El Sagrado Corazón de Jesús del P. Julio Chevalier MSC: Libro 1 capítulo 3 Corazón de Jesús Centro de Todo
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Libro I
Capítulo Tercero
EL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS, CENTRO DE TODO1
Resumen del capítulo III
I. El Dios creador tiene como finalidad: su gloria; y esta gloria es que las criaturas se le asemejen, es decir, que le conozcan, y que este conocimiento produzca amor. Así, los espíritus son creados, para que sean religiosos, y la materia, para ayudarles en su religión.- El hombre resume en sí mismo, a la creación inferior, la cual se encuentra así, por el alma humana, asociada al amor y al culto de los espíritus.- Desarrollos de Mons. Gay y del P. Ventura.- Dignidad de nuestro cuerpo, por el que llega a Dios el homenaje del mundo inferior.- El hombre ha recibido el ser para conocer y amar a su autor, y asociar a su culto todos los seres inferiores.- El amor, tiene un órgano especial, el corazón.- Todo por el corazón, centro del hombre, quien es el centro del mundo.- Amaréis al Señor, con todo vuestro corazón.- El corazón es un altar.- El don supremo del hombre, es su amor, es su corazón.- Tenemos al Corazón de Dios, el quiere tener el nuestro.- Por el hombre, la creación; la creación es una.- Gracias a su doble naturaleza, sólo hay un mundo.- Magnífica unidad... pero unidad finita... ¿Y que es el finito, delante del infinito?
II. Mereciendo Dios una gloria infinita, todos los seres y todos los mundos son impotentes de proporcionársela, ¿qué hacer? La respuesta es: ¡Jesucristo!- La vida humana de Jesús, resume como la nuestra, todo el mundo inferior.- Ciencia perfecta que tiene el alma de Nuestro Señor de lo que pasa en ella o en su cuerpo, y lo que ella ve, lo quiere también. No hay nada de inconsciente en esta vida.- Tenemos pues en Jesús a la creación resumida, sumergida en una luz sin sombras... y esta criatura y esta creación, eso es Dios.- Así en Jesús, el mundo entero participa en la vida divina.- Por lo tanto, en Jesús no hay un solo acto, ni una gota de sangre, ni una fibra, ni un latido de su Corazón, que no sea divino, que no tenga un valor infinito.- Brevemente, todo en Jesús es adoración infinita.- Dios, en Jesús, es adorado por un Dios. - También es Dios manifestado, Dios revelado.- El revela supoder
III. Realmente, en Jesús: 1o.) El Creador y la criatura, no son más que uno; 2o.) La naturaleza humana no tiene sustancia propia, ni subsistencia propia.- Su sabiduría, puesto que adorando como hombre, adora infinitamente a Dios, siendo la Majestad divina. Subondad, pues el bien que nos da la Encarnación, es Dios, es su Corazón, y este bien infinito nos es dado infinitamente; y es, además, absolutamente gratuito.- Jesús es el don absolutamente gratuito e infinito del Bien infinito, la Eucaristía universal, el Éxtasis permanente de la creación toda entera
I. Plan de Dios en la Creación
II. El verbo Encarnado da a Dios una gloria infinita
III. Jesucristo es la obra maestra de Dios
NOTAS AL CAPITULO TERCERO, DEL LIBRO PRIMERO
I. Plan de Dios en la Creación
Dios, en sus obras, tiene necesariamente un objetivo. Sabiduría infinita no podría obrar sin motivos. Dios es libre en escogerlos. Puede, a su arbitrio, crear o no crear. Pero desde el momento que lo realiza, para sí mismo lo lleva a cabo.2 Ningún otro objetivo sería digno de Él. En efecto, ¿qué pretende Dios, al convocar a las criaturas a la vida? Que le conozcan, le amen y le posean. Allí radica su gloria, fin necesario de todas sus obras, gloria que se identifica con el mismo bien de las criaturas.
Pero, ¿qué son las criaturas? Todas ellas son imágenes más o menos perfectas de Dios. Aunque sean viles, abyectas, tan cerca de la nada como hayan permanecido, esas criaturas tienen cierta perfección, aunque no sea más que la existencia; y necesariamente esta perfección es una imitación más o menos lejana de las perfecciones divinas.3
Sin duda, Dios se complace en sus criaturas, pues ellas son copias suyas; pero, ¿qué es lo que pretende sobre todo? Manifestarse El mismo a ellas,4 y por ellas hacerse conocer al exterior. Su pensamiento es pues que de estas imágenes la inteligencia remonte (se eleve) hacia El, ya que en la reproducción reconocemos el modelo5. Y eso es pura justicia. De ahí esta consecuencia rigurosa, que las criaturas inteligentes son el fin inmediato de las criaturas materiales.
