Castidad en los Novios
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José María Iraburu, sacerdote
Por el noviazgo un hombre y una mujer que se aman avanzan hacia el matrimonio. Por tanto, es un período precioso, que prepara la realización de algo muy grande y santo: el matrimonio y la familia. No ha de vivirse irresponsablemente, en formas triviales, vanas, puramente placenteras y divertidas. Por el contrario, los novios han de entender que su noviazgo es como el Seminario que prepara a los que van a ser sacerdotes, o como el Noviciado, que forma a las personas que han sido llamadas por Dios para consagrarse a él en la vida religiosa. Ya se comprende, pues, fácilmente la transcendencia tan grande que para la vida de la Iglesia tiene la formación doctrinal y moral, psicológica y afectiva, que en el Noviazgo, el Seminario y el Noviciado se dé a los cristianos según su vocación.
No voy a hablar ahora del noviazgo en general, del que traté en en mi libro El matrimonio en Cristo (Fund. GRATIS DATE, Pamplona 2003, 3ª ed., 143 pgs.). Me ceñiré al tema de La castidad en los novios. Y como hace poco expuse lo referente a La castidad, gran virtud(258), estudiaré aquí sobre todo los pecados que quebrantan la virtud de la castidad.
«Es ya público que reina entre vosotros la fornicación» (1Cor 5,1). La profunda degradación de la Revolución sexual se produjo a mediados del siglo XX en gran parte de los países occidentales de antigua filiación cristiana. Iniciada en la década de los 50, estalla entre 1960 y 1980, para seguir hasta nuestros días un desarrollo siempre creciente. Muchas causas y condicionantes se pueden señalar a esta transformación histórica, relativamente brusca. Entre otras, la euforia posterior a la II Guerra Mundial, cuando las naciones se recuperan de los horrores pasados; el pelagianismo ambiental progresista, que deja la oración y los sacramentos, se aleja de Cristo y de la Iglesia, y cae en la apostasía; la ruptura consciente y deliberada con la tradición cristiana precedente, tanto en mentalidad como en costumbres. Se trata, pues, de un fenómeno muy amplio y complejo, con muchas causas y con muchos efectos derivados.
Los revolución sexual mundana, en apostasía del cristianismo, quiere vover al paganismo que da culto al cuerpo, a la desnudez, al sexo. Con la ayuda decisiva de los modernosanticonceptivos, separa la sexualidad de la procreación, normaliza la lujuria en adolescentes, jóvenes y matrimonios, reduciendo la vida sexual al placer sensual. Fomenta la pornografía en todos los medios de comunicación, en las playas, en las modas, en diarios y revistas, en la televisión, en internet, incluso en la publicidad comercial. Con la base de estudios estadísticos ideologizados (Kinsey, Master and Johnson), promueve el divorcio exprés, la masturbación, lahomosexualidad, la bisexualidad, como si la malo fuera bueno al fundamentarse en la estadística, y obligando en las escuelas y colegios a difundir esas doctrinas. Desprecia la virginidad y también el matrimonio, destruyéndolo, pues lo equipara con cualquier forma de unión. Promueve por el feminismo una igualdad total entre las funciones sociales del hombre y de la mujer. Legaliza y financia la píldora postcoital y el aborto, haciendo a éste libre en la práctica. Reduce en grados extremos la nupcialidad y la natalidad. Esta invasión de pecado, aunque preparada en tiempos anteriores, se consuma en el último medio siglo.
La declaración Persona humana (1975), sobre la persona humana y la sexualidad, de la Congregación de la Doctrina de la Fe, confirmada por Pablo VI, se enciende como una gran luz de verdad cuando más arreciaba el poder de las tinieblas.
«En nuestros días… ha ido en aumento la corrupción de costumbres, una de cuyas mayores manifestaciones consiste en la exaltación inmoderada del sexo; en tanto que con la difusión de los medios de comunicación social y de los espectáculos, tal corrupción ha llegado a invadir el campo de la educación y a infectar la mentalidad de las masas… Se han propuesto condiciones y modos de comportamiento contrarios a las verdaderas exigencias morales del ser humano, llegando hasta a favorecer un hedonismo licencioso. De ahí ha resultado que doctrinas, criterios morales y maneras de vivir conservados hasta ahora fielmente, han sufrido en algunos años [en unos cincuenta] una fuerte sacudida aun entre los cristianos; y que son hoy numerosos los que, ante tantas opiniones que contrastan con la doctrina que han recibido de la Iglesia, llegan a preguntarse qué deben considerar todavía como verdadero (1).
