El puesto del hombre en el cosmos a la luz de la fe
Al
mundo de la cultura en la Universidad Católica
Juan Pablo II
09/06/1987
Evocación
de carácter personal
1. Saludo de todo
corazón a cuantos se han reunido hoy en el aula magna de la Universidad Católica
de Lublín. La visita de un ex-profesor de este Ateneo ha proporcionado a los
organizadores la ocasión de invitar a los representantes del mundo de la
cultura de toda Polonia, e incluso del exterior. Me siento verdaderamente
honrado, ilustres señoras y señores, por esta invitación y por vuestra
presencia aquí hoy.
Sé que además de
los representantes de los ateneos del país, de la Academia Polaca de las
Ciencias, están también presentes los representantes de universidades
extranjeras, ligadas a la Universidad Católica de Lublín por una estrecha
colaboración: desde Lovaina y Lovaina-la-Nueva hasta Milán, París, Washington,
Eichstätt, Nimega y Tilburg.
En vosotros
encuentro y saludo a todas las universidades y facultades que se hallan en la
tierra patria, comenzando por el ateneo más antiguo: el Jagellónico, en
Cracovia, al cual debo mis estudios y primeras experiencias académicas. Estas
experiencias han impreso en mi conciencia y en mi entera personalidad profundas
huellas para toda la vida. Y esto tal vez porque están ligadas, en primer
lugar, al período que precedió a la segunda guerra mundial, después -sobre
todo- al período de la ocupación extranjera y, por último, a los primeros años
del período postbélico. El recuerdo de lo que es la Universidad - Alma Mater -
lo llevo siempre vivo en mí. No sólo el recuerdo, sino la conciencia de la
deuda contraída para toda la vida.
Comunidad
de hombres unidos por el amor a la verdad
2. De aquí nace en
mí la necesidad de iniciar el discurso haciendo referencia a la Universidad
como a un ambiente particular, a una comunidad en la que se encuentran maestros
y discípulos, docentes y estudiantes, representantes de diversas generaciones,
unidos por una finalidad y una tarea comunes. Se trata de un cometido de
importancia primaria en la vida del hombre y en la de una sociedad, una nación
y un Estado.
Mientras os hablo,
ilustres señores, tengo ante los ojos del alma todos estos ambientes, estas
comunidades, en las que el servicio al conocimiento -es decir, el servicio a la
verdad- deviene fundamento de la formación del hombre. Sabemos que Alguien ha
dicho: "Conoceréis la verdad y la verdad os hará libres" (Jn 8, 32).
En el curso del Congreso Eucarístico en Polonia, del cual soy invitado y en el
cual participo, estas palabras de Cristo resuenan con una fuerza especial
precisamente aquí, en el aula universitaria, en el contexto del encuentro con
el mundo polaco de la cultura y de la ciencia.
Estas palabras
resuenan y al mismo tiempo se completan con aquellas de San Pablo: "Obrad
la verdad en la caridad" (cf. Ef 4, 15). Sirviendo a la verdad por amor a
la verdad y a aquellos a quienes la transmitimos, edificamos una comunidad de
hombres libres en la verdad, formamos una comunidad de hombres unidos por el
amor a la verdad y por el recíproco amor en la verdad, una comunidad de hombres
para los que el amor a la verdad constituye el principio del vínculo que les
une.
El
futuro de los jóvenes estudiantes
3. A veces tengo
la ocasión de acercarme a los problemas de fondo de vuestro ambiente. En
diversas relaciones de hombres de ciencia, que me ha sido posible leer en los
últimos años, he encontrado expresiones de profundo compromiso por la verdad
conocida y transmitida, del que se deducen justas exigencias para sí mismos y
para los estudiantes, en un clima penetrado por una "nota" de
profunda solicitud. ¡Tenemos tantos jóvenes bien dotados; en la generación de
los estudiantes de hoy y de los jóvenes hombres de ciencia que pueblan nuestros
ateneos no faltan los talentos!
¿Disponen ellos de
todas las facilidades necesarias para que sus estudios produzcan un fruto
pleno? ¿Aquí, en la tierra patria?
