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El Sagrado Corazón de Jesús, autor P. Julio Chevalier MSC: El Sagrado Corazón y el cielo, libro III cap. 4

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Nota: Al comienzo de la página le ofrecemos los puntos saltantes del capítulo y al final del resumen encontrará los enlaces que lo llevarán inmediatamente al tema que pueda interesarle.

 

Libro III

Capítulo Cuarto

EL SAGRADO CORAZÓN Y EL CIELO —I.

 

Resumen del contenido
 I. Resumen de los capítulos precedentes.- El Sagrado Corazón es el Todo de Dios, su Sacramento viviente, y su verdadero Corazón, para amarnos.- Es por el Corazón de Jesús, que el amor de Dios ha desbordado sobre el mundo y se ha extendido hacia todos los hombres.- Es por la gracia, de la que el divino Corazón es la misma fuente, que Dios se comunica a cada uno de nosotros, en la vida presente.- Esta comunicación se continuará en el cielo por la gloria; pues la gracia, según dice santo Tomás, es el comienzo de la gloria y la gloria es la consumación de la gracia.- El cielo, he aquí el don supremo y postrero del Sagrado Corazón de Jesús 

 II. El Cielo no es solamente el objetivo final del amor del Sagrado Corazón, es también nuestro fin supremo, y no obstante tristemente apenas si este todo de nuestra vida, encuentra un lugar en nuestras vidas.- ¡Muchos se resignarían a quedarse por siempre en la tierra! Ignorancia de la dicha que nos está reservada en el Cielo.- La tierra es solo una sombra del Cielo.- Todas las alegrías razonables de la tierra, están donadas por Dios, para orientarnos hacia el Cielo.- Estando creados para el Cielo, aspiramos instintivamente a esta felicidad.- El Cielo es la obra por excelencia del amor infinito, es decir, del Corazón de Jesús, de la Caridad Encarnada, es por eso que allí todo será teología; es por la misma razón, que incluso aquí en la tierra, todo es teología aún aquí abajo.- La sociedad materialista y consumista de hoy, no quiere teologías.- Por esto, por falta de teología, se está muriendo.- Pero Jesús, restaurador de todas las cosas, ha preparado un remedio a este mal tan temible.- Es la devoción al Sagrado Corazón.- Esta devoción, en sí misma, es todo un mundo de teología                         

 III. Para entrever lo que es el Cielo, necesitamos nociones exactas sobre la naturaleza, sobre la gracia y sobre la gloria.- La naturaleza de un ser, es su semejanza con Dios, más o menos perfecta.- Cuánto más elevado sea este ser, más se parece a Dios.- La inteligencia del hombre, le hace conocer a Dios en las criaturas y su corazón le hace amar en sus obras; después, le glorifica con toda la creación.- Este es el orden natural.- ¡Cuán hermoso es el mundo considerado así!- Pero Dios quiere darse a todos los seres, según su capacidad.- ¿COMO? ¡Por la gracia!   Y este es el orden sobrenatural. Este orden tiene dos fases sucesivas; se llama gracia santificante, aquí, en el tiempo; y se llama gloria, ya en la eternidad                                             

 IV. Definición y naturaleza de la gracia.- Sus efectos maravillosos.- Es el Sagrado Corazón de Jesús que es su fuente.- Gratuidad de la gracia.- ¡Don precioso, infinito! Es para la gracia, que Dios creó la naturaleza                                            

 V. El hombre sin la gracia vive en un desorden real, en contradicción con la voluntad de Dios.- Necesita la gracia y no la quiere.- D ahí el malestar, pronto realmente intolerable, de las sociedades contemporáneas.- El mundo, podemos decirlo, está en estado de condenación.- ¿Qué hacer para salvarlo? Hacerle conocer y amar la devoción al Sagrado Corazón. Es el solo remedio ideado por Dios mismo para curarlo.- ¿De qué sirve traer a un asfixiado platos exquisitos, vestidos lujosos? Lo que necesita es aire.- De la misma manera, devolved a las almas la gracia que con tanto amor nos ofrece el Sagrado Corazón, y esas a mas serán salvadas. El orden sobrenatural, está pues superpuesto al orden natural.- Por el segundo, los seres sólo son imágenes de Dios; PC el primero, participan de su vida, en el tiempo por la gracia y en el cielo por la gloria.- Hay una semejanza y una diferencia a la vez entre la gracia y la gloria.- La semejanza consiste en que ambas son el mismo bien, bajo dos formas diferentes. Y la diferencia es esta: que por la gracia, somos portadores, poseedores de Dios, sin poderlo ver, como un tesoro oculto, mientras que por la gloria, le veremos cara a cara

 


 

I. El Sagrado Corazón es el don pleno de Dios
II. El Cielo es el fin supremo del hombre
III. La naturaleza, la Gracia, la Gloria
IV. La Gracia es la vida de Jesús en nosotros
V. La gloria es el complemento de la Gracia
NOTAS DEL CAPITULO CUARTO DEL LIBRO TERCERO

 

I. El Sagrado Corazón es el don pleno de Dios

El estudio que acabamos de hacer nos ha revelado grandes verdades. Hemos visto que el Corazón de Jesús es el Corazón de Dios, la sede de la caridad divina y el órgano del Amor del Verbo Encarnado hacia los hombres.

