Padres ejemplares… por amor
Tomás Melendo
masterenfamilias.com
Contenido
1. "Primum vivere…": más enseña la vida que cualquier teoría
2. Coherencia eficaz…
3. O ineficacia, e incluso daño
4. Para ser padres ejemplares
5. Estabilidad
Vimos en el artículo
precedente que el amor es la base de toda educación.
Pretendo considerar a partir de ahora algunos de los principios que
concretan y aterrizan ese fundamento. El primero de ellos: el
poder del ejemplo.
1.
"Primum vivere…": más enseña la vida que cualquier teoría
Los niños tienden a imitar las actitudes de los adultos, en especial de los
que quieren o admiran. En concreto, jamás pierden de vista a los padres, los
observan de continuo, sobre todo en los primeros años. Ven también cuando no
miran y escuchan incluso cuando están o parecen estar superocupados jugando.
Poseen una especie de radar, que intercepta todos los actos y las palabras
de su entorno.
Por todo lo anterior, escribe Javier Salinas que educar no consiste en
acumular conocimientos, sino más bien en ayudar a desarrollar armónicamente
las dimensiones que cualifican a la persona. Y esto supone sobre todo la
presencia eficaz de auténticos educadores: de alguien a quien imitar, con
quien confrontarse, y que, por su manera de vivir, ofrezca estímulos para
alcanzar la meta de la educación, que es el ejercicio de la libertad y la
voluntad de comprometerse con aquello que es bueno, noble y justo.
A lo que añade de inmediato: "Por otra parte, no hay que olvidar que la
educación es fundamentalmente imitación, conocimiento de valores y
repetición de aquellas formas de comportamiento que hacen excelente a la
persona".
Afirmación que se acerca bastante a lo que aseguraba John Stuart Mill: "Lo
que forma el carácter no es lo que un niño o una niña pueden repetir de
memoria, sino lo que ellos aprendieron a amar y admirar".
Por eso los padres educan o deseducan, ante todo, con su ejemplo y, muy
particularmente, con la orientación que impriman al conjunto de su
existencia; en última instancia,
a) o el amor propio
b) o el amor a Dios y, en Dios y por Dios, a todos los demás
2. Coherencia eficaz…
Además, el ejemplo posee un insustituible valor pedagógico, de incitación,
de confirmación y de ánimo:
a) No hay mejor modo de enseñar a un niño a tirarse al agua que hacerlo con
él o antes que él.
b) E igualmente a comer de todo, a poner y quitar la mesa, el lavavajillas,
a ordenar su cuarto para que los demás estén más cómodos, a ir al
supermercado…
c) A mantener en el hogar un tono de corrección, en el vestir y en el
hablar, pongo por caso, también para hacer más agradable la vida a los
demás, que disfrutan con nuestro buen aspecto.
d) A controlar los enfados y las rabietas, a no volcar su mal humor sobre el
primero que encuentre en su camino, a estar más pendiente de sus hermanos
que de sí mismo, etc.
Todo esto lo aprenden los chicos, desde muy pronto, observando la manera
cómo los padres se tratan entre sí y, derivadamente, el modo cómo tratan a
los demás, incluidos ellos mismos (los hijos). Y según lo que vean,
adoptarán un tenor de vida u otro: no sólo ni principalmente con sus padres,
sino con todos aquellos con quienes se relacionen y, muy en particular, con
sus hermanos más próximos.
Por eso, el test definitivo de la marcha de un hogar no es lo que un hijo
esté dispuesto a hacer por sus padres –normalmente, si la familia funciona,
mucho o todo o casi todo–, sino lo que cada hermano es capaz de hacer por
los restantes, especialmente cuando la tarea en cuestión le tocaría a otro
de sus hermanos.
Las palabras vuelan, pero el ejemplo permanece, ilumina las conductas,
despierta… y arrastra
3. O ineficacia, e incluso daño
En el extremo opuesto, junto con la falta de amor recíproco –esposo-esposa–,
la incongruencia entre lo que se aconseja y lo que se vive es el mayor mal
que un padre o una madre pueden infligir a sus hijos.
Cosa que ocurre, sobre todo, a determinadas edades –la adolescencia, sin
duda, pero también algunos años antes–, cuando el sentido de la "justicia"
se encuentra en los chicos rígidamente asentado, sobredesarrollado… y
dispuesto a enjuiciar con excesiva dureza a los demás.
¡Produce pasmo ver hasta qué extremos puede ser feroz y despiadado el juicio
de un crío o una cría! Y, no obstante, no debería asombrarnos. Como decía
Tomás de Aquino, cuando falta la misericordia, la justicia se convierte en
crueldad.