«La Iglesia no puede permanecer indiferente ante semejante confusión de los espíritus y relajación de las costumbres… Y como las opiniones erróneas y las desviaciones que de ellas se siguen continúan difundiéndose en todas partes [también en no pocas librerías religiosas], la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, en virtud de su función respecto de la Iglesia universal y por mandato del Soberano Pontífice, ha juzgado necesario publicar la presente Declaración» (2), «que tiene por objeto recordar el juicio de la Iglesia sobre ciertos puntos particulares, vista la urgente necesidad de oponerse a errores graves y a normas de conducta aberrante, ampliamente difundidas» (6).
El principal deber de la Iglesia es «dar testimonio de la verdad» (Jn 18,37), porque el hombre es conducido al pecado por el camino de la mentira: por él le guía el padre de la mentira, el demonio. Es cierto, como enseña el Concilio Vaticano II, que «en lo más profundo de su conciencia descubre el hombre la existencia de una ley, que él no se dicta a sí mismo, pero a la que debe obedecer… Tiene una ley escrita por Dios en su corazón, en cuya obediencia consiste la dignidad humana y por la cual será juzgado personalmente» (GS 19). Pero esa ley, por una innumerable abundancia de pecados, se ha oscurecido en las naciones de tal manera que acaban los pueblos considerando falsa la verdad y verdadera la mentira. Por eso la humanidad, para salir de esos abismos del mal, necesita absolutamente a Cristo Salvador, que es «la luz del mundo» (Jn 8,12), y que funda a la Iglesia como «columna y fundamento de la verdad» (1Tim 3,15). El cristiano, pues, ha de vivir en la luz, libre de los errores, dudas y tinieblas propios del mundo.
Los novios cristianos que quieren hoy vivir plenamente la castidad tienen en contra todo el mundo que les rodea y sólo hallan luz y confortación en la Iglesia católica. A ellos les dice el Apóstol: habéis de ser «irreprochables y sencillos, hijos de Dios sin tacha, en medio de una generación perversa y depravada, entre la cual brilláis como antorchas en el mundo, llevando en alto la Palabra de vida» (Flp 2,15-16). A poco que los novios cristianos se dejen mundanizar en criterios y costumbres, se pierden. Y ya apagados, colaboran a la oscuridad de las tinieblas. Pero si, por obra del Espíritu Santo, se mantienen fieles a Cristo, son entonces «sal de la tierra», son «luz del mundo, que alumbra a cuantos hay en la casa. Así ha de lucir vuestra luz ante los hombres, para que viendo vuestras buenas obras, glorifiquen a vuestro Padre, que está en los cielos» (Mt 5,14-16).
Y la castidad de los novios ha de tener todas las cualidades que le son propias, y que ya vimos (258). Las resumo brevemente. Los novios cristianos, por obra del Espíritu Santo, –han deevangelizar por la caridad sus tendencias sexuales, tanto en lo afectivo como en lo físico, conscientes de que son miembros de Cristo y templos de la Santísima Trinidad. Ellos saben, deben saber, que –la castidad es perfecto respeto y caridad hacia el otro y que es total libertad y dominiode sí, pues solamente el que se posee a sí mismo está en condiciones de darse a quien ama. Entienden que –han de procurar por la oración, los sacramentos y el ejercicio de las virtudes que la castidad evangelice todos los planos de su personalidad: entendimiento y voluntad, memoria e imaginación, sentimientos y sentidos, y llegue hasta el subconsciente: hasta los sueños han de ser evangelizados. Saben los novios cristianos que –la castidad es una virtud (virtus, fuerza), y que cuanto más se desarrolla y afirma en la persona, con más facilidad y seguridad se ejercita: primero con guerra, después con paz y finalmente con gozo. Y conociendo que la castidad es una virtud, saben que –produce en la persona atracción hacia su objeto moral propio, y al mismo tiemporepugnancia hacia todo lo que le es contrario.
Los novios cristianos, pues, como han de tender hacia la santidad, han de pretender una vida perfectamente casta. Y han de procurarla con esperanza, pues ésa es la voluntad de Dios, que les asistirá poderosamente para que puedan vivirla. De ese modo, «donde abundó el pecado, sobreabunda la gracia» (Rm 5,20).
