34. ¿HAY ALGO MALO EN EL PLACER?
¿Es Razonable ser Creyente?
50 cuestiones actuales en torno a la fe
Alfonso Aguiló
34. ¿HAY ALGO MALO EN EL PLACER?
Si las acciones humanas
pueden ser nobles,
vergonzosas o indiferentes,
lo mismo ocurre con los
placeres correspondientes.
Hay placeres que derivan
de actividades nobles,
y otros de vergonzoso
origen.
Aristóteles
Una ansiosa búsqueda
«Buscaba el placer, y al
final lo encontraba –cuenta C. S. Lewis en su autobiografía.
»Pero enseguida descubrí
que el placer (ese u otro cualquiera) no era lo que yo buscaba. Y pensé que
me estaba equivocando, aunque no fue, desde luego, por cuestiones morales;
en aquel momento, yo era lo más inmoral que puede ser un hombre en estos
temas.
»La frustración tampoco
consistía en haber encontrado un placer rastrero en vez de uno elevado.
»Era el poco valor de la
conclusión lo que aguaba la fiesta. Los perros habían perdido el rastro.
Había capturado una presa equivocada. Ofrecer una chuleta de cordero a un
hombre que se está muriendo de sed es lo mismo que ofrecer placer sexual al
que desea lo que estoy describiendo.
»No es que me apartara de
la experiencia erótica diciendo: ¡eso no! Mis sentimientos eran: bueno, ya
veo, pero ¿no nos hemos desviado de nuestro objetivo?
»El verdadero deseo se
marchaba como diciendo: ¿qué tiene que ver esto conmigo?»
Así describe C. S. Lewis
sus errores y vacilaciones en el camino de la búsqueda de la felicidad. La
ruta del placer había resultado infructuosa. Llevaba años rastreando tras
una pista equivocada: «Al terminar de construir un templo para él, descubrí
que el dios del placer se había ido».
La seducción del placer,
mientras dura, tiende a ocupar toda la pantalla en nuestra mente. En esos
momentos, lo promete todo, parece que fuera lo único que importa. Sin
embargo, muy poco después de ceder a esa seducción, se comprueba el engaño.
Se comprueba que no saciaba como prometía, que nos ha vuelto a embaucar, que
ofrecía mucho más de lo que luego nos ha dado. Seguíamos de cerca el rastro,
pero lo hemos vuelto a perder.
Basta un pequeño repaso
por la literatura clásica para constatar que esa ansiosa búsqueda del placer
sexual no tiene demasiado de original ni de novedoso. En la vida de pueblos
muy antiguos se ve que habían agotado ya bastante sus posibilidades, que por
otra parte tampoco dan mucho más de sí. La atracción del sexo es
indiscutible, ciertamente, pero el repertorio se agota pronto, por mucho que
cambie el decorado.
Placer y felicidad
Hay unas claras notas de
distinción entre el placer de la felicidad:
§ La felicidad
tiene vocación de permanencia; el placer, no. El placer suele ser fugaz; la
felicidad es duradera.
§ El placer afecta
a un pequeño sector de nuestra corporalidad, mientras que la felicidad
afecta a toda la persona.
§ El placer se
agota en sí mismo y acaba creando una adicción que lleva a que las
circunstancias estrechen más aún la propia libertad; la felicidad, no.
§ Los placeres,
por sí solos, no garantizan felicidad alguna; necesitan de un hilo que los
una, dándoles un sentido.
Las satisfacciones
momentáneas e invertebradas desorganizan la vida, la fragmentan, y acaban
por atomizarla.
Quevedo insistía en la
importancia de tratar al cuerpo “no como quien vive por él, que es necedad;
ni como quien vive para él, que es delito; sino como quien no puede vivir
sin él. Susténtale, vístele y mándale, que sería cosa fea que te mandase a
ti quien nació para servirte”.
