12. ¿EXISTIÓ REALMENTE JESUCRISTO?
¿Es Razonable ser Creyente?
50 cuestiones actuales en torno a la fe
Alfonso Aguiló
12. ¿EXISTIÓ REALMENTE JESUCRISTO?
¿Realidad verdadera... o una
ficción?
El testimonio de tres
culturas
No saber lo que ha
sucedido
antes de
nosotros
es como
ser incesantemente niños.
Cicerón
¿Realidad verdadera... o una ficción?
—¿Y
no pudo ser Jesucristo un fanático, o un esquizofrénico que se inventase su
papel con gran genialidad?
«La verdad es que, si
esto fuera así –continúa Tomás Alfaro–, sería el mayor farsante de todos los
tiempos. Porque encarnó con una exactitud impresionante dieciocho siglos de
profecías anteriores a Él. Y de las distintas interpretaciones a esas
profecías, no fue a elegir la más fácil ni la más agradable. Continuamente
surgían en Israel supuestos Mesías que pretendían ser el libertador
victorioso. Naturalmente, ellos y sus seguidores eran eliminados en poco
tiempo por la potencia dominante del momento. Sus burdas doctrinas no les
sobrevivían más allá de unos meses, tal vez unos años en el mejor de los
casos. Pero no se sabe de un solo caso de un farsante que quisiera
representar el papel de la profecía del Siervo Sufriente y morir de una
manera tan cruel (y tan infame en aquellos tiempos).»
—Bueno, podría decirse
que era un loco muy especial.
Pero tampoco eso cuadra.
De un esquizofrénico con manía autodestructiva no cabría esperar ni la
serena doctrina ni la vida ejemplar de Jesucristo.
—¿Y
la fe en Jesucristo no podría ser una simple ilusión, un hermoso sueño
forjado por la humanidad?
Si se analiza la
coherencia de la figura de Jesucristo, y su conveniencia en el corazón de la
condición humana y de la historia –apunta André Léonard–,
puede verse que no se trata de una coherencia artificial que el espíritu
humano hubiera podido inventar, y después dominar, como si fuera una ilación
lógica que caracteriza a un sistema filosófico bien trabado o a una
ideología hábilmente adaptada a la mentalidad ambiental. Es algo muy
distinto. Se trata de una coherencia tan compleja, tan contrastada, tan
imprevisiblemente vinculada a un gran número de realidades históricas, que
es totalmente imposible de construir por un esfuerzo de lógica.
De la figura de
Jesucristo, tal como aparece en el Nuevo Testamento, emana un enorme poder
de convicción. Se presenta con una capacidad de captación tan singular que
la historia de los hombres no ha conocido nada semejante. Un poder de
captación que, además, hace su figura convincente, pero no ineludible. Dios
desea ser amado libremente por unas criaturas libres, y no una adhesión
forzada por parte del hombre. Por eso, nuestra existencia empieza, y debe
empezar, por el claroscuro de esta vida terrena, marcada por la no evidencia
de Dios.
La garantía de la historia
—Pero siempre queda la
posibilidad de que la figura de Jesucristo hubiera sido resultado de una
inconsciente y casual creación del genio humano. ¿No podría ser como una
proyección consoladora, como una objetivación engañosa de los deseos ocultos
del hombre, sediento de una dicha que no posee?
Son muchas las esperanzas
psicológicas, filosóficas o religiosas del ser humano que pueden explicarse
por construcciones parecidas. Pero ese tipo de interpretaciones proyectivas
presentan un obstáculo insalvable cuando se quieren aplicar al caso del
cristianismo: los acontecimientos fundacionales de la fe cristiana son
rigurosamente históricos.
