¿Acaso Dios busca fastidiar?
¿Es Razonable ser Creyente?
50 cuestiones actuales en torno a la fe
Alfonso Aguiló
Sócrates es mi amigo,
pero soy
más amigo de la verdad.
Aristóteles
IV. ¿ES RAZONABLE CREER?
26. ¿ACASO DIOS BUSCA FASTIDIAR?
Creer es propio de seres
inteligentes
Si el semblante de la
virtud
pudiera verse,
enamoraría a
todos.
Platón
¿Caminar sobre el agua?
Ha escrito un pensador
español que quien, en aras de la libertad, pretendiera caminar sobre las
aguas, solo conseguiría ahogarse. Y si esto sucede en el orden físico, algo
parecido ocurre en el orden moral.
Es verdad que los efectos
de transgredir las leyes morales no suelen ser tan patentes como ir en
contra de las leyes físicas, pero no por eso las consecuencias son menos
destructoras. Transgredir las leyes físicas –como, por ejemplo, al pretender
caminar sobre las aguas– acarrea unas consecuencias fácilmente comprobables.
Pero el hecho de que sean más fácilmente comprobables no implica que por eso
sean más ciertas: simplemente, son más fáciles de entender.
Es cierto que somos
libres. Somos libres de tirarnos volando desde un tercer piso. Somos libres
de intentar caminar por el agua. Pero eso no significa que sea lo más
sensato, porque no tenemos alas ni aletas.
Somos libres para caminar
desnudos por el polo Norte, pero no es lo más aconsejable si la naturaleza
no nos ha dado una protección térmica como la de la foca o el pingüino.
Hacemos un uso sensato de la libertad solo en la medida en que asumimos
libremente las leyes que rigen nuestra propia naturaleza.
Necesitamos de nuestra
libertad, pero debemos contar siempre, además, con la realidad de nuestra
naturaleza. Si no, podremos demostrar que somos muy libres, pero no habremos
demostrado mucha sensatez.
—Pero no todo el mundo
coincide en cuáles son las exigencias morales de la naturaleza del hombre.
Todo ser humano tiene un
conocimiento íntimo, natural, de la ley moral, con los consiguientes deberes
para con uno mismo, con los demás y con la propia naturaleza. Otra cuestión
es que podamos engañarnos al percibirlo o al llevarlo a la práctica.
Cuestión de sensibilidad
—Pero de alguna manera
deberíamos percibir que la transgresión de esa ley nos perjudica, ¿no?
Si en un coro hay uno que
da una nota falsa, una persona que apenas entendiera de música, o que
tuviera mal oído, no notaría nada. Pero si el que escucha es alguien que
sabe, se dará cuenta enseguida de que hay uno que está desafinando.
Algo parecido nos sucede
cuando, por las razones que sean, nos falta sensibilidad moral: no notamos
hasta qué punto nos perjudica una transgresión de la ley natural (con la
diferencia de que ese error tiene mayor influencia en nosotros que un fallo
musical).
Cuando alguien quebranta
las leyes físicas (la ley de la gravedad, por ejemplo), pronto comprueba que
el verdadero quebrantado es él mismo. Con la ley moral sucede algo parecido,
aunque a veces tarde en descubrirse. Cuando el hombre transgrede las
exigencias morales naturales se degrada, se aleja de su pleno desarrollo
personal. Por eso, si nos esforzáramos más por conocer las verdaderas
consecuencias de nuestros actos, cambiaría quizá bastante nuestra forma de
actuar.
¿Aguafiestas de la vida?
Hay personas que creen
–como dice aquel dicho popular– que “todo lo que nos gusta, o está prohibido
o engorda”. Piensan que la virtud, o la religión, son realidades que vienen
a aguarles la fiesta de la vida. Las ven como una ingrata secuencia de
restricciones, obligaciones y renuncias. Solo se fijan en el lado antipático
que siempre presenta cualquier esfuerzo, y no advierten el lado atractivo de
la virtud, su rostro amable, su efecto liberador.
“Solamente haciendo el
bien se puede realmente ser feliz”, decía Aristóteles. Todo lo que Dios
exige, nos lo exige precisamente porque es lo que más nos conviene.
