El hombre que venció al régimen chino tras robarle su vida «Perdí todo pero he aumentado mi fe»
Javier Lozano / ReL
Li JF era un importante juez, pero católico. Tras ayudar a los pobres, el
régimen chino le encerró en un campo de trabajo, le quitó su familia y sus
bienes. Pero él doblegó a la dictadura.
Revolucionó el campo de prisioneros con su fe.
Tenía una vida cómoda e incluso podría haber hecho fortuna en China, dado su
importante cargo. Era juez de un tribunal de una provincia de la costa este
china. Sin embargo, Li JF era católico y más concretamente miembro confeso de la perseguida
Iglesia clandestina.
No podía seguir viendo como la injusticia crecía y se prodigaba a su
alrededor por lo que arriesgó todo lo que tenía
para así cumplir las palabras del Evangelio. Ser fiel a Jesucristo le hizo
perder todo. Pero no lo esencial.
Detenido, apaleado y despojado de sus bienes
Li ha estado 11 años en un campo de trabajo, de "reeducación" para
el régimen, el Gobierno ha vendido su casa, obligaron a su mujer a
divorciarse, no ha visto a su hija desde su detención y su hermano tuvo que
huir a Tailandia por las amenazas. Ni incluso su gran deterioro físico por
las catorce horas de trabajo diario consiguieron que este firme católico
renegase de su fe.
Cuenta que hizo todo esto porque oía una y otra vez en sus oídos la cita de
Isaías 30, 21: “Ese es el camino, id por él”. Y así lo hizo. Pese a los
sufrimientos y pérdidas materiales, Li está exultante pues el régimen le ha
podido arrancar todo pero no su fe.
El presidente de China Aid, Bob Fu, cuenta que Li ya ha salido de prisión y
ha revelado las cartas que éste le enviaba y en las que quedaba impresionado
por la fe de un prisionero que nunca perdió la esperanza.
“Él no fue encarcelado debido a la corrupción o por actividades delictivas,
sino porque proporcionó asesoramiento jurídico gratuito a los más débiles y
vulnerables”, cuenta Bob Fu.
“Eligió un camino diferente”
En su explicación de la situación, el representante de China Aid
relata que “Li podría fácilmente haber ganado una fortuna si hubiese
decidido continuar su cómoda carrera legal, podría haber evitado la
detención, las palizas y las torturas por permanecer en silencio ante la
injusticia. Pero eligió un camino diferente”. Una senda marcada por la fe.
Sin embargo, Li ve lo bueno de todos estos años en vez de centrarse en todo
lo que ha padecido. “He perdido todo, pero he aumentado mi fe en Dios”,
afirma orgulloso. Eso es lo que le queda y recuerda así a las palabras de
San Pablo a los Romanos cuando dice: “tengo por cierto que los padecimientos
del tiempo presente no son nada en comparación con la gloria que ha de
manifestarse en nosotros”.
En el campo de trabajo al que fue enviado por su pertenencia a la Iglesia
clandestina Li trabajó durante catorce horas al día y pasaba hasta tres en
las clases de “reeducación”, que pasaban por ser un lavado de cerebro. Ni
con esas consiguieron doblegarle.
Consiguió las biblias para los presos
Es más, lejos de abandonar su fe ésta iba aumentando entre rejas.
Tanto que ni los guardias podían con él pues a Li no le importaban los
castigos ni las condenas, sólo cumplir con el mandato de Jesucristo.
De hecho, dentro del campo de trabajo consiguió hacer contrabando para así
poder comprar en el exterior Biblias, las cuales eran utilizadas para que él
mismo enseñase a decenas de prisioneros. En estas clases lanzaba preguntas a
sus compañeros, siempre relacionadas sobre “en quién pones tu verdadera
esperanza”.
Evidentemente, las autoridades chinas no podían permitir que Li y el resto
de presos leyeran y tuvieran Biblias por lo que las confiscaron. Pero aún
con estas, este convencido católico se enfrentó al sistema y aprovechando su
dominio del sistema legal chino consiguió revertir la situación.
“Ningún bien material puede sustituir esto”
Li se presentó ante el oficial del campo preguntando por qué no
podían tener las Biblias. Éste arguyó sus excusas pero no pudo con Li, que
le dio una auténtica lección de leyes y conocimientos. Al final, los presos
consiguieron volver a tener las Biblias.
El resumen que el propio Li hace de todos estos años encerrado y realizando
penosos trabajos se asemeja a lo dicho por San Pablo en sus cartas. “Mi
padre celestial decidió dejarme seguirlo llevando mi Cruz. Con dificultad,
elegí un camino en el que me vuelvo más pobre en bienes materiales y en el
que sería más difícil la conmutación de la pena. Aún así continué
extendiendo las semillas del Evangelio. Soy una persona elegida del Señor y
tal gloria no puede ser sustituida por ningún bien material”.
La difícil situación de China
La Iglesia clandestina china sigue siendo duramente reprimida por
el Gobierno pues escapa de su control. Sin embargo, los intentos del régimen
comunista son vanos pues el número de católicos no para de aumentar. La
persecución y la sangre de los mártires inflaman aún más la llama del
Evangelio en tierras chinas. Y el ejemplo de Li lo pone de manifiesto.
Precisamente la semana pasada el propio Papa Francisco ofrecía la misa por
los católicos chinos. En la capilla de Santa Marta celebró la Eucaristía en
honor de Nuestra Señora de Shesan. Presentes había unos veinte chinos, entre
laicos y sacerdotes. Allí el Papa inició la celebración: “oremos por el
noble pueblo chino” y en su homilía hablaba de “soportar con paciencia” y
“ganar con el amor”. El Papa no olvida a este pueblo luchador y a esta
minoría perseguida.
Mientras tanto, China aparece en los primeros puestos en las clasificaciones
de países que más persiguen a los cristianos. El régimen sigue recluyendo a
católicos en cárceles y campos de trabajo mientras trabaja duramente para
controlar a la Iglesia fiel a Roma. El caso más sonado últimamente ha sido
la detención del obispo Ma Daqin. Una vez ordenado obispo auxiliar para la
Diócesis de Shanghai en 2012 anunció públicamente que renunciaría a todos
sus cargos en la Iglesia Católica y así seguir fielmente al Papa. El régimen
no tardó en responder y poco después de sus declaraciones fue detenido y
recluido, situación que se mantiene hasta estos momentos