22. ¿UNA ANTIGUA DESCONFIANZA
HACIA LA MUJER?
¿Es Razonable ser Creyente?
50 cuestiones actuales en torno a la fe
Alfonso Aguiló
Contenido
¿Por qué las mujeres no
pueden ordenarse?
En casi toda Europa,
la conversión
de un pueblo
comenzó por
la acción de una mujer.
Régine Pernoud
¿Inferioridad de la mujer?
—Muchos piensan que,
aunque hayan mejorado bastante las cosas en los últimos tiempos, quedan en
la Iglesia rastros de una antigua desconfianza hacia la mujer. Incluso he
oído decir que la Iglesia tardó algunos siglos en reconocer que las mujeres
tuvieran alma.
Desde luego, lo de la
ausencia de alma en la mujer nunca lo pensó la Iglesia católica, y esto lo
desmiente con rotundidad la historia: las santas y las mártires fueron
veneradas desde los primeros siglos del cristianismo, y su glorificación
brilla en todos los templos cristianos de la antigüedad, y siempre hubo
tanto mujeres como hombres en el catálogo romano de canonizaciones.
Además, la Iglesia
católica, como es sabido, venera desde los primerísimos tiempos a una mujer,
la Virgen María, como madre de Dios y la más perfecta de las criaturas. Todo
ello, como comprenderás, es poco compatible con semejante leyenda.
—¿Y
no es cierto al menos que la Iglesia admitió que la mujer era inferior al
hombre porque, según el relato del Génesis, fue creada después que él?
Hubo algunos pensadores
cristianos lo bastante ridículos como para pretender que la mujer era un ser
inferior, haciendo una interpretación realmente sorprendente de ese relato
del Génesis. Pero su doctrina fue condenada por la Iglesia. Ya dijo
Aristóteles que no había en el mundo idea absurda que no tuviera al menos
algún filósofo para sostenerla; y se ve que eso puede extenderse a las
muchas afirmaciones absurdas que se han hecho en torno a la teología
católica a lo largo de los siglos. Hay que pensar que durante los primeros
siglos del cristianismo, los concilios dedicaron mucho tiempo a condenar
errores. Uno de ellos fue este. Pero no pueden imputarse a la Iglesia las
aberraciones que se vio obligada a denunciar y condenar. Como decía André Frossard,
eso sería como responsabilizar al Ministro de Justicia de todas las faltas
que castiga el Código Penal.
—Pero San Pablo, por
ejemplo, manda en una de sus epístolas que las mujeres se mantengan calladas
en las asambleas.
Y con ello demuestra que
ellas participaban en esas asambleas, algo absolutamente inimaginable
durante muchísimos siglos en nuestras modernas y avanzadas asambleas
parlamentarias occidentales.
Porque un sencillo
análisis de la historia permite ver que la discriminación de la mujer ha
sido un fenómeno muy extendido a lo largo de los siglos. Eso es algo
lamentable, pero no es justo achacarlo a la Iglesia.
Por poner un ejemplo bien
ilustrativo, el acceso general de la mujer al voto en las elecciones
democráticas civiles de nuestras modernas sociedades occidentales comenzó
con Finlandia en 1906, y no llegó a Estados Unidos hasta 1920, a Gran
Bretaña hasta 1928, y a España hasta 1931. Otros países de nuestro entorno
no alcanzaron el pleno derecho de sufragio femenino hasta mucho después:
Francia en 1944, Italia en 1945, Bélgica en 1948, Andorra en 1970 y Suiza en
1971. Se ha discriminado mucho a la mujer en la historia de la democracia,
pero la culpa no es de la democracia, sino de la visión de la mujer que
tenía entonces la sociedad.
Para ser justo, hay que
integrar ese comentario de San Pablo en la mentalidad imperante en aquellos
tiempos. A nadie de esa época, fuera judío o romano, se le habría pasado por
la cabeza dar a las mujeres tanto protagonismo como tienen en el Nuevo
Testamento, totalmente impensable por aquel entonces (de hecho, fue durante
mucho tiempo objeto de crítica por parte de muchos autores no cristianos).
Sería más justo decir, en todo caso, que las fuertes exigencias de la moral
cristiana contribuyeron a amortiguar aquella lamentable situación.
¿Por qué las mujeres no pueden ordenarse?
—Pero, ¿y lo del
sacerdocio femenino?
Nos salimos un poco del
objeto de este libro, porque se trata ya de un problema teológico, y no de
una cuestión de razonabilidad de la fe. De todas formas, puedo decirte que
la Iglesia católica afirma que hay un sacerdocio común de todos los fieles
–varones y mujeres–; y que el sacerdocio ministerial corresponde solo a los
varones, entre otras razones, porque no considera la Santa Misa una simple
evocación simbólica o conmemorativa, sino la renovación incruenta del
sacrificio de la Cruz; y como Jesucristo era un varón, y el sacerdote en la
Santa Misa presta su cuerpo a Cristo, lo propio es que el sacerdote sea un
varón.
