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CON UN CORAZÓN HUMANO  CAPITULO 12 UN ESTUDIO SOBRE LA RENOVACIÓN       Elizabeth Smith, R.S.C.J.

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Consagrada por entero a la gloria del Sagrado Corazón de Jesús y a la propagación de su culto”.  (De las Constituciones de la Sociedad del Sagrado Corazón).

 

Examinando la renovación de una congregación religiosa consagrada al Sagrado Corazón, es posible discernir algo de las nuevas formas de expresión que se encuentran en una experiencia del Corazón de Cristo.

Fundada en Francia en 1800 en medio de los sufrimientos de la revolución francesa, la Sociedad del Sagrado Corazón fue y está “consagrada enteramente a la gloria del Sagrado Corazón de Jesús y a la propagación de su culto”. Para comprender su misión, tanto en su época como en la actualidad, hay que comprender cómo era en Francia durante 1800 y en años sucesivos, el culto del Sagrado Corazón y la devoción at mismo. El trabajo de la hermana Jeanne de Charry sobre la “Historia de las Constituciones” deja claro que la fundadora, Santa Magdalena Sofía Barat, luchó tenazmente para que la nueva Sociedad se consagrada at Sagrado Corazón en un momento en que políticamente era imposible adoptar abiertamente este nombre.

El título “Sagrado Corazón” se había convertido en un “nombre” para la persona de Jesús en los aspectos de su corazón, era devoción a la vida interior de Jesús, sus pensamientos, deseos, virtudes y sobre todo su incontenible amor por todos los hombres. En un principio el corazón humano de Jesús se consideraba como el Corazón Divino digno de culto y adoración en s í mismo. Contenía dentro de s í el mensaje de la misericordia de Dios, de la sed divina por la salvación de todos los hombres, encontrando en Él el amor de Dios hacia ellos y sintiéndose atraídos a amarte como respuesta.

De esta devoción surgió una imperiosa urgencia por la misión, por atraer a todos los hombres al conocimiento de la salvación de Cristo. AI ser un corazón herido, se Ie veía como suplicando a los hombres, sin escatimar nada, exhausto y auto-consumido por el esfuerzo de comunicar su amor, y recibiendo, en cambio, sólo la ingratitud, la frialdad y el desprecio de muchos; siendo de hecho “ultraja- do” nuevamente. Los inclinados a esta devoción se sentían impulsados a compartir la labor de la redención a través de la reparación y de la consolación al corazón de Jesús con su adoración y amor, y, asumiendo la misma urgencia de comunicar este amor a los demás a fin de atraer los a Ia salvación, saciando de esta manera la sed de su corazón por las almas. Era a la vez, pues, una devoción de reparación y de celo apostólico para darle a conocer y para atraer a los demás hacia Él. El aspecto de adoración y reparación se centró en Cristo presente en el Santísimo Sacramento, existía aquí la presencia sacra- mental en tiempo y espacio donde su corazón herido podía ser consolado por el amor-respuesta, y adorado en un espíritu de reparación. Desde esa fuente de amor, quien lo adoraba obtenía más amor y celo para la salvación de los demás.

En pleno auge de esta devoción, la nueva Sociedad fue consagrada a la gloria del Sagrado Corazón y a la difusión de su culto. La consagración era un acto de separación, de hacerse santa en una orientación exclusiva hacia Dios, en este caso a la gloria del Sagrado Corazón. As í, la primera consecuencia de esta consagración era la obligación de cada miembro a trabajar por su propia perfección, por su propia santificación Io que se interpretaba como unión e identidad con el Sagrado Corazón, imitando sus virtudes y su vida interior. Relacionado a esto existía una consagración posterior a la santificación de los demás, “como la labor más querida de su corazón”. La misión de la religiosa nacía de la concepción de que la gloria del Sagrado Corazón era la santificación y santidad propia y de los de- más.