Dios no ha señalado una
serie de exigencias morales con el sencillo objeto de fastidiarnos. Sería un
error asociar la voluntad de Dios, o el premio en el más allá, a una
supuesta resignación a la infelicidad en esta tierra. Si la vida es un don
de Dios, y la felicidad eterna es su destino, tiene razón Aristóteles cuando
dice que la felicidad está unida a cumplir ese designio divino. La ética es
una facilitación de la vida, no su constante entorpecimiento.
Vivir los mandatos de
Dios tiene cierto parecido –aunque lejano– con seguir las instrucciones de
mantenimiento de un vehículo. Esas instrucciones pueden prescribir algunas
normas cuyo motivo no siempre el usuario entiende totalmente. Pero el
fabricante, que conoce bien el funcionamiento, nos recomienda que, por
nuestro bien, cumplamos esas normas, aunque no siempre terminemos de
comprenderlas bien. Si alguna cosa nos parece inútil es porque quizá
ignoramos los daños que provocaría su incumplimiento.
—Pero ya que la fe es
algo razonable, lo lógico sería que entendiéramos bien por qué conviene
hacer las cosas.
Siguiendo con el ejemplo
del vehículo, imagina una persona que quisiera utilizar durante años un
automóvil sin querer cambiar el aceite, o sin reponer el líquido de frenos,
porque dice no entender bien la necesidad de hacerlo con tanta frecuencia.
Acabaría por gripar el motor por falta de lubricante, o se estrellaría por
falta de líquido de frenos. Y no dejaría de correr esos riesgos por el hecho
de desconocerlos, o de no entenderlos bien del todo (o de no querer
entenderlos).
Si desea entender bien
las razones de lo que hace, lo más sensato entonces es que aprenda mecánica
del automóvil. Si sabe poco de esa ciencia, el hecho de seguir esas
instrucciones del fabricante no supone actuar de modo poco razonable, sino
actuar fiándose de alguien. Cuando se actúa fiado en otro, también se aplica
el entendimiento: uno entiende que lo que le dicen merece credibilidad,
porque cree que la persona que se lo dice es digna de crédito.
Creer es propio de seres inteligentes
Creer es algo razonable.
Nos pasamos la vida fiándonos de lo que alguien nos dice. Por la autoridad
de otros aceptamos las creencias históricas, la mayoría de las geográficas y
buena parte de las referidas a los asuntos de la vida cotidiana. Nos fiamos
del manual de instrucciones del coche, y de multitud de cosas en la vida
normal de cada día: de lo contrario, sería imposible vivir.
—Pero a muchos las
exigencias de la fe les parecen exageradas.
Hay realidades que exigen
un cierto nivel de exigencia y de compromiso. Es fácil encontrar o inventar
teorías agradables al oído, cálidamente permisivas, y que incluso adornen la
vida de un cierto aire trascendente, pero no basta con eso para que sean
verdaderas.
—Pero decías que hacer el
bien no tiene por qué ser desagradable.
Lo principal no es buscar
lo agradable ni lo desagradable, sino lo que es propio de nuestra naturaleza
de hombres. O lo que quiere Dios de nosotros, que en definitiva es lo mismo.
Y como Dios busca siempre nuestro bien, precisamente eso será lo mejor para
nosotros. Y, a la larga, también lo más agradable.
Si llegamos con sed a una
fuente en la que encontramos un cartel que dice “agua no potable”, esto
puede producirnos una primera reacción de desagrado, pues tenemos sed y allí
hay agua fresca. Pero saciar la sed con esa agua nos llevaría a una
intoxicación, que ese cartel nos ahorra. Quien pone ese cartel no busca
fastidiar, sino ayudar, prevenirnos ante un mal no siempre perceptible con
evidencia. Y esa agua no nos hace daño por tener el cartel, sino que han
puesto el cartel para que no nos haga daño.
La fe verdadera es
exigente. Y exige una conversión verdadera, del corazón. El deber moral no
puede considerarse como una cárcel de la que el hombre tenga que liberarse
para poder hacer finalmente lo que le venga en gana. Las normas morales no
son limitaciones arbitrarias impuestas a las personas, sino verdades
liberadoras que llenan de luz su existencia y constituyen su propia
dignidad.