EXHORTACIÓN APOSTÓLICA POSTSINODAL: CHRISTUS VIVIT DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LOS JÓVENES Y A TODO EL PUEBLO DE DIOS
1. Vive Cristo, esperanza nuestra, y Él es la más hermosa juventud de este
mundo. Todo lo que Él toca se vuelve joven, se hace nuevo, se llena de vida.
Entonces, las primeras palabras que quiero dirigir a cada uno de los jóvenes
cristianos son: ¡Él vive y te quiere vivo!
2. Él está en ti, Él está contigo y nunca se va. Por más que te alejes, allí
está el Resucitado, llamándote y esperándote para volver a empezar. Cuando
te sientas avejentado por la tristeza, los rencores, los miedos, las dudas o
los fracasos, Él estará allí para devolverte la fuerza y la esperanza.
3. A todos los jóvenes cristianos les escribo con cariño esta Exhortación
apostólica, es decir, una carta que recuerda algunas convicciones de nuestra
fe y que al mismo tiempo alienta a crecer en la santidad y en el compromiso
con la propia vocación. Pero puesto que es un hito dentro de un camino
sinodal, me dirijo al mismo tiempo a todo el Pueblo de Dios, a sus pastores
y a sus fieles, porque la reflexión sobre los jóvenes y para los jóvenes nos
convoca y nos estimula a todos. Por consiguiente, en algunos párrafos
hablaré directamente a los jóvenes y en otros ofreceré planteamientos más
generales para el discernimiento eclesial.
4. Me he dejado inspirar por la riqueza de las reflexiones y diálogos del
Sínodo del año pasado. No podré recoger aquí todos los aportes que ustedes
podrán leer en el Documento final, pero he tratado de asumir en la redacción
de esta carta las propuestas que me parecieron más significativas. De ese
modo, mi palabra estará cargada de miles de voces de creyentes de todo el
mundo que hicieron llegar sus opiniones al Sínodo. Aun los jóvenes no
creyentes, que quisieron participar con sus reflexiones, han propuesto
cuestiones que me plantearon nuevas preguntas.
Capítulo primero
¿Qué dice la Palabra de Dios sobre los jóvenes?
5. Rescatemos algunos tesoros de las Sagradas Escrituras, donde varias veces
se habla de los jóvenes y de cómo el Señor sale a su encuentro.
En el Antiguo Testamento
6. En una época en que los jóvenes contaban poco, algunos textos muestran
que Dios mira con otros ojos. Por ejemplo, vemos que José era uno de los más
pequeños de la familia (cf. Gn 37,2-3). Sin embargo, Dios le comunicaba
cosas grandes en sueños y superó a todos sus hermanos en importantes tareas
cuando tenía unos veinte años (cf. Gn 37-47).
7. En Gedeón, reconocemos la sinceridad de los jóvenes, que no acostumbran a
edulcorar la realidad. Cuando se le dijo que el Señor estaba con él,
respondió: «Si Yahvé está con nosotros, ¿por qué nos ocurre todo esto?» (Jc
6,13). Pero Dios no se molestó por ese reproche y redobló la apuesta por él:
«Ve con esa fuerza que tienes y salvarás a Israel» (Jc 6,14).
8. Samuel era un jovencito inseguro, pero el Señor se comunicaba con él.
Gracias al consejo de un adulto, abrió su corazón para escuchar el llamado
de Dios: «Habla Señor, que tu siervo escucha» (1 S 3,9-10). Por eso fue un
gran profeta que intervino en momentos importantes de su patria. El rey Saúl
también era un joven cuando el Señor lo llamó a cumplir su misión (cf. 1 S
9,2).
9. El rey David fue elegido siendo un muchacho. Cuando el profeta Samuel
estaba buscando al futuro rey de Israel, un hombre le presentó como
candidatos a sus hijos mayores y más experimentados. Pero el profeta dijo
que el elegido era el jovencito David, que cuidaba las ovejas (cf. 1 S
16,6-13), porque «el hombre mira las apariencias, pero Dios mira el corazón»
(v. 7). La gloria de la juventud está en el corazón más que en la fuerza
física o en la impresión que uno provoca en los demás.
10. Salomón, cuando tuvo que suceder a su padre, se sintió perdido y dijo a
Dios: «Soy un joven muchacho y no sé por dónde empezar y terminar» (1 R
3,7). Sin embargo, la audacia de la juventud lo movió a pedir a Dios la
sabiduría y se entregó a su misión. Algo semejante le ocurrió al profeta
Jeremías, llamado a despertar a su pueblo siendo muy joven. En su temor
dijo: «¡Ay Señor! Mira que no sé hablar, porque soy demasiado joven» (Jr
1,6). Pero el Señor le pidió que no dijera eso (cf. Jr 1,7), y agregó: «No
temas delante de ellos, porque yo estoy contigo para librarte» (Jr 1,8). La
entrega del profeta Jeremías a su misión muestra lo que es posible si se
unen la frescura de la juventud y la fuerza de Dios.
11. Una muchachita judía, que estaba al servicio del militar extranjero
Naamán, intervino con fe para ayudarlo a curarse de su enfermedad (cf. 2 R
5,2-6). La joven Rut fue un ejemplo de generosidad al quedarse con su suegra
caída en desgracia (cf. Rt 1,1-18), y también mostró su audacia para salir
adelante en la vida (cf. Rt 4,1-17).
En el Nuevo Testamento
12. Cuenta una parábola de Jesús (cf. Lc 15,11-32) que el hijo “más joven”
quiso irse de la casa paterna hacia un país lejano (cf. vv. 12-13). Pero sus
sueños de autonomía se convirtieron en libertinaje y desenfreno (cf. v. 13)
y probó lo duro de la soledad y de la pobreza (cf. vv. 14-16). Sin embargo,
supo recapacitar para empezar de nuevo (cf. vv. 17-19) y decidió levantarse
(cf. v. 20). Es propio del corazón joven disponerse al cambio, ser capaz de
volver a levantarse y dejarse enseñar por la vida. ¿Cómo no acompañar al
hijo en ese nuevo intento? Pero el hermano mayor ya tenía el corazón
avejentado y se dejó poseer por la avidez, el egoísmo y la envidia (cf. vv.
28-30). Jesús elogia al joven pecador que retoma el buen camino más que al
que se cree fiel pero no vive el espíritu del amor y de la misericordia.
13. Jesús, el eternamente joven, quiere regalarnos un corazón siempre joven.
La Palabra de Dios nos pide: «Eliminen la levadura vieja para ser masa
joven» (1 Co 5,7). Al mismo tiempo nos invita a despojarnos del «hombre
viejo» para revestirnos del hombre «joven» (cf. Col 3,9.10)[1]. Y cuando
explica lo que es revestirse de esa juventud «que se va renovando» (v. 10)
dice que es tener «entrañas de misericordia, de bondad, humildad,
mansedumbre, paciencia, soportándose unos a otros y perdonándose mutuamente
si alguno tiene queja contra otro» (Col 3,12-13). Esto significa que la
verdadera juventud es tener un corazón capaz de amar. En cambio, lo que
avejenta el alma es todo lo que nos separa de los demás. Por eso concluye:
«Por encima de todo esto, revístanse del amor, que es el vínculo de la
perfección» (Col 3,14).
14. Advirtamos que a Jesús no le caía bien que las personas adultas miraran
despectivamente a los más jóvenes o los tuvieran a su servicio de manera
despótica. Al contrario, Él pedía: «que el mayor entre ustedes sea como el
más joven» (Lc 22,26). Para Él la edad no establecía privilegios, y que
alguien tuviera menos años no significaba que valiera menos o que tuviera
menor dignidad.
15. La Palabra de Dios dice que a los jóvenes hay que tratarlos «como a
hermanos» (1 Tm 5,1), y recomienda a los padres: «No exasperen a sus hijos,
para que no se desanimen» (Col 3,21). Un joven no puede estar desanimado, lo
suyo es soñar cosas grandes, buscar horizontes amplios, atreverse a más,
querer comerse el mundo, ser capaz de aceptar propuestas desafiantes y
desear aportar lo mejor de sí para construir algo mejor. Por eso insisto a
los jóvenes que no se dejen robar la esperanza, y a cada uno le repito: «que
nadie menosprecie tu juventud» (1 Tm 4,12).
16. Sin embargo, al mismo tiempo a los jóvenes se les recomienda: «Sean
sumisos a los ancianos» (1 P 5,5). La Biblia siempre invita a un profundo
respeto hacia los ancianos, porque albergan un tesoro de experiencia, han
probado los éxitos y los fracasos, las alegrías y las grandes angustias de
la vida, las ilusiones y los desencantos, y en el silencio de su corazón
guardan tantas historias que nos pueden ayudar a no equivocarnos ni
engañarnos por falsos espejismos. La palabra de un anciano sabio invita a
respetar ciertos límites y a saber dominarse a tiempo: «Exhorta igualmente a
los jóvenes para que sepan controlarse en todo» (Tt 2,6). No hace bien caer
en un culto a la juventud, o en una actitud juvenil que desprecia a los
demás por sus años, o porque son de otra época. Jesús decía que la persona
sabia es capaz de sacar del arcón tanto lo nuevo como lo viejo (cf. Mt
13,52). Un joven sabio se abre al futuro, pero siempre es capaz de rescatar
algo de la experiencia de los otros.
17. En el Evangelio de Marcos aparece una persona que, cuando Jesús le
recuerda los mandamientos, dice: «Los he cumplido desde mi juventud»
(10,20). Ya lo decía el Salmo: «Tú eres mi esperanza Señor, mi confianza
está en ti desde joven […] me instruiste desde joven y anuncié hasta hoy tus
maravillas» (71,5.17). No hay que arrepentirse de gastar la juventud siendo
buenos, abriendo el corazón al Señor, viviendo de otra manera. Nada de eso
nos quita la juventud, sino que la fortalece y la renueva: «Tu juventud se
renueva como el águila» (Sal 103,5). Por eso san Agustín se lamentaba:
«¡Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva! ¡Tarde te amé!»[2]. Pero
aquel hombre rico, que había sido fiel a Dios en su juventud, dejó que los
años le quitaran los sueños, y prefirió seguir apegado a sus bienes (cf. Mc
10,22).
18. En cambio, en el Evangelio de Mateo aparece un joven (cf. Mt 19,20.22)
que se acerca a Jesús para pedir más (cf. v. 20), con ese espíritu abierto
de los jóvenes, que busca nuevos horizontes y grandes desafíos. En realidad
su espíritu no era tan joven, porque ya se había aferrado a las riquezas y a
las comodidades. Él decía de la boca para afuera que quería algo más, pero
cuando Jesús le pidió que fuera generoso y repartiera sus bienes, se dio
cuenta de que era incapaz de desprenderse de lo que tenía. Finalmente, «al
oír estas palabras el joven se retiró entristecido» (v. 22). Había
renunciado a su juventud.
19. El Evangelio también nos habla de unas jóvenes prudentes, que estaban
preparadas y atentas, mientras otras vivían distraídas y adormecidas (cf. Mt
25,1-13). Porque uno puede pasar su juventud distraído, volando por la
superficie de la vida, adormecido, incapaz de cultivar relaciones profundas
y de entrar en lo más hondo de la vida. De ese modo prepara un futuro pobre,
sin substancia. O uno puede gastar su juventud para cultivar cosas bellas y
grandes, y así prepara un futuro lleno de vida y de riqueza interior.
20. Si has perdido el vigor interior, los sueños, el entusiasmo, la
esperanza y la generosidad, ante ti se presenta Jesús como se presentó ante
el hijo muerto de la viuda, y con toda su potencia de Resucitado el Señor te
exhorta: «Joven, a ti te digo, ¡levántate!» (Lc 7,14).
21. Sin duda hay muchos otros textos de la Palabra de Dios que pueden
iluminarnos acerca de esta etapa de la vida. Recogeremos algunos de ellos en
los próximos capítulos.
Capítulo segundo
Jesucristo siempre joven
22. Jesús es «joven entre los jóvenes para ser ejemplo de los jóvenes y
consagrarlos al Señor»[3]. Por eso el Sínodo dijo que «la juventud es una
etapa original y estimulante de la vida, que el propio Jesús vivió,
santificándola»[4]. ¿Qué nos cuenta el Evangelio acerca de la juventud de
Jesús?
La juventud de Jesús
23. El Señor «entregó su espíritu» (Mt 27,50) en una cruz cuando tenía poco
más de 30 años de edad (cf. Lc 3,23). Es importante tomar conciencia de que
Jesús fue un joven. Dio su vida en una etapa que hoy se define como la de un
adulto joven. En la plenitud de su juventud comenzó su misión pública y así
«brilló una gran luz» (Mt 4,16), sobre todo cuando dio su vida hasta el fin.
Este final no era improvisado, sino que toda su juventud fue una preciosa
preparación, en cada uno de sus momentos, porque «todo en la vida de Jesús
es signo de su misterio»[5] y «toda la vida de Cristo es misterio de
Redención»[6].
24. El Evangelio no habla de la niñez de Jesús, pero sí nos narra algunos
acontecimientos de su adolescencia y juventud. Mateo sitúa este período de
la juventud del Señor entre dos acontecimientos: el regreso de su familia a
Nazaret, después del tiempo de exilio, y su bautismo en el Jordán, donde
comenzó su misión pública. Las últimas imágenes de Jesús niño son las de un
pequeño refugiado en Egipto (cf. Mt 2,14-15) y posteriormente las de un
repatriado en Nazaret (cf. Mt 2,19-23). Las primeras imágenes de Jesús,
joven adulto, son las que nos lo presentan en el gentío junto al río Jordán,
para hacerse bautizar por su primo Juan el Bautista, como uno más de su
pueblo (cf. Mt 3,13-17).
25. Este bautismo no era como el nuestro, que nos introduce en la vida de la
gracia, sino que fue una consagración antes de comenzar la gran misión de su
vida. El Evangelio dice que su bautismo fue motivo de la alegría y del
beneplácito del Padre: «Tú eres mi Hijo amado» (Lc 3,22). En seguida Jesús
apareció lleno del Espíritu Santo y fue conducido por el Espíritu al
desierto. Así estaba preparado para salir a predicar y a hacer prodigios,
para liberar y sanar (cf. Lc 4,1-14). Cada joven, cuando se sienta llamado a
cumplir una misión en esta tierra, está invitado a reconocer en su interior
esas mismas palabras que le dice el Padre Dios: «Tú eres mi hijo amado».
26. Entre estos relatos, encontramos uno que muestra a Jesús en plena
adolescencia. Es cuando regresó con sus padres a Nazaret, después que ellos
lo perdieron y lo encontraron en el Templo (cf. Lc 2,41-51). Allí dice que
«les estaba sujeto» (cf. Lc 2,51), porque no renegaba de su familia.
Después, Lucas agrega que Jesús «crecía en sabiduría, edad y gracia ante
Dios y los hombres» (Lc 2,52). Es decir, estaba siendo preparado, y en ese
período iba profundizando su relación con el Padre y con los demás. San Juan
Pablo II explicaba que no crecía sólo físicamente, sino que «se dio también
en Jesús un crecimiento espiritual», porque «la plenitud de gracia en Jesús
era relativa a la edad: había siempre plenitud, pero una plenitud creciente
con el crecer de la edad»[7].
27. Con estos datos evangélicos podemos decir que, en su etapa de joven,
Jesús se fue «formando», se fue preparando para cumplir el proyecto que el
Padre tenía. Su adolescencia y su juventud lo orientaron a esa misión
suprema.
28. En la adolescencia y en la juventud, su relación con el Padre era la del
Hijo amado, atraído por el Padre, crecía ocupándose de sus cosas: «¿No
sabían que debo ocuparme de los asuntos de mi Padre?» (Lc 2,49). Sin
embargo, no hay que pensar que Jesús fuera un adolescente solitario o un
joven ensimismado. Su relación con la gente era la de un joven que compartía
toda la vida de una familia bien integrada en el pueblo. Aprendió el trabajo
de su padre y luego lo reemplazó como carpintero. Por eso, en el Evangelio
una vez se le llama «el hijo del carpintero» (Mt 13,55) y otra vez
sencillamente «el carpintero» (Mc 6,3). Este detalle muestra que era un
muchacho más de su pueblo, que se relacionaba con toda normalidad. Nadie lo
miraba como un joven raro o separado de los demás. Precisamente por esta
razón, cuando Jesús salió a predicar, la gente no se explicaba de dónde
sacaba esa sabiduría: «¿No es este el hijo de José?» (Lc 4,22).
29. El hecho es que «Jesús tampoco creció en una relación cerrada y
absorbente con María y con José, sino que se movía gustosamente en la
familia ampliada, que incluía a los parientes y amigos»[8]. Así entendemos
por qué sus padres, cuando regresaban de la peregrinación a Jerusalén,
estaban tranquilos pensando que el jovencito de doce años (cf. Lc 2,42)
caminaba libremente entre la gente, aunque no lo vieran durante un día
entero: «Creyendo que estaba en la caravana, hicieron un día de camino» (Lc
2,44). Ciertamente, pensaban que Jesús estaba allí, yendo y viniendo entre
los demás, bromeando con otros de su edad, escuchando las narraciones de los
adultos y compartiendo las alegrías y las tristezas de la caravana. El
término griego utilizado por Lucas para la caravana de peregrinos, synodía,
indica precisamente esta “comunidad en camino” de la que forma parte la
sagrada familia. Gracias a la confianza de sus padres, Jesús se mueve
libremente y aprende a caminar con todos los demás.
Su juventud nos ilumina
30. Estos aspectos de la vida de Jesús pueden resultar inspiradores para
todo joven que crece y se prepara para realizar su misión. Esto implica
madurar en la relación con el Padre, en la conciencia de ser uno más de la
familia y del pueblo, y en la apertura a ser colmado por el Espíritu y
conducido a realizar la misión que Dios encomienda, la propia vocación. Nada
de esto debería ser ignorado en la pastoral juvenil, para no crear proyectos
que aíslen a los jóvenes de la familia y del mundo, o que los conviertan en
una minoría selecta y preservada de todo contagio. Necesitamos más bien
proyectos que los fortalezcan, los acompañen y los lancen al encuentro con
los demás, al servicio generoso, a la misión.
31. Jesús no los ilumina a ustedes, jóvenes, desde lejos o desde afuera,
sino desde su propia juventud, que comparte con ustedes. Es muy importante
contemplar al Jesús joven que nos muestran los evangelios, porque Él fue
verdaderamente uno de ustedes, y en Él se pueden reconocer muchas notas de
los corazones jóvenes. Lo vemos, por ejemplo, en las siguientes
características: «Jesús tenía una confianza incondicional en el Padre, cuidó
la amistad con sus discípulos, e incluso en los momentos críticos permaneció
fiel a ellos. Manifestó una profunda compasión por los más débiles,
especialmente los pobres, los enfermos, los pecadores y los excluidos. Tuvo
la valentía de enfrentarse a las autoridades religiosas y políticas de su
tiempo; vivió la experiencia de sentirse incomprendido y descartado; sintió
miedo del sufrimiento y conoció la fragilidad de la pasión; dirigió su
mirada al futuro abandonándose en las manos seguras del Padre y a la fuerza
del Espíritu. En Jesús todos los jóvenes pueden reconocerse»[9].
32. Por otra parte, Jesús ha resucitado y nos quiere hacer partícipes de la
novedad de su resurrección. Él es la verdadera juventud de un mundo
envejecido, y también es la juventud de un universo que espera con «dolores
de parto» (Rm 8,22) ser revestido con su luz y con su vida. Cerca de Él
podemos beber del verdadero manantial, que mantiene vivos nuestros sueños,
nuestros proyectos, nuestros grandes ideales, y que nos lanza al anuncio de
la vida que vale la pena. En dos detalles curiosos del evangelio de Marcos
puede advertirse el llamado a la verdadera juventud de los resucitados. Por
una parte, en la pasión del Señor aparece un joven temeroso que intentaba
seguir a Jesús pero que huyó desnudo (cf. Mc 14,51-52), un joven que no tuvo
la fuerza de arriesgarlo todo por seguir al Señor. En cambio, junto al
sepulcro vacío, vemos a un joven «vestido con una túnica blanca» (16,5) que
invitaba a perder el temor y anunciaba el gozo de la resurrección (cf.
16,6-7).
33. El Señor nos llama a encender estrellas en la noche de otros jóvenes,
nos invita a mirar los verdaderos astros, esos signos tan variados que Él
nos da para que no nos quedemos quietos, sino que imitemos al sembrador que
miraba las estrellas para poder arar el campo. Dios nos enciende estrellas
para que sigamos caminando: «Las estrellas brillan alegres en sus puestos de
guardia, Él las llama y le responden» (Ba 3,34-35). Pero Cristo mismo es
para nosotros la gran luz de esperanza y de guía en nuestra noche, porque Él
es «la estrella radiante de la mañana» (Ap 22,16).
La juventud de la Iglesia
34. Ser joven, más que una edad es un estado del corazón. De ahí que una
institución tan antigua como la Iglesia pueda renovarse y volver a ser joven
en diversas etapas de su larguísima historia. En realidad, en sus momentos
más trágicos siente el llamado a volver a lo esencial del primer amor.
Recordando esta verdad, el Concilio Vaticano II expresaba que «rica en un
largo pasado, siempre vivo en ella y marchando hacia la perfección humana en
el tiempo y hacia los objetivos últimos de la historia y de la vida, es la
verdadera juventud del mundo». En ella es posible siempre encontrar a Cristo
«el compañero y amigo de los jóvenes»[10].
Una Iglesia que se deja renovar
35. Pidamos al Señor que libere a la Iglesia de los que quieren avejentarla,
esclerotizarla en el pasado, detenerla, volverla inmóvil. También pidamos
que la libere de otra tentación: creer que es joven porque cede a todo lo
que el mundo le ofrece, creer que se renueva porque esconde su mensaje y se
mimetiza con los demás. No. Es joven cuando es ella misma, cuando recibe la
fuerza siempre nueva de la Palabra de Dios, de la Eucaristía, de la
presencia de Cristo y de la fuerza de su Espíritu cada día. Es joven cuando
es capaz de volver una y otra vez a su fuente.
36. Es cierto que los miembros de la Iglesia no tenemos que ser “bichos
raros”. Todos tienen que sentirnos hermanos y cercanos, como los Apóstoles,
que «gozaban de la simpatía de todo el pueblo» (Hch 2,47; cf. 4,21.33;
5,13). Pero al mismo tiempo tenemos que atrevernos a ser distintos, a
mostrar otros sueños que este mundo no ofrece, a testimoniar la belleza de
la generosidad, del servicio, de la pureza, de la fortaleza, del perdón, de
la fidelidad a la propia vocación, de la oración, de la lucha por la
justicia y el bien común, del amor a los pobres, de la amistad social.
37. La Iglesia de Cristo siempre puede caer en la tentación de perder el
entusiasmo porque ya no escucha la llamada del Señor al riesgo de la fe, a
darlo todo sin medir los peligros, y vuelve a buscar falsas seguridades
mundanas. Son precisamente los jóvenes quienes pueden ayudarla a mantenerse
joven, a no caer en la corrupción, a no quedarse, a no enorgullecerse, a no
convertirse en secta, a ser más pobre y testimonial, a estar cerca de los
últimos y descartados, a luchar por la justicia, a dejarse interpelar con
humildad. Ellos pueden aportarle a la Iglesia la belleza de la juventud
cuando estimulan la capacidad «de alegrarse con lo que comienza, de darse
sin recompensa, de renovarse y de partir de nuevo para nuevas
conquistas»[11].
38. Quienes ya no somos jóvenes, necesitamos ocasiones para tener cerca la
voz y el estímulo de ellos, y «la cercanía crea las condiciones para que la
Iglesia sea un espacio de diálogo y testimonio de fraternidad que
fascine»[12]. Nos hace falta crear más espacios donde resuene la voz de los
jóvenes: «La escucha hace posible un intercambio de dones, en un contexto de
empatía […]. Al mismo tiempo, pone las condiciones para un anuncio del
Evangelio que llegue verdaderamente al corazón, de modo incisivo y
fecundo»[13].
Una Iglesia atenta a los signos de los tiempos
39. «Para muchos jóvenes Dios, la religión y la Iglesia son palabras vacías,
en cambio son sensibles a la figura de Jesús, cuando viene presentada de
modo atractivo y eficaz»[14]. Por eso es necesario que la Iglesia no esté
demasiado pendiente de sí misma sino que refleje sobre todo a Jesucristo.
Esto implica que reconozca con humildad que algunas cosas concretas deben
cambiar, y para ello necesita también recoger la visión y aun las críticas
de los jóvenes.
40. En el Sínodo se reconoció «que un número consistente de jóvenes, por
razones muy distintas, no piden nada a la Iglesia porque no la consideran
significativa para su existencia. Algunos, incluso, piden expresamente que
se les deje en paz, ya que sienten su presencia como molesta y hasta
irritante. Esta petición con frecuencia no nace de un desprecio acrítico e
impulsivo, sino que hunde sus raíces en razones serias y comprensibles: los
escándalos sexuales y económicos; la falta de preparación de los ministros
ordenados que no saben captar adecuadamente la sensibilidad de los jóvenes;
el poco cuidado en la preparación de la homilía y en la explicación de la
Palabra de Dios; el papel pasivo asignado a los jóvenes dentro de la
comunidad cristiana; la dificultad de la Iglesia para dar razón de sus
posiciones doctrinales y éticas a la sociedad contemporánea»[15].
41. Si bien hay jóvenes que disfrutan cuando ven una Iglesia que se
manifiesta humildemente segura de sus dones y también capaz de ejercer una
crítica leal y fraterna, otros jóvenes reclaman una Iglesia que escuche más,
que no se la pase condenando al mundo. No quieren ver a una Iglesia callada
y tímida, pero tampoco que esté siempre en guerra por dos o tres temas que
la obsesionan. Para ser creíble ante los jóvenes, a veces necesita recuperar
la humildad y sencillamente escuchar, reconocer en lo que dicen los demás
alguna luz que la ayude a descubrir mejor el Evangelio. Una Iglesia a la
defensiva, que pierde la humildad, que deja de escuchar, que no permite que
la cuestionen, pierde la juventud y se convierte en un museo. ¿Cómo podrá
acoger de esa manera los sueños de los jóvenes? Aunque tenga la verdad del
Evangelio, eso no significa que la haya comprendido plenamente; más bien
tiene que crecer siempre en la comprensión de ese tesoro inagotable[16].