Así comprendemos el por qué Dios creara primero a los ángeles; si hubiera comenzado por la materia, no hubiera sido conocido desde el primer momento de la creación. Lo cual no estaría en orden .6
Cuando contemplaba su obra, se aplaudía a sí mismo7 y los Espíritus celestes, espectadores embelesados, respondían con un
cántico de alabanza8 . ¿Bastaba esto? No, Dios pretendía mucho más.
Al conocerse, El amaba; conocerse, fue para El engendrar a su Hijo; y el Padre y el Hijo, amándose con un amor único, este amor era el Espíritu Santo, Tercera Persona de la Santísima Trinidad, cuya existencia es tan necesaria como la del Hijo y la del Padre. Así pues, sus criaturas se le parecen, tanto más cuanto más perfectas sean; Dios quiere pues que en estas criaturas espirituales, el conocimiento produzca el amor. Para ser amado, quiere ser conocido. ¿Qué puede importarle ser conocido, si no es amado?
Esta es la razón de toda la religión: el conocimiento produce el amor, la adoración y la obediencia son su resultado. Así es la gloria exterior que el Creador busca en la Creación.
En dos palabras: Los espíritus son creados para ser religiosos, y la materia, para ayudarles en la religión. Ya es mucho que la materia tenga este honor de mostrar a Dios a los espíritus. ¿Pero, no puede hacer más todavía?
De su estado natural de inercia, de muerte, Dios la ha elevado hasta la vida, en las plantas; de la misma planta, la ha elevado en el animal hasta el instinto. Aquí tenemos ya en la materia un cierto conocimiento, un principio de amor; en el seno del aire y de las aguas, esos animales de mil especies, se conocen y se aman; primer esbozo, primer bosquejo ya perfecto en sí, admirable, cautivador, pero ¡Ay!, esbozo lejano y a qué distancia del modelo!
En esta altura, aunque sea tan alta, el mundo material es sólo un infante recién-nacido incapaz .de conocer a su madre. Y aún aquí, ¡qué diferencia! Pues pronto, el recién nacido dirá mañana a su madre, con una sonrisa, que la conoce y la ama. Pero el mundo material si permanece en su situación actual, nunca sabrá quién le ha hecho, ni siquiera que ha sido hecho. Los ángeles no verán en él más que un espectáculo soberbio, sin encontrar nunca un hermano que sepa como ellos, amar, servir, cantar a su Padre.
¡Dios ha resuelto el problema! En su genio todopoderoso, ha encontrado la manera de unir la materia al espíritu.
¡Qué gran maravilla el cuerpo del hombre! Esta materia privilegiada, Dios la ha formado de tal suerte, que en ella se reúne y se resume todo el mundo inferior.
"El hombre, aunque sea uno, es un compuesto maravilloso de diferentes clases de vida cuya perfección va creciendo, y que sin estar nunca en él, ni separadas ni confundidas, se sobreponen las unas a las otras.
"Cada una de estas vidas, si se la considera separadamente, es de modo verdadero, sobrenatural con relación a la que ella domina. Está claro, por ejemplo, que florecer y fructificar, sería para un mineral un acto sobrenatural; que caminar, sentir, discernir lo sería también para un vegetal; y que si un bruto razonara y hablara, haría algo muy superior a su naturaleza. Entonces, si el hombre es a la vez, el mineral que florece y el arbusto que camina, que conoce, que goza y sufre, y este bruto que argumenta, que comprende, que discurre, su naturaleza, es precisamente esto, ser el conjunto sustancial, viviente y permanente, de estas diversas vidas.
"Y ¡qué unidad en este conjunto! Es el alma que anima, contiene y sostiene todo el resto; ella es la sede, no solamente la primera, sino la única, y como enseña la Iglesia, la forma sustancial de todas estas vidas más bajas que subsisten en nosotros, incluso de aquellas que funcionan más allá de los fenómenos íntimos de los que estamos conscientes... Cuando Dios nos creó, no nos hizo primero como un poco de polvo y después una planta y luego un animal sin razón. Tomó barro, que el amasó, y moldeó; soplando enseguida sobre la faz de esta estatua inerte, le inspiró el alma y de ahí, en un solo gesto le dio la fuerza que hace pensar y la fuerza que hace sentir y la que hace crecer y la que nos hace mover. El alma no es sólo la inflorescencia espontánea o laboriosa de vidas que surgen de abajo y conquistan más o menos rápidamente unos perfeccionamientos sucesivos; no, ella es una vida total, superior y excelente, que contiene de un modo eminente todas las vidas que ella sobrepasa, y que en su unidad tan simple, hace más que equivaler a la multiplicidad de su poder y a la diversidad de sus funciones.
