad en la sociedad. En todos los continentes,
entre todas las razas, naciones, culturas, en todas las condiciones, el
Señor sigue suscitando auténticos apóstoles del Evangelio.
Nos hemos tenido la dicha de encontrarlos, admirarlos y alentarlos durante
nuestros recientes viajes. Nos hemos acercado a las muchedumbres y escuchado
sus llamamientos, gritos de preocupación y de esperanza a la vez. En estas
circunstancias, hemos podido ver con nuevo relieve los graves problemas de
nuestro tiempo, particulares ciertamente en cada región, pero de todas
maneras comunes a una humanidad que se pregunta sobre su futuro, sobre la
orientación y el significado de los cambios en curso. Siguen existiendo
diferencias flagrantes en el desarrollo económico, cultural y político de
las naciones: al lado de regiones altamente industrializadas, hay otras que
están todavía en estadio agrario; al lado de países que conocen el
bienestar, otros luchan contra el hambre; al lado de pueblos de alto nivel
cultural, otros siguen esforzándose por eliminar el analfabetismo. Por todas
partes se aspira una justicia mayor, se desea una paz mejor asegurada en un
ambiente de respeto mutuo entre las personas y entre los pueblos.
La diversidad de situaciones de los cristianos en el mundo
3. Ciertamente, son muy diversas las situaciones en las cuales, de buena
gana o por fuerza, se encuentran comprometidos los cristianos, según las
regiones, los sistemas socio-políticos y las culturas. En unos sitios se
hallan reducidos al silencio, considerados como sospechosos y tenidos, por
así decirlo, al margen de la sociedad, encuadrados sin libertad en un
sistema totalitario. En otros son una débil minoría, cuya voz difícilmente
se hace sentir. Incluso en naciones donde a la Iglesia se le reconoce su
puesto, a veces de manera oficial, ella misma se ve sometida a los embates
de la crisis que estremece la sociedad, y algunos de sus miembros se sienten
tentados por soluciones radicales y violentas de las que creen poder esperar
resultados mas felices. Mientras que unos, inconscientes de las injusticias
actuales, se esfuerzan por mantener la situación establecida, otros se dejan
seducir por ideologías revolucionarias, que les promete, con espejismo
ilusorio, un mundo definitivamente mejor.
4. Frente a situaciones tan diversas, nos es difícil pronunciar una palabra
única como también proponer una solución con valor universal. No es este
nuestro propósito ni tampoco nuestra misión. Incumbe a las comunidades
cristianas analizar con objetividad la situación propia de su país,
esclarecerla mediante la luz de la palabra inalterable del Evangelio,
deducir principios de reflexión, normas de juicio y directrices de acción
según las enseñanzas sociales de la Iglesia tal como han sido elaboradas a
lo largo de la historia especialmente en esta era industrial, a partir de la
fecha histórica del mensaje de León XIII sobre la condición de los obreros,
del cual Nos tenemos el honor y el gozo de celebrar hoy el aniversario.
A estas comunidades cristianas toca discernir, con la ayuda del Espíritu
Santo, en comunión con los obispos responsables, en diálogo con los demás
hermanos cristianos y todos los hombres y mujeres de buena voluntad, las
opciones y los compromisos que conviene asumir para realizar las
transformaciones sociales, políticas y económicas que se consideren de
urgente necesidad en cada caso.
En este esfuerzo por promover tales transformaciones, los cristianos
deberían, en primer lugar, renovar su confianza en la fuerza y en la
originalidad de las exigencias evangélicas. El Evangelio no ha quedado
superado por el hecho de haber sido anunciado, escrito y vivido en un
contexto sociocultural diferente. Su inspiración, enriquecida por la
experiencia viviente de la tradición cristiana a lo largo de los siglos,
permanece siempre nueva en orden a la conversión de la humanidad y al
progreso de la vida en sociedad, sin que por ello se le deba utilizar en
provecho de opciones temporales particulares, olvidando su mensaje universal
y eterno (1).
El mensaje específico de la Iglesia
5. En medio de las perturbaciones e incertidumbres de la hora presente, la
Iglesia tiene un mensaje específico que proclamar, tiene que prestar apoyo a
los hombres y mujeres en sus esfuerzos por tomar en sus manos y orientar su
futuro. Desde la época en que la Rerum novarum denunciaba clara y
categóricamente el escándalo de la situación de los obreros dentro de la
naciente sociedad industrial, la evolución histórica ha hecho tomar
conciencia, como lo testimoniaban ya la Quadragesimo anno (2) y la Mater et
magistra (3), de otras dimensiones y de otras aplicaciones de la justicia
social.
El reciente Concilio ecuménico ha tratado, por su parte, de ponerlas de
manifiesto, particularmente en la constitución pastoral Gaudium et spes. Nos
mismo hemos continuado ya estas orientaciones con nuestra encíclica
Populorum progressio: «Hoy el hecho de mayor importancia, decíamos, del que
cada uno debe tomar conciencia, es que la cuestión social ha adquirido
proporciones mundiales» (4). «Una renovada toma de conciencia de las
exigencias del mensaje evangélico impone a la Iglesia el deber de ponerse al
servicio de los seres humanos para ayudarles a comprender todas las
dimensiones de este grave problema y para convencerles de la urgencia de una
acción solidaria en este viraje de la historia de la humanidad» (5). Este
deber, del que Nos tenemos viva conciencia, nos obliga hoy a proponer
algunas reflexiones y sugerencias, promovidas por la amplitud de los
problemas planteados al mundo contemporáneo.
6. Corresponderá, por otra parte, al próximo Sínodo de los obispos estudiar
más de cerca y analizar profundamente la misión de la Iglesia ante los
graves problemas que plantea hoy la justicia en el mundo. El aniversario de
la Rerum novarum nos ofrece hoy la ocasión, señor cardenal, de confiar
nuestras inquietudes y nuestro pensamiento ante este problema a usted en su
calidad de presidente de la Comisión «Justicia y Paz» y del Consejo para los
Seglares. Queremos así alentar a estos organismos de la Santa Sede en su
acción eclesial al servicio de toda la humanidad.
Amplitud de los cambios actuales
7. Al hacerlo queremos, sin olvidar por ello los constantes problemas ya
abordados por nuestros predecesores, atraer la atención sobre algunas
cuestiones que por su urgencia, su amplitud, su complejidad, deben estar en
el centro de las preocupaciones de los cristianos en los años venideros, con
el fin de que, en unión con las demás personas, se esfuercen por resolver
las nuevas dificultades que ponen en juego el futuro mismo de hombres y
mujeres. Es necesario situar los problemas sociales planteados por la
economía moderna —condiciones humanas de la producción, equidad en el
comercio y en la distribución de las riquezas, significación e importancia
de las crecientes necesidades del consumo, participación en las
responsabilidades? dentro de un contexto más amplio de civilización nueva.
En los cambios actuales tan profundos y tan rápidos, la persona humana se
descubre a diario de nuevo y se pregunta por el sentido de su propio ser y
de su supervivencia colectiva. Vacilando sobre si debe o no aceptar las
lecciones de un pasado que considera superado y demasiado diferente, tiene,
sin embargo, necesidad de esclarecer su futuro ?futuro que la persona
percibe tan incierto como inestable? por medio de verdades permanentes,
eternas, que le rebasan ciertamente, pero cuyas huellas puede, si quiere
realmente, encontrar por sí misma (6).
I. Nuevos Problemas Sociales
La urbanización
8. Un fenómeno de gran importancia atrae nuestra atención, tanto en los
países industrializados como en las naciones en vías de desarrollo: la
urbanización. Tras un largo período de siglos, la civilización agraria se
esta debilitando. Por otra parte, ¿se presta suficiente atención al
acondicionamiento y mejora de la vida de la gente rural, cuya condición
económica inferior, y hasta miserable a veces, provoca el éxodo hacia los
tristes amontonamientos de los suburbios, donde no les espera ni empleo ni
alojamiento?
Este éxodo rural permanente, el crecimiento industrial, el aumento
demográfico continuo, el atractivo de los centros urbanos, provocan
concentraciones de población cuya amplitud apenas se puede imaginar, puesto
que ya se habla de megápolis que agrupan varias decenas de millones de
habitantes. Ciertamente, existen ciudades cuya dimensión asegura un mejor
equilibrio de la población. Susceptibles de ofrecer un empleo a aquellos a
quienes el progreso de la agricultura habrá dejado disponibles, permiten un
acondicionamiento del ambiente humano capaz de evitar la proliferación del
proletariado y el amontonamiento de las grandes aglomeraciones.
