La damnatio memoriae Ecclesiae
Las mentiras y los antecedentes
del Código Da Vinci:
la punta del iceberg
Las Leyendas Negras del siglo XVI y todo el fenómeno que ha culminado con El Código Da Vinci tienen mucho en común, según afirma el autor, experto en Historia medieval. Dan Brown, además de alterar totalmente la figura de Cristo, vuelve a tópicos tan manidos y manipulados como la quema de brujas.
Damnatio memoriae es
una expresión latina que, literalmente, significa condena de la memoria. Era
una práctica frecuente en la antigua Roma, que consistía en proscribir el
recuerdo de una persona tras su muerte, si ésta era considerada enemiga del
Estado. Se decretaba oficialmente la condena de su recuerdo, mediante una
serie de medidas como la retirada o destrucción de sus imágenes, el borrado
de su nombre de las inscripciones en piedra, o la condena explícita de su
nombre familiar mediante la prohibición a sus descendientes de usarlo.
Creo que no resulta exagerado afirmar que, mutatis mutandis, el fenómeno Da
Vinci debe ser contextualizado en un marco de damnatio memoriae Ecclesiae,
por el cual la imagen de la Iglesia, tanto su trayectoria pasada como la
propia figura de su divino Fundador, son sometidas a una campaña sistemática
de difamación histórica, que daña irremisiblemente la percepción social que
de ella se tiene, en una suerte de reedición postmoderna de la Leyendas
Negras del siglo XVI.
Mucho se ha hablado de la teoría expuesta en El Código Da Vinci de que Jesús
y María Magdalena estaban casados y tuvieron descendencia, pero eso sólo es
la punta del iceberg. Tras la superficie se encuentran sistemas de creencias
New Age que enseñan que el cristianismo es una mentira criminal y que la
Iglesia católica es una institución siniestra, genocida y misógina.
Dan Brown, el autor de la novela, ha admitido en entrevistas que la mayoría
de las ideas que vomita en El Código Da Vinci no son originales. De hecho,
la herencia intelectual, ideológica y espiritual de El Código Da Vinci se
puede rastrear en pasadas décadas, incluso siglos.
Un botón de muestra es la difamación histórica sufrida por la Compañía de
Jesús en el siglo XIX, en lo que fue una campaña de calumnias que recuerda
vivamente a la que sufre el Opus Dei en la novela de Dan Brown.
Otro ejemplo es el libro más vendido en los Estados Unidos en el siglo XIX,
después de La Cabaña del Tío Tom: la autobiografía llamada Awful Disclosures
(1836), donde Mary Monk revelaba su oscuro pasado como novicia en un
convento en Montreal, describiendo con todo lujo de detalles, casi
pornográficos, la labor de las monjas al servicio de obispos y cardenales de
la Iglesia católica. Al poco tiempo, su propia madre desenmascaró a Mary
Monk, al revelar que ni era católica ni jamás había estado en ningún
convento. Pero para entonces el folletín había vendido 300.000 ejemplares,
una barbaridad para la época.
Sin duda alguna, las mentiras y manipulaciones más graves y dañinas que
contiene El Código Da Vinci son las referentes a los orígenes de la Iglesia
y a la figura de Cristo. La aberrante cristología danbrowniana en la que
Jesucristo sería el fundador de una religión matriarcal basada en el sexo
tántrico y en el culto a la Diosa Madre, con María Magdalena como su
supuesta esposa, supuesta madre de sus hijos y Papisa, mueven al sonrojo,
pero han calado en el sector menos cultivado de sus lectores.
A vueltas con la Inquisición
Con todo, nos centraremos en la difamación histórica danbrowniana de la
Iglesia católica y dejaremos de lado otras cuestiones. Leemos en El Código
Da Vinci (página 158 de la edición española): «La lacra del cristianismo
siempre había sido la mentira..., no se podía obviar su historia de
falsedades y violencia. Su brutal cruzada para reeducar a los paganos y a
los practicantes del culto a lo femenino se extendió a lo largo de tres
siglos y empleó métodos tan eficaces como horribles. La Inquisición publicó
el libro que algunos consideran como la publicación más manchada de sangre
de todos los tiempos: el Malleus Malleficarum (el Martillo de las Brujas),
mediante el que se adoctrinaba al mundo de los peligros de las mujeres
librepensadoras e instruía al clero sobre cómo localizarlas, torturarlas y
destruirlas».