42. Por ejemplo, una Iglesia demasiado temerosa y estructurada puede ser
permanentemente crítica ante todos los discursos sobre la defensa de los
derechos de las mujeres, y señalar constantemente los riesgos y los posibles
errores de esos reclamos. En cambio, una Iglesia viva puede reaccionar
prestando atención a las legítimas reivindicaciones de las mujeres que piden
más justicia e igualdad. Puede recordar la historia y reconocer una larga
trama de autoritarismo por parte de los varones, de sometimiento, de
diversas formas de esclavitud, de abuso y de violencia machista. Con esta
mirada será capaz de hacer suyos estos reclamos de derechos, y dará su
aporte con convicción para una mayor reciprocidad entre varones y mujeres,
aunque no esté de acuerdo con todo lo que propongan algunos grupos
feministas. En esta línea, el Sínodo quiso renovar el compromiso de la
Iglesia «contra toda clase de discriminación y violencia sexual»[17]. Esa es
la reacción de una Iglesia que se mantiene joven y que se deja cuestionar e
impulsar por la sensibilidad de los jóvenes.
María, la muchacha de Nazaret
43. En el corazón de la Iglesia resplandece María. Ella es el gran modelo
para una Iglesia joven, que quiere seguir a Cristo con frescura y docilidad.
Cuando era muy joven, recibió el anuncio del ángel y no se privó de hacer
preguntas (cf. Lc 1,34). Pero tenía un alma disponible y dijo: «Aquí está la
servidora del Señor» (Lc 1,38).
44. «Siempre llama la atención la fuerza del “sí” de María joven. La fuerza
de ese “hágase” que le dijo al ángel. Fue una cosa distinta a una aceptación
pasiva o resignada. Fue algo distinto a un “sí” como diciendo: bueno, vamos
a probar a ver qué pasa. María no conocía esa expresión: vamos a ver qué
pasa. Era decidida, supo de qué se trataba y dijo “sí”, sin vueltas. Fue
algo más, fue algo distinto. Fue el “sí” de quien quiere comprometerse y el
que quiere arriesgar, de quien quiere apostarlo todo, sin más seguridad que
la certeza de saber que era portadora de una promesa. Y yo pregunto a cada
uno de ustedes. ¿Se sienten portadores de una promesa? ¿Qué promesa tengo en
el corazón para llevar adelante? María tendría, sin dudas, una misión
difícil, pero las dificultades no eran una razón para decir “no”. Seguro que
tendría complicaciones, pero no serían las mismas complicaciones que se
producen cuando la cobardía nos paraliza por no tener todo claro o asegurado
de antemano. ¡María no compró un seguro de vida! ¡María se la jugó y por eso
es fuerte, por eso es una influencer, es la influencer de Dios! El “sí” y
las ganas de servir fueron más fuertes que las dudas y las
dificultades»[18].
45. Sin ceder a evasiones ni espejismos, «ella supo acompañar el dolor de su
Hijo […] sostenerlo en la mirada, cobijarlo con el corazón. Dolor que
sufrió, pero no la resignó. Fue la mujer fuerte del “sí”, que sostiene y
acompaña, cobija y abraza. Ella es la gran custodia de la esperanza […]. De
ella aprendemos a decir “sí” en la testaruda paciencia y creatividad de
aquellos que no se achican y vuelven a comenzar»[19].
46. María era la chica de alma grande que se estremecía de alegría (cf. Lc
1,47), era la jovencita con los ojos iluminados por el Espíritu Santo que
contemplaba la vida con fe y guardaba todo en su corazón de muchacha (cf. Lc
2,19.51). Era la inquieta, la que se pone continuamente en camino, que
cuando supo que su prima la necesitaba no pensó en sus propios proyectos,
sino que salió hacia la montaña «sin demora» (Lc 1,39).
47. Y si hacía falta proteger a su niño, allá iba con José a un país lejano
(cf. Mt 2,13-14). Por eso permaneció junto a los discípulos reunidos en
oración esperando al Espíritu Santo (cf. Hch 1,14). Así, con su presencia,
nació una Iglesia joven, con sus Apóstoles en salida para hacer nacer un
mundo nuevo (cf. Hch 2,4-11).
48. Aquella muchacha hoy es la Madre que vela por los hijos, estos hijos que
caminamos por la vida muchas veces cansados, necesitados, pero queriendo que
la luz de la esperanza no se apague. Eso es lo que queremos: que la luz de
la esperanza no se apague. Nuestra Madre mira a este pueblo peregrino,
pueblo de jóvenes querido por ella, que la busca haciendo silencio en el
corazón aunque en el camino haya mucho ruido, conversaciones y
distracciones. Pero ante los ojos de la Madre sólo cabe el silencio
esperanzado. Y así María ilumina de nuevo nuestra juventud.
Jóvenes santos
49. El corazón de la Iglesia también está lleno de jóvenes santos, que
entregaron su vida por Cristo, muchos de ellos hasta el martirio. Ellos
fueron preciosos reflejos de Cristo joven que brillan para estimularnos y
para sacarnos de la modorra. El Sínodo destacó que «muchos jóvenes santos
han hecho brillar los rasgos de la edad juvenil en toda su belleza y en su
época fueron verdaderos profetas de cambio; su ejemplo muestra de qué son
capaces los jóvenes cuando se abren al encuentro con Cristo»[20].
50. «A través de la santidad de los jóvenes la Iglesia puede renovar su
ardor espiritual y su vigor apostólico. El bálsamo de la santidad generada
por la vida buena de tantos jóvenes puede curar las heridas de la Iglesia y
del mundo, devolviéndonos a aquella plenitud del amor al que desde siempre
hemos sido llamados: los jóvenes santos nos animan a volver a nuestro amor
primero (cf. Ap 2,4)»[21]. Hay santos que no conocieron la vida adulta, y
nos dejaron el testimonio de otra forma de vivir la juventud. Recordemos al
menos a algunos de ellos, de distintos momentos de la historia, que vivieron
la santidad cada uno a su modo.
51. En el siglo III, san Sebastián era un joven capitán de la guardia
pretoriana. Cuentan que hablaba de Cristo por todas partes y trataba de
convertir a sus compañeros, hasta que le ordenaron renunciar a su fe. Como
no aceptó, lanzaron sobre él una lluvia de flechas, pero sobrevivió y siguió
anunciando a Cristo sin miedo. Finalmente lo azotaron hasta matarlo.
52. San Francisco de Asís, siendo muy joven y lleno de sueños, escuchó el
llamado de Jesús a ser pobre como Él y a restaurar la Iglesia con su
testimonio. Renunció a todo con alegría y es el santo de la fraternidad
universal, el hermano de todos, que alababa al Señor por sus creaturas.
Murió en 1226.
53. Santa Juana de Arco nació en 1412. Era una joven campesina que, a pesar
de su corta edad, luchó para defender a Francia de los invasores.
Incomprendida por su aspecto y por su forma de vivir la fe, murió en la
hoguera.
54. El beato Andrés Phû Yên era un joven vietnamita del siglo XVII. Era
catequista y ayudaba a los misioneros. Fue hecho prisionero por su fe, y
debido a que no quiso renunciar a ella fue asesinado. Murió diciendo:
“Jesús”.
55. En ese mismo siglo, santa Catalina Tekakwitha, una joven laica nativa de
América del Norte, sufrió una persecución por su fe y huyó caminando más de
300 kilómetros a través de bosques espesos. Se consagró a Dios y murió
diciendo: “¡Jesús, te amo!”.
56. Santo Domingo Savio le ofrecía a María todos sus sufrimientos. Cuando
san Juan Bosco le enseñó que la santidad supone estar siempre alegres, abrió
su corazón a una alegría contagiosa. Procuraba estar cerca de sus compañeros
más marginados y enfermos. Murió en 1857 a los catorce años, diciendo: “¡Qué
maravilla estoy viendo!”.
57. Santa Teresa del Niño Jesús nació en 1873. A los 15 años, atravesando
muchas dificultades, logró ingresar a un convento carmelita. Vivió el
caminito de la confianza total en el amor del Señor y se propuso alimentar
con su oración el fuego del amor que mueve a la Iglesia.
58. El beato Ceferino Namuncurá era un joven argentino, hijo de un destacado
cacique de los pueblos originarios. Llegó a ser seminarista salesiano, lleno
de deseos de volver a su tribu para llevar a Jesucristo. Murió en 1905.
59. El beato Isidoro Bakanja era un laico del Congo que daba testimonio de
su fe. Fue torturado durante largo tiempo por haber propuesto el
cristianismo a otros jóvenes. Murió perdonando a su verdugo en 1909.
60. El beato Pier Giorgio Frassati, que murió en 1925, «era un joven de una
alegría contagiosa, una alegría que superaba también tantas dificultades de
su vida»[22]. Decía que él intentaba retribuir el amor de Jesús que recibía
en la comunión, visitando y ayudando a los pobres.
61. El beato Marcel Callo era un joven francés que murió en 1945. En Austria
fue encerrado en un campo de concentración donde confortaba en la fe a sus
compañeros de cautiverio, en medio de duros trabajos.
62. La joven beata Chiara Badano, que murió en 1990, «experimentó cómo el
dolor puede ser transfigurado por el amor […]. La clave de su paz y alegría
era la plena confianza en el Señor y la aceptación de la enfermedad como
misteriosa expresión de su voluntad para su bien y el de los demás»[23].
63. Que ellos y también muchos jóvenes que quizás desde el silencio y el
anonimato vivieron a fondo el Evangelio, intercedan por la Iglesia, para que
esté llena de jóvenes alegres, valientes y entregados que regalen al mundo
nuevos testimonios de santidad.
Capítulo tercero
Ustedes son el ahora de Dios
64. Después de recorrer la Palabra de Dios, no podemos decir sólo que los
jóvenes son el futuro del mundo. Son el presente, lo están enriqueciendo con
su aporte. Un joven ya no es un niño, está en un momento de la vida en que
comienza a tomar distintas responsabilidades, participando con los adultos
en el desarrollo de la familia, de la sociedad, de la Iglesia. Pero los
tiempos cambian, y resuena la pregunta: ¿cómo son los jóvenes hoy, qué les
pasa ahora?
En positivo
65. El Sínodo reconoció que los fieles de la Iglesia no siempre tienen la
actitud de Jesús. En lugar de disponernos a escucharlos a fondo, «a veces
predomina la tendencia a dar respuestas preconfeccionadas y recetas
preparadas, sin dejar que las preguntas de los jóvenes se planteen con su
novedad y sin aceptar su provocación»[24]. En cambio, cuando la Iglesia
abandona esquemas rígidos y se abre a la escucha disponible y atenta de los
jóvenes, esta empatía la enriquece, porque «permite que los jóvenes den su
aportación a la comunidad, ayudándola a abrirse a nuevas sensibilidades y a
plantearse preguntas inéditas»[25].
66. Hoy los adultos corremos el riesgo de hacer un listado de calamidades,
de defectos de la juventud actual. Algunos podrán aplaudirnos porque
parecemos expertos en encontrar puntos negativos y peligros. ¿Pero cuál
sería el resultado de esa actitud? Más y más distancia, menos cercanía,
menos ayuda mutua.
67. La clarividencia de quien ha sido llamado a ser padre, pastor o guía de
los jóvenes consiste en encontrar la pequeña llama que continúa ardiendo, la
caña que parece quebrarse (cf. Is 42,3), pero que sin embargo todavía no se
rompe. Es la capacidad de encontrar caminos donde otros ven sólo murallas,
es la habilidad de reconocer posibilidades donde otros ven solamente
peligros. Así es la mirada de Dios Padre, capaz de valorar y alimentar las
semillas de bien sembradas en los corazones de los jóvenes. El corazón de
cada joven debe por tanto ser considerado “tierra sagrada”, portador de
semillas de vida divina, ante quien debemos “descalzarnos” para poder
acercarnos y profundizar en el Misterio.
Muchas juventudes
68. Podríamos intentar describir las características de los jóvenes de hoy,
pero ante todo quiero recoger una advertencia de los Padres sinodales: «La
composición del Sínodo ha hecho visible la presencia y la aportación de las
diversas regiones del mundo, y ha puesto de relieve la belleza de ser
Iglesia universal. Aun en un contexto de globalización creciente, los Padres
sinodales han pedido que se destacaran las numerosas diferencias entre
contextos y culturas, incluso dentro de un mismo país. Existe una pluralidad
de mundos juveniles, tanto es así que en algunos países se tiende a utilizar
el término “juventud” en plural. Además, la franja de edad considerada por
este Sínodo (16-29 años) no representa un conjunto homogéneo, sino que está
compuesta por grupos que viven situaciones peculiares»[26].
69. Ya desde el punto de vista demográfico, en algunos países hay muchos
jóvenes, mientras otros tienen una tasa de natalidad muy baja. Pero «otra
diferencia deriva de la historia, que distingue a los países y continentes
de antigua tradición cristiana, cuya cultura es portadora de una memoria que
no hay que perder, respecto de los países y continentes marcados en cambio
por otras tradiciones religiosas y en los que el cristianismo es una
presencia minoritaria y a veces reciente. En otros territorios, además, las
comunidades cristianas y los jóvenes que forman parte de ellas son objeto de
persecución»[27]. También hay que distinguir los jóvenes «a quienes la
globalización ofrece un mayor número de oportunidades, de aquellos que viven
al margen de la sociedad o en el mundo rural y sufren los efectos de formas
de exclusión y descarte»[28].
70. Hay muchas diferencias más, que sería complejo detallar aquí. Por lo
tanto, no creo conveniente detenerme a ofrecer un análisis exhaustivo sobre
los jóvenes en el mundo actual, sobre cómo viven y qué les pasa. Pero como
tampoco puedo dejar de mirar la realidad, recogeré brevemente algunos
aportes que llegaron antes del Sínodo y otros que pude recoger durante el
mismo.
Algunas cosas que les pasan a los jóvenes
71. La juventud no es algo que se pueda analizar en abstracto. En realidad,
“la juventud” no existe, existen los jóvenes con sus vidas concretas. En el
mundo actual, lleno de progresos, muchas de esas vidas están expuestas al
sufrimiento y a la manipulación.
Jóvenes de un mundo en crisis
72. Los padres sinodales evidenciaron con dolor que «muchos jóvenes viven en
contextos de guerra y padecen la violencia en una innumerable variedad de
formas: secuestros, extorsiones, crimen organizado, trata de seres humanos,
esclavitud y explotación sexual, estupros de guerra, etc. A otros jóvenes, a
causa de su fe, les cuesta encontrar un lugar en sus sociedades y son
víctimas de diversos tipos de persecuciones, e incluso la muerte. Son muchos
los jóvenes que, por constricción o falta de alternativas, viven perpetrando
delitos y violencias: niños soldados, bandas armadas y criminales, tráfico
de droga, terrorismo, etc. Esta violencia trunca muchas vidas jóvenes.
Abusos y adicciones, así como violencia y comportamientos negativos son
algunas de las razones que llevan a los jóvenes a la cárcel, con una
especial incidencia en algunos grupos étnicos y sociales»[29].
73. Muchos jóvenes son ideologizados, utilizados y aprovechados como carne
de cañón o como fuerza de choque para destruir, amedrentar o ridiculizar a
otros. Y lo peor es que muchos son convertidos en seres individualistas,
enemigos y desconfiados de todos, que así se vuelven presa fácil de ofertas
deshumanizantes y de los planes destructivos que elaboran grupos políticos o
poderes económicos.
74. Todavía son «más numerosos en el mundo los jóvenes que padecen formas de
marginación y exclusión social por razones religiosas, étnicas o económicas.
Recordamos la difícil situación de adolescentes y jóvenes que quedan
embarazadas y la plaga del aborto, así como la difusión del VIH, las varias
formas de adicción (drogas, juegos de azar, pornografía, etc.) y la
situación de los niños y jóvenes de la calle, que no tienen casa ni familia
ni recursos económicos»[30]. Cuando además son mujeres, estas situaciones de
marginación se vuelven doblemente dolorosas y difíciles.
75. No seamos una Iglesia que no llora frente a estos dramas de sus hijos
jóvenes. Nunca nos acostumbremos, porque quien no sabe llorar no es madre.
Nosotros queremos llorar para que la sociedad también sea más madre, para
que en vez de matar aprenda a parir, para que sea promesa de vida. Lloramos
cuando recordamos a los jóvenes que ya han muerto por la miseria y la
violencia, y le pedimos a la sociedad que aprenda a ser madre solidaria. Ese
dolor no se va, camina con nosotros, porque la realidad no se puede
esconder. Lo peor que podemos hacer es aplicar la receta del espíritu
mundano que consiste en anestesiar a los jóvenes con otras noticias, con
otras distracciones, con banalidades.
76. Quizás «aquellos que llevamos una vida más o menos sin necesidades no
sabemos llorar. Ciertas realidades de la vida solamente se ven con los ojos
limpios por las lágrimas. Los invito a que cada uno se pregunte: ¿Yo aprendí
a llorar? ¿Yo aprendí a llorar cuando veo un niño con hambre, un niño
drogado en la calle, un niño que no tiene casa, un niño abandonado, un niño
abusado, un niño usado por una sociedad como esclavo? ¿O mi llanto es el
llanto caprichoso de aquel que llora porque le gustaría tener algo
más?»[31]. Intenta aprender a llorar por los jóvenes que están peor que tú.
La misericordia y la compasión también se expresan llorando. Si no te sale,
ruega al Señor que te conceda derramar lágrimas por el sufrimiento de otros.
Cuando sepas llorar, entonces sí serás capaz de hacer algo de corazón por
los demás.
77. A veces el dolor de algunos jóvenes es muy lacerante; es un dolor que no
se puede expresar con palabras; es un dolor que nos abofetea. Esos jóvenes
sólo pueden decirle a Dios que sufren mucho, que les cuesta demasiado seguir
adelante, que ya no creen en nadie. Pero en ese lamento desgarrador se hacen
presentes las palabras de Jesús: «Felices los afligidos, porque serán
consolados» (Mt 5,4). Hay jóvenes que pudieron abrirse camino en la vida
porque les llegó esa promesa divina. Ojalá siempre haya cerca de un joven
sufriente una comunidad cristiana que pueda hacer resonar esas palabras con
gestos, abrazos y ayudas concretas.
78. Es verdad que los poderosos prestan algunas ayudas, pero frecuentemente
a un alto costo. En muchos países pobres las ayudas económicas de algunos
países más ricos o de algunos organismos internacionales suelen estar
vinculadas a la aceptación de propuestas occidentales con respecto a la
sexualidad, al matrimonio, a la vida o a la justicia social. Esta
colonización ideológica daña en especial a los jóvenes. Al mismo tiempo,
vemos cómo cierta publicidad enseña a las personas a estar siempre
insatisfechas y contribuye a la cultura del descarte, donde los mismos
jóvenes terminan convertidos en material descartable.
79. La cultura actual presenta un modelo de persona muy asociado a la imagen
de lo joven. Se siente bello quien aparenta juventud, quien realiza
tratamientos para hacer desaparecer las huellas del tiempo. Los cuerpos
jóvenes son constantemente usados en la publicidad, para vender. El modelo
de belleza es un modelo juvenil, pero estemos atentos, porque esto no es un
elogio para los jóvenes. Sólo significa que los adultos quieren robar la
juventud para ellos, no que respeten, amen y cuiden a los jóvenes.
80. Algunos jóvenes «sienten las tradiciones familiares como oprimentes y
huyen de ellas impulsados por una cultura globalizada que a veces los deja
sin puntos de referencia. En otras partes del mundo, en cambio, entre
jóvenes y adultos no se da un verdadero conflicto generacional, sino una
extrañeza mutua. A veces los adultos no tratan de transmitir los valores
fundamentales de la existencia o no lo logran, o bien asumen estilos
juveniles, invirtiendo la relación entre generaciones. De este modo, se
corre el riesgo de que la relación entre jóvenes y adultos permanezca en el
plano afectivo, sin tocar la dimensión educativa y cultural»[32]. ¡Cuánto
daño hace esto a los jóvenes, aunque algunos no lo adviertan! Los mismos
jóvenes nos han hecho notar que esto dificulta enormemente la transmisión de
la fe «en algunos países donde no hay libertad de expresión, y donde se les
impide participar en la Iglesia»[33].
Deseos, heridas y búsquedas
81. Los jóvenes reconocen que el cuerpo y la sexualidad tienen una
importancia esencial para su vida y en el camino de crecimiento de su
identidad. Sin embargo, en un mundo que enfatiza excesivamente la
sexualidad, es difícil mantener una buena relación con el propio cuerpo y
vivir serenamente las relaciones afectivas. Por esta y por otras razones, la
moral sexual suele ser muchas veces «causa de incomprensión y de alejamiento
de la Iglesia, ya que se percibe como un espacio de juicio y de condena». Al
mismo tiempo, los jóvenes expresan «un explícito deseo de confrontarse sobre
las cuestiones relativas a la diferencia entre identidad masculina y
femenina, a la reciprocidad entre hombres y mujeres, y a la
homosexualidad»[34].
82. En nuestro tiempo «los avances de las ciencias y de las tecnologías
biomédicas inciden sobre la percepción del cuerpo, induciendo a la idea de
que se puede modificar sin límite. La capacidad de intervenir sobre el ADN,
la posibilidad de insertar elementos artificiales en el organismo (cyborg) y
el desarrollo de las neurociencias constituyen un gran recurso, pero al
mismo tiempo plantean interrogantes antropológicos y éticos»[35]. Pueden
llevarnos a olvidar que la vida es un don, y que somos seres creados y
limitados, que fácilmente podemos ser instrumentalizados por quienes tienen
el poder tecnológico[36]. «Además en algunos contextos juveniles se difunde
un cierto atractivo por comportamientos de riesgo como instrumento para
explorarse a sí mismos, buscando emociones fuertes y obtener un
reconocimiento. […] Estos fenómenos, a los que están expuestas las nuevas
generaciones, constituyen un obstáculo para una maduración serena»[37].
83. En los jóvenes también están los golpes, los fracasos, los recuerdos
tristes clavados en el alma. Muchas veces «son las heridas de las derrotas
de la propia historia, de los deseos frustrados, de las discriminaciones e
injusticias sufridas, del no haberse sentido amados o reconocidos». Además
«están las heridas morales, el peso de los propios errores, los sentimientos
de culpa por haberse equivocado»[38]. Jesús se hace presente en esas cruces
de los jóvenes, para ofrecerles su amistad, su alivio, su compañía sanadora,
y la Iglesia quiere ser su instrumento en este camino hacia la restauración
interior y la paz del corazón.
84. En algunos jóvenes reconocemos un deseo de Dios, aunque no tenga todos
los contornos del Dios revelado. En otros podremos vislumbrar un sueño de
fraternidad, que no es poco. En muchos habrá un deseo real de desarrollar
las capacidades que hay en ellos para aportarle algo al mundo. En algunos
vemos una sensibilidad artística especial, o una búsqueda de armonía con la
naturaleza. En otros habrá quizás una gran necesidad de comunicación. En
muchos de ellos encontraremos un profundo deseo de una vida diferente. Se
trata de verdaderos puntos de partida, fibras interiores que esperan con
apertura una palabra de estímulo, de luz y de aliento.
85. El Sínodo ha tratado especialmente tres temas de suma importancia, cuyas
conclusiones quiero acoger textualmente, aunque todavía nos requerirán
avanzar en un mayor análisis y desarrollar una más adecuada y eficaz
capacidad de respuesta.
El ambiente digital
86. «El ambiente digital caracteriza el mundo contemporáneo. Amplias franjas
de la humanidad están inmersas en él de manera ordinaria y continua. Ya no
se trata solamente de “usar” instrumentos de comunicación, sino de vivir en
una cultura ampliamente digitalizada, que afecta de modo muy profundo la
noción de tiempo y de espacio, la percepción de uno mismo, de los demás y
del mundo, el modo de comunicar, de aprender, de informarse, de entrar en
relación con los demás. Una manera de acercarse a la realidad que suele
privilegiar la imagen respecto a la escucha y a la lectura incide en el modo
de aprender y en el desarrollo del sentido crítico»[39].
87. La web y las redes sociales han creado una nueva manera de comunicarse y
de vincularse, y «son una plaza en la que los jóvenes pasan mucho tiempo y
se encuentran fácilmente, aunque el acceso no es igual para todos, en
particular en algunas regiones del mundo. En cualquier caso, constituyen una
extraordinaria oportunidad de diálogo, encuentro e intercambio entre
personas, así como de acceso a la información y al conocimiento. Por otro
lado, el entorno digital es un contexto de participación sociopolítica y de
ciudadanía activa, y puede facilitar la circulación de información
independiente capaz de tutelar eficazmente a las personas más vulnerables
poniendo de manifiesto las violaciones de sus derechos. En numerosos países,
web y redes sociales representan un lugar irrenunciable para llegar a los
jóvenes e implicarlos, incluso en iniciativas y actividades pastorales»[40].
88. Pero para comprender este fenómeno en su totalidad hay que reconocer
que, como toda realidad humana, está atravesado por límites y carencias. No
es sano confundir la comunicación con el mero contacto virtual. De hecho,
«el ambiente digital también es un territorio de soledad, manipulación,
explotación y violencia, hasta llegar al caso extremo del dark web. Los
medios de comunicación digitales pueden exponer al riesgo de dependencia, de
aislamiento y de progresiva pérdida de contacto con la realidad concreta,
obstaculizando el desarrollo de relaciones interpersonales auténticas.
Nuevas formas de violencia se difunden mediante los social media, por
ejemplo el ciberacoso; la web también es un canal de difusión de la
pornografía y de explotación de las personas para fines sexuales o mediante
el juego de azar»[41].
