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CON UN CORAZÓN HUMANO CAPITULO 2: CRISTO, MODELO DE ‘LA RELIGIÓN DEL CORAZÓN’, L. Dunlop, M.S.C.

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Lo que sigue intenta mostrar cómo un estudio puramente bíblico de la espiritualidad cristiana, sobre todo como la expresa el evangelio de san Mateo, subraya elementos que riman con los valores tradicionales de la “devoción al Sagrado Corazón", en términos que pueden ser adaptados a la sensibilidad moderna.

Verdaderamente la moralidad cristiana, como la expone san Mateo, en gran medida es una moralidad “del corazón". No contento con atenerse externamente a las normas de conducta aceptadas, exige una completa transformación de la persona para que pueda afirmarse que sus buenas obras brotan del corazón. En realidad, no es posible otra forma de moralidad.

Esto empieza a destacarse en el sermón de la montaña (Mt 5—7), que Mateo formó recopilando la mayor parte de los dichos de Jesús disponibles en un género de compendio de instrucciones sobre la conducta de la vida personal del cristiano. El mismo hecho de que Mateo coloque en una "montaña" este discurso artificialmente redactado indica la importancia que Ie da, pues de este modo lo compara con la ley dada en el Monte Sinaí (Ex 20—Num 10). Así como la ley era el fuero que regulaba la vida conforme a las exigencias de la Antigua Alianza, de la misma manera las exigencias de la vida conforme a la Nueva Alianza son resumidas en el sermón de la montaña. La esperanza de una alianza nueva en tiempos del antiguo testamento nació de la desilusión respecto a la alianza del Sin aí. El exilio de Babilonia (587—539 a.C.) implicaba la destrucción de las más queridas instituciones nacionales de Israel: el templo y la monarquía. Además, el hecho de que la mayor parte de la población, o al menos las clases más importantes, fueran deportadas a Babilonia significaba que habían perdido la posesión de la Tierra Prometida y, con ello, ya no se cumplía una de las más fundamentales promesas de Dios al pueblo elegido.

 

La única conclusión que se insinuaba era que Dios había anulado la alianza con su pueblo y los interrogantes consiguientes se expresan en el libro de las Lamentaciones que, después de una angustiosa descripción del estado en que había caído Jerusalén, termina en una nota de duda inquietante:

 

Señor, tráenos hacia ti para que volvamos, renueva los tiempos pasados; ¿o es que ya nos has rechazado, que tu cólera no tiene medida?”. (Lam 5, 21—22).

Esta situación hizo que los profetas Jeremías y Ezequiel se dieran cuenta de que el conjunto de leyes tan amplio como las contenidas en el antiguo testamento es incapaz de solucionar los problemas que dimanan de Io que es el hombre. A partir de aquí Ilegaron a esperar un futuro en el que el hombre sería sanado y transformado interiormente, no precisamente expuesto a una serie de instrucciones que, por más completas y detalladas que fueran, le dejan como era antes.

“Mirad que llegan días —oráculo del Señor— en que haré una alianza nueva con Israel y Judá. no será como /a alianza que hice con sus padres cuando los agarré de la mano para sacarlos de Egipto; la alianza que ellos quebrantaron y yo mantuve...; así será la alianza que haré con Israel en aquel tiempo futuro... .

Meteré mi Ley en su pecho, la escribiré en su corazón, yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo...” (Jer 31, 31—33). “Os rociaré con un agua pura que os purificará, de todas vuestras inmundicias e idolatrías os he de purificar. Os daré un corazón nuevo y os infundiré un espíritu nuevo; arrancaré de vuestra carne e/ corazón de piedra y os daré un corazón de carne. Os infundiré mi espíritu y haré que caminéis según mis preceptos y que pongáis por obra mis mandamientos.   Vosotros seréis mi pueblo y yo seré vuestro Dios” (Ez 36, 25 —28).

 

Un examen de la enseñanza moral de los evangelios revela que aquel se basa en el mismo modo de abordarlo, insistiendo principalmente en una transformación radical del cristiano más bien que en el intento de regular su actividad por medio de detalladas instrucciones impuestas desde fuera. Jesús "libera la voluntad divina de su petrificación en las tablas de la ley y toca el corazón del hombre. " (Günther Bornkamm, Jesús de Nazaret, Salamanca 1977, 110).

El contraste con el modo clásico de abordar la moralidad el Antiguo Testamento se puede ver de un modo bastante sorprendente al comparar las bienaventuranzas (Mt 5, 3-12) con los diez mandamientos (Ex 20, 1—17). Justifica esta comparación la relación ya establecida entre el sermón de la montaña como expresión del estilo de vida de la nueva alianza y la ley dada en el Monte Sinaí, que tiene un Iugar similar para el pueblo del antiguo testamento.

