24. ¿SON NECESARIOS LOS DOGMAS?
¿Es Razonable ser Creyente?
50 cuestiones actuales en torno a la fe
Alfonso Aguiló
24. ¿SON NECESARIOS LOS DOGMAS?
¿No es la Iglesia demasiado
dogmática?
¿Por qué impone sanciones a
teólogos?
La mayor sabiduría humana
es saber
que sabemos muy poco.
Sócrates
¿No es la Iglesia demasiado dogmática?
—Pero proponer dogmas...,
¿no supone caer irremisiblemente en actitudes dogmáticas?
Hay una gran diferencia
entre ser un dogmático y creer firmemente en algo. Las actitudes dogmáticas
nacen de "imponer" dogmas, no de "proponerlos". Y la Iglesia se dirige al
hombre en el más pleno respeto de su libertad. La Iglesia propone, no impone
nada.
Creer es una consecuencia
de la natural búsqueda de la verdad en la que todo hombre debía estar
empeñado. Por el contrario, ser dogmático –caricatura del respeto a los
dogmas– es lo que ha llevado a algunos hombres a caer en diversos fanatismos
a lo largo de la historia, en los que con gran frecuencia se ha utilizado la
fe como pretexto, cuando en realidad los motivos de fondo eran muy
distintos. Pero sería injusto cargar a los dogmas la responsabilidad de
acciones o actitudes de las que los únicos culpables son unos hombres que
los malentendieron o manipularon.
—Pero hay cierto
descontento en algunos ambientes con respecto a esta posición de la Iglesia,
que consideran demasiado firme, incluso un poco radical.
Ese descontento se reduce
a ámbitos bastante limitados. Casi todo el mundo entiende que la Iglesia ha
de seguir un derecho y mantener un mínimo de disciplina. Una iglesia cuya fe
se constituyera como simple equilibrio o agregación de las opiniones de sus
miembros, no sería propiamente una iglesia sino un simple lugar de
coincidencia de algunas preferencias particulares, una mera asociación
privada.
Es cierto que en la
Iglesia hay una unidad clara y firme. Pero se trata de una unidad que no
excluye el pluralismo, no nos hace caminar marcando el paso. Una gran unidad
compatible con una gran diversidad, capaz de expresarse a través de muchas
lenguas, pueblos y naciones, y capaz de incorporar las legítimas tradiciones
de muchos lugares. La Iglesia católica siempre ha tenido presente la
diversidad propia de la cultura humana.
Por poner un ejemplo, el
prólogo del Catecismo de la Iglesia católica advierte de la necesidad de
adaptar su doctrina, en cada lugar, a diversas exigencias ineludibles, entre
las que incluye aquellas que dimanan de las diferentes culturas. Y aunque la
adaptación a las culturas exige a veces rupturas con hábitos o enfoques
incompatibles con la fe católica –puesto que la Iglesia está en la historia
pero al mismo tiempo la trasciende–, subraya siempre los valores positivos
de toda construcción cultural.
¿Intolerancia en la Iglesia?
—¿Y
no es intolerancia por parte de la Iglesia condenar acciones o actitudes que
en algunos casos están socialmente aceptadas, sin atender a las opiniones de
quienes las defienden?
Afortunadamente, ser
tolerante no es compartir en todo la opinión de los demás. Ni dejar de
mantener las propias convicciones porque estén poco de moda. De hecho, ambas
cosas serían una buena forma de acabar pronto sin ninguna idea propia dentro
de la cabeza.
Ser tolerante es
reconocer y respetar a los demás su derecho a pensar de otro modo. Y la
Iglesia lo hace.
Por otra parte, la
tolerancia y el respeto al legítimo pluralismo, nada tienen que ver con una
especie de relativismo que sostuviera que no existe nada que se considere
intrínsecamente bueno y universalmente vinculante. Si no hubiera cosas que
están claramente mal y que no deben tolerarse, nadie podría, por ejemplo,
recriminar legítimamente a Hitler el genocidio judío.
No hay que olvidar que
ese genocidio se perpetró dentro de los
amplios márgenes de la "justicia" y la "ley" nazis, establecidas a
partir de unas elecciones democráticas que se realizaron de forma correcta.
El problema es que si no hay referencia a una verdad objetiva, los criterios
morales carecen de una base sólida, y tarde o temprano la verdad acaba
quedando en manos del poder, y la sociedad queda a merced de quienes pueden
imponer sus opiniones a los demás. Si faltan referencias permanentes, basta
una serie de intervenciones en los principales medios de comunicación para
producir la impresión de que el sentir popular reclama una cosa u otra, y
que todos han de adaptarse a eso.
Por otra parte, y como ha
señalado Giacomo Biffi,
a quienes piensan que la Iglesia es poco tolerante habría quizá que
recordarles que la realidad histórica de la intolerancia, manifestada
trágicamente como la matanza en masa de inocentes, entra en el acontecer
humano precisamente con la irrupción política de la razón separada de la fe,
con la llegada de la Ilustración. El principio de que es lícito suprimir
colectivos enteros de personas por el solo hecho de ser consideradas un
obstáculo para la imposición de determinada ideología, fue aplicado por
primera vez en la historia en 1793, con la incansable actividad de la
guillotina y con el genocidio de La Vendée contra los campesinos católicos.
Y los frutos más amargos de esa semilla se han producido en el siglo XX –el
siglo más sangriento que se conoce– a manos de totalitarismos ateos, con la
masacre de los campesinos rusos por parte de los bolcheviques, con el
genocidio nazi, las matanzas de camboyanos llevadas a cabo por los
comunistas, etc.
