¿Dónde está tu Dios? La fe cristiana ante la increencia religiosa. Capítulo 1: Nuevas formas de increencia y de religiosidads
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Autor: Card. Paul Poupard
1. Un fenómeno
cultural
En los países de tradición cristiana, una cultura bastante difundida da
a la increencia un aspecto más práctico que teórico, sobre un trasfondo
de indiferencia religiosa. Ésta se convierte en unfenómeno cultural, en
el sentido en que con frecuencia las personas no se vuelven ateas o no
creyentes por propia elección, como conclusión de un trabajoso proceso,
sino simplemente, porque «così fan tutti», porque es lo que hace todo el
mundo. A ello se añaden las carencias de la evangelización, la
ignorancia creciente de la tradición religiosa y cultural cristiana, y
la falta de propuesta de experiencias espirituales formativas capaces de
suscitar el asombro y de llevar a la adhesión. Juan Pablo II así lo
afirma: «A menudo se da por descontado el conocimiento del cristianismo,
mientras que, en realidad, se lee y se estudia poco la Biblia, no
siempre se profundiza la catequesis y se acude poco a los sacramentos.
De este modo, en lugar de la fe auténtica se difunde un sentimiento
religioso vago y poco comprometedor, que puede convertirse en
agnosticismo y ateísmo práctico»5
2. Causas antiguas y nuevas de la increencia
Sería exagerado atribuir la difusión de la increencia y de las nuevas
formas de religiosidad a una sola causa, tanto más cuanto que el
fenómeno se halla más vinculado a comportamientos de grupo que a
decisiones individuales. Algunos han observado que el problema de la
increencia es consecuencia de la negligencia más que de malicia; otros,
en cambio, están firmemente convencidos de que detrás de este fenómeno
se ocultan ciertos movimientos, organizaciones y campañas de opinión
concretos, perfectamente orquestados.
En cualquier caso, es necesario, como pidió el Concilio Vaticano II,
interrogarse sobre las causas que empujan a tantas personas a alejarse
de la fe cristiana: la Iglesia «se esfuerza por descubrir las causas
ocultas de la negación de Dios en la mente de los ateos, consciente de
la gravedad de las cuestiones que plantea el ateísmo, y, movida por el
amor a todos los hombres, considera que éstas deben ser sometidas a un
examen serio y más profundo» (Gaudium et spes,21). ¿Por qué
tantos hombres no creen en Dios? ¿Por qué se alejan de la Iglesia? ¿Qué
parte de sus razones podemos aceptar? ¿Qué proponemos para responder a
aquéllas?
Los Padres del Concilio, en la Constitución pastoral Gaudium
et Spes (nn. 19-21), han
identificado algunas causas del ateísmo contemporáneo. A este análisis,
siempre actual, se añaden nuevos factores de increencia e indiferencia
en este comienzo de nuevo milenio.
2.1. La pretensión totalizante de la ciencia moderna
Entre las causas del ateísmo, el Concilio menciona el cientificismo.
Esta visión del mundo sin referencia alguna a Dios, cuya existencia se
niega en nombre de los principios de la ciencia, se ha extendido
ampliamente en la sociedad a través de los medios de comunicación.
Ciertas teorías cosmológicas y evolucionistas recientes, abundantemente
difundidas por publicaciones y programas de televisión para el gran
público, así como el desarrollo de las neurociencias, contribuyen a
excluir la existencia un ser personal trascendente, considerado como una
«hipótesis inútil», pues, se afirma, «no existe lo incognoscible, sino
sólo lo desconocido».
Sin embargo, por otra parte, el panorama de las relaciones entre ciencia
y fe se ha modificado notablemente. Una cierta desconfianza ante la
ciencia, la pérdida de prestigio de ésta y el redimensionamiento de su
papel contribuyen a una mayor apertura a la visión religiosa y van
acompañados por el regreso de una cierta religiosidad irracional y
esotérica. La propuesta de nuevas enseñanzas específicas sobre las
relaciones entre ciencia y religión, —o en su caso, entre ciencia y
teología—, contribuyen a poner remedio al cientificismo.
