35.EL SEXO ¿UNA OBSESIÓN INDUCIDA?
¿Es Razonable ser Creyente?
50 cuestiones actuales en torno a la fe
Alfonso Aguiló
35.EL SEXO ¿UNA OBSESIÓN INDUCIDA?
¿Y cómo Dios nos lo ha
puesto tan difícil?
El amor casto
engrandece a las almas.
Víctor Hugo
La omnipresencia del sexo
Es cierto que, desde que
el mundo es mundo, el sexo ha tenido siempre una gran presencia en todas las
civilizaciones. El instinto de conservación y el instinto sexual (que es
como el instinto de conservación de la especie) son los impulsos más fuertes
a los que el hombre, desde siempre, ha estado sometido.
Sin embargo, estamos
quizá ahora en una época un tanto especial. Como afirma Julián Marías, “el
sexo ocupa un espacio absolutamente incomparable con el que le correspondía
en cualquier otra época”. Es un reclamo comercial que se difunde
masivamente, y la presencia de imágenes y estímulos sexuales en la vida del
hombre de hoy no tiene comparación con ningún otro tiempo ni cultura.
Un alto porcentaje de los
impulsos eróticos del hombre o la mujer de hoy son consecuencia directa de
alguna incitación artificial, casi siempre mediante imágenes en los medios
de comunicación o de entretenimiento, o bien del recuerdo de esas imágenes
que permanece en la memoria y alimenta la imaginación. Y casi todas proceden
de imágenes de televisión, vídeo, cine, internet, videojuegos, ilustraciones
de revistas..., que son medios que hace no muchas décadas no existían, o al
menos se tenía a ellos un acceso muy limitado. Y son imágenes que se
presentan, por lo general, de modo incitante o provocador.
No quiero con esto caer
en esa queja un tanto simple, que se ha repetido en todos los tiempos,
acerca de la inmoralidad dominante en comparación con épocas anteriores. No
estoy a favor de ese tópico que hace a tantos a agrandar los males presentes
e idealizar lo pasado, entre otras cosas porque no sería serio pensar que
nuestra época es mucho peor que otras en las que se dijo exactamente lo
mismo. Pienso que unas cosas habrán mejorado respecto a épocas pasadas, y
otras, lo contrario. Pero es un hecho que en la actualidad el estímulo
sexual está hipertrofiado en muchos ambientes y muchas personas, porque ese
aluvión de imágenes incitantes conduce con facilidad a una cierta obsesión,
en buena parte inducida y, desde luego, poco favorable para el sano
desarrollo de la psicología y la moralidad de cualquiera. Cuando se ve que
para muchos el sexo se convierte en tema recurrente de sus conversaciones,
objeto constante de sus deseos y ansiedad enfermiza de sus pensamientos, no
sería muy aventurado decir que la genitalidad ha invadido sus mentes y ha
dejado baldías grandes áreas de sus potencialidades humanas.
—Bueno, es que ha habido
una etapa de represión sexual, y es lógico que ahora venga un poco de
obsesión por el sexo.
Me parece que hay que ser
comprensivos con los efectos pendulares, que llevan a veces a extremos
erróneos como reacción a otras etapas en el error contrario. Pero no puede
decirse que sea conducta propia de mentes esclarecidas. La obsesión sexual
no es el tratamiento más adecuado para curar a nadie de unos años de
represión.
La sobreexposición a lo
erótico supone un perjuicio notable para la afectividad y la moralidad del
hombre, y quizá hasta ahora la sociedad no lo ha valorado suficientemente.
Por eso es tan grave el daño que producen quienes hacen negocio explotando
las pasiones más bajas de los demás, pues se enriquecen a costa de
atropellar la moral de las personas y del ambiente social.
Un daño para la afectividad
Muchas personas se
encuentran con que la imagen que en su interior tienen del sexo está
distorsionada. Notan que sus ojos se han enturbiado. Que se ha dañado su
afectividad, y su imagen del sexo no es precisamente la de un modo de
expresar amor tierno y profundo a la persona amada. Que su imaginación y su
memoria están artificial y enfermizamente polarizadas hacia el deseo sexual.
—¿Y qué crees que deben
hacer?
Para descubrir la riqueza
del amor pleno, para llegar a conocer y a enamorarse de verdad, y no
simplemente desear a otro para saciar el afán de sexo, necesitarán un
notable esfuerzo para que su atención no quede absorbida por los aspectos
externos y meramente sexuales de la otra persona.
De entrada, conviene no
asombrarse demasiado al ver lo intenso que puede llegar a ser el instinto
sexual sobrealimentado por esa omnipresencia de lo erótico. Ese tirón puede
ser en efecto muy fuerte, y por momentos presentarse incluso de modo
agobiante. Encauzarlo rectamente será indudablemente costoso, pero no un
esfuerzo permanente, pues se presenta solo en algunos momentos puntuales.