Esto determinaba la naturaleza de la Sociedad en enteramente contemplativa y totalmente apostólica, sin dicotomía ni distinción, y convirtió la misión co-extensiva en la vida de las religiosas. El espíritu de la Sociedad estaba, pues, basado esencialmente en la oración y vida interior. La manera de vivir los votos, las virtudes y el amor emanaban de su Corazón. La unión con el corazón de Jesús era el fin y, también, el medio para la santificación de otros. Esto se enfatizaba a Io largo de las constituciones que buscaban una congruencia entre la vida y las palabras de la religiosa, considerando esto mucho más eficaz para lograr el fin que cualquier enseñanza. Estaba contenida en esta idea la convicción de que las relaciones personales, aunque no se utilizaba la palabra, eran la manera de comunicar el amor del Sagrado Corazón, y gran parte de las constituciones estaban centradas en el modo cómo las religiosas debían “tratar a su prójimo”.

De ahí se concretó una vida orientada esencialmente a la educación para el conocimiento y el amor de Jesús, el Único que podía santificar, y a la formación de “devotos” a través de los medios que cada religiosa poseyese. La palabra “devotos” en esa época se usaba por haberse centralizado la devoción al Sagrado Corazón y la reparación en la adoración al Santísimo Sacramento. La intuición original de Sta. Magdalena Sofía Barat para la Sociedad incluía la adoración perpetua para la religiosa dedicada al apostolado de la educación y formación de niñas a fin de que también ellas tomasen parte en la adoración y por su medio extenderla más allá de las limitadas posibilidades de las mismas religiosas.

“En oración, sola delante del tabernáculo, en el aislado oratorio cerca de su habitación, pensaba en las iglesias que se habían cerrado, las ignominias cometidas en contra de Cristo en el Sacramento de su amor, el caos introducido por la propaganda antirreligiosa, especialmente en las almas de los jóvenes. Entonces se iluminó en su mente algo que luego reconoció como “la idea original de nuestra pequeña Sociedad del Sagrado Corazón: establecer una pequeña comunidad que, de día y noche, adorara al Corazón de Jesús violado en su amor Eucarístico”. Tener veinticuatro religiosas sustituyéndose en un “prie-Dieu” sería mucho, y sin embargo muy poco. Le nació entonces otra idea: “Si tuviésemos jóvenes formándose en el espíritu de adoración y reparación, que distinto sería! ”. Y veía los cientos, los miles de devotos ante un altar eucarístico universal levantado por encima de la Iglesia”.

(“Historia de las Constituciones”).

La hueva Sociedad no se centró en una labor social o caritativa en particular. Las limitadas ideas que se aceptaban en 1800 para las religiosas de clausura, fue el mayor impedimento externo. Pero, a nivel interno un fuerte impedimento fue la necesidad de trabajar eh armonía con la misión esencial del Instituto y un aspecto indispensable del mismo consistía en la dimensión educativa inherente a la consagración para la santificación de los detrás. Los medios principales escogidos fueron escuelas, tanto a régimen de internado como de externado, retiros y todos los contactos necesarios con los seglares. Aunque esta elección coincidía con la percepción original, la adoración perpetua nunca se convirtió en la obra más importante, pero su espíritu quedó muy claro en el substrato de las constituciones.

Esta vida enraizada en una teología y una espiritualidad mantenida relativamente estable en la Iglesia durante más de siglo y medio, en los que el mundo exterior cambió notablemente. Desde el Vaticano II muchas de las actitudes básicas de la Iglesia han variado bajo el impacto producido al abrir sus puertas a los avances del conocimiento humano en cada esfera de las ciencias físicas, humanas y sociales. Se descubría al mundo con un valor propio en s í, estando en un proceso evolutivo hacia su plenitud en Cristo. Ya no poseemos una visión del mundo estática, sirio dinámica, en la que el hombre asume la responsabilidad por su futuro.

