2. ¿ES POSIBLE LA AUTOCREACIÓN?
¿Es Razonable ser Creyente?
50 cuestiones actuales en torno a la fe
Alfonso Aguiló
2. ¿ES POSIBLE LA AUTOCREACIÓN?
Un cuento de hadas para
personas mayores
Evolución: bien, ¿pero de
dónde?
Muy débil es la razón
si no
llega a comprender
que hay
muchas cosas
que la
sobrepasan.
Blas Pascal
Un cuento de hadas para personas mayores
—Mucha gente dice que le
sobran todos esos argumentos porque la teoría del big bangexplica
perfectamente la autocreación del
universo, y por tanto no necesitan a Dios para explicar nada.
El big bang y
la autocreación del
universo son dos cosas bien distintas. La teoría del bigbang,
como tal, resulta perfectamente conciliable con la existencia de Dios. Sin
embargo, sobre la teoría de la autocreación –que
sostiene, mediante explicaciones más o menos ingeniosas, que el universo se
ha creado él solo a sí mismo y de la nada–, habría que objetar dos cosas.
Primero, que desde el momento en que se habla de creación partiendo de la
nada, estamos ya fuera del método científico, puesto que la nada no existe y
por tanto no se le puede aplicar el método científico. Y segundo, que hace
falta mucha fe para pensar que una masa de materia o de energía se pueda
haber creado a sí misma.
Tanta fe parece hacer
falta, que el mismo Jean Rostand –por
citar a un científico de reconocida autoridad mundial en esta materia y, al
tiempo, poco sospechoso de simpatía por la doctrina católica–, ha llegado a
decir que esa historia de la autocreación es
como "un cuento de hadas para personas mayores". Afirmación que André Frossard remacha
irónicamente diciendo que "hay que admitir que algunas personas adultas no
son mucho más exigentes que los niños respecto a los cuentos de hadas...:
las partículas originales, sin impulso ni dirección exteriores, comenzaron a
asociarse, a combinarse aleatoriamente entre ellas para pasar de los quáseres a
los átomos, y de los átomos a moléculas de arquitectura cada vez más
complicada y diversa, hasta producir, después de miles de millones de años
de esfuerzos incesantes, un profesor de astrofísica con gafas y bigote. Es
el no-va-más de las maravillas. La doctrina de la Creación no pedía más que
un solo milagro de Dios. La de la autocreación del
mundo exige un milagro cada décima de segundo". La doctrina de la autocreación exige
un milagro continuo, universal, y sin autor.
Evolución: bien, ¿pero de dónde?
—Hay quien entiende la
historia del universo como una evolución de organismos vivos que ha emergido
con ocasión del desarrollo de la materia y ha alcanzado un cierto grado de
complejidad...
Para quienes defienden
esas teorías, parece que el mundo no es más que una cuestión de geometría
extraordinariamente compleja.
Sin embargo, por mucho que se compliquen unas estructuras, y por mucho que
se admitiera una vertiginosa evolución en su complejidad, esa evolución de
la sustancia material se enfrenta al menos a dos objeciones importantes.
La primera objeción es
que la evolución jamás explicaría el origen primero de esa materia inicial.
La evolución transcurre en el tiempo; la creación es su presupuesto.
La segunda objeción es
que pasar de la materia a la inteligencia humana supone un salto ontológico
que no puede deberse a una simple evolución fruto del azar. La materia, por
mucho que se desarrolle, no es capaz de producir un solo pensamiento capaz
de comprenderse a sí misma, igual que –como sugiere André Frossard–
nunca se vería que un triángulo, después de un extraordinario proceso
evolutivo, advirtiera de repente, maravillado, que la suma de sus ángulos
internos es igual a ciento ochenta grados.
—¿Y
hay algún inconveniente en que un católico crea en la evolución de las
especies? Muchos dicen que no tiene sentido que la Iglesia siga
resistiéndose a aceptar algo que está probado científicamente.
Quizá no estén bien
informados, porque la Iglesia católica no tiene inconveniente en aceptar la
evolución del cuerpo del hombre a partir del de un primate. Para conciliar
la doctrina de la evolución humana con la teología católica, es suficiente
con admitir que Dios actuó en un momento determinado sobre el cuerpo de la
primera pareja, infundiéndoles un alma humana.
Dios pudo, en efecto, ir
formando el cuerpo del hombre a partir de alguna especie de primate en
evolución, según un proyecto por Él diseñado, y cuando alcanzó el grado de
desarrollo requerido, dotarlo de alma humana. No tiene la Iglesia
inconveniente alguno en que un católico acepte esa hipótesis si le parece
digna de crédito.