Es el todo de Jesús, hemos dicho, el Resumen viviente de su adorable persona. En él están contenidos todos los tesoros de la divinidad. Es elcentro moral de todos los mundos, el altar miste­rioso donde se ofrecen todos los sacrificios y donde quema el in­cienso de todas las criaturas, ellazo sagrado que une el cielo y la tierra y ata todas las cosas a Aquel de quien todo emana, y, en fin, el don pleno de Dios. Sí, de verdad el Sagrado Corazón es el don pleno de Dios. Dios, todo amor, experimenta una necesidad suprema, tiene hambre, tiene sed de darse. Plenitud infinita, océano sin riberas y sin fondo, quiere desbordarse y extenderse; ha inundado todo el mundo con su Verbo que se hizo carne.1 Pero el Verbo ¿de dónde procede? ¿Quién es? Hemos contestado ya a esta doble pregunta. Sale de las insondables profundidades del Corazón de Dios,2 que lo engendra igual a sí mismo.3 Y como Dios es la caridad misma, Deus charitas est. Pero esta caridad infinita que constituye el fondo mismo de Dios, que es propio de su naturaleza, se ha encerrado en un Corazón humano, que es elSagrado Corazón de Jesús. He aquí porqué este divino Corazón es el objeto de las complacencias de Dios, su Sacramento viviente, y su verdadero Corazón, para amarnos. Por el Sagrado Corazón de Cristo, el amor de Dios, que es el mismo Dios, se desbordará sobre la faz de la tierra. Y también por El se propaga sobre los hombres. ¿De qué manera? Por la gracia. Sí, por la gracia que se comunica y se da a nosotros.4 Esta comunicación y esta donación de Dios, no es una figura, sino una realidad. Nos convertimos, de verdad, en participantes de su naturaleza; le poseemos personal y realmente.5

Pero este don de Dios, que el Sagrado Corazón nos hace por la gracia, de la que es la fuente, ¿se limita sólo a la vida presente? No. Se continúa en la gloria, en la eternidad. Pues la gracia, dice santo Tomás, es el comienzo de la gloria, lo mismo que la gloria es la consumación de la gracia.6 La vida divina, comenzada en la tierra, se perpetúa pues en el Cielo.

El Cielo, es el don supremo y postrero del Sagrado Corazón. Ahí está elcentro de todos los tesoros, el lugar de cita de todos sus beneficios, eltérmino de todos sus esfuerzos, el fruto de todas sus satisfacciones, y elobjetivo final de todo su amor. Y porque es así, diremos lo que es el Cielo,en qué condiciones un día podremos poseerlo, y cuáles las delicias gozosas que allí se disfrutan.

Este estudio nos hará conocer más aún al divino Corazón de Jesús, que nos ha merecido esta morada celestial, que podremos habitar por los siglos de los siglos. Es natural que busquemos la manera de comprenderlo mejor y conocer las riquezas que contiene.

II. El Cielo es el fin supremo del hombre

El cielo no es solamente el objetivo final del amor del Sagrado Corazón de Jesús, es también nuestro fin supremo. Debe ser pues nuestro principal pensamiento, la preocupación constante y el ob­jetivo único de todos nuestros esfuerzos.7

"Pues bien, en realidad, apenas, si se piensa en el Cielo. Este todo de nuestra vida, apenas si ocupa un lugar en nuestra vida; dichoso sería el hombre, si algún cristiano, antes de morir, hubiera consagrado a este pensamiento, el último cuarto de hora. Nos re­signamos a ir al Paraíso, pero con un secreto deseo que sea lo más tarde posible... Y a veces nos atrevemos a decirlo bien alto y sin escrúpulos!8 " De verdad, sin escrúpulos, el poeta dijo:

"Ha cundido en la tierra una secreta esperanza.

Hay que fijar los ojos en el Cielo, muy a pesar nuestro9"

¡Pobre alma! ¡Y cuántos están de acuerdo! ¿De dónde proceden estas disposiciones tan extrañas? Vienen de la ignorancia. ¿Qué saben del Cielo la mayoría de los cristianos? Sí, es verdad que se ha escrito mucho sobre el Cielo; pero, en general, ¿cómo se realiza?

Escribir bien, hablar bien, no es solamente decir con buenos términos cosas excelentes; es, sobre todo, decir las cosas según la capacidad del oyente. Y precisamente para muchos escritores, es un principio preconcebido, que a propósito de la felicidad celestial, no hay casi nada accesible a la inteligencia. ¿Acaso no dijo Montaigne, "que esas altas y divinas promesas, para imaginarlas dignamente, hay que imaginarlas inimaginables, indecibles e in­comprensibles, y totalmente diferentes de las de nuestra miserableexperiencia?" Y además, "Si los placeres que me prometes para el otro mundo son parecidos a los que siento aquí abajo, no tiene nada de común con el infinito... Si no es diferente de lo que puede pertenecer a nuestra condición presente, no vale la pena tenerlo en cuenta. Toda satisfacción de los mortales, ha de ser mortal.10 "

Estas ideas son falsas. Sentimos, en efecto, el placer de conocer y amar a Dios, a nuestros padres y amigos. ¡Cuántos afectos le­gítimos y santos, que endulzan y alegran nuestra existencia! En el Cielo, estas alegrías tan legítimas serán elevadas al grado supremo. "En la patria celestial, dice santo Tomás, todos los sentidos estarán en actividad... todos los sentidos serán gratificados» "

