39. TE QUERRÉ... ¿MIENTRAS ME APETEZCAS?
¿Es Razonable ser Creyente?
50 cuestiones actuales en torno a la fe
Alfonso Aguiló
39. TE QUERRÉ... ¿MIENTRAS
ME APETEZCAS?
Placer individual, aunque en
compañía
El amor verdadero sabe
esperar
¿Es realmente posible
esperar?
El amor,
para que sea auténtico,
debe costarnos.
Madre Teresa de Calcuta
Placer individual, aunque en compañía
En el ser humano no hay
épocas de celo que garanticen el ejercicio instintivo de la sexualidad, como
sucede con los animales. El hombre ha de controlar su sexualidad, que no
puede reducirse a una necesidad biológica, sino que debe responder a una
libre decisión.
Cuando una persona no
busca al otro o a la otra como fin, sino como un medio que proporciona un
placer, podría decirse –en palabras de Carmen Segura–, que entonces, en esa
actitud, hacer el amor sería más bien hacerse el amor, lo cual,
evidentemente, tiene más que ver con la masturbación –pues se circunscribe a
la búsqueda individualista de la propia satisfacción– que con el acto
sexual, pues, en definitiva, aunque se realice por medio de otro, es algo
que se hace para uno mismo.
Cuando lo que se busca
sobre todo es aplacar el ansia de sexo, ese placer no alcanza a satisfacer,
aunque calme provisionalmente la apetencia, porque todo placer corporal
desvinculado de lo espiritual resulta frustrante. Y su búsqueda aislada
–individual o en compañía–, cuando se convierte en hábito, llega pronto a
saturar y defraudar (y todo eso aunque resulte difícil dejarlo).
Ese defraudamiento se
produce, no solo respecto del placer obtenido, sino también y principalmente
respecto de uno mismo. Tarde o temprano esa conducta acaba produciendo un
desgarramiento interior, e incluso un rechazo y un menosprecio de uno mismo.
Esa persona, aunque quizá
le cueste reconocerlo hacia el exterior, se encuentra acostumbrada a la
búsqueda de determinadas compensaciones, atada a ellas. Le parece casi
imposible vivir sin ellas, pero cuando se las permite, e incluso en el mismo
momento en que las está disfrutando, siente un desencanto de sí misma y del
modo en que vive. Quizá desearía actuar de otro modo, emplear de otra forma
sus energías, pero esa búsqueda de placer se ha convertido en cadena que
ata, que pesa y que esclaviza.
Aunque parezca una
comparación exagerada, es semejante a lo que sucedía en aquellos antiguos
banquetes romanos. Se buscaba el objeto del placer y después se vomitaba
para volver a comer de nuevo. El objeto buscado, tanto en el caso del sexo
como de la comida, no produce satisfacción completa y pacífica, y ha de ser
continuamente repetido o sustituido. En el fondo, se siente poca estimación
por él, pues es sobre todo un simple medio, tanto menos apreciado cuanto más
se siente uno necesitado de recurrir compulsivamente a él.
—Pero habrá un término
medio. Entre la gula y la huelga de hambre hay un amplio margen de
posibilidades. No hay que vivir para comer, sino comer para vivir. Y el
común de los mortales se permite sus pequeños placeres, aunque simplemente
sea por concederse un capricho. Puede hacerse esto sin caer en dependencias
ni hastíos.
Es cierto, y por eso debo
insistir en que las razones que acabo de apuntar no son de carácter moral,
sino de tipo práctico. Es como si al decir que robar conduce al hábito de
robar, porque los actos malos crean dependencia, se objetara que se puede
robar de vez en cuando alguna cosilla sin crearse problemas de adicción. Eso
es cierto, pero es que, además, robar no está bien, aunque no cree adicción.
Intentaré explicarlo mejor.
Contigo mientras me gustes
Como ha escrito Mikel Gotzon Santamaría,
si una persona le dice a otra que le ama, el mismo lenguaje supone que en
esa expresión hay un “para siempre”. No tendría mucho sentido que dijera:
“Te amo, pero probablemente ese amor solo me durará unos meses, o unos años,
mientras sigas siendo simpática y complaciente, o no encuentre otra mejor, o
no te pongas fea con la edad.”
