¿Se respeta? ¿Se tiene en cuenta? El derecho fundamental a ser un niño
Aunque son los más desvalidos y vulnerables de la sociedad, fue en 1919
cuando los niños consiguieron que sus derechos tuvieran un reconocimiento
jurídico internacional. Fue, en parte, gracias a la fundadora de la conocida
organización Save the Children Fund, la inglesa Eglantyne Jebb, quien
trabajó incansablemente para ayudar a paliar la miseria en la que la Gran
Guerra había hundido a cientos de miles de niños en Europa. En el año 1948,
y en el marco de la aprobación de la Declaración Universal de los Derechos
Humanos por la Asamblea General de Naciones Unidas, se reconoció al niño
como poseedor de «derecho a cuidados y asistencia especiales», y diez años
más tarde, en 1959, se aprobó la Declaración sobre los Derechos del Niño. En
ella se les reconocía, entre otras cosas, el derecho a un nombre, a una
nacionalidad, a no ser discriminados, a la educación, a la salud y a una
protección especial.
A partir de entonces, hubo muchas otras reuniones y convenciones, Asambleas
Generales y Cumbres, dando lugar a importantes tratados como la Convención
de los Derechos del Niño, aprobada por la ONU en 1989, donde se define a la
infancia como «un espacio separado de la edad adulta», y se afirman cosas
tan interesantes y que pueden dar tanto que pensar, especialmente en estos
días, como que «lo que puede ser apropiado para los adultos, puede no ser
adecuado para la infancia». Además, la Convención exhortaba a los Gobiernos
«a que proporcionen asistencia material y apoyo a las familias, y eviten la
separación de los niños y las familias».
La importancia de la familia en el crecimiento de un niño es tan importante
que, en 1994, se celebró el Año Internacional de la Familia, donde se
reafirmaba que los programas en favor de la infancia debían de estar
especialmente orientados a la familia, ámbito donde se educa y protege a los
niños, en vez de promover sustitutivos de ésta que no colaboran con el
adecuado desarrollo del infante.
UNICEF concreta que «las familias forman la primera línea de defensa de la
infancia; cuanto más lejos están los niños y las niñas de sus familias, más
vulnerables son. Los niños y las niñas separados de sus familias, tanto
aquellos que viven o trabajan en las calles, como quienes están internados
en instituciones, corren un mayor peligro de ser víctimas de la marginación
y los abusos, y de vivir en la pobreza durante la edad adulta. Solamente es
posible luchar contra la pobreza cuando los niños y las niñas están libres
de la explotación, la violencia y los abusos. Por desgracia, no hay una
solución fácil a este problema: no es posible vacunar a un niño contra el
abuso. Pero hay algo que es posible hacer. Podemos comenzar por asegurar que
todos los niños y las niñas vivan en un entorno protector adecuado».
Trastornos psiquiátricos
El prestigioso psiquiatra don Luis Rojas Marcos lo afirmaba en Barcelona, en
una visita al Hospital San Juan de Dios: «Crecen entre los niños las
depresiones, los trastornos de aprendizaje, los traumas psicológicos por
malos tratos, por humillaciones o por desatención». Lo corrobora el
igualmente prestigioso psiquiatra Aquilino Polaino, experto en psiquiatría
infantil, entrevistado al final de este reportaje: «Se dan patologías ya
conocidas, como las depresiones, crisis de ansiedad, etc., pero también
aparecen otras nuevas, como el trastorno bipolar, especialmente frecuente
entre los preadolescentes. Es difícil de calcular, pero yo diría que las
consultas al psiquiatra por parte de menores se han multiplicado por dos, o
incluso por tres, en los últimos quince años. Sin embargo, España es uno de
los pocos países de la Unión Europea donde no existe la especialidad de
Psiquiatría Infantil».
Existe el mito de que un niño, por inocencia o por ignorancia, es feliz por
definición. Lo que mucha gente no se espera es que estas pequeñas cabecitas
sean capaces de albergar un sufrimiento, que normalmente desconocen de dónde
procede, pero que está ahí y lo exteriorizan de múltiples maneras, como
dejando de comer, olvidando a sus amigos, mostrando un interés nulo por las
cosas que les rodean, dejando de estudiar, o incluso con comportamientos
agresivos. Es la peculiar forma que tienen los niños de países desarrollados
como España de manifestar que algo en su vida no va bien, aunque en la
mayoría de los casos sus necesidades básicas estén cubiertas; y es terrible
que la naturaleza se cebe con los más vulnerables y desprotegidos, para
dejar claro que es posible que la sociedad de nuestros días esté cometiendo
algún error.
Los trastornos de conducta y su peligroso avance entre los más pequeños
preocupan a muchas instituciones dedicadas a la protección y cuidado de los
niños. Don Juan José García Ferrer, Director Gerente del Instituto del Menor
y la Familia, de la Comunidad de Madrid, en una entrevista para Alfa y
Omega, explica que, en su opinión, «los menores están siendo educados con
una hiperprotección que es negativa para ellos. Cuando articulamos el
discurso de los derechos de la infancia, tenemos el riesgo de confundir
protección con hiperprotección, y quizás, en vez de provocar la asunción de
responsabilidades por parte de los menores, provocamos una falta de
resistencia al fracaso y a la frustración.