Y que no nos objeten con el texto de san Pablo: "El ojo del hombre no ha nunca visto, ni la oreja ha oído, ni su corazón jamás ha sospechado lo que Dios ha reservado para los que ama.12" "Yo creo bien, dice la señora Swetchine, que hay que evitar el juzgar las cosas del cielo, por comparación con las de la tierra; pues estas no son más que una sombra, un eco, son sólo una imagen o un sonido débiles, indistintos, pero que siempre son verdaderos» "Este es el verdadero punto de vista; la tierra sombra del cielo. Ciertamente, si no veo de una catedral más que la sombra proyectada sobre el suelo, estoy lejos de haberla conocido. Pero ya puedo hacerme un poco la idea vaga. Y si alguien me pregunta: "No habéis visto nada de la magnificencia del monumento", le puedo respon­der, que tanto mejor, pues sin haber visto nada, ya he entrevisto algo. Es igual con la felicidad del cielo. Vemos, oímos algo de lo que es; pero al lado de la realidad, este algo es simplemente nada. Lo que soñamos de la felicidad se le parece como la sombra, referente al monumento que la proyecta.

Tomemos pues las alegrías de la tierra, don de Dios para conducirnos al cielo; quitemos con la imaginación lo que tiene de tem­poral, lo que el pecado ha puesto de por medio; limpiemos lo que deforma esta sombra; añadamos lo que sugiere la razón y la fe, y esta sombra ya mejorada, delineando mejor la realidad, nos la hará vislumbrar un poco mejor. Todos tenemos necesidad de ver al Cie­lo, pintado como es, en armonía perfecta con todas las aspiracio­nes legítimas del corazón y prometiendo a todos esta satisfacción eterna y sobreabundante que solo Dios puede dar. En realidad, todos tenemos en nosotros mismos la idea del Cielo. ¿Quién podrá negarla? Esta idea está oculta, oscura, confusa, ya lo sé: ¡ pero está ahí! Siendo el cielo nuestro todo, ¿cómo Dios no nos ha­bría dado ya como un presentimiento? Lo que intentamos sacar a la luz, apoyándonos en los principios de la teología, con esta pre­tensión daremos un inmenso servicio a las almas, a lo menos así lo esperamos.

Hoy, se prescinde de la teología. Se pretende pasarse sin ella, y es la razón porque la sociedad se muere. Sí, se muere porque desde hace tres siglos, se ha intentado todo para materializarla; tiene desde hace tiempo sobre su frente la señal de la bestia. Mue­re pues esta falta de teología. Es un hecho. Nuestro Señor, que vino para restaurar todas las cosas," ha querido, en su amor, preparar un remedio soberano a este mal temible que mata a las almas. Este remedio donde la dulzura va unida a la eficacia, tiene un as­pecto nuevo y una forma seductora. Contiene la quintaesencia de todo lo que puede volver rápidamente a la vida social a los pue­blos que la han perdido: es la devoción al Sagrado Corazón de Jesús. Ella en sí, es todo un mundo de teología. Imposible abrazarla sin sentirse rodeado de una atmósfera vivificante de sobrenatural, que nos arranca de la corrupción de la tierra, nos purifica y nos eleva hacia el cielo. Esta devoción tiene tantos encantos, está tan bien ideada para atraernos, que basta conocerla para amarla. Su alcance es inmenso, hemos podido ya constatarlo y convencernos de ello. Lo abarca todo: el dogma y la moral; el pasado, el presente y el futuro. Cuando se la practica, se impregna de una influencia religiosa, a la que uno no puede sustraerse. He aquí porque esta devoción es esencialmente social y restauradora. He aquí porqué la im­piedad la teme y la combate con ensañamiento.

Que se piense en ello o no; que uno lo quiera o no, no importa. La verdad es lo que ella es; y la verdad es que la tierra es la sombra del cielo. Y en el cielo, todo será teología, porque el cielo es la obra póstuma, la obra por excelencia del Sagrado Corazón; es el Sagrado Corazón, en una palabra, sin velos, a plena luz. Es la ciencia de Dios y de sus obras, o mejor aún, ciencia y amor de Dios, vistos en sí mismos y vistos en sus obras. Haec est vita aeterna: Es­to es la vida eterna, y la vida del tiempo no es más que un esbozo. Por lo que ha de parecerse al modelo; sombra, por lo que debe re­producir las grandes líneas, a lo menos, del monumento que proyecta. De donde se deduce esta verdad incontestable para el que la comprende: Los individuos y sobre todo las sociedades, no pueden vivir más que de la teología. La historia contemporánea es la de­mostración permanente, visible, lúgubre de esta verdad, por contrario.

III. La naturaleza, la Gracia, la Gloria

Para entrever lo que es el Cielo, necesitamos primero nociones exactas y precisas sobre la naturaleza, la gracia y la gloria.