9. El crecimiento desmedido de estas ciudades acompaña a la expansión
industrial, pero sin confundirse con ella. Basada en la investigación
tecnológica y en la transformación de la naturaleza, la industrialización
prosigue sin cesar su camino, dando prueba de una incesante creatividad.
Mientras unas empresas se desarrollan y se concentran, otras mueren o se
trasladan, creando nuevos problemas sociales: paro profesional o regional,
cambios de empleo y movilidad de personas, adaptación permanente de los
trabajadores, disparidad de condiciones en los diversos ramos industriales.
Una competencia desmedida, utilizando los medios modernos de la publicidad,
lanza continuamente nuevos productos y trata de atraer al consumidor,
mientras las viejas instalaciones industriales todavía en funcionamiento van
haciéndose inútiles. Mientras amplísimos estratos de la población no pueden
satisfacer sus necesidades primarias, se intenta crear necesidades de lo
superfluo. Se puede uno preguntar, por tanto, con todo derecho, si, a pesar
de todas sus conquistas, el ser humano no está volviendo contra sí mismo los
frutos de su actividad. Después de haberse asegurado un dominio necesario
sobre la naturaleza (7), ¿no se esté convirtiendo ahora en esclavo de los
objetos que fabrica?
Los cristianos en la ciudad
10. El surgir de la civilización urbana que acompaña al incremento de la
civilización industrial, ¿no es, en realidad, un verdadero desafío lanzado a
la sabiduría de la persona, a su capacidad de organización, a su imaginación
prospectiva? En el seno de la sociedad industrial, la urbanización trastorna
los modos de vida y las estructuras habituales de la existencia: la familiar
la vecindad, el marco mismo de la comunidad cristiana. La humanidad
experimenta una nueva soledad, no ya de cara a una naturaleza hostil que le
ha costado siglos dominar, sino en medio de una muchedumbre anónima que le
rodea y dentro de la cual se siente como extraña. Etapa sin duda
irreversible en el desarrollo de las sociedades humanas, la urbanización
plantea a hombres y mujeres difíciles problemas: ¿cómo frenar su
crecimiento, regular su organización, suscitar el entusiasmo ciudadano por
el bien de todos? En este crecimiento desordenado nacen nuevos
proletariados. Se instalan en el centro de las ciudades que los ricos a
veces abandonan; acampan en los suburbios, cinturón de miseria que llega a
asediar, mediante una protesta silenciosa, todo el lujo demasiado estridente
de las ciudades del consumo y del despilfarro. En lugar de favorecer el
encuentro fraternal y la ayuda mutua, la ciudad desarrolla las
discriminaciones y también las indiferencias; se presta a nuevas formas de
explotación y de dominio, de las que algunos, especulando con las
necesidades de los demás, sacan ganancias inadmisibles. Detrás de las
fachadas se esconden muchas miserias, ignoradas aún por los vecinos más
cercanos; otras aparecen allí donde la dignidad de la persona humana
zozobra: delincuencia, criminalidad, droga, erotismo.
11. Son, en efecto, los más débiles las víctimas de las condiciones de vida
inhumana, degradantes para las conciencias y dañosas para la institución
familiar: la promiscuidad de las viviendas populares hace imposible un
mínimo de intimidad; los matrimonios jóvenes, en la vana espera de una
vivienda decente y a un precio asequible, se desmoralizan y hasta su misma
unidad puede quedar comprometida; los jóvenes abandonan un hogar demasiado
reducido y buscan en la calle compensaciones y compañías incontrolables. Es
un deber grave de los responsables tratar de dominar y orientar este
proceso.
Urge reconstruir, a escala de calle, de barrio o de gran conjunto, el tejido
social, dentro del cual hombres y mujeres puedan dar satisfacción a las
exigencias justas de su personalidad. Hay que crear o fomentar centros de
interés y de cultura a nivel de comunidades y de parroquias, en sus diversas
formas de asociación, círculos recreativos, lugares de reunión, encuentros
espirituales, comunitarios, donde, escapando al aislamiento de las
multitudes modernas cada uno podrá crearse nuevamente relaciones
fraternales.
12. Construir la ciudad lugar de existencia de las personas y de sus
extensas comunidades, crear nuevos modos de proximidad y de relaciones,
percibir una aplicación original de la justicia social, tomar a cargo este
futuro colectivo que se anuncia difícil, es una tarea en la cual deben
participar los cristianos. A estos seres humanos amontonados en una
promiscuidad urbana que se hace intolerable, hay que darles un mensaje de
esperanza por medio de la fraternidad vivida y de la justicia concreta. Los
cristianos, conscientes de esta responsabilidad nueva, no deben perder el
ánimo en la inmensidad amorfa de la ciudad, sino que deben acordarse de
Jonás, quien por mucho tiempo recorre Nínive, la gran ciudad, anunciar en
ella la Buena Nueva de la misericordia divina, sostenido en su debilidad por
la sola fuerza de la palabra de Dios todopoderoso. En la Biblia, la ciudad
es frecuentemente, en efecto, el lugar del pecado y del orgullo; orgullo del
ser humano que se siente suficientemente seguro para construir su vida sin
Dios y también para afirmar su poder contra Dios. Pero existe también
Jerusalén, la ciudad santa, el lugar de encuentro con Dios, la promesa de la
ciudad que viene de lo alto (8).
Los jóvenes
13. La transformación de la vida urbana provocada por la industrialización
pone al descubierto, por otra parte, problemas hasta ahora poco conocidos.
¿Qué puesto corresponderá, por ejemplo, a los jóvenes y a la mujer en la
sociedad que está surgiendo?
Por todas partes se presenta difícil el diálogo entre una juventud portadora
de aspiraciones, de renovación y también de inseguridad ante el futuro, y
las generaciones adultas. ¿Quién no ve que hay una fuente de graves
conflictos, de rupturas y de abandonos, incluso en el seno de la familia, y
un problema planteado sobre las formas de autoridad, la educación de la
libertad, la transmisión de los valores y de las creencias, que toca a las
raíces más profundas de la sociedad?
El puesto de la mujer
Asimismo, en muchos países, una legislación sobre la mujer que haga cesar
esa discriminación efectiva y establezca relaciones de igualdad de derechos
y de respeto a su dignidad, es objeto de investigaciones y a veces de vivas
reivindicaciones. Nos no hablamos de esa falsa igualdad que negaría las
distinciones establecidas por el mismo Creador, y que estaría en
contradicción con la función específica, tan capital, de la mujer en el
corazón del hogar y en el seno de la sociedad. La evolución de las
legislaciones debe, por el contrario, orientarse en el sentido de proteger
la vocación propia de la mujer, y al mismo tiempo reconocer su independencia
en cuanto persona y la igualdad de sus derechos a participar en la vida
económica, social, cultural y política.
Los trabajadores
14. La Iglesia lo ha vuelto a afirmar solemnemente en el último Concilio:
«La persona humana es y debe ser el principio, el sujeto y el fin de todas
las instituciones» (9). Toda persona tiene derecho al trabajo, a la
posibilidad de desarrollar sus cualidades y su personalidad en el ejercicio
de su profesión, a una remuneración equitativa que le permita a esta persona
y a su familia «llevar una vida digna en el plano material, cultural y
espiritual» (10), a la asistencia en caso de necesidad por razón de
enfermedad o de edad.
Si para la defensa de estos derechos las sociedades democráticas aceptan el
principio de la organización sindical, sin embargo, no se hallan siempre
dispuestas a su ejercicio. Se debe admitir la función importante de los
sindicatos: tienen por objeto la representación de las diversas categorías
de trabajadores, su legítima colaboración en el progreso económico de la
sociedad, el desarrollo del sentido de sus responsabilidades para la
realización del bien común. Su acción no está, con todo, exenta de
dificultades; puede sobrevenir, aquí o allá, la tentación de aprovechar una
posición de fuerza para imponer, sobre todo por la huelga ?cuyo derecho como
medio último de defensa queda ciertamente reconocido?, condiciones demasiado
gravosas para el conjunto de la economía o del cuerpo social, o para tratar
de obtener reivindicaciones de orden directamente político. Cuando se trata
en particular de los servicios públicos, necesarios a la vida diaria de toda
una comunidad, se deberá saber medir los límites, más allá de los cuales los
perjuicios causados son absolutamente reprobables.
Las victimas de los cambios
15. En resumen, se han hecho ya algunos progresos para introducir, en el
seno de las relaciones humanas, más justicia y mayor participación en las
responsabilidades. Pero en este inmenso campo queda todavía mucho por hacer.