—Entonces, ¿las mujeres
no tienen ese derecho?
El sacerdocio no es un
derecho, sino una llamada. Jesucristo llamó a los que quiso, y no puede
pasarse por alto el hecho de que no eligió entre los doce apóstoles a
ninguna mujer. Y es evidente que podía haberlo hecho con facilidad, pues a
su lado iban siempre algunas mujeres (que le seguirían hasta la cruz, donde,
por cierto, todos los apóstoles menos uno le abandonaron), y no habría
extrañado en aquellos tiempos, en los que sí había sacerdotisas.
¿Por qué Jesucristo no
eligió a ninguna? No es fácil saberlo. El caso es que tampoco lo hicieron
los apóstoles al designar a sus sucesores, y desde los primeros tiempos la
Iglesia ha seguido así –sin que esto suponga ningún menoscabo para la mujer–
por fidelidad a la voluntad fundacional de Jesucristo.
Por otra parte, no se
requiere ser sacerdote para alcanzar la santidad, ni debe considerarse la
ordenación como un premio del que se ha privado a las mujeres. Se trata más
bien de un servicio que corresponde a los varones. Por ejemplo, la misma
Virgen María, asociada más que nadie al misterio de Jesucristo, no fue
llamada al sacerdocio.
La Iglesia reconoce la
igualdad de derechos del varón y de la mujer en la Iglesia, pero esa
igualdad de derechos no implica identidad de funciones. A su vez, esa
diferencia de funciones no concede un valor superior al varón sobre la
mujer, pues los más grandes en la Iglesia no son los sacerdotes sino los
santos.
—Pero las mujeres no
tendrán poder en la Iglesia…
Si contemplamos la
Iglesia desde la perspectiva del poder, efectivamente el que no ostente
cargos estaría oprimido. Pero ese planteamiento destruiría la Iglesia, y
daría una visión falsa de su naturaleza, como si el poder fuera su fin
último. En la Iglesia no estamos para asociarnos y ejercer un poder.
Pertenecemos a la Iglesia porque nos da la vida eterna, todo lo demás es
secundario.
El papel de la mujer
—De todas formas, no
parece muy feminista por parte de la Iglesia...
El Papa y los obispos no
pueden cambiar el comportamiento de Jesucristo. Reconocen y promueven el
papel de la mujer, y han recomendado que participen las mujeres en la vida
de la Iglesia sin ninguna discriminación, también en las consultas y en la
elaboración de las decisiones, en los Consejos y Sínodos diocesanos y en los
Concilios particulares.
«Precisamente porque soy
profundamente feminista –decía la escritora Régine Pernoud–,
la ordenación de mujeres me parece contraria a los intereses mismos de las
mujeres. Se trata de algo que entraña el peligro de confirmar a las mujeres
la creencia de que para ellas la promoción consiste en hacer todo lo que
hacen los varones, como si su progreso fuera actuar exactamente como ellos.
»Que el hombre y la mujer
tienen igualdad de derechos, nos lo ha enseñado el Evangelio. Los mismos
apóstoles se quedan perplejos cuando Cristo anuncia la absoluta reciprocidad
de deberes entre el marido y la mujer: tan evidente era que eso iba en
contra de la mentalidad de la época.
»Esto hace más
significativa la decisión de Cristo de escoger, entre los hombres y mujeres
que le rodeaban, doce hombres que habían de recibir la consagración
eucarística durante la Última Cena en el cenáculo de Jerusalén. Observemos
que, en esa misma sala, las mujeres se encuentran mezcladas con los hombres
para recibir la irrupción del Espíritu Santo en Pentecostés. Más que
reivindicar el ministerio sacerdotal para las mujeres, ¿no habría más bien
que recordar que lo que Cristo pidió a las mujeres es que fueran portadoras
de la salvación?
»En el inicio del
Evangelio está el sí de una mujer; en el final, otras mujeres se apresuran a
ir a despertar a los apóstoles para comunicarles la noticia de la
Resurrección; las mujeres son invitadas a transmitir la palabra: hay
místicas, teólogas, doctoras de la Iglesia. En casi toda Europa la
conversión de un pueblo comenzó por la acción de una mujer: Clotilde en
Francia, Berta en Inglaterra, Olga en Rusia, por no hablar de Teodosiaen
España y Teodelinda en
Lombardía. Pero el servicio sacerdotal se pide a los varones.
»Hoy se ve a muchas
mujeres asumir las más amplias tareas de enseñanza religiosa o teológica. La
desconfianza de la sociedad civil hacia la mujer, manifiesta en el mundo
clásico, comenzó a disiparse muy recientemente. Lo deseable, al comienzo de
este tercer milenio, es que se establezca el esperado equilibrio sin ninguna
confusión.»