Esto afecta en todos los órdenes. Por ejemplo, en el acoso de los niños en
el colegio, siempre digo que yo fui un niño acosado. Tenía un grupo de cinco
chicos en el colegio que se dedicaba a insultarme, pero ¿cuál es la
diferencia entre mi caso, hace 18, 20 años, y un niño de hoy?, pues la
capacidad de resistencia a la frustración, y que yo, cuando llegaba a casa,
alguien me lo notaba. Hoy en día creo que vamos hacia atrás; mientras las
jornadas de trabajo son cada vez más largas, los chicos tienen horarios en
los colegios e institutos cada vez más intensivos, con lo cual se producen
conflictos, porque no existe una educación para el tiempo libre, y los
padres normalmente están trabajando y no tienen tiempo para estar con sus
hijos. Cuando se intenta tratar el tema de la conciliación entre la vida
laboral y familiar, algunos se sienten atacados porque piensan que eso
significa que la mujer tiene que dejar de trabajar, cuando lo único que se
pretende es que, dentro del matrimonio, se plantee alguna renuncia a las
aspiraciones profesionales de uno de los dos, porque si no, al final, quien
lo paga es el hijo. Lo que pasa es que hoy ninguno de los dos padres quiere
renunciar a sus aspiraciones profesionales, porque se parte de una premisa
de temporalidad de la relación matrimonial».
Don Juan José García considera que, en España, hay una serie de retos
importantes referentes a la infancia, a los que el Gobierno debe dar
respuestas claras y analizar sus causas para proponer soluciones. «Desde mi
punto de vista –explica–, uno de los grandes retos que tenemos es la
política con menores extranjeros no acompañados; otro es la necesidad de dar
una respuesta al aumento de trastornos de conducta y disociamiento social de
los adolescentes; por otro lado, están las cuestiones relacionadas con la
infancia y la conciliación de la vida laboral y familiar, que es uno de los
factores que más está influyendo en los trastornos de conducta de los hijos.
Otro reto es la articulación de una política de infancia en materia de
adopción internacional, y desarrollar una política legislativa que garantice
el interés superior del menor, incluso sobre los derechos de la familia
biológica. Finalmente, otro gran reto son las cuestiones relacionadas con
infancia e inmigración, especialmente las segundas y terceras generaciones
de inmigrantes».
Pobreza moral y material
El individualismo, la falta de resistencia al fracaso y a la frustración, el
consumismo, la falta de estabilidad en la familia, la ausencia del padre, o
de la madre, o de los dos, la violencia en los videojuegos y en la
televisión, la ausencia de valores humanos latente en algunos ámbitos de la
sociedad, las prisas… son algunos de los graves problemas que afectan
directamente a los menores de los países desarrollados, y que tienen como
consecuencias, en algunos casos, estos trastornos ya comentados, con una
incidencia más o menos grave, y que explica con más detalle el psiquiatra
Aquilino Polaino en estas mismas páginas.
Estos problemas son radicalmente distintos de los que sufren los niños del
hemisferio sur del planeta, en aquellos países asolados por las guerras, la
pobreza y la miseria material y moral. Los conflictos impiden a los más
pequeños disfrutar de la infancia a la que tienen derecho. La pobreza es una
de las peores lacras e injusticias que existen, y a millones de niños y
niñas en el mundo les arrebata la capacidad de desarrollarse, tanto física
como psicológicamente, con lo que dejan de tener las mismas oportunidades
que los demás niños de su edad, y aumentan las posibilidades de que sean
explotados, discriminados y estigmatizados.
Según un reciente estudio realizado por la Universidad de Bristol y la
London School of Economics, los niños en los países en desarrollo sufren
privaciones graves en siete ámbitos: «nutrición adecuada; agua potable;
instalaciones decentes de saneamiento; salud; vivienda; educación; e
información». Es difícil medir la pobreza infantil en el mundo, pero este
estudio concluyó que más de 1.000 millones de niños y niñas (más de la mitad
de la población infantil de los países subdesarrollados) sufren por lo menos
una forma de privación grave. Ya es alarmante «el solo hecho de que uno de
cada dos niños esté privado de las mínimas oportunidades en la vida».
Además, utilizando estos criterios, el estudio afirmaba que «alrededor de
700 millones de niños sufren dos o más formas de privación grave», de las
siete contabilizadas anteriormente.
Los malos tratos físicos y emocionales, tanto en la familia como en las
instituciones, así como los abusos sexuales, son otra cuenta pendiente más
del mundo con la infancia. En España, por ejemplo, se es consciente de que
se denuncian tan sólo un 20% de los casos reales de malos tratos a niños, y
eso siendo malos tratos físicos, que son los más evidentes, pero no los más
frecuentes, puesto que los malos tratos pueden ser también abandono
emocional, abandono físico, negligencias, abusos sexuales, o maltrato
institucional.