Obviando la impresentable definición del Malleus Malleficarum (c. 1486) como
«la publicación más manchada de sangre de todos los tiempos» (¿qué hay del
Libro Rojo, de Mao, o del Mein Kampf, de Hitler?), resulta oportuno señalar
que éste es obra de dos teólogos dominicos alemanes, Jakob Sprenger y
Heinrich Kramer, y que no fue nunca un manual oficial de la Inquisición. De
hecho, tuvo mucho más éxito entre los inquisidores luteranos que entre los
católicos. El Santo Oficio en España desaconsejó expresamente su
utilización.
En cuanto a la afirmación de Dan Brown referente a que el Malleus instruía
sobre como torturar y destruir brujas, me remito a su Cuestión XXII (p. 569,
ed. Miguel Jiménez, Valladolid, 2004): «Y si ocurriese que después de la
sentencia, y después de haber sido llevado al lugar donde ha de ser quemada,
la acusada dijese que quiere decir la verdad, y reconocer su pecado, si lo
hiciera y estuviera dispuesta a abjurar de esta herejía y de cualquier otra,
aunque se presuma que lo hace más por temor de la muerte que por amor a la
verdad, yo sería de la opinión que se le pueda recibir por misericordia como
hereje penitente, y que se le encierre de por vida». Por consiguiente, se
desaconsejaba expresamente el ajusticiamiento en la hoguera de la condenada.
Pero el texto de Dan Brown va más allá: «Entre las mujeres a las que la
Iglesia consideraba brujas, estaban las que tenían estudios, las
sacerdotisas, las gitanas, las místicas, las amantes de la naturaleza, las
que recogían hierbas medicinales, y cualquier mujer sospechosamente
interesada por el mundo natural. A las comadronas también las mataban por su
práctica herética de aplicar conocimientos médicos para aliviar los dolores
del parto -un sufrimiento que, para la Iglesia, era el justo castigo divino
por haber comido Eva del fruto del Árbol de la Ciencia, originando así el
pecado original-».
La Iglesia quemabrujas
De nuevo asistimos a un cúmulo de absurdos que supera todos los límites del
despropósito y la difamación histórica, siendo la ridícula idea del
exterminio de comadronas propio de una ópera bufa. Lo cierto es que resulta
bien fácil deshacer esta tosca enumeración de tópicos decimonónicos, que
giran en torno a la consigna: la Iglesia hostil a la mujer. Demos la palabra
a la prestigiosa medievalista francesa Régine Pernoud: «Si se examinan los
hechos, la conclusión se impone: durante todo el período medieval el lugar
de la mujer en la Iglesia fue sin duda diferente del lugar del hombre, pero
fue un lugar eminente... La mujer sólo se ve excluida tanto de la vida
eclesial como de la vida intelectual a principios del siglo XVI..., poco a
poco se le retiró todo lo que le confería cierta autonomía, cierta
instrucción».
Pero la criminalización danbrowniana de la Iglesia católica en relación a su
trato a las mujeres alcanza su paroxismo en este último párrafo: «Durante
trescientos años de caza de brujas, la Iglesia quemó en la hoguera nada
menos que a cinco millones de mujeres. La propaganda y el derramamiento de
sangre habían surtido efecto».
La absurda cifra de cinco millones de brujas quemadas por el Santo Oficio
que proporciona Dan Brown está inspirada en la leyenda negra de la Iglesia
creada por el lobby feminista norteamericano. Este lobby ha acuñado el
concepto de Gynecide o Gendercide (feminicidio, genocidio de las mujeres).
Este concepto, de la antropóloga Andrea Dworkin, se apoya en las
estimaciones de la agitadora feminista Matilda Joslyn Gage (1826-1898),
quien dio en 1893 la cifra de nueve millones de mujeres quemadas por la
Iglesia entre 1400 y 1800.
Otra de las fuentes de Dan Brown, Lynn Picknett, da en The Templar
Revelation (Nueva York, 1997, p. 158) la cifra de cientos de miles de brujas
quemadas por la Iglesia. Todas estas cifras son difundidas en páginas web de
instituciones feministas norteamericanas tales como The Gendercide Watch. Lo
cierto es que, incluso investigadoras feministas, como la profesora Jenny
Gibbons, han tenido recientemente que reconocer que estas cifras son pura
especulación.
No fueron los católicos
Historiadores punteros, como Brian A. Pavlac (Universidad de Cambridge) y
Gustav Henningsen (Universidad de Copenhague), han establecido que la cifra
de cinco millones de brujas quemadas supera en un 300% las cifras reales.
Entre 1400 y 1750 se produjeron 100.000 procesos por brujería en todo el
mundo cristiano. Un mínimo de 30.000 y un máximo de 50.000 de estos procesos
acabaron con el acusado ajusticiado en la hoguera, de los cuales el 75%
fueron mujeres.
