Los 9 consejos del Papa Francisco para un matrimonio verdaderamente feliz
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Jorge Enrique Mújica, LC
27 febrero 2014
El 14 de febrero de 2014 el Vaticano se convirtió en la capital de los
novios: miles de parejas de diferentes países abarrotaron la plaza de san
Pedro para un encuentro con el Papa Francisco quien de ese modo quiso
saludar y acompañar a todos aquellos que se preparan para el matrimonio.
Tres parejas le formularon algunas preguntas al Santo Padre. He tematizado
las respuestas y les ofrezco los 9 consejos que el Papa Francisco dio a los
novios. Consejos ágiles, realistas y positivos que valen también para
quienes ya están casados (la numeración y el titular antes de cada consejo
es nuestro):
***
1. La casa se construye juntos
«[…] el amor es una relación , entonces es una realidad que crece, y podemos
incluso decir, a modo de ejemplo, que se construye como una casa. Y la casa
se construye juntos, no solos. Construir significa aquí favorecer y ayudar
el crecimiento. Queridos novios, vosotros os estáis preparando para crecer
juntos, construir esta casa, vivir juntos para siempre. No queréis fundarla
en la arena de los sentimientos que van y vienen, sino en la roca del amor
auténtico, el amor que viene de Dios. La familia nace de este proyecto de
amor que quiere crecer como se construye una casa, que sea espacio de
afecto, de ayuda, de esperanza, de apoyo. Como el amor de Dios es estable y
para siempre, así también el amor que construye la familia queremos que sea
estable y para siempre. Por favor, no debemos dejarnos vencer por la
«cultura de lo provisional». Esta cultura que hoy nos invade a todos, esta
cultura de lo provisional. ¡Esto no funciona!».
2. Cómo perder el miedo al «para siempre»: una cuestión de calidad
«[…] ¿cómo se cura este miedo del «para siempre»? Se cura día a día,
encomendándose al Señor Jesús en una vida que se convierte en un camino
espiritual cotidiano, construido por pasos, pasos pequeños, pasos de
crecimiento común, construido con el compromiso de llegar a ser mujeres y
hombres maduros en la fe. Porque, queridos novios, el «para siempre» no es
sólo una cuestión de duración. Un matrimonio no se realiza sólo si dura,
sino que es importante su calidad. Estar juntos y saberse amar para siempre
es el desafío de los esposos cristianos. Me viene a la mente el milagro de
la multiplicación de los panes: también para vosotros el Señor puede
multiplicar vuestro amor y donarlo a vosotros fresco y bueno cada día.
¡Tiene una reserva infinita de ese amor! Él os dona el amor que está en la
base de vuestra unión y cada día lo renueva, lo refuerza. Y lo hace aún más
grande cuando la familia crece con los hijos».
3. La oración que deben rezar los novios y de los esposos
«En este camino es importante y necesaria la oración, siempre. Él para ella,
ella para él y los dos juntos. Pedid a Jesús que multiplique vuestro amor.
En la oración del Padrenuestro decimos: «Danos hoy nuestro pan de cada día».
Los esposos pueden aprender a rezar también así: «Señor, danos hoy nuestro
amor de cada día», porque el amor cotidiano de los esposos es el pan, el
verdadero pan del alma, el que les sostiene para seguir adelante. Y la
oración: ¿podemos ensayar para saber si sabemos recitarla? «Señor, danos hoy
nuestro amor de cada día». […] Ésta es la oración de los novios y de los
esposos. ¡Enséñanos a amarnos, a querernos! Cuanto más os encomendéis a Él,
tanto más vuestro amor será «para siempre», capaz de renovarse, y vencerá
toda dificultad».