La naturaleza de un ser, es su semejanza con Dios; naturaleza más o menos perfecta, según que esta semejanza lo sea más o me­nos... Es imposible que un ser creado no se parezca a Dios, pues Dios lo es todo; no parecérsele en nada, no sería un ser. Al contra­rio, cuanto más se es, más se le parece; de donde recíprocamente, cuanto más nos parecemos más somos. Y bien, ¿esta semejanza consigo mismo, cómo la da Dios a los otros? Es por un acto per­petuo e íntimo que se llama creación. Y digo perpetuo,pues la creación no es un acto pasajero que cesa, aunque su efecto subsis­ta. Ciertamente no. Terminada la estatua, el escultor puede morir, pero su obra subsiste. Pero si Dios cesa de crear, aunque no fuera más que por un momento, en este mismo instante, el mundo cesa­ría de existir. "Ser creado, dice san Agustín, es ser perpetuamen­te hecho por Dios.15 " — La conservación es una continuada creación.16 "

Y no a distancia Dios nos creó, enviándonos la existencia, co­mo el sol proyecta sus rayos. En nosotros, está en lo más íntimo de nuestro ser, más presente a nosotros, que nosotros mismos." Está en nosotros, en lo que tenemos de más íntimo. Está en todas partes, nuestro Dios, y de un modo igual en todas partes; todo en­tero en el arcángel y en el grano de arena; no podría estarlo más en uno que en el otro. Pero no actúa de una manera igual en todos los seres. Esta acción íntima, creadora, da la existencia con tales o cuales propiedades; a la planta le da la vida; al animal, una vida más perfecta; al hombre y al ángel, la inteligencia en grados diversos;produciendo en todos los seres efectos diferentes, los va co­locando en una jerarquía maravillosa.18

¡ Qué hermoso es el mundo, considerado así! ¡Qué grande es! "Es un discurso divino que expresa, en el espacio, la duración, la sabiduría, la bondad, el poder, todas las perfecciones de Dios.19 " !Dichoso quien escucha este discurso y llega a comprender algo! Ese es, en realidad, nuestro fin natural. Necesitamos dos cosas para conseguirlo: una inteligencia y un corazón.

La inteligencia la recibimos de Dios para conocerle en las cria­turas; el corazón también nos viene de El, para amarle en proporción de este conocimiento, y, nuestra actividad corporal y espiritual se unen para glorificarlo, haciéndonos más y más a su imagen y semejanza, por la obediencia filial a su voluntad. La reunión de este fin y de sus medios, constituye lo que se llama el orden natural. Orden, en efecto, significa esta reunión de un fin ofrecido y de los medios para conseguirlo. Y cuando un ser tiene todo lo que necesita para conseguirlo, se dice de él que está en su orden natural. Pero, ¿le basta a Dios dar a sus criaturas cierta semejanza consigo? Esto sería suficiente para su honor y su felicidad; pero no es suficiente para la bondad divina. Dios quiere algo más; y, por amor, se da a sí mismo al hombre: Ego ero merces tua magna nimis.20 Elevará al hombre, por caridad totalmente gratuita, a una grandeza incomparable, a una dicha inenarrable. Le asignará un fin sublime que sobrepasa todas sus previsiones y sus esperanzas. Este fin sublime asignado al hombre es la unión íntima con Dios, por la visión intuitiva y el amor beatífico. Y como medio indispensable, para conseguir este fin último, el hombre recibe un don que le hace, ya en esta vida, participando de la naturaleza divina. Este fin y este medio, lo repito, no son ni pueden ser un derecho natural de ningún ser, es del orden sobrenatural.

Este orden tiene en sí mismo dos fases sucesivas. Se llama gracia santificante, en el tiempo. Se llama gloria, en la eternidad. ¿Qué es pues, la gracia? ¿Y qué es la Gloria?

IV. La Gracia es la vida de Jesús en nosotros

"La gracia de Dios, dice san Pablo, es la vida eterna en Cristo-Jesús Nuestro-Señor.21 " La vida eterna: San Pablo no dice una ini­ciación de esta vida, o solamente un derecho a poseerla más tarde, no; es la vida eterna en su misma realidad. Vida esencial e interior de Dios, dada primero a Cristo en excelencia, en el adorable mis­terio de su Encarnación, y después dada a todos en Jesucristo,22 " es decir, por su Corazón sagrado, que es la suma viviente de su di­vino poder. Jesucristo decía de esta vida: "El que coma mi carne y beba mi sangre, tiene la vida eterna.23" No dijo: "El tendrá..."; la tiene desde ahora. Es un germen depositado en su alma y se de­sarrollará en el cielo; porque el cielo es la vida eterna en su forma final; pero esta vida tiene que tener su inicio ya aquí e incluso, tiene que comenzar precisamente aquí. El que muere sin tenerla, no la tendrá jamás. Y, ¿qué produce en nosotros esta vida sobre­natural, de qué nos hace partícipes por la gracia de la naturaleza divina y que el Espíritu Santo mantiene en nuestra alma con su presencia? Nos hace hijos de Dios, no solamente de nombre, sino en realidad: ut filii Dei nominemur et simus.24 En efecto, por la gracia, el Espíritu Santo, se da a sí mismo, personal y realmente a nosotros,25 de suerte que nuestra filiación divina es tan íntima y verdadera, como posible.26 Es pues cierto que somos deificados por la gracia. Y como esta vida divina, don inapreciable del Corazón de Jesús, ahora no lo tenemos de una manera eterna, es de­cir, estable, inadmisible, definitiva, nos hace falta, para sostenerla, un alimento, que saldrá igualmente del Corazón de Jesús: y es la sagrada Eucaristía. La vida material necesita, para mantenerse,alimentos materiales; así también la vida divina tiene necesidad de un alimento divino: "Yo soy el pan de vida.27 " "Tomad y comed, esto es mi cuerpo; tomad y bebed, esto es mi sangre.28