"Es una vida magnífica la que Dios nos otorga al darnos esta alma; magnífica a causa de este mundo de vidas, de poderes y estados que ella resume coronándolos; magnífica sobre todo, en razón de este mundo superior espiritual y ya divino, en el seno del cual nos coloca y nos relaciona. Y está bien claro, que constituida así, esta vida humana es el lugar de cita común de toda la creación inferior, y como su punto de apoyo para comunicar intelectualmente, afectuosamente y religiosamente con Dios. El hombre es el ojo de lo que no ve, el corazón de todo lo que no siente, la lengua de todo lo que está mudo en el universo."9
En efecto, hemos dicho que en el hombre, el cuerpo participa de todos los actos del alma. Aquí tenemos pues en él, el mundo inferior, asociado por su alma al conocimiento de Dios, al amor de Dios, al servicio de Dios, a la religión de los espíritus. El hombre no es pues sólo un mineral que florece, un arbusto que siente, un animal que razona; es un mineral, un árbol, un animal que reza, que adora, que da gracias: en nosotros la materia se vuelve religiosa.
He aquí como describe esta verdad el P. Ventura:
"Creando el cielo y la tierra, Dios había creado dos mundos en uno solo: el mundo invisible, celeste, la ciudad de los espíritus; y el mundo terrestre, visible, la patria de la materia, de los cuerpos. Pero, ¡ cuán diferente era la condición de estos dos mundos! No habiendo aparecido todavía el hombre sobre la tierra, había ya vida sensitiva, vida vegetativa; pero no había aún vida inteligente. Mientras que Dios era conocido, adorado y amado por millones-de sustancias angélicas en el cielo, en la tierra todo lo que no era inerte, estaba mudo, era estúpido; nadie comprendía nada, nadie rendía homenaje a Aquel que los había creado. Pero, ¿es que debía, es que podía permanecer así para siempre? El culto a Dios, reservado a la creación espiritual, ¿debía quedar excluido para siempre la creación corporal? ¿Sino que llegara a ser la forma y manera de asociar la materia al culto de Dios, de hacerla entrar en el gran coro de las inteligencias?... Dios encontró la manera, la puso en práctica, creando al hombre. Dios unió en el hombre el espíritu al cuerpo, en una unidad de ser, de forma que el único ser del alma, lo es también del cuerpo. Así como la inteligencia comenzó a tener una especie de personalidad material, la materia fue elevada a una especie de personalidad inteligente... Ahí tenemos ya la materia, el cuerpo, hablando, actuando dentro Gel hombre como el espíritu; y tenemos la materia, el cuerpo, asociada al hombre, al culto de Dios, a la religión."10
¡Cuán maravilloso ese mundo material! ¡Qué unidad tan perfecta en esta indescriptible variedad! ¡Ningún ser aislado! Por el contrario, en todas partes unión de fuerzas, combinación de influencias; cada uno sirve a todos y todos a cada uno; es la inmensa red, donde todas las mallas se entrelazan y coinciden en un punto central: EL HOMBRE.
De ahí se deriva la eminente dignidad de nuestra carne. Estoy de acuerdo que por su corrupción nuestra carne merece desprecio y odio; pero en ella, por su naturaleza y los designios de Dios, es la maravilla sorprendente de los cuerpos. Pues por ella llevamos a Dios la pleitesía del mundo inferior; le debemos a ella esta maravillosa y altísima dignidad de nuestro sacerdocio natural.
Si, en el hombre se ha verificado esta unidad; y también en el hombre y por el hombre esta materia participa en el culto del alma, pues, no debemos olvidar que este es el fin de Dios: asociar a la Religión del hombre la materia exterior, a fin de que por ella pueda ser glorificado, conocido y amado. Para ser amado, Dios quiere ser conocido; el amor es la última consecuencia de nuestras relaciones con El, el resumen de la religión, toda entera.
Ahora bien, en nosotros, las afecciones sensibles tienen un órgano especial, que es el corazón.
El corazón, éste es el punto central donde todo converge, este es el foco ardiente y misterioso donde debe consumirse todo el incienso de las criaturas materiales que ha de elevarse hacia Dios como un homenaje rendido a su gloria, a su sabiduría, a su poder y a su bondad.
Esta doctrina es la del gran Apóstol que afirma delante de cielo y tierra, que todo pertenece al hombre; el mundo... la vida, la muerte, las cosas presentes y futuras; que debe ofrecérselas a Cristo, a quien el mismo pertenece, y que Cristo, a su vez, las ofrecerá a Dios hacia quien todo debe referirse."