—Admito que las
sociedades con fundamentos cristianos sean efectivamente más tolerantes que
las ateas, pero de la tolerancia personal de los cristianos no estoy tan
seguro...
De la virtud de cada
cristiano yo no puedo responder, pero pienso que las personas con
convicciones religiosas arraigadas caen más difícilmente en actitudes
intolerantes. Por aportar un dato significativo –aunque es solo un ejemplo–,
un sondeo Gallup realizado recientemente en USA para la revista First Things,
en el que se establecieron doce grados para medir la religiosidad, señalaba
que el segmento de población considerado más religioso (el llamado “highly spiritually committed”,
que alcanzaba al 13 % de la población) corresponde a "las personas más
tolerantes, más inclinadas a realizar actos caritativos, más preocupadas por
la mejora de la sociedad, y más felices".
Quienes por su fe saben
que el deseo de Dios es respetar las convicciones de los demás, tienen más
recursos personales para respetar los derechos humanos, defender la libertad
religiosa y proteger el santuario de la conciencia en una sociedad civil y
libre. En cualquier caso, la Iglesia no tiene culpa de que haya algún que
otro católico más o menos intolerante. Eso son cosas de la vida, no de la
Iglesia.
¿Por qué hace proselitismo?
—La Iglesia dice que no
puede haber una adhesión cristiana si no se trata de una adhesión libre,
pero luego hace proselitismo. Y eso algunos lo entienden como una violencia,
puesto que es querer llevar una doctrina a quien no ha pedido nada.
Si fuera válida esa
argumentación, habría que prohibir también la publicidad, porque ofrece
cosas que no se han pedido. Y llevada a su extremo, esa lógica podría acabar
con buena parte de la libertad de expresión.
El apostolado cristiano
es dar testimonio de lo que uno considera que es la verdad, sin violentar a
nadie. No es, de ninguna manera, una imposición. La verdad cristiana no debe
imponerse más que por la fuerza de la misma verdad. Por tanto, la conversión
a la fe de una persona, o su vocación a una determinada institución de la
Iglesia, debe proceder de un don de Dios que solo puede ser correspondido
con una decisión personal y libre, que ha de tomarse siempre con entera
libertad, sin coacción ni presión de ningún tipo.
En este sentido la
tradición cristiana habla desde muy antiguo de propagar la fe, y de hacer
proselitismo, para referirse al celo apostólico por anunciar su mensaje e
incorporar nuevos fieles a la Iglesia o a alguna de sus instituciones.
Cualquier otra interpretación de esos términos, que se asociara al uso de
violencia o de coerción, o que de algún modo pretendiera forzar la
conciencia o manipular la libertad, implicaría modos de actuar que, como es
obvio, resultan ajenos por completo al espíritu cristiano y son totalmente
reprobables. Pero el deseo de propagar la propia fe, o de hacer
proselitismo, despojados de esas connotaciones negativas, es algo totalmente
legítimo.
Si negáramos a las
personas su libertad de ayudar a otras a encaminarse hacia lo que se
considera la verdad, caeríamos en una peligrosa forma de intolerancia. Por
eso es preciso respetar –dentro de sus límites propios– la libertad de
expresar las ideas personales, y la libertad de desear convencer con ellas a
otras personas. Al fin y al cabo, es algo que está –entre otras cosas– en la
esencia de lo que es la educación, la publicidad o la política, y es un
derecho básico cada vez más reconocido, tanto desde instancias jurídicas
como sociológicas.
La libertad religiosa
pertenece a la esencia de la sociedad democrática y es uno de los puntos
fundamentales para verificar el progreso auténtico del hombre en todo
régimen, sociedad o sistema. Cualquier atentado directo o consentido contra
ella es siempre síntoma de un totalitarismo más o menos velado. Conculcar el
derecho a expresar o propagar las propias ideas o creencias sería entrar de
nuevo en un peligroso sistema represivo, propio de regímenes autoritarios,
en los que se restringe la libertad religiosa como si fuera algo subversivo,
quizá con el fin de arrancar a la Iglesia el coraje y el empuje necesarios
para acometer su misión evangelizadora.
¿Por qué impone sanciones a teólogos?
—Si la verdad cristiana
no debe imponerse, ¿cómo explicas que la Iglesia siga imponiendo sanciones a
teólogos que mantienen posiciones demasiado "renovadoras"?
La Iglesia católica no
obliga a ninguna persona a creer en nada. Lo que pasa es que algunos se han
empeñado en presentar como mártires, objeto de clamorosas injusticias, a
algunos sacerdotes y teólogos que pretenden seguir diciendo, desde puestos
oficiales de instituciones eclesiásticas, cosas que no son de ninguna manera
conciliables con la teología católica.
Cualquier persona, sea o
no creyente, entiende que la Iglesia –como cualquier otra institución que no
quiera acabar en la más lamentable de las confusiones– debe asegurar que las
personas que la representan expresan con fidelidad su doctrina. Y aunque esa
doctrina es compatible con la evidente multiplicidad del pensamiento
cristiano, hay cosas que no son pluralidad sino contradicción.
Dentro de la misión de la
Iglesia está verificar si una línea de pensamiento o de expresión de la fe
pertenece o no a la verdad católica. Y mantener esas garantías exige un
Derecho, y una autoridad que juzgue conforme a él y que luego se ocupe de
aplicar sus decisiones.
Y hay que decir que los
procedimientos judiciales de la Iglesia son mucho más respetuosos y
contemporizadores que los que se emplean en el mundo judicial civil. No hay
más que leer el Código de Derecho Canónico para ver que la Iglesia no es una
institución sometida a lo arbitrario. Se respeta enormemente el derecho de
las personas, y eso aun a costa de incurrir a veces en cierta lentitud.