La Iglesia, al tomar conciencia de ser el sacramento de Cristo en el mundo, busca dialogar con todos los hombres como una parte esencial de este proceso, proclamando la dignidad propia del hombre. Toda organización política, social y económica, hecha por el hombre, tiene que reflejar también su dignidad y proteger los derechos humanos. El mismo hombre se concibe en términos de un proceso dinámico de conversión del que es responsable. Este paulatino desarrollo hacia la plenitud de la humanidad con todos sus dones materiales y espirituales y la potencialidad actualizada de una relación con Dios y sus hermanos los hombres, está en el corazón de una espiritualidad moderna. La verdadera madurez humana se percibe como un producto de la santidad. El hombre posee una vida más plena cuando es consciente de su dependencia del Dios trascendente e inmanente que le salva y le llama a salir de s í mismo en un amor sin ego ismo que transforma su persona y todas sus relaciones. En la debilidad y fragilidad está llamado a ser hijo en Jesús por el Espíritu como parte de la revelada liberación total de toda la creación que “espera ser liberada de la servidumbre de la corrupción para participar en la gloriosa libertad de los hijos de Dios" (Rom. 8,21). Es una visión que abarca al hombre entero, cuerpo y alma inmersos en un mundo material, que supera el dualismo subyacente en la espiritualidad tradicional. Subraya la dimensión social del compromiso cristiano en la Iglesia que ahora presenta el trabajo por la justicia como parte integral de la evangelización.

También se transforma la espiritualidad moderna al retornar al Evangelio como norma del compromiso cristiano en vez de los códigos morales. La palabra de Dios se dirige at hombre de cada época en su situación concreta histórica que se convierte en fuente de reflexión sobre su vida y en un medio de oír la llamada de Dios. El evangelio se concibe como el fruto de la reflexión de las primeras comunidades cristianas sobre la vida y palabras de Jesús y la experiencia de su presencia resucitada entre ellos. La propia experiencia histórica de Jesús se entiende como un paulatino crecimiento en su conciencia humana con la que nos podemos relacionar. Su conocimiento sobre quién es El y quién es su Padre, no es algo recibido, sino logrado en el esfuerzo de completar su misión a la luz de la duda, la tentación y la debilidad humana. Percibimos este crecimiento en relación a su Padre, como un crecimiento que conduce a la naturaleza humana más allá de los Iímites de su potencialidad natural hasta to divino, a través de un acto de amor que manifiesta la naturaleza del Padre como amor. Jesús glorifica a su Padre al revelar esa naturaleza esencial.

La Iglesia enseña que todos los cristianos están llamados a la santidad dada en el bautismo por la cual “verdaderamente se convierten en hijos de Dios y participantes de la naturaleza divina” (Lumen Gentium, No, 5, par 40) pero que necesita actualizarse en la vida de cada uno. Hoy existe una nueva respuesta a esta llamada en el hambre por la oración y en una mayor formación espiritual que se expresa con claridad en el movimiento carismático, pero también se evidencia más allá de los Iímites de esa renovación en el deseo por la “comunidad” cristiana. Se están experimentando, tanto dentro como fuera de la Iglesia, muchos tipos de comunidad. El hombre moderno experimenta esta gran necesidad por la comunidad en una variedad de razones que van más allá del alcance de este trabajo, pero es importante notar la parte que esto juega en conformar una espiritualidad moderna basada en la fe y la vida compartida en el Espíritu. Las comunidades no buscan la santidad a través de una separación del mundo, sino en una inserción con los demás a un nivel más radical que se ofrece en las relaciones sociales normales en la Iglesia, porque considera el compromiso cristiano como un compromiso a la comunión. Las relaciones personales con Cristo y los otros se ven como una necesidad básica en la búsqueda de la santidad, to que está muy lejos de la espiritualidad individualista de la época anterior.

La Iglesia, ante estos cambios del mundo y de sus actitudes, ha pedido una modernización y renovación de su vida, enseñanza y culto a partir del Vaticano II. Cada esfera de la vida está sujeta a un análisis y a una interpretación crítica. También las Ordenes y Congregaciones religiosas han sido invitadas a renovarse, volviendo al Evangelio y at Carisma original del Fundador, reestructurando sus vidas a fin de dar una respuesta a las exigencias del mundo actual. Para la Sociedad del Sagrado Corazón esta renovación ha significado una reafirmación de su consagración a la gloria del Sagrado Corazón. Todavía no ha sido renovad a ni reformulada por la Iglesia la devoción en sí en un lenguaje, estilo devocional y misión que contenga la nueva espiritualidad actual que se está desarrollando.

