6. ¿SE PUEDEN CONCILIAR FE Y RAZÓN?
¿Es Razonable ser Creyente?
50 cuestiones actuales en torno a la fe
Alfonso Aguiló
6. ¿SE PUEDEN CONCILIAR FE Y RAZÓN?
¿Puede la ciencia explicarlo
todo?
¿Científicos pontificando
sobre filosofía?
¿Desaparecerá la fe al
madurar la sociedad?
¿Quién protege al hombre de
su tendencia al mal?
Para las personas
creyentes,
Dios está al principio.
Para los científicos,
está el
final de todas sus reflexiones.
Max Planck
¿Puede la ciencia explicarlo todo?
Una mirada al desarrollo
científico con un poco de perspectiva histórica nos deja asombrados de la
rapidez con que las máquinas se trasladan a los museos. Bastantes
afirmaciones de las revistas científicas actuales probablemente sean motivo
de hilaridad o de asombro para las generaciones futuras, quizá dentro de no
tanto tiempo.
La historia de las
ciencias nos advierte, con terca insistencia, de un hecho irrefutable: pocas
teorías científicas logran mantenerse siquiera unos pocos siglos; muchas
veces, tan solo unos años; y en algunas ocasiones, todavía menos. La mayoría
de las afirmaciones de la ciencia van siendo sustituidas, una tras otra,
poco a poco, por otras explicaciones más complejas y contrastadas de esa
misma realidad. Eran hipótesis que fueron consideradas como ciertas durante
una serie de años, o de siglos, y que un día quedan superadas. A veces, son
englobadas dentro de teorías más completas, de las que la antigua hipótesis
es un corolario o un simple caso particular. Otras, quedaron obsoletas y
desaparecieron por completo del ámbito científico. La postura propia de la
ciencia experimental ha de ser, por tanto, extremadamente cauta en sus
afirmaciones.
«Una insidia perniciosa
–escribía John Eccles poco
después de recibir el Premio Nobel por sus investigaciones en neurocirugía–
surge de la pretensión de algunos científicos, incluso eminentes, de que la
ciencia proporcionará pronto una explicación completa de todos los fenómenos
del mundo natural y de todas nuestras experiencias subjetivas. Es una
extravagante y falsa pretensión que ha sido calificada irónicamente por Popper como
“materialismo promisorio”.
»Es importante reconocer
que, aunque un científico pueda formular esta pretensión, no actuaría
entonces como científico, sino como un profeta enmascarado de científico.
Eso sería cientifismo, no ciencia, aunque impresione fuertemente a aquellos
profanos que piensan que la ciencia suministra incontrovertiblemente la
verdad.
»El científico no debe
pensar que posee un conocimiento cierto de toda la verdad. Lo más que
podemos hacer los científicos es aproximarnos más de cerca a un
entendimiento verdadero de los fenómenos naturales mediante la eliminación
de errores en nuestras hipótesis. Es de la mayor importancia para los
científicos que aparezcan ante el público como lo que realmente son:
humildes buscadores de la verdad.»
En cambio, la inmodestia
suele ir unida a la ignorancia. La suficiencia con que algunos hablan se
presenta como una actitud muy poco científica, pues los científicos sensatos
nunca dan categoría de dogma a sus hipótesis. El cientifismo altivo ha hecho
siempre muy flaco servicio al rigor de la verdadera ciencia.
¿Científicos pontificando sobre filosofía?
Los científicos sensatos
–además de vigilarse a sí mismos para no convertirse en personajes
dogmatizantes– procuran basar siempre sus afirmaciones científicas en
comprobaciones que sigan con rigor el método científico. Así se guardan de
imponer como científicas afirmaciones que, en el fondo, se apoyan más bien
en razones de orden filosófico.
—Me imagino que, si son
científicos, lo que digan estará basado en el método científico, que es el
que conocen, ¿no?
Ciertamente, la mayoría
de los científicos así lo hacen, y con gran honestidad. Pero hay algunos que
son menos honrados en sus afirmaciones, aunque a veces –para desprestigio de
la verdadera ciencia– sean más conocidos en los medios de comunicación. Son
personajes que tienen una cierta habilidad para saltar furtivamente al
vecino campo de la filosofía. Y no hay que extrañarse de que esto suceda,
pues ya decía Einstein que todo investigador científico es una especie de
metafísico oculto, por muy positivista que se crea.
—Pero tienen todo el
derecho del mundo a hacer filosofía si les apetece, ¿no?
Por supuesto. Ni las
ciencias especulativas ni las experimentales entienden de exclusivismos.
Están abiertas a todos. Pero en todas debe exigirse que se cumplan las
reglas y el método propios de la ciencia en la que se está trabajando. No es
legítimo que pretendan imponer especulaciones filosóficas en nombre del
método científico.