La objeción según la cual
toda la religión cristiana podría ser una simple ilusión reconfortante puede
llegar a inquietar profundamente a algunos creyentes. Sin embargo, la
esencial referencia histórica del cristianismo hacia sus acontecimientos
fundacionales, le distingue radicalmente y desde un principio de todas las
construcciones humanas. Hay una diferencia abismal entre la fe cristiana,
inscrita en los hechos de la historia, y los mitos intemporales de las
religiones antiguas, que carecen de historia y solo muestran de esta la
apariencia superficial de una narración. Además, en Jesucristo se da una
situación poco frecuente respecto a otros personajes de la Antigüedad, pues
la existencia histórica de Jesucristo está testimoniada por documentos de
tres culturas diferentes: la cristiana, la romana y la judía.
El testimonio de tres culturas
Es perfectamente
comprobable que Jesús de Nazaret es el nombre de una persona histórica que
vivió en Palestina bajo los emperadores Augusto y Tiberio, y que nació el
año 6 o 5 antes de nuestra era (años 748 o 749 de la fundación de Roma), y
murió el 7 u 8 de abril (14 o 15 del mes de Nisán) del año 30 de nuestra
era, bajo el poder del procurador Poncio Pilato.
El historiador romano
Tácito ya mencionaba de pasada en sus Annales –escritos
hacia el año 116 a partir de las Actas de los archivos oficiales del
Imperio– la condena al suplicio de un cierto Christus por
el procurador Poncio Pilato,
durante el imperio de Tiberio. Bien es sabido, por otra parte, que Tácito
tenía pocas razones para interesarse por la oscura aventura de un profeta
judío en un rincón perdido del imperio. Si menciona el nombre deChristus se
debe únicamente a que el relato de la vida de Nerón le lleva a hablar de los
cristianos en relación con el incendio de Roma del año 64. Pero el nombre
queda citado.
Hay muchos otros
testimonios de Jesucristo totalmente externos al Nuevo Testamento. Aparecen
diversas menciones en una carta escrita hacia el año 112 por Plinio el Joven
a su tío el emperador Trajano. Otras de Suetonio,
secretario de Adriano, en su Vidas de los Césares, hacia el año 120. También
de Flavio Josefo,
conocido historiador judío, en sus Antigüedades judías, del año 94. El mismo
Talmud de los judíos hace varias referencias despectivas acerca de Jesús,
como un hereje que sedujo y extravió al pueblo de Israel interpretando
torcidamente la Thorá.
El griego Luciano de Samosata presenta
a Jesús como un vulgar embaucador. Y Celso, un filósofo pagano, como un
peligro para la sociedad.
Nadie se atrevería a
calificar de interesados o comprometidos con la fe cristiana a esos autores,
que –sin saberlo– han contribuido a probar inequívocamente la existencia
histórica de Jesús de Nazaret. Los testimonios son tan incontrovertibles que
hace ya mucho tiempo que ningún historiador serio se atreve a negar la
existencia histórica de Jesucristo y de sus discípulos.
A la ciencia del siglo
XIX le gustaba presentar un universo determinista donde la libertad humana
apenas tenía cabida, y donde no hacía ninguna falta contar con la
intervención de Dios. El poder de ese cientifismo fue formidable, en parte
porque la religiosidad popular cristiana de por entonces estaba, en muchos
sentidos, bastante poco cultivada. Sin embargo, a medida que ha ido
avanzando la ciencia, se ha hecho más evidente su compatibilidad con la fe.
Lo que entonces parecía fuente de incredulidad, hoy nos muestra lo
contrario. «Todavía a comienzos del siglo XX –escribe Pedro Laín Entralgo–
circulaban por las librerías publicaciones con el título "Jesucristo nunca
ha existido" u otros semejantes. Ya no es posible encontrarlos. La
investigación histórica rigurosa ha eliminado tales desvaríos. La existencia
real de Jesús de Nazaret puede ser afirmada con el mismo grado de
certidumbre con que afirmamos la de Sócrates o de Atila. Los Evangelios no
son tan solo fundamento de una fe religiosa, son también documentos
históricos fiables, aunque, desde luego, susceptibles de análisis y de
crítica. La existencia de Jesucristo no es objeto de una creencia religiosa
en sentido estricto, sino una certidumbre de carácter histórico, una
convicción impuesta por testimonios y argumentos enteramente fiables.»