89. No se debería olvidar que «en el mundo digital están en juego ingentes
intereses económicos, capaces de realizar formas de control tan sutiles como
invasivas, creando mecanismos de manipulación de las conciencias y del
proceso democrático. El funcionamiento de muchas plataformas a menudo acaba
por favorecer el encuentro entre personas que piensan del mismo modo,
obstaculizando la confrontación entre las diferencias. Estos circuitos
cerrados facilitan la difusión de informaciones y noticias falsas,
fomentando prejuicios y odios. La proliferación de las fake news es
expresión de una cultura que ha perdido el sentido de la verdad y somete los
hechos a intereses particulares. La reputación de las personas está en
peligro mediante juicios sumarios en línea. El fenómeno afecta también a la
Iglesia y a sus pastores»[42].
90. En un documento que prepararon 300 jóvenes de todo el mundo antes del
Sínodo, ellos indicaron que «las relaciones online pueden volverse
inhumanas. Los espacios digitales nos ciegan a la vulnerabilidad del otro y
obstaculizan la reflexión personal. Problemas como la pornografía
distorsionan la percepción que el joven tiene de la sexualidad humana. La
tecnología usada de esta forma, crea una realidad paralela ilusoria que
ignora la dignidad humana»[43]. La inmersión en el mundo virtual ha
propiciado una especie de “migración digital”, es decir, un distanciamiento
de la familia, de los valores culturales y religiosos, que lleva a muchas
personas a un mundo de soledad y de autoinvención, hasta experimentar así
una falta de raíces aunque permanezcan físicamente en el mismo lugar. La
vida nueva y desbordante de los jóvenes, que empuja y busca autoafirmar la
propia personalidad, se enfrenta hoy a un desafío nuevo: interactuar con un
mundo real y virtual en el que se adentran solos como en un continente
global desconocido. Los jóvenes de hoy son los primeros en hacer esta
síntesis entre lo personal, lo propio de cada cultura, y lo global. Pero
esto requiere que logren pasar del contacto virtual a una buena y sana
comunicación.
Los migrantes como paradigma de nuestro tiempo
91. ¿Cómo no recordar a tantos jóvenes afectados por las migraciones? Los
fenómenos migratorios «no representan una emergencia transitoria, sino que
son estructurales. Las migraciones pueden tener lugar dentro del mismo país
o bien entre países distintos. La preocupación de la Iglesia atañe en
particular a aquellos que huyen de la guerra, de la violencia, de la
persecución política o religiosa, de los desastres naturales –debidos entre
otras cosas a los cambios climáticos– y de la pobreza extrema: muchos de
ellos son jóvenes. En general, buscan oportunidades para ellos y para sus
familias. Sueñan con un futuro mejor y desean crear las condiciones para que
se haga realidad»[44]. Los migrantes «nos recuerdan la condición originaria
de la fe, o sea la de ser “forasteros y peregrinos en la tierra” (Hb
11,13)»[45].
92. Otros migrantes son «atraídos por la cultura occidental, a veces con
expectativas poco realistas que los exponen a grandes desilusiones.
Traficantes sin escrúpulos, a menudo vinculados a los cárteles de la droga y
de las armas, explotan la situación de debilidad de los inmigrantes, que a
lo largo de su viaje con demasiada frecuencia experimentan la violencia, la
trata de personas, el abuso psicológico y físico, y sufrimientos
indescriptibles. Cabe señalar la especial vulnerabilidad de los inmigrantes
menores no acompañados, y la situación de quienes se ven obligados a pasar
muchos años en los campos de refugiados o que permanecen bloqueados durante
largo tiempo en los países de tránsito, sin poder continuar sus estudios ni
desarrollar sus talentos. En algunos países de llegada, los fenómenos
migratorios suscitan alarma y miedo, a menudo fomentados y explotados con
fines políticos. Se difunde así una mentalidad xenófoba, de gente cerrada y
replegada sobre sí misma, ante la que hay que reaccionar con decisión»[46].
93. «Los jóvenes que emigran tienen que separarse de su propio contexto de
origen y con frecuencia viven un desarraigo cultural y religioso. La
fractura también concierne a las comunidades de origen, que pierden a los
elementos más vigorosos y emprendedores, y a las familias, en particular
cuando emigra uno de los padres o ambos, dejando a los hijos en el país de
origen. La Iglesia tiene un papel importante como referencia para los
jóvenes de estas familias rotas. Sin embargo, las historias de los migrantes
también son historias de encuentro entre personas y entre culturas: para las
comunidades y las sociedades a las que llegan son una oportunidad de
enriquecimiento y de desarrollo humano integral de todos. Las iniciativas de
acogida que hacen referencia a la Iglesia tienen un rol importante desde
este punto de vista, y pueden revitalizar a las comunidades capaces de
realizarlas»[47].
94. «Gracias a la diversa proveniencia de los Padres [sinodales], respecto
al tema de los migrantes el Sínodo ha vivido el encuentro de muchas
perspectivas, en particular entre países de origen y países de llegada.
Además, ha resonado el grito de alarma de aquellas Iglesias cuyos miembros
se ven obligados a escapar de la guerra y de la persecución, y que ven en
estas migraciones forzadas una amenaza para su propia existencia.
Precisamente el hecho de incluir en su seno todas estas perspectivas pone a
la Iglesia en condiciones de desempeñar en medio de la sociedad un papel
profético sobre el tema de las migraciones»[48]. Pido especialmente a los
jóvenes que no caigan en las redes de quienes quieren enfrentarlos a otros
jóvenes que llegan a sus países, haciéndolos ver como seres peligrosos y
como si no tuvieran la misma inalienable dignidad de todo ser humano.
Poner fin a todo tipo de abusos
95. En los últimos tiempos se nos ha reclamado con fuerza que escuchemos el
grito de las víctimas de los distintos tipos de abuso que han llevado a cabo
algunos obispos, sacerdotes, religiosos y laicos. Estos pecados provocan en
sus víctimas «sufrimientos que pueden llegar a durar toda la vida y a los
que ningún arrepentimiento puede poner remedio. Este fenómeno está muy
difundido en la sociedad y afecta también a la Iglesia y representa un serio
obstáculo para su misión»[49].
96. Es verdad que «la plaga de los abusos sexuales a menores es por
desgracia un fenómeno históricamente difuso en todas las culturas y
sociedades», especialmente en el seno de las propias familias y en diversas
instituciones, cuya extensión se evidenció sobre todo «gracias a un cambio
de sensibilidad de la opinión pública». Pero «la universalidad de esta
plaga, a la vez que confirma su gravedad en nuestras sociedades, no
disminuye su monstruosidad dentro de la Iglesia» y «en la justificada rabia
de la gente, la Iglesia ve el reflejo de la ira de Dios, traicionado y
abofeteado»[50].
97. «El Sínodo renueva su firme compromiso en la adopción de medidas
rigurosas de prevención que impidan que se repitan, a partir de la selección
y de la formación de aquellos a quienes se encomendarán tareas de
responsabilidad y educativas»[51]. Al mismo tiempo, ya no hay que abandonar
la decisión de aplicar las «acciones y sanciones tan necesarias»[52]. Y todo
esto con la gracia de Cristo. No hay vuelta atrás.
98. «Existen diversos tipos de abuso: de poder, económico, de conciencia,
sexual. Es evidente la necesidad de desarraigar las formas de ejercicio de
la autoridad en las que se injertan y de contrarrestar la falta de
responsabilidad y transparencia con la que se gestionan muchos de los casos.
El deseo de dominio, la falta de diálogo y de transparencia, las formas de
doble vida, el vacío espiritual, así como las fragilidades psicológicas son
el terreno en el que prospera la corrupción»[53]. El clericalismo es una
permanente tentación de los sacerdotes, que interpretan «el ministerio
recibido como un poder que hay que ejercer más que como un servicio gratuito
y generoso que ofrecer; y esto nos lleva a creer que pertenecemos a un grupo
que tiene todas las respuestas y no necesita ya escuchar ni aprender
nada»[54]. Sin dudas un espíritu clericalista expone a las personas
consagradas a perder el respeto por el valor sagrado e inalienable de cada
persona y de su libertad.
99. Junto con los Padres sinodales, quiero expresar con cariño y
reconocimiento mi «gratitud hacia quienes han tenido la valentía de
denunciar el mal sufrido: ayudan a la Iglesia a tomar conciencia de lo
sucedido y de la necesidad de reaccionar con decisión»[55]. Pero también
merece un especial reconocimiento «el empeño sincero de innumerables laicos,
sacerdotes, consagrados y obispos que cada día se entregan con honestidad y
dedicación al servicio de los jóvenes. Su obra es un gran bosque que crece
sin hacer ruido. También muchos de los jóvenes presentes en el Sínodo han
manifestado gratitud por aquellos que los acompañaron y han resaltado la
gran necesidad de figuras de referencia»[56].
100. Gracias a Dios los sacerdotes que cayeron en estos horribles crímenes
no son la mayoría, que sostiene un ministerio fiel y generoso. A los jóvenes
les pido que se dejen estimular por esta mayoría. En todo caso, cuando vean
un sacerdote en riesgo, porque ha perdido el gozo de su ministerio, porque
busca compensaciones afectivas o está equivocando el rumbo, atrévanse a
recordarle su compromiso con Dios y con su pueblo, anúncienle ustedes el
Evangelio y aliéntenlo a mantenerse en la buena senda. Así ustedes prestarán
una invalorable ayuda en algo fundamental: la prevención que permita evitar
que se repitan estas atrocidades. Esta nube negra se convierte también en un
desafío para los jóvenes que aman a Jesucristo y a su Iglesia, porque pueden
aportar mucho en esta herida si ponen en juego su capacidad de renovar, de
reclamar, de exigir coherencia y testimonio, de volver a soñar y de
reinventar.
101. No es este el único pecado de los miembros de la Iglesia, cuya historia
tiene muchas sombras. Nuestros pecados están a la vista de todos; se
reflejan sin piedad en las arrugas del rostro milenario de nuestra Madre y
Maestra. Porque ella camina desde hace dos mil años, compartiendo «los gozos
y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres»[57]. Y
camina como es, sin hacerse cirugías estéticas. No teme mostrar los pecados
de sus miembros, que a veces algunos de ellos intentan disimular, ante la
luz ardiente de la Palabra del Evangelio que limpia y purifica. Tampoco deja
de recitar cada día, avergonzada: «Piedad de mí, Señor, por tu bondad. […]
Tengo siempre presente mi pecado» (Sal 51,3.5). Pero recordemos que no se
abandona a la Madre cuando está herida, sino que se la acompaña para que
saque de ella toda su fortaleza y su capacidad de comenzar siempre de nuevo.
102. En medio de este drama que justamente nos duele en el alma, «Jesús
Nuestro Señor, que nunca abandona a su Iglesia, le da la fuerza y los
instrumentos para un nuevo camino»[58]. Así, este momento oscuro, «con la
valiosa ayuda de los jóvenes, puede ser realmente una oportunidad para una
reforma de carácter histórico»[59], para abrirse a un nuevo Pentecostés y
empezar una etapa de purificación y de cambio que otorgue a la Iglesia una
renovada juventud. Pero los jóvenes podrán ayudar mucho más si se sienten de
corazón parte del «santo y paciente Pueblo fiel de Dios, sostenido y
vivificado por el Espíritu Santo», porque «será justamente este santo Pueblo
de Dios el que nos libre de la plaga del clericalismo, que es el terreno
fértil para todas estas abominaciones»[60].
Hay salida
103. En este capítulo me detuve a mirar la realidad de los jóvenes en el
mundo actual. Algunos otros aspectos aparecerán en los siguientes capítulos.
Como ya dije, no pretendo ser exhaustivo con este análisis. Exhorto a las
comunidades a realizar con respeto y con seriedad un examen de su propia
realidad juvenil más cercana, para poder discernir los caminos pastorales
más adecuados. Pero no quiero terminar este capítulo sin dirigir algunas
palabras a cada uno.
104. Te recuerdo la buena noticia que nos regaló la mañana de la
Resurrección: que en todas las situaciones oscuras o dolorosas que
mencionamos hay salida. Por ejemplo, es verdad que el mundo digital puede
ponerte ante el riesgo del ensimismamiento, del aislamiento o del placer
vacío. Pero no olvides que hay jóvenes que también en estos ámbitos son
creativos y a veces geniales. Es lo que hacía el joven venerable Carlos
Acutis.
105. Él sabía muy bien que esos mecanismos de la comunicación, de la
publicidad y de las redes sociales pueden ser utilizados para volvernos
seres adormecidos, dependientes del consumo y de las novedades que podemos
comprar, obsesionados por el tiempo libre, encerrados en la negatividad.
Pero él fue capaz de usar las nuevas técnicas de comunicación para
transmitir el Evangelio, para comunicar valores y belleza.
106. No cayó en la trampa. Veía que muchos jóvenes, aunque parecen
distintos, en realidad terminan siendo más de lo mismo, corriendo detrás de
lo que les imponen los poderosos a través de los mecanismos de consumo y
atontamiento. De ese modo, no dejan brotar los dones que el Señor les ha
dado, no le ofrecen a este mundo esas capacidades tan personales y únicas
que Dios ha sembrado en cada uno. Así, decía Carlos, ocurre que “todos nacen
como originales, pero muchos mueren como fotocopias”. No permitas que eso te
ocurra.
107. No dejes que te roben la esperanza y la alegría, que te narcoticen para
utilizarte como esclavo de sus intereses. Atrévete a ser más, porque tu ser
importa más que cualquier cosa. No te sirve tener o aparecer. Puedes llegar
a ser lo que Dios, tu Creador, sabe que eres, si reconoces que estás llamado
a mucho. Invoca al Espíritu Santo y camina con confianza hacia la gran meta:
la santidad. Así no serás una fotocopia. Serás plenamente tú mismo.
108. Para eso necesitas reconocer algo fundamental: ser joven no es sólo la
búsqueda de placeres pasajeros y de éxitos superficiales. Para que la
juventud cumpla la finalidad que tiene en el recorrido de tu vida, debe ser
un tiempo de entrega generosa, de ofrenda sincera, de sacrificios que duelen
pero que nos vuelven fecundos. Es como decía un gran poeta:
«Si para recobrar lo recobrado
debí perder primero lo perdido,
si para conseguir lo conseguido
tuve que soportar lo soportado,
Si para estar ahora enamorado
fue menester haber estado herido,
tengo por bien sufrido lo sufrido,
tengo por bien llorado lo llorado.
Porque después de todo he comprobado
que no se goza bien de lo gozado
sino después de haberlo padecido.
Porque después de todo he comprendido
que lo que el árbol tiene de florido
vive de lo que tiene sepultado»[61].
109. Si eres joven en edad, pero te sientes débil, cansado o desilusionado,
pídele a Jesús que te renueve. Con Él no falta la esperanza. Lo mismo puedes
hacer si te sientes sumergido en los vicios, las malas costumbres, el
egoísmo o la comodidad enfermiza. Jesús, lleno de vida, quiere ayudarte para
que ser joven valga la pena. Así no privarás al mundo de ese aporte que sólo
tú puedes hacerle, siendo único e irrepetible como eres.
110. Pero quiero recordarte también que «es muy difícil luchar contra la
propia concupiscencia y contra las asechanzas y tentaciones del demonio y
del mundo egoísta si estamos aislados. Es tal el bombardeo que nos seduce
que, si estamos demasiado solos, fácilmente perdemos el sentido de la
realidad, la claridad interior, y sucumbimos»[62]. Esto vale especialmente
para los jóvenes, porque ustedes unidos tienen una fuerza admirable. Cuando
se entusiasman por una vida comunitaria, son capaces de grandes sacrificios
por los demás y por la comunidad. En cambio, el aislamiento los debilita y
los expone a los peores males de nuestro tiempo.
Capítulo cuarto
El gran anuncio para todos los jóvenes
111. Más allá de cualquier circunstancia, a todos los jóvenes quiero
anunciarles ahora lo más importante, lo primero, eso que nunca se debería
callar. Es un anuncio que incluye tres grandes verdades que todos
necesitamos escuchar siempre, una y otra vez.
Un Dios que es amor
112. Ante todo quiero decirle a cada uno la primera verdad: “Dios te ama”.
Si ya lo escuchaste no importa, te lo quiero recordar: Dios te ama. Nunca lo
dudes, más allá de lo que te suceda en la vida. En cualquier circunstancia,
eres infinitamente amado.
113. Quizás la experiencia de paternidad que has tenido no sea la mejor, tu
padre de la tierra quizás fue lejano y ausente o, por el contrario,
dominante y absorbente. O sencillamente no fue el padre que necesitabas. No
lo sé. Pero lo que puedo decirte con seguridad es que puedes arrojarte
seguro en los brazos de tu Padre divino, de ese Dios que te dio la vida y
que te la da a cada momento. Él te sostendrá con firmeza, y al mismo tiempo
sentirás que Él respeta hasta el fondo tu libertad.
114. En su Palabra encontramos muchas expresiones de su amor. Es como si Él
hubiera buscado distintas maneras de manifestarlo para ver si con alguna de
esas palabras podía llegar a tu corazón. Por ejemplo, a veces se presenta
como esos padres afectuosos que juegan con sus niños: «Con cuerdas humanas
los atraía, con lazos de amor, y era para ellos como los que alzan a un niño
contra su mejilla» (Os 11,4).
A veces se presenta cargado del amor de esas madres que quieren sinceramente
a sus hijos, con un amor entrañable que es incapaz de olvidar o de
abandonar: «¿Acaso olvida una mujer a su niño de pecho, sin enternecerse con
el hijo de sus entrañas? Pues, aunque ella se olvidara, yo no te olvidaré»
(Is 49,15).
Hasta se muestra como un enamorado que llega a tatuarse a la persona amada
en la palma de su mano para poder tener su rostro siempre cerca: «Míralo, te
llevo tatuado en la palma de mis manos» (Is 49,16).
Otras veces destaca la fuerza y la firmeza de su amor, que no se deja
vencer: «Los montes se correrán y las colinas se moverán, pero mi amor no se
apartará de tu lado, mi alianza de paz no vacilará»(Is 54,10).
O nos dice que hemos sido esperados desde siempre, porque no aparecimos en
este mundo por casualidad. Desde antes que existiéramos éramos un proyecto
de su amor: «Yo te amé con un amor eterno; por eso he guardado fidelidad
para ti» (Jr 31,3).
O nos hace notar que Él sabe ver nuestra belleza, esa que nadie más puede
reconocer: «Eres precioso a mis ojos, eres estimado y yo te amo» (Is 43,4).
O nos lleva a descubrir que su amor no es triste, sino pura alegría que se
renueva cuando nos dejamos amar por Él: «Tu Dios está en medio de ti, un
poderoso salvador. Él grita de alegría por ti, te renueva con su amor, y
baila por ti con gritos de júbilo» (So 3,17).
115. Para Él realmente eres valioso, no eres insignificante, le importas,
porque eres obra de sus manos. Por eso te presta atención y te recuerda con
cariño. Tienes que confiar en el «recuerdo de Dios: su memoria no es un
“disco duro” que registra y almacena todos nuestros datos, su memoria es un
corazón tierno de compasión, que se regocija eliminando definitivamente
cualquier vestigio del mal»[63]. No quiere llevar la cuenta de tus errores
y, en todo caso, te ayudará a aprender algo también de tus caídas. Porque te
ama. Intenta quedarte un momento en silencio dejándote amar por Él. Intenta
acallar todas las voces y gritos interiores y quédate un instante en sus
brazos de amor.
116. Es un amor «que no aplasta, es un amor que no margina, que no se calla,
un amor que no humilla ni avasalla. Es el amor del Señor, un amor de todos
los días, discreto y respetuoso, amor de libertad y para la libertad, amor
que cura y que levanta. Es el amor del Señor que sabe más de levantadas que
de caídas, de reconciliación que de prohibición, de dar nueva oportunidad
que de condenar, de futuro que de pasado»[64].
117. Cuando te pide algo o cuando sencillamente permite esos desafíos que te
presenta la vida, espera que le des un espacio para poder sacarte adelante,
para promoverte, para madurarte. No le molesta que le expreses tus
cuestionamientos, lo que le preocupa es que no le hables, que no te abras
con sinceridad al diálogo con Él. Cuenta la Biblia que Jacob tuvo una pelea
con Dios (cf. Gn 32,25-31), y eso no lo apartó del camino del Señor. En
realidad, es Él mismo quien nos exhorta: «Vengan y discutamos» (Is 1,18). Su
amor es tan real, tan verdadero, tan concreto, que nos ofrece una relación
llena de diálogo sincero y fecundo. ¡Finalmente, busca el abrazo de tu Padre
del cielo en el rostro amoroso de sus valientes testigos en la tierra!
Cristo te salva
118. La segunda verdad es que Cristo, por amor, se entregó hasta el final
para salvarte. Sus brazos abiertos en la Cruz son el signo más precioso de
un amigo capaz de llegar hasta el extremo:
«Él, que amó a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin» (Jn
13,1).
San Pablo decía que él vivía confiado en ese amor que lo entregó todo:
«Vivo de la fe en el Hijo de Dios, que me amó y se entregó a sí mismo por
mí» (Ga 2,20).
119. Ese Cristo que nos salvó en la Cruz de nuestros pecados, con ese mismo
poder de su entrega total sigue salvándonos y rescatándonos hoy. Mira su
Cruz, aférrate a Él, déjate salvar, porque «quienes se dejan salvar por Él
son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del
aislamiento»[65]. Y si pecas y te alejas, Él vuelve a levantarte con el
poder de su Cruz. Nunca olvides que «Él perdona setenta veces siete. Nos
vuelve a cargar sobre sus hombros una y otra vez. Nadie podrá quitarnos la
dignidad que nos otorga este amor infinito e inquebrantable. Él nos permite
levantar la cabeza y volver a empezar, con una ternura que nunca nos
desilusiona y que siempre puede devolvernos la alegría»[66].
120. Nosotros «somos salvados por Jesús, porque nos ama y no puede con su
genio. Podemos hacerle las mil y una, pero nos ama, y nos salva. Porque sólo
lo que se ama puede ser salvado. Solamente lo que se abraza puede ser
transformado. El amor del Señor es más grande que todas nuestras
contradicciones, que todas nuestras fragilidades y que todas nuestras
pequeñeces. Pero es precisamente a través de nuestras contradicciones,
fragilidades y pequeñeces como Él quiere escribir esta historia de amor.
Abrazó al hijo pródigo, abrazó a Pedro después de las negaciones y nos
abraza siempre, siempre, siempre después de nuestras caídas ayudándonos a
levantarnos y ponernos de pie. Porque la verdadera caída –atención a esto–
la verdadera caída, la que es capaz de arruinarnos la vida es la de
permanecer en el piso y no dejarse ayudar»[67].
121. Su perdón y su salvación no son algo que hemos comprado, o que tengamos
que adquirir con nuestras obras o con nuestros esfuerzos. Él nos perdona y
nos libera gratis. Su entrega en la Cruz es algo tan grande que nosotros no
podemos ni debemos pagarlo, sólo tenemos que recibirlo con inmensa gratitud
y con la alegría de ser tan amados antes de que pudiéramos imaginarlo: «Él
nos amó primero» (1 Jn 4,19).
122. Jóvenes amados por el Señor, ¡cuánto valen ustedes si han sido
redimidos por la sangre preciosa de Cristo! Jóvenes queridos, ustedes «¡no
tienen precio! ¡No son piezas de subasta! Por favor, no se dejen comprar, no
se dejen seducir, no se dejen esclavizar por las colonizaciones ideológicas
que nos meten ideas en la cabeza y al final nos volvemos esclavos,
dependientes, fracasados en la vida. Ustedes no tienen precio: deben
repetirlo siempre: no estoy en una subasta, no tengo precio. ¡Soy libre, soy
libre! Enamórense de esta libertad, que es la que ofrece Jesús»[68].
123. Mira los brazos abiertos de Cristo crucificado, déjate salvar una y
otra vez. Y cuando te acerques a confesar tus pecados, cree firmemente en su
misericordia que te libera de la culpa. Contempla su sangre derramada con
tanto cariño y déjate purificar por ella. Así podrás renacer, una y otra
vez.
¡Él vive!
124. Pero hay una tercera verdad, que es inseparable de la anterior: ¡Él
vive! Hay que volver a recordarlo con frecuencia, porque corremos el riesgo
de tomar a Jesucristo sólo como un buen ejemplo del pasado, como un
recuerdo, como alguien que nos salvó hace dos mil años. Eso no nos serviría
de nada, nos dejaría iguales, eso no nos liberaría. El que nos llena con su
gracia, el que nos libera, el que nos transforma, el que nos sana y nos
consuela es alguien que vive. Es Cristo resucitado, lleno de vitalidad
sobrenatural, vestido de infinita luz. Por eso decía san Pablo: «Si Cristo
no resucitó vana es la fe de ustedes» (1 Co 15,17).
125. Si Él vive, entonces sí podrá estar presente en tu vida, en cada
momento, para llenarlo de luz. Así no habrá nunca más soledad ni abandono.
Aunque todos se vayan Él estará, tal como lo prometió: «Yo estoy con ustedes
todos los días, hasta el fin del mundo» (Mt 28,20). Él lo llena todo con su
presencia invisible, y donde vayas te estará esperando. Porque Él no sólo
vino, sino que viene y seguirá viniendo cada día para invitarte a caminar
hacia un horizonte siempre nuevo.
126. Contempla a Jesús feliz, desbordante de gozo. Alégrate con tu Amigo que
triunfó. Mataron al santo, al justo, al inocente, pero Él venció. El mal no
tiene la última palabra. En tu vida el mal tampoco tendrá la última palabra,
porque tu Amigo que te ama quiere triunfar en ti. Tu salvador vive.
127. Si Él vive eso es una garantía de que el bien puede hacerse camino en
nuestra vida, y de que nuestros cansancios servirán para algo. Entonces
podemos abandonar los lamentos y mirar para adelante, porque con Él siempre
se puede. Esa es la seguridad que tenemos. Jesús es el eterno viviente.
Aferrados a Él viviremos y atravesaremos todas las formas de muerte y de
violencia que acechan en el camino.