Este interrogante
atañe al presente, al equipo de los ambientes del trabajo universitario, al
contacto con los centros de vanguardia de la ciencia mundial. Este interrogante
atañe también al futuro. ¿Cuáles son las perspectivas de esta generación? ¡Las
perspectivas de trabajo! Este problema existe también en muchos países del
Occidente Europeo. Perspectivas de vida, ante todo: ¡la de la vivienda! ¡La
necesidad de un techo para las parejas de jóvenes esposos y para las familias!
Es necesario que
nos planteemos tales interrogantes. Ellos son pura y exclusivamente una
expresión de solicitud por el hombre. La universidad ha sido siempre el lugar de
esta solidaria solicitud. En otro tiempo recibía el nombre de "ayuda
fraterna".
Con el espíritu
propio de esta solicitud solidaria, me permito repetir la pregunta ante
vosotros, queridos señores, ya que la universidad, por su naturaleza, presta un
servicio al futuro del hombre y de la nación. Su tarea es la de despertar
constantemente en la conciencia social el problema de este futuro. Y debe
hacerlo de modo incansable e intransigente. Tenemos tantos jóvenes que
prometen. No podemos permitir que no vean futuro para sí en la propia patria.
Por tanto, también
yo, como hijo de esta patria, me atrevo a expresar la opinión de que debemos
reflexionar sobre los muchos problemas de la vida social, de las estructuras,
de la organización del trabajo, hasta llegar a los presupuestos mismos del
actual organismo del Estado, desde el punto de vista del futuro de la
generación juvenil en tierra polaca.
Las universidades,
los ateneos, no pueden echarse atrás ante la necesidad de dar testimonio en
este sector esencial y fundamental a la existencia misma de Polonia.
El
proceso cognoscitivo de la verdad
4. Si he empezado
por el ambiente - es decir, por la universidad entendida como comunidad
especial -, lo he hecho en consideración a la cuestión de la subjetividad: un
problema muy esencial para toda la nación. Esta subjetividad se forma por todas
partes, en los diversos lugares de trabajo de nuestra tierra patria. Son
llamados a esto los ambientes de trabajo de la industria y de la agricultura.
Son llamados a esto todas las familias y todo hombre. La subjetividad nace de
la misma naturaleza del ser personal: corresponde ante todo a la dignidad de la
persona humana. Es la confirmación, la verificación y al mismo tiempo la
exigencia de esta dignidad, tanto en la vida personal como en la (de) Los
ateneos, fraguas de trabajo cultural, que operan según una variada metodología,
son llamados especialmente a esto. Y lo son "desde el interior", en
razón de la propia constitución, que es indispensable para el servicio de la
verdad. Son llamados también y en cierto sentido "desde el exterior":
en consideración de la sociedad en la que viven y por la que trabajan. La
sociedad espera de sus universidades la consolidación de la propia
subjetividad, espera la demostración de las razones que la fundan, y de los
motivos e iniciativas que la sirven. A ello está estrechamente ligada la
exigencia de la libertad académica, o bien de una justa autonomía de las
universidades y de los ateneos. Esta autonomía al servicio de la verdad
conocida y transmitida es, en cierto sentido, condición basilar de la
subjetividad de toda la sociedad, en cuyo seno las universidades realizan la
propia misión.
¿No era ésta la
meta que brillaba ante los ojos de nuestros gobernantes, antes incluso de la
dinastía de los Piast y, más tarde, de los Jagellones, en la fundación y
renovación de la primera universidad de Polonia? Me atrevería a decir que sí.
El
paradigma bíblico
5. Esta cuestión
se asocia al problema -quizá, aún más fundamental- que atañe propiamente a la
"constitución" del hombre: el puesto del hombre en el mundo. En el
cosmos. Para tratarlo, es indispensable volver "al comienzo", al
"arché".
Se trata de un
problema de enorme importancia para las diversas disciplinas que tienen por
objeto al hombre y al mundo, por ejemplo, para la paleontología, la historia,
la etnología. Ciencias de este tipo se desarrollan desde la base de los propios
métodos empíricos. Buscan los indicios y las pruebas que se pueden extraer del
examen de los restos que evidencian las más antiguas huellas del hombre en el
corazón de la tierra. Permitid que, en este punto, aporte un texto bíblico.