Para quien aprende a mantenerse a una prudente distancia de las ocasiones
más claras, puede decirse que es solo un pequeño conjunto de esfuerzos
aislados que no cuestan tanto.
Además, abandonarse al
mal uso del sexo suele resultar aún más fatigoso, y con facilidad lleva a
angustias y conflictos psicológicos. Basta pensar, por ejemplo, en la
ansiedad del chico o la chica que, en vez de disfrutar de la amistad o del
noviazgo, pasa la noche probando estrategias diversas, con todo su cortejo
de tensiones y frustraciones, hasta conseguir seducir a su presa..., para
comprobar después que aquel placer tan anhelado... no era para tanto.
En cambio, la lucha por
vivir la castidad brinda al hombre una oportunidad de ganar mucho
precisamente en su dignidad como persona, pues una de las cosas que nos
distinguen de los animales es que somos capaces de educar nuestros impulsos.
¿Y cómo Dios nos lo ha puesto tan difícil?
—¿Y por qué Dios ha
puesto en el hombre ese deseo tan intenso, si luego resulta que es malo?
Ya hemos dicho que el
deseo sexual no es malo de por sí, ni mucho menos. La lujuria –el mal uso
del sexo– es una deformación de la legítima apetencia sexual humana, igual
que el cáncer de hígado es una alteración del hígado, órgano que nada tiene
de innoble. Confundir el deseo sexual con la lujuria sería como confundir un
órgano con el tumor que lo está destruyendo.
De la misma manera que un
tumor destruye un órgano cuando sus propias células tienen un desarrollo
ajeno a su función natural, puede decirse que la búsqueda del placer sexual
fuera de sus leyes naturales produce una alteración en la función sexual
natural del hombre.
Las grandes energías
(como el impulso sexual, sin el que la persona no puede madurar como tal),
si se desconectan de su unidad humana originaria, pueden desplegar un gran
poder de destrucción. La sexualidad bien vivida en el matrimonio es algo
estupendo, pero fuera de sus límites naturales es algo realmente peligroso:
igual que es estupendo hacer fuego un día de invierno en la chimenea, pero
es peligroso encenderlo encima de la moqueta o del sofá.
Arte y pornografía
—¿Y no se exagera un poco
a veces con lo que supone el desnudo? No siempre tiene que considerarse
pornográfico, puede ser una expresión artística.
En todas las épocas, y
sobre todo desde el arte clásico griego, existen obras cuyo tema es el
cuerpo humano desnudo. Y si son verdadero arte, esas obras ayudan a
comprender el misterio personal del hombre, y no incitan a rebajar al hombre
o la mujer a un mero objeto de placer. El arte verdadero ennoblece todo lo
que es humano, mientras que la pornografía convierte la intimidad humana en
un objeto de deseo público.
La enseñanza de la
Iglesia católica no está en contra del desnudo artístico, sino en contra de
la desnaturalización del sexo mediante su utilización comercial o su
deliberada exhibición ante terceras personas, porque tales conductas
degradan la dignidad de la comunicación sexual y envilecen a las personas.
Hay multitud de obras de arte cuyo tema es el cuerpo humano en su desnudez,
y su contemplación nos permite centrarnos, en cierto modo, en la verdad
total del hombre, en la dignidad y belleza de la masculinidad y feminidad.
Estas obras tienen en sí, como escondido, un elemento de sublimación, que
conduce al espectador, a través del cuerpo, a todo el misterio personal del
hombre. En contacto con estas obras –que por su contenido no inducen a la
lujuria–, de alguna forma captamos el significado esponsal del cuerpo, que
corresponde y es la medida de la pureza del corazón.
Sin embargo, hay otras
ocasiones en que el desnudo suscita objeciones en la sensibilidad personal
del hombre, no por causa de su objeto –pues el cuerpo humano, en sí mismo,
tiene siempre su inalienable dignidad–, sino por la cualidad o modo en que
se reproduce artísticamente, se plasma o se representa. Si la
intencionalidad fundamental que subyace supone una reducción del cuerpo
humano a rango de objeto destinado a la satisfacción de la concupiscencia,
esto colisiona con la dignidad del hombre, incluso en el orden intencional
del arte.
Hay que pensar, además,
que si la cultura ha mostrado a lo largo de la historia una tendencia clara
a cubrir la desnudez del cuerpo, no ha sido solo por exigencias climáticas,
sino también como fruto de un proceso de crecimiento de la sensibilidad
personal: el hombre no quiere convertirse en objeto para los demás, y la
necesidad de velar por la intimidad del propio cuerpo refuerza la
profundidad misma del sujeto como persona. Se puede recordar cómo, por
ejemplo, en los campos de exterminio la violación del pudor era un método
usado conscientemente para destruir la sensibilidad personal y el sentido de
la dignidad humana. No es una cuestión de mentalidad puritana ni de
moralismo estrecho. Es una cuestión que afecta a la misma dignidad de la
persona.