4. ¿PUEDE DIOS CABER EN MI MENTE?
¿Es Razonable ser Creyente?
50 cuestiones actuales en torno a la fe
Alfonso Aguiló
4. ¿PUEDE DIOS CABER EN MI MENTE?
¿Creer en algo que no estoy
seguro de que exista?
¿Creer en algo que me
complica la vida?
Agnosticismo y cálculo de
probabilidades
La grandeza de un hombre
está en
saber reconocer
su propia
pequeñez.
Blas Pascal
Reconocer nuestra limitación
Si un estudiante de
bachillerato va un día a la Universidad y asiste a una clase de doctorado en
la que se está tratando una materia especialmente compleja, no debería
extrañarse si ve que a veces pierde el hilo de la explicación (suponiendo
que en algún momento llegara a encontrarlo). Le parecerá lo más natural,
puesto que esa materia le supera por completo.
Algo parecido –ya siento no
haber encontrado ejemplo mejor– podría decirse que sucede con la comprensión
sobre la naturaleza de Dios que puede alcanzar el hombre.
Si ese estudiante de
nuestro ejemplo dijera que todo lo que ha oído en esa clase es mentira por
la sencilla razón de que él no entiende nada, habría quizá que hacerle ver
–educadamente, por supuesto– que su capacidad de entender las cosas no es
quien concede la verdad a esas cosas. La verdad no está obligada a ser
entendida completamente por todas las personas. Y esto no es decir que sean
tontas, ni renunciar a la razón, sino simplemente constatar que tenemos
limitaciones. Por eso dijo Pascal –y era un gran científico– que la grandeza
de un hombre está en saber reconocer su propia pequeñez.
Aquel profesor –volviendo
a nuestra comparación– podrá hacer aproximaciones a esa verdad, con ejemplos
o simplificaciones más o menos afortunadas que ayuden a que el estudiante lo
entienda. Y también podrá rebatir, con mayor o menor acierto pedagógico, las
objeciones que el chico ponga. Pero no logrará hacerle entender todas las
clases perfectamente y hasta sus últimas consecuencias. Porque está a otro
nivel.
Pensar que uno es tan
listo como para abarcar por completo a Dios es de una ingenuidad tan pasmosa
como presuntuosa. Más o menos, como si el estudiante de nuestro ejemplo
pensara que ha entendido perfectamente todo lo que ha escuchado en esa clase
(probablemente entonces habría entendido algo distinto a lo que realmente se
explicó).
Si alguien dice que Dios
no existe porque no cabe por completo en su cabeza, habría que hacerle
considerar que si Dios cupiera por completo en su cabeza, quizá entonces ya
no sería Dios. Y eso no tiene nada que ver con la posibilidad de la razón
humana de demostrar la existencia de Dios. La razón es capaz de llegar a
Dios, pero demostrar la existencia de Dios no es abarcar completamente a
Dios.
Para creer, hay que
reconocer humildemente –y sé que es difícil ser humilde– la limitación de la
razón humana. Así podremos acercarnos a algo que es muy superior a nosotros.
—Pero Dios podría hacer
algo para que le conozcamos más fácilmente...
Pienso que ha hecho ya
mucho. Quizá sea al hombre a quien falte poner algo más de su parte. Además,
sería poco conforme a nuestra condición humana obligar a Dios a aceptar
nuestros axiomas sobre lo que tendría que hacer para darse sensatamente a
conocer a los hombres.
Dios no ha querido
obligar forzosamente al hombre a reconocerle. La razón humana puede
demostrar la existencia de Dios y conocer bastante sobre su naturaleza. Pero
no puede llegar por sí sola a otras muchas verdades relacionadas con la
naturaleza de Dios.
El hecho de que el hombre
no llegue a captar unas verdades no tiene por qué vulnerar esas verdades. Es
algo –explica Mariano Artigas– que sucede también en las ciencias, y
continuamente. Por ejemplo, nadie duda de la realidad de las partículas
subatómicas, a pesar de que encontramos dificultades –que de momento son
insalvables– cuando intentamos explicar su naturaleza. Pero esas
dificultades no impiden que poseamos muchos conocimientos bien comprobados
acerca de esas partículas, y que podamos utilizarlos como base de
tecnologías muy avanzadas.