2.2. La exaltación del
hombre como centro del Universo
Aun cuando no lo mencionen explícitamente, los Padres del Concilio
tenían en mente los regímenes marxistas-leninistas ateos y su intento de
construir una sociedad sin Dios. Hoy día tales regímenes han caído en
Europa, pero el modelo antropológico subyacente no ha desaparecido. Más
bien observamos que se ha fortalecido con la filosofía heredada de la
Ilustración. Observando cuanto acontece en Europa, —que puede
perfectamente extenderse a todo el mundo occidental— el Papa constata
«... el intento de hacer
prevalecer una antropología sin Dios y sin Cristo. Esta
forma de pensar ha llevado a considerar al hombre como el centro
absoluto de la realidad, haciéndolo ocupar así falsamente el lugar de
Dios y olvidando que no es el hombre el que hace a Dios, sino que es
Dios quien hace al hombre. El olvido de Dios condujo al abandono del
hombre, por lo que, no es extraño que en este contexto se haya abierto
un amplísimo campo para el libre desarrollo del nihilismo, en la
filosofía; del relativismo en la gnoseología y en la moral; y del
pragmatismo y hasta del hedonismo cínico en la configuración de la
existencia diaria» (Ecclesia in Europa, n.
9).
El elemento más característico de la cultura dominante del Occidente
secularizado, es, sin duda, la difusión del subjetivismo, una especie de
«profesión de fe» en la subjetividad absoluta del individuo que,
presentándose como un humanismo, hace del «yo» la única referencia,
egoísta y narcisista, y hace del individuo único centro de todo.
Esta exaltación del individuo tomado como única referencia, y la crisis
concomitante de autoridad, hacen que la Iglesia no sea aceptada como
autoridad doctrinal y moral. En especial, se rechaza su pretensión de
orientar la vida de las personas en función de una doctrina moral, pues
se la percibe como negación de la libertad personal. Se trata, por lo
demás, de un debilitamiento general que no afecta sólo a la Iglesia,
sino también a la Magistratura, el Gobierno, el Legislativo, el Ejército
y, en general, las organizaciones jerárquicamente estructuradas.
La exaltación del «yo» conduce a un relativismo que se extiende por
doquier: la praxis política del voto en las democracias, por ejemplo,
conlleva a menudo la concepción según la cual una opinión individual
vale lo mismo que otra, de modo que ya no habría una verdad objetiva, ni
valores mejores o peores que otros, ni, mucho menos, valores y verdades
universalmente válidos para todo hombre, en razón de su naturaleza, sea
cual fuere su cultura.
2.3. El escándalo del mal
El escándalo del mal y el sufrimiento de los inocentes ha sido siempre
una de las justificaciones de la increencia y del rechazo de un Dios
personal y bueno. Este rechazo procede del no aceptar el sentido de la
libertad del hombre, que implica su capacidad para hacer el mal tanto
como el bien. El misterio del mal es un escándalo para la inteligencia y
sólo la luz de Cristo, crucificado y glorificado puede esclarecer su
significado: «En realidad, el misterio del hombre sólo se esclarece en
el misterio del Verbo encarnado» (Gaudium et spes, n. 22).
Pero si el escándalo del mal no ha dejado de motivar el ateísmo y la
increencia personal, éstos se presentan hoy bajo un aspecto nuevo. En
efecto, los medios de comunicación social se hacen continuamente eco de
esta realidad omnipresente de múltiples formas: guerras, accidentes,
catástrofes naturales, conflictos entre personas y Estados, injusticias
económicas y sociales. La increencia está más o menos ligada a esta
realidad omnipresente y arrolladora del mal. El rechazo o la negación de
Dios se alimentan de la continua difusión de este espectáculo inhumano,
cotidianamente difundido a escala universal en los medios de
comunicación.