Es necesario, por ello, proseguir la reflexión, la búsqueda y la
experimentación, para que no se retrasen las soluciones referentes a las
legítimas aspiraciones de los trabajadores, aspiraciones que se van
afirmando a medida que se desarrollan su formación, la conciencia de su
dignidad, el vigor de sus organizaciones.
El egoísmo y el afán de dominar al prójimo son tentaciones permanentes del
ser humano. Se hace por ello necesario un discernimiento, cada vez más
afinado, de la realidad para poder conocer desde su mismo origen las
situaciones de injusticia e instaurar progresivamente una justicia siempre
menos imperfecta. En el cambio industrial, que reclama una rápida y
constante adaptación, los que se van a ver más dañados serán los más
numerosos y los menos favorecidos para hacer oír su voz.
La atención de la Iglesia se dirige hacia estos nuevos «pobres» ?los
minusválidos, los inadaptados, los ancianos, los marginados de diverso
origen?, para conocerlos, ayudarlos, defender su puesto y su dignidad en una
sociedad endurecida por la competencia y el aliciente del éxito.
Las discriminaciones
16. Entre el número de las víctimas de situaciones de injusticia ?aunque el
fenómeno no sea por desgracia nuevo? hay que contar a aquellos que son
objeto de discriminaciones, de derecho o de hecho, por razón de su raza, su
origen, su color, su cultura, su sexo o su religión.
La discriminación racial reviste en estos momentos un carácter de mayor
actualidad por las tensiones que crea tanto en el interior de algunos países
como en el plano internacional. Con razón, las personas consideran
injustificable y rechazan como inadmisible la tendencia a mantener o
introducir una legislación o prácticas inspiradas sistemáticamente por
prejuicios racistas; los miembros de la humanidad participan de la misma
naturaleza, y, por consiguiente, de la misma dignidad, con los mismos
derechos y los mismos deberes fundamentales, así como del mismo destino
sobrenatural. En el seno de una patria común, todos deben ser iguales ante
la ley, tener guales posibilidades en la vida económica, cultural, cívica o
social y beneficiarse de una equitativa distribución de la riqueza nacional.
Derecho a la emigración
17. Nos pensamos también en la precaria situación de un gran número de
trabajadores emigrados, cuya condición de extranjeros hace tanto más
difícil, por su parte, toda reivindicación social, no obstante su real
participación en el esfuerzo económico del país que los recibe. Es urgente
que se sepa superar, con relación a ellos, una actitud estrictamente
nacionalista, con el fin de crear en su favor una legislación que reconozca
el derecho a la emigración, favorezca su integración, facilite su promoción
profesional y les permita el acceso a un alojamiento decente, adonde pueda
venir, si es posible, su familia (11).
Tienen relación con esta categoría las poblaciones que, por encontrar un
trabajo, librarse de un catástrofe o de un clima hostil, abandonan sus
regiones y se encuentran desarraigadas entre las demás.
Es deber de todos ?y especialmente de los cristianos (12)? trabajar con
energía para instaurar la fraternidad universal, base indispensable de una
justicia auténtica y condición de una paz duradera: «No podemos invocar a
Dios, Padre de todos, si nos negamos a conducirnos fraternalmente con
algunos hombres, creados a imagen de Dios. La relación del hombre para con
Dios Padre y la relación del hombre para con los hombres sus hermanos están
de tal forma unidas, que, como dice la Escritura, el que no ama, no conoce a
Dios (1 Jn 4,8)» (13).
Crear puestos de trabajo
18. Con el crecimiento demográfico, sobre todo en las naciones jóvenes, el
número quienes no llegan a encontrar trabajo y se ven reducidos a la miseria
o al parasitismo irá aumentando en los próximos años, a no ser que un
estremecimiento de la conciencia humana provoque un movimiento general de
solidaridad por una política eficaz de inversiones, de organización de la
producción y de los mercados, así como de la formación adecuada. Conocemos
la atención que se está dando a estos problemas dentro de los organismos
internacionales, y Nos deseamos vivamente que sus miembros no tarden en
hacer corresponder sus actos a sus declaraciones.
Es inquietante comprobar en este campo una especie de fatalismo que se
apodera incluso de los responsables. Este sentimiento conduce a veces a las
soluciones maltusianas aguijoneadas por la propaganda activa en favor de la
anticoncepción y del aborto. En esta situación crítica hay que afirmar, por
el contrario, que la familia, sin la cual ninguna sociedad puede subsistir,
tiene derecho a la asistencia que le asegure las condiciones de una sana
expansión. «Es cierto, decíamos en nuestra encíclica Populorum progressio,
que los poderes públicos pueden intervenir dentro de los límites de su
competencia, desarrollando una información apropiada y tomando medidas
adecuadas, con tal que sean conformes a las exigencias de la ley moral y
respeten la justa libertad de la pareja humana. Sin el derecho inalienable
al matrimonio y a la procreación, no existe ya dignidad humana» (14).
19. Jamás en cualquier otra época había sido tan explícito el llamamiento a
la imaginación social. Es necesario consagrar a ella esfuerzos de invención
y de capitales tan importantes como los invertidos en armamentos o para las
conquistas tecnológicas. Si la humanidad se deja desbordar y no prevé a
tiempo la emergencia de los nuevos problemas sociales, éstos se harán
demasiado graves como para que se pueda esperar una solución pacífica.
Los medios de comunicación social
20. Entre los cambios más importantes de nuestro tiempo debemos subrayar la
función creciente que van asumiendo los medios de comunicación social y su
influencia en la transformación de las mentalidades, de los conocimientos,
de las organizaciones y de la misma sociedad. Ciertamente, tienen muchos
aspectos positivos; gracias a ellos, las informaciones del mundo entero nos
llegan casi instantáneamente, creando un contacto, por encima de las
distancias, y elementos de unidad, entre todos los pueblos y personas; con
lo cual se hace posible una difusión más amplia de la información y de la
cultura. Sin embargo, estos medios de comunicación social, debido a su misma
eficacia llegan a representar como un nuevo poder. ¿Cómo no plantearse, por
tanto, la pregunta sobre los detentadores reales de este poder, sobre los
fines que persiguen y los medios que ponen en práctica, sobre la repercusión
de su acción en cuanto al ejercicio de las libertades individuales, tanto en
los campos político e ideológico como en la vida social, económica y
cultural? Los hombres en cuyas manos está este poder tienen una grave
responsabilidad moral en relación con la verdad de las informaciones que
deben difundir, en relación a las necesidades y con las reacciones que hacen
nacer, en relación con los valores que proponen. Más aún, con la televisión,
es un modo original de conocimiento y una nueva civilización los que están
naciendo: los de la imagen.
Naturalmente, los poderes públicos no pueden ignorar la creciente potencia e
influjo de los medios de comunicación social, así como las ventajas o
riesgos que su uso lleva consigo para la comunidad civil y para su
desarrollo y perfeccionamiento real. Ellos, por tanto, están llamados a
ejercer su propia función positiva para el bien común, alentando toda
expresión constructiva, apoyando a cada ciudadano o ciudadana y a los grupos
en la defensa de los valores fundamentales de la persona y de la convivencia
humana; actuando también de manera que eviten oportunamente la difusión de
cuanto menoscabe el patrimonio común de valores, sobre el cual se funda el
ordenado progreso civil (15).
El medio ambiente
21. Mientras el horizonte de hombres y mujeres se va así modificando,
partiendo de las imágenes que para ellos se seleccionan, se hace sentir otra
transformación, consecuencia tan dramática como inesperada de la actividad
humana. Bruscamente, la persona adquiere conciencia de ella; debido a una
explotación inconsiderada de la naturaleza, corre el riesgo de destruirla y
de ser a su vez víctima de esta degradación. No sólo el ambiente físico
constituye una amenaza permanente: contaminaciones y desechos, nuevas
enfermedades, poder destructor absoluto; es el propio consorcio humano el
que la persona no domina ya, creando de esta manera para el mañana un
ambiente que podría resultarle intolerable. Problema social de envergadura
que incumbe a la familia humana toda entera.
Hacia otros aspectos nuevos es hacia donde tiene que volverse el hombre o la
mujer cristiana para hacerse responsable, en unión con las demás personas,
de un destino en realidad ya común.
II. Aspiraciones Fundamentales y Corrientes Ideológicas
22. Al mismo tiempo que el progreso científico y técnico continúa
transformando el marco territorial de la humanidad, sus modos de
conocimiento, de trabajo, de consumo y de relaciones, se manifiesta siempre
en estos contextos nuevos una doble aspiración más viva a medida que se
desarrolla su información y su educación: aspiración a la igualdad,
aspiración a la participación; formas ambas de la dignidad de la persona
humana y de su libertad.