—¿Y
entonces un católico no tiene que creer al pie de la letra el relato de la
creación que aparece en el Génesis?
No es necesario que sea
al pie de la letra. El relato de la creación que ofrece el Génesis no
pretende ser una explicación científica sobre el origen del ser humano. Las
narraciones de fenómenos físicos o naturales de la Biblia no pretenden
darnos directamente unas enseñanzas en materia científica. Y tampoco el
detalle de sus descripciones pretende afectar directamente a la doctrina de
la salvación. Queda bien claro que esa narración es un esquema teológico,
que no pretende ser histórico, sino una visión general de lo más
fundamental, con el fin de explicar que el mundo procede solo del poder de
Dios. Pero cómo se llevó a cabo ese proceso es una cuestión que la Biblia
deja completamente abierta.
El autor del Génesis no
pretendía dar una clase de astrofísica o de biología molecular. Da a
entender que todo hombre, y todo el hombre, en cuerpo y alma, viene de
Dios, depende de Dios y ha sido hecho por Dios; que el universo no es
autosuficiente y que Dios es el creador y señor de todas las cosas. Las
aparentes divergencias que parecen darse entre algunas narraciones bíblicas
y los actuales conocimientos científicos se deben al sentido metafórico o
figurado con el que en algunos casos escribían los autores sagrados, o bien
a un diferente modo de expresarse, según las apariencias sensibles o la
manera de hablar de entonces de aquel pueblo.
¿Un alma espiritual?
—Mucha gente niega la
existencia del alma. Dice que la inteligencia humana es un proceso cerebral,
como cualquier otro de los que hay en el organismo humano, y que no necesita
explicaciones espirituales.
La inteligencia humana no
es una mera función del cerebro, como la que puede hacer la bilis en el
hígado, por ejemplo. El hecho de que la inteligencia no actúe sin la
colaboración de los sentidos, que tienen su sede en el cerebro, no supone
identificar cerebro e inteligencia. Un aparato eléctrico no funciona si no
se enchufa, pero el enchufe no es la causa de que funcione, ni de que exista
la electricidad. Enchufe y cerebro son condiciones, no causas.
—¿Y
por qué tiene que ser espiritual el alma humana?
Ningún efecto puede ser
ontológicamente mayor que su causa. Si el hombre es capaz de tener
pensamientos abstractos, su alma tiene que ser espiritual. Si la mente
humana es capaz de producir ideas inmateriales, el alma tiene que ser
inmaterial, es decir, espíritu.
—Pues hay quien asegura
que la vida humana responde en su totalidad a un esquema bioquímico que
explica todos sus procesos.
¿Fueron entonces –se
pregunta José Ramón Ayllón–
las neuronas de Miguel Ángel quienes pintaron la Capilla Sixtina? En caso
afirmativo habría que admirar los procesos bioquímicos de su cerebro, y no
de su propietario. Y si la conducta criminal de Hitler fue exclusiva e
inevitable consecuencia de su química neuronal, no sería él responsable del
holocausto de tantos judíos, sino solo sus neuronas. ¿Pueden las neuronas
ser justas, o valientes, o peligrosas? Si las neuronas movieran totalmente
al hombre, el hombre sería un títere de su cerebro. ¿Son acaso las neuronas
quienes originan la voluntad libre y, por consiguiente, se dan órdenes a sí
mismas?
En la base de las
decisiones libres encontraremos procesos bioquímicos, es cierto, pero la
libertad y la inteligencia no parecen ser procesos bioquímicos, ni tampoco
efectos de solo lo bioquímico, como la luz solar que entra en la habitación
no es efecto solo de que la ventana esté abierta: tiene que alumbrar el sol.
Reducir la vida humana a un proceso bioquímico extraordinariamente complejo
supone negar la existencia de la libertad humana. Y cualquier hombre puede
comprender que es capaz de escoger, que podría haber obrado de manera
distinta a como lo ha hecho, y que, en definitiva, la libertad existe y no
es una simple entelequia de la razón.
Lo curioso es que quienes sostienen esas teorías deterministas –que niegan la libertad en pro de todos esos complejos procesos bioquímicos– no se resignan a que los demás conculquen sus derechos. Estoy seguro que si a uno de ellos le roban su cartera, lo más probable es que no se limite a pensar que el pobre ladrón obró así necesariamente, impelido por un estímulo bioquímico irresistible, sino que llamará a la policía y exigirá que busquen al culpable, quizá incluso que le castiguen, y, por supuesto, la devolución de la cartera.