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Los novios, por el hecho de serlo, no deben autorizarse a ningún pecado contra la castidad. Si pecan, arrepiéntanse, acudan al sacramento de la penitencia, y con más humildad, tengan más cuidado: «vigilad y orad, para no caer en la tentación» (Mt 26,41). Pero, repito, no se sientan autorizados por ser novios a ningún pecado, por mínimo que sea, contra la castidad. Su amor mutuo ha de vivirse día a día participando del amor que une a Cristo con su Esposa, la Iglesia. Los novios, por tanto, no deben ser el uno para el otro tentación, ni ocasión próxima de pecado. ¡Todo lo contrario! Dios ha querido unirlos en su providencia para que se presten «ayuda» mutua hasta la muerte (Gén 2,20); pero no sólamente en los trabajos y el cuidado de los hijos, sino muy especialmente en la ayuda espiritual.
Catecismo 2350: «Los novios están llamados a vivir la castidad en la continencia. En esta prueba han de ver un descubrimiento del mutuo respeto, un aprendizaje de la fidelidad y de la esperanza de recibirse el uno y el otro de Dios. Reservarán para el tiempo del matrimonio las manifestaciones de ternura específicas del amor conyugal. Deben ayudarse mutuamente a crecer en la castidad».
«La lujuria es un deseo o un goce desordenados del placer venéreo. El placer sexual es moralmente desordenado cuando es buscado por sí mismo, separado de las finalidades de procreación y de unión» conyugal (Catecismo 2351). La lujuria es el vicio contrario a la castidad, y se realiza por malos actos o deseos consentidos fuera del matrimonio, o dentro de él, pero contra su leyes morales. En la opinión de San Alfonso María de Ligorio, es el pecado «por el que mayor número de almas caen en el infierno» (Theologia moralis l.3, n.413). La lujuria consumada es la que realiza el acto sexual completo; y la incompleta la que, iniciándolo más o menos, no llega a él.
Los pecados principales contra la castidad vienen enumerados y descritos en el Catecismo de la Iglesia (2351-2356). Transcribo abreviando.
2352. «Por la masturbación se ha de entender la excitación voluntaria de los órganos genitales a fin de obtener un placer venéreo. “Tanto el Magisterio de la Iglesia, de acuerdo con una tradición constante, como el sentido moral de los fieles, han afirmado sin ninguna duda que la masturbación es un acto intrínseca y gravemente desordenado” (Persona humana 9)». (Nota. Conviene advertir que el término «desordenado», frecuente hoy en el lenguaje eufemístico vigente, significa «pecado»: es bueno aquello que se mantiene ordenado hacia su fin propio; es pecado, es desordenado, aquello que se desvía culpablemente de su fin verdadero. Algo «gravemente desordenado» es, por tanto, «pecado grave»).
2353. «La fornicación es la unión carnal entre un hombre y una mujer fuera del matrimonio. Es gravemente contraria a la dignidad de las personas y de la sexualidad humana, naturalmente ordenada al bien de los esposos, así como a la generación y educación de los hijos. (…)
2354. «La pornografía consiste en dar a conocer actos sexuales, reales o simulados, fuera de la intimidad de los protagonistas, exhibiéndolos ante terceras personas de manera deliberada. Ofende la castidad porque desnaturaliza la finalidad del acto sexual. (…) 2355. «La prostituciónatenta contra la dignidad de la persona que se prostituye, reducida al placer venéreo que se saca de ella (…) 2356. «La violación es forzar o agredir con violencia la intimidad sexual de una persona. Atenta contra la justicia y la caridad».
La delectación venérea, consumada o incompleta, directamente procurada fuera del matrimonio, es siempre pecado grave. Directamente buscada: ya sea por haber procurado el placer sexual completo o incompleto, ya sea por haber consentido en él cuando se produjo sin buscarlo. Es siempre pecado grave: sólo puede ser pecado venial cuando el acto no ha sido verdaderamente responsable, es decir, cuando ha faltado la advertencia suficiente de la mente o el pleno consentimiento de la voluntad.
La sagrada Escritura afirma en muchos lugares la gravedad del pecado contra la castidad. «No adulterarás» (Ex 20,14). «Todo aquel que mira a una mujer deseándola, ya adulteró con ella en su corazón» (Mt 5,28). «No os engañéis: ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los sodomitas… poseerán el reino de Dios» (1Cor 6,9-10). «Las obras de la carne son manifiestas: fornicación, impureza, lascivia… y otras como ésas, de las cuales os prevengo, como antes lo hice, que quienes tales cosas hacen no herederán el reino de Dios» (Gál 5,19-21). «Habéis de saber que ningún fornicario ni impuro… tendrá parte en la heredad del reino de Cristo y de Dios» (Ef 5,5). «Dios ha de juzgar a los fornicarios y a los adúlteros» (Heb 3,4).
