Razones para creer: 5. ¿Cómo explicar el mundo y el universo?
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La historia del universo es un
enigma apasionante, que los investigadores se esfuerzan en descifrar. Según una
reciente teoría, el universo debió comenzar hace unos 12.000 millones de años
con una gran explosión... cuyos efectos duran todavía: se trata de la teoría
del universo en expansión.
La tierra, con el sistema
solar, dataría de 4.600 millones de años. La vida iría apareciendo en sucesivos
impulsos con seres cada vez más complejos. Tras las primeras algas azules, de
hace 3.700 millones de años, se llega hasta los primates, de hace 2 millones de
años, que serían los antepasados inmediatos del hombre. Es la teoría de la
evolución.
Más allá de la ciencia
La ciencia trata así de
describir la historia del mundo y de la vida. Se esfuerza en explicar el cómo
de su aparición. Podríamos conformarnos con este logro; pero el espíritu es
audaz y trata de ir más lejos en su investigación, y se adentra en el campo de
la filosofía, palabra que no debe asustar. Filosofía significa simplemente el
sentido común, el recto criterio que investiga el porqué de las cosas.
Los progresos de la ciencia en
el siglo XIX han llevado a creer que el hombre llegaría por sí solo a obtener
una completa explicación de la existencia. Sin embargo, cuanto más progresa la
ciencia, más crecen los interrogantes sin respuesta, y nuestra
inteligencia descubre en la contemplación del mundo y del universo las huellas
de otra inteligencia misteriosa y superior actuante. Basta abrir los
ojos para llenarse de admiración ante la habilidad de las abejas o ante esa
pequeña araña que habita en el agua con una campana de buzo que se ha fabricado
ella misma. Cuando uno mira a través del microscopio o del telescopio, el
mundo aparece como repleto de inteligencia, como un árbol lleno de savia en
primavera.
La teoría de la evolución,
lejos de oponerse a la existencia de una inteligencia superior, la exige
claramente. Cada etapa de esta evolución se nos muestra como el desarrollo
de un programa preestablecido. Y así como el funcionamiento de una lavadora
nos remite a la existencia de una inteligencia que la ha programado, la
evolución del mundo nos remite también sin duda a una inteligencia que ordena
el tiempo y la forma de su desarrollo.
Esta misteriosa inteligencia
tiene la particularidad de que solo se muestra a nosotros a través de sus
huellas, como un perfume que nos envuelve sin que lleguemos a saber de
dónde procede, o como unas pisadas sobre la nieve, que están dando testimonio
del paso de aquel cuya identidad no somos capaces de precisar.
En el fondo de nosotros
mismos
Esta misteriosa fuerza actuante
la captamos también en nuestro mismo interior, en nuestra inteligencia y
en nuestra voluntad, bajo la forma de una atracción hacia la verdad y hacia el
bien. Esta fuerza se nos impone aun en el caso de que intentemos resistirla: no
podemos pensar que 2 y 2 son 5 o que el mal y el bien son lo mismo.
La atracción de la Verdad y el
gusto por el Bien va acompañada en nosotros de sentimientos de libertad y de
dignidad, experimentados y percibidos con gran fuerza por nuestros
contemporáneos. Y estas realidades interiores nos remiten a su vez a un absoluto capaz de justificarlos.
La misteriosa inteligencia que
construye el mundo y que nos construye desde dentro, esa fuerza del bien que
invocamos para reclamar nuestros derechos y que fundamenta a la vez nuestros
deberes, tiene una consistencia real. A esta realidad hay que darle un nombre,
se le llama DIOS.
• «En el principio estaba el Verbo y el Verbo era Dios... Todo fue hecho por Él y sin Él nada se hizo» (Jn 1,1-2).