128. Cualquier otra solución será débil y pasajera. Quizás servirá para algo
durante un tiempo, y de nuevo nos encontraremos desprotegidos, abandonados,
a la intemperie. Con Él, en cambio, el corazón está arraigado en una
seguridad básica, que permanece más allá de todo. San Pablo dice que él
quiere estar unido a Cristo para «conocer el poder de su resurrección» (Flp
3,10). Es el poder que se manifestará una y otra vez también en tu
existencia, porque Él vino para darte vida, «y vida en abundancia» (Jn
10,10).
129. Si alcanzas a valorar con el corazón la belleza de este anuncio y te
dejas encontrar por el Señor; si te dejas amar y salvar por Él; si entras en
amistad con Él y empiezas a conversar con Cristo vivo sobre las cosas
concretas de tu vida, esa será la gran experiencia, esa será la experiencia
fundamental que sostendrá tu vida cristiana. Esa es también la experiencia
que podrás comunicar a otros jóvenes. Porque «no se comienza a ser cristiano
por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un
acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con
ello, una orientación decisiva»[69].
El Espíritu da vida
130. En estas tres verdades –Dios te ama, Cristo es tu salvador, Él vive–
aparece el Padre Dios y aparece Jesús. Donde están el Padre y Jesucristo,
también está el Espíritu Santo. Es Él quien está detrás, es Él quien prepara
y abre los corazones para que reciban ese anuncio, es Él quien mantiene viva
esa experiencia de salvación, es Él quien te ayudará a crecer en esa alegría
si lo dejas actuar. El Espíritu Santo llena el corazón de Cristo resucitado
y desde allí se derrama en tu vida como un manantial. Y cuando lo recibes,
el Espíritu Santo te hace entrar cada vez más en el corazón de Cristo para
que te llenes siempre más de su amor, de su luz y de su fuerza.
131. Invoca cada día al Espíritu Santo, para que renueve constantemente en
ti la experiencia del gran anuncio. ¿Por qué no? No te pierdes nada y Él
puede cambiar tu vida, puede iluminarla y darle un rumbo mejor. No te
mutila, no te quita nada, sino que te ayuda a encontrar lo que necesitas de
la mejor manera. ¿Necesitas amor? No lo encontrarás en el desenfreno, usando
a los demás, poseyendo a otros o dominándolos. Lo hallarás de una manera que
verdaderamente te hará feliz ¿Buscas intensidad? No la vivirás acumulando
objetos, gastando dinero, corriendo desesperado detrás de cosas de este
mundo. Llegará de una forma mucho más bella y satisfactoria si te dejas
impulsar por el Espíritu Santo.
132. ¿Buscas pasión? Como dice ese bello poema: ¡Enamórate! (o déjate
enamorar), porque «nada puede importar más que encontrar a Dios. Es decir,
enamorarse de Él de una manera definitiva y absoluta. Aquello de lo que te
enamoras atrapa tu imaginación, y acaba por ir dejando su huella en todo.
Será lo que decida qué es lo que te saca de la cama en la mañana, qué haces
con tus atardeceres, en qué empleas tus fines de semana, lo que lees, lo que
conoces, lo que rompe tu corazón y lo que te sobrecoge de alegría y
gratitud. ¡Enamórate! ¡Permanece en el amor! Todo será de otra manera».[70]
Este amor a Dios que toma con pasión toda la vida es posible gracias al
Espíritu Santo, porque «el amor de Dios ha sido derramado en nuestros
corazones con el Espíritu Santo que nos ha sido dado» (Rm 5,5).
133. Él es el manantial de la mejor juventud. Porque el que confía en el
Señor «es como un árbol plantado al borde de las aguas, que echa sus raíces
en la corriente. No temerá cuando llegue el calor y su follaje estará
frondoso» (Jr 17,8). Mientras «los jóvenes se cansan y se fatigan» (Is
40,30), a los que esperan confiados en el Señor «Él les renovará las
fuerzas, subirán con alas de águila, correrán sin fatigarse y andarán sin
cansarse» (Is 40,31).
Capítulo quinto
Caminos de juventud
134. ¿Cómo se vive la juventud cuando nos dejamos iluminar y transformar por
el gran anuncio del Evangelio? Es importante hacerse esta pregunta, porque
la juventud, más que un orgullo, es un regalo de Dios: «Ser joven es una
gracia, una fortuna»[71]. Es un don que podemos malgastar inútilmente, o
bien podemos recibirlo agradecidos y vivirlo con plenitud.
135. Dios es el autor de la juventud y Él obra en cada joven. La juventud es
un tiempo bendito para el joven y una bendición para la Iglesia y el mundo.
Es una alegría, un canto de esperanza y una bienaventuranza. Apreciar la
juventud implica ver este tiempo de la vida como un momento valioso y no
como una etapa de paso donde la gente joven se siente empujada hacia la edad
adulta.
Tiempo de sueños y de elecciones
136. En la época de Jesús la salida de la niñez era un paso sumamente
esperado en la vida, que se celebraba y se disfrutaba mucho. De ahí que
Jesús, cuando devolvió la vida a una «niña» (Mc 5,39), le hizo dar un paso
más, la promovió y la convirtió en «muchacha» (Mc 5,41). Al decirle
«¡muchacha levántate!» (talitá kum) al mismo tiempo la hizo más responsable
de su vida abriéndole las puertas a la juventud.
137. «La juventud, fase del desarrollo de la personalidad, está marcada por
sueños que van tomando cuerpo, por relaciones que adquieren cada vez más
consistencia y equilibrio, por intentos y experimentaciones, por elecciones
que construyen gradualmente un proyecto de vida. En este período de la vida,
los jóvenes están llamados a proyectarse hacia adelante sin cortar con sus
raíces, a construir autonomía, pero no en solitario»[72].
138. El amor de Dios y nuestra relación con Cristo vivo no nos privan de
soñar, no nos exigen que achiquemos nuestros horizontes. Al contrario, ese
amor nos promueve, nos estimula, nos lanza hacia una vida mejor y más bella.
La palabra “inquietud” resume muchas de las búsquedas de los corazones de
los jóvenes. Como decía san Pablo VI, «precisamente en las insatisfacciones
que los atormentan […] hay un elemento de luz»[73]. La inquietud
insatisfecha, junto con el asombro por lo nuevo que se presenta en el
horizonte, abre paso a la osadía que los mueve a asumirse a sí mismos, a
volverse responsables de una misión. Esta sana inquietud que se despierta
especialmente en la juventud sigue siendo la característica de cualquier
corazón que se mantiene joven, disponible, abierto. La verdadera paz
interior convive con esa insatisfacción profunda. San Agustín decía: «Señor,
nos creaste para ti, y nuestro corazón está inquieto, hasta que descanse en
ti»[74].
139. Tiempo atrás un amigo me preguntó qué veo yo cuando pienso en un joven.
Mi respuesta fue que «veo un chico o una chica que busca su propio camino,
que quiere volar con los pies, que se asoma al mundo y mira el horizonte con
ojos llenos de esperanza, llenos de futuro y también de ilusiones. El joven
camina con dos pies como los adultos, pero a diferencia de los adultos, que
los tienen paralelos, pone uno delante del otro, dispuesto a irse, a partir.
Siempre mirando hacia adelante. Hablar de jóvenes significa hablar de
promesas, y significa hablar de alegría. Los jóvenes tienen tanta fuerza,
son capaces de mirar con tanta esperanza. Un joven es una promesa de vida
que lleva incorporado un cierto grado de tenacidad; tiene la suficiente
locura para poderse autoengañar y la suficiente capacidad para poder curarse
de la desilusión que pueda derivar de ello»[75].
140. Algunos jóvenes quizás rechazan esta etapa de la vida, porque quisieran
seguir siendo niños, o desean «una prolongación indefinida de la
adolescencia y el aplazamiento de las decisiones; el miedo a lo definitivo
genera así una especie de parálisis en la toma de decisiones. La juventud,
sin embargo, no puede ser un tiempo en suspenso: es la edad de las
decisiones y precisamente en esto consiste su atractivo y su mayor cometido.
Los jóvenes toman decisiones en el ámbito profesional, social, político, y
otras más radicales que darán una configuración determinante a su
existencia»[76]. También toman decisiones en lo que tiene que ver con el
amor, en la elección de la pareja y en la opción de tener los primeros
hijos. Profundizaremos estos temas en los últimos capítulos, referidos a la
vocación de cada uno y a su discernimiento.
141. Pero en contra de los sueños que movilizan decisiones, siempre «existe
la amenaza del lamento, de la resignación. Esto lo dejamos para aquellos que
siguen a la “diosa lamentación” […]. Es un engaño: te hace tomar la senda
equivocada. Cuando todo parece paralizado y estancado, cuando los problemas
personales nos inquietan, los malestares sociales no encuentran las debidas
respuestas, no es bueno darse por vencido. El camino es Jesús: hacerle subir
a nuestra barca y remar mar adentro con Él. ¡Él es el Señor! Él cambia la
perspectiva de la vida. La fe en Jesús conduce a una esperanza que va más
allá, a una certeza fundada no sólo en nuestras cualidades y habilidades,
sino en la Palabra de Dios, en la invitación que viene de Él. Sin hacer
demasiados cálculos humanos ni preocuparse por verificar si la realidad que
los rodea coincide con sus seguridades. Remen mar adentro, salgan de ustedes
mismos»[77].
142. Hay que perseverar en el camino de los sueños. Para ello hay que estar
atentos a una tentación que suele jugarnos una mala pasada: la ansiedad.
Puede ser una gran enemiga cuando nos lleva a bajar los brazos porque
descubrimos que los resultados no son instantáneos. Los sueños más bellos se
conquistan con esperanza, paciencia y empeño, renunciando a las prisas. Al
mismo tiempo, no hay que detenerse por inseguridad, no hay que tener miedo
de apostar y de cometer errores. Sí hay que tener miedo a vivir paralizados,
como muertos en vida, convertidos en seres que no viven porque no quieren
arriesgar, porque no perseveran en sus empeños o porque tienen temor a
equivocarse. Aún si te equivocas siempre podrás levantar la cabeza y volver
a empezar, porque nadie tiene derecho a robarte la esperanza.
143. Jóvenes, no renuncien a lo mejor de su juventud, no observen la vida
desde un balcón. No confundan la felicidad con un diván ni vivan toda su
vida detrás de una pantalla. Tampoco se conviertan en el triste espectáculo
de un vehículo abandonado. No sean autos estacionados, mejor dejen brotar
los sueños y tomen decisiones. Arriesguen, aunque se equivoquen. No
sobrevivan con el alma anestesiada ni miren el mundo como si fueran
turistas. ¡Hagan lío! Echen fuera los miedos que los paralizan, para que no
se conviertan en jóvenes momificados. ¡Vivan! ¡Entréguense a lo mejor de la
vida! ¡Abran la puerta de la jaula y salgan a volar! Por favor, no se
jubilen antes de tiempo.
Las ganas de vivir y de experimentar
144. Esta proyección hacia el futuro que se sueña, no significa que los
jóvenes estén completamente lanzados hacia adelante, porque al mismo tiempo
hay en ellos un fuerte deseo de vivir el presente, de aprovechar al máximo
las posibilidades que esta vida les regala. ¡Este mundo está repleto de
belleza! ¿Cómo despreciar los regalos de Dios?
145. Contrariamente a lo que muchos piensan, el Señor no quiere debilitar
estas ganas de vivir. Es sano recordar lo que enseñaba un sabio del Antiguo
Testamento: «Hijo, en la medida de tus posibilidades trátate bien […]. No te
prives de pasar un buen día» (Si 14,11.14). El verdadero Dios, el que te
ama, te quiere feliz. Por eso en la Biblia encontramos también este consejo
dirigido a los jóvenes: «Disfruta, joven, en tu juventud, pásalo bien en tus
años jóvenes […]. Aparta el mal humor de tu pecho” (Qo 11,9-10). Porque es
Dios quien «nos provee espléndidamente de todo para que lo disfrutemos» (1
Tm 6,17).
146. ¿Cómo podrá ser agradecido con Dios alguien que no es capaz de
disfrutar de sus pequeños regalos de cada día, alguien que no sabe detenerse
ante las cosas simples y agradables que encuentra a cada paso? Porque «nadie
es peor del que se tortura a sí mismo» (Si 14,6). No se trata de ser un
insaciable que siempre está obsesionado por más y más placeres. Al
contrario, porque eso te impedirá vivir el presente. La cuestión es saber
abrir los ojos y detenerte para vivir plenamente y con gratitud cada pequeño
don de la vida.
147. Está claro que la Palabra de Dios te invita a vivir el presente, no
sólo a preparar el mañana: «No se preocupen por el mañana; el mañana se
preocupará de sí mismo; a cada día le basta con lo suyo» (Mt 6,34). Pero
esto no se refiere a lanzarnos a un desenfreno irresponsable que nos deja
vacíos y siempre insatisfechos, sino a vivir el presente a lo grande,
utilizando las energías para cosas buenas, cultivando la fraternidad,
siguiendo a Jesús y valorando cada pequeña alegría de la vida como un regalo
del amor de Dios.
148. En este sentido, quiero recordar que el cardenal Francisco Javier
Nguyên Van Thuân, cuando lo encerraron en un campo de concentración, no
quiso que sus días consistieran sólo en esperar y esperar un futuro. Su
opción fue «vivir el momento presente colmándolo de amor»; y el modo como lo
practicaba era: «Aprovecho las ocasiones que se presentan cada día para
realizar acciones ordinarias de manera extraordinaria»[78]. Mientras luchas
para dar forma a tus sueños, vive plenamente el hoy, entrégalo todo y llena
de amor cada momento. Porque es verdad que este día de tu juventud puede ser
el último, y entonces vale la pena vivirlo con todas las ganas y con toda la
profundidad posible.
149. Esto incluye también los momentos duros, que deben ser vividos a fondo
para llegar a aprender su mensaje. Como enseñan los Obispos suizos: «Él está
allí donde nosotros pensábamos que nos había abandonado y que ya no había
salvación alguna. Es una paradoja, pero el sufrimiento, las tinieblas, se
convirtieron, para muchos cristianos [...] en lugares de encuentro con
Dios»[79]. Además, el deseo de vivir y de experimentar se refiere en
especial a muchos jóvenes en condición de discapacidad física, mental y
sensorial. Incluso si no siempre pueden hacer las mismas experiencias que
sus compañeros, tienen recursos sorprendentes e inimaginables que a veces
superan a los comunes. El Señor Jesús los llena con otros dones, que la
comunidad está llamada a valorar, para que puedan descubrir su plan de amor
para cada uno de ellos.
En amistad con Cristo
150. Por más que vivas y experimentes no llegarás al fondo de la juventud,
no conocerás la verdadera plenitud de ser joven, si no encuentras cada día
al gran amigo, si no vives en amistad con Jesús.
151. La amistad es un regalo de la vida y un don de Dios. A través de los
amigos el Señor nos va puliendo y nos va madurando. Al mismo tiempo, los
amigos fieles, que están a nuestro lado en los momentos duros, son un
reflejo del cariño del Señor, de su consuelo y de su presencia amable. Tener
amigos nos enseña a abrirnos, a comprender, a cuidar a otros, a salir de
nuestra comodidad y del aislamiento, a compartir la vida. Por eso «un amigo
fiel no tiene precio» (Si 6,15).
152. La amistad no es una relación fugaz o pasajera, sino estable, firme,
fiel, que madura con el paso del tiempo. Es una relación de afecto que nos
hace sentir unidos, y al mismo tiempo es un amor generoso, que nos lleva a
buscar el bien del amigo. Aunque los amigos pueden ser muy diferentes entre
sí, siempre hay algunas cosas en común que los llevan a sentirse cercanos, y
hay una intimidad que se comparte con sinceridad y confianza.
153. Es tan importante la amistad que Jesús mismo se presenta como amigo:
«Ya no los llamo siervos, los llamo amigos» (Jn 15,15). Por la gracia que Él
nos regala, somos elevados de tal manera que somos realmente amigos suyos.
Con el mismo amor que Él derrama en nosotros podemos amarlo, llevando su
amor a los demás, con la esperanza de que también ellos encontrarán su
puesto en la comunidad de amistad fundada por Jesucristo[80]. Y si bien Él
ya está plenamente feliz resucitado, es posible ser generosos con Él,
ayudándole a construir su Reino en este mundo, siendo sus instrumentos para
llevar su mensaje y su luz y, sobre todo, su amor a los demás (cf. Jn
15,16). Los discípulos escucharon el llamado de Jesús a la amistad con Él.
Fue una invitación que no los forzó, sino que se propuso delicadamente a su
libertad: «Vengan y vean» les dijo, y «ellos fueron, vieron donde vivía y se
quedaron con Él aquel día» (Jn 1,39). Después de ese encuentro, íntimo e
inesperado, dejaron todo y se fueron con Él.
154. La amistad con Jesús es inquebrantable. Él nunca se va, aunque a veces
parece que hace silencio. Cuando lo necesitamos se deja encontrar por
nosotros (cf. Jr 29,14) y está a nuestro lado por donde vayamos (cf. Jos
1,9). Porque Él jamás rompe una alianza. A nosotros nos pide que no lo
abandonemos: «Permanezcan unidos a mí» (Jn 15,4). Pero si nos alejamos, «Él
permanece fiel, porque no puede negarse a sí mismo» (2 Tm 2,13).
155. Con el amigo hablamos, compartimos las cosas más secretas. Con Jesús
también conversamos. La oración es un desafío y una aventura. ¡Y qué
aventura! Permite que lo conozcamos cada vez mejor, entremos en su espesura
y crezcamos en una unión siempre más fuerte. La oración nos permite contarle
todo lo que nos pasa y quedarnos confiados en sus brazos, y al mismo tiempo
nos regala instantes de preciosa intimidad y afecto, donde Jesús derrama en
nosotros su propia vida. Rezando «le abrimos la jugada» a Él, le damos lugar
«para que Él pueda actuar y pueda entrar y pueda vencer»[81].
156. Así es posible llegar a experimentar una unidad constante con Él, que
supera todo lo que podamos vivir con otras personas: «Ya no vivo yo, es
Cristo quien vive en mí» (Ga 2,20). No prives a tu juventud de esta amistad.
Podrás sentirlo a tu lado no sólo cuando ores. Reconocerás que camina
contigo en todo momento. Intenta descubrirlo y vivirás la bella experiencia
de saberte siempre acompañado. Es lo que vivieron los discípulos de Emaús
cuando, mientras caminaban y conversaban desorientados, Jesús se hizo
presente y «caminaba con ellos» (Lc 24,15). Un santo decía que «el
cristianismo no es un conjunto de verdades que hay que creer, de leyes que
hay que cumplir, de prohibiciones. Así resulta muy repugnante. El
cristianismo es una Persona que me amó tanto que reclama mi amor. El
cristianismo es Cristo»[82].
157. Jesús puede unir a todos los jóvenes de la Iglesia en un único sueño,
«un sueño grande y un sueño capaz de cobijar a todos. Ese sueño por el que
Jesús dio la vida en la cruz y el Espíritu Santo se desparramó y tatuó a
fuego el día de Pentecostés en el corazón de cada hombre y cada mujer, en el
corazón de cada uno […]. Lo tatuó a la espera de que encuentre espacio para
crecer y para desarrollarse. Un sueño, un sueño llamado Jesús sembrado por
el Padre, Dios como Él –como el Padre–, enviado por el Padre con la
confianza que crecerá y vivirá en cada corazón. Un sueño concreto, que es
una persona, que corre por nuestras venas, estremece el corazón y lo hace
bailar»[83].
El crecimiento y la maduración
158. Muchos jóvenes se preocupan por su cuerpo, procurando el desarrollo de
la fuerza física o de la apariencia. Otros se inquietan por desarrollar sus
capacidades y conocimientos, y así se sienten más seguros. Algunos apuntan
más alto, tratan de comprometerse más y buscan un desarrollo espiritual. San
Juan decía: «Les escribo jóvenes porque son fuertes, porque conservan la
Palabra de Dios» (1 Jn 2,14). Buscar al Señor, guardar su Palabra, tratar de
responderle con la propia vida, crecer en las virtudes, eso hace fuertes los
corazones de los jóvenes. Para eso hay que mantener la conexión con Jesús,
estar en línea con Él, ya que no crecerás en la felicidad y en la santidad
sólo con tus fuerzas y tu mente. Así como te preocupa no perder la conexión
a Internet, cuida que esté activa tu conexión con el Señor, y eso significa
no cortar el diálogo, escucharlo, contarle tus cosas, y cuando no sepas con
claridad qué tendrías que hacer, preguntarle: «Jesús, ¿qué harías tú en mi
lugar?»[84].
159. Espero que puedas valorarte tanto a ti mismo, tomarte tan en serio, que
busques tu crecimiento espiritual. Además de los entusiasmos propios de la
juventud, también está la belleza de buscar «la justicia, la fe, el amor, la
paz» (2 Tm 2,22). Esto no significa perder la espontaneidad, la frescura, el
entusiasmo, la ternura. Porque hacerse adulto no implica abandonar los
mejores valores de esta etapa de la vida. De otro modo, el Señor podrá
reprocharte un día: «De ti recuerdo tu cariño juvenil, el amor de tu
noviazgo, cuando tú me seguías por el desierto» (Jr 2,2).
160. Al contrario, incluso un adulto debe madurar sin perder los valores de
la juventud. Porque en realidad cada etapa de la vida es una gracia
permanente, encierra un valor que no debe pasar. Una juventud bien vivida
permanece como experiencia interior, y en la vida adulta es asumida, es
profundizada y sigue dando frutos. Si es propio del joven sentirse atraído
por lo infinito que se abre y que comienza,[85] un riesgo de la vida adulta,
con sus seguridades y comodidades, es acotar cada vez más ese horizonte y
perder ese valor propio de los años jóvenes. Pero debería suceder lo
contrario: madurar, crecer y organizar la propia vida sin perder esa
atracción, esa apertura amplia, esa fascinación por una realidad que siempre
es más. En cada momento de la vida podremos renovar y acrecentar la
juventud. Cuando comencé mi ministerio como Papa, el Señor me amplió los
horizontes y me regaló una renovada juventud. Lo mismo puede ocurrirle a un
matrimonio de muchos años, o a un monje en su monasterio. Hay cosas que
necesitan “asentarse” con los años, pero esa maduración puede convivir con
un fuego que se renueva, con un corazón siempre joven.
161. Crecer es conservar y alimentar las cosas más preciosas que te regala
la juventud, pero al mismo tiempo es estar abierto a purificar lo que no es
bueno y a recibir nuevos dones de Dios que te llama a desarrollar lo que
vale. A veces, los complejos de inferioridad pueden llevarte a no querer ver
tus defectos y debilidades, y de ese modo puedes cerrarte al crecimiento y a
la maduración. Mejor déjate amar por Dios, que te ama así como eres, que te
valora y respeta, pero también te ofrece más y más: más de su amistad, más
fervor en la oración, más hambre de su Palabra, más deseos de recibir a
Cristo en la Eucaristía, más ganas de vivir su Evangelio, más fortaleza
interior, más paz y alegría espiritual.
162. Pero te recuerdo que no serás santo y pleno copiando a otros. Ni
siquiera imitar a los santos significa copiar su forma de ser y de vivir la
santidad: «Hay testimonios que son útiles para estimularnos y motivarnos,
pero no para que tratemos de copiarlos, porque eso hasta podría alejarnos
del camino único y diferente que el Señor tiene para nosotros»[86]. Tú
tienes que descubrir quién eres y desarrollar tu forma propia de ser santo,
más allá de lo que digan y opinen los demás. Llegar a ser santo es llegar a
ser más plenamente tú mismo, a ser ese que Dios quiso soñar y crear, no una
fotocopia. Tu vida debe ser un estímulo profético, que impulse a otros, que
deje una marca en este mundo, esa marca única que sólo tú podrás dejar. En
cambio, si copias, privarás a esta tierra, y también al cielo, de eso que
nadie más que tú podrá ofrecer. Recuerdo que san Juan de la Cruz, en su
Cántico Espiritual, escribía que cada uno tenía que aprovechar sus consejos
espirituales «según su modo»[87], porque el mismo Dios ha querido manifestar
su gracia «a unos en una manera y a otros en otra»[88].
Sendas de fraternidad
163. Tu desarrollo espiritual se expresa ante todo creciendo en el amor
fraterno, generoso, misericordioso. Lo decía san Pablo: «Que el Señor los
haga progresar y sobreabundar en el amor de unos con otros, y en el amor
para con todos» (1 Ts 3,12). Ojalá vivas cada vez más ese “éxtasis” que es
salir de ti mismo para buscar el bien de los demás, hasta dar la vida.
164. Cuando un encuentro con Dios se llama “éxtasis”, es porque nos saca de
nosotros mismos y nos eleva, cautivados por el amor y la belleza de Dios.
Pero también podemos ser sacados de nosotros mismos para reconocer la
belleza oculta en cada ser humano, su dignidad, su grandeza como imagen de
Dios e hijo del Padre. El Espíritu Santo quiere impulsarnos para que
salgamos de nosotros mismos, abracemos a los demás con el amor y busquemos
su bien. Por lo tanto, siempre es mejor vivir la fe juntos y expresar
nuestro amor en una vida comunitaria, compartiendo con otros jóvenes nuestro
afecto, nuestro tiempo, nuestra fe y nuestras inquietudes. La Iglesia ofrece
muchos espacios diversos para vivir la fe en comunidad, porque todo es más
fácil juntos.
165. Las heridas recibidas pueden llevarte a la tentación del aislamiento, a
replegarte sobre ti mismo, a acumular rencores, pero nunca dejes de escuchar
el llamado de Dios al perdón. Como bien enseñaron los Obispos de Ruanda, «la
reconciliación con el otro pide ante todo descubrir en él el esplendor de la
imagen de Dios […]. En esta óptica, es vital distinguir al pecador de su
pecado y de su ofensa, para llegar a la verdadera reconciliación. Esto
significa que odies el mal que el otro te inflige, pero que continúes
amándolo porque reconoces su debilidad y ves la imagen de Dios en él»[89].
166. A veces toda la energía, los sueños y el entusiasmo de la juventud se
debilitan por la tentación de encerrarnos en nosotros mismos, en nuestros
problemas, sentimientos heridos, lamentos y comodidades. No dejes que eso te
ocurra, porque te volverás viejo por dentro, y antes de tiempo. Cada edad
tiene su hermosura, y a la juventud no pueden faltarle la utopía
comunitaria, la capacidad de soñar unidos, los grandes horizontes que
miramos juntos.
