La caridad primera: la Verdad
Vittorio MESSORI
Durante casi veinte años, Joaquín Navarro Valls, portavoz de la Santa Sede, se
entrevistó cada mañana con el Papa Juan Pablo II para informarle sobre lo que
ocurría en el mundo.
Cuenta Navarro que, en los descansos de uno de aquellos largos viajes, osó
preguntar al Pontífice: «Si Su Santidad se viese obligado a salvar una sola
frase de los cuatro Evangelios, ¿cuál escogería?». «Me esperaba un versículo
sobre el amor, del sublime discurso de la Última Cena según san Juan. Y sin
embargo -cuenta Navarro- el Papa Wojtyla no dudó un instante y citó: “Conoceréis
la Verdad, y la Verdad os hará libres”».
Es el «sensus fidei» de quien, como sucesor de Pedro, era garante de la fe y
era, por tanto, consciente -a diferencia de lo que muchos creen hoy- de que la
caridad no es lo más importante, porque el primer lugar corresponde a la Verdad.
Si la Verdad no viene precedida por el amor, no sabemos ni siquiera cómo y con
quién ejercerla.
De la boca de Cristo, revelador de la ética según la voluntad divina, sale el
soplo del Espíritu Santo, y no viceversa. Por eso la primera entre las Sagradas
Congregaciones, que era llamada «la Suprema», era la que presidía la Doctrina de
la Fe: precisarla y defenderla es el mayor deber, y se le llamaba
significativamente «El Santo Oficio», o lo que es lo mismo, la profesión más
santa.
Benedicto XVI, que durante tantos años ha guardado con celo y ha sido
responsable de ese sacro oficio, se mueve en la lógica de su amado predecesor
Juan Pablo II. Por ejemplo, su primer mensaje para la Jornada Mundial de la Paz
llevó por título «En la verdad, la paz». Ésta última no es alcanzable si antes
no se hace la luz entre las diversas ideologías del mundo.
Y la primera encíclica, «Deus Caritas Est», no es una exhortación al «amor» de
cualquier manera, sino un texto que busca sobre todo recordar cuál es la verdad
sobre tan manida palabra.
¿Por qué recordar aquí esto? Porque es una notabilísima confirmación de la
importancia decisiva, en la perspectiva cristiana, de la labor que se intenta
hacer en estas páginas.
La búsqueda apologética no es otra cosa que la búsqueda de la Verdad: sobre
Dios, sobre el Hombre, sobre la Historia. No, por tanto, un oficio más entre
muchos, sino el primer trabajo que se le pide al creyente. No al de hoy, al de
siempre: la primera entre todas las obras de caridad es proclamar la Verdad.
(cortesía La Razón 2680)