Razones para creer: 7. ¿De dónde viene la idea de Dios?
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No es suficiente negar a Dios
sin más. Hay que explicar por qué y cómo esta idea puede nacer en el corazón de
un hombre.
Habitualmente el ateo considera
la idea de Dios como la proyección de sí mismo o de la imagen del Padre en el
infinito: una invención del hombre inseguro, que recurre a la ficción
del guardián del orden establecido; una ilusión, una alienación, un rechazo a
aceptar el estado adulto, el opio del pueblo...
Y, de hecho, no falta alguna concepción
perezosa y alienante de Dios y de la religión, que tiende a descargarnos
pura y simplemente de nuestras responsabilidades a beneficio de Dios. Los
avances de la ciencia ponen en evidencia con toda razón esta visión de Dios
como un motor auxiliar del hombre: «el riego moderno ha reemplazado las
rogativas».
Pero el Dios verdadero, lejos
de una ortopedia para el hombre, es por lo contrario el fundamento de su
realidad: «Dios no es Dios de muertos, sino de vivos», dice Jesús (Mt 22,32). Y
desde este punto de vista no se puede mantener la objeción de Sartre: «Si el
hombre es libre, Dios no existe».
Para un cristiano, Dios no es
un competidor. Por el contrario, Dios es el manantial misterioso y el garante
de todo, y en particular, de nuestra misma libertad.
Ya es sabida la ocurrencia de
Voltaire: «Dios ha hecho al hombre a su imagen y le ha salido respondón». Pero,
si tenemos en cuenta las observaciones anteriores, ¿cómo podría ser de otro
modo?
Para hablar de Dios el hombre
solo dispone de palabras humanas. ¿Esto significa que la idea de Dios es pura
creación de la mente humana y que, por tanto, no tiene existencia fuera de
ella? ¿Cómo explicar entonces no solamente el instinto de búsqueda ilimitada,
sino también la necesidad de infinito de un ser finito, en un mundo
determinado, que, según algunos, se basta a sí mismo?
¿De dónde puede surgir la idea
de Dios si no es de una realidad de otro orden, de una realidad
infinita, que es su fuente, es decir, si no es de Dios mismo?
El hombre sobrepasa su propia condición: «Nos has hecho para Ti, Señor, y nuestro corazón no descansará hasta que repose en Ti” (San Agustín)
• «Tu luz nos hace ver la luz» (Sal 35,10).