33. SEXO Y SENTIMIENTOS: ¿ES NECESARIO APRENDER?
50 cuestiones actuales en torno a la fe
Alfonso Aguiló
PARTE QUINTA
El hombre es un auriga
que conduce un carro
tirado por dos briosos
caballos: el placer y el deber.
El arte del auriga
consiste
en templar la fogosidad
del corcel negro (placer)
y acompasarlo con el
blanco (deber)
para correr sin perder el
equilibrio.
Platón
V. LA CUESTIÓN DEL SEXO
33. SEXO Y SENTIMIENTOS: ¿ES
NECESARIO APRENDER?
Autodominio sobre la
imaginación y los deseos
Cuanto más vacío
está un corazón,
más pesa.
Madame Amiel Lapeyre
El amor y el sexo
El amor es la realización
más completa de las posibilidades del ser humano. Es lo más íntimo y más
grande, donde encuentra la plenitud de su ser, lo único que puede absorberle
por entero.
Y el placer que se deriva
de su expresión en el amor conyugal, es quizá el más intenso de los placeres
corporales, y también quizá el que más absorbe.
El entusiasmo que produce
un enamoramiento limpio y sincero saca al hombre o a la mujer de sí mismos
para entregarse y vivir en y para el otro: es el entusiasmo mayor que tienen
en su vida la mayoría de los seres humanos.
Cuando el placer y el
amor se unen a la entrega mutua, es posible entonces alcanzar un alto grado
de felicidad y de placer. En cambio –como ha escrito Mikel Gotzon Santamaría–,
cuando prima la búsqueda del simple placer físico, ese placer tiende a
convertirse en algo momentáneo y fugitivo, que deja un poso de
insatisfacción. Porque la satisfacción sexual es en realidad solo una parte,
y quizá la más pequeña, de la alegría de la entrega sexual con alma y cuerpo
propia de la entrega total del amor conyugal.
—Pero no siempre es fácil
distinguir lo que es cariño de lo que es hambre de placer.
A veces es muy claro.
Otras, no tanto. En cualquier caso, en la medida en que se reduzca a simple
hambre de placer, se está usando a la otra persona. Y eso no puede ser bueno
para ninguno de los dos. Cuando se usa a otra persona, no se la ama, ni
siquiera se la respeta, porque se utiliza y se rebaja su intimidad personal.
El terreno sexual ofrece,
más que otros, ocasiones de servirse de las personas como de un objeto,
aunque sea inconscientemente. La dimensión sexual del amor hace que este
pueda inclinarse con cierta facilidad a la búsqueda del placer en sí mismo,
a una utilización sexual que siempre rebaja a la persona, pues afecta a su
más profunda intimidad.
Al ser el sexo expresión
de nuestra capacidad de amar, toda referencia sexual llega hasta lo más
hondo, al núcleo más íntimo, e implica a la totalidad de la persona. Y
precisamente por poseer tan gran valor y dignidad, su corrupción es
particularmente perniciosa. Cada uno hace de su amor lo que hace de su
sexualidad.
Aprender a amar
El hombre, para ser
feliz, ha de encontrar respuesta a las grandes cuestiones de la vida. Entre
esas cuestiones que afectan al hombre de todo tiempo y lugar, que apelan a
su corazón, que es donde se desarrolla la más esencial trama de su historia,
está, incuestionablemente, la sexualidad.
Por eso es preciso
encontrar respuesta a preguntas capitales como: ¿qué debo hacer para educar
mi sexualidad, para ser dueño de ella?, pues el cuerpo de la otra persona se
presenta a la vez como reflejo de esa persona y también como ocasión para
dar rienda suelta a un deseo de autosatisfacción egoísta.
—¿Consideras entonces la
sexualidad un asunto muy importante?
El gobierno más
importante es el de uno mismo. Y si una persona no adquiere el necesario
dominio sobre su sexualidad, vive con un tirano dentro.
La sexualidad es un
impulso genérico entre cualquier macho y cualquier hembra. El amor entre un
hombre y una mujer, en cambio, busca la máxima individualización.