2.4. Los límites históricos de la presencia de los cristianos en
el mundo
La mayoría de los no creyentes y de los indiferentes no lo son por
motivos ideológicos o políticos. Son con frecuencia ex-cristianos que se
sienten decepcionados e insatisfechos y que manifiestan una
«des-creencia», una «desafección» respecto a la creencia y sus
prácticas, que consideran carentes de significado, inútiles y poco
incisivas para la vida. El motivo puede estar a veces vinculado a una
experiencia negativa o dolorosa, vivida en ambientes eclesiales, a
menudo durante la adolescencia, lo cual condiciona el resto de la vida,
transformándose después, con el tiempo, en un rechazo general, que acaba
al fin en simple indiferencia. Esta actitud no implica por ello mismo
una negativa generalizada, pues puede haber quedado un cierto deseo de
volver a la Iglesia y restaurar una relación con Dios. En este sentido,
el fenómeno de los «recommençants», (los que comienzan de nuevo), es muy
significativo: son cristianos que tras un tiempo de alejamiento de la
práctica religiosa, regresan a la Iglesia.
Entre las causas internas a la Iglesia que pueden empujar a algunas
personas a alejarse de ella, no se puede ignorar la ausencia aparente de
vida espiritual entre sacerdotes y religiosos. Cuando, en ocasiones,
alguno de ellos conduce una vida inmoral, muchos se sienten íntimamente
turbados. Entre las causas de escándalo hay que enumerar en primer
lugar, en razón de su importancia objetiva, los abusos sexuales contra
menores, pero también la superficialidad de la vida espiritual y la
búsqueda exagerada de bienes materiales, especialmente en regiones donde
la mayoría de la población se enfrenta a condiciones de extrema pobreza.
Para muchos cristianos, la vivencia de la fe está estrechamente
vinculada a los principios morales subyacentes; de ahí que ciertos
comportamientos escandalosos por parte de los sacerdotes tengan efectos
devastadores y provoquen una profunda crisis en su vida de fe.
Hechos de este tipo, orquestados y amplificados, son luego
instrumentalizados por los medios de comunicación para atacar la
reputación de todo el clero de un país y confirmar las sospechas
exasperadas de la mentalidad dominante.
2.5. Nuevos factores
La ruptura en la transmisión de la fe
Una de las consecuencias de la secularización es la dificultad creciente
de la transmisión de la fe a través de la catequesis, la escuela, la
familia y la predicación[6]. Estos canales tradicionales de la
transmisión de la fe a duras penas logran desempeñar su papel
fundamental.
La familia Hay un
verdadero déficit de transmisión de la fe en el interior de las familias
tradicionalmente cristianas, sobre todo en las grandes aglomeraciones
urbanas. Las razones son múltiples: los ritmos de trabajo, el hecho de
que los dos cónyuges, incluida la madre de familia, tengan a menudo cada
uno una actividad profesional que les aleja del hogar, la secularización
del tejido social, la influencia de la televisión. La transformación de
las condiciones de vida, en apartamentos de pequeñas dimensiones, ha
reducido el núcleo familiar, y los abuelos, cuyo papel ha sido siempre
fundamental en la transmisión de la cultura y de la fe, se ven alejados.
A ello se añade el hecho de que en muchos países, los niños pasan poco
tiempo en familia, a causa de las obligaciones escolares y de las
múltiples actividades extra-escolares, como el deporte, la música y
otras asociaciones. Cuando están en casa, el tiempo exagerado
transcurrido ante el computador, los videojuegos o la televisión, dejan
poco espacio para la comunicación con los padres. En los países de
tradición católica, la inestabilidad creciente de la vida familiar, el
aumento de las uniones civiles y las parejas de hecho, contribuyen a
ampliar este proceso. Los padres, sin embargo, no por ello se convierten
en no creyentes. A menudo piden el bautismo para sus hijos y quieren que
éstos hagan la primera comunión, pero fuera de estos momentos de «paso
religioso», la fe no parece ejercitar influencia alguna en la vida
familiar. De ahí la pregunta apremiante: si los padres dejan de tener
una fe viva, ¿qué transmitirán a sus hijos en un ambiente indiferente a
los valores del Evangelio y casi sordo al anuncio de su mensaje de
salvación?