En el templo, todo converge hacia el altar; lo mismo, en este gran templo del universo visible, hay un altar, centro único por el que todo ha sido hecho. Sobre este altar debe arder siempre el fuego del amor. Y, ¿qué víctima consume este fuego? No será una víctima particular, determinada, escogida de entre otras a las que se rehúsa dicho honor: Nuestro corazón es un altar de holocaustos; se precisa que todo lo que existe, todo lo que acontece, toda criatura y todo acontecimiento, sea ofrecido allí a Dios y como quemado, consumido en su honor.
Así pues, todo lo que hace Dios, tiene por objetivo obtener nuestro corazón; todas sus obras, son una oración: Hijo mío, dame tu corazón; dame, pues el amor es libre; yo no quiero disfrutar de tu corazón a pesar tuyo; sino dámelo; y para mí es suficiente: poseyendo tu corazón, te poseeré todo entero y, a través tuyo, todo lo demás.
Sin duda ninguna, Dios ya nos posee, a nosotros ya todas las cosas, por derecho de Creador; su dominio es absoluto; pero desea poseernos y poseerlo todo por don; lo da todo y quiere que todo le sea dado. Y como por amor lo da todo, quiere también que todo le sea dado por amor.
De igual manera que hay en Dios un don que es el DON, el don por excelencia, el don que lo contiene todo, que lo da todo, el don que es su propio amor o el Espíritu Santo12, así también hay en nosotros un don que es nuestro don, el don por excelencia de toda criatura, que es el amor de nuestra alma, y el órgano de este amor, es el corazón. Tenemos todo el Corazón de Dios, y El quiere poseer todo el nuestro: Hijo mío, dame tu corazón.
He aquí al hombre Rey y Pontífice: Rey por la inteligencia por el corazón. ¡Qué dignidad!
Mira a tus pies, oh Pontífice, he aquí la materia: allí lejos, al borde de la nada, está el reino mineral, la inercia, la muerte; algo más arriba, está el reino vegetal, la vida que comienza, aún medio muerta; más cerca de ti, tienes al animal, con sus instintos y sus sentidos: poderes ya maravillosos que hacen de su vida un esbozo de la tuya.
Y ahora levanta la cabeza, oh Pontífice: ese hogar luminoso (afortunadamente velado; pues su resplandor te cegaría), ese horno es Dios; por debajo de él los espíritus puros, esa jerarquía celeste: tres órdenes, nueve coros; los más inferiores de estos espíritus están cerca de ti; su mano tendida solicita tu mano. Mien-tras tus pies reposen sobre la tierra, oh hombre, a causa tuya la creación es una. Gracias a tu doble naturaleza, admirable lazo de unión, sólo hay un mundo, el Universo, cantando a una sola voz: Gloria a Dios.
¡Qué hermoso espectáculo! Mundo angélico, mundo material, mundo humano!, trinidad creada, una en el hombre, conociendo, amando, glorificando la Trinidad increada y creadora... ¡ Qué magnífico concierto!!! 13
¡Y todo esto, no es nada! Este espectáculo que nos entusiasma, no merece ni siquiera una mirada de Dios. Ya lo he dicho y lo repito ahora y es verdad: Dios mira con inmenso amor al más pequeño, al último de los seres creados por El: este conjunto magnífico, lo envuelve de una mirada de amor absolutamente indescriptible. Y lo dije ahora y lo repito, y es verdad igualmente: No, no, nada de todo esto, ni detalles, ni conjunto, nada atrae la mirada de Dios. Todo esto tiene límites; sólo Dios no tiene límites, ¿qué es el finito, contrapuesto al infinito?
¿Qué hay que añadir? ¿Dónde estoy yo? ¡Qué luz y qué tinieblas! Las verdades se entrechocan, como soles que se encuentran en sus órbitas opuestas, llenando al mundo de residuos de su atmósfera cegadora. ¿Dónde estábamos?
¡Aparecéis vos, Sol de los Soles, luz del mundo, luz viviente, principio y fin, nuestro Dios y nuestro todo! Jesús, Jesús, aparecéis entre los resplandores de vuestro Corazón adorable, este horno de amor, esta fuente de vida, de gracia y de bendición!!!
II. El verbo Encarnado da a Dios una gloria infinita
Como hemos visto, Dios lo hace todo por su gloria: libre en el obrar, no es libre de dar a sus obras otro fin que no sea él mismo.