Un “te amo” que implicara
“solo por un tiempo” no sería una verdadera declaración de amor. Es, más
bien, un “me gustas, me apeteces, me lo paso bien contigo, pero no estoy
dispuesto a entregarme por entero a ti, ni a entregarte mi vida”.
Una persona, o se entrega
para siempre, o no se entrega realmente. Y si uno se ha entregado, la
entrega del cuerpo es la expresión de la entrega total de la persona.
Entregar el cuerpo sin haberse entregado uno mismo tiene cierto paralelismo
con la prostitución, con la utilización de la propia intimidad como objeto
de intercambio ocasional: dar el cuerpo a cambio de algo, sin haber
entregado la vida. Solo dentro de un amor que no pone condiciones, de un
amor que, por serlo, es entrega al otro, alcanza su sentido la mutua
comunicación que se produce al llevar a término el acto sexual.
El amor verdadero sabe esperar
Angela Ellis-Jones,
una abogada británica de 35 años, mujer no creyente y nada sospechosa de
ideas conservadoras, explicaba en un programa de debate de la BBC2 y en un
artículo en el Daily Telegraph cuáles
eran sus razones para permanecer virgen hasta el matrimonio.
«Desde mi adolescencia
sabía que había de guardarme para el matrimonio, y nunca he tenido la más
mínima duda sobre mi decisión.
»La castidad antes del
matrimonio es una cuestión de integridad. Para mí, el verdadero sentido del
acto sexual consiste en ser el supremo don de amor que pueden darse
mutuamente un hombre y una mujer. Cuanto más a la ligera entregue uno su
propio cuerpo, tanto menos valor tendrá el sexo.
»Quien de verdad ama a
una persona, quiere casarse con ella. Cuando dos personas tienen relaciones
sexuales fuera del matrimonio no se tratan una a otra con total respeto. Una
relación física sin matrimonio es necesariamente provisional: induce a
pensar que aún está por llegar alguien mejor. Me valoro demasiado para
permitir que un hombre me trate de esa manera.
»Pienso así desde que
tenía 14 años. Por aquel entonces ya había observado el destrozo que
producía el sexo frívolo en las vidas de algunos compañeros de escuela. Ya
entonces me resultaba evidente que cuando se separa matrimonio y sexo, se
difumina la diferencia entre estar casado y no estarlo, y se devalúa el
matrimonio mismo. Quiero casarme con un hombre que tenga un concepto de la
mujer lo bastante elevado como para guardarse íntegro para su esposa.»
—Me parece un ideal
atractivo, pero la gente joven desea tener relaciones sexuales cuanto antes,
y pocos serán capaces de aguantar.
Me parece que no es así.
Y creo que pensar eso es menospreciarles un poco. A la gente joven le da
rabia, y con razón, que los adultos les consideren incapaces de plantearse
metas elevadas. No rehúyen la exigencia, sino que más bien la esperan.
La juventud es un momento
muy especial de la vida, es la época donde se forma la propia identidad, en
que se toman las primeras decisiones personales serias. Hay una especial
sensibilidad ante la fuerza de unas palabras, ante el testimonio del
ejemplo. En medio de las victorias y derrotas morales de cada hombre, se va
construyendo un ideal de vida, se va formando la conciencia, esa vara con
que se mide la dignidad humana, el verdadero indicador del desarrollo de la
propia personalidad.
Es cierto que algunos
–más los mayores que los jóvenes– piensan que lo realista es buscar cuanto
antes gratificaciones sexuales, y facilitarlas a otros. Dicen que prefieren
ese pájaro en mano a un amor ideal que ven como algo muy lejano. Y aunque es
comprensible que a una persona le deslumbren las gratificaciones inmediatas
frente a lo que quizá ve como promesas inciertas, construir la propia vida
requiere abrir horizontes nuevos al deseo, aprender a valorar lo que todavía
no tenemos en la mano pero que, por su valor, nos vemos llamados a alcanzar.
Así lo entendía esa joven abogada británica.
Dejarse fascinar por el
afán de saciar nuestros instintos es algo que impide alcanzar lo realmente
valioso. El hombre de deseos insaciables es como un tonel agujereado: se
pasa la vida intentando llenarse, acarreando agua en un cubo igualmente
agujereado.