En otras culturas, como en la sociedades africanas y, en parte,
latinoamericanas, a través de la influencia del grupo social, junto con
el sentimiento religioso se transmiten algunos contenidos de fe, pero a
menudo falta la experiencia de la fe vivida, que exige una relación
personal y viva con Jesucristo. Los ritos cristianos se realizan, pero
con frecuencia se perciben únicamente en su dimensión cultural.
La escuela católica. En
diversos países, numerosas escuelas católicas se ven obligadas a cerrar
por falta de medios y personal, mientras que la presencia creciente de
profesores sin una auténtica formación y motivación cristiana, repercute
en un debilitamiento, incluso una desaparición de la transmisión de la
fe. Con frecuencia, la enseñanza en estas escuelas no tiene nada de
específico en relación con la fe y la moral cristiana. Por otra parte,
los fenómenos de inmigración desestabilizan a veces las escuelas
católicas, que toman la presencia masiva de no cristianos como pretexto
para una enseñanza laica, en lugar de aprovechar esta oportunidad para
proponer la fe, como ha sido práctica habitual en la pastoral misionera
de la Iglesia.
La globalización de los comportamientos
«La misma civilización moderna, no en sí misma, sino porque está
demasiado enredada en las realidades humanas, puede dificultar a veces
el acceso a Dios» (Gaudium et spes, n.19).
El materialismo occidental orienta los comportamientos hacia la búsqueda
del éxito a toda costa, la máxima ganancia, la competencia despiadada y
el placer individual. A cambio, deja poco tiempo y energías para la
búsqueda de algo más profundo que la satisfacción inmediata de todos los
deseos y favorece así el ateísmo práctico. De este modo, en numerosos
países, no son ya los prejuicios teóricos los que llevan a la
increencia, sino los comportamientos concretos marcados, en la cultura
dominante, por un tipo de relaciones sociales donde el interés por la
búsqueda del sentido de la existencia y la experiencia de lo
trascendente están como enterrados en una sociedad satisfecha de sí
misma. Esta situación de atonía religiosa se revela más peligrosa para
la fe que el materialismo ideológico de los países marxistas-leninistas
ateos. Provoca una profunda transformación cultural que conduce a menudo
a la pérdida de la fe, si no va acompañada de una pastoral adecuada.
La indiferencia, el materialismo práctico, el relativismo religioso y
moral se ven favorecidos por la globalización de la llamada sociedad
opulenta. Los ideales y los modelos de vida propuestos por los medios de
comunicación social, la publicidad, los protagonistas de la vida
pública, social, política y cultural, son a menudo vectores de un
consumismo radicalmente antievangélico. La cultura de la globalización
considera al hombre y a la mujer como objetos que se miden únicamente a
partir de criterios exclusivamente materiales, económicos y hedonistas.
Este dominio provoca en muchos, como reacción, una fascinación por lo
irracional. La necesidad de espiritualidad y de una experiencia
espiritual más auténtica, añadida a las dificultades de carácter
relacional y psicológico causadas, en la mayoría de los casos, por el
ritmo de vida frenético y obsesivo de nuestras sociedades, empujan a
muchos que se dicen creyentes a buscar otras experiencias y a orientarse
hacia las «religiones alternativas» que proponen una fuerte dosis
«afectiva» y «emotiva», y que no implican un compromiso moral y social.
De ahí el éxito de las propuestas de religión «a la carta», supermercado
de espiritualidades, donde cada uno, de día en día, toma lo que le
place.
Los medios de comunicación social
Los mass media, ambivalentes
por naturaleza, pueden servir tanto al bien como al mal.
Desafortunadamente, con frecuencia amplifican la increencia y favorecen
la indiferencia, relativizando el hecho religioso, al presentarlo con
comentarios que ignoran o deforman su verdadera naturaleza. Incluso
donde los cristianos constituyen la mayoría de la población, numerosos
medios de comunicación —periódicos, revistas, televisión, documentales y
películas— difunden visiones erróneas, parciales o deformadas de la
Iglesia. Los cristianos raramente oponen respuestas oportunas y
convincentes. Deriva de ahí una percepción negativa de la Iglesia que le
quita la credibilidad necesaria para transmitir su mensaje de fe.