El placer sexual, directamente buscado fuera del matrimonio, es pecado grave tanto si es procurado en forma consumada o solamente incompleta; y tanto si se produce con actosexternos o sólo internos –una mirada, un pensamiento o un deseo–.
La teología católica explica esta intrínseca y grave maldad de la lujuria considerando que Dios unió el placer sexual con la posible procreación, para asegurar el desarrollo de la humanidad. Procurarse directamente por pura sensualidad, en mayor o menor grado, ese placer sexual fuera del matrimonio, o dentro de él en forma anticonceptiva, es una acción contra natura, gravemente desordenada, intrínsecamente mala, un pecado grave.
Y la gravedad de los pecados de lujuria incompleta, no consumada, se comprende porque es pecado grave ponerse sin causa justificada en ocasión próxima de pecado. Y ciertamente los actos incompletos conducen de suyo a ser completados. Por eso mismo es difícil sofrenarlos, y han de ser frenados en su principio, y mejor aún si se evitan antes de principiar. En realidad, es prácticamente imposible procurarse el placer sexual en forma incompleta sin que, al menos implícitamente, se procure o al menos se desee su consumación. Santo Tomás explica esto al estudiar la finalidad en los actos humanos: «la incoación de una cosa se ordena siempre a su consumación» (Summa Theologica I,1,6).
«Para emitir un juicio justo sobre la responsabilidad moral de los sujetos y para orientar la acción pastoral, ha de tenerse en cuenta la inmadurez afectiva, la fuerza de los hábitos contraídos, el estado de angustia u otros factores síquicos o sociales que reducen, e incluso eliminan la culpabilidad moral» (Catecismo 2352; cf. Persona humana 9). Esto se puede decir, obviamente, de todos los pecados. Pero ha de ser tenido en cuenta especialmente en aquellos pecados que crean una mayor huella psico-somática, como son los pecados sexuales.
Los vicios, las adicciones –en la terminología psicológica actual, bajo el reinado del eufemismo–, como la lujuria, como el alcoholismo, son hábitos que han podido formarse en un principio por una sucesión de actos libres y culpables. Pero cuando esos hábitos malos están ya muy arraigados, pueden disminuir mucho, o eliminar, la libertad de quienes están en ellos cautivos. Vemos ahí claramente cómo la libertad, mal usada, que se ejercita pecando, puede acabar destruyéndose a sí misma en aquello en lo que más pecó.
La persona, por supuesto, no pierde su libertad en todos los campos, sino en aquellos muy especialmente pervertidos por los pecados. Con un ejemplo: un alcohólico, si se va con los amigos a la taberna, tiene perdida su libertad y se emborracha. Pero queda en él, no destruida, la libertad en otros muchos ámbitos de su persona: puede, concretamente, decidir no irse a la taberna. Algo semejante podría decirse de algunos pecados contra la castidad.
–La fornicación, la relación sexual prematrimonial, quiebra gravemente la castidad y es pecado mortal. Hoy es frecuente negarlo, y por eso el documento Persona humana (7) reafirma la verdad:
«Muchos reivindican hoy el derecho a la unión sexual antes del matrimonio, al menos cuando una resolución firme de contraerlo y un afecto que en cierto modo es ya conyugal en la psicología de los novios piden este complemento, que ellos juzgan connatural; sobre todo cuando la celebración del matrimonio se ve impedida por las circunstancias, o cuando esta relación íntima parece necesaria para la conservación del amor.
«Semejante opinión se opone a la doctrina cristiana, según la cual debe mantenerse en el cuadro del matrimonio todo acto genital humano. (…) Jesucristo quiso que fuese estable la unión y la restableció a su primitiva condición, fundada en la misma diferencia sexual. “¿No habéis leído que el Creador, desde el principio, los hizo varón y mujer y que dijo: ‘Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su esposa, y los dos se harán una carne’? Pues bien, lo que Dios unió, no lo separe el hombre” (Mt 19,4-6)… En efecto, el amor de los esposos queda asumido por el matrimonio en el amor con el cual Cristo ama irrevocablemente a la Iglesia (Ef 5,25-32). Por el contrario, la unión corporal en el desenfreno profana el templo del Espíritu Santo, que es el cristiano. Por consiguiente, la unión carnal no puede ser legítima sino cuando se ha establecido una definitiva comunidad de vida entre un hombre y una mujer». (Nota 16: «Las relaciones sexuales extramatrimoniales se encuentran formalmente condenadas en 1Cor 5,1; 6,9; 7,2; 10,8 Ef 5,5; 1Tim 1,10; Heb 13,4; y con razones explícitas en 1Cor 6,12-20).
