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Era maestro de Yoga y hoy, Prior en un monasterio de Francia, advierte: «No hay Yoga Cristiano»

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P. Joseph-Marie Verlinde
27 octubre 2013


“No hay yoga cristiano, sino que hay cristianos que hacen yoga”, dice quien fuera maestro de esa disciplina que es, advierte, un camino de vida. Hoy el belga Joseph-Marie Verlinde es sacerdote y Prior de un monasterio en Francia. Su diáfana reflexión sustentada en la experiencia cuestiona los argumentos que presentan al yoga como simples y benéficos ejercicios de acondicionamiento físico y psíquico.

En su libro "La Experiencia Prohibida", del que presentaremos algunos extractos, amén de pasajes de una entrevista emitida por “Net For God Production” nos transparenta verdad y la pasión por su respuesta fiel a Dios, quien finalmente conquistó su alma.

Apenas con 20 años ya era un aventajado científico en el Fondo Nacional de Investigación Científica de Bélgica, cuando se hizo parte de la gran revolución cultural de 1968. “Yo era investigador de Química Nuclear y los medios científicos y de investigación se encontraban en plena efervescencia. En ese momento, me dejé llevar por esa ola. Me enfoqué hacia las propuestas de oriente que invadían el horizonte de la cultura occidental”.

La revolución de las estructuras y de la conciencia
Ni su sólida educación cristiana, como tampoco la innata cualidad crítica de su ser científico impidieron que fuere impactado por el movimiento de estructuras en la sociedad de la época. Y un día cualquiera, se quedó absorto ante un afiche publicitario que invitaba a practicar la Meditación Trascendental. Aquello de ser una “vía simple, fácil y eficaz”, dice, para llegar a estados superiores de conciencia y una autorrealización plena, era irresistible. “Me entregué a practicar intensamente -detalla- hasta el punto de que llegué a encontrarme tan ensimismado como si estuviese fuera de la realidad e incapaz de asumir mi labor en el laboratorio donde trabajaba”.

El gurú y la seducción del Yoga
Es entonces cuando conoció a un renombrado seguidor del yoga, llamado Maharishi Mahesh Yogi. “Como prestaba una atención especial a los hombres de ciencia, me recibió cordialmente. Empezó haciéndome practicar la técnica aún más intensamente, pues, según él, las dificultades que experimentaba se debían a que debía relajar tensiones profundas. Tras ese tiempo de «purificación», me propuso conver­tirme yo mismo en maestro de la meditación, y me formó para ello”.

Por casi tres años exploró en las afamadas bondades del yoga, permaneciendo en una comunidad espiritual (Ashram) en la India. Pronto fue entrenado, allí, en la cuna del Yoga, descubriendo, dice, que la práctica “era una gran liturgia. Mientras que aquí, los occidentales hacían y hacen yoga como ejercicios de relajación. Incluso cuando le dije al gurú en un viaje a Alemania que los europeos estaban haciendo yoga para relajarse, él tuvo un ataque de risa. Luego, pensó por un momento y dijo «esto no evitará que el yoga haga su efecto»”. Quedó estremecido y reflexionando sobre esto en su libro “La experiencia prohibida” recuerda que a pesar de vivir belleza, armonía y serenidad durante sus prácticas… “toda mi naturaleza podía exultar con una sobriedad indescriptible, salvo la punta fina de mi alma que seguía insatisfecha, deseando al Amado…”

Joseph-Marie señala en su libro que el Yoga es en todo un camino ajeno al que confiesa la Fe. En el horizonte cristiano, precisa, “la elevación de que se habla es una salida de uno mismo hacia Dios y hacia los demás, en una entrega caritativa a ellos”. Luego agrega que este no es el horizonte del Yoga, que en sí es… “una inmersión en uno mismo para disfrutar de manera narcisista del propio acto de ser, en un énstasis solitario… el yogui se pone en camino hacia su propia realidad «absoluta», de la que quiere gozar sin compañía de nadie”, sentencia.