Si alguien, como
científico experimental, hace una afirmación científica, debe aportar datos
empíricos que avalen esa afirmación. Si la afirmación no es experimental,
sino especulativa, debe aportar las razones necesarias conforme a las normas
del buen hacer filosófico. Pero no goza de ningún privilegio en ese campo,
por muy buen científico que sea. Lo que no sería lícito es que hiciera
conjeturas de razón y las presentara como demostradas experimentalmente. Y
eso es lo que hacen algunas personas, que, de un sigiloso salto, se cuelan
de rondón en campo ajeno y hablan desde allí queriendo hacernos ver que
hablan desde otro sitio.
—O sea, es como un regate
al método científico.
Exacto. Y no es que lo
hagan continuamente. Lo hacen solo algunos, y solo en algunas ocasiones, y a
veces inadvertidamente incluso para ellos mismos. Lo malo es que suelen
moverse torpemente en el campo de la filosofía, y pasan por él como caballo
por cacharrería, haciendo conjeturas filosóficas sumamente curiosas.
—De todas formas, tampoco
es malo hacer conjeturas de vez en cuando. No vamos a estar siempre
limitados a lo estrictamente demostrado.
Por supuesto, pero
entonces hay que distinguir bien entre las conjeturas y las afirmaciones de
la ciencia. Igual que, por ejemplo, un principio ético elemental exige a los
profesionales de los medios de comunicación distinguir lo que es propiamente
la noticia de lo que es su opinión sobre esa noticia, los científicos están
obligados a hacer también esa diferenciación entre lo que han comprobado
científicamente y lo que es una especulación de su pensamiento.
¿Desaparecerá la fe al madurar la sociedad?
Cuenta López Quintás en
uno de sus libros cómo un día, al atardecer, después de visitar la catedral
de Notre-Dame,
mientras callejeaba por el viejo París, se encontró sin querer con un
pequeño edificio abandonado, con sus sórdidas ventanas cruzadas por listones
de madera. Aquella construcción semirruinosa resultó
ser el famoso “Templo de la Nueva Religión de la Ciencia”, que hacía siglo y
medio había erigido el filósofo francés Augusto Comte.
El contraste fue tan
brusco como expresivo. El templo con el que se pretendió dar culto al
progreso científico se hallaba arrumbado. La vieja catedral, en cambio,
lucía sus mejores galas, como en sus grandes tiempos medievales. La música
se acompasaba en ella con la armonía de los órdenes arquitectónicos, con el
buen decir de los oradores, con el magnífico juego litúrgico que un día
navideño había conmovido años atrás al gran poetaClaudel hasta
llevarlo a la conversión.
La historia de aquel
templo olvidado está emparentada con la de la Ilustración, que en su día se
alzó con la ilusión de "despojar al hombre de las irracionales cadenas de
las creencias y saberes supersticiosos basados en la autoridad y las
costumbres". El pensamiento ilustrado de la Enciclopedia consideraba los
conocimientos religiosos como "simples e ingenuas explicaciones de la vida
dadas por el hombre no científico". Multitud de pensadores, en su aversión a
la fe, se complacían en dar al sentimiento religioso el origen más bajo
posible. Se figuraban a nuestros antepasados como "seres perpetuamente
atemorizados, empeñados en conjurar las fuerzas hostiles del cielo y de la
tierra mediante prácticas irracionales". Veían a Dios como un simple
"producto del miedo de las civilizaciones primitivas, cuando todavía la
fábula tenía cabida en esos espíritus atrasados".
Se sentían llamados a
"liberar a toda la humanidad de aquel lamentable estado de ignorancia". La
fe acabaría por desaparecer a medida que la sociedad fuera madurando: "La
diosa Razón arrinconaría esa ignorancia, iluminaría el camino, y dirigiría
con mano segura los destinos de la Humanidad".
Pensaban que la tendencia
a buscar en los dioses una razón de existir pertenecía a un estado primitivo
de la vida humana, que daría paso al pensamiento filosófico, y, más
adelante, acabaría por ceder su puesto al conocimiento científico, que
otorgaría al hombre su primacía absoluta en el universo y le situaría en su
mayoría de edad.
Esta teoría de Comte sobre
la evolución humana a través de los tres estados –religiosidad, pensamiento
filosófico y conocimiento científico– gozó en su tiempo de una gran acogida,
y en su honor se erigió aquel templo dedicado a la "Nueva Religión de la
Ciencia".
—Es curioso que la
ciencia tomara esa representación religiosa, ¿no?
Fue efectivamente un
curioso fenómeno de sustitución. El hombre, fascinado por la ciencia, la
eleva hasta ocupar el lugar de lo sagrado. Pero no era un simple conflicto
entre ciencia y fe. De hecho, entronizar a una guapa muchachita parisiense
en la catedral deNotre-Dame –como hicieron–,
dándole el título de “Diosa Razón”, no parece que formara parte de las
ciencias experimentales. Detrás de todo aquello latía el empeño ateo de
proclamar la salvación de la humanidad por sí misma, y la llegada de una
sociedad iluminada por solo la razón humana.
