El Papa envía a 100 Familias en Misión
Uno de los momentos destacables del Jubileo de las familias fue cuando el
Papa bendijo y entregó el crucifijo a cien familias, padres e hijos juntos,
que han dejado casa y trabajo para llevar el testimonio de la vida cristiana
a cualquier parte del mundo. Estos misioneros sui generis proceden de
Italia, España, Irlanda, Ecuador, Malta y Polonia. Respondiendo a una
invitación oficial de los obispos y párrocos, están dispuestos a trasladarse
a zonas urbanas de Europa o de otros continentes castigados por todo tipo de
miseria, a los barrios más difíciles, donde la gente ni pisa las iglesias.
Juntos se prepararon para el encuentro en la Plaza de San Pedro con una
convivencia de cuatro días, dirigida por Kiko Argüello, Carmen Hernández y
el padre Mario Pezzi, iniciadores y responsables del Camino Neocatecumenal
en el mundo. En ella los matrimonios ya en misión han hablado de su
experiencia. No se trata de enumerar éxitos: para muchas familias la misión
significa un testimonio a menudo rechazado y sin resultados aparentes. Sin
embargo, todos han enumerado dos enormes gracias recibidas: que la misión ha
sido un don grandísimo para sus hijos; y que, a través de esta misión, están
conociendo su propio corazón y esto les está ayudando a ser más humildes.
Estas familias han madurado esta elección en el interior de un itinerario de
iniciación cristiana post-bautismal, el Camino Neocatecumenal, que se gestó
en las barracas de Madrid durante los años sesenta. Ya se han difundido a
105 países de todos los continentes, con alrededor de 16.000 comunidades en
5.000 parroquias y en 860 diócesis. Este itinerario se apoya en el
redescubrimiento del propio bautismo vivido junto a personas diferentes en
edad, condición social, mentalidad y cultura: un camino de fe en el interior
de las parroquias, a fin de alcanzar una fe adulta que siempre se traduce en
un impulso misionero y en el deseo de anunciar a Cristo.
A lo largo de los siglos, la Iglesia siempre ha pedido a familias cristianas
que ayuden a la obra de los misioneros: a san Pablo lo acompañaron Aquila y
su mujer Priscilla; san Benito solía enviar, junto con los monjes, núcleos
numerosos de familias cristianas en sus fundaciones a través de toda Europa.
La evangelización, en efecto, tiene especial necesidad de testimonios de
familias que muestren el don de perdonarse y de darse uno al otro, que se ha
abierto para todos por la resurrección de Jesucristo.
Estas familias colaboran de hecho con un párroco en zonas muy difíciles
donde la Iglesia debe ser prácticamente refundada. De esta forma, el
sacerdote es sostenido y ayudado por una pequeña comunidad evangelizadora,
formada por una o dos familias, mujeres que han consagrado su vida a la
misión, seminaristas en formación... Ya están presentes en más de 80
diócesis del mundo; otros 70 obispos de 45 países han solicitado también
familias en misión. En los pasados años el Santo Padre ha enviado a 227
familias a los cinco continentes: tanto a las periferias desoladas de las
grandes ciudades del Norte de Europa como a los ghettos de negros o hispanos
en los Estados Unidos, y a los palafitos de Ecuador como a las grandes
ciudades de Japón. Con estas familias participan en la misión 1.049 hijos,
un testimonio impresionante de vida en estos tiempos en los que muchos
países asisten a lo que el Santo Padre ha definido muchas veces como un
suicidio demográfico.
Una ayuda decisiva a esta forma de nueva evangelización viene de muchos
obispos que han abierto un seminario diocesano misionero Redemptoris Mater,
que prepara a los candidatos al sacerdocio, provenientes de la experiencia
del Camino Neocatecumenal, a prestar su trabajo en cualquier parte del mundo
donde el obispo decida mandarlos.
Giuseppe Gennarini