Por su parte, Aristóteles
aseguraba que para hacer el bien es preciso esforzarse por mantener a raya
las pasiones inadecuadas o extemporáneas, pues las grandes victorias morales
no se improvisan, sino que son el fruto de una multitud de pequeñas
victorias obtenidas en el detalle de la vida cotidiana. La felicidad se
presenta ante nosotros con leyes propias, con esa terquedad serena con que
presenta, una vez y otra, la inquebrantable realidad.
¿Evitar el placer?
El placer y el dolor
tienen un innegable protagonismo en la vida de cualquier hombre, condicionan
siempre de alguna manera sus decisiones.
—Pero ni el placer ni el
dolor son malos o buenos de por sí.
En efecto. Lo que sí es
malo es dejarse vencer por el placer o por el dolor. Lo malo es obrar mal
por disfrutar de un placer o por evitar un dolor.
Se puede sentir placer
sin ser feliz, y también se puede ser feliz en medio del dolor. De ahí la
necesidad –lo decía Platón– de haber sido educado desde joven “para saber
cuándo y cómo conviene sufrir o disfrutar”, pues igual que hay acciones
nobles y acciones indignas, podemos decir que hay placeres nobles y placeres
indignos. La adecuación de la conducta a este criterio es objeto de la
educación moral.
El peaje de la renuncia
Son muchas las cosas que
el hombre desea, y para alcanzar cada una de ellas ha de renunciar a otras,
aunque esa renuncia le duela. Aristóteles decía que no hay nada que pueda
sernos agradable siempre.
Toda elección conlleva
una exclusión. Por eso, cuando se elige, es importante acertar, sin
demasiado miedo a la renuncia, pues detrás de lo atractivo no siempre está
la felicidad. Tanto el placer como la felicidad llevan siempre consigo
asociada alguna renuncia.
La solución tampoco está
en la supresión de todo deseo, porque sin deseos la vida del hombre dejaría
de ser propiamente humana. El hombre se humaniza cuando aprende a soportar
lo adverso, a abstenerse de lo que puede hacerse pero no debe hacerse. Este
es el precio que debe pagar nuestra inexorable tendencia a la felicidad, si
queremos alcanzar lo que de ella es posible en esta vida. Lo sensato es
dejarse conducir por la razón para no asustarse ante el dolor ni dejarse
atrapar por el placer.
Igual que guardar la
salud exige un cierto esfuerzo y una cierta disciplina, pero gracias a eso
te sientes mucho mejor, la castidad fortalece el interior del hombre y le
proporciona una honda satisfacción. Cuando no se cede al egoísmo sexual, se
alcanza una mayor madurez en el amor, en el que la castidad sublima la
intensidad de los sentimientos. Surge una luz transparente en los ojos y una
alegría radiante en la cara, que otorgan un atractivo muy especial.
—¿Y no suele hablarse
demasiado de prohibiciones en la ética sexual?
Hasta ahora apenas hemos
hablado de prohibiciones, sino de un modelo y un estilo de vida positivos,
que son la clave de todo.
De todas formas, aunque
la clave de la ética no son las prohibiciones, tampoco puede obviarse que
toda ética supone mandatos y prohibiciones. Cada prohibición custodia y
asegura unos determinados valores, que de esa forma se protegen y se hacen
más accesibles. Esas prohibiciones, si son acertadas, ensanchan los espacios
de libertad de valores importantes para el hombre. Así sucede en cualquier
ámbito moral o jurídico: proteger el derecho a la vida, a la propiedad, al
medio ambiente, a la intimidad, etc., supone prohibiciones y obligaciones
para uno mismo y para los demás; de lo contrario, todo quedaría en una
ingenua e ineficaz manifestación de intenciones.
La moral no puede verse
como una simple y fría normativa que coarta, y mucho menos como un mero
código de pecados y obligaciones. Hay ciertamente prohibiciones y mandatos,
pero se remiten a unos valores que así se protegen y fomentan. Las
exigencias de la moral vigorizan a la persona, la aúpan a su desarrollo más
pleno, a su más auténtica libertad.