4. Aprender a pedir permiso
«”¿Puedo, permiso?”. Es la petición gentil de poder entrar en la vida de
otro con respeto y atención. Es necesario aprender a preguntar: ¿puedo hacer
esto? ¿Te gusta si hacemos así, si tomamos esta iniciativa, si educamos así
a los hijos? ¿Quieres que salgamos esta noche?... En definitiva, pedir
permiso significa saber entrar con cortesía en la vida de los demás. Pero
escuchad bien esto: saber entrar con cortesía en la vida de los demás. Y no
es fácil, no es fácil. A veces, en cambio, se usan maneras un poco pesadas,
como ciertas botas de montaña. El amor auténtico no se impone con dureza y
agresividad. En las Florecillas de san Francisco se encuentra esta
expresión: «Has de saber, hermano carísimo, que la cortesía es una de las
propiedades de Dios... la cortesía es hermana de la caridad, que extingue el
odio y fomenta el amor» (Cap. 37). Sí, la cortesía conserva el amor. Y hoy
en nuestras familias, en nuestro mundo, a menudo violento y arrogante, hay
necesidad de mucha más cortesía. Y esto puede comenzar en casa».
5. Aprender a decir gracias
«”Gracias”. Parece fácil pronunciar esta palabra, pero sabemos que no es
así. ¡Pero es importante! La enseñamos a los niños, pero después la
olvidamos. La gratitud es un sentimiento importante: ¿recordáis el Evangelio
de Lucas? Una anciana, una vez, me decía en Buenos Aires: «la gratitud es
una flor que crece en tierra noble». Es necesaria la nobleza del alma para
que crezca esta flor. ¿Recordáis el Evangelio de Lucas? Jesús cura a diez
enfermos de lepra y sólo uno regresa a decir gracias a Jesús. Y el Señor
dice: y los otros nueve, ¿dónde están? Esto es válido también para nosotros:
¿sabemos agradecer? En vuestra relación, y mañana en la vida matrimonial, es
importante tener viva la conciencia de que la otra persona es un don de
Dios, y a los dones de Dios se dice ¡gracias!, siempre se da gracias. Y con
esta actitud interior decirse gracias mutuamente, por cada cosa. No es una
palabra gentil que se usa con los desconocidos, para ser educados. Es
necesario saber decirse gracias, para seguir adelante bien y juntos en la
vida matrimonial.
6. Aprender a pedir perdón
«En la vida cometemos muchos errores, muchas equivocaciones. Los cometemos
todos. Pero tal vez aquí hay alguien que jamás cometió un error. Levante la
mano si hay alguien allí, una persona que jamás cometió un error. Todos
cometemos errores. ¡Todos! Tal vez no hay un día en el que no cometemos
algún error. La Biblia dice que el más justo peca siete veces al día. Y así
cometemos errores... He aquí entonces la necesidad de usar esta sencilla
palabra: «perdón». En general, cada uno de nosotros es propenso a acusar al
otro y a justificarse a sí mismo. Esto comenzó con nuestro padre Adán,
cuando Dios le preguntó: «Adán ¿tú has comido de aquel fruto? ». «¿Yo? ¡No!
Es ella quien me lo dio». Acusar al otro para no decir «disculpa »,
«perdón». Es una historia antigua. Es un instinto que está en el origen de
muchos desastres. Aprendamos a reconocer nuestros errores y a pedir perdón.
«Perdona si hoy levanté la voz»; «perdona si pasé sin saludar»; «perdona si
llegué tarde», «si esta semana estuve muy silencioso», «si hablé demasiado
sin nunca escuchar»; «perdona si me olvidé»; «perdona, estaba enfadado y me
la tomé contigo». Podemos decir muchos «perdón» al día. También así crece
una familia cristiana. Todos sabemos que no existe la familia perfecta, y
tampoco el marido perfecto, o la esposa perfecta. No hablemos de la suegra
perfecta... Existimos nosotros, pecadores. Jesús, que nos conoce bien, nos
enseña un secreto: no acabar jamás una jornada sin pedirse perdón, sin que
la paz vuelva a nuestra casa, a nuestra familia. Es habitual reñir entre
esposos, porque siempre hay algo, hemos reñido. Tal vez os habéis enfadado,
tal vez voló un plato, pero por favor recordad esto: no terminar jamás una
jornada sin hacer las paces. ¡Jamás, jamás, jamás! Esto es un secreto, un
secreto para conservar el amor y para hacer las paces. No es necesario hacer
un bello discurso. A veces un gesto así y... se crea la paz. Jamás acabar...