En efecto, ¿quién es Dios? El que es.14 "Solo, como dice Bossuet, solo en todo lo que es, solo el sabio, solo el bienaventurado, Rey de Reyes, Señor de los Señores, único en su majestad, inaccesible en su trono, incomparable en su poder, summum magnum, el soberano Grande.15
¡El Infinito! O sea, el Infinito a quien todos los mundos deben la existencia, reclama de ellos una gloria que esté en relación con la dignidad que la merece. ¿Quién le rendirá esa gloria? ¿Las criaturas que ha sacado de la nada? Pero, ¿cómo Dios, disfrutando por sí mismo de una gloria sin límites, se podría contentar con una gloria finita? Repitámoslo: ¿Qué significa lo finito para lo infinito?
Ahora, observad el universo: si sus magnificencias fueran mil y mil veces más magníficas, ellas son limitadas. Alargad estos límites, empujadles al límite de vuestra imaginación, no los podéis destruir; Dios mismo no lo podría. Cuando todos los seres formaran en honor de Dios el más maravilloso concierto, y no hubiera en este concierto ni la más mínima nota discordante, y aunque se prolongara por siglos y siglos, durante toda la eternidad, cada vez más variado, más único, más bello, no, nunca, jamás conseguiría la perfección del infinito.
Así pues, por un lado tenemos a Dios que merece absolutamente una gloria infinita y por el otro el mundo y todos los mundos posibles impotentes de poder procurársela. ¿Qué hacer? La respuesta de Dios es Jesucristo: Jesucristo verdadero Dios y verdadero hombre. La Encarnación del Verbo es pues la solución del más grande problema, del más incomprensible problema que jamás ha existido.
Estudiemos un instante lo que es la vida humana en Nuestro Señor. Como la nuestra, la vida humana de Jesucristo resume todo el mundo interior: es vegetativa, animal y razonable; es el alma, que en Él como en nosotros, constituye el principio activo de estas tres vidas, tan perfectamente distintas en su perfecta unidad.
Pero, ¡ qué diferencia entre Jesús y nosotros! Las operaciones inferiores de la vida animal o vegetativa, la nutrición por ejemplo, y todo lo que a ella se refiere, estas operaciones nuestra alma no las ve; por penetrante que sea su mirada interior, imposible que lo perciba dentro de esas profundidades donde se oculta. Y lo mismo en nuestra vida racional, ¡ cuántos actos escapan a nuestro conocimiento y a nuestras deliberaciones!
Nuestra vida se parece a un río profundo, del que nosotros tan solo percibimos la superficie. Debajo de esta superficie resplandeciente, las aguas son oscuras; la luz penetra con dificultad; ¿qué es lo que envuelve este río en sus aguas misteriosas? ¡Nadie lo sabe!
En Jesús, por el contrario, todo es luz y limpidez. Su alma ve todo lo que ella opera tanto en las regiones tenebrosas de la vida vegetativa o animal, como en las esferas más altas y mejor iluminadas de la vida racional. En efecto, conociendo todas las criaturas y el todo de cada una, ¿cómo podría ser que el alma de Jesús ignorara algo de lo que pasa en ella misma, o en el cuerpo?16
Y hay más todavía. Lo que esta alma ve, ella lo quiere. Su voluntad no se extiende menos que su inteligencia y no es menos perfecta. Ella quiere pues todas estas clases de operaciones que constituyen su vida inferior; y las quiere todas en general y cada una en particular, porque viéndolas ve también con que perfección están combinadas, ordenadas, armonizadas; las quiere porque es el Verbo que las produce y que desde el primer instante de su existencia, "esta alma comunicó, con un ardor inexplicable, a todos sus pensamientos, a todos sus quereres, a todos los actos de ese Verbo al que ella se adhería de forma a no ser con El más que un solo y mismo espíritu y que era su propia persona... Ella las abrazó, como abrazaba al mismo Verbo."17
De ahí que en toda la vida humana de Cristo exista una incomparable dignidad. No hay nada de inconsciente en toda esta vida, nada que no sea percibido ni querido. Amo de todo, Jesús es absolutamente amo de sí mismo; esta omnipotencia que le ha sido dada en el cielo y en la tierra, la ejerce primero en su augusta per-sona, que es el cielo y la tierra reunidos.
En una palabra, volviendo a utilizar la comparación precedente, la vida humana de Jesús, es un río luminoso e inteligente, que percibe cada una de sus gotas de agua que fluye, sabiendo a donde va.
Tenemos pues en Jesús a toda la creación resumida, sumergida en una claridad sin sombras, conociéndose a sí misma perfectamente, y queriendo con una voluntad muy precisa, todo lo que ella es, todo lo que ella hace.
Y esta criatura, este resumen de creación, es Dios! Es decir, que en Jesucristo y que por Jesús, el mundo entero participa de la vida divina.18 Estas osamentas, duras como la piedra, que tienen la naturaleza, son las osamentas de Dios; esta carne, que vive como una planta, es la carne de Dios; esta vida de sensaciones, de instintos, que constituye el animal, es en Jesús, la vida de Dios; y lo mismo para la vida racional: en Jesús esta vida, no es solamente la vida de un hombre, sino que es la vida de Dios.