Ventajas y limites de los reconocimientos jurídicos
23. Para inscribir en los hechos y en las estructuras esta doble aspiración,
se han hecho progresos en la definición de los derechos humanos y en la
firma de acuerdos internacionales que den realidad a tales derechos (16).
Sin embargo, las injustas discriminaciones?étnicas, culturales, religiosas,
políticas? renacen siempre. Efectivamente, los derechos humanos permanecen
todavía con frecuencia desconocidos, si no burlados, o su observancia es
puramente formal. En muchos casos, la legislación va atrasada respecto a las
situaciones reales. Siendo necesaria, es todavía insuficiente para
establecer verdaderas relaciones de justicia e igualdad. El Evangelio, al
enseñarnos la caridad, nos inculca el respeto privilegiado a los pobres y su
situación particular en la sociedad: los más favorecidos deben renunciar a
algunos de sus derechos para poner con mayor liberalidad sus bienes al
servicio de los demás. Efectivamente, si más allá de las reglas jurídicas
falta un sentido más profundo de respeto y de servicio al prójimo, incluso
la igualdad ante la ley podrá servir de coartada a discriminaciones
flagrantes, a explotaciones constantes, a un engaño efectivo. Sin una
educación renovada de la solidaridad, la afirmación excesiva de la igualdad
puede dar lugar a un individualismo donde cada cual reivindique sus derechos
sin querer hacerse responsable del bien común.
¿Quién no ve en este campo la aportación capital del espíritu cristiano, que
va, por otra parte, al encuentro de las aspiraciones del ser humano a ser
amado? «El amor del hombre, primer valor del orden terreno», asegura las
condiciones de la paz, tanto social como internacional, al afirmar nuestra
fraternidad universal (17).
La sociedad política
24. La doble aspiración hacia la igualdad y la participación trata de
promover un tipo de sociedad democrática. Diversos modelos han sido
propuestos; algunos de ellos han sido ya experimentados; ninguno satisface
completamente, y la búsqueda queda abierta entre las tendencias ideológicas
y pragmáticas. Toda persona cristiana tiene la obligación de participar en
esta búsqueda, al igual que en la organización y en la vida políticas. El
hombre y la mujer, seres sociales, construyen su destino a través de una
serie de agrupaciones particulares que requieren, para su perfeccionamiento
y como condición necesaria para su desarrollo, una sociedad más vasta, de
carácter universal, la sociedad política. Toda actividad particular debe
colocarse en esta sociedad ampliada, y adquiere con ello la dimensión del
bien común (18). Esto indica la importancia de la educación para la vida en
sociedad, donde, además de la información sobre los derechos de cada uno,
sea recordado su necesario correlativo: el reconocimiento de los deberes de
cada uno de cara a los demás; el sentido y la práctica del deber están
mutuamente condicionados por el dominio de sí, la aceptación de las
responsabilidades y de los limites puestos al ejercicio de la libertad de la
persona individual o del grupo.
25. La acción política ?¿es necesario subrayar que se trata aquí ante todo
de una acción y no de una ideología?? debe estar apoyada en un proyecto de
sociedad coherente en sus medios concretos y en su aspiración, que se
alimenta de una concepción plenaria de la vocación del ser humano y de sus
diferentes expresiones sociales. No pertenece ni al Estado, ni siquiera a
los partidos políticos que se cerraran sobre sí mismos, el tratar de imponer
una ideología por medios que desembocarían en la dictadura de los espíritus,
la peor de todas. Toca a los grupos establecidos por vínculos culturales y
religiosos dentro de la libertad que a sus miembros corresponde desarrollar
en el cuerpo social, de manera desinteresada y por su propio camino, estas
convicciones últimas sobre la naturaleza, el origen y el fin de la persona
humana y de la sociedad. En este campo conviene recordar el principio
proclamado por el Concilio Vaticano II: «La verdad no se impone más que por
la fuerza de la verdad misma, que penetra el espíritu con tanta dulzura como
potencia» (19).
Ideologías y libertad humana
26. El hombre o la mujer cristiana que quieren vivir su fe en una acción
política concebida como servicio, no pueden adherirse, sin contradecirse a
sí mismos, a sistemas ideológicos que se oponen, radicalmente o en puntos
sustanciales, a su fe y a su concepción de la persona humana. No es lícito,
por tanto, favorecer a la ideología marxista, a su materialismo ateo, a su
dialéctica de violencia y a la manera como ella entiende la libertad
individual dentro de la colectividad, negando al mismo tiempo toda
trascendencia al ser humano y a su historia personal y colectiva. Tampoco
apoya la comunidad cristiana la ideología liberal, que cree exaltar la
libertad individual sustrayéndola a toda limitación, estimulándola con la
búsqueda exclusiva del interés y del poder, y considerando las solidaridades
sociales como consecuencias más o menos automáticas de iniciativas
individuales y no ya como fin y motivo primario del valor de la organización
social.
27. ¿Es necesario subrayar las posibles ambigüedades de toda ideología
social? Unas veces reduce la acción política o social a ser simplemente la
aplicación de una idea abstracta, puramente teórica; otras, es el
pensamiento el que se convierte en puro instrumento al servicio de la
acción, como simple medio para una estrategia. En ambos casos, ¿no es el ser
humano quien corre el riesgo de verse enajenado? La fe cristiana es muy
superior a estas ideologías y queda situada a veces en posición totalmente
contraria a ella, en la medida en que reconoce a Dios, trascendente y
creador, que interpela, a través de todos los niveles de lo creado, a la
humanidad como libertad responsable.
28. Otro peligro consiste en adherirse a una ideología que carezca de un
fundamento científico completo y verdadero y en refugiarse en ella como
explicación última y suficiente de todo, y construirse así un nuevo ídolo,
del cual se acepta, a veces sin darse cuenta, el carácter totalitario y
obligatorio. Y se piensa encontrar en él una justificación para la acción,
aun violenta; una adecuación a un deseo generoso de servicio; éste
permanece, pero se deja absorber por una ideología, la cual ?aunque propone
ciertos caminos para la liberación de hombres y mujeres? desemboca
finalmente en una auténtica esclavitud.
29. Si hoy día se ha podido hablar de un retroceso de las ideologías, esto
puede constituir un momento favorable para la apertura a la trascendencia y
solidez del cristianismo. Puede ser también un deslizamiento más acentuado
hacia un nuevo positivismo: la técnica universalizada como forma dominante
del dinamismo humano, como modo invasor de existir, como lenguaje mismo, sin
que la cuestión de su sentido se plantee realmente.
Los movimientos históricos
30. Pero, fuera de este positivismo, que reduce al ser humano a una sola
dimensión ?importante hoy día? y que con ella lo mutila, la persona
cristiana encuentra en su acción movimientos históricos concretes nacidos de
las ideologías y, por otra parte, distintos de ellas. Ya nuestro venerado
predecesor Juan XXIII en la Pacem in terris muestra que es posible hacer
distinción: «No se pueden identificar ?escribe? las teorías filosóficas
falsas sobre la naturaleza, el origen y la finalidad del mundo y del hombre
con los movimientos históricos fundados en una finalidad económica, social,
cultural o política aunque estos últimos deban su origen y se inspiren
todavía en esas teorías. Las doctrinas, una vez fijadas y formuladas, no
cambian más, mientras que los movimientos que tienen por objeto condiciones
concretes y mudables de la vida, no pueden menos de ser ampliamente
influenciados por esta evolución.
Por lo demás, en la medida en que estos movimientos van de acuerdo con los
sanos principios de la razón y responden a las justas aspiraciones de la
persona humana, ¿quién rehusaría reconocer en ellos elementos positivos y
dignos de aprobación?» (20).