Lo que Dan Brown no menciona es que el 95% de estas brujas pereció a manos
de las confesiones reformadas, luteranos y calvinistas. Y es que es un hecho
perfectamente probado que la quema de brujas fue un fenómeno abrumadoramente
protestante. En este sentido, Bernard Hamilton, catedrático de Historia
Medieval de la Universidad de Nottingham, se preguntaba, en el suplemento
literario de The Times, por las razones del silencio de Dan Brown en torno a
la responsabilidad protestante. Por mi parte, creo que estamos ante un
silencio revelador de la agenda oculta del novelista.
Las cifras detalladas de esta quema de brujas son aún más interesantes, por
reveladoras: la ciudad alemana de Ellwangen quemó a 393 brujas en sólo siete
años (1611-1618), más brujas que todas la quemadas por la Inquisición
española en sus tres siglos de historia (dos docenas, la mayoría en el
célebre proceso de Logroño a las brujas de Zugarramurdi). El conjunto de
brujas quemadas por la Inquisición no superaría en mucho las 200.
El que la delirante y difamatoria reconstrucción de los orígenes de la
Iglesia realizada por Dan Brown, en el marco de un relato de ficción, se
haya convertido para muchos lectores en una interpretación autorizada del
nacimiento de la religión que es el alma de Occidente, resulta enormemente
significativo desde el punto de vista de la historia de las mentalidades.
La memoria histórica y la evocación del pasado no son nunca inocentes,
porque un grupo o una sociedad son, en gran medida, aquello que recuerdan
acerca de sí mismos, y por ello la memoria social es un elemento
determinante de nuestra identidad o nuestras creencias. ¿Cómo creer en una
Iglesia que ha practicado el genocidio de cinco millones de mujeres? Hay
acusaciones históricas que invalidan el presente. La damnatio memoriae,
entendida como difamación histórica de la Iglesia, resulta ser un arma
fundamental en la kulturkampf en la que estamos inmersos desde hace tiempo.
Sin referentes espirituales
La redefinición de los orígenes del cristianismo propuesta por las decenas
de novelas pseudo-históricas de línea New Age, que abarrotan de un tiempo a
esta parte nuestras librerías, tiene el efecto pernicioso de borrar el
elemento principal que configura nuestra identidad colectiva. Si el
cristianismo es percibido como una gran estafa milenaria y la Iglesia
católica como una institución criminal, resultaría perfectamente
prescindible a la hora de construir una nueva identidad postmoderna,
desprovista de referentes espirituales.
Cabe, por consiguiente, hacer esta lectura de la recepción mediática y
social del Código Da Vinci: el Occidente postcristiano y relativista quiere
borrar de su memoria histórica sus raíces cristianas a través de un proceso
de damnatio memoriae, que recuerda las tácticas de extirpación de la
tradición confuciana en los tiempos de la terrible Revolución Cultural de
Mao.
Alejandro Rodríguez de la Peña
Best-sellers decimonónicos
El novelista socialista y anticlerical francés Eugène Sue (1804-1857) fue el
equivalente decimonónico de Dan Brown, el rey de la novela popular, que
vendió más libros que superventas como Alejandro Dumas o Víctor Hugo. En su
novela El judío errrante (1845), describía a los jesuitas como asesinos y
ladrones infrahumanos, capaces de todo con tal de conseguir el gobierno del
mundo. En concreto, la descripción del padre jesuita Rodin, un Satanás con
sotana, en la novela de Sue, recuerda mucho al obispo Aringarosa, supuesta
eminencia gris del Opus Dei en la novela de Dan Brown.
Un novelista inglés, Henry Seton Merriman, afirmaba, en su folletín The
Slave of the Lamp, que los jesuitas tenían una base secreta excavada bajo el
subsuelo de París, desde la que preparaban la contrarrevolución acumulando
armas. Además, autores de renombre, como Stendhal, Maupassant y Alejandro
Dumas, introdujeron jesuitas malignos y conspiradores en sus novelas.
Pero donde la difamación de los jesuitas y de la Iglesia católica llegó al
máximo ensañamiento fue en el ambiente WASP (blanco, anglosajón y
protestante) nortemericano, donde, en 1835, Samuel Morse (inventor del
famoso código que lleva su nombre) publicó un libro donde denunciaba que los
jesuitas trabajaban en una conspiración para convertir a un Habsburgo en
emperador de los Estados Unidos de América.
A.R.P.