En ambos documentos, las bienaventuranzas y el decálogo son respectivamente un resumen inicial. Los mandamientos se preocupan en su mayor parte de acciones, mandadas o prohibidas, bien concretas y fácilmente comprobables. Por otra parte, las bienaventuranzas se interesan primordialmente por Io que es el cristiano: debe ser pobre de espíritu, manso, agradecido, limpio de corazón y debe tener hambre y sed de justicia. Este último requisito, aunque empleado en forma activa, evidentemente expresa una actitud de la mente y del corazón más que una acción o conjunto de acciones bien detalladas. Incluso la exigencia de que el cristiano sea un "pacificador" es más una exigencia de la persona que alguien que realiza un conjunto de acciones prescritas.

Naturalmente, todas estas cualidades, genuinas o no, deben concretarse en actos, pero la acción no es idéntica necesariamente en todas las circunstancias. La naturaleza del mandato radical y trascendental tiene una fuerza doble: la pobreza "de espíritu" es más (no menos) exigente que una pobreza meramente exterior que dimana de las condiciones económicas; y la limpieza "de corazón" contrasta con la limpieza externa que se basa en exigencias rituales.

La insistencia en una moralidad que proviene del corazón no se detiene ah í. Una parte del sermón de la montaña ofrece un contraste explícito entre la antigua y la nueva ley (Mt 5, 21—5,48), y una de las notas distintivas de la ética cristiana que aflora es la profundidad de sus exigencias: no sólo el homicidio o el adulterio sino las inclinaciones hacia esos dos sentidos son indignas del cristiano. (Mt 5, 21-30). Lejos de contentarse con la actuación externa, Cristo se preocupa de los motivos por los que se pone en práctica la clásica tríada judía de buenas obras: limosna, oración y ayuno (Mt 6, 1-18). Una vez más esto implica una bondad radical profundamente amplia, que solamente puede proceder del corazón.

Este principio aparece explícito en Mt 7,17-18: "los árboles sanos dan frutos buenos; los árboles dañados dan frutos malos. Un árbol sano no puede dar frutos malos, ni un árbol dañado dar frutos buenos". Mt 12,34-35 amplía este pensamiento.

Después de repetir el dicho de que Ios árboles sanos dan frutos buenos y los árboles dañados dan frutos malos (v. 33) leemos: “iCamada de víboras! ¿Cómo pueden ser buenas vuestras palabras siendo vosotros malos? Porque Io que rebosa del corazón lo habla la boca: el que es bueno, saca cosas buenas de su almacén de bondad; el que es malo saca cosas malas del almacén de maldad" (Mt 12,34—35). El actuar del cristiano debe brotar de lo que es el hombre. Por él lo es importante que su corazón esté puesto en las cosas buenas: “donde tengas tu riqueza tendrás el corazón" (Mt 6,2 1).

Incluso lo que a primera vista parece un asunto puramente legaI, la prohibición del divorcio (Mt 19,1-9), en realidad es una Ilamada al cambio de corazón (y, se puede añadir, este ideal puede hacer lo Ilevadero solamente eI cambio de corazón). En el v. 9 la permisión del divorcio en la Iey mosaica es explicada como una concesión a “la dureza de corazón” del hombre. Esto implica que, al ser eliminada por Cristo la dureza de corazón, el ideal de fidelidad total es posible en el matrimonio.

Desde un punto de vista negativo, la santidad que se contenta con lo externo y no Ilega hasta el "corazón" es censurada lo mismo que otros vicios típicamente "fariseos en Mt 23,25-28:

 

“iAy de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que limpiáis por fuera lo copa y el plato, mientras dentro rebosan de robo y desenfreno...!     iAy   de    vosotros, escribas   y   fariseos hipócritas, que os parecéis a los sepulcros encalados! Por fuero tienen buena apariencia, pero por dentro están llenos de huesos de muerto y podredumbre; /o mismo vosotros.’ por fuera parecéis honrados, pero por dentro estáis repletos de hipocresía y de crímenes”.

 

El tema aparece en Lc 16,15, donde Jesús se dirige a los fariseos en estos términos: “Vosotros sois los que os las dais de intachables ante la gente, pero Dios os conoce por dentro, y ese encumbrarse entre los hombres le repugna a Dios”.

 

El ideal cristiano, sobre todo como lo propone Mateo, es sin duda una realización de las esperanzas de Jeremías y Ezequiel, a la vez que su ideal de un pueblo con un corazón nuevo, para cumplir la voluntad de Dios no con un espíritu forzado o poco generoso, sino con la obediencia incondicional que brota de un deseo profundo.