La sexualidad fuera de su
debido contexto responde a un impulso instintivo, que se inflama súbitamente
y luego se apaga enseguida. Es una llamarada tan intensa como fugaz, que
apenas deja nada tras de sí, y que con facilidad conduce a un círculo
angosto de erotismo que, en su búsqueda siempre insatisfecha, considera que
otros conceptos más elevados del amor son una simple ensoñación, cuando no
un tabú o algo propio de reprimidos.
Sócrates hablaba de una
voz interior que le aconsejaba, le reprendía, le impulsaba a buscar la
verdad. Esa voz es lo más lúcido de nosotros mismos, y nos advierte que no
debemos quedarnos en las meras sensaciones, sino buscar la verdad que hay en
ellas, su auténtico valor, y no el que está más a mano, sino el más
profundo.
No se trata de controlar
al modo estoico las tendencias instintivas, sino de desear ardientemente
valores más altos. No es cuestión de reprimir las tendencias, sino de saber
dirigirlas. Un director de orquesta no reprime a ningún instrumentista, sino
que señala a cada uno el camino que debe seguir para realizar su función de
modo pleno: en unos momentos habrá de guardar silencio, en otros tendrá que
armonizarse con otros instrumentos, y otras veces deberá asumir un mayor
protagonismo.
Cuando alguien descubre
la realidad del amor, tiene la certeza de haber descubierto una tierra
maravillosa hasta entonces desconocida e insospechada. Se considera feliz y
agraciado, y con razón. Es una lástima que por no acomodarse al ritmo
natural de maduración del amor, algunos quieran comer la fruta verde y
pierdan la meta que podrían haber llegado a alcanzar. Ellos mismos se acaban
dando cuenta, tarde o temprano, de que en el mismo momento en que esa
persona les entregó prematuramente su cuerpo, cayó del pedestal en que la
habían puesto.
—Pero el atractivo del
sexo es muy fuerte y la gente quiere hacer uso de él libremente.
No estoy en contra de la
libertad, evidentemente. Pero sabemos que –como ha escrito José Antonio
Marina–, la libertad es la adecuada gestión de las ganas, y unas veces habrá
que seguirlas, pero otras no. El deseo es ciertamente un motivo para actuar,
pero solo el deseo inteligente es una razón para actuar.
Cualquiera puede hoy
encontrar sexo con bastante facilidad. No requiere especial talento ni
habilidad. No es algo que haga a nadie más hombre ni más mujer. Lo difícil,
lo valioso, es encontrar un hombre o una mujer que se hayan guardado para
quien un día será su marido o su mujer. Una persona normal que haya sabido
esperar, sin miedos, sin fantasmas. “Una persona que, simplemente, se guardó
para mí. Sí. Exactamente eso es lo que busco. ¿Cómo lo lograste?”
¿Es realmente posible esperar?
Bastantes personas
entienden al principio el sexo como un modo de diversión más. Pero cuando
piensan en encontrar a alguien con quien compartir su vida, cuando piensan
ya en algo serio, es fácil que entonces comprendan que el valor de esa
persona que están buscando tiene bastante relación con su capacidad de
esperar, de guardarse para él.
—Sí, pero esa persona de
la que hablas parece que no ha logrado esperar y guardarse para el otro...
Si no lo ha logrado hasta
hoy, le recomendaría que al menos lo intente seriamente a partir de ahora.
Si aún puedes –le diría– ofrecer tu cuerpo de primera mano a quien vaya a
ser tu marido o tu mujer, tienes un tesoro muy valioso, consérvalo. Si no
puedes decir ya eso, que al menos puedas decir un día que has logrado
esperar por él, o por ella, los meses o años que aún te quedan.
—Otros tienen miedo de
perder a su novio o su novia si no acceden a tener relaciones sexuales. Si
el otro les dice que “todos lo hacen”, o “si me quieres, demuéstramelo”, no
encuentran argumentos para negarse.
Pienso que debe
plantearse al revés. Si hay amor, con la espera pasará la prueba de su
rectitud. Si te quiere de verdad, no lo perderás, sino que adquirirá una
estima mayor por ti. Verá que no te entregas a cualquiera, sino que te
guardas para quien vaya a ser el padre o la madre de tus hijos.
La Iglesia católica no
aprueba las relaciones prematrimoniales precisamente porque tiene una enorme
estima por el amor conyugal. Quiere ayudar a proteger y custodiar algo de lo
que depende tanto para la propia pareja y para toda la sociedad.