El servicio de la fe al conocimiento en la universidad (Benedicto XVI)
Discurso que Benedicto XVI pronunció al recibir en audiencia a los participantes del primer Encuentro Europeo de Estudiantes Universitarios promovido por la comisión Catequesis-Escuela-Universidad del Consejo de las Conferencias Episcopales de Europa, en colaboración con la diócesis de Roma.
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Señor cardenal,
venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio,
¡queridos hermanos y hermanas!
Gracias de corazón por vuestra visita, que se produce en el día de la fiesta
de san Benito, patrono de Europa, con motivo del primer Encuentro Europeo de
Estudiantes Universitarios, promovido por la Comisión
Catequesis-Escuela-Universidad del Consejo de las Conferencias Episcopales
de Europa (CCEE)... Y sobre os todo a vosotros, queridos jóvenes, dirijo mi
saludo: ¡Bienvenidos a la casa de Pedro! Vosotros pertenecéis a 31 naciones,
y os habéis estado preparando para asumir, en la Europa del tercer milenio,
importantes funciones y tareas. Sed siempre conscientes de vuestro potencial
y, al mismo tiempo, de vuestra responsabilidad.
¿Qué espera la Iglesia de vosotros? Es el mismo tema sobre el que estáis
reflexionando para sugerir la respuesta oportuna: "Nuevos discípulos de
Emaús. Como cristianos en la Universidad". Tras el encuentro europeo de
profesores celebrado hace dos años, también vosotros, estudiantes, os reunís
ahora para ofrecer a las Conferencias Episcopales de Europa vuestra
disponibilidad para proseguir en el camino de elaboración cultural que san
Benito intuyó como necesario para la maduración humana y cristiana de las
poblaciones de Europa. Esto puede realizarse si vosotros, como los
discípulos de Emaús, encontráis al Señor resucitado en la experiencia
eclesial concreta, y particularmente en la celebración eucarística. "En cada
Misa, de hecho --recordé a vuestros compañeros hace un año durante la
Jornada Mundial de la Juventud en Sydney--, el Espíritu Santo desciende
nuevamente, invocado en la solemne oración de la Iglesia, no sólo para
transformar nuestros dones del pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre del
Señor, sino también para transformar nuestra vida, para hacer de nosotros,
con su fuerza, un solo cuerpo y un solo espíritu en Cristo". Vuestro
compromiso misionero en el ámbito universitario consiste, por tanto, en
testimoniar el encuentro personal que habéis tenido con Jesucristo, Verdad
que ilumina el camino de cada hombre. Y es del encuentro con Él de donde
mana esa "novedad del corazón" capaz de dar una orientación nueva a la
existencia personal; y sólo así se convierte en fermento y levadura de una
sociedad vivificada por el amor evangélico.
Como es comprensible, también la acción pastoral universitaria debe al mismo
tiempo expresarse en toda su validez teológica y espiritual, ayudando a los
jóvenes de manera que la comunión con Cristo les conduzca a percibir el
misterio más profundo del hombre y de la historia. Y, precisamente por su
específica acción evangelizadora, la comunidad eclesial comprometida en esa
acción misionera, por ejemplo la capellanía universitaria, puede ser el
lugar de la formación de creyentes maduros, hombres y mujeres conscientes de
ser amados por Dios y llamados, en Cristo, a convertirse en animadores de la
pastoral universitaria. En la Universidad, la presencia cristiana se hace
cada vez más exigente y al mismo tiempo fascinante, porque la fe está
llamada, como en los siglos pasados, a prestar su insustituible servicio al
conocimiento que, en la sociedad contemporánea, es el verdadero motor del
desarrollo. Del conocimiento, enriquecido con la aportación de la fe,
depende la capacidad de un pueblo de saber mirar al futuro con esperanza,
superando las tentaciones de una visión puramente materialista de nuestra
esencia y de la historia.
Queridos jóvenes, vosotros sois el futuro de Europa. Inmersos en estos años
de estudio en el mundo del conocimiento, estáis llamados a invertir vuestros
mejores recursos, no sólo intelectuales, para consolidar vuestra
personalidad y para contribuir al bien común. Trabajar para el desarrollo
del conocimiento es la vocación específica de la Universidad, y requiere
cualidades morales y espirituales cada vez más elevadas frente a la vastedad
y la complejidad del saber que la humanidad tiene a su disposición. La nueva
síntesis cultural, que en estos momentos se está elaborando en Europa y en
el mundo globalizado, tiene necesidad de la aportación de intelectuales
capaces de volver a proponer en las aulas académicas el mensaje sobre Dios,
o mejor dicho, de hacer renacer ese deseo del hombre de buscar a Dios
--"quarere Deum"-- al que me he referido en otras ocasiones.
Mientras agradezco a todos los que trabajan en el campo de la pastoral
universitaria, bajo la guía de los organismos del Consejo de Conferencias
Episcopales de Europa, auspicio que prosiga el fructífero camino iniciado
hace algunos años por el que expreso mi más profundo aprecio y aliento.
Estoy seguro de que vuestro encuentro de estos días en Roma podrá indicar
ulteriores etapas por recorrer para una planificación más orgánica, que
favorezca la participación y la comunión entre las diversas experiencias que
ya funcionan en tantos países. Vosotros, queridos jóvenes, contribuid, junto
a vuestros profesores, a crear laboratorios de la fe y de la cultura,
compartiendo la fatiga del estudio y de la investigación con todos los
amigos que os encontréis en la Universidad. Amad a vuestras Universidades,
que son palestras de virtud y de servicio. La Iglesia en Europa confía mucho
en el compromiso apostólico de todos vosotros, consciente de los desafíos y
de las dificultades, pero también de tantos potenciales de la acción
pastoral en el ámbito universitario. Por mi parte, os aseguro el apoyo de la
oración, y sé que yo también puedo contar con vuestro entusiasmo, vuestro
testimonio y sobre todo vuestra amistad, que hoy me habéis manifestado y que
os agradezco de corazón. Que San Benito, patrono de Europa y mi patrono
personal en el pontificado, y sobre todo que la Virgen María, que vosotros
invocáis como Sede de la Sabiduría, acompañen y guíen vuestros pasos. A
todos, mi bendición.