La organización Save the children acaba de hacer público un estudio sobre
abusos sexuales a niños en España, donde se afirma que, también en este
caso, se tiene la certeza de conocer tan sólo el 10 ó el 20% de los abusos
sexuales reales, y que éstos son mucho más frecuentes de lo que normalmente
se piensa. Las secuelas en los niños son principalmente, y según una muestra
de 100 casos de la Clínica Médico-Forense de Madrid, las emocionales (57%),
las conductuales (35%), las físicas (25%), las sociales (17%) y las sexuales
(8%). Se ha detectado que se abusa más severamente y con más violencia en el
caso de las niñas, y que la edad máxima de incidencia de los abusos sexuales
está entre los 6 y los 12 años. Además, el estudio destaca una prevalencia
mayor del abuso sexual infantil entre los niños con discapacidad física o
psíquica. «Un niño con este tipo de características –se explica en el
estudio– tiene tres veces más probabilidades de sufrir un abuso sexual que
cualquier otro niño».
En cuanto a los niños que viven en instituciones, UNICEF, que en este ámbito
de estudios y cifras sobre la infancia es una de las organizaciones más
completas a nivel mundial, ha denunciado que uno de los mayores problemas
con los que se encuentran son las lagunas en las estadísticas. Si los niños
no están recogidos en registros civiles, el problema de su situación en los
centros es un problema invisible. Sin embargo, los cálculos más moderados
sitúan que cerca de un millón de niños viven en instituciones entre Europa y
Asia Central. Tan sólo un acercamiento a algunas realidades ha permitido
conocer algunos datos preocupantes: en Irlanda, se han reflejado casos de
malos tratos durante décadas; el Comité de Derechos del Niño ha expresado su
preocupación por la falta de una prohibición de castigo corporal en
instituciones de Bélgica, República Checa, Francia, Kiguizistán y Moldavia;
un reportaje de Kazajstán muestra que el 80% de los niños y niñas que viven
en escuelas-residencias reciben tratos crueles; en el Reino Unido, las
entrevistas realizadas a jóvenes que viven en instituciones revelaron que
más de la mitad de ellos habían sufrido violencia física por parte de otros
niños.
Niños en países de conflicto
Los conflictos armados alteran la vida de los niños de muchas maneras. Ellos
son siempre los primeros afectados, porque los que no fallecen o resultan
heridos se quedan huérfanos, son secuestrados, violados o sufren graves
traumas emocionales o psicosociales, «debido a la exposición directa a la
violencia, el desplazamiento, la pobreza o la pérdida de seres queridos»,
explica UNICEF. Desde 1990, los conflictos armados han costado la vida
directamente de 3,6 millones de personas, de las que un 45% eran niños y
niñas. La proliferación de armas ligeras ha facilitado que niños menores de
10 años puedan convertirse en combatientes de guerras que no entienden.
UNICEF estima que en África y en Asia se encuentra el mayor número de niños
y niñas que participan como combatientes en los conflictos. En 2003, se
produjo un aumento del reclutamiento de niños en Costa de Marfil, Liberia y
República Democrática del Congo. En Uganda, miles de niños y niñas del norte
han sido secuestrados por el grupo rebelde Ejército de Resistencia del Señor
y obligados a combatir como esclavos.
La guerra no respeta las familias. Se ha contabilizado que, durante los años
90 del siglo XX, alrededor de 20 millones de niños se vieron forzados a
abandonar sus hogares debido a los conflictos o las violaciones de los
derechos humanos.
Además de la violencia durante los conflictos, existe también el peligro de
los restos de las guerras. Durante años, un territorio puede ser
especialmente peligroso a pesar de encontrarse en paz. Se cree que las minas
terrestres son las responsables de unas 15.000 ó 20.000 muertes al año.
Muchas de las víctimas son hombres, principalmente agricultores, pero una
gran parte la constituyen también los niños, atraídos por los diseños de
algunas minas antipersona con forma de mariposa, o las bombas de racimo.
La prostitución infantil es otro de los grandes dramas que tiene que
afrontar la sociedad del siglo XXI. Y este problema no sólo afecta a los
países del tercer mundo, muchos de ellos receptores del conocido como
turismo del sexo, sino que en países como la República Checa, Alemania o
Austria la prostitución infantil se sigue considerando un problema. En el
mundo, millones de niños y niñas son considerados esclavos, y adultos
delincuentes en todas partes del mundo trafican con ellos como una parte más
de la industria del crimen, las drogas y la corrupción. El tráfico de seres
humanos está empezando a rivalizar con el de armas y estupefacientes, «con
unos ingresos de diez mil millones de dólares al año».
Qué estamos haciendo con los niños? Pobreza, guerras, abandonos,
violaciones, malos tratos, prostitución, pornografía infantil... Quizá la
pregunta está equivocada y, como afirma el Defensor del Menor, de la
Comunidad de Madrid, en la entrevista para Alfa y Omega que se ofrece en las
páginas siguientes, la pregunta debería ser: ¿qué estamos haciendo con los
adultos?
(A. Llamas Palacios A&O 259)