167. Dios ama la alegría de los jóvenes y los invita especialmente a esa
alegría que se vive en comunión fraterna, a ese gozo superior del que sabe
compartir, porque «hay más alegría en dar que en recibir» (Hch 20,35) y
«Dios ama al que da con alegría» (2 Co 9,7). El amor fraterno multiplica
nuestra capacidad de gozo, ya que nos vuelve capaces de gozar con el bien de
los otros: «Alégrense con los que están alegres» (Rm 12,15). Que la
espontaneidad y el impulso de tu juventud se conviertan cada día más en la
espontaneidad del amor fraterno, en la frescura para reaccionar siempre con
perdón, con generosidad, con ganas de construir comunidad. Un proverbio
africano dice: «Si quieres andar rápido, camina solo. Si quieres llegar
lejos, camina con los otros». No nos dejemos robar la fraternidad.
Jóvenes comprometidos
168. Es verdad que a veces, frente a un mundo tan lleno de violencia y
egoísmo, los jóvenes pueden correr el riesgo de encerrarse en pequeños
grupos, y así privarse de los desafíos de la vida en sociedad, de un mundo
amplio, desafiante y necesitado. Sienten que viven el amor fraterno, pero
quizás su grupo se convirtió en una mera prolongación de su yo. Esto se
agrava si la vocación del laico se concibe sólo como un servicio al interno
de la Iglesia (lectores, acólitos, catequistas, etc.), olvidando que la
vocación laical es ante todo la caridad en la familia, la caridad social y
la caridad política: es un compromiso concreto desde la fe para la
construcción de una sociedad nueva, es vivir en medio del mundo y de la
sociedad para evangelizar sus diversas instancias, para hacer crecer la paz,
la convivencia, la justicia, los derechos humanos, la misericordia, y así
extender el Reino de Dios en el mundo.
169. Propongo a los jóvenes ir más allá de los grupos de amigos y construir
la «amistad social, buscar el bien común. La enemistad social destruye. Y
una familia se destruye por la enemistad. Un país se destruye por la
enemistad. El mundo se destruye por la enemistad. Y la enemistad más grande
es la guerra. Y hoy día vemos que el mundo se está destruyendo por la
guerra. Porque son incapaces de sentarse y hablar […]. Sean capaces de crear
la amistad social»[90]. No es fácil, siempre hay que renunciar a algo, hay
que negociar, pero si lo hacemos pensando en el bien de todos podremos
alcanzar la magnífica experiencia de dejar de lado las diferencias para
luchar juntos por algo común. Si logramos buscar puntos de coincidencia en
medio de muchas disidencias, en ese empeño artesanal y a veces costoso de
tender puentes, de construir una paz que sea buena para todos, ese es el
milagro de la cultura del encuentro que los jóvenes pueden atreverse a vivir
con pasión.
170. El Sínodo reconoció que «aunque de forma diferente respecto a las
generaciones pasadas, el compromiso social es un rasgo específico de los
jóvenes de hoy. Al lado de algunos indiferentes, hay muchos otros dispuestos
a comprometerse en iniciativas de voluntariado, ciudadanía activa y
solidaridad social, que hay que acompañar y alentar para que emerjan los
talentos, las competencias y la creatividad de los jóvenes y para incentivar
que asuman responsabilidades. El compromiso social y el contacto directo con
los pobres siguen siendo una ocasión fundamental para descubrir o
profundizar la fe y discernir la propia vocación […]. Se señaló también la
disponibilidad al compromiso en el campo político para la construcción del
bien común»[91].
171. Hoy, gracias a Dios, los grupos de jóvenes en parroquias, colegios,
movimientos o grupos universitarios suelen salir a acompañar ancianos y
enfermos, o visitan barrios pobres, o salen juntos a auxiliar a los
indigentes en las llamadas “noches de la caridad”. Con frecuencia ellos
reconocen que en estas tareas es más lo que reciben que lo que dan, porque
se aprende y se madura mucho cuando uno se atreve a tomar contacto con el
sufrimiento de los otros. Además, en los pobres hay una sabiduría oculta, y
ellos, con palabras simples, pueden ayudarnos a descubrir valores que no
vemos.
172. Otros jóvenes participan en programas sociales orientados a la
construcción de casas para los que no tienen techo, o al saneamiento de
lugares contaminados, o a la recolección de ayudas para los más necesitados.
Sería bueno que esa energía comunitaria se aplicara no sólo a acciones
esporádicas sino de una manera estable, con objetivos claros y una buena
organización que ayude a realizar una tarea más continuada y eficiente. Los
universitarios pueden unirse de manera interdisciplinar para aplicar su
saber a la resolución de problemas sociales, y en esta tarea pueden trabajar
codo a codo con jóvenes de otras Iglesias o de otras religiones.
173. Como en el milagro de Jesús, los panes y los peces de los jóvenes
pueden multiplicarse (cf. Jn 6,4-13). Igual que en la parábola, las pequeñas
semillas de los jóvenes se convierten en árbol y cosecha (cf. Mt
13,23.31-32). Todo ello desde la fuente viva de la Eucaristía, en la cual
nuestro pan y nuestro vino se transfiguran para darnos Vida eterna. Se les
pide a los jóvenes una tarea inmensa y difícil. Con la fe en el Resucitado,
podrán enfrentarla con creatividad y esperanza, y ubicándose siempre en el
lugar del servicio, como los sirvientes de aquella boda, sorprendidos
colaboradores del primer signo de Jesús, que sólo siguieron la consigna de
su Madre: «Hagan lo que Él les diga» (Jn 2,5). Misericordia, creatividad y
esperanza hacen crecer la vida.
174. Quiero alentarte a este compromiso, porque sé que «tu corazón, corazón
joven, quiere construir un mundo mejor. Sigo las noticias del mundo y veo
que tantos jóvenes, en muchas partes del mundo, han salido por las calles
para expresar el deseo de una civilización más justa y fraterna. Los jóvenes
en la calle. Son jóvenes que quieren ser protagonistas del cambio. Por
favor, no dejen que otros sean los protagonistas del cambio. Ustedes son los
que tienen el futuro. Por ustedes entra el futuro en el mundo. A ustedes les
pido que también sean protagonistas de este cambio. Sigan superando la
apatía y ofreciendo una respuesta cristiana a las inquietudes sociales y
políticas que se van planteando en diversas partes del mundo. Les pido que
sean constructores del futuro, que se metan en el trabajo por un mundo
mejor. Queridos jóvenes, por favor, no balconeen la vida, métanse en ella.
Jesús no se quedó en el balcón, se metió; no balconeen la vida, métanse en
ella como hizo Jesús»[92]. Pero sobre todo, de una manera o de otra, sean
luchadores por el bien común, sean servidores de los pobres, sean
protagonistas de la revolución de la caridad y del servicio, capaces de
resistir las patologías del individualismo consumista y superficial.
Misioneros valientes
175. Enamorados de Cristo, los jóvenes están llamados a dar testimonio del
Evangelio en todas partes, con su propia vida. San Alberto Hurtado decía que
«ser apóstoles no significa llevar una insignia en el ojal de la chaqueta;
no significa hablar de la verdad, sino vivirla, encarnarse en ella,
transformarse en Cristo. Ser apóstol no es llevar una antorcha en la mano,
poseer la luz, sino ser la luz [...]. El Evangelio [...] más que una lección
es un ejemplo. El mensaje convertido en vida viviente»[93].
176. El valor del testimonio no significa que se deba callar la palabra.
¿Por qué no hablar de Jesús, por qué no contarles a los demás que Él nos da
fuerzas para vivir, que es bueno conversar con Él, que nos hace bien meditar
sus palabras? Jóvenes, no dejen que el mundo los arrastre a compartir sólo
las cosas malas o superficiales. Ustedes sean capaces de ir contracorriente
y sepan compartir a Jesús, comuniquen la fe que Él les regaló. Ojalá puedan
sentir en el corazón el mismo impulso irresistible que movía a san Pablo
cuando decía: «¡Ay de mí si no anuncio el Evangelio!» (1 Co 9,16).
177. «¿Adónde nos envía Jesús? No hay fronteras, no hay límites: nos envía a
todos. El Evangelio no es para algunos sino para todos. No es sólo para los
que nos parecen más cercanos, más receptivos, más acogedores. Es para todos.
No tengan miedo de ir y llevar a Cristo a cualquier ambiente, hasta las
periferias existenciales, también a quien parece más lejano, más
indiferente. El Señor busca a todos, quiere que todos sientan el calor de su
misericordia y de su amor»[94]. Y nos invita a ir sin miedo con el anuncio
misionero, allí donde nos encontremos y con quien estemos, en el barrio, en
el estudio, en el deporte, en las salidas con los amigos, en el voluntariado
o en el trabajo, siempre es bueno y oportuno compartir la alegría del
Evangelio. Así es como el Señor se va acercando a todos. Y a ustedes,
jóvenes, los quiere como sus instrumentos para derramar luz y esperanza,
porque quiere contar con vuestra valentía, frescura y entusiasmo.
178. No cabe esperar que la misión sea fácil y cómoda. Algunos jóvenes
dieron su vida con tal de no frenar su impulso misionero. Los Obispos de
Corea expresaron: «Esperamos que podamos ser granos de trigo e instrumentos
para la salvación de la humanidad, siguiendo el ejemplo de los mártires.
Aunque nuestra fe es tan pequeña como una semilla de mostaza, Dios le dará
crecimiento y la utilizará como un instrumento para su obra de
salvación»[95]. Amigos, no esperen a mañana para colaborar en la
transformación del mundo con su energía, su audacia y su creatividad. La
vida de ustedes no es un “mientras tanto”. Ustedes son el ahora de Dios, que
los quiere fecundos[96]. Porque «es dando como se recibe»[97], y la mejor
manera de preparar un buen futuro es vivir bien el presente con entrega y
generosidad.
Capítulo sexto
Jóvenes con raíces
179. A veces he visto árboles jóvenes, bellos, que elevaban sus ramas al
cielo buscando siempre más, y parecían un canto de esperanza. Más adelante,
después de una tormenta, los encontré caídos, sin vida. Porque tenían pocas
raíces, habían desplegado sus ramas sin arraigarse bien en la tierra, y así
sucumbieron ante los embates de la naturaleza. Por eso me duele ver que
algunos les propongan a los jóvenes construir un futuro sin raíces, como si
el mundo comenzara ahora. Porque «es imposible que alguien crezca si no
tiene raíces fuertes que ayuden a estar bien sostenido y agarrado a la
tierra. Es fácil “volarse” cuando no hay desde donde agarrarse, de donde
sujetarse»[98].
Que no te arranquen de la tierra
180. Esta no es una cuestión secundaria, y me parece bueno dedicarle un
breve capítulo. Comprender esto permite distinguir la alegría de la juventud
de un falso culto a la juventud que algunos utilizan para seducir a los
jóvenes y utilizarlos para sus fines.
181. Piensen esto: si una persona les hace una propuesta y les dice que
ignoren la historia, que no recojan la experiencia de los mayores, que
desprecien todo lo pasado y que sólo miren el futuro que él les ofrece, ¿no
es una forma fácil de atraparlos con su propuesta para que solamente hagan
lo que él les dice? Esa persona los necesita vacíos, desarraigados,
desconfiados de todo, para que sólo confíen en sus promesas y se sometan a
sus planes. Así funcionan las ideologías de distintos colores, que destruyen
(o de-construyen) todo lo que sea diferente y de ese modo pueden reinar sin
oposiciones. Para esto necesitan jóvenes que desprecien la historia, que
rechacen la riqueza espiritual y humana que se fue transmitiendo a lo largo
de las generaciones, que ignoren todo lo que los ha precedido.
182. Al mismo tiempo, los manipuladores utilizan otro recurso: una adoración
de la juventud, como si todo lo que no sea joven se convirtiera en
detestable y caduco. El cuerpo joven se vuelve el símbolo de este nuevo
culto, y entonces todo lo que tenga que ver con ese cuerpo se idolatra y se
desea sin límites, y lo que no sea joven se mira con desprecio. Pero es un
arma que en primer lugar termina degradando a los jóvenes, los vacía de
valores reales, los utiliza para obtener beneficios personales, económicos o
políticos.
183. Queridos jóvenes, no acepten que usen su juventud para fomentar una
vida superficial, que confunde la belleza con la apariencia. Mejor sepan
descubrir que hay hermosura en el trabajador que vuelve a su casa sucio y
desarreglado, pero con la alegría de haber ganado el pan de sus hijos. Hay
una belleza extraordinaria en la comunión de la familia junto a la mesa y en
el pan compartido con generosidad, aunque la mesa sea muy pobre. Hay
hermosura en la esposa despeinada y casi anciana, que permanece cuidando a
su esposo enfermo más allá de sus fuerzas y de su propia salud. Aunque haya
pasado la primavera del noviazgo, hay hermosura en la fidelidad de las
parejas que se aman en el otoño de la vida, en esos viejitos que caminan de
la mano. Hay hermosura, más allá de la apariencia o de la estética de moda,
en cada hombre y en cada mujer que viven con amor su vocación personal, en
el servicio desinteresado por la comunidad, por la patria, en el trabajo
generoso por la felicidad de la familia, comprometidos en el arduo trabajo
anónimo y gratuito de restaurar la amistad social. Descubrir, mostrar y
resaltar esta belleza, que se parece a la de Cristo en la cruz, es poner los
cimientos de la verdadera solidaridad social y de la cultura del encuentro.
184. Junto con las estrategias del falso culto a la juventud y a la
apariencia, hoy se promueve una espiritualidad sin Dios, una afectividad sin
comunidad y sin compromiso con los que sufren, un miedo a los pobres vistos
como seres peligrosos, y una serie de ofertas que pretenden hacerles creer
en un futuro paradisíaco que siempre se postergará para más adelante. No
quiero proponerles eso, y con todo mi afecto quiero advertirles que no se
dejen dominar por esta ideología que no los volverá más jóvenes, sino que
los convertirá en esclavos. Les propongo otro camino, hecho de libertad, de
entusiasmo, de creatividad, de horizontes nuevos, pero cultivando al mismo
tiempo esas raíces que alimentan y sostienen.
185. En esta línea, quiero destacar que «numerosos Padres sinodales
provenientes de contextos no occidentales señalan que en sus países la
globalización conlleva auténticas formas de colonización cultural, que
desarraigan a los jóvenes de la pertenencia a las realidades culturales y
religiosas de las que provienen. Es necesario un compromiso de la Iglesia
para acompañarlos en este paso sin que pierdan los rasgos más valiosos de su
identidad»[99].
186. Hoy vemos una tendencia a “homogeneizar” a los jóvenes, a disolver las
diferencias propias de su lugar de origen, a convertirlos en seres
manipulables hechos en serie. Así se produce una destrucción cultural, que
es tan grave como la desaparición de las especies animales y vegetales[100].
Por eso, en un mensaje a jóvenes indígenas, reunidos en Panamá, los exhorté
a «hacerse cargo de las raíces, porque de las raíces viene la fuerza que los
va a hacer crecer, florecer y fructificar»[101].
Tu relación con los ancianos
187. En el Sínodo se expresó que «los jóvenes están proyectados hacia el
futuro y afrontan la vida con energía y dinamismo. Sin embargo […] a veces
suelen prestar poca atención a la memoria del pasado del que provienen, en
particular a los numerosos dones que les han transmitido sus padres y
abuelos, al bagaje cultural de la sociedad en la que viven. Ayudar a los
jóvenes a descubrir la riqueza viva del pasado, haciendo memoria y
sirviéndose de este para las propias decisiones y posibilidades, es un
verdadero acto de amor hacia ellos, en vista de su crecimiento y de las
decisiones que deberán tomar»[102].
188. La Palabra de Dios recomienda no perder el contacto con los ancianos,
para poder recoger su experiencia: «Acude a la reunión de los ancianos, y si
encuentras a un sabio júntate a él […]. Si ves a un hombre prudente, madruga
para buscarlo, que tus pies desgasten el umbral de su puerta» (Si 6,34.36).
En todo caso, los largos años que ellos vivieron y todo lo que han pasado en
la vida, deben llevarnos a mirarlos con respeto: «Ponte de pie ante el
hombre de canas» (Lv 19,32). Porque «la fuerza es el adorno de los jóvenes,
las canas son el honor de los ancianos» (Pr 20,29).
189. La Biblia nos pide: «Escucha a tu padre que te dio la vida, y no
desprecies a tu madre cuando sea anciana» (Pr 23,22). El mandato de honrar
al padre y a la madre «es el primer mandamiento que va acompañado de una
promesa» (Ef 6,2; cf. Ex 20,12; Dt 5,16; Lv 19,3), y la promesa es: «serás
feliz y se prolongará tu vida sobre la tierra» (Ef 6,3).
190. Esto no significa que tengas que estar de acuerdo con todo lo que ellos
dicen, ni que debas aprobar todas sus acciones. Un joven siempre debería
tener un espíritu crítico. San Basilio Magno, refiriéndose a los antiguos
autores griegos, recomendaba a los jóvenes que los estimasen, pero que
acogieran sólo lo bueno que pudieran enseñarles.[103] Se trata simplemente
de estar abiertos para recoger una sabiduría que se comunica de generación
en generación, que puede convivir con algunas miserias humanas, y que no
tiene por qué desaparecer ante las novedades del consumo y del mercado.
191. Al mundo nunca le sirvió ni le servirá la ruptura entre generaciones.
Son los cantos de sirena de un futuro sin raíces, sin arraigo. Es la mentira
que te hace creer que sólo lo nuevo es bueno y bello. La existencia de las
relaciones intergeneracionales implica que en las comunidades se posea una
memoria colectiva, pues cada generación retoma las enseñanzas de sus
antecesores, dejando así un legado a sus sucesores. Esto constituye marcos
de referencia para cimentar sólidamente una sociedad nueva. Como dice el
refrán: “Si el joven supiese y el viejo pudiese, no habría cosa que no se
hiciese”.
Sueños y visiones
192. En la profecía de Joel encontramos un anuncio que nos permite entender
esto de una manera muy bella. Dice así: «Derramaré mi Espíritu sobre toda
carne y sus hijos y sus hijas profetizarán, y sus jóvenes verán visiones y
sus ancianos soñarán sueños» (Jl 3,1; cf. Hch 2,17). Si los jóvenes y los
viejos se abren al Espíritu Santo, ambos producen una combinación
maravillosa. Los ancianos sueñan y los jóvenes ven visiones. ¿Cómo se
complementan ambas cosas?
193. Los ancianos tienen sueños construidos con recuerdos, con imágenes de
tantas cosas vividas, con la marca de la experiencia y de los años. Si los
jóvenes se arraigan en esos sueños de los ancianos logran ver el futuro,
pueden tener visiones que les abren el horizonte y les muestran nuevos
caminos. Pero si los ancianos no sueñan, los jóvenes ya no pueden mirar
claramente el horizonte.
194. Es lindo encontrar entre lo que nuestros padres conservaron, algún
recuerdo que nos permite imaginar lo que soñaron para nosotros nuestros
abuelos y nuestras abuelas. Todo ser humano, aun antes de nacer, ha recibido
de parte de sus abuelos como regalo, la bendición de un sueño lleno de amor
y de esperanza: el de una vida mejor para él. Y si no lo tuvo de ninguno de
sus abuelos, seguramente algún bisabuelo sí lo soñó y se alegró por él,
contemplando en la cuna a sus hijos y luego a sus nietos. El sueño primero,
el sueño creador de nuestro Padre Dios, precede y acompaña la vida de todos
sus hijos. Hacer memoria de esta bendición, que se extiende de generación en
generación, es una herencia preciosa que hay que saber conservar viva para
poder transmitirla también nosotros.
195. Por eso es bueno dejar que los ancianos hagan largas narraciones, que a
veces parecen mitológicas, fantasiosas –son sueños de viejos–, pero muchas
veces están llenas de rica experiencia, de símbolos elocuentes, de mensajes
ocultos. Esas narraciones requieren tiempo, que nos dispongamos
gratuitamente a escuchar y a interpretar con paciencia, porque no entran en
un mensaje de las redes sociales. Tenemos que aceptar que toda la sabiduría
que necesitamos para la vida no puede encerrarse en los límites que imponen
los actuales recursos de comunicación.
196. En el libro La sabiduría de los años[104], expresé algunos deseos en
forma de pedidos. «¿Qué pido a los ancianos, entre los cuales me cuento yo
mismo? Nos pido que seamos guardianes de la memoria. Los abuelos y las
abuelas necesitamos formar un coro. Me imagino a los ancianos como el coro
permanente de un importante santuario espiritual, en el que las oraciones de
súplica y los cantos de alabanza sostienen a la comunidad entera que trabaja
y lucha en el terreno de la vida»[105]. Es hermoso que «los jóvenes y las
muchachas también, los viejos junto con los niños, alaben el nombre del
Señor» (Sal 148,12-13).
197. ¿Qué podemos darles los ancianos? «A los jóvenes de hoy día que viven
su propia mezcla de ambiciones heroicas y de inseguridades, podemos
recordarles que una vida sin amor es una vida infecunda»[106]. ¿Qué podemos
decirles? «A los jóvenes temerosos podemos decirles que la ansiedad frente
al futuro puede ser vencida»[107]. ¿Qué podemos enseñarles? «A los jóvenes
excesivamente preocupados de sí mismos podemos enseñarles que se experimenta
mayor alegría en dar que en recibir, y que el amor no se demuestra sólo con
palabras, sino también con obras»[108].
Arriesgar juntos
198. El amor que se da y que obra, tantas veces se equivoca. El que actúa,
el que arriesga, quizás comete errores. Aquí, en este momento, puede
resultar de interés traer el testimonio de María Gabriela Perin, huérfana de
padre desde recién nacida que reflexiona cómo esto influyó en su vida, en
una relación que no duró pero que la hizo madre y ahora abuela: «Lo que yo
sé es que Dios crea historias. En su genialidad y su misericordia, Él toma
nuestros triunfos y fracasos y teje hermosos tapices que están llenos de
ironía. El reverso del tejido puede parecer desordenado con sus hilos
enredados –los acontecimientos de nuestra vida– y tal vez sea ese lado con
el que nos obsesionamos cuando tenemos dudas. Sin embargo, el lado bueno del
tapiz muestra una historia magnífica, y ese es el lado que ve Dios»[109].
Cuando las personas mayores miran atentamente la vida, a menudo saben de
modo instintivo lo que hay detrás de los hilos enredados y reconocen lo que
Dios hace creativamente aun con nuestros errores.
199. Si caminamos juntos, jóvenes y ancianos, podremos estar bien arraigados
en el presente, y desde aquí frecuentar el pasado y el futuro: frecuentar el
pasado, para aprender de la historia y para sanar las heridas que a veces
nos condicionan; frecuentar el futuro, para alimentar el entusiasmo, hacer
germinar sueños, suscitar profecías, hacer florecer esperanzas. De ese modo,
unidos, podremos aprender unos de otros, calentar los corazones, inspirar
nuestras mentes con la luz del Evangelio y dar nueva fuerza a nuestras
manos.
200. Las raíces no son anclas que nos atan a otras épocas y nos impiden
encarnarnos en el mundo actual para hacer nacer algo nuevo. Son, por el
contrario, un punto de arraigo que nos permite desarrollarnos y responder a
los nuevos desafíos. Entonces tampoco sirve «que nos sentemos a añorar
tiempos pasados; hemos de asumir con realismo y amor nuestra cultura y
llenarla de Evangelio. Somos enviados hoy para anunciar la Buena Noticia de
Jesús a los tiempos nuevos. Hemos de amar nuestra hora con sus posibilidades
y riesgos, con sus alegrías y dolores, con sus riquezas y sus límites, con
sus aciertos y sus errores»[110].
201. En el Sínodo, uno de los jóvenes auditores proveniente de las islas
Samoa, dijo que la Iglesia es una canoa, en la cual los viejos ayudan a
mantener la dirección interpretando la posición de las estrellas, y los
jóvenes reman con fuerza imaginando lo que les espera más allá. No nos
dejemos llevar ni por los jóvenes que piensan que los adultos son un pasado
que ya no cuenta, que ya caducó, ni por los adultos que creen saber siempre
cómo deben comportarse los jóvenes. Mejor subámonos todos a la misma canoa y
entre todos busquemos un mundo mejor, bajo el impulso siempre nuevo del
Espíritu Santo.
Capítulo séptimo
La pastoral de los jóvenes
202. La pastoral juvenil, tal como estábamos acostumbrados a llevarla
adelante, ha sufrido el embate de los cambios sociales y culturales. Los
jóvenes, en las estructuras habituales, muchas veces no encuentran
respuestas a sus inquietudes, necesidades, problemáticas y heridas. La
proliferación y crecimiento de asociaciones y movimientos con
características predominantemente juveniles pueden ser interpretados como
una acción del Espíritu que abre caminos nuevos. Se hace necesario, sin
embargo, ahondar en la participación de estos en la pastoral de conjunto de
la Iglesia, así como en una mayor comunión entre ellos en una mejor
coordinación de la acción. Si bien no siempre es fácil abordar a los
jóvenes, se está creciendo en dos aspectos: la conciencia de que es toda la
comunidad la que los evangeliza y la urgencia de que ellos tengan un
protagonismo mayor en las propuestas pastorales.
Una pastoral sinodal
203. Quiero destacar que los mismos jóvenes son agentes de la pastoral
juvenil, acompañados y guiados, pero libres para encontrar caminos siempre
nuevos con creatividad y audacia. Por consiguiente, estaría de más que me
detuviera aquí a proponer alguna especie de manual de pastoral juvenil o una
guía de pastoral práctica. Se trata más bien de poner en juego la astucia,
el ingenio y el conocimiento que tienen los mismos jóvenes de la
sensibilidad, el lenguaje y las problemáticas de los demás jóvenes.
204. Ellos nos hacen ver la necesidad de asumir nuevos estilos y nuevas
estrategias. Por ejemplo, mientras los adultos suelen preocuparse por tener
todo planificado, con reuniones periódicas y horarios fijos, hoy la mayoría
de los jóvenes difícilmente se siente atraída por esos esquemas pastorales.