Por ello, no hay un solo acto de Jesús que no sea un acto de Dios. En efecto, es a la persona a la que se atribuye la acción; ella es el principio que actúa. Su Naturaleza no es para ella más que el primer instrumento. Y como en Jesús hay dos naturalezas, pero una sola persona, la persona divina, Jesús piensa, Jesús habla, Jesús camina y es Dios el que piensa, habla y camina. Y descendiendo a los estadios inferiores de la vida humana, esta sangre que fluye por las venas de Jesús, esos impulsos vitales que animan sus nervios, todos estos fenómenos que constituyen su vida vegetativa o animal, pertenecen también a Dios, son de Dios. Detalles y conjunto, en Jesús todo es divino, y divino en el sentido absoluto que es exclusivo de Él.
A causa de ello, en Jesús, no hay una fibra, ni una gota de sangre, que no tengan valor infinito. El movimiento que significa esta gota de sangre, tiene un valor infinito, porque ha sido conocido, querido y producido por una persona divina.
Resumiendo esta primera idea, decimos: Jesús ve, Jesús quiere todo lo que es, todo lo que hace; nada de lo que es, nada de lo que hace, no se aleja ni lo más mínimo de la perfección querida por Dios: es Dios por sí mismo. Aquí percibimos la glorificación infinita que Dios pretende.
La vida de Jesús es un culto permanente, continuo; todo en Jesús es adoración, y una adoración de valor infinito. En una palabra, Dios en Jesús es adorado por Dios.
Pero Jesús no es solamente un Dios adorador: es también un Dios manifestado, y ¡ qué gloria para Dios encierra esta revelación de sí mismo en Jesús!
Todos los atributos divinos, tienen en Jesús su suprema manifestación; podríamos demostrarlo fácilmente; pero no mencionaremos aquí más que su poder, su sabiduría y su bondad.
III. Jesucristo es la obra maestra de Dios
En la creación Dios despliega un poder infinito; es evidente, puesto que la nada y el ser están a una distancia infinita. Sin embargo, la creación no produce más que criaturas limitadas e imperfectas. Pero ¿qué es lo que vemos en Jesús? Un Dios que se hace hombre y un hombre que se convierte en Dios. ¡Qué distancia ha sido franqueada! No es solamente la de la nada al ser, sino de la nada a Dios. Aquí el poder divino sobrepasa todos los límites de nuestro entendimiento; va a los extremos más insospechados, toca a los límites de lo imposible, incluso. Y los términos más irreconciliables, se concilian en Jesús. Pues Dios no puede ser creado, la criatura no puede ser Dios; no obstante esto, Jesús es Dios y hombre a la vez; en El se encuentran ambas naturalezas; Dios por un lado y criatura por el otro y estas dos naturalezas en Jesús no son más que una sola persona que es la persona del Verbo, de suerte que se puede decir con toda propiedad: Dios ha nacido, Dios ha padecido, Dios ha muerto!
Vayamos aún más lejos. Sería una contradicción, es decir un absurdo afirmar que Dios cambió las esencias. En Jesús, Dios franqueó aún, en cuanto era posible, esta misma imposibilidad. Sin cambiar la esencia de la naturaleza humana, la consiguió a pesar de todo en lo que tiene de más íntimo: es decir en su subsistencia. Pero como en Jesucristo, la naturaleza humana no tiene subsistencia propia, el Verbo subsiste; y es así como lo irreconciliable se reconcilia en Jesús, de la misma forma que lo inseparable queda separado.
Todas las maravillas se aúnan en Cristo; o mejor dicho, Dios en Jesús se sobrepasa a sí mismo: el Hombre-Dios es su obra maestra. Obra maestra de su poder infinito, obra maestra también de su sabiduría infinita.
Vemos pues ya esta sabiduría sin límites, en las conciliaciones imposibles que acabamos de enumerar. Combinar, disponer: he aquí su obra; y aunque lo que une repugna por sí mismo a toda combinación, aparece precisamente por ello más iluminada y poderosa.
Pero lo que revela sobre todo es la grandeza del fin que persigue y la exacta proporción de medios que emplea. ¿Cuál es aquí el objetivo previsto, el final pretendido? Ya lo hemos dicho: es la de procurar a Dios una adoración infinita. Pero esas dos ideas se repelen. Adoración, supone inferioridad; el infinito por el contrario es superior a todo necesariamente. Aquí también Jesús es la solución a esta dificultad insoluble: adorando como hombre, da como Dios un valor infinito a su adoración.