«Así lo entendió y enseñó siempre la Iglesia, que encontró, además, amplio acuerdo con su doctrina en la reflexión ponderada de los hombres y en los testimonios de la historia». (Nota17: Cf. Inocencio IV, carta Sub catholica professione, 6-III-1254, Denz 835: [«En cuanto a la fornicación que comete soltero con soltera, no ha de dudarse en modo alguno que es pecado mortal, ya que afirma el Apóstol que tanto fornicarios como adúlteros son ajenos al reino de Dios (cf. 1Cor 6,9ss)»]; Pío II, Cum sicut accepimus, 13-XI-1459, Denz 1367; decr. Santo Oficio, 24-IX-1665, Denz 2045; 2-III-1679, Denz 2148; Pío XI, enc. Casti Connubii, 31-XII-1930).
«Como enseña la experiencia, para que la unión sexual responda verdaderamente a las exigencias de su propia finalidad y de la dignidad humana, el amor tiene que tener su salvaguardia en la estabilidad del matrimonio. Estas exigencias reclaman un contrato conyugal sancionado y garantizado por la sociedad; contrato que instaura un estado de vida de capital importancia tanto para la unión exclusiva del hombre y de la mujer como para el bien de su familia y de la comunidad humana. A la verdad, las relaciones sexuales prematrimoniales excluyen las más de las veces la prole; y lo que se presenta como un amor conyugal no podrá desplegarse, como debería indefectiblemente, en un amor paternal y maternal. O si eventualmente se despliega, lo hará con detrimento de los hijos, que se verán privados de la convivencia estable en la que puedan desarrollarse, como conviene, y encontrar el camino y los medios necesarios para integrarse en la sociedad.
«Por tanto, el consentimiento de las personas que quieren unirse en matrimonio tiene que ser manifestado exteriormente y de manera válida ante la sociedad. En cuanto a los fieles, es menester que, para la instauración de la sociedad conyugal, expresen según las leyes de la Iglesia su consentimiento, lo cual hará de su matrimonio un sacramento de Cristo» (7).
–Hoy son muchos quienes piensan que guardar la castidad es imposible, y más entre los novios. Esa afirmación puede formularse en otra variante, prácticamente equivalente: los pecados contra la castidad no son propiamente pecados, sino actos normales, naturales, exigidos por la propia naturaleza humana. Un texto de la declaración Persona humana (9), niega ese grave error y afirma la verdad:
«Con frecuencia se pone hoy en duda, o se niega expresamente, la doctrina tradicional según la cual la masturbación constituye un grave desorden moral. Se dice que la psicología y la sociología demuestran que se trata de un fenómeno normal de la evolución de la sexualidad, sobre todo en los jóvenes, y que no se da falta real y grave [falta, otro eufemismo: culpa, en el original latino] sino en la medida en que el sujeto ceda deliberadamente a una autosatisfacción cerrada en sí misma (ipsación); entonces sí que el acto es radicalmente contrario a la unión amorosa entre personas de sexo diferente, siendo tal unión, a juicio de algunos, el objetivo principal del uso de la facultad sexual.
«Tal opinión contradice la doctrina y la práctica pastoral de la Iglesia católica. Sea lo que fuere de ciertos argumentos de orden biológico o filosófico de que se sirvieron a veces los teólogos, tanto el Magisterio de la Iglesia, de acuerdo con una tradición constante, como el sentido moral de los fieles, han afirmado sin ninguna duda que la masturbación es un acto intrínseca y gravemente desordenado». (Nota 19. Cf. León IX, carta Ad splendidum nitentis, 1054, Denz687-688; decr. Santo Oficio, 2-III-1679, Denz 2149; Pío XII, Aloc. 18-X-1953; 19-V-1956). (…).
«Las encuestas sociológicas pueden indicar la frecuencia de este desorden según los lugares, la población o las circunstancias que tomen en consideración. Pero entonces se constatan hechos. Y los hechos no constituyen un criterio que permita juzgar del valor moral de los actos humanos. La frecuencia del fenómeno en cuestión ha de ponerse indudablemente en relación con la debilidad innata del hombre a consecuencia del pecado original; pero también con la pérdida del sentido de Dios, con la depravación de las costumbres engendrada por la comercialización del vicio, con la licencia desenfrenada de tantos espectáculos y publicaciones; así como también con el olvido del pudor, custodio de la castidad».