Es, además, una idea que Cristo mismo ha realizado a la perfección. Así como su acción (cf. especialmente Lc 3,22; 4,1; 4,18-20) manifiesta bien ’el Espíritu nuevo (Ez 36,26), de la misma manera su corazón es “un corazón de carne" (Ez 36,26) en el que fue escrita la ley de Dios (Jer 31,33). Esto expresa un texto evangélico, otra vez de san Mateo (11,28—30):

“Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso.  Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera”

El lenguaje rabínico hablaba con bastante frecuencia del "yugo” y de la "carga” de la ley. Un uso similar se halla en Mt 23,4: “(Los escribas y fariseos) an fardos pesados y los cargan en las espaldas de los demás, mientras ellos no quieren empujarlos ni con un dedo". En tiempo de Cristo las numerosísimas leyes de los rabinos eran, en verdad, una carga pesada para cualquiera que intentase observarlas, pero a un nivel todavía más elemental cualquier ley, incluso la que expresa la más apremiante e ineludible de las obligaciones, es una imposición para quien la acepta solamente porque está obligado a obrar así, pero carece de corazón para buscar y hacer la voluntad de Dios (cf. 1 Tim 1,8-11).

"El descanso" que ofrece Cristo no es ausencia de exigencias y el evangelio habla incluso deI "yugo" de Cristo que, no obstante, será llevadero y ligero. Los evangelios hablan también de llevar la cruz (Mt 10,38; Lc 14,27; Mt 16,24; Mc 8,34; Lc 9,23). La clave para que el yugo cristiano sea "llevadero” no se funda en un ideal mediocre, sino en el hecho de que es Ilevado por quien ha conformado su corazón con el modelo que es Cristo ("aprended de mi que soy manso y humilde de corazón") caracteriza Io que él exige de sus seguidores. De un modo muy semejante "las bienaventuranzas" hablan de “pobreza   de   espíritu", "mansedumbre” y “misericordia”. También es similar la exigencia de que Ios cristianos se hagan como niños (Mt 18,3-4). Esto se contrapone a la preocupación de los discípulos por la grandeza y el prestigio (Mt 18,1) y, por lo tanto, es propuesto para dirigir la atención al reconocimiento que el niño tiene de su propia pequeñez y necesidad de ayuda; esto se acerca a la "mansedumbre" y "humildad". Después, Mt   11,29   se fija en Jesús como la personalización de la actitud esencial del cristiano, con un acento especial sobre el hecho de que no se trata de una postura aprendida con arreglo a una regla, sino de una disposición del corazón, una actitud que domina por completo al cristiano.

Aunque Mt 11,29 elige una disposición fundamental del corazón que se cumple en Cristo, en realidad nos incluye a todos.  No obstante, quizá se pueda ampliar algo el modo de abordarla at mismo tiempo que las indicaciones que en pocas. palabras se pueden esbozar aquí. La más característica de las exigencias del “cambio de corazón" del cristiano es el ideal inseparable de amar a Dios y al prójimo (cf. Mt 22, 28 ss.: Jn 13,34—35;( 1 Jn 2,10—11; 3,13—18; 4,16; Gal 5,13—14; Rom 13,8—10).  Rom 5,5 insiste en que este amor es un don de Dios, "derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha dado".

La expresión “en nuestros corazones" acentúa de nuevo la naturaleza radical y total de la transformación efectuada por esta virtud característica del cristiano. También se realiza enteramente en Cristo, quien reclama un amor absoluto a los hombres (comparar Jn 15,13 y Jn 10,11). Su amor a Dios es patente en su total identificación con la voluntad de su Padre (comparar Jn 14,23 y 15,10, que equiparan el amor con hacer la voluntad de la persona amada, y Jn 4,34; 14,31). Según el hilo del pensamiento que estamos siguiendo, podemos sostener que, en términos bíblicos, este amorIlena el corazón" de Jesús (cf. Rom 5,5).

De acuerdo con el uso bíblico de este género de ex presión, dirigimos ahora nuestra atención no precisamente al hecho de que Jesús amó a Dios y a los hombres, sino sobre todo a la calidad de ese amor. Está, como debe estarlo toda virtud cristiana, profundamente arraigado, es una expresión de su ser más profundo, es un amor que brota del corazón e informa toda su actividad.

Tierno, indulgente y paciente, el amor de Dios (como lo describen los profetas) ... era vehemente y sublime. Sin embargo, no fue más que el preludio de aquella encendida caridad que un día brotaría del corazón del Redentor prometido a la humanidad. Este amor iba a ser el modelo de nuestro amor y la piedra angular de la Nueva Alianza (Pío X II, 15 de mayo, 1956, Haurietis Aquas, n. 17).

 

 

El amor de Cristo no pide como respuesta unos sentimientos débiles, de segunda o tercera categoría. Quiere sentimientos genuinos. Dese un amor fuerte, una valentía varonil, algo grande de nuestra alma de nuestra oración.

Cardenal Montini

Discurso, 8 de junio de 1956

 

 

 

 

 

 











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