Digamos ahora que Jesucristo es la manifestación suprema de la infinita bondad. Esta verdad es aquí de una importancia capital; pues la gloria exterior que Dios ambiciona consiste sobretodo en la manifestación de su bondad.
Y ¿cómo es Jesús en su manifestación suprema? Veámoslo: La bondad es el amor gratuito. "El bueno es el que ama primero, que ama sin razón, por el solo placer de amar".19 Y como amar es querer el bien del amado, y hacer por él todo lo posible. El que haya amado sabe esto, y sabe también qué pesar produce no poder igualar el amor con los beneficios.
Así pues, el signo, la prueba, la medida del amor, es el don; el don realizado, cuando es posible; el don proyectado, querido, cuando no sea factible. Así el amor de Dios, es decir el Espíritu Santo, se le llama el Don.2° Y en este don hay dos cosas que tener en cuenta. Primero el bien que es el objeto, después el derecho conferido sobre este bien por aquel que lo da para quien lo recibe. En efecto, este bien que me pertenece, puedo darlo con o sin condiciones, por un tiempo o para siempre. Inútil de añadir que será solamente cuando se da sin condiciones, que será el don perfecto.
Y si ahora estudiamos particularmente el derecho de propiedad, veremos que se establece una especie de unión entre el propietario y lo que posee. Unión tanto más íntima y profunda, cuando el derecho sea más perfecto. ¿Esta obra de nuestras manos, fruto de nuestros sudores, no es algo que nos pertenece especialmente? ¿No habéis puesto vuestra inteligencia, vuestro trabajo, muchas horas de vuestra vida? Es que si os la quitan, ¿no desgarran vuestro corazón? ¿Y qué decir del derecho de propiedad que los miembros de la misma familia detentan los unos sobre los otros: mi padre, mi madre, mi hijo?... ¡ Qué derechos y que unión en este derecho recíproco! "El hijo, dice Santo Tomás, es algo del padre"21. Es el derecho de propiedad en el grado supremo.
El amor será pues tanto más perfecto, cuando da más perfectamente un bien considerable.
¿Cuál es pues el bien dado en la Encarnación, y hasta qué extremo ha sido dado? Lo hemos dicho ya y lo vamos a repetir. Este bien, es el mismo BIEN, el bien por excelencia, el bien que contiene todos los otros bienes y los sobrepasa infinitamente, es el Verbo, es decir el pensamiento de Dios, el esplendor de su gloria, la figura de su sustancia22. Imposible, incluso para Dios, dar más. Y este bien infinito, que es Dios, nos es dado infinitamente en la Encarnación; es decir, en un grado tal, que Dios no podría darlo más perfectamente.
Hemos visto, en efecto, hay unión entre el propietario y lo que posee; unión tanto más perfecta cuanto el derecho es más perfecto, la propiedad más absoluta. Entre Dios y el hombre, por tanto, tienen en Jesús más que unión, algo infinitamente mejor: tienen unidad.
¿No es en la unidad el límite donde se acercan todas las uniones, tanto más cuanto más íntimas sean? Es un límite que no se puede conseguir, y menos aún sobrepasar.23
En la Encarnación se consigue este límite. En Jesús, lo sabemos nosotros, no hay confusión de naturalezas; la distinción es necesaria para que haya donador y receptor. Pero estas dos naturalezas no son más que una persona: Jesús no tiene a Dios, hemos dicho, no posee a Dios, aunque sea de un modo muy perfecto; más que esto: Jesús es Dios.
El amor de Dios ha quedado satisfecho. "Siendo infinito, Dios es infinitamente comunicativo, infinitamente unificador"24; y en Jesús se comunica y se une infinitamente. Su amor, por infinito que sea, no puede hacer más.
Recordemos ahora que la bondad es un amor gratuito.
¡Pues bien! En la Encarnación, la gratuidad del don es tan perfecta como el don mismo. Si el hombre, en Jesús, hubiera existido, aunque no fuera más que un instante, antes de la Encarnación del Verbo, hubiera podido, este hombre, sino merecerlo, a lo menos pedirlo, de obtener de alguna manera, el don supremo de la unión hipostática. Pero no fue así. "Esta humanidad, brota por decirlo de alguna manera, sobre la divina persona del Verbo; aparece como Dios, desde que aparece; no hay pues lugar aquí ni de una sombra de mérito, ni siquiera de un ruego, de un deseo, ni siquiera de una mirada ; es simple y puramente una gracia"25
Jesús es pues la manifestación suprema e infinita de la infinita bondad, puesto que en El vemos el don absolutamente gratuito e infinito del bien infinito.
Es además la Eucaristía universal e infinita del Éxtasis permanente de la creación toda entera.