El atractivo de las corrientes socialistas
31. Hoy día, los grupos cristianos se sienten atraídos por las corrientes
socialistas y sus diversas evoluciones. Tratan de reconocer en ellas un
cierto número de aspiraciones que llevan dentro de sí mismos en nombre de su
fe. Se sienten insertos en esta corriente histórica y quieren realizar
dentro de ella una acción. Ahora bien, esta corriente histórica asume
diversas formas bajo un mismo vocablo, según los continentes y las culturas,
aunque ha sido y sigue inspirada en muchos casos por ideologías
incompatibles con la fe. Se impone un atento discernimiento. Porque con
demasiada frecuencia las personas cristianas, atraídas por el socialismo,
tienden a idealizarlo, en términos, por otra parte, muy generosos: voluntad
de justicia, de solidaridad y de igualdad. Rehúsan admitir las presiones de
los movimientos históricos socialistas, que siguen condicionados por su
ideología de origen. Entre las diversas formas de expresión del socialismo,
como son la aspiración generosa y la búsqueda de una sociedad más justa, los
movimientos históricos que tienen una organización y un fin político, una
ideología que pretende dar una visión total y autónoma de la persona humana,
hay que establecer distinciones que guiarán las opciones concretas. Sin
embargo, estas distinciones no deben tender a considerar tales formas como
completamente separadas e independientes. La vinculación concreta que, según
las circunstancias, existe entre ellas, debe ser claramente señalada, y esta
perspicacia permitirá a los grupos cristianos considerar el grado de
compromiso posible en estos caminos, quedando a salvo los valores, en
particular, de la libertad, la responsabilidad y la apertura a lo
espiritual, que garantizan el desarrollo integral de hombres y mujeres.
Evolución histórica del marxismo
32. Otros cristianos se preguntan también si la evolución histórica del
marxismo no permitiría ya ciertos acercamientos concretos. Notan, en efecto,
una cierta desintegración del marxismo, el cual hasta ahora se ha presentado
como una ideología unitaria, explicativa de la totalidad del ser humano y
del mundo en su proceso de desarrollo, y, por tanto, ha sido ateo. Además
del enfrentamiento ideológico que separa oficialmente las diversas
tendencias del marxismo-leninismo en la misma interpretación del pensamiento
de los fundadores, y además de las oposiciones abiertas entre los sistemas
políticos que se manifiestan hoy como derivados de él, algunos establecen
distinciones entre diversos niveles de expresión del marxismo.
33. Para unos, el marxismo sigue siendo esencialmente una práctica activa de
la lucha de clases. Experimentando el vigor siempre presente y la dureza,
que siempre reaparece, de las relaciones de dominio y de explotación entre
los seres humanos, reducen el marxismo a una lucha, a veces sin otra
perspectiva, lucha que hay que proseguir y aun suscitar de manera
permanente. Para otros, el marxismo es en primer lugar el ejercicio
colectivo de un poder político y económico bajo la dirección de un partido
único que se considera ?él solo? expresión y garantía del bien de todos,
arrebatando a los individuos y a los demás grupos toda posibilidad de
iniciativa y de elección. En untercer nivel, el marxismo - esté o no
en al poder - se refiere a una ideología socialista basada en el
materialismo histórico y en la negación de toda trascendencia. Finalmente,
se presenta, según otros, bajo una forma más atenuada, más seductora para el
espíritu moderno: como una actividad científica, como un riguroso método de
examen de la realidad social y política como el vínculo racional y
experimentado por la historia entre el conocimiento teórico y la práctica de
la transformación revolucionaria. A pesar de que este tipo de análisis
concede un valor primordial a algunos aspectos de la realidad, con
detrimento de otros, y los interpreta en función de una ideología
arbitraria, proporciona; sin embargo a algunos, a la vez que un instrumento
de trabajo, una certeza previa para la acción: la pretensión de descifrar,
bajo una forma científica, los resortes de la evolución de la sociedad.
34. Si bien en la doctrina del marxismo, tal como es concretamente vivido,
pueden distinguirse estos diversos aspectos, que se plantean como
interrogantes a los cristianos para la reflexión y para la acción, es sin
duda ilusorio y peligroso olvidar el lazo íntimo que los une radicalmente,
el aceptar los elementos del análisis marxista sin reconocer sus relaciones
con la ideología, el entrar en la práctica de la lucha de clases y de su
interpretación marxista, omitiendo el percibir el tipo de sociedad
totalitaria y violenta a la que conduce este proceso.
La ideología liberal
35. Por otra parte, se asiste a una renovación de la ideología liberal. Esta
corriente se apoya en el argumento de la eficiencia económica, en la
voluntad de defender al individuo contra el dominio cada vez más invasor de
las organizaciones, y también frente a las tendencias totalitarias de los
poderes políticos. Ciertamente hay que mantener y desarrollar la iniciativa
personal. Pero los grupos cristianos que se comprometen en esta línea, ¿no
tienden a su vez a idealizar el liberalismo, que se convierte así en una
proclamación a favor de la libertad? Estos grupos querrían un modelo nuevo,
más adaptado a las condiciones actuales, olvidando fácilmente que en su raíz
misma el liberalismo filosófico es una afirmación errónea de la autonomía
del ser individual en su actividad, sus motivaciones, el ejercicio de su
libertad. Por todo ello, la ideología liberal requiere también, por parte de
cada cristiano o cristiana, un atento discernimiento.
36. En este encuentro con las diversas ideologías renovadas, la comunidad
cristiana debe sacar de las fuentes de su fe y de las enseñanzas de la
Iglesia los principios y las normas oportunas para evitar el dejarse seducir
y después quedar encerrada en un sistema cuyos límites y totalitarismo
corren el riesgo de aparecer ante ella demasiado tarde si no los percibe en
sus raíces. Por encima de todo sistema, sin omitir por ello el compromiso
concreto al servicio de sus hermanos y hermanas, afirmará, en el seno mismo
de sus opciones, lo específico de la aportación cristiana para una
transformación positiva de la sociedad (21).
Renacimiento de las utopías
37. Hoy día, por otra parte, se nota mejor la debilidad de las ideologías a
través de los sistemas concretos en que tratan de realizarse. Socialismo
burocrático, capitalismo tecnocrático, democracia autoritaria, manifiestan
la dificultad de resolver el gran problema humano de vivir todos juntos en
la justicia y en la igualdad.
En efecto, ¿cómo podrían escapar al materialismo, al egoísmo o a las
presiones que fatalmente los acompañan? De aquí la contestación que surge un
poco por todas partes, signo de profundo malestar, mientras se asiste al
renacimiento de lo que se ha convenido en llamar «utopías», las cuales
pretenden resolver el problema político de las sociedades modernas mejor que
las ideologías. Sería peligroso no reconocerlo. La apelación a la utopía es
con frecuencia un cómodo pretexto para quien desea rehuir las tareas
concretas refugiándose en un mundo imaginario. Vivir en un futuro hipotético
es una coartada fácil para deponer responsabilidades inmediatas. Pero, sin
embargo, hay que reconocerlo, esta forma de crítica de la sociedad
establecida provoca con frecuencia la imaginación prospectiva para percibir
a la vez en el presente lo posiblemente ignorado
que se encuentra inscrito en él y para orientar hacia un futuro mejor;
sostiene además la dinámica social por la confianza que da a las fuerzas
inventivas del espíritu y del corazón humano; y, finalmente, si se mantiene
abierto a toda la realidad, puede también encontrar nuevamente el
llamamiento cristiano.
El Espíritu del Señor, que anima al ser humano renovado en Cristo, trastorna
de continuo los horizontes donde con frecuencia la inteligencia humana desea
descansar, movida por el afán de seguridad, y las perspectivas últimas
dentro de las cuales su dinamismo se encerraría de buena gana; una cierta
energía invade totalmente a este ser, impulsándole a trascender todo sistema
y toda ideología. En el corazón del mundo permanece el misterio de la
humanidad, que se descubre hija de Dios en el curso de un proceso histórico
y psicológico donde luchan y se alternan presiones y libertad, opresión del
pecado y soplo del Espíritu.
El dinamismo de la fe cristiana triunfa así sobre los cálculos estrechos del
egoísmo. Animado por el poder del Espíritu de Jesucristo, Salvador de
hombres y mujeres; sostenido por la esperanza, cada persona cristiana se
compromete en la construcción de una ciudad humana, pacífica, justa y
fraterna, que sea una ofrenda agradable a Dios (22). Efectivamente, «la
espera de una tierra nueva no debe amortiguar, sino más bien avivar, la
preocupación de perfeccionar esta tierra, donde crece el cuerpo de la nueva
familia humana, el cual puede de alguna manera anticipar un vislumbre del
siglo nuevo» (23).
