Un error sobre los métodos naturales de la regulación de nacimientos
“Los métodos naturales
de la regulación de nacimientos son morales. La diferencia entre métodos
artificiales y naturales en la planificación familiar es que en aquellos se
utilizan medios físicos (el preservativo, el abortivo DIU), químicos
(espermicidas), u hormonales (píldoras) para frustrar la concepción. En
cambio los métodos naturales se limitan a elegir los días infecundos, en lo
cual no hay nada inmoral”.
P. Jorge Loring, S.J.
Los
«métodos naturales» de regulación de los nacimientos –en tanto que medios,
plenamente lícitos– han contribuido, de facto, a generar una ramificación
«católica» de la mentalidad anticonceptiva. No sin culpa de los
especialistas, que se han dedicado a presentarlos como una alternativa a los
métodos artificiales. Como decía Santo Tomás, «los contrarios pertenecen al
mismo género».
Esa contraposición con los métodos artificiales (la difusión del más famoso
de los métodos naturales, el Billings, coincidió con la de «la píldora» y de
la Humanae vitae) ha influido de forma muy negativa en la comprensión del
valor de esos métodos y de su significación moral: se ha puesto un énfasis
tan desproporcionado en el mismo método que en muchas ocasiones ha terminado
por hacer perder su sentido de medio y se han convertido en criterio de
conducta. En el fondo, al leerse dentro de esa contraposición, se han
entendido muchas veces como una forma católica de alcanzar fines semejantes
a los anticonceptivos artificiales.
La cita del P. Loring que encabeza este artículo es representativa de esa
distorsión y en última instancia de la falta de comprensión del verdadero y
limitado sentido de estas metodologías. En ese galimatías se hace una
valoración moral absoluta de los métodos naturales: «son morales», e
inmediatamente se los contrapone a los «artificiales», para acabar
concluyendo: «en cambio, los métodos naturales se limitan a elegir los días
infecundos, en lo cual no hay nada inmoral». Mejor sería decir que no hay
nada inmoral en esa elección… si la decisión a cuyo servicio se ponen esos
medios es moralmente recta, aspecto que ha quedado completamente implícito
en toda la exposición del jesuita. Se advierte el aroma de los sistemas de
moralidad y de las clericales recetas morales. Lo cierto es que esta extrema
simplificación es entendida por muchos, no sin razón, como una radical
modificación del criterio moral para los actos conyugales.
El error consiste en pensar que la licitud del medio –el método natural–
influye en la formulación del juicio moral precedente que resuelve de la
conveniencia o no de concebir un hijo en un determinado período de la vida
de un matrimonio (a título de circunstancia podría tener alguna influencia,
pero ésa es otra historia). No falta quien, en su simétrica incomprensión de
la condición razonable de la procreación, excluye absolutamente la licitud
de un juicio de esta naturaleza. Otro error. Una cosa es que sin la
adquisición de la virtud de la prudencia sea muy difícil no dejarse influir
por las pasiones hasta desvirtuar ese juicio haciéndolo egoísta y cicatero
(prescindiendo del factor determinante que constituye el fin primario del
matrimonio), y otra que este juicio no sea posible. Posible, debido,
necesario lo es, si es que queremos que la concepción sea un acto humano.
De manera que si el matrimonio toma esa decisión (de espaciar la venida de
los hijos) sólo podrá recurrir –ahora sí– a medios que sean en sí mismos
lícitos, como lo son los llamados métodos naturales. Sólo así se preserva la
racionalidad del acto moral y sólo así se garantiza continuidad de los
principios. Antes del descubrimiento del Billings y de sus versiones
mejoradas, también podría darse el mismo juicio prudencial en un matrimonio.
La diferencia no estribaba en las condiciones del juicio, sino en el abanico
de posibilidades que ahora se tiene para obrar en consecuencia de ese
juicio, que antes era menor (léase: antes de «los métodos naturales» sólo
existía «el método natural», la abstinencia, para materializar esa decisión
prudencial). Tampoco seamos ingenuos y pensemos que esa nueva disponibilidad
de medios resulte plenamente indiferente en la edificación moral de los
cónyuges. Una cosa es que, dada la decisión prudente previa sea
perfectamente lícito usar de esos medios y otra, muy diferente, que a partir
de ahí ese uso no tenga ninguna influencia en las disposiciones morales de
los sujetos, porque eso no es cierto. Una vez más, de lo que se trata no es
de establecer reglitas que prescindan de la prudencia de los sujetos, sino
de estimular la formación de una personalidad moral que sea capaz de buscar
la verdad de las acciones de la propia vida. Pero esto no es un tratado, así
que concluyamos.
Si alguien se plantea la duda de si los métodos naturales no serán «el
preservativo católico» no sólo habrá que explicarle las diferencias entre
obstaculizar física, química u hormonalmente un proceso natural (con lo cual
sólo se da razón de la licitud del medio y, en el fondo se le refuerza en su
sospecha de fondo), sino que habrá que aclararle que esos métodos en nada
deben influir en la decisión prudencial, es decir, que los métodos no
conforman conductas. No deben hacerlo, al menos, y no es su papel.
Aquí se abre otro problema de desatender la formación del juicio moral y de
la prudencia, que es permitir que los medios acaben determinando el criterio
de la acción. Sin duda, el problema más grave es el abandono de la formación
de la personalidad moral, pero una personalidad inmadura moralmente está,
además, inerme ante el aspecto «fascinante» de los medios, en este caso los
método naturales: su capacidad de hacernos concebir la realidad bajo su
prisma, de transformar nuestra concepción del acto conyugal. Fascinación en
su sentido más profundo y original, sin el huero oropel con el que solemos
adornar el uso actual de la palabra: hechizo, encantamiento y, en
particular, referido a los sentidos, obsesión, saturación completa por un
objeto que modifica nuestra mirada sobre los demás. Es un fenómeno tan real
y omnipresente que, si no lo advertimos, nos arriesgamos a no comprender
nada de nuestro propio combate moral, a permanecer siempre más en la
penumbra que en la claridad a la hora de tomar decisiones. Los medios pueden
ser lícitos o ilícitos, pero nunca son insignificantes. Siempre conllevan
una cierta inclinación objetiva y, sobre todo, la propensión a erigirse en
criterio, a sobreponerse al agente si no los domeña mediante su señorío
moral.
El brigante, infocatolica.com