Y para que el cuerpo sea
expresión e instrumento de ese amor individualizado, es necesario dominar el
cuerpo de modo que no quede subyugado por el placer inmediato y egoísta,
sino que actúe al servicio del amor.
Porque, si no se educa
bien la propia afectividad, es fácil que, en el momento en que tendría que
brotar un amor limpio, se imponga la fuerza del egoísmo sexual. En el
momento en que la sexualidad deja de estar bajo control, comienza su
tiranía. Chesterton decía que pensar en una desinhibición sexual simpática y
desdramatizada, en la que el sexo se convierte en un pasatiempo hermoso e
inofensivo como un árbol o una flor, sería una fantasía utópica o un triste
desconocimiento de la naturaleza y la psicología humanas.
Un cierto “entrenamiento”
Solo las personas pueden
participar en el amor. Si una persona permite que su mente, sus hábitos y
sus actitudes se impregnen de deseos sexuales no encaminados a un amor
pleno, advertirá que poco a poco se va deteriorando su capacidad de querer
de verdad. Está permitiendo que se pierda uno de los tesoros más preciados
que todo hombre puede poseer.
Si no se esfuerza en
rectificar ese error, el egoísmo se hará cada vez más dueño de su
imaginación, de su memoria, de sus sentimientos, de sus deseos. Y su mente
irá empapándose de un modo egoísta de vivir el sexo.
Tenderá a ver al otro de
un modo interesado. Apreciará sobre todo los valores sensuales o sexuales de
esa persona, y se fijará mucho menos su inteligencia, sus virtudes, su
carácter o sus sentimientos. El señuelo del placer erótico antes de tiempo
suele ocultar la necesidad de crear una amistad profunda y limpia.
Además, una relación
basada en una atracción casi solo sensual, tiende a ser fluctuante por su
propia naturaleza, y es fácil que al poco tiempo –al devaluarse ese
atractivo– aquello acabe en decepción, o incluso en una reacción emotiva de
signo contrario, de antipatía y desafecto.
—¿Y consideras difícil de
rectificar ese deterioro en el modo de ver el sexo?
Depende de lo profundo
que sea el deterioro. Y, sobre todo, de si es firme o no la decisión de
superarlo. Lo fundamental es reconocer sinceramente la necesidad de dar ese
cambio, y decidirse de verdad a darlo. Es como un reto: hay que purificar,
llenar de luz la imaginación, de limpidez la memoria, de claridad los
sentimientos, los deseos.
Es –en otro ámbito mucho
más serio– como entrenarse para recuperar la frescura y la agilidad después
de haber perdido la buena forma física.
—¿Y no suena un poco
artificial eso de “entrenarse”? ¿No basta con tener las ideas claras?
En el amor, como sucede
en la destreza en cualquier deporte, o en la mayoría de las habilidades
profesionales, o en tantas otras cosas, si no hay suficiente práctica y
entrenamiento, las cosas salen mal.
Para aprender a leer, a
escribir, a bailar, a cantar, o incluso a comer, hace falta proponérselo,
seguir un cierto aprendizaje y adquirir un hábito positivo. Si no, se hace
de manera tosca y ruda. Para expresar bien cualquier cosa con un poco de
gracia conviene entrenarse, cultivarse un poco. Cuando una persona no lo
hace, le resulta difícil expresar lo que desea. Siente la frustración de no
poder comunicar lo que tiene dentro, de no poder realizar sus ilusiones. Y
eso sucede tanto al expresarse verbalmente como al expresar el amor. Si no
educamos nuestra capacidad de amar y de entregarnos por entero, en lugar de
expresar amor nos comportaremos de forma ruda, como sucede a quien no sabe
hablar o no sabe comer.
Cultivarse así es un modo
de aproximarse a lo que uno entiende que debe llegar a ser. Con ese esfuerzo
de automodelado personal,
de autoeducación, el hombre se hace más humano, se personaliza un poco más a
sí mismo.
Educar la sexualidad
Es una lástima que muchos
limiten la educación sexual a la información sobre el funcionamiento de la
fisiología o la higiene de la sexualidad. Son cosas indudablemente
necesarias, pero no las más importantes, y además son cosas que casi todos
hoy saben ya de sobra.