Han pasado menos de dos
siglos, y el estado de abandono en que se encuentra hoy aquel templo laico
es quizá un fiel reflejo del abandono de aquella concepción de hombre que
tanta fuerza tuvo en esa época. Aquella ilusión según la cual el
advenimiento de la era científica permitiría eliminar el mal del mundo ha
venido a resultar un doloroso engaño. Sus hipótesis resultaron estar
preñadas de más ingenuidad que la que ellos achacaban a las épocas
históricas anteriores.
¿Quién protege al hombre de su tendencia al mal?
El combate que el hombre
libra contra el mal excede infinitamente los medios de la sola razón. Puede
demostrarse en hechos tan actuales como el racismo, la droga o el alcohol. O
en todos esos horribles crímenes cometidos por totalitarismos ateos
sistemáticos a lo largo del siglo XX: desde el genocidio nazi de Hitler
hasta el de Pol Pot en
Camboya, pasando por los del leninismo, el estalinismo o el maoísmo.
Lo peor es que la mayor
parte de esos crímenes masivos se cometieron en nombre de teorías que en su
momento recibieron el aplauso de millones de personas. Fueron auténticos
infiernos fabricados por unos hombres que buscaban un mundo que se bastaba a
sí mismo y no tenía ya necesidad de Dios.
Y del mismo modo que
leyendo a Lenin podía verse que los derechos del individuo no iban a ser
respetados en un sistema comunista, estudiando las premisas de la
Ilustración aparece bien claro que la Modernidad no cubriría las necesidades
globales del ser humano. No basta con la razón –ha escrito Luis Racionero–
para que una sociedad sea justa, solidaria y equilibrada. Para que haya
equilibrio en la persona y en la sociedad, se necesita atender, junto con la
razón, a la voluntad y a la sensibilidad. La persona y la sociedad deben
proponerse buscar lo bueno, lo verdadero y lo bello; y eso supone hablar de
voluntad, inteligencia y sentimientos; y a su vez de la ética, la ciencia y
el arte. Cuando se idolatra un método de la inteligencia, como es la razón,
sin encumbrar a su altura la ética y la estética, se desequilibra al
individuo y la sociedad. Ese ha sido el fracaso de la Ilustración.
Fracasó por creer que de
la razón se deriva automáticamente la ética, lo cual se ha demostrado falso
al contrastarse con la realidad. La razón no puede ser salvada por la razón.
Eso sería ilusorio. Esos crímenes han demostrado lo que puede llegar a hacer
el hombre. Y hemos visto cómo la razón no ha impedido nada.
Los ilustrados creían que
mostrando al hombre lo razonable, este lo adoptaría, y la razón sería
suficiente para organizar la sociedad. Pero no ha sido así. No basta con
proclamar lo razonable para que los hombres lo practiquen.
El comportamiento humano
está lleno de sombras y de matices ajenos a la razón, que campan por sus
respetos moviendo resortes de la voluntad y el corazón. Es salvar el honor
de la razón –asegura Jean-Marie Lustiger–
reconocer los peligros que encierra. La razón está en los hombres concretos,
y está por tanto sujeta a errores. Puede ofuscarse, puede llegar al
extravío, incluso a la perversión. Concebir la razón como la gran soberana,
independiente del bien que debe buscar el hombre, es quizá como ponerse en
manos de un ordenador: es un instrumento muy capaz, procesa gran cantidad de
datos que toma del exterior, todo su desarrollo es perfectamente lógico,
pero alguien tiene que asegurar que está bien programado. La verdadera fe es
una guía insustituible, pues la razón puede extraviarse.
No quiero con esto
menospreciar la razón, sino lo contrario. La razón es una de las más nobles
capacidades que distinguen a la especie humana, y nos alegra ver sus
triunfos, y las conquistas de la ciencia, y su lucha por construir un mundo
mejor. Pero conviene recordar siempre la limitación humana, así como el
orden natural impuesto por Dios, que permite al hombre preservar su dignidad
y evitar muchos errores.
La historia está llena de
cadáveres ideológicos, y a nadie le extraña encontrarlos perfectamente
alineados cuando vuelve la vista atrás para aprender de la historia. Y entre
ellos, salpicados a lo largo de los siglos, puede verse a toda una legión de
profetas que han ido asegurando –sobre todo en los últimos doscientos años–
la pronta y definitiva desaparición de la religión y de la Iglesia.
Sin embargo, la historia
muestra que son precisamente los que con tanta pasión hacen esas condenas y
esas profecías quienes desaparecen uno tras otro, mientras la Iglesia
continúa adelante después de dos mil años, y la religiosidad sigue siendo
una constante en todas las civilizaciones de todos los tiempos.
La Iglesia, que ha
presenciado catástrofes que barrieron imperios enteros, atestigua con su
mera subsistencia la fuerza que late en ella. "Los pueblos pasan –observabaNapoléon–,
los tronos y las dinastías se derrumban, pero la Iglesia permanece." Algo
que hace sospechar que el hecho religioso forma parte de la naturaleza del
hombre, y que la Iglesia está alentada por un espíritu que no es de origen
humano.