Los interrogantes de las ciencias humanas
38. En este mundo, dominado por los cambios científicos y técnicos, que
corren el riesgo de arrastrarlo hacia un nuevo positivismo, se presenta otra
duda, mucho más grave. Después de haber dominado racionalmente la
naturaleza, he aquí que el ser humano se halla como encerrado dentro de su
propia racionalidad; convirtiéndose a su vez en objeto de la ciencia. Las
«ciencias humanas» han tomado hoy día un vuelo significativo. Por una parte
someten a examen crítico y radical los conocimientos admitidos hasta ahora
sobre la humanidad, porque aparecen o demasiado empíricos o demasiado
teóricos. Por otra parte, la necesidad metodológica y los apriorismos
ideológicos las conducen frecuentemente a aislar, a través de las diversas
situaciones, ciertos aspectos de la humanidad y a darles, por ello, una
explicación que pretende ser global o por lo menos una interpretación que
querría ser totalizante desde un punto de vista puramente cuantitativo o
fenomenológico. Esta reducción «científica» lleva consigo una pretensión
peligrosa. Dar así privilegio a tal o cual aspecto del análisis es mutilar a
hombres y mujeres y, bajo las apariencias de un proceso científico, hacerse
incapaz de comprenderles en su totalidad.
39. No hay que prestar menos atención a la acción que las «ciencias humanas»
pueden suscitar al dar origen a la elaboración de modelos sociales que se
impondrían después como tipos de conducta científicamente probados. La
persona puede convertirse entonces en objeto de manipulaciones que le
orienten en sus deseos y necesidades y modifiquen sus comportamientos y
hasta su sistema de valores. Nadie duda que ello encierra un grave peligro
para las sociedades de mañana y para la persona misma. Pues si todos se
ponen de acuerdo para construir una sociedad nueva al servicio de la
persona, es necesario saber de antemano qué concepto se tiene de la
humanidad.
40. La desconfianza frente a las ciencias humanas afecta a cristianos y
cristianas más que a los demás, pero no les encuentra impreparados. Porque
?Nos mismo lo hemos escrito en la Populorum progressio? es en este punto
donde se sitúa a la aportación especifica de la Iglesia a las
civilizaciones: «Tomando parte en las mejores aspiraciones de los hombres y
sufriendo al no verlas satisfechas, la Iglesia desea ayudarles a conseguir
su pleno desarrollo, y esto precisamente porque les propone lo que posee
como propio: una visión global del hombre y de la humanidad» (24). ¿Será
necesario, por tanto, que la Iglesia se oponga a las ciencias humanas en su
adelanto y denuncie sus pretensiones? Como en el caso de las ciencias
naturales, la Iglesia tiene confianza también en estas investigaciones e
invita a cristianos y cristianas a tomar parte activa en ellas (25). Con el
ánimo de la misma exigencia científica y por el deseo de conocer mejor a
hombres y mujeres, pero al mismo tiempo con la iluminación de su fe, cada
persona cristiana entregada a las ciencias humanas entablará un diálogo, que
ya se prevé fructuoso, entre la Iglesia y este nuevo campo de
descubrimientos. En verdad, cada disciplina científica no podrá comprender,
en su particularidad, más que un aspecto parcial, aunque verdadero, de la
humanidad; la totalidad y el sentido se le escapan. Pero, dentro de estos
límites, las ciencias humanas aseguran una función positiva que la Iglesia
reconoce gustosamente. Pueden asimismo ensanchar las perspectivas de la
libertad humana más de lo que lo permiten prever los condicionamientos
conocidos. Podrán también ayudar a la moral social cristiana, la cual verá
sin duda limitarse su campo cuando se trata de proponer ciertos modelos
sociales, mientras que su función de crítica y de superación se reforzará,
mostrando el carácter relativo de los comportamientos y de los valores que
tal sociedad presentaba como definitivos e inherentes a la naturaleza misma
del ser humano. Condición indispensable e insuficiente a la vez para un
mejor descubrimiento de lo humano, estas ciencias constituyen un lenguaje
cada vez más complejo, pero que, más que colmar, dilata el misterio del
corazón humano y no aporta la respuesta completa y definitiva al deseo que
brota de lo más profundo de su ser.
Ambigüedad del progreso
41. Este mayor conocimiento de lo humano permite criticar mejor y aclarar
una noción fundamental que está en la base de las sociedades modernas, al
mismo tiempo como móvil, como medida y como objeto: el progreso. A partir
del siglo XIX, las sociedades occidentales y otras muchas al contacto con
ellas han puesto su esperanza en un progreso, renovado sin cesar, ilimitado.
Este progreso se les presentaba como el esfuerzo de liberación humana de
cara a las necesidades de la naturaleza y de las presiones sociales. ¡Era la
condición y la medida de la libertad humana! Difundida por los medios
modernos de información y por el estímulo del saber y la generalización del
afán de consumo, el progreso se convierte en ideología omnipresente. Por
tanto, se plantea hoy la duda sobre su valor y sobre su origen. ¿Qué
significa esta búsqueda inexorable de un progreso que se esfuma cada vez que
uno cree haberlo conquistado? Un progreso absolutamente autónomo deja
insatisfacción total en la persona humana. Sin duda, se han denunciado,
justamente, los límites y también los perjuicios de un crecimiento económico
puramente cuantitativo, y se desean alcanzar también objetivos de orden
cualitativo. La forma y la verdad de las relaciones humanas, el grado de
participación y de responsabilidad, no son menos significativos e
importantes para el porvenir de la sociedad que la cantidad y la variedad de
los bienes producidos y consumidos. Superando la tentación de querer medirlo
todo en términos de eficacia y de cambios comerciales, en relaciones de
fuerzas y de intereses, las personas desean hoy sustituir cada vez más estos
criterios cuantitativos con la intensidad de la comunicación, la difusión
del saber y de la cultura, el servicio recíproco, el acuerdo para una labor
común. ¿No está acaso el verdadero progreso en el desarrollo de la
conciencia moral, que conducirá a la persona a tomar sobre sí las
solidaridades ampliadas y a abrirse libremente a los demás y a Dios? Para
cristianos y cristianas, el progreso encuentra necesariamente el misterio
escatológico de la muerte; la muerte de Cristo y su resurrección, así como
el impulso del Espíritu del Señor, ayudan a la persona a situar su libertad
creadora y agradecida en la verdad de cualquier progreso y en la única
esperanza que no decepciona jamás (26).
III. Los cristianos ante los nuevos problemas
Dinamismo de la enseñanza social de la Iglesia
42. Frente a tantos nuevos interrogantes, la Iglesia hace un esfuerzo de
reflexión para responder, dentro de su propio campo, a las esperanzas de
hombres y mujeres. El que hoy los problemas parezcan originales debido a su
amplitud y urgencia, ¿quiere decir que la persona se halla impreparada para
resolverlos? La enseñanza social de la Iglesia acompaña con todo su
dinamismo a hombres y mujeres en esta búsqueda. Si bien no interviene para
confirmar con su autoridad una determinada estructura establecida o
prefabricada, no se limita, sin embargo, simplemente a recordar unos
principios generales. Se desarrolla por medio de la reflexión madurada al
contacto con situaciones cambiantes de este mundo, bajo el impulso del
Evangelio como fuente de renovación, desde el momento en que su mensaje es
aceptado en la plenitud de sus exigencias. Se desarrolla con la sensibilidad
propia de la Iglesia, marcada por la voluntad desinteresada de servicio y la
atención a los más pobres; finalmente, se alimenta en una rica experiencia
multisecular que le permite asumir, en la continuidad de sus preocupaciones
permanentes, las innovaciones atrevidas y creadoras que requiere la
situación presente del mundo.
Por una justicia mayor
43. Queda por instaurar una mayor justicia en. la distribución de los
bienes, tanto en el interior de las comunidades nacionales como en el plano
internacional. En el comercio mundial es necesario superar las relaciones de
fuerza para llegar a tratados concertados con la mirada puesta en el bien de
todos. Las relaciones de fuerza no han logrado jamás establecer
efectivamente la justicia de una manera durable y verdadera, por más que en
algunos momentos la alternancia en el equilibrio de posiciones puede
permitir frecuentemente hallar condiciones más fáciles de diálogo. El uso de
la fuerza suscita, por lo demás, la puesta en acción de fuerzas contrarias,
y de ahí el clima de lucha, que da lugar a situaciones extremas de violencia
y abusos ((27). Pero ?lo hemos afirmado frecuentemente? el deber más
importante de la justicia es el de permitir a cada país promover su propio
desarrollo, dentro del marco de una cooperación exenta de todo espíritu de
dominio, económico y político.
Ciertamente, la complejidad de los problemas planteados es grande en el
conflicto actual de las interdependencias. Se ha de tener, por tanto, la
fortaleza de ánimo necesaria para revisar las relaciones actuales entre las
naciones, ya se trate de la distribución internacional de la producción, de
la estructura del comercio, del control de los beneficios, de la ordenación
del sistema monetario ?sin olvidar las acciones de solidaridad humanitaria?,
y así se logre que los modelos de crecimiento de las naciones ricas sean
críticamente analizados, se transformen las mentalidades para abrirlas a la
prioridad del derecho internacional y, finalmente, se renueven los
organismos internacionales para lograr una mayor eficacia.