Recuperando el sentido
Tiempo después, con vagas pero permanentes luces de nostalgia por Dios, la visita de un médico naturista remecería a Joseph-Marie. “Nuestros cuerpos estaban maltratados por el intenso ejercicio que realizábamos allí y este naturista era cristiano. Como yo era una suerte de secretario personal del gurú lo recibí. Nos pusimos a conversar y él me preguntó «¿Usted es cristiano?, ¿Está bautizado?», le dije «¡claro!». Y me devuelve otra pregunta «¿Quién es Jesús para usted?». Es difícil de expresar, pero percibí que ahí Jesús me decía «Hijo mío… ¿cuánto tiempo me harás esperar?». Luego de eso, me di cuenta que era amado incondicionalmente, que no había ninguna sombra de juicio en la mirada, no había penitencia, sino compasión. Una ternura infinita, un mar de misericordia se derramaba sobre mí y yo lloraba, lloraba todas las lágrimas de mi arrepentimiento…”. No pasó mucho tiempo para que Joseph-Marie se viera revestido con la fuerza necesaria para abandonar el Ashram y las prácticas del gurú.

Un retorno con tropiezos
Tomó un avión de regreso a Bélgica. Con apenas un bolso arribó a Bruselas. Sin embargo, sintiéndose lleno de temores, confuso, en vez de buscar ayuda en personas de iglesia, recurrió a personas que le parecían ser más idóneos para aclarar sus inquietudes. “Estaban adaptados a la corriente de las tradiciones transmitidas del hinduismo, pero tenían también como referente los evangelios. Puse mi confianza en este grupo que se decía «cristiano», pero la verdad es que mezclaban energía y reencarnación. Y bien, no lo sabía en ese momento, pero había entrado en una escuela esotérica”.

Comenzó a naufragar en ese ambiente y pronto vino un giro más radical en aquella comunidad. “Dimos el giro al ocultismo. Me vi en prácticas ocultistas, en el ámbito de lo que se llamaría hoy «Terapias Energéticas». Es decir, manipular las energías ocultas con el fin de obtener curaciones. Me volví amigo de un naturista y se admiró de mis «habilidades» como médium usando las fuerzas ocultas sin dificultad para penetrar en la mente de otros. Estas sesiones de curación ocupaban todo mi tiempo libre. Pues, en realidad no había «sanación», solamente un desplazamiento de síntomas”.

“Aun así, comencé a participar de la Eucaristía -puntualiza- aunque no me había atrevido a confiar en los representantes de la iglesia, y prolongaba mis tiempos de oración con el Santo Rosario. Paulatinamente tomé conciencia de la enajenación sutil que padecía a raíz del trabajo con estas entidades. Sobre todo, cuando un día se manifestaron”.

Honesto Joseph-Marie confidencia que escuchó extrañas voces en su trabajo. “Tenía un grupo de manipulaciones que llamábamos «colectividad magnética». Y en un profundo silencio oía a alguien y decía cosas, pero en la realidad, nadie me llamaba. Estaba muy preocupado, ya que se repetía siempre. Entonces, se lo comenté a los dirigentes del grupo, quienes se rieron y me dijeron: «Para nada. No te lo hemos dicho, pero es evidente que ejerces tales poderes sin la ayuda de los espíritus. Son ángeles sanadores»”.

Pero continuó esclavizado por estos «ángeles sanadores» al extremo que en un viaje a París cuando acudió a una Eucaristía al mediodía, en el momento de la consagración, “cuando el sacerdote dice «por Él, con Él y en Él», escuché a estos seres blasfemar vergonzosamente de Cristo. Quedé petrificado. En ese instante comprendí que había sido engañado, abusado. Al final de la celebración, busqué al sacerdote y le conté mi historia. Y me respondió: «eso no me asombra. Soy el exorcista de la diócesis». Luego de este primer encuentro de liberación -y este detalle es muy importante-… iba todos los días a misa y no pasaba nada, los espíritus o entidades se ocultaban. Sabían que era mejor quedarse quietos. Pero la autoridad que tenía el sacerdote los obligó a rebelarse, para hacer la gran limpieza. Pude ser finalmente liberado con oraciones intensas”, confidencia.

La llamada al sacerdocio maduraba en el corazón de Joseph-Marie desde que había regresado de la India. “Esta vez –señala- decidí aferrarme a la Iglesia, tomándome el tiempo necesario para comprender mi historia a la luz del Evangelio”. Es así que luego de diez años de formación fue ordenado sacerdote en 1983 integrándose a la Comunidad Monástica de San José, donde es Prior de un monasterio, en Francia, hasta la fecha.

 

 


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