La pastoral juvenil necesita adquirir otra flexibilidad, y convocar a los
jóvenes a eventos, a acontecimientos que cada tanto les ofrezcan un lugar
donde no sólo reciban una formación, sino que también les permitan compartir
la vida, celebrar, cantar, escuchar testimonios reales y experimentar el
encuentro comunitario con el Dios vivo.
205. Por otra parte, sería muy deseable recoger todavía más las buenas
prácticas: aquellas metodologías, aquellos lenguajes, aquellas motivaciones
que han sido realmente atractivas para acercar a los jóvenes a Cristo y a la
Iglesia. No importa de qué color sean, si son “conservadoras o
progresistas”, si son “de derecha o de izquierda”. Lo importante es que
recojamos todo lo que haya dado buenos resultados y sea eficaz para
comunicar la alegría del Evangelio.
206. La pastoral juvenil sólo puede ser sinodal, es decir, conformando un
“caminar juntos” que implica una «valorización de los carismas que el
Espíritu concede según la vocación y el rol de cada uno de los miembros [de
la Iglesia], mediante un dinamismo de corresponsabilidad […]. Animados por
este espíritu, podremos encaminarnos hacia una Iglesia participativa y
corresponsable, capaz de valorizar la riqueza de la variedad que la compone,
que acoja con gratitud el aporte de los fieles laicos, incluyendo a jóvenes
y mujeres, la contribución de la vida consagrada masculina y femenina, la de
los grupos, asociaciones y movimientos. No hay que excluir a nadie, ni dejar
que nadie se autoexcluya»[111].
207. De este modo, aprendiendo unos de otros, podremos reflejar mejor ese
poliedro maravilloso que debe ser la Iglesia de Jesucristo. Ella puede
atraer a los jóvenes precisamente porque no es una unidad monolítica, sino
un entramado de dones variados que el Espíritu derrama incesantemente en
ella, haciéndola siempre nueva a pesar de sus miserias.
208. En el Sínodo aparecieron muchas propuestas concretas orientadas a
renovar la pastoral juvenil y a liberarla de esquemas que ya no son eficaces
porque no entran en diálogo con la cultura actual de los jóvenes. Se
comprende que no podría aquí recogerlas a todas, y algunas de ellas pueden
encontrarse en el Documento final del Sínodo.
Grandes líneas de acción
209. Sólo quisiera destacar brevemente que la pastoral juvenil implica dos
grandes líneas de acción. Una es la búsqueda, la convocatoria, el llamado
que atraiga a nuevos jóvenes a la experiencia del Señor. La otra es el
crecimiento, el desarrollo de un camino de maduración de los que ya han
hecho esa experiencia.
210. Con respecto a lo primero, la búsqueda, confío en la capacidad de los
mismos jóvenes, que saben encontrar los caminos atractivos para convocar.
Saben organizar festivales, competencias deportivas, e incluso saben
evangelizar en las redes sociales con mensajes, canciones, videos y otras
intervenciones. Sólo hay que estimular a los jóvenes y darles libertad para
que ellos se entusiasmen misionando en los ámbitos juveniles. El primer
anuncio puede despertar una honda experiencia de fe en medio de un “retiro
de impacto”, en una conversación en un bar, en un recreo de la facultad, o
por cualquiera de los insondables caminos de Dios. Pero lo más importante es
que cada joven se atreva a sembrar el primer anuncio en esa tierra fértil
que es el corazón de otro joven.
211. En esta búsqueda se debe privilegiar el idioma de la proximidad, el
lenguaje del amor desinteresado, relacional y existencial que toca el
corazón, llega a la vida, despierta esperanza y deseos. Es necesario
acercarse a los jóvenes con la gramática del amor, no con el proselitismo.
El lenguaje que la gente joven entiende es el de aquellos que dan la vida,
el de quien está allí por ellos y para ellos, y el de quienes, a pesar de
sus límites y debilidades, tratan de vivir su fe con coherencia. Al mismo
tiempo, todavía tenemos que buscar con mayor sensibilidad cómo encarnar el
kerygma en el lenguaje que hablan los jóvenes de hoy.
212. Con respecto al crecimiento, quiero hacer una importante advertencia.
En algunos lugares ocurre que, después de haber provocado en los jóvenes una
intensa experiencia de Dios, un encuentro con Jesús que tocó sus corazones,
luego solamente les ofrecen encuentros de “formación” donde sólo se abordan
cuestiones doctrinales y morales: sobre los males del mundo actual, sobre la
Iglesia, sobre la Doctrina Social, sobre la castidad, sobre el matrimonio,
sobre el control de la natalidad y sobre otros temas. El resultado es que
muchos jóvenes se aburren, pierden el fuego del encuentro con Cristo y la
alegría de seguirlo, muchos abandonan el camino y otros se vuelven tristes y
negativos. Calmemos la obsesión por transmitir un cúmulo de contenidos
doctrinales, y ante todo tratemos de suscitar y arraigar las grandes
experiencias que sostienen la vida cristiana. Como decía Romano Guardini:
«en la experiencia de un gran amor [...] todo cuanto acontece se convierte
en un episodio dentro de su ámbito»[112].
213. Cualquier proyecto formativo, cualquier camino de crecimiento para los
jóvenes, debe incluir ciertamente una formación doctrinal y moral. Es
igualmente importante que esté centrado en dos grandes ejes: uno es la
profundización del kerygma, la experiencia fundante del encuentro con Dios a
través de Cristo muerto y resucitado. El otro es el crecimiento en el amor
fraterno, en la vida comunitaria, en el servicio.
214. Insistí mucho sobre esto en Evangelii gaudium y creo que es oportuno
recordarlo. Por una parte, sería un grave error pensar que en la pastoral
juvenil «el kerygma es abandonado en pos de una formación supuestamente más
“sólida”. Nada hay más sólido, más profundo, más seguro, más denso y más
sabio que ese anuncio. Toda formación cristiana es ante todo la
profundización del kerygma que se va haciendo carne cada vez más y
mejor»[113]. Por consiguiente, la pastoral juvenil siempre debe incluir
momentos que ayuden a renovar y profundizar la experiencia personal del amor
de Dios y de Jesucristo vivo. Lo hará con diversos recursos: testimonios,
canciones, momentos de adoración, espacios de reflexión espiritual con la
Sagrada Escritura, e incluso con diversos estímulos a través de las redes
sociales. Pero jamás debe sustituirse esta experiencia gozosa de encuentro
con el Señor por una suerte de “adoctrinamiento”.
215. Por otra parte, cualquier plan de pastoral juvenil debe incorporar
claramente medios y recursos variados para ayudar a los jóvenes a crecer en
la fraternidad, a vivir como hermanos, a ayudarse mutuamente, a crear
comunidad, a servir a los demás, a estar cerca de los pobres. Si el amor
fraterno es el «mandamiento nuevo» (Jn 13,34), si es «la plenitud de la Ley»
(Rm 13,10), si es lo que mejor manifiesta nuestro amor a Dios, entonces debe
ocupar un lugar relevante en todo plan de formación y crecimiento de los
jóvenes.
Ambientes adecuados
216. En todas nuestras instituciones necesitamos desarrollar y potenciar
mucho más nuestra capacidad de acogida cordial, porque muchos de los jóvenes
que llegan lo hacen en una profunda situación de orfandad. Y no me refiero a
determinados conflictos familiares, sino a una experiencia que atañe por
igual a niños, jóvenes y adultos, madres, padres e hijos. Para tantos
huérfanos y huérfanas, nuestros contemporáneos, ¿nosotros mismos quizás?,
las comunidades como la parroquia y la escuela deberían ofrecer caminos de
amor gratuito y promoción, de afirmación y crecimiento. Muchos jóvenes se
sienten hoy hijos del fracaso, porque los sueños de sus padres y abuelos se
quemaron en la hoguera de la injusticia, de la violencia social, del sálvese
quien pueda. ¡Cuánto desarraigo! Si los jóvenes crecieron en un mundo de
cenizas no es fácil que puedan sostener el fuego de grandes ilusiones y
proyectos. Si crecieron en un desierto vacío de sentido, ¿cómo podrán tener
ganas de sacrificarse para sembrar? La experiencia de discontinuidad, de
desarraigo y la caída de las certezas básicas, fomentada en la cultura
mediática actual, provocan esa sensación de profunda orfandad a la cual
debemos responder creando espacios fraternos y atractivos donde se viva con
un sentido.
217. Crear “hogar” en definitiva «es crear familia; es aprender a sentirse
unidos a los otros más allá de vínculos utilitarios o funcionales, unidos de
tal manera que sintamos la vida un poco más humana. Crear hogares, “casas de
comunión”, es permitir que la profecía tome cuerpo y haga nuestras horas y
días menos inhóspitos, menos indiferentes y anónimos. Es tejer lazos que se
construyen con gestos sencillos, cotidianos y que todos podemos realizar. Un
hogar, y lo sabemos todos muy bien, necesita de la colaboración de todos.
Nadie puede ser indiferente o ajeno, ya que cada uno es piedra necesaria en
su construcción. Y eso implica pedirle al Señor que nos regale la gracia de
aprender a tenernos paciencia, de aprender a perdonarse; aprender todos los
días a volver a empezar. Y, ¿cuántas veces perdonar o volver a empezar?
Setenta veces siete, todas las que sean necesarias. Crear lazos fuertes
exige de la confianza que se alimenta todos los días de la paciencia y el
perdón. Y así se produce el milagro de experimentar que aquí se nace de
nuevo, aquí todos nacemos de nuevo porque sentimos actuante la caricia de
Dios que nos posibilita soñar el mundo más humano y, por tanto, más
divino»[114].
218. En este marco, en nuestras instituciones necesitamos ofrecerles a los
jóvenes lugares propios que ellos puedan acondicionar a su gusto, y donde
puedan entrar y salir con libertad, lugares que los acojan y donde puedan
acercarse espontáneamente y con confianza al encuentro de otros jóvenes
tanto en los momentos de sufrimiento o de aburrimiento, como cuando deseen
celebrar sus alegrías. Algo de esto han logrado algunos Oratorios y otros
centros juveniles, que en muchos casos son el ambiente de amistades y de
noviazgo, de reencuentros, donde pueden compartir la música, la recreación,
el deporte, y también la reflexión y la oración con pequeños subsidios y
diversas propuestas. De este modo se abre paso ese indispensable anuncio
persona a persona que no puede ser reemplazado por ningún recurso ni
estrategia pastoral.
219. «La amistad y las relaciones, a menudo también en grupos más o menos
estructurados, ofrecen la oportunidad de reforzar competencias sociales y
relacionales en un contexto en el que no se evalúa ni se juzga a la persona.
La experiencia de grupo constituye a su vez un recurso para compartir la fe
y para ayudarse mutuamente en el testimonio. Los jóvenes son capaces de
guiar a otros jóvenes y de vivir un verdadero apostolado entre sus
amigos»[115].
220. Esto no significa que se aíslen y pierdan todo contacto con las
comunidades de parroquias, movimientos y otras instituciones eclesiales.
Pero ellos se integrarán mejor a comunidades abiertas, vivas en la fe,
deseosas de irradiar a Jesucristo, alegres, libres, fraternas y
comprometidas. Estas comunidades pueden ser los cauces donde ellos sientan
que es posible cultivar preciosas relaciones.
La pastoral de las instituciones educativas
221. La escuela es sin duda una plataforma para acercarse a los niños y a
los jóvenes. Es un lugar privilegiado para la promoción de la persona, y por
esto la comunidad cristiana le ha dedicado gran atención, ya sea formando
docentes y dirigentes, como también instituyendo escuelas propias, de todo
tipo y grado. En este campo el Espíritu ha suscitado innumerables carismas y
testimonios de santidad. Sin embargo, la escuela necesita una urgente
autocrítica si vemos los resultados que deja la pastoral de muchas de ellas,
una pastoral concentrada en la instrucción religiosa que a menudo es incapaz
de provocar experiencias de fe perdurables. Además, hay algunos colegios
católicos que parecen estar organizados sólo para la preservación. La fobia
al cambio hace que no puedan tolerar la incertidumbre y se replieguen ante
los peligros, reales o imaginarios, que todo cambio trae consigo. La escuela
convertida en un “búnker” que protege de los errores “de afuera”, es la
expresión caricaturizada de esta tendencia. Esa imagen refleja de un modo
estremecedor lo que experimentan muchísimos jóvenes al egresar de algunos
establecimientos educativos: una insalvable inadecuación entre lo que les
enseñaron y el mundo en el cual les toca vivir. Aun las propuestas
religiosas y morales que recibieron no los han preparado para confrontarlas
con un mundo que las ridiculiza, y no han aprendido formas de orar y de
vivir la fe que puedan ser fácilmente sostenidas en medio del ritmo de esta
sociedad. En realidad, una de las alegrías más grandes de un educador se
produce cuando puede ver a un estudiante constituirse a sí mismo como una
persona fuerte, integrada, protagonista y capaz de dar.
222. La escuela católica sigue siendo esencial como espacio de
evangelización de los jóvenes. Es importante tener en cuenta algunos
criterios inspiradores señalados en Veritatis gaudium en vista a una
renovación y relanzamiento de las escuelas y universidades “en salida”
misionera, tales como: la experiencia del kerygma, el diálogo a todos los
niveles, la interdisciplinariedad y la transdisciplinariedad, el fomento de
la cultura del encuentro, la urgente necesidad de “crear redes” y la opción
por los últimos, por aquellos que la sociedad descarta y desecha[116].
También la capacidad de integrar los saberes de la cabeza, el corazón y las
manos.
223. Por otra parte, no podemos separar la formación espiritual de la
formación cultural. La Iglesia siempre quiso desarrollar para los jóvenes
espacios para la mejor cultura. No debe renunciar a hacerlo porque los
jóvenes tienen derecho a ella. Y «hoy en día, sobre todo, el derecho a la
cultura significa proteger la sabiduría, es decir, un saber humano y que
humaniza. Con demasiada frecuencia estamos condicionados por modelos de vida
triviales y efímeros que empujan a perseguir el éxito a bajo costo,
desacreditando el sacrificio, inculcando la idea de que el estudio no es
necesario si no da inmediatamente algo concreto. No, el estudio sirve para
hacerse preguntas, para no ser anestesiado por la banalidad, para buscar
sentido en la vida. Se debe reclamar el derecho a que no prevalezcan las
muchas sirenas que hoy distraen de esta búsqueda. Ulises, para no rendirse
al canto de las sirenas, que seducían a los marineros y los hacían
estrellarse contra las rocas, se ató al árbol de la nave y tapó las orejas
de sus compañeros de viaje. En cambio, Orfeo, para contrastar el canto de
las sirenas, hizo otra cosa: entonó una melodía más hermosa, que encantó a
las sirenas. Esta es su gran tarea: responder a los estribillos paralizantes
del consumismo cultural con opciones dinámicas y fuertes, con la
investigación, el conocimiento y el compartir»[117].
Distintos ámbitos para desarrollos pastorales
224. Muchos jóvenes son capaces de aprender a gustar del silencio y de la
intimidad con Dios. También han crecido los grupos que se reúnen a adorar al
Santísimo o a orar con la Palabra de Dios. No hay que menospreciar a los
jóvenes como si fueran incapaces de abrirse a propuestas contemplativas.
Sólo hace falta encontrar los estilos y las modalidades adecuadas para
ayudarlos a iniciarse en esta experiencia de tan alto valor. Con respecto a
los ámbitos de culto y oración, «en diversos contextos los jóvenes católicos
piden propuestas de oración y momentos sacramentales que incluyan su vida
cotidiana en una liturgia fresca, auténtica y alegre»[118]. Es importante
aprovechar los momentos más fuertes del año litúrgico, particularmente la
Semana Santa, Pentecostés y Navidad. Ellos también disfrutan de otros
encuentros festivos, que cortan la rutina y que ayudan a experimentar la
alegría de la fe.
225. Una oportunidad única para el crecimiento y también de apertura al don
divino de la fe y la caridad es el servicio: muchos jóvenes se sienten
atraídos por la posibilidad de ayudar a otros, especialmente a niños y
pobres. A menudo este servicio es el primer paso para descubrir o
redescubrir la vida cristiana y eclesial. Muchos jóvenes se cansan de
nuestros itinerarios de formación doctrinal, e incluso espiritual, y a veces
reclaman la posibilidad de ser más protagonistas en actividades que hagan
algo por la gente.
226. No podemos olvidar las expresiones artísticas, como el teatro, la
pintura, etc. «Del todo peculiar es la importancia de la música, que
representa un verdadero ambiente en el que los jóvenes están constantemente
inmersos, así como una cultura y un lenguaje capaces de suscitar emociones y
de plasmar la identidad. El lenguaje musical representa también un recurso
pastoral, que interpela en particular la liturgia y su renovación»[119]. El
canto puede ser un gran estímulo para el caminar de los jóvenes. Decía san
Agustín: «Canta, pero camina; alivia con el canto tu trabajo, no ames la
pereza: canta y camina […]. Tú, si avanzas, caminas; pero avanza en el bien,
en la recta fe, en las buenas obras: canta y camina»[120].
227. «Es igualmente significativa la relevancia que tiene entre los jóvenes
la práctica deportiva, cuyas potencialidades en clave educativa y formativa
la Iglesia no debe subestimar, sino mantener una sólida presencia en este
campo. El mundo del deporte necesita ser ayudado a superar las ambigüedades
que lo golpean, como la mitificación de los campeones, el sometimiento a
lógicas comerciales y la ideología del éxito a toda costa»[121]. En la base
de la experiencia deportiva está «la alegría: la alegría de moverse, la
alegría de estar juntos, la alegría por la vida y los dones que el Creador
nos hace cada día»[122]. Por otra parte, algunos Padres de la Iglesia han
tomado el ejemplo de las prácticas deportivas para invitar a los jóvenes a
crecer en la fortaleza y dominar la modorra o la comodidad. San Basilio
Magno, dirigiéndose a los jóvenes, tomaba el ejemplo del esfuerzo que
requiere el deporte y así les inculcaba la capacidad de sacrificarse para
crecer en las virtudes: «Tras miles y miles de sufrimientos y haber
incrementado su fortaleza por muchos métodos, tras haber sudado mucho en
fatigosos ejercicios gimnásticos […] y llevar en lo demás, para no alargarme
en mis palabras, una existencia tal que su vida antes de la competición no
es sino una preparación para esta, […] arrostran todo tipo de fatigas y
peligros para ganar la corona […]. ¿Y nosotros, que tenemos delante unos
premios de la vida tan maravillosos en número y grandeza como para que sean
imposibles de definir con palabras, durmiendo a pierna suelta y viviendo en
total ausencia de peligros, vendremos a tomarlos con una mano?»[123].
228. En muchos adolescentes y jóvenes despierta especial atracción el
contacto con la creación, y son sensibles hacia el cuidado del ambiente,
como ocurre con los Scouts y con otros grupos que organizan jornadas de
contacto con la naturaleza, campamentos, caminatas, expediciones y campañas
ambientales. En el espíritu de san Francisco de Asís, son experiencias que
pueden significar un camino para iniciarse en la escuela de la fraternidad
universal y en la oración contemplativa.
229. Estas y otras diversas posibilidades que se abren a la evangelización
de los jóvenes, no deberían hacernos olvidar que, más allá de los cambios de
la historia y de la sensibilidad de los jóvenes, hay regalos de Dios que son
siempre actuales, que contienen una fuerza que trasciende todas las épocas y
todas las circunstancias: la Palabra del Señor siempre viva y eficaz, la
presencia de Cristo en la Eucaristía que nos alimenta, y el Sacramento del
perdón que nos libera y fortalece. También podemos mencionar la inagotable
riqueza espiritual que conserva la Iglesia en el testimonio de sus santos y
en la enseñanza de los grandes maestros espirituales. Aunque tengamos que
respetar diversas etapas, y a veces necesitemos esperar con paciencia el
momento justo, no podremos dejar de invitar a los jóvenes a estos
manantiales de vida nueva, no tenemos derecho a privarlos de tanto bien.
Una pastoral popular juvenil
230. Además de la pastoral habitual que realizan las parroquias y los
movimientos, según determinados esquemas, es muy importante dar lugar a una
“pastoral popular juvenil”, que tiene otro estilo, otros tiempos, otro
ritmo, otra metodología. Consiste en una pastoral más amplia y flexible que
estimule, en los distintos lugares donde se mueven los jóvenes reales, esos
liderazgos naturales y esos carismas que el Espíritu Santo ya ha sembrado
entre ellos. Se trata ante todo de no ponerles tantos obstáculos, normas,
controles y marcos obligatorios a esos jóvenes creyentes que son líderes
naturales en los barrios y en diversos ambientes. Sólo hay que acompañarlos
y estimularlos, confiando un poco más en la genialidad del Espíritu Santo
que actúa como quiere.
231. Hablamos de líderes realmente “populares”, no elitistas o clausurados
en pequeños grupos de selectos. Para que sean capaces de generar una
pastoral popular en el mundo de los jóvenes hace falta que «aprendan a
auscultar el sentir del pueblo, a constituirse en sus voceros y a trabajar
por su promoción»[124]. Cuando hablamos de “pueblo” no debe entenderse las
estructuras de la sociedad o de la Iglesia, sino el conjunto de personas que
no caminan como individuos sino como el entramado de una comunidad de todos
y para todos, que no puede dejar que los más pobres y débiles se queden
atrás: «El pueblo desea que todos participen de los bienes comunes y por eso
acepta adaptarse al paso de los últimos para llegar todos juntos»[125]. Los
líderes populares, entonces, son aquellos que tienen la capacidad de
incorporar a todos, incluyendo en la marcha juvenil a los más pobres,
débiles, limitados y heridos. No les tienen asco ni miedo a los jóvenes
lastimados y crucificados.
232. En esta misma línea, especialmente con los jóvenes que no crecieron en
familias o instituciones cristianas, y están en un camino de lenta
maduración, tenemos que estimular el “bien posible”[126]. Cristo nos
advirtió que no pretendamos que todo sea sólo trigo (cf. Mt 13,24-30). A
veces, por pretender una pastoral juvenil aséptica, pura, marcada por ideas
abstractas, alejada del mundo y preservada de toda mancha, convertimos el
Evangelio en una oferta desabrida, incomprensible, lejana, separada de las
culturas juveniles y apta solamente para una élite juvenil cristiana que se
siente diferente, pero que en realidad flota en un aislamiento sin vida ni
fecundidad. Así, con la cizaña que rechazamos, arrancamos o sofocamos miles
de brotes que intentan crecer en medio de los límites.
233. En lugar de «sofocarlos con un conjunto de reglas que dan una imagen
estrecha y moralista del cristianismo, estamos llamados a invertir en su
audacia y a educarlos para que asuman sus responsabilidades, seguros de que
incluso el error, el fracaso y las crisis son experiencias que pueden
fortalecer su humanidad»[127].
234. En el Sínodo se exhortó a construir una pastoral juvenil capaz de crear
espacios inclusivos, donde haya lugar para todo tipo de jóvenes y donde se
manifieste realmente que somos una Iglesia de puertas abiertas. Ni siquiera
hace falta que alguien asuma completamente todas las enseñanzas de la
Iglesia para que pueda participar de algunos de nuestros espacios para
jóvenes. Basta una actitud abierta para todos los que tengan el deseo y la
disposición de dejarse encontrar por la verdad revelada por Dios. Algunas
propuestas pastorales pueden suponer un camino ya recorrido en la fe, pero
necesitamos una pastoral popular juvenil que abra puertas y ofrezca espacio
a todos y a cada uno con sus dudas, sus traumas, sus problemas y su búsqueda
de identidad, sus errores, su historia, sus experiencias del pecado y todas
sus dificultades.
235. Debe haber lugar también para «todos aquellos que tienen otras visiones
de la vida, profesan otros credos o se declaran ajenos al horizonte
religioso. Todos los jóvenes, sin exclusión, están en el corazón de Dios y,
por lo tanto, en el corazón de la Iglesia. Reconocemos con franqueza que no
siempre esta afirmación que resuena en nuestros labios encuentra una
expresión real en nuestra acción pastoral: con frecuencia nos quedamos
encerrados en nuestros ambientes, donde su voz no llega, o nos dedicamos a
actividades menos exigentes y más gratificantes, sofocando esa sana
inquietud pastoral que nos hace salir de nuestras supuestas seguridades. Y
eso que el Evangelio nos pide ser audaces y queremos serlo, sin presunción y
sin hacer proselitismo, dando testimonio del amor del Señor y tendiendo la
mano a todos los jóvenes del mundo»[128].
236. La pastoral juvenil, cuando deja de ser elitista y acepta ser
“popular”, es un proceso lento, respetuoso, paciente, esperanzado,
incansable, compasivo. En el Sínodo se propuso el ejemplo de los discípulos
de Emaús (cf. Lc 24,13-35), que también puede ser un modelo de lo que ocurre
en la pastoral juvenil:
237. «Jesús camina con los dos discípulos que no han comprendido el sentido
de lo sucedido y se están alejando de Jerusalén y de la comunidad. Para
estar en su compañía, recorre el camino con ellos. Los interroga y se
dispone a una paciente escucha de su versión de los hechos para ayudarles a
reconocer lo que están viviendo. Después, con afecto y energía, les anuncia
la Palabra, guiándolos a interpretar a la luz de las Escrituras los
acontecimientos que han vivido. Acepta la invitación a quedarse con ellos al
atardecer: entra en su noche. En la escucha, su corazón se reconforta y su
mente se ilumina, al partir el pan se abren sus ojos. Ellos mismos eligen
emprender sin demora el camino en dirección opuesta, para volver a la
comunidad y compartir la experiencia del encuentro con Jesús
resucitado»[129].
238. Las diversas manifestaciones de piedad popular, especialmente las
peregrinaciones, atraen a gente joven que no suele insertarse fácilmente en
las estructuras eclesiales, y son una expresión concreta de la confianza en
Dios. Estas formas de búsqueda de Dios, presentes particularmente en los
jóvenes más pobres, pero también en los demás sectores de la sociedad, no
deben ser despreciadas sino alentadas y estimuladas. Porque la piedad
popular «es una manera legítima de vivir la fe»[130] y es «expresión de la
acción misionera espontánea del Pueblo de Dios»[131].
