Dejando a un lado las tendencias de moda - Novios: mirar juntos en una misma dirección
La mitad de los jóvenes entre 18 y 20 años declaran haber tenido relaciones sexuales completas, según el Informe de la Juventud en España de INJUVE, del año 2000. Un 7% tiene su primera relación sexual a los 15 años, y la cifra aumenta a medida que se incrementa la edad, siendo siempre ligeramente mayor en los varones. A pesar de que nueve de cada diez jóvenes se consideran muy, o bastante, informados acerca del uso de los anticonceptivos, en el año 2002 había un 14% de los jóvenes que decía no haberlos usado en su última relación sexual, lo que puede hacer pensar que la abundancia de información no tiene la última palabra.
En el 58% de los casos en los que los jóvenes mantuvieron una relación sexual sin anticonceptivo, fue por no tener ninguno a mano, lo que a su vez puede hacer pensar también que la relación se mantuvo sin tener en cuenta los riesgos inmediatos que ésta podía ocasionar.
En el Congreso sobre la Familia que tuvo lugar en Río de Janeiro, en octubre de 1997, el doctor Carlos Aldana recordaba que el doctor norteamericano Robert Kisner, de la Universidad de Harvard, uno de los investigadores que había desarrollado la píldora anticonceptiva en los años sesenta, había declarado ante el Colegio Americano de Cirujanos, en 1978: «Hace 10 años declaré que la píldora anticonceptiva no conducía a la promiscuidad sexual en el adolescente…; ahora reconozco que me equivoqué». El doctor Aldana afirmaba en su intervención que los ingenieros sociales, que diseñan las campañas a favor del uso del preservativo dentro de los programas para adolescentes de Educación Sexual, en Estados Unidos, señalan con frecuencia que son ideológicamente neutros. Pero en realidad subyace en ellos una «visión de la sexualidad verdaderamente subhumana, impulsiva y automática, que empobrece considerablemente el desarrollo de la persona humana ».
En realidad nada se explica sin un contexto social. Los medios de comunicación, cuyo motor y único objetivo son las cuentas de resultados, como cualquier empresa financiera, son hoy los grandes creadores de opinión. Para incrementar sus enormes beneficios, las televisiones, grandes puntos de venta donde los empresarios anuncian todo tipo de productos, no dudan en recurrir a aquellos aspectos más instintivos del ser humano, conscientes de que los sentidos capturan al espectador y le mantienen pegado a la pantalla, totalmente desprotegido frente al aluvión de informaciones que, como flashes, se le proponen. Es la sociedad de los medios, de la pantalla, de la imagen, donde todo dura poco, todo parece estar de oferta y todo es más novedoso que lo anterior. En el afán por crecer, se unen empresas, se crean sinergias y el mundo empieza a recibir cada vez más la misma información. Pero ¿quién dirige y controla esa información? La cuestión es preguntarse qué nos dan para desayunar, comer y cenar la televisión y el resto de los medios de comunicación, que configuran, nos guste o no, los estados de opinión que palpitan en la calle. La teoría de la espiral del silencio afirma que, dentro de un grupo, la minoría que tenga una opinión distinta, por lo general, se unirá a la opinión de la mayoría, por temor al vacío o a la no aceptación del grupo.
Los jóvenes, principales consumidores de cine, videojuegos (que en 2004 han duplicado la venta de libros) y televisión, no se escapan a esta tendencia del mundo occidental. No se trata de una visión pesimista de la realidad, sino de interpretar las cifras, cada vez más homogéneas, que ofrecen los estudios de la sociedad española. Los jóvenes comienzan a comportarse en masa, siguiendo unos patrones que, curiosamente, imitan la vida de unas minorías, que ofrecen los medios de comunicación. Son conductas que desprecian la dignidad de la persona, individualistas, insolidarias, impulsivas e irreflexivas; conductas que imitan la televisión de flashes engañosos y efímeros. «Nada es para siempre», decía aquella canción, y mientras ésta sea la consigna, ya pueden los Gobiernos dejarse los fondos públicos en educaciones sexuales y métodos anticonceptivos, que los jóvenes seguirán comportándose por impulsos, porque, si nada es para siempre, hay que vivir deprisa.
Pero, por el mismo motivo por el que los jóvenes son un blanco fácil para los empresarios de la información y del entretenimiento, también son una materia prima en bruto de la que puede salir una nueva construcción de la Humanidad. La familia puede ser el lugar donde los jóvenes se forjen una educación sexual y afectiva, sobre rocas mucho más estables y duraderas, eternas, que las que quisiera ofrecer el Estado, últimamente convencido de ser el responsable de formar las conciencias de sus ciudadanos.
Para que esto suceda, es importante la formación de los jóvenes novios, que mañana se unirán en un compromiso eterno, formando una pareja de tres: él, ella y Cristo en la raíz y en el centro.
¿Qué características tiene un noviazgo que culmine en un matrimonio cristiano? Dejando a un lado que cada caso es único, de la misma manera que lo son las personas, el noviazgo es un período transitorio, porque culmina en el matrimonio. «Amar no es mirarse el uno al otro, sino mirar juntos en una misma dirección», y es que un amor es maduro cuando se tiene la certeza de que hay un futuro en común por construir. No es difícil encontrar parejas que se aferran el uno al otro por temor a la soledad, por interés, o por placer. El fin del noviazgo es el conocimiento mutuo para la construcción de un futuro juntos. Si en ese proceso de conocimiento de la otra persona se ve con claridad que el otro no responde a las expectativas que se tienen para formar una familia, o simplemente no se comparten los sueños de futuro, la relación se rompe, porque el noviazgo no obliga a una continuidad. Independientemente de que tenga que haber una fidelidad y un compromiso sincero, no se trata de una etapa de conocimiento absoluta, porque absoluto y total es el matrimonio.