La espiritualidad devocional surge de una cultura y de la necesidad de la gente, y se experimenta y expresa en las vidas de las personas antes de organizarse y formularse. La devoción at Sagrado Corazón, como producto de una expresión de la teología y espiritualidad de una época pasada y preocupada por temas muy distintos a los nuestros, puede parecer poco importante a las exigencias de hoy. Hasta cierto punto esto es verídico, ya que el tiempo de su mayor florecimiento coincidió con un período en que la Iglesia estaba en conflicto con muchas tendencias que rompían las estructuras sociales, económicas y políticas del siglo XIX y principios del XX.

La Iglesia se enfrentó a estas tendencias y la devoción at Sagrado Corazón fue una de las defensas poderosas en su fuerte mentalidad. Fue idónea en esta función con su acento en la reparación por las violaciones perpetradas en contra del amor de Dios, to que con demasiada frecuencia fue identificado con las estructuras tradicionales, privilegios y estado de la Iglesia. Pero, sus orígenes descansan en un nivel mucho más profundo, que los conflictos y actitudes devocionales del siglo XIX, en la tradición y espiritualidad cristiana. Se enraíza en las Escrituras, en la experiencia mística y en las vidas de muchos santos.

Más aún, se inicia en el mismo Corazón de Jesús y su amor salvador hacia cada persona produciendo en el corazón humano la relación con Dios que abarca sus más profundas necesidades. En Jesús, el Padre ha revelado esta relación como una relación de amor gratuito. Por ello, aunque la expresión externa y la celebración en términos humanos de este hecho increíble cambie, hasta desapareciendo un tiempo, no tiene importancia esencial. No Io hará la verdad de su realidad. La misma experiencia emergerá en formas más apropiadas en las vidas humanas. Observando la renovación de una congregación consagrada al Sagrado Corazón, es posible comenzar ya a discernir algo de esa nueva forma.

¿Cómo propone la Sociedad del Sagrado Corazón, vivir su consagración a la gloria del Sagrado Corazón en el mundo de hoy?

En el Antiguo Testamento, la imagen bíblica de la gloria se usaba como signo de la presencia de Dios. Nadie podía ver a Dios, pero podían contemplar su gloria. Para ser glorificado, Dios eligió un pueblo, una comunidad, el Israel del Antiguo Testamento. En el Nuevo Testamento elige un pueblo en su Hijo. Serán reconocidos por la manera cómo se aman, cómo se relacionan mutuamente en la fe, en la justicia y en la verdad. Serán sacramento, signo de la presencia de Dios. La búsqueda de la santidad propia y de la santificación de los demás, exigida por las Constituciones originales de la Congregación, se convierten en una búsqueda común. La santidad no se busca en el aislamiento, no es un asunto privado.

A menudo la comunidad se percibía como una ayuda para esta búsqueda, actualmente es una parte esencial de la misma ya que la santidad es relacional. Es el amor. Es la perfección en la unión con Dios a través de nuestra capacidad de amar. La santidad es una relación con Dios que tiene un sentido intensamente privado, pero que requiere el amor de la persona humana que sólo se engendra con el esfuerzo humano de amar.

Es decir, es el amor a los hermanos. “Si alguien dice, quiero a Dios y odia a su hermano, es un mentiroso; porque el que no ama a su hermano a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve” (1 Jn. 4,20). El esfuerzo por amar a los hermanos es la búsqueda de la santidad. Porque sin relaciones, la persona humana no puede crecer hacia un amor no-egoísta. Por la necesidad que tenemos de él, el amor comienza siendo posesivo; solamente un Iento proceso hacia la maduración con la auto-donación incondicional, sin petición de respuesta, atrae la plena potencialidad hacia el amor heroico, a la capacidad de dar la vida libremente desde el corazón humano. Sin esta maduración a nivel humano, no puede existir un salto en la fe hacia el amor que Dios nos ofrece en la oración y que exige un abandono total antes de convertirse en una transformadora unión con El.