Ciertamente, no tiene valor desde el punto de vista de los principios y métodos
de la ciencia empírica. Posee, sin embargo, una importancia simbólica. Sabemos
que "símbolo" quiere decir signo de convergencia, de encuentro y de
recíproca adhesión de datos elementales. Pienso que el texto del libro del
Génesis, que referiré -sin pretensiones de exactitud desde el punto de vista de
las ciencias empíricas-, posea también un significado propio y específico para
el intelecto mismo que busca la verdad acerca del hombre.
He aquí el pasaje:
"Entonces, el Señor Dios plasmó del suelo toda especie de bestias salvajes
y todos los pájaros del cielo, y los presentó al hombre, para ver cómo los
llamaba, y para que cada ser viviente tuviese el nombre que el hombre le diera.
Así, el hombre puso nombres a todos los ganados, a todas las aves del cielo y a
todos los animales del campo, pero el hombre no encontró una ayuda que le fuese
semejante" (Gén 2, 19-20).
He aquí que,
independientemente de lo que aprehendemos con el método empírico (o más bien,
con muchos métodos) sobre el tema del "comienzo", el texto apenas
citado parece poseer una formidable importancia "simbólica". Más aún,
en cierto modo alcanza las raíces mismas del problema: "el puesto del
hombre en el cosmos". Se podría decir también que constituye una cierta
expresión de la convergencia de todo lo que contienen en sí las investigaciones
llevadas a cabo con los métodos de las ciencias empíricas. Todas, en efecto, en
la búsqueda de las huellas originarias del hombre, se dejan entretanto guiar
por un determinado concepto fundamental del hombre. Poseen una respuesta, al
menos elemental, al interrogante: ¿En qué se distingue el hombre de los demás
seres del cosmos visible?
El hombre,
"desde el comienzo", se distingue a sí mismo de todo el cosmos
visible, particularmente del mundo de los seres, en alguna medida, más cercanos
a sí. Todos ellos son para él un objeto. Sólo él se mantiene como el sujeto en
medio de ellos. El mismo libro del Génesis habla del hombre como de un ser
creado a imagen de Dios y a su semejanza. Más aún, a la luz del pasaje citado
es claro, al mismo tiempo, que la subjetividad del hombre se asocia
esencialmente al conocimiento. El hombre es sujeto en medio del mundo de los
objetos, porque está capacitado para objetivar de modo cognoscitivo todo lo que
le rodea. En efecto, mediante la propia inteligencia está "por
naturaleza" orientado a la verdad. En la verdad está contenida la fuente
de la trascendencia del hombre respecto del cosmos en el que vive.
Precisamente, a
través de la reflexión sobre el propio conocimiento, el hombre se revela a sí
mismo como el único ser del mundo que ve "desde el interior", ligado
a la verdad conocida: ligado y, por tanto, también "obligado" a
reconocerla, si es necesario, incluso a través de la libre elección, con actos
de testimonio en favor de la verdad. Esta es la capacidad de superarse a sí
mismo en la verdad. Por medio de la reflexión sobre el propio conocimiento, el
hombre descubre que el modo de su existir en el mundo es no sólo totalmente
diverso de cualquier otro, sino incluso distinto -y superior- a cualquier otro
en el propio ámbito. El hombre, simplemente, es consciente de ser un sujeto
personal, una persona. Se coloca cara a cara con la propia dignidad.
El texto bíblico
habla, en cierto modo, de las primeras y elementales verdades (imponía
"nombres"), mediante las cuales el hombre ha constatado y afirmado la
propia subjetividad en medio del mundo. Se puede decir, al mismo tiempo, que en
esta descripción se anuncia, de alguna manera "anticipadamente", todo
el proceso cognoscitivo que decide de la historia de la cultura humana. No
dudaría en decir que el primer libro de la Biblia abre la perspectiva de cada
ciencia y de todas las ciencias. La realidad - toda la realidad, todos sus
aspectos y elementos - constituirán desde entonces un incesante desafío para el
hombre, para su intelecto. Todo el moderno y contemporáneo, el gigantesco
desarrollo de la ciencia se anuncia ya y se inicia en esta descripción. Y
ninguna nueva época del conocimiento científico va sustancialmente "más
allá" de lo que en esa descripción se ha delineado, en modo figurativo y elemental.