Añádase a ello el desarrollo, a escala planetaria, de Internet, donde
circulan falsas informaciones y contenidos pretendidamente religiosos.
Por otra parte, se señala también la actividad, en Internet, de grupos
del tipo «Internet infidels», o de sectas satánicas, específicamente
anticristianas, que llevan a cabo violentas campañas contra la religión.
No se puede silenciar el daño que provoca la abundancia de la oferta
pornográfica en la Red: la dignidad del hombre y de la mujer se ven con
ello degradadas, lo cual no deja de influir en un alejamiento de la fe
vivida. De ahí toda la importancia de una pastoral de los medios de
comunicación.
La Nueva Era, los nuevos movimientos religiosos y las elites 8
«La proliferación de las sectas es también una reacción al secularismo y
una consecuencia de los trastornos sociales y culturales que han hecho
perder las raíces religiosas tradicionales»9. Aun cuando el
movimiento «Nueva Era» no constituye en sí mismo una causa de
increencia, sin embargo, no es menos cierto que esta nueva forma de
religiosidad contribuye a aumentar la confusión religiosa.
Por otra parte, la oposición y la crítica tenaz a la Iglesia Católica,
por parte de ciertas elites, sectas y nuevos movimientos religiosos,
especialmente de tipo pentecostal, contribuyen a debilitar la vida de
fe. Este es uno de los desafíos más importantes para la Iglesia
católica, especialmente en América Latina. Las críticas y las objeciones
más graves de estos grupos contra la Iglesia son: su incapacidad para
mirar la realidad, la incoherencia entre lo que la Iglesia pretende ser
y lo que realmente es, la escasa incidencia de su propuesta de fe en la
vida real, incapaz de transformar la vida cotidiana. Estas comunidades
sectarias, que se desarrollan en América y África, ejercen una
fascinación considerable sobre los jóvenes, arrancándolos de las
Iglesias tradicionales, sin lograr satisfacer sus necesidades religiosas
de forma estable. Para muchos, estos grupos constituyen de hecho una
puerta de salida de la religión tradicional, a la que ya no regresan,
salvo en casos excepcionales.
3. La secularización de los creyentes
Si la secularización es el legítimo proceso de autonomía de las
realidades terrestres, el secularismo es una «una concepción del mundo
según la cual este último se explica por sí mismo sin que sea necesario
recurrir a Dios; Dios resultaría pues superfluo y hasta un obstáculo» (Evangelii
Nuntiandi, n.55). Muchos
de los que se dicen católicos o miembros de otra religión, se abandonan
a una forma de vida donde Dios y la religión no parecen ejercer
influencia alguna. La fe se vacía de su sustancia y ya no se expresa a
través de un compromiso personal, mientras se abre paso una incoherencia
entre la fe profesada y el testimonio de vida. Las personas no se
atreven a afirmar claramente su pertenencia religiosa y la jerarquía es
objeto de crítica sistemática. Sin testimonio de vida cristiana, la
práctica religiosa se va abandonando lentamente. Ya no se trata, como en
otros tiempos, de un simple abandono de la práctica sacramental o de la
falta de vitalidad de la fe, sino de algo que toca profundamente las
raíces de la fe.
Los discípulos de Cristo viven en el mundo y están marcados — a menudo
sin ser conscientes de ello— por la cultura mediática que se desarrolla
fuera de toda referencia a Dios. En este contexto, tan refractario a la
idea misma de Dios, muchos creyentes, sobre todo en los países más
secularizados, se dejan dominar por la mentalidad hedonista, consumista
y relativista.
Un observador atento se sorprende de la ausencia de referentes claros y
seguros en los discursos de los creadores de opinión pública, que
rechazan pronunciar cualquier juicio moral cuando se trata de analizar
un acontecimiento social, dado en pasto a los medios de comunicación,
abandonado a la apreciación de cada uno y envuelto en un discurso de
tolerancia, que corroe las convicciones y adormece las conciencias.