Nuestra unión personal con Jesús sobrepasa toda imaginación. Hace de cada uno de nosotros una parte de Cristo. Lo mismo que la cabeza y los miembros constituyen el cuerpo, que los sarmien­tos y la cepa constituyen la vid, "de igual forma Cristo no es Jesús solo". "El Cristo entero, dice un gran teólogo, es la cabeza y el cuerpo... Los cristianos, con su jefe, no forman más que un Cristo. No debe decirse: Hay uno, hay muchos, sino: Hay muchos, son UNO en Cristo. ¿Cuál es este cuerpo? Es la Iglesia. ¡Admiraos! ¡Alegraos! Nos hemos convertido en Cristo. Christus facti sumus.El es la cabeza, nosotros somos los miembros; el Hombre todo entero es El y nosotros. Totus Homo, ille et nos.29"

Y más lejos, vemos que el Cristo total, no es solamente Jesús y nosotros, es Jesús y el mundo (con excepción del infierno); de suerte que Cristo completo no habrá más que El, y fuera de él, al exterior de él, las tinieblas exteriores, los que le hayan rehusado, o los condenados, esos perdidos que no serán nunca hallados, y que habiéndolo perdido todo, nunca encontrarán nada.

V. La gloria es el complemento de la Gracia

Resumiendo lo que precede, digo: La gracia, don supremo del Corazón de Jesús en la tierra, es la misma vida de Dios comuni­cada a todo nuestro ser, alma y cuerpo, penetrándonos, impregnándonos, para deificamos. Y evidentemente esta vida es sobrenatural, y no solamente para nosotros, criaturas humanas, sino para toda criatura existente o visible. Tan poderoso como es, ¿cómo podría Dios crear un ser que poseyera naturalmente esta vida? Este ser sería Dios, pues hay que ser Dios para poseer naturalmente la vida divina.

¡ Y qué bien escogido está este nombre de gracia! Gracia quiere decir don gratuito, y cuanto más grande y gratuito sea este don, más grande será la gracia. ¡ Y qué mejor don que el mismo Dios! El es el bien infinito! ¿Y quién podrá jamás merecerlo? Si tuviéramos a nuestro servicio todas las potencias creadas, y hiciéramos de ellas el uso perfecto, nunca el mérito inmenso que podríamos conse­guir, podría equipararse con el don del mismo Dios. Gratuidad absoluta, don por excelencia, esto es la gracia. Y además,gracia quie­re decir belleza. ¡Qué belleza la de la gracia!, puesto que la gracia es Dios, la belleza infinita, ¡la misma belleza! Vivir de la gracia, por la gracia, en la gracia; y permanecer en ella, poseerla habitualmente; ser en una palabra, vivir, y qué palabra tan profunda, en estado de gracia; es, pues, vivir, es estar en un orden superior, sobrenatural y divino. Si ahora preguntamos qué es el orden sobrenatural, yo respondo diciendo: Un orden, es la reunión de un fin y de los medios proporcionados para conseguirlo. Nuestro fin natural es conocer a Dios por las criaturas y, en consecuencia, amarlo, glorificarlo con todas nuestras fuerzas naturales. Para conseguireste fin, nuestros medios serán las potencias espirituales y corpo­rales que la naturaleza nos ha dado.

Pero Dios se ve a sí mismo, pues él no tiene intermediarios. Verle así será nuestro fin sobrenatural. Y Dios, se ve a sí mismo como El se ve, nos ha dado los medios, es decir nos comunica su naturaleza, por la gracia en el tiempo y por la gloria en la eternidad. Fin sobrenatural: la visión intuitiva; medios proporcionados: la gracia y más tarde la gloria. Este es el orden sobrenatural. Antes de considerarlo en los ángeles y en la materia, digamos que por la gracia Dios ha hecho la naturaleza. Sin duda hubiera podido dejara las criaturas en este último estado, como hubiera podido dejarlas en la nada; pero habiendo decidido, por el amor más libre y tam­bién más inconcebible; habiendo decidido, digo, darse a ellas, en tanto cuanto pudieran recibirlo, hizo de su semejanza con él una capacidad que él quiere satisfacer y colmar. La gracia, la gloria, he aquí nuestro fin. Lo natural, no puede satisfacernos; nuestro ele­mento, es lo sobrenatural. Por perfecto que sea, un hombre sin la gracia, vive en un desorden real, en contradicción con la voluntad permanente de Dios, y por ello mismo, en un sufrimiento, tan doloroso como incurable. De ahí el malestar, casi intolerable, de las sociedades contemporáneas. Las almas necesitan la gracia y no la tienen. El mundo, podemos decirlo, está en un estado de condenación, y si sufre menos que en el infierno, sufre no obstante: esinevitable. ¿Qué hacer para curarle, para salvarle? le hace falta conocer, amar y abrazar la devoción al Sagrado Corazón, que le dará todo lo que le falta. Es el único remedio, ideado por Dios mismo, para curar las naciones modernas, es decir, volver a enderezarlas hacia el camino de la salvación, que un día abandonaron. Perfec­cionar la industria, multiplicar los medios audio-visuales, los me­dios de transporte, la informática, aumentar el bienestar y cen­tuplicar los medios de gozar y disfrutar, es como ofrecer las deli­cadezas más exquisitas y los vestidos más lujosos a una persona que muere de asfixia. ¡Insensatos! Lo que necesita este agonizan­te, no es la seda ni las joyas: es el aire. ¡Abrid las puertas, romped las ventanas! Para que el aire entre a raudales y que circule y que pueda respirar: ¡sólo así se salvará! De igual forma, devolved a las almas la gracia que nos ofrece el Corazón de Jesús, con tanto amor, dad Dios al mundo para que lo respire, y la humanidad que­dará satisfecha y complacida.3°