La fe es razonable, pero
al hombre le resulta difícil llegar a comprenderla con profundidad con la
única ayuda de la razón. Por eso la Revelación supone una gran ayuda en el
laborioso camino de la inteligencia humana.
¿Creer en algo que no estoy seguro de que exista?
—Hay personas que se
declaran agnósticas porque dicen que nadie ha conseguido demostrarles de
forma convincente que Dios existe. Y que no pueden rezar a un ser del que no
saben con seguridad si verdaderamente existe, porque sería como arrojar al
mar mensajes en una botella, con la duda de si alguna vez alguienlos recogerá.
Sin embargo –perdóname
por la broma–, tengo entendido que los náufragos en islas desiertas
arrojaban botellas al mar, o al menos eso se cuenta. Y supongo que lo harían
porque confiar en algo que no es una certeza aplastante e incontrovertible
no tiene por qué ser una actitud absurda. Lo que quizá sí sería absurdo es
quedarse sin hacer nada porque no se sabe con total seguridad si alguien
llegará a encontrarse algún día con la botella.
—Sí, pero dicen que ellos
optan por no arriesgar nada, y por eso prefieren no creer en nada, puesto
que no hay nada claramente probado.
Con ese planteamiento, si
me apuras, habría que dejar de creer incluso en que uno es hijo de sus
padres –pido perdón de nuevo por el ejemplo–, como única solución segura
para evitar el riesgo de amar a unos padres falsos. La mayoría de nuestros
conocimientos provienen del testimonio de otras personas, y en la mayoría de
los casos no podemos comprobarlos incontrovertiblemente.
Y eso incluye datos tan
sencillos como quiénes son nuestros padres, nuestro lugar y fecha de
nacimiento, la mayor parte de la geografía y de la historia, y un larguísimo
etcétera. Sin embargo, solemos creer que el medicamento que tomamos
corresponde a lo que indica el rótulo de la caja, o que el indicador de
salida de la autopista nos mandará al lugar que señala, o que realmente
existe aquel lejano país que viene en los mapas y del que tanto habla la
prensa pero que jamás hemos visitado. Porque eso es lo razonable.
Nos pasamos la vida
–todos, también quienes dicen que no creen en nada– teniendo fe en muchas
cosas, corriendo riesgos, fiándonos de lo que no está claramente probado. La
fe significa crédito o confianza. Si queremos demostrar todo, nos veremos
abocados a un proceso infinito en el que la desconfianza absoluta recortaría
drásticamente a una persona, y su vida quedaría reducida al pequeñísimo
ámbito de lo que es comprobable por uno mismo.
Por eso, el hecho de que
la fe en Dios exija una actitud de aceptación es algo también muy razonable.
Lo que no sería razonable es el escepticismo absoluto, o pedir un
desproporcionado grado de seguridad. Y menos razonable aún si solo se pide
en cuestiones de religión o de moral.
La misma amistad, sin ir
más lejos, requiere del ejercicio de la fe y la confianza, puesto que, sin
ellas, ningún amigo merecería tal nombre. Así lo entendía un pensador de la
antigüedad, que se preguntaba: ¿Cómo puedo afirmar que no se debe creer en
nada sin conocerlo directamente, si, en caso de no creer algo que no puede
ser demostrado con seguridad por la razón, no existiría la amistad, ni el
amor?
¿Creer en algo que me complica la vida?
—Hay veces en que la
resistencia a creer en Dios es sobre todo una resistencia de la voluntad
para evitarse complicaciones morales.
Ciertamente, y por eso
muchos agnósticos se amparan en la excusa de que no se puede conocer con
certeza la existencia de Dios, para así vivir en la práctica como si no
existiera. Y resuelven sus dudas intelectuales apostando a nivel práctico
por la no-existencia de Dios, con una seguridad y asumiendo unos riesgos
difíciles de conciliar con sus anteriores razonamientos.
Es una postura que, por
otra parte, puede resultar muy seductora para quienes buscan eludir algunas
de las exigencias morales que supone la existencia de Dios, al tiempo que se
evitan la molestia de rebatirlas. De esta manera, su agnosticismo acaba
siendo una sencilla fachada intelectual que esconde unos planteamientos que
a lo mejor parecen cómodos pero desde luego son muy poco consistentes.