La
libertad y los derechos humanos en la civilización científico-técnica
6. El paradigma
bíblico "del hombre en medio del mundo" contiene, como se ve, un
grupo de elementos que no cesan de determinar nuestro pensamiento acerca del
hombre. No cesan siquiera de tocar las bases mismas de su subjetividad, y
también -al menos en perspectiva- esa relación que se establece, por una parte,
entre el "poner nombre" a los objetos y el proceso cognoscitivo que
se desarrolla gradualmente, incluso en la forma de la multiplicidad de las
ciencias, y, por otra, la consolidación del puesto del hombre en el cosmos como
sujeto. Cuanto más lejos llega el esfuerzo por conocer, esto es, el
descubrimiento de la verdad acerca de la realidad objetiva, más se profundiza
la razón de la subjetividad humana. Esta razón concierne no sólo y no tanto, al
hombre en medio del mundo, cuanto al hombre entre los hombres, el hombre en la
sociedad.
Se puede decir
paradójicamente que, en la medida en que crece el progreso del saber sobre el
mundo (en las dimensiones macro y microscópica), el hombre debe defender cada
vez más, en el terreno del progreso de la civilización científico-técnica, la
verdad sobre sí mismo.
El hombre debe
también, en nombre de la verdad sobre sí mismo, oponerse a una doble tentación,
a saber, la de subordinar la verdad sobre sí mismo a la propia libertad y la de
someterse al mundo de las cosas. Debe resistir tanto a la tentación de la
autodeificación, como a la tentación del automenosprecio. Según la expresión de
un autor del Medioevo: "Positus est in medio homo: nec bestia, nec
deus"! Algo que, por otra parte, pertenece al paradigma bíblico del libro
del Génesis. Ya "desde el comienzo" el hombre es seducido por la
tentación de someter la verdad sobre sí mismo al arbitrio de su voluntad, y de
situarse así "más allá del bien y del mal". Es tentado por la ilusión
de conocer la verdad acerca del bien y del mal sólo cuando él mismo decide
sobre ella. "...se abrirían vuestros ojos y seríais como Dios, conocedores
del bien y del mal" (Gén 3, 5).
Al mismo tiempo,
el hombre es llamado "desde el comienzo" a "someter la
tierra" (cf. Gén 1, 28), lo que naturalmente constituye el fruto
"natural" y, juntamente, la "prolongación" práctica del
conocimiento, es decir, del "dominio" mediante la verdad sobre el
resto de las creaturas.
Aquí deseo tocar
al menos el problema, tan actual hoy en todo el mundo, de la protección del
ambiente natural. Este es -por lo que yo conozco- un problema enormemente
importante también en Polonia. Dominar la tierra significa también respetar sus
leyes, las leyes de la naturaleza. En este campo -como ustedes saben bien- la
ciencia, mediante el esfuerzo de un sabio dominio sobre las fuerzas de la
naturaleza y de una cautelosa gestión de sus recursos, tiene ante sí una gran
tarea.
Sin embargo,
"someter la tierra" significa también: ¡no subordinarse a la tierra!
No permitir que, ni cognoscitiva y prácticamente, el hombre sea
"reducido" al orden de los objetos. Conservar la subjetividad de la
persona en el ámbito de toda la "praxis" humana. Asegurar esta
subjetividad también en la colectividad humana: en la sociedad, en el Estado,
en los diversos ambientes de trabajo e, incluso, en la recreación colectiva.
Pienso que ésta
sea la última razón y el sentido de lo que hoy se llaman: derechos del hombre.
Sobre la base del conocimiento metódico, por tanto, de la ciencia, se coloca
aquí el punto de encuentro con la filosofía y, en particular, con la ética y,
en cierto sentido, también con la teología.
Ciencia
y religión
7. El período del
iluminismo, y todavía más el siglo XIX, desarrolló la tesis de la antinomia
entre ciencia y religión. Esta antinomia ha generado también la opinión
(especialmente en el marxismo) del carácter alienante de toda religión. La
reducción "del hombre al mundo", a las dimensiones de la absoluta
inmanencia, del hombre "en los límites del mundo", contenida en esta
concepción, lleva consigo no sólo la problemática de Nietzsche sobre la
"muerte de Dios", sino también - como se ha hecho notar progresivamente
- la perspectiva de la "muerte" del "hombre", el cual, en
una visión como ésta, esencialmente "materialista" de la realidad, no
dispone de una orientación definitiva, escatológica, ni de otras posibilidades
trascendentes, y se equipara así al resto de los objetos del cosmos visible.