Continuemos. No sólo la naturaleza humana está hecha para losobrenatural, sino toda la naturaleza. Hemos puesto en evidencia esta verdad en el capítulo31 donde demostrábamos que el Sagrado Corazón de Jesús es el centro de todo.

El día de la prueba, de la tentación, los ángeles recibieron, como nosotros, la gracia32 y la gloria es su recompensa, como será también la nuestra; y la gracia y la gloria son del Verbo Encarna­do, de su Corazón adorable que le resume por entero las recibieron por anticipación: el Sagrado Corazón, este tesoro común, es para ellos, como para nosotros, la fuente única de la vida divina comunicada.33 Los ángeles fueron los primeros miembros de esta cabeza divina que es Cristo, las primeras ramas injertadas sobre la cepa divina. En fin, en cierta medida, y guardando las proporciones, "hay una presencia sobrenatural de Dios en los cuerpos, dice Mons. Gay.Inclinándose, el Verbo ha pretendido deificar todas las criaturas, y las ha realmente deificado en principio; las almas primero, después incluso los cuerpos, en tanto son susceptibles de ello; y no solamente los que tienen un alma, sino los inanimados, sea la flor del campo, o el grano de arena del mar... Para ello, sucede para los seres inanimados como a nosotros, puesto que la cosa es posible. La gra­cia les alcanza, les rodea, les penetra; y la gracia es la gloria en esta­do de germen, de semilla. La sangre de Cristo riega nuestro suelo por mil canales; los unos son visibles, otros están ocultos, pero todos están en acción. Bastaría para esto con la presencia, aquí abajo, de cristianos consagrados por Dios en Jesucristo; los cristianos consagran al mundo. Este lugar es santo, dice la Iglesia, de donde el sacerdote eleva hacia Dios su oración; y esta oración sa­cerdotal sube aquí abajo de todas partes, tanto más cuanto que, en lo referente a la oración, cada cristiano es un sacerdote. La Misa que se dice en todas partes y en todas las horas, nuestros tabernáculos incomparables, nuestros vasos sagrados, nuestras Iglesias, todo esto que nuestros Obispos consagran, todo lo que los sacer­dotes bendicen, y ya sabéis que lo pueden bendecir todo, ¡ qué fuentes de santidad y qué promesas de gloria, no contienen! 34

Tenemos, pues, dos órdenes superpuestos, el orden natural y el orden sobrenatural. Por el primero, los seres sólo son imágenes de Dios; por el segundo, participan de su vida, unos más y otros menos: todos suficientemente para que sean elevados por encima de sí mismos y divinizados en lo posible. "Por la naturaleza, dice Rohrbacher, Dios nos da a nosotros mismos (y es igualmente ver­dadero para todos los seres), y por la gracia El se nos da". Esto para la vida presente. — Veamos sobre la futura.

Lo hemos dicho, el orden sobrenatural tiene dos fases sucesi­vas: la gracia, para el tiempo, que se convierte en gloria en la eternidad. ¿Cuáles son, las semejanzas y las diferencias, entre la gra­cia y la gloria?

Semejanza, aquí, no es la palabra más exacta. Identidad, lo sería más. Pues en el fondo gracia y gloria son el mismo bien, bajo diversas formas. Este bien, es el bien por excelencia, es la vida comunicada de Dios. "La gracia, decía más arriba Mons. Gay, es la gloria en estado de germen, de semilla".

Las diferencias, son estas. Poseyendo a Dios por la gracia y par­ticipando de su naturaleza divina, la tenemos con nosotros sin verla, como un tesoro oculto. Por la gloria, en cambio, le veremos tal cual es, en nosotros y en el resto de los demás. Presente en todas partes, desde hoy, pero siempre invisible, Dios entonces será visible en todas partes. En realidad, para nuestro bien Dios se oculta aquí abajo. Si le viéramos tal cual es, revestido de su luz, subyugados, embelesados, seríamos totalmente suyos, pero sin mérito; no podría ser de otra manera. Y Dios quiere que nuestra felicidadeterna sea nuestra gloria, al mismo tiempo que la suya. Quiere que nosotros la merezcamos. ¡De ahí el velo con que se cubre! ¡Y cuánto le pesa este velo! Yo me imagino una madre, que para es­tudiar los sentimientos de sus hijos e hijas, se desliza entre ellos, silenciosa, desconocida. Qué esfuerzo tiene que hacer para mantener el incógnito, y no arrojar allí mismo, el velo y el disfraz, gritando: Hijos míos, soy yo; ¡reconoced a vuestra madre!