Por lo demás, el laxismo en las costumbres y la ostentación del
pansexualismo producen un efecto adormecedor sobre la vida de fe. El
fenómeno de la cohabitación y de la convivencia de las parejas antes del
matrimonio se ha convertido casi en la norma en no pocos países
tradicionalmente católicos, especialmente en Europa, incluso entre
aquellos que, a continuación, se casan por la Iglesia. La manera de
vivir la sexualidad se torna una cuestión puramente personal y el
divorcio, para muchos creyentes, no plantea algún problema de
conciencia. El aborto y la eutanasia, estigmatizados por el Concilio
como «crímenes abominables» (Gaudium et spes, n.
27), son aceptados por la mentalidad mundana. La debilitación de la
creencia llega a los dogmas fundamentales de la fe cristiana: la
encarnación de Cristo, su unicidad como Salvador, la subsistencia del
alma tras la muerte, la resurrección de los cuerpos y la vida eterna. La
doctrina de la reencarnación está bastante difundida entre muchos que se
dicen cristianos y frecuentan la Iglesia. La reencarnación se acepta más
fácilmente que la inmortalidad del alma tras la muerte o que la
resurrección de la carne, pues en el fondo propone una nueva vida en el
mismo mundo material.
La vida cristiana parece alcanzar así, en algunos países, niveles
mediocres, con evidente dificultad para dar razón de la fe. Esta
dificultad no viene sólo de la influencia de la cultura secularizada,
sino también de un cierto temor a comportarse según la fe, consecuencia
de una carencia en la formación cristiana que no ha preparado a los
cristianos para actuar confiados en la fuerza del Evangelio y no ha
sabido valorar adecuadamente el encuentro personal con Cristo a través
de la oración y los sacramentos.
Así, se extiende un cierto ateísmo práctico, incluso entre aquellos que
siguen llamándose cristianos.
4. Nueva religiosidad10
Junto con la difusión de la indiferencia religiosa en los países más
secularizados, la encuesta sobre la increencia ha revelado un aspecto
nuevo entre personas que experimentan una dificultad real para abrirse a
lo infinito, ir más allá de lo inmediato y emprender un itinerario de
fe, un fenómeno a menudo calificado como el regreso de lo sagrado.
En realidad, se trata más bien de una forma romántica de religión, una
especie de religión del espíritu y del «yo», que hunde sus raíces en la
crisis del sujeto, se encierra progresivamente en el narcisismo y
rechaza todo elemento histórico-objetivo. Se convierte así en una
religión fuertemente subjetiva, donde el espíritu puede refugiarse y
contemplarse en una búsqueda estética, donde no hay que rendir cuentas a
nadie acerca del propio comportamiento.
4.1. Un dios sin rostro
Esta nueva religiosidad se caracteriza por la adhesión a un dios que, a
menudo, carece de rostro o de características personales. A la pregunta
por Dios, muchos, se llamen creyentes o no, responden que creen en la
existencia de una fuerza o de un ser superior, trascendente, pero sin
las características de una persona, mucho menos de un padre. La
fascinación por las religiones orientales, trasplantadas a Occidente, va
acompañada de esta despersonalización de Dios. En los ambientes
científicos, el materialismo ateo del pasado deja lugar a una nueva
forma de panteísmo, donde el universo es concebido como algo divino: Deus,
sive natura, sive res.
El desafío es grande para la fe cristiana, que se funda sobre la
revelación del Dios tripersonal, a cuya imagen, cada hombre está llamado
a vivir en comunión. La fe en un Dios en tres personas es el fundamento
de toda la fe cristiana, así como la constitución de una sociedad
auténticamente humana. De ahí la necesidad de profundizar en el concepto
de persona en todos los campos para llegar a comprender la oración como
diálogo entre personas, las relaciones interpersonales en la vida
cotidiana y la vida eterna del hombre tras la muerte temporal.
