¿Por qué ha escrito la Santa Sede el documento contra las uniones homosexuales?
Cortesía de
iuscanonicum.org
Entrevista a Monseñor Angelo Amato
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Ignacio Sánchez Cámara
Ofrecemos la entrevista concedida a Radio Vaticano por Monseñor Angelo Amato,
secretario de la Congregación para la Doctrina de la Fe, acerca de la
promulgación por esa misma Congregación del documento
Consideraciones acerca de los proyectos de reconocimiento legal de las uniones
entre personas homosexuales el 3 de junio de 2003.
-¿Cuáles son los puntos esenciales del documento?
-Monseñor Amato: Son tres. Ante todo se reafirman las características esenciales
del matrimonio, que se fundamenta en la complementariedad de sexos. Se trata de
una verdad natural, confirmada por la revelación, para que el hombre y la mujer
realicen esa comunión de personas, a través de la cual participan de manera
especial en la obra creadora de Dios, acogiendo y educando nuevas vidas. No
existe fundamento alguno para asimilar o establecer analogías entre las uniones
homosexuales y el designio de Dios sobre el matrimonio y la familia. El
matrimonio es santo, mientras que las relaciones homosexuales están en contraste
con la ley natural y son intrínsecamente desordenadas.
-Pero, con este documento, ¿no se da el riesgo de discriminar a las personas
homosexuales?
-Monseñor Amato: La Iglesia respeta a los hombres y a las mujeres con tendencias
homosexuales y les invita a vivir según la ley del Señor, en castidad. Hay que
recordar, sin embargo, que la inclinación homosexual en sí misma es
objetivamente desordenada y que las prácticas homosexuales son pecados graves
contra la castidad.
-¿Cuáles son los otros dos puntos que mencionaba?
-Monseñor Amato: El segundo punto afecta a las actitudes que hay que asumir ante
estas uniones homosexuales. Las autoridades civiles adoptan tres actitudes: o de
tolerancia, o de reconocimiento legal, o de auténtica equiparación con el
matrimonio propiamente dicho, incluso con la posibilidad de adopción. Frente a
una política de tolerancia, el fiel católico está llamado a afirmar el carácter
inmoral de este fenómeno, pidiendo que el Estado lo circunscriba en límites que
no pongan en peligro el tejido de la sociedad y que no expongan a los jóvenes a
una concepción errónea de la sexualidad y del matrimonio. Sin embargo, frente al
reconocimiento legal o a la equiparación con el matrimonio heterosexual, existe
el deber de oponerse de manera clara y motivada, reivindicando incluso el
derecho a la objeción de conciencia.
-¿Cómo se justifica este claro rechazo?
-Monseñor Amato: Este es el tercer punto del documento, que ofrece las
argumentaciones de orden racional, orden biológico y antropológico, orden
social, y orden jurídico, que justifican el rechazo de los católicos.
La recta razón no puede justificar una ley que no es conforme a la ley moral
natural: si lo hace, el Estado deja de cumplir el deber de defensa de una
institución esencial para el bien común, el matrimonio.
Una cosa es la unión homosexual como fenómeno privado y otra cosa su
reconocimiento legal, como modelo de vida social, que devaluaría la institución
matrimonial y obscurecería la percepción de algunos valores morales
fundamentales. En las uniones homosexuales faltan, además, las condiciones
biológicas y antropológicas del matrimonio y de la familia.
En la hipótesis de la integración de niños en las uniones homosexuales, esta
adopción resultaría violenta para los niños, pues les privaría de un ambiente
adecuado para su pleno desarrollo humano. Desde el punto de vista social,
cambiaría el concepto de matrimonio, con su tarea procreadora y educativa, y
provocaría un grave daño al bien común, sobre todo si aumenta su incidencia en
el tejido social. Jurídicamente hablando, por último, las parejas matrimoniales
garantizan el orden de las generaciones y, por tanto, son de interés público
eminente. No es así en el caso de las parejas homosexuales.
-¿Cuál debería ser, en concreto, la actitud de los políticos católicos al
respecto?
-Monseñor Amato: Si se encuentra ante un primer proyecto de ley favorable a este
reconocimiento, el parlamentario católico tiene el deber moral de expresar clara
y públicamente su desacuerdo, votando en contra. El voto favorable sería un acto
gravemente inmoral.
Si se encuentra ante una ley que ya está en vigor, tiene que dar a conocer su
oposición. Si no fuera posible abrogar la ley, podría movilizarse y apoyar
propuestas orientadas a limitar los daños de una ley así y a disminuir los
efectos negativos a nivel de la cultura y de la moralidad pública, a condición
de que quede clara a todos su oposición a leyes de este tipo y evite el peligro
del escándalo.
Se trata de un principio expresado en la encíclica «Evangelium vitae» (1995).
Las grandes culturas del mundo han dado siempre un gran reconocimiento
institucional no tanto a la amistad entre personas, cuanto al matrimonio y a la
familia, como condición de vida estable favorable al bien común: la procreación,
la supervivencia de la sociedad, la educación, y la socialización de los hijos.