Ese es Dios en este mundo. Desde el fondo de cada criatura nos mira, nos escucha, no como un vigilante que espía para cas­tigar, sino como una madre que busca, para recompensar, una razón o un pretexto. Bajo este velo, nos llama quedamente, nos hace señales. ¡Oh! ¡Cómo desearía arrancarlo y darnos el placer de verle, dándose a sí mismo el placer de ser visto! ¡De ahí las re­velaciones incesantes! ¡Desgarrar el velo! No. Dios no lo quiere, pero sí levantarlo: su amor es impaciente. Sin mostrarnos aún loque es, desde aquí abajo nos lo deja entrever. Esta confidencia le consuela y le compensa por la demora. ¿Esta madre guardaría lar­go tiempo sus secretos? No. No. Sin decirlo todo, deja escapar algo; por ello, a lo menos, la reconocerán mejor, estarán más impa­cientes, más agradecidos por las alegrías que les está preparando. ¡Ay! ¡Cuántos hombres dicen a Dios, a esta madre: " ¡Callaos! ¡Escondeos!; ¡vuestras revelaciones nos importunan, no nos im­portan vuestras promesas!" Dios es tan bueno, fique no quierecallarse! En el cielo tan solo, estará satisfecho. En la gloria, y por ella, toda criatura se volverá transparente, y Dios aparecerá tal cual es. Le veremos cara a cara, y será el gran placer nuestro de hijos; su dicha de Padre, consistirá en ser visto. Y viéndole tal cual es, le amaremos con todas nuestras fuerzas; aquí radica la otra gran diferencia entre la gracia y la gloria.

Poseyendo a Dios por la gracia y viviendo de su vida, pero sin verle, podemos disminuir esta vida en nosotros, con el pecado venial; o incluso perderla completamente por el pecado mortal. En el cielo, nada de esto. Viendo a Dios, amando a Dios, no tendre­mos con Dios más que la sola y misma voluntad; imposible por ello de perder nada de esa gloria, imposible de escaparnos de ella.

 

¡¡¡FELICES POR TODA LA ETERNIDAD!!!

NOTAS DEL CAPITULO CUARTO DEL LIBRO TERCERO

1.   Et Verbum caro factum est. (Juan 1, 14).

2.   Deus Pater unicum Filium suum quem de Corde suo aequalem genitum, tanquam seipsum diligebat. (san Anselmo, de Concept. Virg. et de orig. pecc, c. 18).

3.   De Corde suo aequalem sibi genitum. (Bulla Pío IX, ad defin. Inm. Concept.).

4.   Per gratiam adipiscitur ipsum Spiritum Sanctum, ejusque naturam divinam. (Corn. a Lpa., inOseas, 1,10).

5.   Spiritus Sanct. descendens personaliter in animam justam, secum adducit divinas personas, Patrem et Filium, utpote a quibus separari nequit. Tota ergo Trinitas personaliter et substantialiter venir in animam quae justificatur et adoptatur. (Com. a Lap., in Oseas, 1, 10).

6.   Sto Tomás, 2a, 2a, q. 24, a. 3, ad. 2.

7.   Quid prodest homini si mundum universum lucretur, animae yero suae detrimen­tum patiatur? (Mat. 16, 26).

8.   Mons. Gay, de la Vie et des vertus Chret., Caridad hacia la Iglesia, v. 2, pág. 365-366.

9.   Alf. de Musset, citado por M. Nicolás, Etudes Philos. V, I, p. 145.

10. Id. !bid. V, II, p. 433.

11. Sto. Tomás, Summ. supplem., q. 82, art. 4.

12. 1 Cor. 2, 9.

13. Cartas.

14. Quod proposuit... in dispensatione plenitudinis temporum, instaurare omnia in Christo, quae in coelis, ut quae in terra sunt in ipso. (Eph. 1, 9 y 10).

15. San Agustín, Confesiones, cap. IV.

16.  Id. Ibid. cap. IV

17.      In ipso enim vivimus, movemur et sumus. (Act. 17, 28).

18.  Omnia tangit (Deus), nec tatuen aequaliter omnia tangit... Cum ipse nunquam sibi­metipsi sis dissimilis, dissimiliter tatuen tangit dissimilia. (Citado por Mons. Lan­driot, le Crist dans la Trad. Confr. la, p. 61, 62).

19.  Lo que prueba que no nacemos en nuestro estado natural, sino por debajo, es que si no tuviéramos más que nuestra inteligencia, nuestro corazón, nuestra energía personal, nuestras ayudas superiores, no podríamos ni conocer, ni amar, ni servir a Dios como debemos hacerlo naturalmente: nos falta la gracia, esta gracia que se lla­ma medicinal y que nos ayuda a hacer lo que haríamos sin ayuda en el estado de naturaleza pura y completa. (Ver Péronne, neo!. dog.).