Nuestra experiencia de amor tiene que ser congruente interior y exteriormente. El amor de Dios se derrama en nuestros corazones en la medida en que éstos se capacitan para recibirlo. Parte de este proceso está en el reconocimiento del amor de Dios por lo que es en sí reconocimiento que depende de la propia experiencia de dar y recibir amor. Ya que con frecuencia no se siente el amor, aprender a reconocerlo es un aspecto muy importante en el compromiso de dar una respuesta. En nuestra experiencia de oración nos percatamos a menudo de una sequedad y ausencia de Dios en nuestros sentidos; pero estamos condicionados a perseverar puesto que nos han enseña- do a esperar esto como parte del proceso de la fe y de la maduración del amor en la oración.

Con el mismo decidido esfuerzo tenemos que aprender a perseverar en relacionarnos en el amor. Es un aspecto que encontramos mucho más difícil ya que es más doloroso, socava nuestro propio respeto y seguridad, revela más nuestra pobreza y debilidad, y doblega nuestro orgullo más que en la oración, pues en la medida en que la evitamos con las personas en esta misma medida la estamos evitando en la oración. En lugar de una disciplina ascética de propia mortificación, hallamos en la comunidad la disciplina del amor.

Pero también descubrimos nuestra unión con el Señor. Si nuestras relaciones con los demás forman parte de nuestra búsqueda de Dios, también son parte del descubrimiento del mismo. En la unicidad de cada persona vislumbramos otro aspecto de Dios cuando comparten el Dios que experimentan. Nuestra limitada capacidad de conocernos se amplía por Io que los otros nos revelan de nosotros mismos.

En realidad, con el reconocimiento ajeno de nuestros dones y cualidades recibimos mucho de nosotros; se abren dentro de nosotros áreas antes desconocidas creciendo y encontrándonos más plenamente en ellas como quienes somos. Y orarnos entonces más conscientemente.

De ahí que al hablar de misión co-extensiva en la vida de las religiosas, estamos hablando sobre la común interacción diaria de la vida comunitaria donde aprendemos lo que San Pablo decía cuando escribió a los Colosenses: “Revestíos, pues, como elegidos de Dios, santos y amados, de entrañas de misericordia, de bondad, humildad, mansedumbre, paciencia, soportándonos unos a otros y perdonándonos mutuamente, si alguno tiene queja contra otro. Como el Señor os perdonó, perdonaos también vosotros. Y por encima de todo esto, revestíos del amor, que es el vínculo de la perfección. Y que la paz de Cristo presida vuestros corazones, pues a ella habéis sido llamados formando un solo Cuerpo”. (Col. 3,12—15).

Para divisar en la vida comunitaria y en las relaciones el material para la santidad, santificarnos y santificar, y para la misión, necesitamos una visión contemplativa, ya que, con nuestro modo de relacionarnos, todo lo transformamos. Es decir, nuestra manera de estar presente a las personas, las cosas y los eventos es una forma de la presencia de Dios en nuestras vidas. El fruto de la oración contemplativa y de la disciplina es un don que nos permite integrar nuestra historia pasada en una relación con su Señor, liberando as í nuestra energía hacia esa calidad de conciencia, esa capacidad de estar con, de acompañar, que encierra potencialmente el encuentro de Dios en todas las cosas, y esto no por una búsqueda consciente, sino como un don libre. Vivir con tal visión contemplativa implica primero, un compromiso de vivir la fe en Cristo presente en el mundo, atrayéndonos a descubrirlo en él; y, segundo, un disciplinado acercamiento a vivir cerca de esta presencia.

Necesitamos aprender a sensibilizarnos en este punto en y por los eventos ordinarios de nuestra vida, reflexionando solos y con la comunidad sobre nuestra experiencia interior, arreglándola y ordenándola para interpretarla desde la fe y para discernir qué espíritu nos está moviendo. W capacidad de discernir la acción continua de Dios en nuestros corazones y en nuestras vidas es esencial en todo el proceso de vivir una vida contemplativa en el mundo y no separados de él. Nos capacita para “ver” la presencia de Dios, vivir cerca de ella en dependencia con el Espíritu Santo, haciéndola visible para los demás.