Siempre misioneros
239. Quiero recordar que no hace falta recorrer un largo camino para que los
jóvenes sean misioneros. Aun los más débiles, limitados y heridos pueden
serlo a su manera, porque siempre hay que permitir que el bien se comunique,
aunque conviva con muchas fragilidades. Un joven que va a una peregrinación
a pedirle ayuda a la Virgen, e invita a un amigo o compañero para que lo
acompañe, con ese simple gesto está realizando una valiosa acción misionera.
Junto con la pastoral popular juvenil hay, inseparablemente, una misión
popular, incontrolable, que rompe todos los esquemas eclesiásticos.
Acompañémosla, alentémosla, pero no pretendamos regularla demasiado.
240. Si sabemos escuchar lo que nos está diciendo el Espíritu, no podemos
ignorar que la pastoral juvenil debe ser siempre una pastoral misionera. Los
jóvenes se enriquecen mucho cuando vencen la timidez y se atreven a visitar
hogares, y de ese modo toman contacto con la vida de la gente, aprenden a
mirar más allá de su familia y de su grupo, comienzan a entender la vida de
una manera más amplia. Al mismo tiempo, su fe y su sentido de pertenencia a
la Iglesia se fortalecen. Las misiones juveniles, que suelen organizarse en
las vacaciones luego de un período de preparación, pueden provocar una
renovación de la experiencia de fe e incluso serios planteos vocacionales.
241. Pero los jóvenes son capaces de crear nuevas formas de misión, en los
ámbitos más diversos. Por ejemplo, ya que se mueven tan bien en las redes
sociales, hay que convocarlos para que las llenen de Dios, de fraternidad,
de compromiso.
El acompañamiento de los adultos
242. Los jóvenes necesitan ser respetados en su libertad, pero también
necesitan ser acompañados. La familia debería ser el primer espacio de
acompañamiento. La pastoral juvenil propone un proyecto de vida desde
Cristo: la construcción de una casa, de un hogar edificado sobre roca (cf.
Mt 7,24-25). Ese hogar, ese proyecto, para la mayoría de ellos se concretará
en el matrimonio y en la caridad conyugal. Por ello es necesario que la
pastoral juvenil y la pastoral familiar tengan una continuidad natural,
trabajando de manera coordinada e integrada para poder acompañar
adecuadamente el proceso vocacional.
243. La comunidad tiene un rol muy importante en el acompañamiento de los
jóvenes, y es la comunidad entera la que debe sentirse responsable de
acogerlos, motivarlos, alentarlos y estimularlos. Esto implica que se mire a
los jóvenes con comprensión, valoración y afecto, y no que se los juzgue
permanentemente o se les exija una perfección que no responde a su edad.
244. En el Sínodo «muchos han hecho notar la carencia de personas expertas y
dedicadas al acompañamiento. Creer en el valor teológico y pastoral de la
escucha implica una reflexión para renovar las formas con las que se ejerce
habitualmente el ministerio presbiteral y revisar sus prioridades. Además,
el Sínodo reconoce la necesidad de preparar consagrados y laicos, hombres y
mujeres, que estén cualificados para el acompañamiento de los jóvenes. El
carisma de la escucha que el Espíritu Santo suscita en las comunidades
también podría recibir una forma de reconocimiento institucional para el
servicio eclesial»[132].
245. Además hay que acompañar especialmente a los jóvenes que se perfilan
como líderes, para que puedan formarse y capacitarse. Los jóvenes que se
reunieron antes del Sínodo pidieron que se desarrollen «programas de
liderazgo juvenil para la formación y continuo desarrollo de jóvenes
líderes. Algunas mujeres jóvenes sienten que hacen falta mayores ejemplos de
liderazgo femenino dentro de la Iglesia y desean contribuir con sus dones
intelectuales y profesionales a la Iglesia. También creemos que los
seminaristas, los religiosos y las religiosas deberían tener una mayor
capacidad para acompañar a los jóvenes líderes»[133].
246. Los mismos jóvenes nos describieron cuáles son las características que
ellos esperan encontrar en un acompañante, y lo expresaron con mucha
claridad: «Las cualidades de dicho mentor incluyen: que sea un auténtico
cristiano comprometido con la Iglesia y con el mundo; que busque
constantemente la santidad; que comprenda sin juzgar; que sepa escuchar
activamente las necesidades de los jóvenes y pueda responderles con
gentileza; que sea muy bondadoso, y consciente de sí mismo; que reconozca
sus límites y que conozca la alegría y el sufrimiento que todo camino
espiritual conlleva. Una característica especialmente importante en un
mentor, es el reconocimiento de su propia humanidad. Que son seres humanos
que cometen errores: personas imperfectas, que se reconocen pecadores
perdonados. Algunas veces, los mentores son puestos sobre un pedestal, y por
ello cuando caen provocan un impacto devastador en la capacidad de los
jóvenes para involucrarse en la Iglesia. Los mentores no deberían llevar a
los jóvenes a ser seguidores pasivos, sino más bien a caminar a su lado,
dejándoles ser los protagonistas de su propio camino. Deben respetar la
libertad que el joven tiene en su proceso de discernimiento y ofrecerles
herramientas para que lo hagan bien. Un mentor debe confiar sinceramente en
la capacidad que tiene cada joven de poder participar en la vida de la
Iglesia. Por ello, un mentor debe simplemente plantar la semilla de la fe en
los jóvenes, sin querer ver inmediatamente los frutos del trabajo del
Espíritu Santo. Este papel no debería ser exclusivo de los sacerdotes y de
la vida consagrada, sino que los laicos deberían poder igualmente ejercerlo.
Por último, todos estos mentores deberían beneficiarse de una buena
formación permanente»[134].
247. Sin duda las instituciones educativas de la Iglesia son un ámbito
comunitario de acompañamiento que permite orientar a muchos jóvenes, sobre
todo cuando «tratan de acoger a todos los jóvenes, independientemente de sus
opciones religiosas, proveniencia cultural y situación personal, familiar o
social. De este modo la Iglesia da una aportación fundamental a la educación
integral de los jóvenes en las partes más diversas del mundo»[135].
Reducirían indebidamente su función si establecieran criterios rígidos para
el ingreso de estudiantes o para su permanencia en ellas, porque privarían a
muchos jóvenes de un acompañamiento que les ayudaría a enriquecer su vida.
Capítulo octavo
La vocación
248. Es verdad que la palabra “vocación” puede entenderse en un sentido
amplio, como llamado de Dios. Incluye el llamado a la vida, el llamado a la
amistad con Él, el llamado a la santidad, etc. Esto es valioso, porque sitúa
toda nuestra vida de cara al Dios que nos ama, y nos permite entender que
nada es fruto de un caos sin sentido, sino que todo puede integrarse en un
camino de respuesta al Señor, que tiene un precioso plan para nosotros.
249. En la Exhortación Gaudete et exsultate quise detenerme en la vocación
de todos a crecer para la gloria de Dios, y me propuse «hacer resonar una
vez más el llamado a la santidad, procurando encarnarlo en el contexto
actual, con sus riesgos, desafíos y oportunidades»[136]. El Concilio
Vaticano II nos ayudó a renovar la consciencia de este llamado dirigido a
cada uno: «Todos los fieles, cristianos, de cualquier condición y estado,
fortalecidos con tantos y tan poderosos medios de salvación, son llamados
por el Señor, cada uno por su camino, a la perfección de aquella santidad
con la que es perfecto el mismo Padre»[137].
Su llamado a la amistad con Él
250. Lo fundamental es discernir y descubrir que lo que quiere Jesús de cada
joven es ante todo su amistad. Ese es el discernimiento fundamental. En el
diálogo del Señor resucitado con su amigo Simón Pedro la gran pregunta era:
«Simón, hijo de Juan, ¿me amas?» (Jn 21,16). Es decir: ¿Me quieres como
amigo? La misión que recibe Pedro de cuidar a sus ovejas y corderos estará
siempre en conexión con este amor gratuito, con este amor de amistad.
251. Y si fuera necesario un ejemplo contrario, recordemos el
encuentro-desencuentro del Señor con el joven rico, que nos dice claramente
que lo que este joven no percibió fue la mirada amorosa del Señor (cf. Mc
10,21). Se fue entristecido, después de haber seguido un buen impulso,
porque no pudo sacar la vista de las muchas cosas que poseía (cf. Mt 19,22).
Él se perdió la oportunidad de lo que seguramente podría haber sido una gran
amistad. Y nosotros nos quedamos sin saber lo que podría haber sido para
nosotros, lo que podría haber hecho para la humanidad, ese joven único al
que Jesús miró con amor y le tendió la mano.
252. Porque «la vida que Jesús nos regala es una historia de amor, una
historia de vida que quiere mezclarse con la nuestra y echar raíces en la
tierra de cada uno. Esa vida no es una salvación colgada “en la nube”
esperando ser descargada, ni una “aplicación” nueva a descubrir o un
ejercicio mental fruto de técnicas de autosuperación. Tampoco la vida que
Dios nos ofrece es un “tutorial” con el que aprender la última novedad. La
salvación que Dios nos regala es una invitación a formar parte de una
historia de amor que se entreteje con nuestras historias; que vive y quiere
nacer entre nosotros para que demos fruto allí donde estemos, como estemos y
con quien estemos. Allí viene el Señor a plantar y a plantarse»[138].
Tu ser para los demás
253. Quisiera detenerme ahora en la vocación entendida en el sentido preciso
del llamado al servicio misionero de los demás. Somos llamados por el Señor
a participar en su obra creadora, prestando nuestro aporte al bien común a
partir de las capacidades que recibimos.
254. Esta vocación misionera tiene que ver con nuestro servicio a los demás.
Porque nuestra vida en la tierra alcanza su plenitud cuando se convierte en
ofrenda. Recuerdo que «la misión en el corazón del pueblo no es una parte de
mi vida, o un adorno que me puedo quitar; no es un apéndice o un momento más
de la existencia. Es algo que yo no puedo arrancar de mi ser si no quiero
destruirme. Yo soy una misión en esta tierra, y para eso estoy en este
mundo»[139]. Por consiguiente, hay que pensar que: toda pastoral es
vocacional, toda formación es vocacional y toda espiritualidad es
vocacional.
255. Tu vocación no consiste sólo en los trabajos que tengas que hacer,
aunque se expresa en ellos. Es algo más, es un camino que orientará muchos
esfuerzos y muchas acciones en una dirección de servicio. Por eso, en el
discernimiento de una vocación es importante ver si uno reconoce en sí mismo
las capacidades necesarias para ese servicio específico a la sociedad.
256. Esto da un valor muy grande a esas tareas, ya que dejan de ser una suma
de acciones que uno realiza para ganar dinero, para estar ocupado o para
complacer a otros. Todo eso constituye una vocación porque somos llamados,
hay algo más que una mera elección pragmática nuestra. Es en definitiva
reconocer para qué estoy hecho, para qué paso por esta tierra, cuál es el
proyecto del Señor para mi vida. Él no me indicará todos los lugares, los
tiempos y los detalles, que yo elegiré prudentemente, pero sí hay una
orientación de mi vida que Él debe indicarme porque es mi Creador, mi
alfarero, y necesito escuchar su voz para dejarme moldear y llevar por Él.
Entonces sí seré lo que debo ser, y seré también fiel a mi propia realidad.
257. Para cumplir la propia vocación es necesario desarrollarse, hacer
brotar y crecer todo lo que uno es. No se trata de inventarse, de crearse a
sí mismo de la nada, sino de descubrirse a uno mismo a la luz de Dios y
hacer florecer el propio ser: «En los designios de Dios, cada hombre está
llamado a promover su propio progreso, porque la vida de todo hombre es una
vocación»[140]. Tu vocación te orienta a sacar afuera lo mejor de ti para la
gloria de Dios y para el bien de los demás. El asunto no es sólo hacer
cosas, sino hacerlas con un sentido, con una orientación. Al respecto, san
Alberto Hurtado decía a los jóvenes que hay que tomarse muy en serio el
rumbo: «En un barco al piloto que se descuida se le despide sin remisión,
porque juega con algo demasiado sagrado. Y en la vida ¿cuidamos de nuestro
rumbo? ¿Cuál es tu rumbo? Si fuera necesario detenerse aún más en esta idea,
yo ruego a cada uno de ustedes que le dé la máxima importancia, porque
acertar en esto es sencillamente acertar; fallar en esto es simplemente
fallar»[141].
258. Este “ser para los demás” en la vida de cada joven, normalmente está
relacionado con dos cuestiones básicas: la formación de una nueva familia y
el trabajo. Las diversas encuestas que se han hecho a los jóvenes confirman
una y otra vez que estos son los dos grandes temas que los preocupan e
ilusionan. Ambos deben ser objeto de un especial discernimiento.
Detengámonos brevemente en ellos.
El amor y la familia
259. Los jóvenes sienten con fuerza el llamado al amor, y sueñan encontrar
la persona adecuada con quien formar una familia y construir una vida
juntos. Sin duda es una vocación que Dios mismo propone a través de los
sentimientos, los deseos, los sueños. Sobre este tema me detuve ampliamente
en la Exhortación Amoris laetitia e invito a todos los jóvenes a leer
especialmente los capítulos 4 y 5.
260. Me gusta pensar que «dos cristianos que se casan han reconocido en su
historia de amor la llamada del Señor, la vocación a formar de dos, hombre y
mujer, una sola carne, una sola vida. Y el Sacramento del matrimonio
envuelve este amor con la gracia de Dios, lo enraíza en Dios mismo. Con este
don, con la certeza de esta llamada, se puede partir seguros, no se tiene
miedo de nada, se puede afrontar todo, ¡juntos!»[142].
261. En este contexto, recuerdo que Dios nos creó sexuados. Él mismo «creó
la sexualidad, que es un regalo maravilloso para sus creaturas»[143]. Dentro
de la vocación al matrimonio hay que reconocer y agradecer que «la
sexualidad, el sexo, son un don de Dios. Nada de tabúes. Son un don de Dios,
un don que el Señor nos da. Tienen dos propósitos: amarse y generar vida. Es
una pasión, es el amor apasionado. El verdadero amor es apasionado. El amor
entre un hombre y una mujer, cuando es apasionado, te lleva a dar la vida
para siempre. Siempre. Y a darla con cuerpo y alma»[144].
262. El Sínodo resaltó que «la familia sigue siendo el principal punto de
referencia para los jóvenes. Los hijos aprecian el amor y el cuidado de los
padres, dan importancia a los vínculos familiares y esperan lograr a su vez
formar una familia. Sin duda el aumento de separaciones, divorcios, segundas
uniones y familias monoparentales puede causar en los jóvenes grandes
sufrimientos y crisis de identidad. A veces deben hacerse cargo de
responsabilidades desproporcionadas para su edad, que les obligan a ser
adultos antes de tiempo. Los abuelos con frecuencia son una ayuda decisiva
en el afecto y la educación religiosa: con su sabiduría son un eslabón
decisivo en la relación entre generaciones»[145].
263. Es verdad que estas dificultades que sufren en su familia de origen
llevan a muchos jóvenes a preguntarse si vale la pena formar una nueva
familia, ser fieles, ser generosos. Quiero decirles que sí, que vale la pena
apostar por la familia y que en ella encontrarán los mejores estímulos para
madurar y las más bellas alegrías para compartir. No dejen que les roben el
amor en serio. No dejen que los engañen esos que les proponen una vida de
desenfreno individualista que finalmente lleva al aislamiento y a la peor
soledad.
264. Hoy reina una cultura de lo provisorio que es una ilusión. Creer que
nada puede ser definitivo es un engaño y una mentira. Muchas veces «hay
quien dice que hoy el matrimonio está “pasado de moda” [...]. En la cultura
de lo provisional, de lo relativo, muchos predican que lo importante es
“disfrutar” el momento, que no vale la pena comprometerse para toda la vida,
hacer opciones definitivas […]. Yo, en cambio, les pido que sean
revolucionarios, les pido que vayan contracorriente; sí, en esto les pido
que se rebelen contra esta cultura de lo provisional, que, en el fondo, cree
que ustedes no son capaces de asumir responsabilidades, cree que ustedes no
son capaces de amar verdaderamente»[146]. Yo sí tengo confianza en ustedes,
y por eso los aliento a optar por el matrimonio.
265. Es necesario prepararse para el matrimonio, y esto requiere educarse a
sí mismo, desarrollar las mejores virtudes, sobre todo el amor, la
paciencia, la capacidad de diálogo y de servicio. También implica educar la
propia sexualidad, para que sea cada vez menos un instrumento para usar a
los demás y cada vez más una capacidad de entregarse plenamente a una
persona, de manera exclusiva y generosa.
266. Los Obispos de Colombia nos enseñaron que «Cristo sabe que los esposos
no son perfectos y que necesitan superar su debilidad e inconstancia para
que su amor pueda crecer y durar. Por eso, concede a los cónyuges su gracia
que es, a la vez, luz y fuerza que les permite ir realizando su proyecto de
vida matrimonial de acuerdo con el plan de Dios»[147].
267. Para aquellos que no son llamados al matrimonio o a la vida consagrada,
hay que recordar siempre que la primera vocación y la más importante es la
vocación bautismal. Los solteros, incluso si no son intencionales, pueden
convertirse en testimonio particular de dicha vocación en su propio camino
de crecimiento personal.
El trabajo
268. Los Obispos de Estados Unidos han señalado con claridad que la
juventud, llegada la mayoría de edad, «a menudo marca la entrada de una
persona en el mundo del trabajo. “¿Qué haces para vivir?” es un tema
constante de conversación, porque el trabajo es una parte muy importante de
sus vidas. Para los jóvenes adultos, esta experiencia es muy fluida porque
se mueven de un trabajo a otro e incluso pasan de carrera a carrera. El
trabajo puede definir el uso del tiempo y puede determinar lo que pueden
hacer o comprar. También puede determinar la calidad y la cantidad del
tiempo libre. El trabajo define e influye en la identidad y el autoconcepto
de un adulto joven y es un lugar fundamental donde se desarrollan amistades
y otras relaciones porque generalmente no se trabaja solo. Hombres y mujeres
jóvenes hablan del trabajo como cumplimiento de una función y como algo que
proporciona un sentido. Permite a los adultos jóvenes satisfacer sus
necesidades prácticas, pero aún más importante buscar el significado y el
cumplimiento de sus sueños y visiones. Aunque el trabajo puede no ayudar a
alcanzar sus sueños, es importante para los adultos jóvenes cultivar una
visión, aprender a trabajar de una manera realmente personal y satisfactoria
para su vida, y seguir discerniendo el llamado de Dios»[148].
269. Ruego a los jóvenes que no esperen vivir sin trabajar, dependiendo de
la ayuda de otros. Eso no hace bien, porque «el trabajo es una necesidad,
parte del sentido de la vida en esta tierra, camino de maduración, de
desarrollo humano y de realización personal. En este sentido, ayudar a los
pobres con dinero debe ser siempre una solución provisoria para resolver
urgencias»[149]. De ahí que «la espiritualidad cristiana, junto con la
admiración contemplativa de las criaturas que encontramos en san Francisco
de Asís, ha desarrollado también una rica y sana comprensión sobre el
trabajo, como podemos encontrar, por ejemplo, en la vida del beato Carlos de
Foucauld y sus discípulos»[150].
270. El Sínodo remarcó que el mundo del trabajo es un ámbito donde los
jóvenes «experimentan formas de exclusión y marginación. La primera y la más
grave es el desempleo juvenil, que en algunos países alcanza niveles
exorbitados. Además de empobrecerlos, la falta de trabajo cercena en los
jóvenes la capacidad de soñar y de esperar, y los priva de la posibilidad de
contribuir al desarrollo de la sociedad. En muchos países esta situación se
debe a que algunas franjas de población juvenil se encuentran desprovistas
de las capacidades profesionales adecuadas, también debido a las
deficiencias del sistema educativo y formativo. Con frecuencia la
precariedad ocupacional que aflige a los jóvenes responde a la explotación
laboral por intereses económicos»[151].
271. Es una cuestión muy delicada que la política debe considerar como un
tema de primer orden, particularmente hoy que la velocidad de los
desarrollos tecnológicos, junto con la obsesión por reducir los costos
laborales, puede llevar rápidamente a reemplazar innumerables puestos de
trabajo por máquinas. Y se trata de un asunto fundamental de la sociedad
porque el trabajo para un joven no es sencillamente una tarea orientada a
conseguir ingresos. Es expresión de la dignidad humana, es camino de
maduración y de inserción social, es un estímulo constante para crecer en
responsabilidad y en creatividad, es una protección frente a la tendencia al
individualismo y a la comodidad, y es también dar gloria a Dios con el
desarrollo de las propias capacidades.
272. No siempre un joven tiene la posibilidad de decidir a qué va a dedicar
sus esfuerzos, en qué tareas va a desplegar sus energías y su capacidad de
innovar. Porque además de los propios deseos, y aún más allá de las propias
capacidades y del discernimiento que uno realice, están los duros límites de
la realidad. Es verdad que no puedes vivir sin trabajar y que a veces tienes
que aceptar lo que encuentres, pero nunca renuncies a tus sueños, nunca
entierres definitivamente una vocación, nunca te des por vencido. Siempre
sigue buscando, al menos, modos parciales o imperfectos de vivir lo que en
tu discernimiento reconoces como una verdadera vocación.
273. Cuando uno descubre que Dios lo llama a algo, que está hecho para eso
–sea la enfermería, la carpintería, la comunicación, la ingeniería, la
docencia, el arte o cualquier otro trabajo– entonces será capaz de hacer
brotar sus mejores capacidades de sacrificio, de generosidad y de entrega.
Saber que uno no hace las cosas porque sí, sino con un significado, como
respuesta a un llamado que resuena en lo más hondo de su ser para aportar
algo a los demás, hace que esas tareas le den al propio corazón una
experiencia especial de plenitud. Así lo decía el antiguo libro bíblico del
Eclesiastés: «He visto que no hay nada mejor para el ser humano que gozarse
en su trabajo» (Qo 3,22).
Vocaciones a una consagración especial
274. Si partimos de la convicción de que el Espíritu sigue suscitando
vocaciones al sacerdocio y a la vida religiosa, podemos “volver a echar las
redes” en nombre del Señor, con toda confianza. Podemos atrevernos, y
debemos hacerlo, a decirle a cada joven que se pregunte por la posibilidad
de seguir este camino.
275. Algunas veces hice esta propuesta a jóvenes que me respondieron casi
con burla diciendo: “No, la verdad es que yo no voy para ese lado”. Sin
embargo, años después algunos de ellos estaban en el Seminario. El Señor no
puede faltar a su promesa de no dejar a la Iglesia privada de los pastores
sin los cuales no podría vivir ni realizar su misión. Y si algunos
sacerdotes no dan un buen testimonio, no por eso el Señor dejará de llamar.
Al contrario, Él redobla la apuesta porque no deja de cuidar a su Iglesia
amada.
276. En el discernimiento de una vocación no hay que descartar la
posibilidad de consagrarse a Dios en el sacerdocio, en la vida religiosa o
en otras formas de consagración. ¿Por qué excluirlo? Ten la certeza de que,
si reconoces un llamado de Dios y lo sigues, eso será lo que te hará pleno.
277. Jesús camina entre nosotros como lo hacía en Galilea. Él pasa por
nuestras calles, se detiene y nos mira a los ojos, sin prisa. Su llamado es
atractivo, es fascinante. Pero hoy la ansiedad y la velocidad de tantos
estímulos que nos bombardean hacen que no quede lugar para ese silencio
interior donde se percibe la mirada de Jesús y se escucha su llamado.
Mientras tanto, te llegarán muchas propuestas maquilladas, que parecen
bellas e intensas, aunque con el tiempo solamente te dejarán vacío, cansado
y solo. No dejes que eso te ocurra, porque el torbellino de este mundo te
lleva a una carrera sin sentido, sin orientación, sin objetivos claros, y
así se malograrán muchos de tus esfuerzos. Más bien busca esos espacios de
calma y de silencio que te permitan reflexionar, orar, mirar mejor el mundo
que te rodea, y entonces sí, con Jesús, podrás reconocer cuál es tu vocación
en esta tierra.
Capítulo noveno
El discernimiento
278. Sobre el discernimiento en general ya me detuve en la Exhortación
apostólica Gaudete et exsultate. Permítanme retomar algunas de esas
reflexiones aplicándolas al discernimiento de la propia vocación en el
mundo.
279. Recuerdo que todos, pero «especialmente los jóvenes, están expuestos a
un zapping constante. Es posible navegar en dos o tres pantallas
simultáneamente e interactuar al mismo tiempo en diferentes escenarios
virtuales. Sin la sabiduría del discernimiento podemos convertirnos
fácilmente en marionetas a merced de las tendencias del momento»[152]. Y
«esto resulta especialmente importante cuando aparece una novedad en la
propia vida, y entonces hay que discernir si es el vino nuevo que viene de
Dios o es una novedad engañosa del espíritu del mundo o del espíritu del
diablo»[153].
280. Este discernimiento, «aunque incluya la razón y la prudencia, las
supera, porque se trata de entrever el misterio del proyecto único e
irrepetible que Dios tiene para cada uno […]. Está en juego el sentido de mi
vida ante el Padre que me conoce y me ama, el verdadero para qué de mi
existencia que nadie conoce mejor que Él»[154].
281. En este marco se sitúa la formación de la conciencia, que permite que
el discernimiento crezca en hondura y en fidelidad a Dios: «Formar la
conciencia es camino de toda una vida, en el que se aprende a nutrir los
sentimientos propios de Jesucristo, asumiendo los criterios de sus
decisiones y las intenciones de su manera de obrar (cf. Flp 2,5)»[155].
282. Esta formación implica dejarse transformar por Cristo y al mismo tiempo
«una práctica habitual del bien, valorada en el examen de conciencia: un
ejercicio en el que no se trata sólo de identificar los pecados, sino
también de reconocer la obra de Dios en la propia experiencia cotidiana, en
los acontecimientos de la historia y de las culturas de las que formamos
parte, en el testimonio de tantos hombres y mujeres que nos han precedido o
que nos acompañan con su sabiduría. Todo ello ayuda a crecer en la virtud de
la prudencia, articulando la orientación global de la existencia con
elecciones concretas, con la conciencia serena de los propios dones y
límites»[156].