Hay otros, a los que
quizá habría que alabar inicialmente por su sinceridad, que afirman creer en
Dios, pero que prefieren ponerlo entre paréntesis porque, por alguna razón
más o menos confesada, no les interesa que afecte a su vida. Se trata de un
indiferentismo que, si bien puede ser efectivamente sincero, no parece un
ejemplo de coherencia.
Otros profesan una
especie de agnosticismo estético, con el que hacen difíciles equilibrios
entre el escepticismo y la búsqueda de aprobación social, o entre el miedo
al compromiso y el miedo al “qué dirán”. Parecen pensar que la incredulidad
es prueba de elegancia y sabiduría, y quizá por eso llegan hasta el extremo
de fingirla.
En unos casos y en otros,
son actitudes que responden a decisiones personales, que son muy libres de
tomar, por supuesto, pero que con frecuencia no se fundamentan en un
discurso intelectual muy riguroso. El discurso suele venir después, para
justificar su decisión.
Agnosticismo y cálculo de probabilidades
—Otros, y parece que lo
dicen honradamente, aseguran que si alguien les convenciera de que Dios
existe, se convertirían. Pero que no pueden forzar una fe que no tienen.
Dicen incluso que les gustaría tener la fortuna de poseer esa fe que ven que
hace tan felices a otros...
Se le podría dar la
vuelta a su razonamiento: que sea él quien demuestre que Dios no existe, o
que no puede conocerse, y así entonces serías tú quien se convertiría a su
postura.
—De entrada, me diría que
no tiene ningún interés en convertirme, como parezco tenerlo yo.
Pienso que todo hombre
realmente persuadido de conocer cualquier verdad debe tener la ilusión de
compartirla con los demás. Buscar que los demás se acerquen a lo que uno
considera verdadero –respetando siempre la libertad, por supuesto–, es algo
positivo.
—Pues entonces admitiría
que tampoco se puede demostrar que no existe Dios, pero como su existencia
es algo dudoso, le parece igual de razonable apostar por cualquiera de las
dos opciones.
Sin embargo, él, en la
práctica, vive como si Dios no existiera. Está viviendo, en definitiva,
conforme a algo que no puede demostrar. En el fondo, está teniendo fe en
algo, en la no-existencia de Dios, pero con el agravante de que si
efectivamente al final resultara que Dios existe –cosa que sabremos dentro
de no tanto tiempo–, lo más probable es que él haya salido perdiendo en esa
apuesta, y por los siglos de los siglos.
—Pero dirá que si al
final resulta que Dios no existe, eres tú quien pierde, y él, en cambio,
habrá salido ganando.
No está tan claro, pues
no parece muy seguro que quienes viven al margen de Dios pasen una vida más
feliz. Ellos mismos reconocen muchas veces –lo comentabas antes tú mismo–
que incluso les gustaría tener la fe que ven que hace tan felices a otros. Y
es lógico que así suceda, puesto que tener fe es siempre servir a algo más
elevado, y todo hombre –quiéralo o no– es siervo de las cosas en las que
pone su felicidad.
O sea, que si al final de
la vida se comprueba que Dios existe, el agnóstico ha apostado por el error
de más trascendencia que pueda haber. Y si Dios no existiera, tampoco habría
salido ganando. Así que, hasta por esta razón de probabilidad, parece
bastante razonable apostar por la fe. Así lo resumía Pascal: “Prefiero
equivocarme creyendo en un Dios que no existe, que equivocarme no creyendo
en un Dios que existe".
"Porque –añadía, haciendo
gala de su habitual pragmatismo de científico– si después no hay nada,
evidentemente nunca lo sabré, cuando me hunda en la nada eterna; pero si hay
algo, si hay Alguien, tendré que dar cuenta de mi actitud de rechazo.”
Por otra parte, si Dios
existe, ha de haber una religión, pues la religión es lo propio de la
relación natural entre cualquier ser y quien lo ha creado. Igual que lo
natural es que un hijo trate a sus padres, por la sencilla razón de que le
han traído al mundo, lo natural en el hombre es mantener una relación con su
creador, y puede decirse que eso es la religión.