Hoy en día, hay una tendencia cada vez más común, que tiene como motor principal el miedo al compromiso. Es el denominado Síndrome de Peter Pan, según el libro de Dan Kiley. El cardenal Alfonso López Trujillo, Presidente del Consejo Pontificio para la Familia, lo definía de esta manera, durante su intervención en la XXVII Semana Social de Valencia, en 1998: «Peter Pan un día resolvió no madurar, no crecer, ser eternamente niño. Decidió no ser formado, no ser incomodado, para instalarse en su mundo propio, pequeño, caprichoso, en un deleite de su propia libertad, entendida a su manera. No pocas familias han optado por hacerle el juego a este síndrome, en una silenciosa conspiración con lo que creen será de mayor agrado para sus propios hijos. Da pena ver, ligados a esa conspiración silenciosa, que los entrega a las apetencias artificialmente creadas, a adultos que asumen estilos de vida propios de una juventud mal entendida, como absorbidos por una cultura que no corresponde a su trayectoria vital».
El personalismo cristiano
Se calcula que el 70% de las parejas llegan al matrimonio habiendo tenido relaciones sexuales. Las relaciones prematrimoniales son hoy consideradas como algo, no sólo habitual, sino beneficioso para una pareja, antes de dar el paso definitivo del matrimonio. Se considera que, si una pareja no se conoce en un aspecto tan importante como es el sexual, ¿cómo van a comprometerse de por vida? Si una persona no satisface mis deseos, ¿cómo voy a quererla para siempre? Frente a esta corriente de pensamiento mayoritaria, la Iglesia católica tiene una visión llamada Personalismo cristiano, del que Juan Pablo II es un defensor a ultranza. El doctor Aldana explica que el personalismo «se ha propuesto, sobre todo, a partir del Concilio Vaticano II, y que el Santo Padre Juan Pablo II lo ha desarrollado aún más durante su pontificado, y ha dado una luz enorme para entender mucho mejor la ética sexual católica. Contrario al individualismo secular, el personalismo toma como su punto de partida el que cada ser humano es, por definición, relacional y ha sido creado para ser un don de sí mismo a otros. El cuerpo es expresión de toda la persona incluyendo su espíritu. Reconocemos que la sexualidad humana debe ser integral, porque abarca todas las dimensiones de la persona, incluso la espiritual, que es la que gobierna a las demás dimensiones».
El amor es una entrega definitiva, un don, no un experimento; y el cuerpo, un medio para relacionarse con la persona amada, no un instrumento que se usa y se tira. Esperar no parece estar de moda. Pero cualquier joven esperaría lo que hiciera falta a la persona amada, si supiera que ésta llegará, ciertamente, y se quedará con él para siempre. Como igualmente esperaría lo necesario para hacer el viaje de sus sueños, si supiera con certeza que este viaje se dará en algún momento. O como esperaría al mayor espectáculo del mundo, si supiera de buena tinta que éste se revelará pronto ante sus ojos.
Igual que cualquier persona espera algo de lo que tiene una certeza, de la misma manera los jóvenes podrían esperar a unirse en un acto de amor definitivo si supieran que en ese espacio de tiempo están ayudando a crear la mejor garantía de su futuro. De nuevo hablan las cifras y no las opiniones: «El 70% de las parejas van al matrimonio habiendo tenido relaciones sexuales. Y la diferencia entre los divorcios de parejas que no han tenido relaciones sexuales prematrimoniales es siete veces menor que las que sí las han tenido». Universidades como la de Estocolmo o la de Wisconsin son pioneras en el seguimiento de parejas que han tenido relaciones prematrimoniales, y también con los mismos resultados que muestran que el matrimonio entendido como entrega mutua, con todo lo que eso conlleva, tiene muchas más papeletas de éxito que aquellos que no han respetado la castidad en el noviazgo.
El Catecismo de la Iglesia católica afirma que «los novios está llamados a vivir la castidad en la continencia. En esta prueba han de ver un descubrimiento del mutuo respeto, un aprendizaje de la fidelidad y de la esperanza de recibirse, el uno al otro, de Dios. Reservarán para el tiempo del matrimonio las manifestaciones de ternura específicas del amor conyugal. Deben ayudarse mutuamente a crecer en la castidad. La unión carnal entre un hombre y una mujer fuera del matrimonio es gravemente contraria a la dignidad de las personas y de la sexualidad humana, naturalmente ordenada al bien de los esposos, así como a la generación y educación de los hijos. La sexualidad, mediante la cual el hombre y la mujer se dan el uno al otro con los actos propios y exclusivos de los esposos, no es algo puramente biológico, sino que afecta al núcleo íntimo de la persona humana en cuanto tal. Ella se realiza de modo verdaderamente humano solamente cuando es parte integral del amor con el que el hombre y la mujer se comprometan totalmente entre sí hasta la muerte». Por eso, a pesar de las televisiones y las tendencias, a pesar del paso de los años y de las modas, de los ruidos y las palabras todavía muchos se dirán, en soledad: «El amor, cuando es amor, se acrecienta cada día más».
(A. Llamas Palacios, A&O 438)
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