Todo esto está íntimamente conectado a la oración que debe caracterizar a una religiosa del Sagrado Corazón. Una oración centra- da en el Corazón de Cristo y que sea una búsqueda de nuestro corazón involucrando toda la persona en una relación con él que nos dice quiénes somos y nos define el continuo crecimiento en el amor y el conocimiento personal. Una relación que nos dice quién es Jesús en relación a su Padre, nos conduce a su auto-donación y auto-vaciamiento ante el Padre y encuentra en la adoración su liberación y plenitud. De este modo, la conciencia de nuestra orientación unifica nuestros votos y consagración en una sola misión, la de comunicar este amor para atraer a los demás a la relación con la persona de Jesús.

La misión sigue siendo esencialmente educativa, no importando las nuevas formas que tome su expresión externa hoy, dada la más amplia variedad de ministerios al alcance de las religiosas hoy día. La selección tiene que basarse en su calidad, dentro del contexto de la Iglesia y del país, como canales efectivos para una educación que tiene por meta el íntegro desarrollo de la persona en la fe a fin de que  sea liberada y esté capacitada para vivir plenamente su vida desde la conciencia de su identidad y orientación. La clave a este auto-desarrollo tiene que ofrecérseles a través de adecuados métodos para hacerles capaces de entender la responsabilidad por su propio crecimiento continuo.

Esto significa que hay que buscar las formas de hacer resaltar sus dones humanos, espirituales e intelectuales, ayudándoles a asumirlos a fin de moldear su futuro creativamente con las decisiones tomadas. Esto presupone de la educadora-religiosa, una capacidad para reconocer estos dones, una visión contemplativa sensible a la labor de Dios en el otro, a la “conformación” que su presencia toma ah í ayudándole a hacerla más visible. Esto sólo es posible si se establece una relación de mutuo respeto y de verdad, en la que experimenten la alegría del auto-descubrimiento y ganen la confianza para formar sus propias decisiones y juicios evaluándolos con otros. La relación debe ser mutuamente educativa y sôlo será as í si está radicada en la humildad y reverencia ante la personalidad emergente del otro. La experiencia formativa básica que esta educación busca desarrollar y patrocinar es, por supuesto, una relación con la persona de Jesús, de la que puede crecer un compromiso maduro; un compromiso que será la base de su comprensión de este mundo relacionándose con él.

En consecuencia, un importante aspecto del trabajo es, primero, la formación de la dimensión social del cristiano, en el sentido de comunidad, de Iglesia, y la más amplia comunidad de todos los hombres; y segundo, la formación en las responsabilidades inherentes de esta dimensión, basadas en el mandamiento de Jesús de amar como él nos ha amado.

Tiene, pues, que ser una educación hacia el amor cristiano, hacia la importancia de la relación y la capacidad de formarlas creativamente y de un modo responsable en el contexto inmediato de su familia, Iglesia, y trabajo, pero que va más allá de esto participando de la preocupación de la Iglesia hacia todos los hombres y por la justicia en el mundo. Una justicia fundamentada en la presencia de Cristo resucitado en nuestro mundo, y, por Io tanto, como parte integral del proceso de evangelización. Comienza con una conversión del corazón que hace de Jesús y su mensaje el criterio para juzgar lo que el hombre necesita para ser verdaderamente humano.

Sin negar el aporte de las ciencias sociales, económicas y políticas al análisis de la condición humana y los programas de desarrollo, el cristiano experimenta que el Evangelio relativiza estos absolutos. Sabe que parte de una visión distinta porque Jesús se ha identificado con todos los hombres y por Io tanto su hermano se convierte en su sacramento. La urgencia de la justicia desde esta visión nos Ilega muy cerca, a nuestro prójimo, a las personas con quienes vivimos y traba- jamos, y se extiende a todos los hombres. En términos bíblicos, se convierte en nuestra integridad. Toca entonces la forma en que nos relacionamos y actuamos en la verdad de Dios y el meollo de la misión de la Sociedad del Sagrado Corazón en comunicar su amor.