4.2. La religión del «yo»
La nueva religiosidad se caracteriza porque coloca el «yo» en el centro.
Si los humanismos ateos de otrora eran la religión de la «humanidad», la
religiosidad post-moderna es la religión del «yo», que se funda en el
éxito personal y en el logro de las propias iniciativas. Los sociólogos
hablan de una «biografía del hágalo-usted-mismo», en la que el yo y sus
necesidades constituyen la medida sobre la que se construye una nueva
imagen de Dios en las distintas fases de la vida, a partir de diferentes
materiales de naturaleza religiosa, utilizados en una especie de
«bricolaje de lo sagrado».
Es aquí propiamente donde se halla el abismo que separa esta religión
del yo de la fe cristiana, que es la religión del «tú» y del «nosotros»,
de la relación, que tiene su hontanar en la Trinidad, donde las Personas
divinas son relaciones subsistentes. La historia de la salvación es un
diálogo de amor de Dios con los hombres, jalonado por las sucesivas
alianzas establecidas entre Dios y el hombre, que caracterizan esta
experiencia de relación, a la vez personal y personalizadora. La llamada
a la interioridad y a colocar en el corazón de la vida los misterios de
la cruz y la resurrección de Cristo, signo supremo de una relación que
va hasta el extremo don de sí al otro, es una constante de la
espiritualidad cristiana.
4.3. Quid est veritas?
Otro rasgo característico de esta nueva religiosidad es la falta de
interés por la verdad. La enseñanza de Juan Pablo II en sus encíclicas
Veritatis splendor y Fides et ratio, acogidas con favor incluso por
intelectuales no creyentes, no parece haber tenido, aparte alguna
honrosa excepción, gran eco en el interior de la Iglesia, comenzando por
las universidades católicas. En una cultura marcada por el «pensamiento
débil», las convicciones fuertes provocan rechazo: más que creer con el
absoluto de la fe, se trataría de creer dejando siempre una zona de
incertidumbre, una especie de «salida de emergencia». Sucede así que la
pregunta acerca de la verdad del cristianismo o sobre la existencia de
Dios es ignorada, considerada irrelevante o sin sentido. La pregunta de
Pilatos, respondiendo a la declaración de Cristo, es siempre actual:
«¿Qué es la verdad?». Para muchos, la verdad tiene una connotación
negativa, asociada a conceptos como «dogmatismo», «intolerancia»,
«imposición», «inquisición», «poder», a causa, principalmente, de
algunos acontecimientos donde la verdad ha sido manipulada para imponer
por la fuerza decisiones de conciencia que no tenían que ver con el
respeto de la persona y la búsqueda de la verdad.
En realidad, la Verdad en el Cristianismo no es una simple idea
abstracta o un juicio éticamente válido, o una demostración científica.
Es una persona, cuyo nombre es Jesucristo, Hijo de Dios y de María.
Cristo se presentó como la Verdad (Jn 14,6), y ya Tertuliano observa al
respecto que Cristo dijo «Yo soy la verdad» y no «Yo soy la tradición».
Hablar hoy del Evangelio requiere afrontar el hecho de que la Verdad se
manifiesta en la pobreza de la impotencia, de Aquel que por amor, ha
aceptado de morir en la cruz. En este sentido, verdad y amor son
inseparables: «En nuestro tiempo, la verdad es confundida a menudo con
la opinión de la mayoría. Además, muchos están convencidos de que el
amor y la verdad son antagonistas. Pero la verdad y el amor necesitan el
uno del otro. Sor Teresa Benedicta es testigo de ello. La “mártir por
amor”, que dio su vida por los amigos, no se dejó superar en el amor. Al
mismo tiempo, buscó la verdad con toda su alma... Sor Teresa Benedicta
nos dice a todos: ¡No aceptéis nada como verdad que esté privo de amor.
Y no aceptéis como amor nada que esté privo de verdad! El uno sin el
otro se convierten en una mentira destructora»11Así, «sólo el
amor es digno de fe», el amor se vuelve el gran signo de credibilidad
del Cristianismo, porque no está separado de la verdad.