Cómo discernir tu vocación
283. Una expresión del discernimiento es el empeño por reconocer la propia
vocación. Es una tarea que requiere espacios de soledad y silencio, porque
se trata de una decisión muy personal que otros no pueden tomar por uno: «Si
bien el Señor nos habla de modos muy variados en medio de nuestro trabajo, a
través de los demás, y en todo momento, no es posible prescindir del
silencio de la oración detenida para percibir mejor ese lenguaje, para
interpretar el significado real de las inspiraciones que creímos recibir,
para calmar las ansiedades y recomponer el conjunto de la propia existencia
a la luz de Dios»[157].
284. Este silencio no es una forma de aislamiento, porque «hay que recordar
que el discernimiento orante requiere partir de una disposición a escuchar:
al Señor, a los demás, a la realidad misma que siempre nos desafía de
maneras nuevas. Sólo quien está dispuesto a escuchar tiene la libertad para
renunciar a su propio punto de vista parcial o insuficiente […]. Así está
realmente disponible para acoger un llamado que rompe sus seguridades pero
que lo lleva a una vida mejor, porque no basta que todo vaya bien, que todo
esté tranquilo. Dios puede estar ofreciendo algo más, y en nuestra
distracción cómoda no lo reconocemos»[158].
285. Cuando se trata de discernir la propia vocación, es necesario hacerse
varias preguntas. No hay que empezar preguntándose dónde se podría ganar más
dinero, o dónde se podría obtener más fama y prestigio social, pero tampoco
conviene comenzar preguntándose qué tareas le darían más placer a uno. Para
no equivocarse hay que empezar desde otro lugar, y preguntarse: ¿me conozco
a mí mismo, más allá de las apariencias o de mis sensaciones?, ¿conozco lo
que alegra o entristece mi corazón?, ¿cuáles son mis fortalezas y mis
debilidades? Inmediatamente siguen otras preguntas: ¿cómo puedo servir mejor
y ser más útil al mundo y a la Iglesia?, ¿cuál es mi lugar en esta tierra?,
¿qué podría ofrecer yo a la sociedad? Luego siguen otras muy realistas:
¿tengo las capacidades necesarias para prestar ese servicio?, o ¿podría
adquirirlas y desarrollarlas?
286. Estas preguntas tienen que situarse no tanto en relación con uno mismo
y sus inclinaciones, sino con los otros, frente a ellos, de manera que el
discernimiento plantee la propia vida en referencia a los demás. Por eso
quiero recordar cuál es la gran pregunta: «Muchas veces, en la vida,
perdemos tiempo preguntándonos: “Pero, ¿quién soy yo?”. Y tú puedes
preguntarte quién eres y pasar toda una vida buscando quién eres. Pero
pregúntate: “¿Para quién soy yo?”»[159]. Eres para Dios, sin duda. Pero Él
quiso que seas también para los demás, y puso en ti muchas cualidades,
inclinaciones, dones y carismas que no son para ti, sino para otros.
El llamado del Amigo
287. Para discernir la propia vocación, hay que reconocer que esa vocación
es el llamado de un amigo: Jesús. A los amigos, si se les regala algo, se
les regala lo mejor. Y eso mejor no necesariamente es lo más caro o difícil
de conseguir, sino lo que uno sabe que al otro lo alegrará. Un amigo percibe
esto con tanta claridad que puede visualizar en su imaginación la sonrisa de
su amigo cuando abra su regalo. Este discernimiento de amistad es el que
propongo a los jóvenes como modelo si buscan encontrar cuál es la voluntad
de Dios para sus vidas.
288. Quiero que sepan que cuando el Señor piensa en cada uno, en lo que
desearía regalarle, piensa en él como su amigo personal. Y si tiene planeado
regalarte una gracia, un carisma que te hará vivir tu vida a pleno y
transformarte en una persona útil para los demás, en alguien que deje una
huella en la historia, será seguramente algo que te alegrará en lo más
íntimo y te entusiasmará más que ninguna otra cosa en este mundo. No porque
lo que te vaya a dar sea un carisma extraordinario o raro, sino porque será
justo a tu medida, a la medida de tu vida entera.
289. El regalo de la vocación será sin duda un regalo exigente. Los regalos
de Dios son interactivos y para gozarlos hay que poner mucho en juego, hay
que arriesgar. Pero no será la exigencia de un deber impuesto por otro desde
afuera, sino algo que te estimulará a crecer y a optar para que ese regalo
madure y se convierta en don para los demás. Cuando el Señor suscita una
vocación no sólo piensa en lo que eres sino en todo lo que junto a Él y a
los demás podrás llegar a ser.
290. La potencia de la vida y la fuerza de la propia personalidad se
alimentan mutuamente en el interior de cada joven y lo impulsan a ir más
allá de todo límite. La inexperiencia permite que esto fluya, aunque bien
pronto se transforma en experiencia, muchas veces dolorosa. Es importante
poner en contacto este deseo de «lo infinito del comienzo todavía no puesto
a prueba»[160] con la amistad incondicional que nos ofrece Jesús. Antes de
toda ley y de todo deber, lo que Jesús nos propone para elegir es un
seguimiento como el de los amigos que se siguen y se buscan y se encuentran
por pura amistad. Todo lo demás viene después, y hasta los fracasos de la
vida podrán ser una inestimable experiencia de esa amistad que nunca se
rompe.
Escucha y acompañamiento
291. Hay sacerdotes, religiosos, religiosas, laicos, profesionales, e
incluso jóvenes capacitados, que pueden acompañar a los jóvenes en su
discernimiento vocacional. Cuando nos toca ayudar a otro a discernir el
camino de su vida, lo primero es escuchar. Y esta escucha supone tres
sensibilidades o atenciones distintas y complementarias:
292. La primera sensibilidad o atención es a la persona. Se trata de
escuchar al otro que se nos está dando él mismo en sus palabras. El signo de
esta escucha es el tiempo que le dedico al otro. No es cuestión de cantidad
sino de que el otro sienta que mi tiempo es suyo: el que él necesita para
expresarme lo que quiera. Él debe sentir que lo escucho incondicionalmente,
sin ofenderme, sin escandalizarme, sin molestarme, sin cansarme. Esta
escucha es la que el Señor ejercita cuando se pone a caminar al lado de los
discípulos de Emaús y los acompaña largo rato por un camino que iba en
dirección opuesta a la dirección correcta (cf. Lc 24,13-35). Cuando Jesús
hace ademán de seguir adelante porque ellos han llegado a su casa, ahí
comprenden que les había regalado su tiempo, y entonces le regalan el suyo,
brindándole hospedaje. Esta escucha atenta y desinteresada indica el valor
que tiene la otra persona para nosotros, más allá de sus ideas y de sus
elecciones de vida.
293. La segunda sensibilidad o atención es discernidora. Se trata de pescar
el punto justo en el que se discierne la gracia o la tentación. Porque a
veces las cosas que se nos cruzan por la imaginación son sólo tentaciones
que nos apartan de nuestro verdadero camino. Aquí necesito preguntarme qué
me está diciendo exactamente esa persona, qué me quiere decir, qué desea que
comprenda de lo que le pasa. Son preguntas que ayudan a entender dónde se
encadenan los argumentos que mueven al otro y a sentir el peso y el ritmo de
sus afectos influenciados por esta lógica. Esta escucha se orienta a
discernir las palabras salvadoras del buen Espíritu, que nos propone la
verdad del Señor, pero también las trampas del mal espíritu –sus falacias y
sus seducciones–. Hay que tener la valentía, el cariño y la delicadeza
necesarios para ayudar al otro a reconocer la verdad y los engaños o
excusas.
294. La tercera sensibilidad o atención se inclina a escuchar los impulsos
que el otro experimenta “hacia adelante”. Es la escucha profunda de “hacia
dónde quiere ir verdaderamente el otro”. Más allá de lo que siente y piensa
en el presente y de lo que ha hecho en el pasado, la atención se orienta
hacia lo que quisiera ser. A veces esto implica que la persona no mire tanto
lo que le gusta, sus deseos superficiales, sino lo que más agrada al Señor,
su proyecto para la propia vida que se expresa en una inclinación del
corazón, más allá de la cáscara de los gustos y sentimientos. Esta escucha
es atención a la intención última, que es la que en definitiva decide la
vida, porque existe Alguien como Jesús que entiende y valora esta intención
última del corazón. Por eso Él está siempre dispuesto a ayudar a cada uno
para que la reconozca, y para ello le basta que alguien le diga: “¡Señor,
sálvame! ¡Ten misericordia de mí!”.
295. Entonces sí el discernimiento se convierte en un instrumento de lucha
para seguir mejor al Señor[161]. De ese modo, el deseo de reconocer la
propia vocación adquiere una intensidad suprema, una calidad diferente y un
nivel superior, que responde mucho mejor a la dignidad de la propia vida.
Porque en definitiva un buen discernimiento es un camino de libertad que
hace aflorar eso único de cada persona, eso que es tan suyo, tan personal,
que sólo Dios lo conoce. Los otros no pueden ni comprender plenamente ni
prever desde afuera cómo se desarrollará.
296. Por lo tanto, cuando uno escucha a otro de esta manera, en algún
momento tiene que desaparecer para dejar que él siga ese camino que ha
descubierto. Es desaparecer como desaparece el Señor de la vista de sus
discípulos y los deja solos con el ardor del corazón que se convierte en
impulso irresistible de ponerse en camino (cf. Lc 24,31-33). De regreso a la
comunidad, los discípulos de Emaús recibirán la confirmación de que
verdaderamente ha resucitado el Señor (cf. Lc 24,34).
297. Ya que «el tiempo es superior al espacio»[162], hay que suscitar y
acompañar procesos, no imponer trayectos. Y son procesos de personas que
siempre son únicas y libres. Por eso es difícil armar recetarios, aun cuando
todos los signos sean positivos, ya que «se trata de someter los mismos
factores positivos a un cuidadoso discernimiento, para que no se aíslen el
uno del otro ni estén en contraste entre sí, absolutizándose y oponiéndose
recíprocamente. Lo mismo puede decirse de los factores negativos: no hay que
rechazarlos en bloque y sin distinción, porque en cada uno de ellos puede
esconderse algún valor, que espera ser descubierto y reconducido a su plena
verdad»[163].
298. Pero para acompañar a otros en este camino, primero necesitas tener el
hábito de recorrerlo tú mismo. María lo hizo, afrontando sus preguntas y sus
propias dificultades cuando era muy joven. Que ella renueve tu juventud con
la fuerza de su plegaria y te acompañe siempre con su presencia de Madre.
* * *
Y al final... un deseo
299. Queridos jóvenes, seré feliz viéndolos correr más rápido que los lentos
y temerosos. Corran «atraídos por ese Rostro tan amado, que adoramos en la
Sagrada Eucaristía y reconocemos en la carne del hermano sufriente. El
Espíritu Santo los empuje en esta carrera hacia
adelante. La Iglesia necesita su entusiasmo, sus intuiciones, su fe. ¡Nos
hacen falta! Y cuando lleguen donde nosotros todavía no hemos llegado,
tengan paciencia para esperarnos»[164].
Loreto, junto al Santuario de la Santa Casa, 25 de marzo, Solemnidad de la
Anunciación del Señor, del año 2019, séptimo de pontificado
Francisco
[1] La misma palabra griega que se traduce como “nuevo” se utiliza para
expresar “joven”.
[2] Confesiones, X, 27: PL 32, 795.
[3] S. Ireneo, Contra las herejías, II, 22,4: PG 7, 784.
[4] Documento Final de la XV Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los
Obispos, 60. En adelante este documento se citará con la sigla DF. Se puede
encontrar en: http://www.vatican.va/roman_curia/synod/documents/rc_synod_doc_20181027_doc-final-instrumentum-xvassemblea-giovani_sp.html
[5] Catecismo de la Iglesia Católica, 515.
[6] Ibíd., 517.
[7] Catequesis (27 junio 1990), 2-3: Insegnamenti 13,1 (1990), 1680-1681.
[8] Exhort. ap. postsin. Amoris laetitia (19 marzo 2016), 182: AAS 108
(2016), 384.
[9] DF 63.
[10] Conc. Ecum. Vat. II, Mensaje a la humanidad: A los jóvenes (7 diciembre
1965): AAS 58 (1966), 18.
[11] Ibíd.
[12] DF 1.
[13] Ibíd., 8.
[14] Ibíd., 50.
[15] Ibíd., 53.
[16] Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Dei Verbum, sobre la divina
Revelación, 8.
[17] DF 150.
[18] Discurso en la Vigilia con los jóvenes en la XXXIV Jornada Mundial de
la Juventud en Panamá (26 enero 2019): L’Osservatore Romano, ed. semanal en
lengua española (1 febrero 2019), p. 12.
[19] Oración conclusiva del Vía Crucis en la XXXIV Jornada Mundial de la
Juventud en Panamá (25 enero 2019): L’Osservatore Romano, ed. semanal en
lengua española (1 febrero 2019), p. 8.
[20] DF 65.
[21] Ibíd., 167.
[22] S. Juan Pablo II, Discurso a los jóvenes en Turín (13 abril 1980), 4:
Insegnamenti 3,1 (1980), 905.
[23] Benedicto XVI, Mensaje para la XXVII Jornada Mundial de la Juventud (15
marzo 2012): AAS 104 (2012), 359.
[24] DF 8.
[25] Ibíd.
[26] Ibíd., 10.
[27] Ibíd., 11.
[28] Ibíd., 12.
[29] Ibíd., 41.
[30] Ibíd., 42.
[31] Discurso a los jóvenes en Manila (18 enero 2015): L’Osservatore Romano,
ed. semanal en lengua española (23 enero 2015), p. 12.
[32] DF 34.
[33] Documento de la Reunión pre-sinodal para la preparación de la XV
Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos (24 marzo 2018), I, 1.
[34] DF 39.
[35] Ibíd., 37.
[36] Cf. Carta enc. Laudato si’ (24 mayo 2015), 106: AAS 107 (2015),
889-890.
[37] DF 37.
[38] Ibíd., 67.
[39] Ibíd., 21.
[40] Ibíd., 22.
[41] Ibíd., 23.
[42] Ibíd., 24.
[43] Documento de la Reunión pre-sinodal para la preparación de la XV
Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos (24 marzo 2018), I, 4.
[44] DF 25.
[45] Ibíd.
[46] Ibíd., 26.
[47] Ibíd., 27.
[48] Ibíd., 28.
[49] Ibíd., 29.
[50] Discurso conclusivo del encuentro sobre “La protección de los menores
en la Iglesia” (24 febrero 2019): L’Osservatore Romano, ed. semanal en
lengua española (1 marzo 2019), p. 9.
[51] DF 29.
[52] Carta al Pueblo de Dios (20 agosto 2018), 2: L’Osservatore Romano, ed.
semanal en lengua española (24 agosto 2018), p. 6.
[53] DF 30.
[54] Discurso a la primera Congregación general de la XV Asamblea General
Ordinaria del Sínodo de los Obispos (3 octubre 2018): L’Osservatore Romano,
ed. semanal en lengua española (5 octubre 2018), p. 10.
[55] DF 31.
[56] Ibíd.
[57] Conc. Ecum. Vat. II, Const. past. Gaudium et spes, sobre la Iglesia en
el mundo actual, 1.
[58] DF 31.
[59] Ibíd., 31.
[60] Discurso conclusivo del encuentro sobre “La protección de los menores
en la Iglesia” (24 febrero 2019): L’Osservatore Romano, ed. semanal en
lengua española (1 marzo 2019), p. 10.
[61] Francisco Luis Bernárdez, «Soneto», en Cielo de tierra, Buenos Aires
1937.
[62] Exhort. ap. Gaudete et exsultate (19 marzo 2018), 140.
[63] Homilía en la Santa Misa para la XXXI Jornada Mundial de la Juventud en
Cracovia (31 julio 2016): AAS 108 (2016), 923.
[64] Discurso en la ceremonia de apertura de la XXXIV Jornada Mundial de la
Juventud en Panamá (24 enero 2019): L’Osservatore Romano, ed. semanal en
lengua española (25 enero 2019), p. 7.
[65] Exhort. ap. Evangelii gaudium (24 noviembre 2013), 1: AAS 105 (2013),
1019.
[66] Ibíd., 3: 1020.
[67] Discurso en la Vigilia con los jóvenes en la XXXIV Jornada Mundial de
la Juventud en Panamá (26 enero 2019): L’Osservatore Romano, ed. semanal en
lengua española (1 febrero 2019), p. 13.
[68] Discurso en el encuentro con los jóvenes durante el Sínodo (6 octubre
2018): L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (12 octubre
2018), pp. 6-7.
[69] Benedicto XVI, Carta enc. Deus caritas est (25 diciembre 2005), 1: AAS
98 (2006), 217.
[70] Pedro Arrupe, Enamórate.
[71] S. Pablo VI, Alocución para la beatificación de Nunzio Sulprizio (1
diciembre 1963): AAS 56 (1964), 28.
[72] DF 65.
[73] Homilía en la Santa Misa con los jóvenes en Sídney (2 diciembre 1970):
AAS 63 (1971), 64.
[74] Confesiones, I, 1, 1: PL 32, 661.
[75] Dios es joven. Una conversación con Thomas Leoncini, ed. Planeta,
Barcelona 2018, 16-17.
[76] DF 68.
[77] Encuentro con los jóvenes en Cagliari (22 septiembre 2013): AAS 105
(2013), 904-905.
[78] Cinco panes y dos peces: un gozoso testimonio de fe desde el
sufrimiento en la cárcel, México 1999, 21.
[79] Conferencia Episcopal Suiza, Prendre le temps: pour toi, pour moi, pour
nous (2 febrero 2018).
[80] Cf. Sto. Tomás de Aquino, Summa Theologiae II-II, q. 23, art. 1.
[81] Discurso a los voluntarios de la XXXIV Jornada Mundial de la Juventud
en Panamá (27 enero 2019): L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua
española (1 febrero 2019), p. 17.
[82] S. Óscar Romero, Homilía (6 noviembre 1977): Su pensamiento, I-II, San
Salvador 2000, 312.
[83] Discurso en la ceremonia de apertura de la XXXIV Jornada Mundial de la
Juventud en Panamá (24 enero 2019): L’Osservatore Romano, ed. semanal en
lengua española (25 enero 2019), p. 6.
[84] Cf. Encuentro con los jóvenes en el Santuario Nacional de Maipú,
Santiago de Chile (17 enero 2018): L’Osservatore Romano, ed. semanal en
lengua española (19 enero 2018), p. 11.
[85] Cf. Romano Guardini, Le età della vita, en Opera omnia IV, 1, Brescia
2015, 209.
[86] Exhort. ap. Gaudete et exsultate (19 marzo 2018), 11.
[87] Cántico Espiritual B, Prólogo, 2.
[88] Ibíd., XIV-XV, 2.
[89] Conferencia Episcopal de Ruanda, Carta de los Obispos católicos a los
fieles durante el año especial de la reconciliación en Ruanda, Kigali (18
enero 2018), 17.
[90] Saludo a los jóvenes del Centro Cultural Padre Félix Varela en La
Habana (20 septiembre 2015): L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua
española (25 septiembre 2015), p. 5.
[91] DF 46.
[92] Discurso en la Vigilia de la XXVIII Jornada Mundial de la Juventud en
Río de Janeiro (27 julio 2013): AAS 105 (2013), 663.
[93] Ustedes son la luz del mundo, Discurso en el Cerro San Cristóbal,
Chile, 1940, en: https://www.padrealbertohurtado.cl/escritos-2/.
[94] Homilía en la Santa Misa de la XXVIII Jornada Mundial de la Juventud en
Río de Janeiro (28 julio 2013): AAS 105 (2013), 665.
[95] Conferencia Episcopal de Corea, Carta pastoral con motivo del 150
aniversario del martirio durante la persecución Byeong-in (30 marzo 2016).
[96] Cf. Homilía en la Santa Misa para la XXXIV Jornada Mundial de la
Juventud en Panamá (27 enero 2019): L’Osservatore Romano, ed. semanalen
lengua española (1 febrero 2019), pp. 14-15.
[97] Oración “Señor, hazme un instrumento de tu paz”, atribuida a S.
Francisco de Asís.
[98] Discurso en la Vigilia con los jóvenes en la XXXIV Jornada Mundial de
la Juventud en Panamá (26 enero 2019): L’Osservatore Romano, ed. semanal en
lengua española (1 febrero 2019), p. 13.
[99] DF 14.
[100] Cf. Carta enc. Laudato si’ (24 mayo 2015), 145: AAS 107 (2015), 906.
[101] Videomensaje para el Encuentro Mundial de la Juventud Indígena en
Panamá (17-21 enero 2019): L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua
española (25 enero 2019), p. 10.
[102] DF 35.
[103] Cf. Carta a los jóvenes, I, 2: PG 31, 566.
[104] Cf. Papa Francisco y amigos, La sabiduría de los años, ed. Mensajero,
Bilbao 2018.
[105] Ibíd., 12.
[106] Ibíd., 13.
[107] Ibíd.
[108] Ibíd.
[109] Ibíd., 162-163.
[110] Eduardo Pironio, Mensaje a los jóvenes argentinos en el Encuentro
Nacional de Jóvenes en Córdoba (12-15 septiembre 1985), 2.
[111] DF 123.
[112] La esencia del cristianismo, ed. Cristiandad, Madrid 2002, 17.
[113] N. 165: AAS 105 (2013), 1089.
[114] Discurso en la visita al Hogar Buen Samaritano en Panamá (27 enero
2019): L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (1 febrero
2019), p. 16.
[115] DF 36.
[116] Cf. Const. ap. Veritatis gaudium (8 diciembre 2017), 4: AAS 110
(2018), 7-8.
[117] Discurso en el encuentro con los estudiantes y el mundo académico en
Plaza San Domenico de Bolonia (1 octubre 2017): AAS 109 (2017), 1115.
[118] DF 51.
[119] Ibíd., 47.
[120] Sermo 256, 3: PL 38, 1193.
[121] DF 47.
[122] Discurso a una delegación de “Special Olympics International” (16
febrero 2017): L’Osservatore Romano (17 febrero 2017), p. 8.
[123] Carta a los jóvenes, VIII, 11-12: PG 31, 580.
[124] Conferencia Episcopal Argentina, Declaración de San Miguel, Buenos
Aires 1969, X, 1.
[125] Rafael Tello, La nueva evangelización, Tomo II (Anexos I y II), Buenos
Aires 2013, 111.
[126] Cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium (24 noviembre 2013), 44-45: AAS 105
(2013), 1038-1039.
[127] DF 70.
[128] Ibíd., 117.
[129] Ibíd., 4.
[130] Exhort. ap. Evangelii gaudium (24 noviembre 2013), 124: AAS 105
(2013), 1072.
[131] Ibíd., 122: 1071.
[132] DF 9.
[133] Documento de la Reunión pre-sinodal para la preparación de la XV
Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos (24 marzo 2018), 12.
[134] Ibíd., 10.
[135] DF 15.
[136] N. 2.
[137] Const. dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia, 11.
[138] Discurso en la Vigilia con los jóvenes en la XXXIV Jornada Mundial de
la Juventud en Panamá (26 enero 2019): L’Osservatore Romano, ed. semanal en
lengua española (1 febrero 2019), p. 12.
[139] Exhort. ap. Evangelii gaudium (24 noviembre 2013), 273: AAS 105
(2013), 1130.
[140] S. Pablo VI, Carta enc. Populorum progressio (26 marzo 1967), 15: AAS
59 (1967), 265.
[141] Meditación de Semana Santa para jóvenes, escrita a bordo de un barco
de carga, regresando de Estados Unidos, 1946, en :https://www.padrealbertohurtado.cl/escritos-2/.
[142] Encuentro con los jóvenes de Umbría en Asís (4 octubre 2013): AAS 105
(2013), 921.
[143] Exhort. ap. postsin. Amoris laetitia (19 marzo 2016), 150: AAS 108
(2016), 369.
[144] Audiencia a los jóvenes de la diócesis de Grenoble-Vienne (17
septiembre 2018): L’Osservatore Romano (19 septiembre 2018), p. 8.
[145] DF 32.
[146] Encuentro con los voluntarios de la XXVIII Jornada Mundial de la
Juventud en Río de Janeiro (28 julio 2013):Insegnamenti, 1,2 (2013), 125.
[147] Conferencia Episcopal de Colombia, Mensaje Cristiano sobre el
matrimonio (14 mayo 1981).
[148] Conferencia de los Obispos Católicos de los Estados Unidos, Sons and
Daughters of Light: A Pastoral Plan for Ministry with Young Adults (12
noviembre 1996), I, 3.
[149] Carta enc. Laudato si’ (24 mayo 2015), 128: AAS 107 (2015), 898.
[150] Ibíd., 125: 897.
[151] DF 40.
[152] Exhort. ap. Gaudete et exsultate (19 marzo 2018), 167.
[153] Ibíd., 168.
[154] Ibíd., 170.
[155] DF 108.
[156] Ibíd.
[157] Exhort. ap. Gaudete et exsultate (19 marzo 2018), 171.
[158] Ibíd., 172.
[159] Discurso en la Vigilia de oración en preparación para la XXXIV Jornada
Mundial de la Juventud, Basílica de Santa María la Mayor (8 abril 2017): AAS
109 (2017), 447.
[160] Romano Guardini, Le età della vita, en Opera omnia IV, 1, Brescia
2015, 209.
[161] Cf. Exhort. ap. Gaudete et exsultate (19 marzo 2018), 169.
[162] Exhort. ap. Evangelii gaudium (24 noviembre 2013), 222: AAS 105
(2013), 1111.
[163] S. Juan Pablo II, Exhort. ap. postsin. Pastores dabo vobis (25 marzo
1992), 10: AAS 84 (1992), 672.
[164] Encuentro y oración con jóvenes italianos en el Circo Máximo de Roma
(11 agosto 2018): L’Osservatore Romano (13-14 agosto 2018), p. 6.