No es suficiente agregar simplemente este aspecto a nuestra comprensión de la dimensión educativa de la misión, Si va a formar parte auténticamente de ella, tiene que asumirse en la contemplación donde experimentamos como única nuestra consagración y misión. SóIo así la integraremos en nuestra vida contemplativa del mundo y en nuestra realidad inmediata, como parte de la búsqueda por la propia santidad y la de los demás. De esta forma será inseparable de la dimensión educativa de nuestras vidas en comunidad y en pastoral, y tendrá su efecto en nuestras decisiones apostólicas.

Observando la renovación de la Sociedad del Sagrado Corazón, hemos visto que los elementos esenciales de su finalidad y medios permanecen, pero expresados en formas y lenguajes muy diferentes. Aunque es posible, y hasta necesario, descubrir las raíces de estas expresiones, no buscamos aquí negar el cambio real de la Sociedad del Sagrado Corazón. En 1967 reconocimos que no somos fundamentalmente una orden monástica, sino un Instituto apostólico, y nos salimos del claustro hacia el mundo. Este paso ha producido una reinterpretación profunda de nuestras vidas y misión en el seguimiento de nuestra meta de "glorificar al Corazón de Cristo". No debemos jamás quedarnos ajenas a los temas que están cambiando a la Iglesia y a nuestro mundo si queremos ser testigos en cada generación y país. Quizás apreciamos ahora de verdad que el cambio y la adaptación son una parte necesaria en el avance hacia su meta para cualquier religiosa consagrada a un fin apostólico en un mundo en proceso de evolución. ¿Qué puede enseñarnos esta conclusión de un estudio de la Sociedad sobre una renovación de la devoción al Sagrado Corazón en los tiempos que vivimos? Su validez como medio hacia un amor personal por Jesús no se cuestiona. El cuIto en sí no necesita ninguna defensa, al haber mostrado ya su capacidad en integrar nuevas concepciones espirituales que han alterado su enfoque y profundizado su espiritualidad desde nuestro punto de partida en 1800, y que puede continuar haciéndolo hoy en beneficio de la Iglesia. Es obvio que los aspectos devocionales y el lenguaje como se expresaba ha tenido que cambiar. El enfoque se centra claramente en la persona de Jesús, simbol izada en su corazón. Este símbolo es todavía hoy en términos humanos una poderosa imagen del misterio que permanece en el interior de la persona.

Está particularmente adecuado al énfasis actual sobre la importancia de las relaciones en el desarrollo de las personas maduras, capaces de amar y vivir creativamente, primero porque habla con elocuencia de un amor que sobrellevó la muerte hasta la vida, y segundo, porque invita a una profunda relación personal con Jesús. Por Io tanto, puede verse hoy impulsándonos a amarnos unos a otros como él nos ha amado; reconociendo que el deseo más grande de su corazón no es solamente que los hombres se conozcan como amados por Dios y llamados a amarle en respuesta, sino que también deben comprometerse en su respuesta en la edificación de una comunidad cristiana en amor y hermandad. Si antes la devoción en s í se centró en el Corazón herido del Señor en el Santísimo Sacramento, siendo "ofendido" por la frialdad y la falta de respuesta, generando todo un movimiento de reparación y adoración; hoy día el énfasis se centra en el Corazón de Cristo herido en nuestros hermanos, en la eucaristía de los pobres, los explotados y deshumanizados de nuestra sociedad, integrando la devoción y dirigiendo su potencial de reparación hacia una labor por un mundo más justo y fraterno como parte de la adoración del Sagrado Corazón. Finalmente, su espiritualidad y su lenguaje necesita un retorno a los Evangelios, a una reflexión de la vida y las palabras de Jesús a la luz de nuestra experiencia de su presencia resucitada entre nosotros, convirtiéndose en una relación entre nuestro compromiso cristiano y el mundo en que vivimos.

 

 

 

 

 

 











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