1. ¿EXISTE REALMENTE DIOS?
¿Es Razonable ser Creyente?
50 cuestiones actuales en torno a la fe
Alfonso Aguiló
PARTE PRIMERA
Dios no habla,
pero todo
habla de Dios.
Julien Green
I. ¿CREER EN DIOS?
1. ¿EXISTE REALMENTE DIOS?
Una
constante en la historia de los pueblos
¿Ha de haber una "causa
primera"?
Un pequeño "dribling"
dialéctico
Quien busca la verdad
busca a
Dios,
aunque no
lo sepa.
Edith Stein
Una constante en la historia de los pueblos
El pensamiento de Dios
ronda la mente del hombre desde tiempo inmemorial. Aparece con terca
insistencia en todos los lugares y todos los tiempos, hasta en las
civilizaciones más arcaicas y aisladas de las que se ha tenido conocimiento.
No hay ningún pueblo ni período de la humanidad sin religión. Es algo que ha
acompañado al hombre desde siempre, como la sombra sigue al cuerpo.
La existencia de Dios ha
sido siempre una de las grandes cuestiones humanas, pues se presenta ante el
hombre con un carácter radicalmente comprometedor. El hombre busca respuesta
a los grandes enigmas de la condición humana, que ayer como hoy se presentan
ineludiblemente en lo más profundo de su corazón: el sentido y el fin de
nuestra vida, el bien y el mal, el origen y el fin del dolor, el camino para
conseguir la verdadera felicidad, la muerte, el juicio, la retribución
después de la muerte. Todo apunta hacia el misterio que envuelve nuestra
existencia, de donde procedemos y hacia el que nos dirigimos, hacia aquella
misteriosa fuerza que está presente en el curso de todos los acontecimientos
humanos, y que impregna la vida de un íntimo sentido religioso.
—Pero a mucha gente no le
importa qué hayan hecho todos los pueblos a lo largo de la historia. No
quieren hacer lo mismo que hacían otros en el pasado.
No me refería a hacer lo
mismo que nuestros antepasados. Toda persona hace muy bien en buscar su
propio camino y ser distinta de quienes le han precedido. Me refería a que
nunca está de más echar una mirada a la historia, aunque solo sea porque eso
puede dar una cierta perspectiva que siempre arroja una luz sobre la propia
vida. Como decía Aristóteles, si la religión es una constante en la historia
de los pueblos, ha de ser porque pertenece a la misma esencia del hombre.
Por fuerte que haya sido
a veces la hostilidad o el influjo secularizante de
su entorno, jamás el hombre ha quedado totalmente indiferente ante el
problema religioso. Dondequiera que hayan sido suprimidas las instituciones
religiosas, o se haya perseguido de un modo u otro a los creyentes, las
ideas y los hechos de la religión han vuelto a brotar una y otra vez. La
pregunta sobre el sentido de la vida, sobre el enigma del mal y de la
muerte, sobre el más allá, son interrogantes que jamás se han podido eludir.
Dios está en el origen mismo de la pregunta existencial del hombre.
¿Puede deberse todo al azar?
—¿Y
no cabe pensar que todo el universo es, simplemente, obra del azar?
Desde los tiempos más
antiguos, el hombre se ha preguntado con asombro cuál sería la explicación
de toda esa armonía que hay en la configuración y las leyes del universo.
Cuando el hombre de hoy
–comenta José Ramón Ayllón–
observa la complejidad y perfección de los procesos bioquímicos en el
interior de una célula diminuta, o la de los más gigantescos fenómenos de
movimiento y transformación de las galaxias; cuando se asoma al mundo microfísico y
propone unas leyes que intentan explicar fenómenos que suceden a escalas de
hasta una billonésima de milímetro; o cuando profundiza en la estructura a
gran escala del universo hasta límites de más de un billón de billones de
kilómetros; contemplando todo ese grandioso espectáculo, cada día con más
profundidad gracias a los avances de la ciencia, resulta cada vez más
difícil sostener que todo obedece a una misteriosa evolución gobernada por
el azar, sin ninguna inteligencia detrás.
Allí donde existe un
plan, ha de haber alguien que planifica. Y detrás de una obra de tal
complejidad y de tales proporciones, ha de haber un creador, cuyo poder y
sabiduría trasciendan cualquier medida.
Pensar que toda la
armonía del universo y todas las complejas leyes de la naturaleza son fruto
del azar, sería como pensar que las andanzas de Don Quijote de la Mancha que
escribió Cervantes pudieron aparecer íntegras sacando letras al azar de una
gigantesca marmita con una sopa de letras. Recurrir a una gigantesca
casualidad para explicar las maravillas de la naturaleza es una explicación
un poco ingenua.
—¿Y
no cabe también, como dicen algunos, que el mundo haya existido desde
siempre?
Cuando vemos un libro, o
un cuadro, o un edificio, inmediatamente pensamos que detrás de esas obras
habrá, respectivamente, un escritor, un pintor, un arquitecto.
Y de la misma manera que
a nadie se le ocurre pensar que el Quijote surgió de una inmensa masa de
letras que cayó al azar sobre unos pliegos de papel y quedaron ordenadas
precisamente de esa forma tan ingeniosa, tampoco puede decirse que aquel
edificio "está ahí desde siempre", o que ese cuadro "se ha pintado solo", o
cosas por el estilo. No podemos sostener seriamente que el mundo "se ha
hecho solo", o "se ha creado a sí mismo". Son incongruencias que caen por su
propio peso.
¿Ha de haber una "causa primera"?
«"No conozco ningún
alfarero –dijo la olla–. Nací por mí misma y soy eterna."