20.  Gen. 15, 1.

21.  Gratia autem Dei vita aetema in Christo Jesu Dómino nostro. (Rom. 6, 23).

22.  Mons. Gay, de la Vie et des venus chret. I, V, p. 31, in-8 — Mons. Gay dice tam­bién: "Sí, la vida tres veces santa y toda beatífica de Dios, esta vida que da a Cristo en plenitud, deriva hacia nosotros por participación, es la vida eterna. No la tene­mos ahora todavía, es cierto, de una manera eterna, pero la tenemos realmente." (Ibid., p. 478).

23.  Qui manducat mean carmen et bibit meum sanguinem, habet vitam aeternam. (Juan 6, 55).

24.  1 Juan, 3, 1 — Esta importante cuestión está largamente tratada en el Cap. IV del lo, titulado: El Sagrado Corazón de Jesús centro de todo, p. 31 a 36.

25.  Gratia enim est participatio divinae naturae in summo gradu, quantum scilicet dei­tas a creatura non tantum naturaliter, sed et supernaturaliter, participad. potest... Spiritus Sanctus, descendens personaliter in animam justam, secum separari nequit. Tota ergo Trinitas personaliter et substantialiter venit ad animam quae justificatur. (Com. a Lap. In Oseas, c. 1, v. 10; t. 18, p. 297, 298).

26.  San Basilio, Hom. de Spiritu Sancto, ait sanctos propter inhabitantem Spiritum Sanctum esse Deos. Dictum est illis a Deo: Ego dixi: Dü estis, et filii Excelsi om­nes". Indeque probat Spiritum Sanctum esse Deum. "Necesse est enim, inquit, di­vinum esse Spiritum et ex Deo esse, qui Diis divinitatis est causa. (Cit. a Corn. a Lap., ibidem).

27.  Ego sum panis vitae. (Juan 6, 48).

28.  Accipite et comedite: hoc est corpus meum. Bibite ex hoc omnes: his est enim sanguis meus (Mat. 26, 26 y sigui.).

Tan grande y necesaria como es la Sagrada Comunión, no es sin embargo la vida cristiana, es el alimento sólo. Esta verdad prueba lo que hemos dicho sobre la gra­cia. Si la vida de la gracia no fuera más que una imitación más perfecta de la vida divina, después de todo sería sólo una vida creada, infinitamente por debajo de la vida increada o vida de Dios; y en este caso, Dios no daría a esta vida interior el alimento infinitamente superior de su cuerpo y de su sangre. La ley puesta por El, es que el alimento responde a la vida.

De ahí, la enormidad de la comunión sacrílega. Habiendo perdido la vida divina por el pecado mortal, el alma, gravemente culpable, no tiene derecho a este pan celes­tial. Lo mismo que el pan puesto en la boca de un cadáver es pan perdido, es decir que no puede conseguir su fin, que es el de alimentar, así también, dado a un muer­to según la gracia, el pan eucarístico es pan perdido y iqué pan! De ahí también, que en los países de gran fe, el respeto que se tiene siempre al pan ordinario, y la delicadeza incluso de confesarse cuando uno lo ha perdido culpablemente, o lo ha despilfarrado.

29.  Lessius, de Perfectione divina, lib. 12, n. 75-78. Citado por Mons. Landriot, le Christ dans la Tradition, Conf. 5a, nota al final.

30.  Una prueba incontestable de esta verdad, es que habitualmente, en medio de todos los placeres, los mundanos se aburren, debido a que su naturaleza es más elevada. ¿Qué es este fastidio, sino un sentimiento de vacío? Esos dichosos se sienten vacíos. Vacío incomprensible, pero real y lleno de dolor. "Necesitamos el cielo, escribía George Sand, y no lo tenemos" (Lilia, citado por M. Nicolás, Etudes Philos.). No podemos tenerlo aquí abajo completamente; pero la gracia es un inicio del cielo, y con la gracia, nada de vacío: el alma está llena. De ahí este fenómeno extraño para los mundanos, que en los conventos más austeros reina la alegría plena y el verda­dero gozo. Lo sabemos por experiencia, en ninguna parte se ríe mejor que en un convento. ¿Por qué? Porque en la gracia se poseen todos los bienes. Una carmelita decía a una persona que la compadecía: "Yo no solo estoy satisfecha, sino que es­toy contenta". Esta carmelita conocía de verdad bastante de los gozos mundanos, era Madame de La Valliére. Y lo que es verdad en los individuos, lo es igualmente de las naciones, a menos que queramos objetar, que si hace falta la dicha a un indi­viduo, la multitud puede prescindir de ello.

31.  Ver los Capítulos 30 y 4o del libro lo, pág. 69 a 83, que trata de Le Sacré Coeur Centre de tout.

32.  San Vicente Ferrer, Serm IV de Cocept. Mart. t. 2o, p. 12 — Desde el principio los ángeles fueron creados en la gracia. (santo Tomás, Summ., 2 p., Q. 72, art. 3. Ibid., Suarez, de Angelis, I, c. 13 — Ibid. 1 p., q. 106, art. 4.

33.  El cuerpo místico de la Iglesia (o cuerpo místico de Jesús) está formado no solo de hombres, sino de ángeles y de toda esta multitud; la cabeza, es Cristo, y de El reciben no solamente los hombres, sino también los ángeles. (santo Tomás, Summ, III p., q. 8, art. 4).

34.  Mons. Gay, de la Vie et des venus chrétiennes. La Fe, v. 1, p. 168.

 

 


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