La citada posición
era proclamada con decisión y dada por supuesto e, incluso,
"postulada" en diversos ambientes como sinónimo de único método
científico, más aún, del "concepto científico" del mundo.
Actualmente, se puede
apreciar en este campo una decisión menos absoluta. El paradigma del
"hombre-sujeto" (que, como se ha dicho, tiene sus raíces en el libro
del Génesis) parece asomarse de nuevo - a través de algún camino, no siempre
por la entrada principal - a la conciencia de los hombres y de las sociedades,
incluido el mundo de la ciencia. Ni se ve ya en la religión al adversario del
intelecto y de sus posibilidades cognoscitivas. Más bien, se redescubre en ella
otro género de expresión de la verdad acerca del hombre en el mundo. No hay
duda de que esto corre parejo con un nuevo modo de percibir la dimensión de la
trascendencia, exclusivamente propia del hombre como sujeto. Se trata -en
cierto modo, según la primera impresión- de la trascendencia mediante la
verdad.
Parece también que
el hombre de hoy sea cada vez más consciente del hecho de que Dios (y, por
tanto, también la religión), y especialmente el Dios-Persona de la Biblia y del
Evangelio, el Dios de Jesucristo, queda como último (y definitivo) garante de
la subjetividad humana, de la libertad del espíritu humano, sobre todo en las
condiciones en que esta libertad y subjetividad son amenazadas no sólo teórica,
sino también prácticamente, mediante un sistema y una escala de valores.
Mediante el "ethos" (o mejor, el antiethos) unilateralmente
tecnocrático, mediante la difusión del modelo de la civilización consumista,
mediante diversas formas de totalitarismo del sistema.
De este modo,
retornamos al antiquísimo paradigma de la Biblia: Dios-Creador, pero también Aliado
del hombre. ¡Dios de la Alianza! ¡Padre!
El
encuentro entre Oriente y Occidente
8. Para terminar,
deseo también transmitiros mi gozo especial por el hecho de que un encuentro
tan elocuente con el mundo de la ciencia polaca haya tenido lugar en Lublín.
Esta ciudad posee una elocuencia histórica. No me refiero sólo a la elocuencia
de la "Unión de Lublín", sino de todo lo que constituye el contexto
histórico, cultural, ético y religioso de esta "unión". Todo el gran
proceso histórico del encuentro entre el Occidente y el Oriente. La recíproca
atracción y repulsión. La repulsión, pero también la atracción. Este proceso
pertenece a toda nuestra historia. Tal vez "ayer" más que
"hoy"; sin embargo, no es posible separar el "hoy" del
"ayer". La nación vive constantemente toda su historia. Y la Iglesia
de la nación, también. Y este proceso no ha terminado.
¡Ninguno privará a
la gente que vive aquí, especialmente a los hombres de ciencia, de la
responsabilidad en orden al éxito definitivo de tal proceso histórico en este
lugar de Europa! ¡Y del mundo! En el lugar de un "difícil desafío".
Así, pues, la
cuestión significada simbólicamente por esta ciudad -Lublín- (y tal vez también
por esta Universidad: la Universidad Católica de Lublín), tiene una dimensión
no sólo polaca, sino europea e, incluso universal. Tenía presente tal dimensión
cuando, siguiendo el ejemplo de Pablo VI, que proclamó a San Benito Patrono de
Europa, he visto la necesidad de extender este "Patrocinio" a otras
dos figuras: los apóstoles de los eslavos, los Santos hermanos de Salónica
Cirilo y Metodio.
Los tres han
anticipado la historia de Polonia, nuestra patria. Pero también han preparado
-en cierto modo- en común este tiempo y nuestro milenio pasado.
¡Quiera el cielo
que nosotros podamos continuar fielmente, auténtica y creativamente, esta gran
heredad!
"Al Rey
incorruptible de los siglos, honor y gloria por los siglos de los siglos"
(1 Tim 1, 17). "Soli Deo": termino con estas palabras que constituían
el emblema episcopal del cardenal Stefan Wyszynski, gran primado del milenio,
que aquí, en Lublín, inició su servicio episcopal a la Iglesia en Polonia.
Joannes
Paulus pp. II