»Pobre loca. Se le ha
subido el barro a la cabeza».
Así reflejaba Franz Binhack en
su obra Töpfer und Topf,
con cierto toque de humor, lo ridículo que resulta esa actitud de cerrar los
ojos ante la inevitable pregunta sobre el primer origen del ser.
Si de un grifo sale agua,
es porque hay una tubería que transporta esa agua. Y esa tubería la recibirá
de otra, y esa a su vez de otra. Pero en algún momento se acabarán las
tuberías y llegaremos al depósito. Nadie afirmaría que hay siempre agua en
el grifo simplemente porque la tubería tiene una longitud infinita.
«De la nada –explica Leo
J. Trese–
no podemos obtener algo. Si no tenemos bellotas, no podemos plantar un
roble. Sin padres, no hay hijos. Así, pues, si no existiera un Ser que fuera
eterno (es decir, un Ser que nunca haya empezado a existir), y omnipotente
(y capaz por tanto de hacer algo de la nada), no existiría el mundo, con
toda su variedad de seres, y no existiríamos nosotros.
»Un roble procede de una
bellota, pero las bellotas crecen en los robles. ¿Quién hizo la primera
bellota o el primer roble?
»Los hijos tienen padres,
y esos padres son hijos de otros padres, y estos de otros. Ahora bien,
¿quién creó a los primeros padres...?
»Algunos evolucionistas
dirían que todo empezó a partir de una informe masa de átomos. Bien, pero...
¿quién creó esa masa de átomos?, ¿de dónde procedían?».
¿Quién guió la evolución
de esos átomos, según leyes que podemos descubrir, y que evitaron un
desarrollo caótico? Alguien tuvo que hacerlo. Alguien que, desde toda la
eternidad, haya gozado de una existencia independiente.
Todos los seres de este
mundo, hubo un tiempo en que no existieron. Cada uno de ellos deberá siempre
su existencia a otro ser. Todos, tanto los vivos como los inertes, son
eslabones de una larga cadena de causas y efectos. Pero esa cadena ha de
llegar hasta una primera causa. Pretender que un número infinito de causas
pudiera dispensarnos de encontrar una causa primera, sería lo mismo que
afirmar que un pincel puede pintar por sí solo con tal de que tuviera un
mango infinitamente largo.
—Hay quien dice que les
basta con saber que los seres simplemente existen. Que no les importa de
dónde provienen y que, por tanto, no necesitan pensar más en ello.
Entonces estaríamos cerca
de decir que no se debe pensar. Porque renunciar a tan importante parcela
del pensamiento supone abandonar un poco la realidad.
Si vemos una chaqueta
colgada de una pared (el ejemplo es de Sheed),
pero no vemos que está sostenida por una percha, y eso nos lleva a pensar
que las chaquetas desafían a las leyes de la gravedad y cuelgan de las
paredes por su propio poder, entonces no viviríamos en el mundo real, sino
en un mundo irreal que nosotros mismos nos hemos forjado. De manera
semejante, si vemos que las cosas existen y no vemos con claridad cuál es la
causa de que existan, y eso nos llevara a negar o a ignorar esa causa,
estaríamos saliéndonos del mundo real.
Un pequeño "dribling"
dialéctico
—Pero algunos filósofos
han asegurado que la relación causa-efecto no es más que una dialéctica
ajena a la naturaleza, donde los fenómenos se repiten de manera incesante
sin que esa relación de causa a efecto exista más que en nuestro
entendimiento...
No parece que la noción
de causa sea una simple elucubración humana. Es algo que comprobamos cada
día, y que la ciencia no cesa de invocar. "Si veo unos niños –apunta André Frossard–,
la experiencia me dice que no se han hecho solos. Podrá surgir quizá un
filósofo afirmando que no puedo demostrarlo, pero también él se vería en
apuros para demostrar que yo estoy equivocado si aseguro que han surgido de
unas coles."
Rechazar de esa manera la
relación causa-efecto parece un atentado contra la sensatez. De hecho, los
que así piensan, luego, en la vida normal, no son consecuentes con esa
teoría. Saben, por ejemplo, que si meten los dedos en un enchufe, recibirán
la correspondiente descarga, y por eso procuran no hacerlo. Saben que la
relación enchufe-calambrazo no es una dialéctica ajena a la naturaleza que
exista solo en su entendimiento..., aunque solo sea porque en los dedos no
está el entendimiento. Cuando –negando la evidencia de las causas– dicen que
todo lo que existe es fruto del azar, hacen una renuncia puntual al uso de
la razón.
La fe cristiana confía
totalmente en la recta razón, mediante la cual se puede llegar al
conocimiento de Dios. Para el creyente, la razón es inseparable de la fe y
ha de ser respetada como un don divino que es.
—Y si se puede llegar a
Dios con la luz de la razón, ¿para qué es necesaria la fe?
No es difícil llegar a
reconocer que Dios existe. Hemos repasado algunos de los razonamientos que
nos llevan a Él, y veremos aún bastantes más. De todas formas, el trabajo no
siempre es fácil. Además de exigir –como sucede con todo conocimiento– una
manera recta de pensar y un profundo amor a la verdad, hay que contar con
que, en muchos casos, los hombres renunciamos a proseguir un discurso
racional cuando comprobamos que sus conclusiones se oponen a nuestros
egoísmos o nuestras malas pasiones.
Supongo que esta será una
de las razones por las que Dios dio un paso adelante y, dándose a conocer
mediante la Revelación, nos tendió la mano. Así, además, todos los hombres
podemos conocer todas esas verdades de forma más fácil, con mayor certeza y
sin errores.