44. Bajo el impulso de los nuevos sistemas de producción están abriéndose
las fronteras nacionales, y se ven aparecer nuevas potencies económicas, las
empresas multinacionales, que por la concentración y la flexibilidad de sus
medios pueden llevar a cabo estrategias autónomas, en gran parte
independientes de los poderes políticos nacionales y, por consiguiente, sin
control desde el punto de vista del bien común. Al extender sus actividades,
estos organismos privados pueden conducir a una nueva forma abusiva de
dictadura económica en el campo social, cultural e incluso político. La
concentración excesiva de los medios y de los poderes, que denunciaba ya Pío
XI en el 40 aniversario de la Rerum novarum, adquiere nuevas formas
concretas.
Cambio de los corazones y de las estructuras
45. Hoy los hombres y mujeres desean sobremanera liberarse de la necesidad y
del poder ajeno. Pero esta liberación comienza por la libertad interior, que
cada quien debe recuperar de cara a sus bienes y a sus poderes. No llegarán
a ella si no es por medio de un amor que trascienda a la persona y, en
consecuencia, cultive dentro de sí el hábito del servicio. De otro modo,
como es evidente, aun las ideologías más revolucionarias no desembocarán más
que en un simple cambio de amos; instalados a su vez en el poder, estos
nuevos amos se rodean de privilegios, limitan las libertades y consienten
que se instauren otras formas de injusticia. Muchos llegan también a
plantearse el problema, del modelo mismo de sociedad civil. La ambición de
numerosas naciones, en la competición que las opone y las arrastra, es la de
llegar al predominio tecnológico, económico y militar. Esa ambición se opone
a la creación de estructuras, en las cuales el ritmo del progreso sería
regulado en función de una justicia mayor, en vez de acentuar las
diferencias y de crear un clima de desconfianza y de lucha que compromete
continuamente la paz.
Significación cristiana de la acción política
46. ¿No es aquí donde aparecen los límites radicales de la economía? La
actividad económica, que ciertamente es necesaria, puede, si está al
servicio de la persona, «ser fuente de fraternidad y signo de la Providencia
divina» (28); es ella la que da ocasión a los intercambios concretos entre
la gente, al reconocimiento de derechos, a la prestación de servicios y a la
afirmación de la dignidad en el trabajo. Terreno frecuentemente de
enfrentamiento y de dominio, puede dar origen al diálogo y suscitar la
cooperación (29). Sin embargo, corre el riesgo de absorber excesivamente las
energías de la libertad. Por eso, el paso de la economía a la política es
necesario. Ciertamente, el término «política» suscita muchas confusiones que
deben ser esclarecidas. Sin embargo, es cosa de todos sabida que, en los
campos social y económico ?tanto nacional como internacional?, la decisión
última corresponde al poder político. Este poder político, que constituye el
vínculo natural y necesario para asegurar la cohesión del cuerpo social,
debe tener como finalidad la realización del bien común. Respetando las
legitimas libertades de las personas, de las familias y de los grupos
subsidiarios, sirve para crear eficazmente y en provecho de todos las
condiciones requeridas para conseguir el bien auténtico y completo de toda
persona, incluido su destino espiritual., Se despliega dentro de los límites
propios de su competencia, que pueden ser diferentes según los países y los
pueblos. Interviene siempre movido por el deseo de la justicia y la
dedicación al bien común, del que tiene la responsabilidad última. No quita,
pues, a la persona individual y a los cuerpos intermedios el campo de
actividades y responsabilidades propias de ellos, los cuales les inducen a
cooperar en la realización del bien común. En efecto, «el objeto de toda
intervención en materia social es ayudar a los miembros del cuerpo social y
no destruirlos ni absorberlos» (30).
Según su propia misión, el poder político debe saber desligarse de los
intereses particulares, para enfocar su responsabilidad hacia el bien de
toda persona, rebasando incluso las fronteras nacionales. Tomar en serio la
política en sus diversos niveles ?local, regional, nacional y mundial? es
afirmar el deber de cada persona, de toda persona, de conocer cuál es el
contenido y el valor de la opción que se le presenta y según la cual se
busca realizar colectivamente el bien de la ciudad, de la nación, de la
humanidad. La política ofrece un camino serio y difícil aunque no el único
para cumplir el deber grave que cristianos y cristianas tienen de servir a
los demás. Sin que pueda resolver ciertamente todos los problemas, se
esfuerza por aportar soluciones a las relaciones de las personas entre sí.
Su campo y sus fines, amplios y complejos, no son excluyentes. Una actitud
invasora que tendiera a hacer de la política algo absoluto, se convertiría
en un gravísimo peligro. Aun reconociendo la autonomía de la realidad
política, mujeres y hombres cristianos dedicados a la acción política se
esforzarán por salvaguardar la coherencia entre sus opciones y el Evangelio
y por dar, dentro del legitimo pluralismo, un testimonio, personal y
colectivo, de la seriedad de su fe mediante un servicio eficaz y
desinteresado hacia la humanidad.
Participación en las responsabilidades
47. El paso al campo de la política expresa también una exigencia actual de
la persona: mayor participación en las responsabilidades y en las
decisiones. Esta legítima aspiración se manifiesta sobre todo a medida que
aumenta el nivel cultural, se desarrolla el sentido de la libertad y la
persona advierte con mayor conocimiento cómo, en el mundo abierto a un
porvenir incierto, las decisiones de hoy condicionan ya la vida del mañana.
En la encíclica Mater et magistra (31), Juan XXIII subrayaba cómo el acceso
a las responsabilidades es una exigencia fundamental de la naturaleza de la
persona, un ejercicio concreto de su libertad, un camino para su desarrollo;
e indicaba cómo en la vida económica, particularmente en la empresa, debía
ser asegurada esta participación en las responsabilidades (32). Hoy día el
ámbito es más vasto: se extiende al campo social y político, donde debe ser
instituida e intensificada la participación razonable en las
responsabilidades y opciones. Ciertamente, las disyuntivas propuestas a la
deliberación son cada vez más complejas; las consideraciones que deben
tenerse en cuenta, múltiples; la previsión de las consecuencias, aleatoria,
aun cuando las nuevas ciencias se esfuerzan por iluminar la libertad en esta
importante coyuntura. Por eso, aunque a veces es necesario imponer límites,
estas dificultades no deben frenar una difusión mayor de la participación de
toda persona en las deliberaciones, en las decisiones y en su puesta en
práctica. Para hacer frente a una tecnocracia creciente, hay que inventar
formas de democracia moderna, no solamente dando a cada persona la
posibilidad de informarse y de expresar su opinión, sino de comprometerse en
una responsabilidad común. Así los grupos humanos se transforman poco a poco
en comunidades de participación y de vida. Así la libertad, que se afirma
con demasiada frecuencia como reivindicación de la más plena autonomía, en
oposición a la libertad de los demás, se desarrolla en su realidad humana
más profunda: comprometerse y afanarse en la realización de solidaridades
activas y vividas. Solamente entonces, como bien sabe la comunidad
cristiana, la persona, entregándose al Dios que le libera, encuentra la
verdadera libertad, restaurada en la muerte y en la resurrección del Señor.
IV. Llamamiento a la acción
Necesidad de comprometerse en la acción
48. En el campo social, la Iglesia ha querido realizar siempre una doble
tarea: iluminar los espíritus para ayudarlos a descubrir la verdad y
distinguir el camino que deben seguir en medio de las diversas doctrinas que
los solicitan; y consagrarse a la difusión de la virtud del Evangelio, con
el deseo real de servir eficazmente a la humanidad. ¿No es precisamente por
fidelidad a esta voluntad por lo que la Iglesia ha enviado, en misión
apostólica entre los trabajadores, a sacerdotes que, compartiendo
íntegramente la condición obrera, son testigos de su solicitud y de su afán?