Por El, la humanidad, más aún, el mundo de los espíritus, el mundo de los cuerpos, se entregan a Dios, se dan a Dios, se pierden en Dios y rinden a Dios las acciones de gracias que El merece.26
NOTAS AL CAPITULO TERCERO, DEL LIBRO PRIMERO
1. Omnia propter semetipsum operatus est Dominus.
2. Videmus nunc per speculum... Quodnam est hoc speculum? Respondeo primo csse creaturas quae, quasi speculum, suum Creatorem repraesentant. (Com. a Lap. in la. Cor, 12,12 -S. Thomas, I, q. 45, art 7).
3. Para componer este capítulo y el siguiente, nos hemos inspirado en un trabajo manuscrito del llorado P. Marie, misionero del Sagrado Corazón.
4. Invisibilia enim ipsius, a creatura mundi, per ea quae facta sunt, intellecta, conspiciuntur. (Rom. 1, 20).
5. Saber es conocer la causa de los fenómenos: Scientia est notitia rerum per causas. Pero existen cuatro causas: La causa eficiente, que es Dios; la causa final, que es Dios; la causa ejemplar, que es Dios; sólo la causa material no es Dios, y la filosofía moderna osa llamar ciencia la ciencia sin Dios. i Qué aberración!
6. Sua omnipotenti virtute simul ab initio temporis, utramque de nihilo condidit crea-turam spiritualem et corporalem, angelicam videlicet et mundanam, ac deindc humanara. (Concil. de Letran).
7. Et vidit Deus quod esset bonum (Gen 1, 10).
8. Quo tempore filü Dei, nempe angelicae intelligentiae Creatorem laudantes, jubila-bant, et mirifica illius opera et concreatas ab eo leges sapientissimas ac fecundissimas admirabantur, (P. Pianciani, Dissert. in Corn. a Lap. t. 1, p. 64, n. 13, ed. Vives).
9. Mons. Gay, Vie et vertus chretiennes, t. 1, no. 1, p. 18.
10. P. Ventura, Conférence IX, n. 3.
11. la. Cor 2, 22 - Omnia enim vestra sunt... sive mundus, sive vita, sive mors, sive praesentia, sive futura: vos autem Christi, Christus autem Dei.
12. S. Thomas, I, q. 38, art. 2.
13. Esta verdad está refrendada hace tiempo por la ciencia. He aquí el testimonio de un sabio de primer orden: "La vida puede ser una fuerza de un rango superior, y no ha perdido nada en sus relaciones con el resto del mundo en medio del cual se desenvuelve. Lejos de ello. El hombre, su organización sublime resume la mate
ria entera." (La Circulation et le pouls, etc., por el Doctor Ozanam. Paris, chez J. B. Bailliere, 1886).
14. Exod. 3, 14.
15. Bossuet, sermon pour la Visitation, t. II, p. 198, éd. Vives.
16. Utrum anima Christi in Verbo cognoverit omnia?... Omnia potest dupliciter accipi: uno modo propie, ut distribuat pro omnibus quae quocumque modo sunt, vel erunt, vel fuerunt, vel facta, vel dicta, vel cogitata a quocumque, quodcumque tempus. Et sic dicendum est quod anima Christi in Verbo cognoscit omnia. (S. Thomas, III, q. 10, a. 2).
17. Mons. Gay, Elevations sur la vie et doctrine de N.S. J.-C., t. I, 85-86.
18. Cayetano dice lo mismo de la Encarnación: "Hoc modo Deum communicasse se creaturac, et non solum creaturae tali... toti universo se summo modo communicavit dum incarnatus est". (Citado por Mons. Landriot, le Christ et la tradition, conf VI, notas.
19. Lacordaire.
20. Thom. I, q. 38, a. 2.
21. Filius est aliquid patris.
22. Heb. 1, 3.
23. Se llama límite, en matemática, la figura o la cuantidad a la que otra se acerca sin alcanzarla nunca. Es así que la circunferencia es el límite de los polígonos semejantes, que le son inscritos y circunscritos. Cuanto más se aumentan los lados de estos polígonos, más se acercan los unos a los otros, apretando entre ellos la circunferencia, su límite común; pero no pueden ni alcanzarlo, ni alcanzarse el uno al otro. Haría falta que llegaran a tener un número infinito de lados, lo cual es imposible.
24. Bossuet, Sermons, t. 1, p. 267, éd. Vivés.
25. Mons. Gay, Vie et vertus chrétiennes, t. I, 21.
26. Per quem (Christum) majestatem laudant Angeli, adorant Dominationes, tremunt Potestates... cum quibus et nostras voces ut admitti jubeas deprecamur. (Pref.).