4.4. Fuera de la Historia
La nueva religiosidad está íntimamente ligada a la cultura contemporánea
secularizada, antropocéntrica, y propone una espiritualidad subjetiva
que no se funda sobre una revelación ligada a la historia. Lo que
importa es hallar el modo y las vías para «sentirse bien». La crítica de
la religión, que antaño se dirigía contra las instituciones que la
representaban, se basaba sobre todo en la falta de coherencia y de
testimonio de algunos de sus miembros. Hoy, es la existencia misma de
una mediación objetiva entre la divinidad y el sujeto la que se niega.
El regreso de la espiritualidad parece orientarse entonces hacia la
negación de lo trascendente, con el consiguiente rechazo de un
institución religiosa, y hacia el rechazo de la dimensión histórica de
la revelación y del carácter personal de la divinidad. Y al mismo
tiempo, este rechazo va acompañado por publicaciones de gran difusión y
emisiones para el gran pública, en un intento de destrucción de la
objetividad histórica de la revelación bíblica, de sus personajes y los
acontecimientos que en ella se narran.
La Iglesia está arraigada en la historia. El Símbolo de la fe menciona a
Poncio Pilatos para señalar el anclaje de la profesión de fe en un
momento particular de la historia. Así, la adhesión a la dimensión
histórica concreta es fundamental para la fe y su necesidad se siente
entre muchos cristianos que desean ver la concordancia entre la verdad
del cristianismo y de la revelación bíblica, por una parte, y los datos
de la historia, por otra. La Iglesia es sacramento de Cristo,
prolongación en la historia de los hombres del misterio de la
Encarnación del Verbo de Dios, acontecida hace dos mil años. Bossuet, el
«águila de Meaux», lo expresaba así: «La
Iglesia es Jesucristo, pero Jesucristo difundido y comunicado».
4.5. Nuevas formas discutidas
Para completar esta rápida descripción, aparecen, como respuesta a la
aparición de esta religiosidad multiforme, sin nombre ni rostro, nuevas
formas destacadas del panorama religioso en la cultura contemporánea.
– Nacen en la Iglesia nuevos movimientos religiosos con una estructura
bien determinada y un sentimiento fuerte de pertenencia y solidaridad.
La existencia y la vitalidad de estos movimientos, que corresponden a la
nueva búsqueda espiritual, dan testimonio de una religiosidad fuerte, no
narcisística y, sobre todo, arraigada en el encuentro personal y
eclesial con Cristo, en los sacramentos de la fe, en la oración, la
liturgia celebrada y vivida como Mistagogía, en la participación del
misterio del Dios vivo, fuente de vida para el hombre.
– Los fundamentalismos, tanto cristianos como islámicos o hindúes,
acaparan hoy la actualidad: en una época de incertidumbre, estos
movimientos actúan como catalizadores de la necesidad de seguridad,
fosilizando la religiosidad en el pasado. La fascinación indiscutible
que ejercen en un mundo sometido a constantes mutaciones, responde a
necesidades de espiritualidad e identificación cultural. Es justo decir
que el fundamentalismo se presenta como el reverso de la nueva
religiosidad.
– El intento de elaborar una nueva religión civil, que se manifiesta
progresivamente en diferentes países de Europa y en América del Norte,
nace de la necesidad de hallar símbolos comunes y una ética fundada
sobre el consenso democrático. El despertar de los valores vinculados a
la Patria, la búsqueda del consenso ético a través de la creación de
Comités ad hoc, la
simbología de los grandes acontecimientos deportivos en los estadios,
con ocasión de los Juegos Olímpicos o los Mundiales de Fútbol, dejan
traslucir la necesidad de recuperar los valores trascendentales y de
fundar la vida de los hombres a partir de signos visibles compartidos,
aceptados en una cultura pluralista.
Integrando estos fenómenos en sus aspectos positivos y negativos, la
pastoral de la Iglesia trata de responder a los desafíos que la nueva
religiosidad presenta al anuncio de la Buena Nueva de Cristo.