Por ello dirigimos nuevamente a toda la comunidad cristiana, de manera
apremiante, un llamamiento a la acción. En nuestra encíclica sobre el
desarrollo de los pueblos insistíamos para que todos se pusieran a la obra:
«Los seglares deben asumir como su tarea propia la renovación del orden
temporal; si la función de la jerarquía es la de enseñar e interpretar
auténticamente los principios morales que hay que seguir en este campo,
pertenece a ellos, mediante sus iniciativas y sin esperar pasivamente
consignas y directrices, penetrar del espíritu cristiano la mentalidad y las
costumbres, las leyes y las estructuras de su comunidad de vida» (33). Que
cada cual se examine para ver lo que ha hecho hasta aquí y lo que debe hacer
todavía. No basta recordar principios generales, manifestar propósitos,
condenar las injusticias graves, proferir denuncias con cierta audacia
profética; todo ello no tendrá peso real si no va acompañado en cada persona
por una toma de conciencia más viva de su propia responsabilidad y de una
acción efectiva. Resulta demasiado fácil echar sobre los demás la
responsabilidad de las presentes injusticias, si al mismo tiempo no nos
damos cuenta de que todos somos también responsables, y que, por tanto, la
conversión personal es la primera exigencia. Esta humildad fundamental
quitará a nuestra acción toda clase de asperezas y de sectarismos; evitará
también el desaliento frente a una tarea que se presenta con proporciones
inmensas. La esperanza del cristiano y la cristiana proviene, en primer
lugar, de saber que el Señor está obrando con nosotros en el mundo,
continuando en su Cuerpo, que es la Iglesia ?y mediante ella en la humanidad
entera?, la redención consumada en la cruz, y que ha estallado en victoria
la mañana de la resurrección (34); le viene, además, de saber que también
otras personas colaboran en acciones convergentes de justicia y de paz,
porque bajo una aparente indiferencia existe en el corazón de toda la
humanidad una voluntad de vida fraterna y una sed de justicia y de paz que
es necesario satisfacer.
49. De este modo, en la diversidad de situaciones, funciones y
organizaciones, cada quien debe determinar su responsabilidad y discernir en
buena conciencia las actividades en las que deba participar. Envuelta entre
corrientes contradictorias, donde al lado de aspiraciones legítimas se
deslizan orientaciones sumamente ambiguas, la persona cristiana debe elegir
con diligencia su camino y evitar comprometerse en colaboraciones
incondicionales y contrarias a los principios de un verdadero humanismo,
aunque sea en nombre de solidaridades profundamente sentidas. Si quiere
realmente desempeñar su propio papel como cristiana y ser consecuente con su
fe ?cosa que los mismos no-creyentes esperan de la persona cristiana?, debe
mantenerse vigilante en medio de la acción, para dar a conocer los motivos
de su conducta y para rebasar los objetivos perseguidos, movida por una
visión más amplia de la realidad, lo cual evitará el peligro de los
particularismos egoístas y de los totalitarismos opresores.
Pluralismo en la acción
50. En las situaciones concretas, y habida cuenta de las solidaridades que
cada uno vive, es necesario reconocer una legitima variedad de opciones
posibles. Una misma fe cristiana puede conducir a compromisos diferentes
(35). La Iglesia invita a toda la comunidad cristiana a la doble tarea de
animar y renovar el mundo con el espíritu cristiano, a fin de perfeccionar
las estructuras y acomodarlas mejor a las verdaderas necesidades actuales. A
mujeres y hombres cristianos que a primera vista parecen oponerse partiendo
de opciones diversas, pide la Iglesia un esfuerzo de recíproca comprensión
benévola de las posiciones y de los motivos de los demás; un examen leal de
su comportamiento y de su rectitud sugerirá a cada cual una actitud de
caridad más profunda que, aun reconociendo las diferencias, les permitirá
confiar en las posibilidades de convergencia y de unidad. «Lo que une, en
efecto, a los fieles es más fuerte que lo que los separa» (36). Es cierto
que muchos, implicados en las estructuras y en las condiciones actuales de
vida, se sienten fuertemente predeterminados por sus hábitos de pensamiento
y su posición, cuando no lo son también por la defensa de los intereses
privados. Otros, en cambio, sienten tan profundamente la solidaridad de las
clases y de las culturas profanas, que llegan a compartir sin reservas todos
los juicios y todas las opciones de su medio ambiente (37). Cada cual deberá
probarse y deberá hacer surgir aquella verdadera libertad en Cristo que abre
el espíritu de las personas a lo universal en el seno incluso de las
condiciones más particularizadas.
51. Del mismo modo, las organizaciones cristianas, de acuerdo con la
diversidad de formas que las caracterizan, tienen una responsabilidad de
acción colectiva. Sin subrogarse en el puesto de las instituciones de la
sociedad civil, tienen que expresar, a su manera y por encima de sus
particularidades propias, las exigencias concretas de la fe cristiana para
una transformación justa y, por consiguiente, necesaria de la sociedad (38).
Hoy más que nunca, la Palabra de Dios no podrá ser proclamada ni escuchada
si no va acompañada del testimonio de la potencia del Espíritu Santo,
operante en la acción de la comunidad cristiana al servicio de sus hermanos
y hermanas, en los puntos donde se juegan éstos su existencia y su porvenir.
52. Al ofrecerle estas reflexiones, tenemos ciertamente conciencia, señor
cardenal, de no haber abordado todos los problemas sociales que se plantean
hoy a las personas de fe y a toda la gente de buena voluntad. Nuestras
recientes declaraciones, a las cuales se une vuestro mensaje en ocasión de
la proclamación del Segundo Decenio del Desarrollo ?concernientes sobre todo
a los deberes del conjunto de las naciones en el grave problema del
desarrollo integral y solidario de hombres y mujeres?, siguen todavía vivas
en los espíritus. Les dirigimos éstas con la intención de proporcionar al
Consejo de los Seglares y a la Comisión pontificia «Justicia y Paz» nuevos
elementos, al mismo tiempo que aliento, para la prosecución de su tarea de
despertar al Pueblo de Dios a una plena inteligencia de su función en la
hora actual y de «promover el apostolado en el plano internacional» (39).
Con estos sentimientos les otorgamos, señor cardenal, nuestra bendición
apostólica.
Vaticano, 14 de mayo de 1971.
PABLO PP. VI.
(1) Cf. Gaudium et spes 10: AAS 58 (1966) 1033.
(2) AAS 23 (1931) 209ss.
(3) AAS 53 (196l) 429.
(4) Populorum progressio 3: AAS 59 (1967) 258.
(5) Ibid., 1: AAS 59 (1967) 257.
(6) Cf. 2 Cor 4,17.
(7) Cf. Populorum progressio 25: AAS 59 (1967) 269-270.
(8) Cf. Ap 3,12; 21,2.
(9) Gaudium et spes 25: AAS 58 (1966) 1045.
(10) Ibid., 67: AAS 58 (1966) 1089.
(11) Cf. Populorum progressio 69: AAS 59 (1967) 290-291.
(12) Cf. Mt 25,35.
(13) Nostra aetate 5: AAS 58 (1966) 473.
(14) Populorum progressio 37: AAS 59 (1967) 276.
(15) Cf. Inter Mirifica 12: AAS 56 (1964) 149.
(16) Cf. Pacem in terris: AAS 55 (1963) 261ss.
(17) Cf. Radiomensaje en ocasión de la Jornada de la Paz: AAS 63 (1971) 5-9.
(18) Cf. Gaudium et spes 74: AAS 58 (1966) 1095-1096.
(19) Dignitatis humanae 1: AAS 58 (1966) 930.
(20) AAS 55 (1963) 300.
(21) Cf. Gaudium et spes II: AAS 58 (1966) 1033.
(22). Cf. Rom 15, 16.
(23) Gaudium et spes 39: AAS 58 (1966) 1057.
(24) Populorum progressio 13:AAS 59 (1967) 264.
(25) Cf. Gaudium et spes 36: AAS 58 (1966) 1054.
(26) Cf. Rom 5, 5.
(27) Cf. Populorum progressio 56ss: AAS 59 (1967) 285ss.
(28) Populorum progressio 86: AAS 59 (1967) 299.
(29) Cf. Gaudium et spes 63: AAS 58 (1966) 1085.
(30) Quadragesimo anno: AAS 23 (1931) 203; cf. Mater et magistra: AAS 53
(1961) 414, 428; Gaudium et spes: 74-75-76: AAS 58 (1966) 1095-1100.
(31) AAS 53 (1961) 420-422.
(32) Gaudium et spes 68-75: AAS 58 (1966) 1089-1090, 1097.
(33) Populorum progressio 81: AAS 59 (1967) 296-297.
(34) Gaudium et spes 43: AAS 58 (1966) 1061.
(35) Gaudium et spes 43: AAS 58 (1966) 1061.
(36) Ibid., 93: AAS 58 (1966) 1113.
(37) Cf. 1 Tes 5,21.
(38) Lumen gentium 31: AAS 57 (1965) 37-38; Apostolicam actuositatem 5: AAS
58 (1966) 8-42.
(39) Motu proprio Catholicam Christi Ecclesiam: AAS 59 (1967) 26.27.