En cambio, el autodominio
de la apetencia sexual, y por tanto, de la imaginación, del deseo, de la
mirada, es una parte fundamental de la educación de la sexualidad a la que
pocos dan la importancia que tiene.
—¿Y por qué le das tanta
importancia?
Si no se logra esa
educación de los impulsos, la sexualidad, como cualquier otra apetencia
corporal, actuará a nivel simplemente biológico, y entonces será fácilmente
presa del egoísmo típico de cualquier apetencia corporal no educada. La
sexualidad se expresará de forma parecida a como bebe o come o se expresa
una persona que apenas ha recibido educación.
Necesitamos una mirada y
una imaginación entrenadas en considerar a las personas como tales, no como
objetos de apetencia sexual. Por eso, cuando en la infancia o la
adolescencia se introduce a las personas a un ambiente de frecuente
incitación sexual, se comete un grave daño contra la afectividad de esas
personas, un atentado contra su inocencia y su buena fe.
—¿No exageras un poco?
Aunque suene quizá un
poco fuerte, pienso que no exagero, porque todo eso tiene algo como de
ensañamiento con un inocente. Romper en esos chicos y chicas el vínculo
entre sexo y amor es una forma perversa de quebrantar su honestidad y su
sencillez, tan necesarias en esa etapa de la vida. Los primeros movimientos
e inclinaciones sexuales, cuando aún no están corrompidos, tienen un
trasfondo de entusiasmo de amor puro de juventud. Irrumpir en ellos con la
mano grosera de la sobreexcitación sexual daña torpemente la relación entre
chicas y chicos. En palabras de Jordi Serra, “no se les maltrata atándolos
con una cadena, pero se les esclaviza sumergiéndoles en un mundo irreal”.
Tihamer Toth decía
que la castidad es la piedra de toque de la educación de la juventud. Por la
intensidad y vehemencia del instinto sexual, esta virtud es de las que mejor
manifiesta el esfuerzo personal contra el vicio. Quizá por eso la historia
es testigo de que el respeto a la mujer siempre ha sido un índice muy
revelador de la cultura y la salud espiritual de un pueblo.
Autodominio sobre la imaginación y los deseos
Igual que el uso
inadecuado del alcohol conduce al alcoholismo, el uso inadecuado del sexo
provoca también una dependencia y una sobreexcitación habitual que reducen
la capacidad de amar.
Y de manera semejante a
como el paladar puede estragarse por el exceso de sabores fuertes o
picantes, el gusto sexual estragado por lo erótico se hace cada vez más
insensible, más ofuscado para percibir la belleza, menos capaz de
sentimientos nobles y más ávido de sensaciones artificiosas, que con
facilidad conducen a desviaciones extrañas o a aburrimientos mayúsculos.
Sobrealimentar el
instinto sexual lleva a un funcionamiento anárquico de la imaginación y de
los deseos. Cuando una persona adquiere el hábito de dejarse arrastrar por
los ojos, o por sus fantasías sexuales, su mente tendrá una carga de
erotismo que disparará sus instintos y le dificultará conducir a buen puerto
su capacidad de amar.
—¿Y no hay otra solución
que reprimirse?
Pienso que no es tanto
cuestión de reprimir ese impulso como de encauzar bien los sentimientos.
Basta que la voluntad se oponga y se distancie de los estímulos que resultan
negativos para la propia afectividad.
Es preciso frenar los
arranques inoportunos de la imaginación y del deseo, para así ir educando
esas potencias, de manera que sirvan adecuadamente a nuestra capacidad de
amar. Entender esto es decisivo para captar el sentido de ese sabio precepto
cristiano que dice “no consentirás pensamientos ni deseos impuros”.
Quien se esfuerza en esa
línea, poco a poco aprenderá a convivir con su propio cuerpo y con el de los
demás, y los tratará conforme a la dignidad que poseen. Gozará de los frutos
de haber adquirido la libertad de disponer de sí y de poder entregarse a
otro. Vivirá con la alegría profunda de quien disfruta de una espontaneidad
madura y profunda, en la que el corazón gobierna a los instintos.