porque si tú terminas el día sin hacer las paces, lo que tienes dentro, al
día siguiente está frío y duro y es más difícil hacer las paces. Recordad
bien: ¡no terminar jamás el día sin hacer las paces! Si aprendemos a
pedirnos perdón y a perdonarnos mutuamente, el matrimonio durará, irá
adelante. Cuando vienen a las audiencias o a misa aquí a Santa Marta los
esposos ancianos que celebran el 50° aniversario, les pregunto: «¿Quién
soportó a quién?» ¡Es hermoso esto! Todos se miran, me miran, y me dicen:
«¡Los dos!» Y esto es hermoso. Esto es un hermoso testimonio».
7. Ver el matrimonio como una fiesta
«[…] el matrimonio es una fiesta, una fiesta cristiana, no una fiesta
mundana. El motivo más profundo de la alegría de ese día nos lo indica el
Evangelio de Juan: ¿recordáis el milagro de las bodas de Caná? A un cierto
punto faltó el vino y la fiesta parecía arruinada. Imaginad que termina la
fiesta bebiendo té. No, no funciona. Sin vino no hay fiesta. Por sugerencia
de María, en ese momento Jesús se revela por primera vez y hace un signo:
transforma el agua en vino y, haciendo así, salva la fiesta de bodas. Lo que
sucedió en Caná hace dos mil años, sucede en realidad en cada fiesta de
bodas: lo que hará pleno y profundamente auténtico vuestro matrimonio será
la presencia del Señor que se revela y dona su gracia. Es su presencia la
que ofrece el «vino bueno», es Él el secreto de la alegría plena, la que
calienta verdaderamente el corazón. Es la presencia de Jesús en esa fiesta.
Que sea una hermosa fiesta, pero con Jesús. No con el espíritu del mundo,
¡no! Esto se percibe, cuando el Señor está allí».
8. Las bodas deben ser sobrias
«[…] que vuestro matrimonio sea sobrio y ponga de relieve lo que es
verdaderamente importante. Algunos están más preocupados por los signos
exteriores, por el banquete, las fotos, los vestidos y las flores... Son
cosas importantes en una fiesta, pero sólo si son capaces de indicar el
verdadero motivo de vuestra alegría: la bendición del Señor sobre vuestro
amor. Haced lo posible para que, como el vino de Caná, los signos exteriores
de vuestra fiesta revelen la presencia del Señor y os recuerden a vosotros y
a todos los presentes el origen y el motivo de vuestra alegría».
9. El matrimonio supone un trabajo de los dos
«El matrimonio es también un trabajo de todos los días, podría decir un
trabajo artesanal, un trabajo de orfebrería, porque el marido tiene la tarea
de hacer más mujer a su esposa y la esposa tiene la tarea de hacer más
hombre a su marido. Crecer también en humanidad, como hombre y como mujer. Y
esto se hace entre vosotros. Esto se llama crecer juntos. Esto no viene del
aire. El Señor lo bendice, pero viene de vuestras manos, de vuestras
actitudes, del modo de vivir, del modo de amaros. ¡Hacernos crecer! Siempre
hacer lo posible para que el otro crezca. Trabajar por ello. Y así, no lo
sé, pienso en ti que un día irás por las calles de tu pueblo y la gente
dirá: «Mira aquella hermosa mujer, ¡qué fuerte!...». «Con el marido que
tiene, se comprende». Y también a ti: «Mira aquél, cómo es». «Con la esposa
que tiene, se comprende». Es esto, llegar a esto: hacernos crecer juntos, el
uno al otro. Y los hijos tendrán esta herencia de haber tenido un papá y una
mamá que crecieron juntos, haciéndose —el uno al otro— más hombre y más
mujer».