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Una vida cristiana sana hace posible la castidad en todas las edades del cristiano, niño y adolescente, adulto y anciano. También en los novios. El concilio de Trento, haciendo suya una frase de San Agustín, enseña que «Dios no manda cosas imposibles, sino que el mandar avisa que hagas lo que puedas y pidas lo que no puedas, y ayuda para que puedas: “sus mandamientos no son pesados” (1Jn 5,3), y “su yugo es suave y su carga ligera” (Mt 11,30)» (1547: Denz 1536). La experiencia de muchos cristianos, que están viviendo con fidelidad la vida cristiana nos muestra que la estabilidad en la vida de la gracia es posible en todas las edades y circunstancias, aunque puedan producirse caídas esporádicas. Valga el ejemplo, aunque sea un tanto prosaico: es perfectamente posible conducir un coche sin producir accidentes, atropellos, choques. Éstos pueden darse en algún momento, pero un conductor atento y cuidadoso puede pasar años sin fallo alguno considerable. No es preciso ningún milagro para eso.
Cuando decae la vida cristiana esta convicción vacila, apoyándose en las experiencias negativas. Los bautizados, los novios concretamente, que se consideran autorizados a vivir según los criterios y costumbres del mundo, que incluso lo consideran un deber en virtud de una espiritualidad de «encarnación» (!); que no viven la oración, la misa dominical, la lectura de las Escrituras y libros espirituales, la comunidad parroquial o de otros grupos cristianos; aquellos que no guardan el pudor en el vestido, las conversaciones, los espectáculos, las lecturas, las miradas; quienes asimilan las costumbres del mundo, novios, por ejemplo, que pasan juntos semidesnudos en la playa horas y horas; que hacen solos un viaje de vacaciones; que no se privan de películas obscenas… et sic de cæteris, podrán afirmar, con graves fundamentos experimentales, que es imposible la castidad en los novios. La castidad y cualquier otra virtud.
Pero la experiencia positiva de los novios verdaderamente cristianos es un testimonio elocuente en favor de la castidad. De facto ad posse valet illatio (es válida la ilación que del hecho mismo concluye su posibilidad). Los novios cristianos que viven de «la fe operante por la caridad» (Gal 5,6), piden al Señor la castidad, la procuran auxiliados por su gracia y la viven. Y la misma castidad les hace distinguir perfectamente entre las muestras físicas de cariño que son puras, de aquellas otras pecaminosas en las que se busca el placer netamente sexual, excitando una sensualidad específica que estaba latente.
Ellos son conscientes de ser miembros del Cuerpo de Cristo, templos de la Santísima Trinidad, herederos del cielo, destinados no a la perdición, sino a la vida eterna. Saben amar al prójimo en caridad, no en amor egoísta, culpable y destructivo, sino en amor santo y santificante. Se levantan de sus caídas por el arrepentimiento y el sacramento de la penitencia. Guardan cuidadosamente el pudor, procurando «abstenerse hasta de la apariencia del mal» (1Tes 5,22). Viven en la presencia de Dios, procurando ser dóciles a su gracia, para serle gratos en todo. Saben, intuyen al menos, aunque no hayan leído la Familiaris consortio (57), que «la Eucaristía es la fuente misma del matrimonio cristiano». Frecuentan, pues, la santa Misa, participan del sacrificio de la cruz –muriendo al hombre carnal–, y participan por tanto de la resurrección de Cristo –viviendo el hombre espiritual–. Rezan juntos al Señor y se encomiendan al amparo de la Santísima Virgen. Éstos, los novios verdaderamente cristianos, viven así «al amparo del Altísimo» (Sal 90).
«Él te librará de la red del cazador, de la peste funesta. Te cubrirá con sus plumas, bajo sus alas te refugiarás, su brazo es escudo y armadura. No temerás el espanto nocturno, ni la flecha que vuela de día. Caerán a tu izquierda mil, diez mil a tu derecha: a ti no te alcanzará, porque hiciste del Señor tu refugio, tomaste al Altísimo por defensa. No se te acercará la desgracia, porque a sus ángeles ha dado órdenes para que te guarden en tus caminos; te llevarán en sus palmas, pra que tu pie no tropiece en la piedra. Lo defenderé, lo glorificaré, lo saciaré de largos días, y le haré ver mi salvación».