Si falta la misericordia, la justicia se convierte en crueldad
4. Para ser padres ejemplares
Para evitar que esto pudiera suceder, o, dicho en positivo, si queremos ser
unos padres ejemplares, que enseñen y arrastren, existe un precepto cuya
importancia resulta imposible exagerar y al que, por eso, acudiré más de una
vez.
El mejor modo de mantener y fomentar la armonía de un hogar y el crecimiento
de los hijos consiste en:
a) Reducir cuanto se pueda el número de normas por las que se rige su
conducta: "tantas como sea necesario y tan pocas como sea posible", sugiere
Murphy-Witt.
b) Hacer que esos criterios fundamentales respondan a la verdad y la bondad
objetivas, a lo que en sí mismo es bueno o malo, y no a preferencias o
caprichos de los cónyuges. Por consiguiente, esos preceptos han de
cumplirlos tanto los padres como los hijos: también, para no andarme por las
ramas, el empleo de la tele, del ordenador, los móviles y aparatos
similares; la visión de determinados programas, el-uso-y-no-abuso de bebidas
alcohólicas o de caprichos culinarios; o, con los matices imprescindibles,
la hora de volver a casa y de acostarse.
c) Lograr que en todo lo demás se respete exquisitamente la libertad y la
iniciativa de los chicos –igual que, antes, las del cónyuge–, aunque el modo
como actúen, siempre que sea éticamente lícito, choque frontalmente con las
preferencias del padre o de la madre, que, como vengo repitiendo, no
deberían contar para nada.
Lo que importa es el bien del hijo, no mis caprichos ni mis satisfacciones
de padre o de madre
En resumen: unos cuantos criterios claros –muy pocos, objetivos e
inamovibles– y un exquisito respeto al modo de ser de cada cual.
5. Estabilidad
Insisto ahora en que, a pesar de lo que a veces pensemos y de lo que imponen
ciertas modas ya un tanto desfasadas, los niños y adolescentes –más todavía
que los adultos– necesitan de forma imperiosa unos puntos de referencia
estables y sólidos. De lo contrario, se tornan inseguros, vacilantes e
indecisos, además de sufrir inútilmente.
Establecer esos hitos es tarea de los padres, que siempre deben
determinarlos en función de la realidad: del bien y de la verdad objetivos,
de lo que redunda en real beneficio de todos, porque les enseña a amar
mejor, estando más atentos al bien de los demás que al propio.
De lo contrario, según recuerda Murphy-Witt, las presuntas normas fluirán
continuamente, al vaivén del humor y de la mejor o peor forma en que se
encuentren los padres. Y los niños nunca sabrán a qué atenerse: en lugar de
contar con criterios objetivos de conducta, se verán sometidos al antojo de
los adultos.
"Al fin y al cabo –advierten, aun sin pensarlo explícitamente–, son mamá y
papá los que deciden".
Y lo harán incluso de forma autoritaria, cuando no tengan tiempo o ganas
para enzarzarse en discusiones interminables. Entonces, el que se declaraba
amigo y compañero –haciendo concesiones imprudentes y desmesuradas–, se
transforma de repente en dictador, lo cual es muy difícil de entender para
los niños. ¿A quién puede extrañar que se rebelen y que no respeten lo que
se ha establecido sin tenerlos realmente en cuenta y sin tener tampoco en
cuenta el bien y la verdad?
Como puede advertirse, también ahora el peligro deriva de estar más
pendientes de nosotros mismos que de nuestros hijos y de lo que
efectivamente los ayuda a ser mejores.
El resultado es una fluctuación continua entre la imposición de normas
rígidas y arbitrarias, cuando nos sentimos con fuerzas y ganas de ayudarlos…
y el abandono más absoluto, cuando nos puede el cansancio, el desánimo o la
comodidad.
Así pues –agrega Murphy-Witt–, ¡se acabó la alternancia entre la concesión
de una supuesta libertad progresista y el no inmiscuirse por comodidad!
Y concluye: "Los niños quieren que los eduquen. Para ello es necesario
también que aprendan a tomar sus propias decisiones, pero en función de su
edad y paso a paso, bajo la dirección paterna. Quien conduzca a su hijo
cuidadosamente hacia este objetivo, podrá acabar dejando en sus manos, con
plena y segura confianza, toda la libertad de decisión respecto a sus
propios intereses".
Las pautas que se establezcan en un hogar deben responder a la verdad y el
bien objetivos, reales, no a nuestros estados de humor, preferencias,
ilusiones, desganas o cansancios, etc.