Los siete mártires de Canet de Mar (4): el éxodo
El éxodo
El 3 de agosto por la tarde, educadores y alumnos jugaban un partido de
fútbol en el parque, cuando el miliciano que los custodiaba se dirigió
discretamente al padre Guasch y le comunicó que el día anterior en el Comité
se había acordado detener a los religiosos aquella noche, una vez devueltos
del parque a dormir, y fusilarlos a todos en el cementerio, por lo que les
aconsejaba inmediata fuga.
Aprovechando el turno de guardia del confidente, los misioneros se fueron
avisando unos a otros y salieron disimuladamente del parque de dos en dos.
Los hermanos Moreno y Gómez no quisieron unirse al grupo hasta que hubieran
terminado de dar de cenar y acostar a los alumnos, tras lo que, una vez
anochecido, se reunieron con los demás religiosos que los esperaban en el
monte.
Dos grupos de religiosos fugitivos con desigual final
Espontáneamente, se formaron dos grupos: el primero, integrado por el
capellán mosén Ángel Doménech, los padres Fernández, Guasch, Ordóñez y el
hermano Heras; y un segundo grupo compuesto por los misioneros más jóvenes y
animosos, los padres Martín, Vergara, Arribas e Isern, y los hermanos del
Amo, Moreno y Gómez, que optaron por encaminarse a la frontera con Francia
para ponerse a salvo.
El primer grupo de fugitivos marchó por detrás del hotel, y atravesando la
finca del doctor Gerardo Manresa, se dirigió hacia la montaña de
Pedracastell que corona Canet, y llegados a la cima bajaron hasta la
carretera de Vallalta, y se adentraron en el Montnegre.
Restos de la Cruz de Pedracastell profanada en 1936 (ver la historia al
final del artículo) que se conservan en la parroquia de Canet de Mar. Los
Misioneros del Sagrado Corazón al llegar a la cima comprobarían el estado
lamentable de la Cruz destruida.
Perdieron contacto con el grupo: el padre Fernández, que se reintegraría dos
días después, y el hermano Heras, que desaparecería definitivamente.
Permanecieron ocultos en una masía de la zona en la que supieron que en
Orsavinyà habían detenido y matado a un fraile, que temieron fuera el
hermano Heras, temor que sería confirmado. Mosén Ángel Doménech, capellán
del santuario de la Misericordia, padecía de asma y no pudo continuar la
fuga. Retornó a Canet, siendo detenido días más tarde y quemado vivo en el
paraje Monte Calvario de Sant Cebrià de Vallalta. Tras múltiples peripecias,
el resto del grupo pudo llegar a Barcelona, donde amparados por amigos y
benefactores, lograrían sobrevivir con grandes penurias en el anonimato de
la gran ciudad hasta el fin de la guerra.
Dos meses de Viacrucis de siete jóvenes misioneros
El grupo de misioneros jóvenes pasó al raso la noche del 3 al 4 de agosto en
la zona boscosa de Can Puig y Can Matas de Sant Cebrià. Al amanecer descargó
lluvia torrencial, y ateridos y empapados hasta los huesos, pidieron amparo
en la masía de can Llort, donde fueron bien acogidos y atendidos, pero para
no comprometer la familia, se ocultaron primero en una mina y después en
bosques alejados de la casa, a los que la masovera les llevaba comida que le
suministraba gratuitamente un compasivo tendero del pueblo. Permanecieron
allí unos 15 días, hasta que el 19 de agosto les llegaron rumores sobre
gente oculta en los bosques, y decidieron seguir camino de la frontera,
llegando hasta Hostalric, donde pasarían tres días en Can Pons.
El 5 o 6 de septiembre llegaban a la masía de Can Pages de Sant Feliu de
Buixalleu, donde permanecerían unas tres semanas, ocultos en los bosques.
Llovió, y encendieron fuego para secarse la ropa, pero temiendo que el humo
los hubiera delatado, el 24 de septiembre, orientados por los payeses que
los habían protegido, reemprendían camino en dirección a Santa Pau, donde
recibieron ayuda en una masía, y el día 28 ven en el fondo del valle el
pueblo de Begudà. Empapados por la continua lluvia, fueron acogidos
caritativamente por los católicos dueños de la cercana masía de Can Devesa
en la que les dieron comida caliente y les secaron la ropa. Descansaron allí
sólo unas horas y, animándose al saber que no estaban lejos de la frontera,
siguiendo sus indicaciones de no entrar en el pueblo, reemprendieron la
marcha, pese a que llovía copiosamente e iban protegidos tan sólo por un
saco de arpillera.
Cruz de Pedracastell en Canet de Mar.
Durante el pontificado de León XIII, a
finales del siglo XIX, se pidió que las localidades erigiesen cruces para
conmemorar la entrada en el siglo XX. En Canet de Mar, el Doctor Mariano
Serra Font se encargó de la promoción y cedió los terrenos para poder llevar
a cabo dicha iniciativa. Realizó el proyecto Lluís Domènech Montaner y la
primera piedra se puso el 1 de enero de 1901. Las obras se acabaron un año
más tarde y el 4 de mayo de 1902 se bendijo (foto sobre estas líneas). Era
una cruz de dimensiones notables, ya que la alzada total era de 30 metros.
Solo podemos verla en la fotografías de la época puesto que quedó destruida
la noche de San Esteban (26 de diciembre) de 1926, por una fuerte tempestad
de viento que asoló el municipio.
La segunda cruz era una copia de la primera, ya que el arquitecto Pere
Domènech Roura, que era hijo de Lluís Domènech i Montaner, utilizó los
planos de su padre. Esta segunda cruz fue bendecida el 30 de octubre de
1927.
Al comenzar la guerra en 1936, grupos anticlericales destruyeron muchos
elementos del patrimonio religioso. En estas circunstancias, el 24 de julio
de 1936, la cruz de Pedracastell fue destruida. Algunas de las piedras de la
segunda cruz se conservan en la iglesia parroquial de Sant Pere i Sant Pau y
forman parte de dos altares laterales (como puede verse en la foto del
artículo).
En el año 1940, acabada la guerra, se instaló una cruz de madera para
substituir la destruida y, finalmente en el año 1954 se levantó una nueva
cruz con estética gaudiniana muy diferente de la original de Domènech. El
arquitecto fue Isidre Puig Boada. Esta es la cruz que se conserva hasta
nuestros días.
cortesía de Victor in Vinculis